Kitabı oku: «El misterio en lo cotidiano»

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¿Serán nuestras palabras en Facebook como el mensaje del náufrago en la botella que se lanza

al mar con una incierta esperanza?

¿Cuál será la mano y cómo el rostro desconocido

que lo tome y lo lea?

¿Le moverá a enviarnos el afecto de otras palabras,

de otros ecos, como la huella del pie desnudo

en la isla de Robinson?


XAVIER QUINZÀ,

13 de febrero de 2014

INICIARNOS EN EL MISTERIO DE LO COTIDIANO

Hay una gramática del amor en medio de los saberes de la vida cotidiana. Y esta gramática nos enseña una manera de despertar los sentidos interiores, de acceder al misterio de la vida con respeto desde el misterio mismo que somos. Y a vivir la relación con los demás abriendo espacios de intimidad, de ternura, de compasión. Aprender del amor cómo vivir y cómo cuidar a los que amamos, cómo escuchar y acoger sus gemidos o secundar los cantos de su corazón, cómo nutrirnos de su cercanía y de su confianza a prueba de cualquier adversidad, cómo compadecer los sufrimientos y sanar las heridas de su corazón.

Por consiguiente, nos abrimos a un aprendizaje del gusto por las cosas de Dios y por los misterios del Reino. Ante los retos del mal y la injusticia podemos hacer la increíble experiencia de la comunión en la herida, del reconocimiento humilde de que todos estamos implicados en ello, y de que para participar en el gozo de la comunión hay que saber ahondar en el conflicto y permanecer en la brecha abierta en el corazón del mundo.

Solo llegamos a saborear la dulzura de la divinidad si despertamos los sentidos interiores y accedemos a un cierto grado de intimidad con ella. El escenario de la intimidad es la confidencia, el intercambio de amor, el coloquio de corazón a corazón. Porque nos cuesta mucho comprender sin resquemor ni tristeza que la comunicación íntima siempre es asimétrica. Y experimentar el gozo de «ser recibido», sin ningún mérito, es fruto de esta aceptación humilde de lo desconcertante de ese desnivel amoroso.

La iniciativa siempre es del Amante, y responder y acogerla con cuidado es la ocasión de oro del amado o la amada. La acción amorosa recae como una invitación sobre el amor receptivo y le mueve a amar, a reaccionar amorosamente a la iniciativa. Él es el que conduce la relación, como quien conduce un coche: nosotros estamos sentados en el asiento a su lado. Amo porque soy amado y amo con el amor con que él me ama.

Los signos del amor están dispersos en toda la creación y en toda la historia, y precisan de una mirada enamorada para saber apreciar las huellas, orientarse por rastros muy sutiles, que no todos saben captar. Hace falta una mirada de lince y un olfato de sabueso para explorar los signos de humanidad de un Dios encarnado que se nos muestra en la carne y en la debilidad, y desaparece de nuestra vista cuando le escrutamos en los signos del poder y del prestigio.

Precisamos atender más al yo profundo, ese que no reclama nada para sí, pero que es el corazón de lo que somos... Estamos más reclamados por el yo superficial, el interesado, el protagonista, el ambicioso, y a ellos los escuchamos más, porque se nos imponen a cada momento. Pero el yo profundo es más discreto, no reclama nada, a pesar de ser el arraigo de nuestra vida, la fuente de donde brota la vida verdadera (¡la Vida verdadera!): «Por encima de todo guarda, hijo mío, tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida» (Prov 4,23).

Hay una experiencia del amor ferviente que, cuando se ha aprendido con horas de silencio y paciencia, nos aporta un clima de serenidad benigna, en la que se nos convierte el corazón, se nos transfigura de dentro a fuera, se nos refresca la mirada y nos altera, en el buen sentido de la palabra, nuestra vida tan ajetreada.

«¡Si supiéramos adorar...!». Es un reto: realizar el lento aprendizaje de ir ensanchando el interior, de ir despejando un espacio mayor en ese recóndito lugar en donde se entrecruzan tantas voces, en donde se anudan tantos pensamientos y deseos. Hacer espacio interior como práctica espiritual no es nada nuevo.

Todos hemos experimentado la atracción –y también las resistencias– hacia ese centro activo y viviente en el que habitamos sin percibirlo a veces. Pero vincular la adoración a una experiencia oracional de dejarnos trabajar en una actitud de pasividad receptiva, de dejarnos hacer por Dios desde el corazón, me parece digno de retener y, sobre todo, de practicar.

Adorar es abordar una cierta práctica de la intimidad, es asistir al ensanchamiento de nuestra tienda interior, en la que él habita. Y, por tanto, es intensificar la relación, abrigar el deseo y alertarlo a la vez, para que nos ilumine una presencia poco reconocida. Es ir sacando a la luz la presencia oculta del Amor, que siempre nos descoloca, nos descentra, dando entrada al Otro y a los otros en nuestro propio y personal espacio. Y entonces el ensanchamiento se produce porque se nos cuelan los demás dentro, sus vidas, sus sufrimientos, sus amores, y les dejamos pasar en el encuentro misterioso con el Señor de la vida.

Este ensanchamiento del corazón que adora se experimenta como un don, en la medida en que no se produzca un repliegue cicatero en nuestros pequeños mundos de deseo, en nuestro cerrado jardín del corazón. Si aprendemos a adorar, aprendemos también a no excluir a nadie de ese espacio sagrado en el que nos encontramos, cuerpo y palabra compartidos con aquel que casi sin darnos cuenta se ha hecho el Guardián de nuestra intimidad.


LA SOLEDAD, ESPACIO SANADOR


La soledad ofrece un espacio de reposo sanador. Tras pasarnos el día rodeados de gente, atentos al móvil, hiperactivos..., necesitamos volver a descubrir la soledad. Queremos estar solos, pero no aislados. La soledad resulta básica para el equilibrio interior. Se ha comprobado que los adolescentes que no sortean la soledad son incapaces de desarrollar el talento suficiente para crear, para crecer, para relacionarse...

Tenemos la creencia de que toda la creatividad proviene de lugares extrañamente sociables, pero no es así: la soledad es el ingrediente social de nuestra vida. Antonio Machado nos recuerda: «Converso con el hombre que siempre va conmigo». La soledad importa. Para algunas personas incluso es el aire que respiramos. No descubrimos un pensamiento propio cuando estamos rodeados de gente, sino en la contemplación de lo que brota en nuestro interior.

Es cierto que, por inercia, cuanto menos solo estás, más te cuesta estarlo. No obstante, en una sociedad que te obliga a estar enormemente pendiente del afuera, los espacios de soledad representan la única posibilidad de contactar otra vez con uno mismo. Solo cuando estamos solos nos sentimos completamente libres, nos encontramos con nosotros mismos, lo que resulta enormemente reparador.

Solo tolerando el vacío y el aburrimiento seremos capaces de generar algo nuevo y de desintoxicarnos de un mundo lleno de estímulos y carga implosiva. Nos olvidamos de que nadie está más activo que cuando no hace nada, nunca está menos solo que cuando está consigo mismo. La soledad es el espacio necesario para hacer una auditoría existencial, para indagar qué es lo importante y qué no lo es, pues lo importante en la vida es saber qué es lo importante.

En soledad dejamos ese espacio en blanco para escuchar, sin interferencias, lo que sentimos y necesitamos; no podemos seguir cada día más pendientes de cuidar y satisfacer a los demás que de escucharnos a nosotros mismos. Debemos introducirnos en el aprendizaje de la gramática del amor de Dios. Dejarnos fascinar por Dios, dejarnos afectar por sus invitaciones, mover el corazón, dejarnos seducir por sus palabras, sentir su invitación a entrar en el secreto del corazón. En ese lugar seguro e impenetrable de lo íntimo: ámbito privilegiado de la confidencia y del recreo amoroso. Lugar del silencio y la soledad más profunda y habitada.

Aprendemos a buscarle y encontrarle no en la clausura, sino en la vida; no en la soledad, sino en la solicitud, en el cuidado de cada día, en los diversos modos en que se halla presente y activo en todas las cosas. Y ello exige un aprendizaje cuidadoso y atento, porque solo podemos reconocerle desde una mirada atenta y escrutadora. A lo que somos invitados es a una ciencia de desciframiento, a una mántica, porque se trata de saber leer el amor en sus señales.

La soledad nos da miedo, porque en ella caen todas las máscaras. Despierta temor, porque solemos asociarla al vacío y la tristeza... Pero debemos aprender a transitar la soledad. El temor representa simplemente el aflojarse de la tensión después de haber aguantado la presión enorme del ruido de los que nos rodean. Transitar la soledad es un aprendizaje para descubrir el interior habitado y fecundo desde el que somos y vivimos.

El amor no es lo contrario de la soledad, sino una soledad sonora, es decir: una soledad compartida. Nos sentimos asustados por los espacios vacíos de nuestro interior. Y la propia soledad no tiene nada que ver con la presencia o ausencia de las otras personas. En nuestra sociedad, el no hacer nada se teme y despierta la culpa.

¡Nos han preparado para hacer cosas, y muchas cosas al mismo tiempo, a ser posible! Pero para vencer la culpa deberemos hacer las paces con nuestra soledad y aceptarla como amiga, sin asustarnos de sus espacios vacíos, que son las estancias solícitas del amor y la amistad.


* * *


Los textos que componen este libro son fruto de la soledad. Unos vinieron a mis manos, otros resonaron pausadamente en el silencio, otros brotaron al filo de la desesperanza de unos acontecimientos que, como proyectiles, la dureza de lo cotidiano me lanzaba a los ojos.

Pero todos encontraron en mi conciencia un lugar de soledad y de reposo. Un lugar circunstancial, pero no insustancial, un lugar en donde reposar la vida, la Vida. Porque también el misterio me regaló momentos de soledad sonora, de compañía doliente, de espera desesperada.

En algunos me repito, seguramente; son fogonazos, unos más reflexivos que otros, pero que no han perdido el gusto por lo incidental de tantos momentos en que el misterio roza con su susurro el rostro de mi alma. Como Elías en la ruta del Horeb, la montaña del Dios que siempre espera.

Facebook ha sido el instrumento para ir hilvanando el rumor de los días y el diálogo despertado con las personas que me han respondido, me han aceptado con sus «Me gusta» o su «Compartir». Sus voces forman parte, y muy importante, de lo que vas a leer. Voces mudas, seguramente, pero no por ello menos activas, que han ido configurando los textos que, con sus pulsaciones cordiales, han ido brotando en el teclado de mi ordenador.

Una consideración de alcance más personal: el 13 de marzo de 2013 –¡una de mis primeras anotaciones!–, tras la renuncia inesperada de Benedicto XVI, fue elegido papa, por primera vez en la historia de la Iglesia, un compañero jesuita: el argentino P. Jorge Mario Bergoglio, quien quiso ser conocido como «Francisco» en honor al santo de Asís. De modo que estas anotaciones mías en Facebook coinciden en el tiempo con sus casi cinco años de obispo de Roma, que preside en la caridad a toda la Iglesia.

Recogen los últimos cuatro años de mi vida, los más recientes: de 2013 a 2017. Y cada uno de estos períodos anuales los he titulado a posteriori con una frase que sugiriese, en cierto modo, una temática. De ningún modo se ajustan todos ellos al mismo tema. Más bien he pretendido dar a cada período anual un hilo conductor, un subrayado que, como corriente profunda de agua, atravesara todo mi pensar y sentir. Como se puede comprobar, el intento ha sido bastante vano. Se hace imposible creer que hay un solo espíritu que rige todo lo que somos y pensamos.

Los espíritus que habitan nuestra vida brotan tanto del corazón como de la realidad cotidiana, y nos inspiran voces que buscan el eco de la nuestra, la respuesta a su insistencia, un brote de tensión reflexiva que se imprima en un texto vivo, algo que palpite al eco de la música recibida... Y ahí es donde he ido descubriendo el misterio de Dios en lo cotidiano. O mejor: lo cotidiano como lugar teologal en donde la experiencia de la fe se ensancha: inicio y consumación, al decir del maestro, siempre tan lúcido, Andrés Tornos.

Podemos aspirar hacia un saber de Dios gustado y sabroso. Y, si lo descubrimos, alimentamos nuestra vida de todos los días y saboreamos una sabiduría nueva. Entonces seremos como ese árbol que, al estar plantado cerca del agua fresca de la acequia, crece lozano y frondoso y da frutos en su sazón. Hay un misterio oculto en la vida de cada uno al que podemos acceder desde la profundidad de nuestro corazón. Porque solo podemos amar realmente lo que tiene misterio, lo que nos invita hacia la hondura de la vida, hacia las raíces profundas de nuestro ser.

En el amor se nos descubre que lo más nuclear de nuestra existencia no lo podemos manipular, que se nos entrega desde la gratuidad o se nos cierra una y otra vez; y entonces nos vamos a perder lo más interesante, aquello que da brillo a nuestra vida, que nos hace vivir con intensidad. Porque solo al que ama se le pone derecha la columna vertebral.

Iniciarnos en lo sabroso de Dios es un elemento de la cultura del fervor en lo cotidiano, y saborear internamente el amor, gustado desde la pobreza más íntima de nuestro ser, es un ejercicio restaurador. Porque lo hacemos con la seguridad de sabernos en manos de un Amor que siempre es exigente y excesivo.

2013
AMOR QUE SIEMPRE VUELVE

2 de enero

Los que no pueden dar un poco de sí mismos siempre dan muy poco... ¡No se puede reemplazar el corazón por un simple regalo! Cuando un compañero se va, se hace un vacío de silencio a nuestro alrededor. Todo calla menos el corazón... ¡Gracias, amigo, por tu vida entera tal y como fue!



18 de febrero

En el Evangelio, las tentaciones forman parte también de nuestra frágil búsqueda. Dios se va afianzando en nuestra vida en medio de muchas resistencias y engaños. Pero el Espíritu camina con nosotros. Me llamó la atención que Lucas nos recuerda que, a Jesús, el Espíritu «lo fue llevando por el desierto» para ser tentado. El Guía es el Espíritu, y Jesús aprende a «ser conducido», que es lo más importante para nuestra vida. Creo que somos conducidos, como Pedro, a donde no queremos muchas veces... pero así se va cumpliendo lo que Dios quiere de nosotros.


24 de febrero

El vínculo cotidiano entre la fe y la vida tiene que ver, básicamente, con la transparencia. Transparentar la gloria, vivir la Presencia, hacer de nuestras calles un Tabor.



3 de marzo

Paradojas del amor: el símbolo de la zarza es la esterilidad; el de la higuera, la fecundidad. Pero como la zarza que arde, habitada por él, hace fecunda la vida de Moisés, del mismo modo el Viñador cava alrededor de la higuera estéril y le echa estiércol para que sea fecunda y dé fruto... ¡con mucha paciencia!



11 de marzo

¿Quién merece mi confianza? ¿El que se va o el que se queda? ¿De quién tengo que oír: «Este hermano tuyo...»? ¿Por qué me resisto tanto a entrar en el convite fraterno? ¿Escucho en el corazón: «Tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo»? ¿Hasta dónde tengo que perder para entrar en mi profundidad y volver, volver, volver...?



13 de marzo

Elección del papa Francisco: Servus servorum Dei. ¡Amén, que así sea!

Algo sobre el corazón y la fuerza de Dios para convertirlo. Nos disponemos a un corazón «contrito», es decir: estremecido, si nos dejamos afectar por el sufrimiento de los demás, sean semejantes o diferentes, todos próximos. Igual que el corazón se ensancha con la alabanza, se estremece con la compasión. Así se convierte en lugar de culto interior, eucaristía de entrega y proximidad de Dios y de los hermanos. Verdaderamente, «el altar está en todas partes...» en donde ponemos el corazón de carne, regalo del Señor, al arrancarnos el de piedra y darnos su Espíritu.



20 de marzo

Aprender a penetrar en el misterio personal del otro, pero sin querer agotarlo, acercarnos a las aguas mansas de su intimidad sin enturbiarlas, dejarnos sorprender por su misterio... Estos son los requisitos de la felicidad. Se trata de posibilitarle siempre esa comunión esencial con su propio misterio en el encuentro asombrado con el nuestro, participar al unísono del gran don que ambos hemos recibido de Dios: la comunión más esencial con el misterio de la Vida.



23 de marzo

Estoy pensando que, a veces, por nuestra obcecación, no logramos escuchar la palabra ardiente de Jesús en lo íntimo del corazón. Como los dirigentes judíos de su tiempo, nos resulta difícil pensar que, siendo tan cercano, tan humano, pueda venir de Dios... Paradoja hiriente para nosotros: ¿será que, a base de sentirlo tan cotidiano, perdemos de vista su grandeza? ¡Palabras de Vida para siempre!



27 de marzo

En estos días me resuena: «Lo que vieron nuestros ojos, lo que contemplaron, lo que tocaron nuestras manos de la Palabra de Vida». No podemos guardar por más tiempo el secreto, tenemos que hacerlo oír donde aún no ha sido descubierto. Es una alegría y un compromiso: una obligación de transparentar mejor la dulzura de la entrega, el amor que sabe amar, que espera, que sufre... ¿Cómo podremos escribir de nuevo la vida ya vivida?, ¿cómo abrirla a otra visión, a otro derrotero?

Desde Bolivia, una consideración cuaresmal: Jesús va a la muerte por la falta de fraternidad. Como José, a quien sus propios hermanos tiran a la cisterna –símbolo del sepulcro– y venden por veinte monedas de plata... Su túnica ensangrentada, que muestran a su padre Israel, es una memoria eucarística, anamnesis de quien muere para rehacer la fraternidad desgarrada. La túnica sin costuras de Jesús, que no se desgarra, sino que se echa a suertes, símbolo de una humanidad suturada por la gracia del amor y de la entrega.



29 de marzo

El Gólgota: la afinidad del deseo con la muerte se nos oculta siempre; estas son las dos realidades más separadas de nuestra vida. ¿Es la muerte la tumba irremediable del deseo ilimitado del corazón? ¿O hay alguna posibilidad de experimentar alguna forma de muerte precisamente como ruptura del límite del humano deseo? Esta misma experiencia de amor y de muerte, en la que el deseo ardiente nos sitúa como referencia ineludible, siempre me ha hecho pensar que se nos regala en ella un ensanchamiento radical del alma, una capacidad de percepción del amor y del deseo totalmente nueva. Algo así como la noche oscura de los místicos, que es capaz de unir la más radical ausencia con el más ardiente deseo.



1 de abril

Desde San Salvador, tierra de mártires. Vivir la pasión del Señor no es difícil si se está en contacto con los dolientes. Las palabras, los gestos, la voz y el rostro, los cuerpos maltratados... Lo más difícil es contemplar en ellos la resurrección. La fuerza del Compasivo es aquí un grito de deseo ardiente: «Con gran deseo he deseado celebrar la Pascua con ustedes...». ¡Y así hasta hoy!



2 de abril

Desde el grito gozoso: «¡El Señor está vivo!», ya no existe el fin de la historia, porque siempre habrá un nuevo comienzo. Nuestra tarea y misión consiste en descubrir en cada tiempo lo «nuevo» imprevisto, con todas sus implicaciones, y sacar a la luz toda la fuerza inédita de su novedad. ¡Feliz Pascua!



3 de abril

Meditando en el camino de Emaús: ¿cuál es la razón por la que unos ven y encuentran y otros no? ¿Qué es lo que abre los ojos y el corazón? ¿Qué nos falta a los que permanecemos indiferentes, a los que sabemos indicar el camino, pero no nos movemos? La respuesta es sencilla: la presunción de saberlo todo ya, que vuelve nuestros corazones cerrados e insensibles a la novedad de Dios. ¿No nos conmueve en lo profundo que Dios pueda ser tan «nuevo» que quiera encontrarse con cada uno de nosotros?



4 de abril

La Pascua es saborear una experiencia de gracia. Es un desde dónde se vive y se lee la historia, la propia y la del pueblo. La cuestión es: ¿cómo ha ido surgiendo en nosotros, cómo amaneció la presencia de su favor en nuestra vida? ¿Dentro de qué historia, de qué narración vital? ¿En qué momentos de nuestra vida la hemos gustado? ¿Entre qué nubes? ¿Qué novedad se me ha regalado a mí? Y aún más, ¿qué camino me hace recorrer en adelante? ¡Dios nos transforma dándose a nosotros, no al revés! No nos pide que ya estemos transformados para entregársenos. La gloria-amor de Dios, en esta tierra salvadoreña, me sigue susurrando hoy: «Xavier, ¿en qué mundo vives?».



10 de abril

«No temas, yo soy el primero y el último» (Ap 1,17). El que era en el principio, origen sin origen, el Primero y el Último. Es decir: el dueño del tiempo, porque lo ha vencido, lo ha dominado con el poder en su entrega. Liberarnos del temor es su primera palabra tras volver del abismo de la muerte. El miedo es siempre lugar del pecado, sello de la culpa. Por miedo no nos atrevemos a afrontar la muerte y perecemos. El miedo nos paraliza y nos detiene el flujo de la vida. ¿Cuáles son los miedos que nos atenazan el futuro? El Renacido es el que vive y es capaz de transmitirnos la Vida, la plena, la verdadera, la vida abundante de la que siempre carecemos. ¿Le reconoceremos entre los sepulcros en los que le buscamos?



18 de abril

De cada uno de nosotros se dirá: «¡Este ha nacido allí!», como dice el salmo. Realmente, la Pascua nos devuelve a la inocencia del origen: al lugar del agua que espera pacientemente ser removida y darnos su vida. El camino estéril se hace fecundo y vuelve la alegría: «¡Todas mis fuentes están en ti!». Como el etíope en el camino de Gaza, ahora eunuco por el reinado de Dios...



23 de abril

No podemos sustituir a Dios en nuestras relaciones. Estamos sellados por su aliento, cuidados por su amor providente, alcanzados en el centro de nuestro cuerpo de carne, en la frente del corazón. Él sigue siendo el Primero: prioritario en el don, amasador de nuestra arcilla, hecha y deshecha a su gusto. Pero los que nos dañan, a los que a veces dañamos, son también impronta de la luz de Dios, están viviendo de su chispa vital, amando y respirando de su misma corriente de Vida. ¿Cómo no nos adelantamos a defender sus derechos, cómo no nos desvivimos por su vida frágil?



26 de abril

Amo lo que somos en la luz que nos sorprende en la Pascua. Luz de Luz, Icono que refleja el original, no las copias. Que ilumina y destaca lo que vemos, que nos enseña a ver con otros ojos, porque «se nos abren» para una visión nueva de las cosas. Luz nueva en nuestra mirada, en medio de muchas oscuridades egoístas, resplandor del Amor, que nos hace amar lo que somos y lo que los otros nos regalan... ¡Regalo inmerecido que nos hace suyos!



10 de mayo

El Espíritu es aquel al que se invoca –¡Paráclito!– y se siente atraído por la fragilidad. Solo faltan ocho días para que celebremos una nueva invasión de su Fuerza, de su Dulzura, de su Calidez, de su Luz. Nuestra debilidad, nuestra amargura, nuestra frialdad, nuestra noche, le atraen... Pentecostés en tono íntimo e intenso, sin apenas señales exteriores, pero con la hondura del silencio y el contacto de un pie en la arena de mi corazón... Celebro su Huella y el fervor de su paso. Tanto peso cotidiano me abruma algunas veces (sufrientes, amenazados, desconcertados, ¡no desesperados...!). Su contacto es bálsamo y caricia: brisa, viento suave, susurro en el rostro cansado. Como para Elías en el Horeb. ¡Ven, sí, ven a tu Iglesia!



17 de mayo

Leo algo sobre la invasión y hondura de la experiencia de Pentecostés: «Llegan a ser ellos mismos en profundidad cuando se dejan amar por él entre las sábanas del alma» (mejor las sábanas del mundo, ¿no?).



22 de mayo

Estamos tan habituados a lo cotidiano, tan empapados en la rutina de nuestra neutralidad, que se nos hace difícil volver sobre nuestros pasos perdidos. Pero somos los buscadores que son encontrados. Eso somos. Al buscar a Dios nos encontramos fácilmente con nuestro propio reflejo. Creemos buscarle, pero solo damos vueltas alrededor de nosotros mismos, como en una noria. Repetimos los gestos envejecidos y nada descubrimos. Para sensibilizarnos más ante el impacto del Dios oculto en nuestro corazón, ¿cómo cambiar los hábitos, ralentizar el paso, aprender a tocar con mayor delicadeza? ¿No será que tendremos que pensar que primero debemos ser encontrados por el Dios que se esconde? ¿Cómo rehacer de nuevo el talante de la vida?



4 de junio

Poniendo de fiesta el Corazón queremos ser un signo de la implicación de Dios en lo profundo del corazón de nuestro mundo, también él desgarrado por tantos conflictos. Queremos ser signo de la seguridad confiada de su Presencia, de la misericordia y el perdón ofrecido tan generosamente. Porque, en realidad, no se puede comulgar sin haber muerto alguna vez. Solo así nos atrevemos a una vida intensa: en comunión con los desheredados, en amor que duele, en abnegación como superación de lo meramente conveniente, confiando en el cuidado de su Corazón abierto y amoroso. Y en la participación en la muerte del Señor experimentamos su camino de gloria y su vida abundante.



15 de junio

Nuestro corazón se prostituye. Porque, en lugar de estar abierto solamente para Dios y para el hermano, se convierte en un mercado de voces y de demandas. Comprar y vender en lugar de dar y recibir. ¿Para cuándo el rescatar ese lugar de inviolabilidad recogida e íntima? ¿No sabemos reconocer en nosotros la falta de coraje para retirarnos en soledad? El Espíritu, que es el que nos habla al corazón, conoce nuestra más íntima morada. Sabe bien de nuestros otros huéspedes, de nuestra vulnerabilidad ante ellos, de lo fácil que les resulta instalarse allí, al encontrar nuestra casa dispuesta y arreglada. ¿Es nuestro interior morada suya o trono de señores indeseables?



10 de julio

Lo vivido en Bogotá y el consejo de una amiga: «Sé esponja»... El amor empapa y agudiza siempre la mirada y despierta el corazón. Escrutar lo escondido es una obra de quien se hace presente a nuestros más íntimos pensamientos, porque nos quiere. El acoso de Dios sobre nuestra vida es el del enamorado que quiere entrar en lo recóndito de la alcoba. ¿Cómo vivimos el amor que nos sondea, que nos conoce por dentro? La Palabra de Dios es una fuerza de corrupción. Siempre nos busca en lo cotidiano, en el saber tozudo de cada día, para introducir una duda, un interrogante que nos cuestiona y nos altera el orden de las cosas. Es un amigo inoportuno para nuestra senda de infidelidades consentidas, para nuestro contentamiento egoísta. ¿Cómo no dejarle que desmorone nuestras buenas razones, nuestra inútil esterilidad?



31 de julio

Celebrar san Ignacio como una fiesta, pero también desde una aguda experiencia de los verdaderos límites, nos sobrepasa: desborda tanto la conciencia de nuestra opción como de nuestro pecado y nos reconcilia, porque nos revela el gozo de no ser nada y de ser queridos sin nada y como esa nada. Esos son los momentos de orar desde la pobreza amada, comunicada sin egoísmo, expresada desde el despojo de nuestra sensibilidad, recibida y otorgada como una invitación a la sencillez y al desasimiento. Esa seducción de nuestra pobreza es la que nos hace beber en la fuente de un gozo mayor: el de sabernos aceptados así, sin ninguna grandeza que nos revista, rendidos al amor, que nos sitúa siempre fuera de nuestros propios límites, confiados y seguros: «Tomad, Señor, y recibid...».



2 de septiembre

Entre tantos tambores de guerra en Siria también con él seremos capaces de vencer, en medio de tanta amenaza y sufrimiento de los pequeños. La muerte no tiene ya la última palabra, porque el Viviente se la ha arrebatado al volver de la tumba. Vencer con él es nutrirse de nuevo, recuperar el derecho a comer del árbol de la Vida. Aquel del que ya no cuelga ninguna prohibición. El paraíso está abierto aquí, entre nosotros, pero es un terreno liberado del miedo que el Amor nos ha abierto en el corazón. ¿Nos haremos capaces de resistir hasta la sangre para aprender la obediencia de la paz y recuperar la dignidad original?



7 de septiembre

En esta hora de amenazas para Siria muchos nos preguntamos: «¿Es posible seguir otro camino?». El papa responde con firmeza: «Sí, es posible para todos». Francisco ha indicado la cruz como lugar donde se puede leer la respuesta de Dios: «Allí, a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte. [...] Sal de tus intereses, que atrofian tu corazón; supera la indiferencia hacia el otro, que hace insensible tu corazón, vence tus razones de muerte y ábrete al diálogo, a la reconciliación; mira el dolor de tu hermano y no añadas más dolor, detén tu mano, reconstruye la armonía que se ha perdido, y esto no con la confrontación, sino con el encuentro. ¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad».



18 de septiembre

Nuestro bienestar cuelga de manos encadenadas que lo sostiene. Los signos del amor están dispersos y escondidos en toda la historia y precisan de una mirada enamorada para saber apreciar las huellas, orientarse por rastros muy sutiles, que no todos saben captar. Hace falta una mirada de lince y un olfato de sabueso para explorar las quiebras de humanidad ante un Dios encarnado que se nos muestra en la carne y en la debilidad y desaparece de nuestra vista cuando le escrutamos en los signos del poder y del prestigio.