Kitabı oku: «Detrás de la máscara. Vol I», sayfa 3

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Ajena a toda la barbarie y desolación que había destruido el mundo, estaba la persona que era la esperanza que mantenía al joven doctor vivo, sus ganas de volver a verla le habían dado la fuerza suficiente para luchar.

Expulsada de su vida para así centrarse en intentar que el resto del mundo tuviera una oportunidad, nunca dejó de pensar en ella, había sacrificado su felicidad por salvar a la humanidad habiendo fracasado en ambas. Su obsesión por mejorar siempre se había impuesto egoístamente.

La recordaba con cariño, un amor que nunca se rompería, un deseo que jamás se apagaría, era magnífica, su inteligencia siempre le dio cierto miedo, sintió lástima cuando no dedicó su gran potencial a la ciencia empírica, despreciándola con fervor, culpable: su asombrosa e inexplicable fascinación por el pasado.

Recordaba aquellos días de juegos infantiles en el extenso campo, una piel tan suave y blanca que le dejaba sin habla con solo rozarla.

En las noches de verano donde la luna brillaba con intensidad, esta se reflejaba en su maravilloso y terso lienzo, concediéndole un brillo espectral, un precioso cuerpo que parecía sumamente delicado, de una fina porcelana, que contrastaba con aquella oscura e intensa cabellera pintada del mismo color azabache que sus profundos ojos.

La suya no era una belleza que abrumara nada más verla, lo que la hacía especial, era su esencia y ganas de vivir, las cuales hacían que todo ser de su alrededor la adorara profundamente, anhelando impregnarse de su aura o la odiara por no poder poseerla de la forma deseada.

—Iremos, colega, espera a que se recupere e iremos a por tu motor.

—Gracias, te quiero, tío, necesito saber si está…

—Calla, está bien seguro, es una tía lista, además si está donde crees…

Desde que escaparon, Charles tenía clara una cosa, su objetivo era encontrarla y sabía por dónde empezar, el camino sería largo y duro, pero los dos brillantes «cerebritos», tenían recursos para todo, en especial para adaptarse y sobrevivir.

Esperarían en un lugar lejos de los Bgul a que «saco de huesos», que resultó ser una mujer, asiática, quien había recorrido un largo camino hasta llegar al campo, motivada por la engañosa propaganda de un mundo nuevo y que bajo su aspecto débil y enfermizo había sobrevivido a las mayores atrocidades que pudieran imaginar, se recuperara un poco de sus heridas.

Lewis la conoció una noche en uno de los pasillos del sub-búnker. Ella buscaba una salida al infierno en el que vivía y él daba un paseo para poder conciliar el sueño.

Con el tiempo, todas las noches, se buscaban, cada vez pasaban más rato en compañía, con promesas de salir juntos y vivir una nueva vida, aquello les mantenía ajenos a todo lo que sucedía alrededor.

Nunca hablaban de sus «misiones» en el campo hasta que una noche, ella apareció magullada, sangrando y semidesnuda, ahí fue cuando el ingenuo doctor descubrió las atrocidades que se estaban cometiendo contra aquellas mujeres en nombre de la «perpetuación de la especie».

—Parece que se despierta.

Los dos miraban atónitos a aquella mujer, la habían vestido y calzado con lo que encontraron por el camino; de repente abrió los ojos tanto, que sus rasgados y oscuros ojos formaron dos limones.

Tumbada en el suelo, con un hombre a cada lado, su mirada se fijó en Charles, sus ojos reflejaron el terror más atroz que el doctor había visto nunca, parecía que intentaba gritar, pero de su garganta solo salió un agudo graznido; asustada, giró la cabeza, su mirada se clavó en los ojos azules de Lewis, las cuencas se le volvieron blancas, volviendo a desmayarse.

—Joder, tío, eres tan feo ¡que se ha desmayado! —Los dos estallan en sonoras carcajadas.

—Pobre, ha tenido que ser horrible…

—Lew —le dice, colocándole una mano sobre el hombro—, saldrá adelante, todos lo haremos…

Pasaron dos días en una cabaña abandonada, hicieron cálculos, llegando a la conclusión de que podrían estar en alguna parte del centro de Europa o tal vez en el sur, casi en España, el objetivo estaba claro: su camino estaba fijado donde quiera que ella estuviera, la encontrarían, pero por el momento, tenían un destino incierto, aunque la esperanza invadía sus corazones, tenían la certeza de que todo mejoraría, habían sufrido tanto que era hora de equilibrar la balanza.

—Lo poco que sé de ella, es que tiene una habilidad asombrosa para librarse de los grilletes, una noche la sorprendí vagando por los laboratorios, la seguí en «modo espía» y la observé estudiando meticulosamente los pasillos, dibujaba planos mentales para escapar, todas las noches esperaba a verla salir de la sala de…

—¿Por qué nunca me dijiste nada, tío?

—C., sabes que no podíamos hablar sin tener oídos y ojos por todas partes, o ¿acaso pretendías que te pasara una notita y arriesgar su vida y las nuestras?, además, no sabía lo que les hacían hasta que me lo contó, eso fue dos días antes de que todo se fuera a la mierda, siempre creí que se trataba de métodos diferentes… —Lewis deja caer una densa lágrima por su mejilla.

—Tranquilo, está bien —Charles lo abraza—. Nadie podía imaginarse que aquello estaba pasando a tan solo dos paredes de nuestro laboratorio, de todas formas, no podríamos haber hecho nada y lo sabes.

—Me odio por haber vivido en mi ignorancia felizmente, nosotros nos quejábamos de las condiciones, el trabajo, la falta de todo, mientras ellas…

—Ya está, no puedes o más bien no debes martirizarte con eso, pensemos en el presente y en el futuro, ¿ok? —Char les lo mira, mientras sonríe de forma comprensiva para tranquilizarlo.

Ambos se entendían perfectamente, sabía por qué nunca le habló de aquella mujer, tenía miedo a que les escucharan y que a ella le hicieran daño o algo peor, las «fértiles», (como se definían a las mujeres usadas «para la perpetuidad de la especie»), eran algo importante, un medio para un fin determinado, no se les permitía hablar entre ellas, no podían mirar a sus violadores, pocas veces las alimentaban lo suficiente, las enfermedades se las comían con rapidez, maltratadas y vejadas, algunas se suicidaban de las formas más escabrosas, otras, las más fuertes, nunca sabían con seguridad cuál sería el día en que la vida llegaría a su fin, el personal del campo lo denominaba el «pabellón de los horrores», sin realmente saber con certeza lo que aquella sala albergaba, los bebés que conseguían nacer vivos eran alimentados con lo que hubiera, rara vez las madres sobrevivían al parto o después producían leche para que sus hijos salieran adelante.

Algún día, la mujer a la que habían salvado les contaría qué pasó allí, dónde estaban los niños que habían sobrevivido a la barbarie, cómo ella logró sobrevivir tanto tiempo a aquella tortura y lo más extraño, cómo logro sobrevivir a la masacre a la que todas fueron sometidas.

«Le observé detenidamente, tenía una expresión tierna, compasiva, era un gran tío, me fijé en que la mujer dormía plácidamente, con la cabeza apoyada en su pierna, mientras él, le acariciaba el desquebrajado y fino cabello, me sentía orgulloso de lo que aquel hombre había hecho, nunca se rindió, nunca pensó en abandonarla, tal vez yo no hubiera podido hacerlo.

Las manchas que creíamos eran de peste, resultaron ser en realidad magulladuras muy profundas, de diversos colores, comprendí horrorizado que no solo las sometían para como ellos lo llamaban: el «bien de la especie», sino que sufrían abusos de todo tipo, sentía un gran alivio por estar lejos del horror, pero a la vez me daban pánico las profundas heridas que no se veían y tarde o temprano aflorarían por los poros de nuestra piel.

No hablaba mucho, el miedo había calado profundamente en su alma, sus ojos reflejaban el tormento que vivía constantemente. Había logrado salvarse gracias a que se liberó de las cadenas para hacer su ronda de exploración buscando a Lew, cuando un estruendo la sobresaltó, se escondió en un arcón congelador que había en un laboratorio cercano; al volver, vio la masacre y se desmayó. Al abrir los ojos lo vio a él, creyó estar delirando, pero en realidad aquella mirada del color del cielo, le dio la oportunidad de vivir».

Diario de Charles TESMIN

El sueño y el hambre eran los dueños de sus cuerpos. Charles cerró los ojos, pensaba en ella, conocía toda la historia de su vida, las pequeñas cicatrices que adornaban su cuerpo dejando constancia la feliz infancia que habían tenido, tenía fe en que estaría a salvo. «El mundo la necesita, seguro que está bien».

Las últimas noticias que tuvo de ella habían sido algo extrañas, tenía miedo de no volverla a ver nunca más, cada vez que pensaba en ello un nudo le apretaba la boca del estómago, en el fondo quería tener esperanza, necesitaba volver a tenerla entre sus brazos, sin ella, su vida carecía de sentido. «Idiota, tantos años».

5

Pocas habían sido las veces en que había salido fuera de su laboratorio, desde que la contrataran, no necesitaba nada más; allí era feliz, sobre todo después de la gran decepción que le supuso la desaparición de su arrogante «doctorcito», y la agria sorpresa que le brindó el imbécil de Jamsi.

Unos meses le hicieron falta para pillarlo in fraganti con el director del museo en uno de los baños, una imagen que no lograba que desapareciera de su mente ¡y lo había intentado concienzudamente!, a base de destruirse muchísimas neuronas con tequila estándar de pub.

Sumado a ello, los rumores anteriores basados en que su inmerecido ascenso se debía a un «favor» que hizo a una importante documentalista, que sin profundizar en el mundo del chisme se resumirá en una palabra: cuero.

Las contundentes negativas de él, junto a la asombrosa capacidad de manipulación y la incredulidad de Shamsha habían hecho un pastel de consistencia casi perfecta, cada vez que lo recordaba, se sentía sumamente estúpida por haber creído la palabra de aquel miserable enano cabrón, para esto invirtió unas horas en la ingesta de una generosa cantidad de alcohol barato, acallar los reproches clavados con chinchetas recordatorias en las paredes de su cerebro que ponían en letras bien grandes: «TOOOONTAAA», no era tan fácil.

Desilusionada de nuevo con el amor, decidió aislarse en su laboratorio, centrándose en sus investigaciones, con los únicos amores que merecían su confianza, que siempre habían estado a su lado y nunca le habían fallado: sus maravillosos libros...

«Me siento tan vacío sin ella».

Charles exhala con fuerza.

—Ehhhh, ¿Qué pasa C., otra vez con la de los libros?, tranquilo, tío, ¡la encontraremos! —le espeta Lewis con los ojos cerrados y una tímida sonrisa dibujada en la comisura de los labios.

«Sé que me quería demasiado para quitarme la esperanza de encontrarla, sentí cómo su boca no decía lo que realmente pensaba, recuerdo el dolor de sus palabras clavadas en mi corazón, no era justo que la quisiera para mí de nuevo, pero dentro de mi egoísmo la fe de que estuviera viva y volverla a ver hacía que quisiera seguir en este mundo».

Diario de Charles TESMIN

—Tío, te has vuelto un «moñas», ¿has hablado con ella? —Charles mira a la desconocida y luego a su amigo.

—No, creo que no está preparada, mañana nos largamos de aquí y que hable cuando quiera, nada de presiones, está mucho mejor —Lewis, con los ojos cerrados, apoya la cabeza encima de sus manos, cruzadas tras de sí.

Abrió los ojos mirando fijamente a Charles, dejando entrever unos perfectos dientes a la vez que intercambian una mirada cómplice.

—Descansa socio, mañana será otro día, si fuera la de los libros caería rendida a tus pies, jajaja.

—La de los libros, no es tan simple como tú, jajaja.

6

El tiempo pasó rápido. Llevaba tanto tiempo encerrada y era tan feliz que no sabía cuántas semanas o meses habían transcurrido, no necesitaba nada más, aquel sótano tenía todo lo que deseaba.

Mohosos y malolientes libros, que le daban todo el cariño y la vida que demandaba, los trataba con sumo cuidado y mimo, ellos eran todo lo que pedía para ser feliz.

Pero bajo esa coraza, sabía que le faltaba algo, se sentía incompleta, aquellos ojos verdes estaban grabados a fuego en el fondo de su mente, no se iban nunca, siempre la miraban una y otra vez con una ternura que la hacía tambalearse, intentaba pensar, distraerse y vivir inhibiendo ese recuerdo que insistía en volver una y otra vez, su cuerpo perdía fuerza con solo sentir aquella mirada, luchaba con ímpetu contra ellos, pero siempre terminaban por ganar todas las batallas.

—Maldita sea, Sham, ¡ya basta!, es un imbécil y… y… ¡un rarito!

El peor momento del día era cuando se tumbaba en la cama y cerraba los ojos, lo temía, su mente reproducía fielmente aquellos halos color esmeralda como si de un escaparate se tratara, la envolvían y hechizaban de tal forma que se agotaba antes de intentar ni tan siquiera luchar en una intensa batalla contra su razón.

……….

—¿Dónde estará? Bah, es un idiota, tú estás mejor aquí. Además, tú no eres una rara —Shamsha habla mirando al techo empedrado de su habitación.

Con el paso del tiempo, desarrolló tal pasión por aquellos muros, que se olvidó de las relaciones humanas, centrándose en sus amigos de papel podrido y en las paredes de cristal insonorizado que los protegían. Pasaba tanto tiempo inmersa en esa cueva que, sin darse cuenta, perdió toda relación con la realidad.

Inconscientemente, desarrolló agorafobia, tan solo contaba con veintiocho años y no necesitaba nada más que lo que se encontraba en el interior de aquel oscuro sótano, llegando a obsesionarse tanto que empezó por instalar una enorme cama para no tener que irse a casa cuando terminaba su jornada.

Poco a poco iba trayendo más enseres, ropa que colocaba en una de las numerosas habitaciones que allí había, utensilios y pequeños electrodomésticos de cocina hasta llegar a formarla en una de las habitaciones que antiguamente se había dedicado al cometido, para el que ahora servía de nuevo. Una versión mejorada de la estancia totalmente equipada: un sillón, cosas de aseo, juegos de mesa...

Shamsha permanecía ajena ante todo lo que sucedía en la superficie, hacía ya un tiempo que se había internado en el laboratorio.

Había convertido aquel sótano secreto de un antiguo palacete en su nuevo hogar, la parte visible era como cualquier otro museo, con la peculiaridad de que el conde al que pertenecía anteriormente, tenía una vida un poco peliaguda en cuanto a tendencias sexuales se refiere.

Phillip C H III, mandó construir numerosas cámaras secretas en el sótano, todas conectadas en una parte central que ahora eran los laboratorios subterráneos (y la cocina, su dormitorio, el cuarto de baño, etc.), unidos en una galería que daba a una única salida conocida, dotada de una seguridad extrema.

El epicentro de aquel escondido tesoro se hallaba un enorme jardín interior con luz natural (donde Shamsha había plantado algunas frutas y hortalizas), que provenía de un techo insonoro y camuflado para los viandantes.

Situado a varios metros de altura desde fuera, asemejaba ser el suelo del patio exterior, perfectamente mimetizado, invisible desde fuera, visible desde dentro, le fascinaba ver cómo la gente paseaba sobre él sin saber que ella disfrutaba de la paz de su huerto.

Se creía que el pozo situado en mitad del jardín fue el motivo por el que el conde compró el edificio antes de derrumbarlo y construir su palacete allí. Numerosos estudios databan al pozo de una época mucho más antigua que el resto de la construcción anterior, de hecho, el pozo fue protegido y se mantuvo intacto.

Cuenta la leyenda que el conde, mandó levantarlo allí con un pretexto falso, puesto que visitó por casualidad el semidestruido edificio y se obsesionó por comprarlo hasta casi perder la cordura.

Por las pinturas que se encontraron hechas por él, las malas lenguas decían que en el pozo había visto un ser brillante del que se enamoró perdidamente, escondiéndolo entre los muros de su fortaleza para que nadie pudiera quitarle aquel hermoso amor platónico.

Un día sin más, el misterioso conde desapareció, nadie supo más de él, nunca encontraron ningún resto o pista que llevara a su paradero, al no tener herederos, los familiares decidieron vender todas sus pertenencias y el palacete donarlo como museo para exponer algunas de las obras del conde y así intentar sepultar casi al completo su recuerdo y las habladurías que lo acompañaban.

La leyenda continúa en que su obsesión era tal con el ser que vio en el pozo, que un día se lanzó a su interior para buscarlo, donde se ahogó en las profundidades, volviendo cada cierto tiempo con su amado ser para pasear y admirar toda su obra…

A Shamsha todas las historias fantásticas le fascinaban, estaba encantada de formar parte de una leyenda, no había pruebas de nada, excepto los lienzos que quedaban en el museo, lo que en un principio era su lugar de trabajo, se convirtió en un hogar en el que estaba tan cómoda que no necesitaba salir desde que su huerto dio frutos, dejó de establecer cualquier tipo de contacto con el exterior y si por obligación o imposición de su jefe tenía que ver la luz del sol, intentaba que fuera el tiempo mínimo imprescindible para contentarlo.

«Miserable, cornuda con hombres y mujeres y encima expulsada de cualquier oportunidad de ascenso por ese cerdo impresentable, algún día el karma te devolverá todo lo que nos has jodido a todos».

Diario de Shamsha MENPER

7

En esos dos años que pasó semi aislada del resto de la humanidad sucedieron muchas cosas, el mundo cambiaba a pasos agigantados, numerosos fueron los intentos de cambios que los Gobiernos pactaban para luego en secreto no cumplir ninguno de los acuerdos, las grandes empresas eran realmente las que gobernaban el sistema y, por supuesto, proteger el planeta en que vivían no era prioritario, lo importante era como siempre ha sido y siempre será el salvaguardar los intereses económicos privados.

Poco a poco el mundo había lanzado advertencias a la raza humana, lluvias escasas, casquetes polares desapareciendo, olas de calor extremo, aumento de nivel del mar, disminución de ríos y pantanos…

Todo ello fue gradualmente sucediendo, los pequeños «toques de atención» del planeta eran silenciados, hasta que, de forma drástica, en escasamente un año, las lluvias dejaron de existir, el calor se volvió extremo, ríos y océanos descendieron de forma radical, las especies vegetales morían y las animales les seguían muy de cerca en el tiempo.

Las enfermedades eran lo más común en la raza humana sumado a la lucha sin reglas ni conciencia por los recursos, no había distinción entre hombres, mujeres o niños, todo aquel que no fuera uno mismo era un enemigo, alguien que podía arrebatarte una lata, una fruta podrida o una de las últimas botellas de agua, que ya nunca volverían a rellenarse.

Al principio, y como siempre, el mal de unos es el enriquecimiento de otros, los precios se inflaron de manera desorbitada, los recursos médicos eran un lujo al que solo un pequeño porcentaje de la población mundial podía acceder, el mercado negro de alimentos era un negocio enriquecedor para las mafias, las leyes dejaron de existir, los encargados de hacer cumplir la ley y mantener el orden también tenían hambre y sed; ante esas dos necesidades no satisfechas, el honor y el respeto a los demás, quedaban a un lado muy apartado de sus valores.

La escasez de alimentos era extrema y la situación estaba fuera de control, era demasiado tarde para la raza humana; había muerto un sesenta por ciento de la misma y los que sobrevivían se encargaban de aniquilarse entre ellos.

……….

Aproximadamente corría el año 2074…

Como de costumbre, al comenzar su día, Shamsha cogía agua del pozo y regaba su huerto.

—Qué extraño…

Se introdujo un poco más dentro del agujero del pozo, observó que algo raro sucedía, el nivel del agua había descendido considerablemente, aun así, no le dio demasiada importancia, quedándose extrañada al probar el agua, esta era más densa, tenía un sabor diferente y además le pareció ver un reflejo en el fondo, cosa que achacó a que seguía dormida.

«Creo que se me está yendo la cabeza, ¡despierta!, joder, cada vez me cuesta más despejarme, será que me estoy haciendo mayor…

¿Qué extraño?, Shamsha, hace mucho tiempo que no ves al pesadito de Jamsi, puede que haya encontrado a alguien y te deje por fin en paz, pero…, ¿tampoco le interesa llevarse los logros de mis descubrimientos? ¿Lo habrán ahogado por fin en un baño de látex? Es muy extraño que no haya venido a tocar las narices…

¿Dónde estará el dichoso móvil?, hace tanto tiempo que no sé nada de él, puede que también me haya abandonado por aburrimiento, ¿desde cuándo eres tan aburrida y solitaria?

Creo que mi hígado se ha regenerado totalmente desde que acabé la universidad, ¡qué tiempos aquellos!

¿A qué día estamos? Joder, hace tanto tiempo que no echo un polvo que creo que se me ha reconstruido el himen…».

Fue al baño, se miró al espejo. No recordaba el tiempo que llevaba sin hacerlo, pero…

—Pero… ¡Joder!, ¿esto es bigote?, y… ¡¡vuelvo a ser uniceja!!, ¡madre mía no quiero mirarme otras partes!

»¡Ok Shamsha!, se acabó, vas a ducharte y quitarte todo el pelo de tu cuerpo hasta que te veas la blanquísima piel que te caracteriza… Espera un momento…, ¿por qué me tengo que quitar esto?

¡Pues no pienso quitármelo!

Vale, en definitiva, se te está yendo la pinza…

Después de un largo rato de ritual de belleza, se dio cuenta de que no era un cañonazo de tía exuberante, pero poseía una esencia que hizo que se enterneciera con su reflejo, hacía mucho tiempo que no veía a ningún ser humano.

—¡Valeee, estoy chalada, me he emocionado al ver a una persona!, a mí… —Busca el comunicador móvil impaciente, lo enciende—. ¡Mierda!

Al no acordarse de las mil contraseñas que tenía el aparato, tardó un rato en recordar que con los sistemas de reconocimiento tal vez iría más rápido.

—Dichoso aparato, siempre igual…

Ninguno de los sofisticados sistemas de reconocimiento funcionaba: el de retina, voz, facial, aliento…, tendría que volver al pasado y acordarse de las contraseñas.

Probó con todas las contraseñas que siempre utilizaba, estaba empezando a desesperarse cuando de repente, el holograma de bienvenida apareció tridimensionalmente pisando la pantalla, Shamsha se asustó.

—Buenos días, Shamsha, hacía mucho tiempo que no nos veíamos, ¿qué tal todo?, tu ritmo cardíaco está algo acelerado, por lo demás, estás un poco falta de vitamina D, veo que has recuperado el hierro que te faltaba hace un año….

Los comunicadores móviles tenían la opción «despertador con chequeo», le pareció que fue ayer cuando aquella cosa le dio los buenos días, recordándole las carencias de minerales que había en su sangre.

—Bueno, sí he recuperado el hierro —Shamsha habla para sí misma de forma irónica.

Tras el chequeo, aquel simpático holograma de un hombre de mediana edad, bien parecido y con agradable voz le saludó efusivamente, le dijo el día y la hora como si le hubiera leído el pensamiento y supiera que se encontraba totalmente desubicada.

—Pero…, ¿qué dice esto?, seguro que está roto, la humedad o algo…

Le asestó pequeños golpes, pensando que así lo arreglaría, no daba crédito, deseó que tuviera algún fallo, aunque en el fondo de su mente sabía con certeza que lo comunicadores no fallaban nunca.

Intentó acceder a sus cuentas de correo, redes sociales, etc., le resultó extraño que no hubiera ningún tipo de red, eso la tranquilizó, cabía la posibilidad de que estuviera defectuoso.

—Vamos, neuronas, volved a ser amigas, porfi… Ehhhh, ¡joder, es mi cumpleaños!

El hombre de su teléfono volvió a salir de la pantalla, esta vez con una tarta de cumpleaños y empezó a cantarle una canción de felicitación; fue entonces cuando las esperanzas de que estuviera roto se disiparon levemente.

Si era correcto, llevaba allí abajo autoencerrada casi un año, la única luz natural que había recibido era la que entraba por su preciado jardín. Se giró a observarlo orgullosa, lo miraba atónita, embelesada, poseía una belleza y un magnetismo que atrapaban, podía pasar horas y horas admirando aquel lugar, tenía algo extraño, casi mágico.

De repente, un escalofrío le recorrió la espalda al mirar al techo y recordar que existía un mundo fuera de aquellos gruesos muros, estaba ahí arriba y para su desgracia tendría que volver a él.

El miedo a salir se había convertido en su carcelero, la invadieron sudores fríos de pensar en que iba a ver gente, el espacio abierto, las relaciones sociales, Jamsi…

La tristeza devoró su sistema sin previo aviso, los enormes ojos negros dejaron de ver nítidamente, amargas lágrimas brotaban al exterior, jugaban a las carreras por sus mejillas, mientras recordaba que hacía mucho tiempo que se había enfadado estúpidamente con su madre, no sabía nada de su familia, Charles…

«Mi hermana… ¿habrá entrado en cólera al no saber nada, ni controlar mi vida?, mis amigos, ¿estarían preocupados?, ¿cómo habrían sido sus vidas sin mí?, ¿alguien se habrá dado cuenta de que he desaparecido? Tranquila, Sham, seguro que el chisme este está roto, ya sabes lo que te pasa con la tecnología…

Charles, lo echo de menos, imbécil egoísta, joder, qué bueno estaba, seguro que es un supercientífico, casado con una supercientífica, tienen una supervida…

Bah, pero seguro que ahora tiene barriga y está mayor, sí, seguro… Vale, Sham, a quién quieres engañar, seguro que está buenísimo, ha conseguido el Nobel y sigues enamoradísima de él como una imbécil, algún día te lo encontrarás y tendrás que mirar a su perfecta familia con una falsa sonrisa, total, era un tarado, qué más te da…».

—¡Vuelve a la realidad, Shamsha Menper! —Shamsha camina de un lado a otro sin rumbo—. Venga, venga, venga, tú puedes, ¿ok?, solo es gente, cabrona y sucia gente, pero seguro que hay más, mami, quiero ver a mamá…

Tenía tanto miedo que a punto estuvo de no coger el ascensor que le llevaba a la planta principal, cientos de personas la observarían, juzgarían, tocarían, echarían sus gérmenes, todas a la vez; respiró hondo para calmarse, los grupos de visitantes gritando por todo el museo, profesores con cientos de niños, pero lo peor sería algún colega que intentaría con sucias técnicas de manipulación emocional, entrometerse en su «no aburrida» vida, el ascenso a los infiernos…

Llamó al ascensor, la puerta se abrió, no se lo pensó, estaba decidida, echaba de menos a su familia, sus amigos, una cerveza bien fría y tenía que saber algo de él por mucho que le doliera…

—Joder, ¿qué coño hago?, ¡no puedo, no puedo! —Shamsha habla consigo misma en voz alta.

El mero pensamiento de estar en un espacio abierto ante cientos, tal vez, miles de personas hacía que le temblaran las piernas. Apoyada contra la pared, se agachó hasta sentarse en el suelo abrazando sus rodillas protegiendo su cabeza entre ellas, en posición fetal se encontraba protegida, pero sabía con certeza que no podía permanecer así de por vida.

Hecha un ovillo en un rincón de aquella caja de metal y grueso cristal, sudada y temblorosa, con la respiración forzada para intentar inhalar el máximo aire posible, había pasado el reconocimiento de aliento, retina e introducido los códigos, solo le quedaba apretar el dichoso botón para subir, pero sus extremidades no le hacían caso.

Le faltaba el aire, inspiraba profundamente y espiraba con lentitud, esa técnica siempre le había funcionado para mantener la calma, tenía que mantenerse firme y con fuerza antes de que llegara a la superficie y la tomaran por una trastornada, que, en cierto modo, no iba a autoengañarse, era verdad...

Alargó el brazo y pulsó el botón, lo recogió rápidamente para volver a abrazar sus piernas con fuerza, sintió cómo la máquina se ponía en marcha observando los muros de piedra a través de las paredes transparentes que formaban la estructura.

Segundos que se le hicieron escasos, sintió cómo frenaba, el estómago le dio un vuelco, quería ponerse de pie, pero sus piernas no respondían, las puertas se abrirían de un momento a otro a menos que no volviera a pulsar el botón de bajada; fue una idea fugaz que traspasó su mente a la velocidad del rayo, luchó contra ella, dejando que sucediera lo que no podía evitar más.

Apenas unos segundos la separaban de que las puertas cedieran, el ascensor vetado al público, las cerraría con avidez tras de sí y bajaría a su guarida a salvo de toda aquella gente, abandonándola a su suerte.

Lo primero que vería aparecer sería el majestuoso hall con altos techos abovedados, decorados con frescos de colores vivaces, cambiaría el maravilloso olor a moho de su querido sótano por un aire fresco y contaminado que no había echado nada de menos.

Casi podía oír el latido de su corazón, parecía que iba a abrírsele camino a través del torso para largarse a correr una maratón con un corte de mangas a modo de despedida, recriminándole el trabajo forzado al que lo estaba sometiendo, las piernas le temblaban de tal forma que podía oír el choque de sus rodillas, cada poro de su blanca piel sudaba de forma copiosa, tenía la camisa llena de cercos, el oscuro pelo que siempre llevaba recogido por primera vez en mucho tiempo jugaba despreocupado en libertad, apretaba tan fuerte el móvil que se encontraba en su mano, que no tenía claro el no partirlo en dos antes de salir de aquella caja.

—No subas en los ascensores comunes, no, no, no, solo los estúpidos actúan como si fuera natural que alguien invada tu espacio vital por no esperar un minuto más o negarse a caminar, renunciar a la soledad…, Desviar la mirada o… ¡no!, sentir el aliento, el calor que desprende el aleatorio acompañante que me toque… No, no, no, ¡las escaleras! —En un estado de nervios, Shamsha se recrimina en voz alta.

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