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3. La relatividad general
El principio de relatividad restringida conseguía su aplicación a todas las leyes de la física con excepción de la teoría gravitacional de Newton. La necesidad de elaborar una teoría de gravitación ajustada al principio de relatividad restringida acabará produciendo una nueva generalización del principio que se extenderá a los sistemas no inerciales. Este principio de relatividad general conseguirá la invariancia de las leyes de la física para todos los observadores siendo el principio de relatividad restringida un caso particular de la relatividad general.
La extensión del principio de relatividad a estos campos comenzó con la definición en 1911 por Einstein del principio de equivalencia, punto de partida de la relatividad general. Si consideramos dos sistemas de referencia, uno inercial S con un campo gravitacional y otro S’ acelerado respecto de S pero en el que no hay campo gravitacional, nos encontraremos con que si la aceleración de S’ equivale a la gravitación de S, ambos sistemas resultan indistinguibles, es decir, todos los experimentos físicos que realicemos en ellos darán resultados idénticos.15 La equivalencia entre un campo gravitatorio y un sistema acelerado permite introducir el último concepto superviviente de la mecánica clásica, la fuerza gravitatoria, dentro del entramado de la relatividad. La extensión de la relatividad a todos los sistemas o relatividad general, dejará a la relatividad especial reducida a un caso particular de la general, al caso en que no hay campo gravitatorio o es tan débil que no existe diferencia apreciable entre la teoría general y la especial.
Del principio de equivalencia se deducen las tres predicciones fundamentales de la relatividad general: corrimiento hacia el rojo del espectro, dilatación temporal y deformación del espacio-tiempo por la acción de un campo gravitacional. De estos tres efectos sólo nos ocupamos del último al ser el que más importancia tiene en la interpretación que de la relatividad hace el fenomenalismo, pues asegura la realidad de los espacios no euclidianos y la supeditación (o conversión) de la geometría en una rama de la física.
En síntesis, la teoría general mantiene que la presencia de grandes masas de materia produce deformaciones en la región espacio-temporal próxima. Se supone que la curvatura en un punto es cero, por lo que le podemos aplicar las transformaciones de Lorentz de la relatividad especial válidas para un sistema inercial con campo gravitatorio nulo. Sin embargo, para establecer el intervalo entre dos puntos espacio-temporales de la región, necesitamos determinar su curvatura, para lo que necesitamos la métrica riemanniana de la que la métrica de Minkowski es un caso especial.
La métrica de Riemann era la estructura matemática adecuada para reflejar matemáticamente las medidas físicas en el espacio-tiempo con cualquier índice de curvatura. La conversión de cualquier medida en la equivalente en otro punto del espacio garantizaba el mantenimiento de un principio de relatividad y de las constantes necesarias a las leyes físicas. Ninguna ley puede pretender ser objetiva si no es formulada en los parámetros de la métrica de Riemann. Su elemento esencial, una matriz de números conocida como tensor métrico que sintetiza las características de la geometría de cada tipo de espacio posible, es la condición a la que todas las leyes físicas deben ajustarse. Einstein pensó que en la relatividad general el campo gravitatorio debía ser expresado como un tensor métrico que precisase la deformación del espacio-tiempo producida por la distribución de la materia, deformación que produce las trayectorias que atribuimos a la fuerza de gravedad.
Descubrimos entonces que el espacio-tiempo no es euclidiano y que la curvatura existente en él es equivalente a las fórmulas del campo gravitacional de la física newtoniana. La geometría euclidiana sólo es válida en pequeñas partes del espacio-tiempo, lo suficientemente infinitesimales como para que la curvatura no origine deformaciones apreciables. En un campo gravitatorio, la línea trazada por la trayectoria inercial de una partícula no es una línea recta, sino una geodésica: la distancia más corta entre dos puntos deja de ser una recta, sólo lo es en regiones pequeñas donde aparece como recta lo que es realmente una sección de curva. La fuerza de la atracción gravitatoria desaparece convertida en muestra de la estructura geométrica del espacio-tiempo provocada por la distribución de la materia. La generalización del principio de relatividad garantiza que todas las leyes de la física son invariantes para todos los sistemas de referencia posibles.
La obtención de las ecuaciones del campo gravitatorio por medio del tensor métrico permitió a Einstein el cálculo de la curvatura del espacio-tiempo provocada por la masa solar. Esta curvatura no introducía ninguna variación apreciable en la trayectoria elíptica de los planetas obtenidas con la ley de gravitación newtoniana excepto en el caso de Mercurio. Este planeta presentaba unas desviaciones de la órbita de unos 43” de precesión del perihelio (treinta veces más que un posible error de cálculo) por siglo y Einstein demostró que se derivaba de sus ecuaciones.
El segundo efecto, y el más espectacular, era la desviación de los rayos de luz por el campo gravitatorio solar.16 Para un rayo de luz que pasara muy próximo al Sol, la teoría de la relatividad general calculaba una deflexión de aproximadamente 1.7” de arco. Einstein había publicado la teoría completa en 1916 con la guerra mundial en pleno apogeo. Fue por medio de una serie de artículos sobre la teoría de científicos holandeses que permanecían neutrales (Lorentz, Ehrenferst y Willem de Sitter) como la teoría se conoció prácticamente sin retraso en Inglaterra. La predicción fascinó a Eddigton que organizó dos expediciones científicas a Sobral (Brasil) y la isla Príncipe (frente al Camerún) con el objeto de fotografiar las estrellas próximas al Sol visibles por el eclipse del 29 de mayo de 1919 y comparar sus posiciones con las que mantienen estando el Sol en otra región del cielo. Tras la medición de las distancias entre las estrellas obtenida en las fotografías, la predicción de la teoría fue confirmada.
El éxito instantáneo de la teoría, presentada como la obra de un segundo Newton, planteó de un golpe la existencia física real de los espacios no euclidianos, la necesidad de aceptar como única reahdad la unlón dd espacio-tiempo y la padida dc la homo geneidad euclidiana por las defonnaciones producidas por los campos gravitatorios.
1. «El tiempo absoluto, el verdadero y matemático, fluye en si mismo y por su naturaleza sin relación a nada externo, en uniformidad; con otro nombre se llama duración.
El tiempo relativo, aparente y vulgar es una medida sensible y externa de una duración cualquiera por medio del movimiento, y de la que se sirve el vulgo en vez del tiempo verdadero; cual la hora, el día, el mes, el año.
El flujo del tiempo absoluto no puede ser alterado. La misma es la duración o perseverancia de la existencia de las cosas tanto que los movimientos sean veloces, como tardos, como nulos.
El orden de las partes del tiempo, al igual que el de las del espacio, es inmutable...» (Isaac Newton: Philosophia Naturalis principia mathematica, trad. de García Bacca en Historia filosófica de la ciencia, México, Universidad Autónoma de México, 1965, p. 80).
2. Blas Cabrera: Principio de relatividad. Sus fundamentos experimentales y filosóficos y su evolución histórica, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1923. Reimpreso en Barcelona, Altafulla, 1986, p. 41.
3. «El espacio absoluto, por naturaleza, permanece siempre homogéneo e inmóvil, sin relación a nada externo.
»El espacio relativo es una medida del absoluto o una dimensión móvil cualquiera que nuestros sentidos definen por su colocación respecto de la tierra, y que el vulgo suele tomar por el espacio absoluto mismo; por ejemplo, las dimensiones de un espacio subterráneo, aéreo, celeste, definidas en relación a la tierra» (Isaac Newton: Philosophia Naturalis principia mathematica, trad. de García Bacca en Historia filosófica de la ciencia, op. cit., p. 73).
En la Óptica, Newton elevará su estatus metafísico al transformarlo en sensorium Dei (trad. de Carlos Solís, Madrid, Alfaguara, 1977, Libro III, Parte I, Que. 28). A la justificación del espacio absoluto estaba dedicado el experimento del cubo, según el cual, la concavidad producida en el agua de un cubo por su rotación tenía como referencia no el cubo sino el espacio absoluto. La incomodidad provocada por el principio de relatividad de las leyes de la mecánica hizo que Newton añadiera a su sistema como hipótesis que el centro del sistema del mundo era inmóvil y por tanto existía una posibilidad matemática de indicar el movimiento absoluto de un cuerpo. Este punto central en reposo (situado en el Sol) quedaba inmune a las críticas dadas a su definición de espacio y tiempo absolutos. Vid. Isaac Newton: El sistema del mundo, Madrid, Alianza, 1983, Ques. 27, 28, 29 y 30, pp. 70-74. Traducción de De mundi systemate (1728) por Eloy Rada.
4. Una descripción detallada en Gerald Holton: Introducción a los conceptos y teorías de las ciencias físicas, Barcelona, Reverté, 1984, cap. XXV.
5. Calculada en el vacío como 299.792,458299.792,458 km/seg.
6. Vid. Isaac Newton: Óptica, op. cit., Libro III, Parte I, Que. 19-24.
7. La aberración estelar consistía en el movimiento aparente de las estrellas en trayectorias elípticas ínfimas (40” de arco) alineadas respecto al eje de rotación de la Tierra. James Bradley en 1728 justificó el fenómeno por el avance relativo de la Tierra respecto de la estrella mientras le alcanza la luz proveniente de aquella. Young (1804) argumentó que si la Tierra arrastrase el éter, las ondas de luz que alcanzan la Tierra provenientes de la estrella adquirirían la velocidad de la Tierra no apareciendo la aberración. El éter debía estar en reposo absoluto para que el fenómeno se produjese. Vid. Banesh Hoffmann, La relatividad y sus orígenes, Barcelona, Labor, 1985, p. 56 y ss. Igualmente José Manuel Sánchez Ron, El origen y desarrollo de la relatividad, 2.ª ed. ampliada, Madrid, Alianza Universidad, 1985, cap. II.
8. Una descripción del complicado «modus operandi», en Albert Michelson y Edward W. Morley: «Sobre el movimiento relativo de la Tierra y el éter luminífero», en Albert Einstein et alii: La teoría de la relatividad, Madrid, Alianza, 1973. Una descripción de todos los intentos posteriores, más sofisticados e igualmente nulos, en Robert Resnick: Introducción a la teoría especial de la relatividad, México, Limusa, 1979, pp. 17 y ss.
9. Albert Einstein: La relatividad, México, Grijalbo, 1971, p. 28. Trad. cast. de la original alemana de 1917.
10. Albert Einstein: «Autobiographical Notes», en Paul Arthur Schilpp (ed.), Albert Einstein Philosopher-Scientist, La Salle (Illinois), Open Court, 1949, The Library of Living Philosophers, n.º 11, vol. I, p. 53.
La sobrevaloración del experimento de Michelson-Morley se produce dentro de la interpretación empirista de Einstein, que veía en la teoría de la relatividad una teorización de las consecuencias del resultado nulo del experimento.
11. Albert Einstein: La relatividad, op. cit., cap. V. Una descripción pormenorizada en «Qué es la teoría de la Relatividad», en Albert Einstein: Mis ideas y opiniones, Barcelona, Antoni Bosch, 1980, p. 204. Traducción castellana de Ideas and Opinions (1955). Se citará como Mis ideas y opiniones.
12. A. Einstein: «On the Eolectrodinamics of Moving Bodies», en A. Einstein et alii: The Principle of Relativity, Nueva York, Dover Public., 1953, pp. 38-39. Trad. de «Zur Electrodynamick bewegter Körper», Annalen der Physik, 17, 1905.
13. Albert Einstein: La relatividad, cap. XV. Igualmente en El significado de la relatividad, Madrid, Espasa-Calpe, 1948, pp. 54 y ss. Traducción de The Meaning of Relativity, Nueva York, University of Princenton, 1921.
14. Vid. Rudolf von B. Rucker: Geometry, Relativity and the Fourth Dimension, Nueva York, Dover Public., 1977, cap. II.
15. Vid. la explicación de Einstein del principio de equivalencia como extensión del principio de relatividad en «The Foundation of the General Theory of Relativity», en The Principle of Relativity, op. cit., pp. 122 y ss. Trad. de «Die Grundlage der allgemeinen Relativitatstheorie», Annalen der Physik, 49, 1916.
Einstein utiliza como ejemplo una cámara totalmente aislada de la que una entidad puede tirar mediante un gancho. En su interior se encuentra un observador provisto de todo tipo de aparatos científicos. No habría ninguna diferencia para una persona situada en la cámara moviéndose uniformemente en el campo gravitatorio de la Tierra y en la misma cámara en caída libre en el espacio sin campo gravitatorio alguno y con una aceleración equivalente al campo gravitatorio terrestre. Vid. La relatividad, op. cit., cap. XX.
16. Definida por vez primera en «Uber den Einfluss der Schwerkraft auf die Ausbreitung des Lichtes», Annalen der Physik, 35, 1911. Traducida como «On the Influence of Gravitation on the Propagation of Light», en The Principle of Relativity, op. cit., pp. 97-108.
Capítulo 2
LA DEFENSA FENOMENALISTA
DE LA TEORÍA DE LA RELATIVIDAD
FRENTE A LAS INTERPRETACIONES IDEALISTAS
El éxito de la teoría de la relatividad la convirtió en objeto inmediato de debate científico y filosófico. En ciencia, una parte sustancial de la comunidad científica trató de demostrar infructuosamente que la teoría se basaba en algún error matemático; tiempo después de su corraboración, físicos desbordados por aquel cambio de paradigma esperaban ver resurgir a Newton como consecuencia de algún error teórico de bulto que había sido pasado por alto en la teoría.
En filosofía, los intentos fueron inmediatamente destinados a apropiarse del prestigio de la teoría mostrando su coincidencia con las posiciones propias. Sorprentemente, no fue la filosofía empirista sino la idealista la que trató de poner de su lado a la nueva teoría que parecía darle la razón al resaltar con su adjetivo relativista la importancia del sujeto. La teoría de la relatividad fue recibida con júbilo como una confirmación científica del subjetivismo extremo. El idealismo inmediatamente equiparó a los observadores de los distintos sistemas físicos de referencia de los que hablaba la relatividad con mentes que construyen el mundo exterior. Así, la existencia de la realidad exterior está relegada a su percepción por la mente del observador. La relatividad no habría hecho más que trasladar al terreno de la ciencia la importancia decisiva del sujeto en el conocimiento señalada por la filosofía idealista. Vendría a ser una confirmación de parte de la física del derecho de cada sujeto a mantener la validez de su visión del mundo y de su punto de vista.
Además, la eliminación que hacía la teoría de la relatividad del espacio y tiempo absolutos newtonianos como sistema de referencia privilegiado equivalía para los idealistas a dar vía libre a la legitimidad científica del idealismo.1 La interpretación idealista de la relatividad deducía, de la posibilidad de existencia de diversos sistemas de referencia, la inexcusable aceptación de un subjetivismo extremo. La relatividad vendría a ser un refuerzo científico a la posición filosófica de Berkeley en la que no sólo las percepciones dependían del punto de vista del observador sino también el espacio y el tiempo. La percepción evidencia que el trascurrir del tiempo varía psicológicamente según los sujetos y de igual manera podríamos hablar del espacio. Cada sujeto tiene su propia medida del tiempo y del espacio. El punto de vista desde el que construye la realidad el sujeto es único.
El idealismo parecía robar a la filosofía empirista la baza que suponía el éxito de una teoría científica revolucionaria que había alcanzado notoriedad instantánea en todo el mundo, un ejemplo de lo lejos que podía llegar el ingenio humano ateniéndose al método científico y a la experiencia. Era la experiencia la que había obligado a descartar por el bien de la ciencia al espacio y el tiempo absoluto, pese al respeto casi religioso por la mecánica newtoniana. Una desviación respecto de los cálculos newtonianos de la órbita de Mercurio de unos 43” de precesión del perihelio por siglo había bastado para sustituirla por la nueva ley de gravitación universal relativista. La comprobación por Eddington había sido un monumento a la precisión y rigor del experimento propio de la ciencia moderna. El empirismo se aprestó a combatir la interpretación idealista de la relatividad.
El fundamento de la interpretación idealista estaba, más que en su insistencia en las posibles perspectivas en que puede percibirse la Naturaleza, en la relación privilegiada establecida entre la Naturaleza y una mente. Al identificar al observador con una mente y alegar su condición espiritual, se desgajaba al sujeto de cualquier entramado estructural que le uniese a otras perspectivas transformando su punto de vista en único y el patrón para juzgar el Universo entero.2
Fueron Russell y Whitehead los principales representantes del ataque empirista al idealismo. Ambos se opusieron decididamente a estas interpretaciones idealistas provocadas en parte por la confusión introducida por un nombre equívoco que parecía entronizar la ausencia de elementos universales cuando, precisamente, la teoría venía a confirmarlos y a garantizar la conversión de cualquier observación realizada en un sistema a la observación hecha en otro sistema físico.
Para eliminar esta supuesta subjetividad extrema del idealismo se necesitaba evitar que la observación quedase reducida a una relación entre los hechos observados y la mente del observador. Un hecho de la Naturaleza como «la nube es carmesí» no puede presentarse como resultado de la calificación exclusiva de una mente. La objetividad de la observación radica en enlazar el hecho con la totalidad de la Naturaleza sin referencia exclusiva a la mente de un único sujeto. Esta conexión con la Naturaleza necesita de la estructura espacio-temporal, que no es –como cree el idealista que le permite la relatividad– resultado de la elección individual del sujeto. La teoría –Whitehead remarca– no ha puesto nunca en duda que cualquier observador en la misma posición obtendría las mismas percepciones. La Naturaleza es un hecho objetivo que puede ser percibido pero no puede ser alterado por el ser humano.3
El error que facilitaba ese supuesto retorno al idealismo se originaba en la confusión entre sistema de referencia y un observador. Un sistema de referencia para la física es una entidad real y no una mera formalidad matemática. Parecía coherente la identificación de un sistema de referencia con un sujeto, con un observador. Sin embargo, si bien es cierto que para la física todo observador es un sistema de referencia, no lo es que todo sistema de referencia sea un observador. En la mayoría de los sistemas de referencia que utiliza la física, tales como los sistemas solares, no existen observadores que perciban el mundo exterior. La existencia o no de un observador real resulta indiferente a la física que no puede supeditar sus leyes a que se produzca o no una percepción en un determinado punto. La física no puede hacer depender sus resultados de que haya una mente que observe los sucesos.
La teoría de la relatividad había demostrado, precisamente, todo lo contrario a lo que el idealismo creía. La teoría justificaba cómo desde distintos puntos de vista podemos acceder a una única descripción del mundo exterior, a unas mismas constantes y unas leyes idénticas. Russel ve la teoría en la posición opuesta a la creída por el idealismo. La física había rescatado el punto de vista del terreno mental al garantizar los elementos que permanecen invariables y que estarán presentes para todos los observadores independientemente de su posición. Cuando la física habla de las apariencias que presenta un acontecimiento, no se está refiriendo a nada subjetivo o psicológico, a lo que le parece a tal o cual persona, sino al mismo acontecimiento tal y como puede ser registrado desde distintas posiciones haya o no una mente que lo perciba. Una placa fotográfica en lugar de un observador humano le serviría igual pues registraría lo que acontece desde esa determinada posición. Sustituir la placa por una mente no cambia la esencia de la relación.
No es necesario que esté presente una mente para que en un determinado punto se produzcan unas determinadas sensaciones, basta con indicar que si hubiera un observador en ese punto se producirían, ya fuesen registradas por un cerebro o por un aparato físico adecuado. La diferencia en el resultado no existe. La relación entre sujeto y objeto se convierte así en una relación física que no afecta a las propiedades intrínsecas de los términos relacionados. El conocimiento no surge, como cree el idealismo, de una identificación entre sujeto y objeto, entre conocedor y conocido. Señalar el carácter de aparato registrador del observador y despojarlo de su calidad mental equivalía a eliminar la interpretación idealista de la relatividad. Basta con mantener la posibilidad de la presencia de un observador para que la teoría de la relatividad determine la objetividad de la descripción de los acontecimientos. La complejidad de sus métodos matemáticos tiene por objeto, precisamente, determinar todo lo que permanece invariable para cualquier observador situado en cualquier sistema de referencia.
Esta objetividad ha venido incluso a supera el debate entre cualidades primarias y secundarias que penalizaba a la percepción por ser el grueso de su contenido no matematizable. Gracias a la relatividad, la objetividad del conocimiento científico ha alcanzado un nivel superior. No podemos distinguir en los fenómenos una parte objetiva y otra subjetiva sin hacer primero referencia a los sistemas desde los que el fenómeno es observado y descrito. Para que una cualidad sea objetiva no basta con que sea matematizable: es necesario demostrar que permanecerá invariante para todo sistema de referencia. La objetividad hay que buscarla en aquellos rasgos de los acontecimientos que se demuestren estructuralmente invariables para cualquier sistema. Las leyes físicas garantizan esos rasgos estructurales para todas las regiones del universo, existan o no en ellas observadores que perciban los acontecimientos. La teoría de la relatividad conectaba así con una de las creencias profundas de Russell sobre el conocimiento humano: su convicción de que el solipsismo, aunque lógicamente irrefutable, era física y epistemológicamente insostenible además de psicológicamente repulsivo para las creencias instintivas del sentido común.
La teoría de la relatividad era en su conjunto un respaldo definitivo a la validez del conocimiento perceptivo al que había liberado del estigma de la subjetividad. Diversos sujetos coinciden en un mismo conocimiento a pesar de los diferentes puntos de vista desde los que se hacen sus percepciones, igual que diversos sistemas de referencia mantienen la validez de las mismas leyes. El significado profundo de la teoría de la relatividad era, en consecuencia, la garantía que nos ofrecía de la objetividad del conocimiento que podemos obtener del mundo, independientemente de la situación del observador. La privacidad de sus observaciones sólo lo será respecto de las características del fenómeno que no pudiesen ser reflejadas desde otro punto de vista cualquiera.
La interpretación idealista de la relatividad no era para Russell sino un episodio más de las deformaciones de conceptos científicos a manos de la filosofía tradicional. Los filósofos académicos acostumbran a manipular las teorías científicas con el objeto de reforzar su posición filosófica. Tradicionalmente, la filosofía se ha apropiado de las teorías científicas presentándolas como expresiones parciales de su análisis de la estructura de la realidad. Ha bastado con la captación de algún o algunos de los conceptos científicos por parte de los filósofos y su universalización a la totalidad de la realidad desgajándoles de los límites que les dan sentido en la ciencia para que muchas posiciones filosóficas se hayan presentado como científicas. Así, los filósofos han deformando los conceptos científicos para ajustarlos a lo que ellos consideraban previamente que era la realidad ontológica o bien los han refutado falazmente si no encajaban con su perspectiva.4 Russell considera inaceptable que la teoría de la relatividad se vea sometida a ese tipo de relación entre filosofía y ciencia.
La física nos habla de hechos que debemos aceptar como tales y a los que hay que adaptar nuestra filosofía. No los podemos modificar a conveniencia para intentar que los resultados científicos sean prolongación de nuestros planteamientos filosóficos; al contrario, debemos considerar los hechos descubiertos por la ciencia como los límites del conocimiento, afirmaciones que no pueden ser rebatidas o superadas por la filosofía. No quiere esto decir que las afirmaciones científicas sean definitivamente verdaderas, sólo que están lo más cerca a la verdad de lo que podemos conseguir con el esfuerzo humano.5 Una filosofía científica debe tomar la ciencia y, más exactamente, a la física como el núcleo de su epistemología, aquel que señala los problemas que pueden ser resueltos. Todos los problemas epistemológicos son problemas que atañen a la ciencia y al conocimiento científico porque no disponemos de un conocimiento más seguro o general. Dejando al margen los problemas generados por un uso incorrecto del simbolismo de los que se ocupa la lógica, los problemas epistemológicos reales exigen una resolución basada en los datos que nos proporciona la física. Es así como la física se convierte en la frontera que separa los problemas filosóficamente significativos de los metafísicos.6
Este contar como incontestables con los datos científicos separaba también a Russell y a Whitehead de las apelaciones que desde la filosofía idealista se hacía a la experiencia inmediata y directa de la realidad como una garantía de su reconocimiento de la importancia del papel de la experiencia. Construir el mundo con datos sensoriales no basta. Afirmar que la realidad está formada por datos sensoriales no va más allá de una afirmación ontológica tan metafísica como la que más si no intentamos, al mismo tiempo, que el mundo construido sea lo más próximo posible al que la física nos dice que es. Remarcar la verdad de los datos sensoriales en sí mismos, por encima de las afirmaciones de la física, es creer que la inmediatez de lo percibido nos da garantía de una verdad superior a la científica. La construcción del mundo exterior no tiene sentido si no busca la aproximación, tanto como sea posible, de la física y la percepción. La construcción, como la ciencia, no se arrogará el ser verdadera, basta con que sea probablemente verdadera.
El programa fenomenalista aceptó en consecuencia a la relatividad como la teoría que señalaba las condiciones a las que sus construcciones de la realidad debían ajustarse. La relatividad pasó a formar parte del núcleo esencial del programa, la frontera que lo diferenciaba del mal uso de la ciencia por parte de la filosofía idealista. El camino de la nueva filosofía tenía que partir de los hechos demostrados por la ciencia y justificar cómo con la ayuda de la lógica podríamos construir el mundo cumpliendo las condiciones que la física ha descubierto. Así se alcanzaría el resultado de evitar la separación entre la abstracción de las teorías científicas y la percepción ordinaria demostrando lógicamente que poseen ambas una base estructural común. Los conceptos científicos, por muy abstractos que fueran, eran confirmados en la experiencia sensorial de manera más sofisticada pero con la misma base que la que sirve para justificar las afirmaciones que hacemos cotidianamente sobre la realidad. Ciencia y filosofía marcharían al unísono haciendo imbatible la confianza psicológica y la garantía epistemológica del empirismo como única vía de acceso a la verdad. Pero para ello la visión de la realidad señalada por la física no podía ser puesta en duda ni discutirse desde la filosofía, pues sus resultados son hechos con los que debemos contar.
1. A. N. Whitehead: «Discussion: The Idealistic Interpretation of Einstein’s Theory», en Proceedings of Aristotelian Society, 22, 1921-1922, p. 130.
2. «The subjetivist position has been popular among those who have been engaged in giving a philosophical interpretation to the recent theories of relativity in physical science. The dependence of the world of sense on the individual percipient seems an easy mode of expressing the meanings involved. Of course, with the exception of those who are content with themselves as forming the entire universe, solitary amid nothing, everyone wants to struggle back to some sort of objetivist position. I do not understand how a common world of thought can be established in the absence of a common world of sense» (A. N. Whitehead: Science and the Modern World, Nueva York, MacMillan, 1925, p. 112).
3. A. N. Whitehead: «The Philosophical Aspects of The Principle of Relativity», Proceedings of the Aristotelian Society, 22, 1921-1922, pp. 221-222.
4. Bertrand Russell: «Review of C. D. Broad Scientific Thought», The Mathemaatical Gazette (octubre de 1923), en John G. Slater y Bernd Frohmann (eds.): The Collected Papers of B. Russell, Essays on Language, Mind and Matter (1919-1926), vol. IX (The McMaster University Edition), Londres y Boston, Unmin Hyman, 1988, pp. 260-261. Se citará como The Collected Papers, vol. IX.
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