Kitabı oku: «La Mentalidad De Éxito De Los Grandes Líderes», sayfa 2

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INTRODUCCIÓN

“Si tienes tanto talento, ¿por qué no eres rico(a)?” He oído variaciones sobre este tema muchas veces a lo largo de mi vida, siempre con un matiz de reproche o de burla absoluta.

El mensaje es claro: talento significa éxito; éxito significa riqueza. Que el éxito pueda tener muchos otros componentes normalmente no cuenta para dichas opiniones. De hecho, a menudo me he preguntado acerca de mis propios logros: tengo muchas habilidades, y algunas de ellas me han servido bastante bien. Pero si el éxito se mide en ganancias monetarias, un salario de 6 cifras, un Rolls Royce en el garaje y una cuenta bancaria importante, ¡definitivamente no me encuentro dentro de ese terreno! De acuerdo con ese modelo, no lo he “conseguido”.

Una conclusión de lo anterior es el comentario, “Si eres tan rico(a), ¿por qué sigues trabajando?” De nuevo, el supuesto es que una vez que lo “has conseguido” y has amasado suficiente dinero, deberías tumbarte con un Margarita en una hamaca en la playa y ver la vida pasar. De hecho, es bastante popular ensalzar los méritos de retirarse pronto, con algunas personas destacadas retirándose en la veintena, la treintena o la cuarentena.

¿Es eso éxito?

Donald Trump dijo “El dinero nunca fue una gran motivación para mí, excepto como una forma de llevar la puntuación; lo verdaderamente excitante es jugar el juego”. Estoy totalmente de acuerdo. Muchas personas en la sociedad actual evitarían esta observación por ser engañosa; pero, de hecho, el dinero es solo un medio para un fin y únicamente es válido como tarjeta de puntuación. Esto podría validar perfectamente el punto de vista de los cínicos de que si uno tiene talento, la “tarjeta de puntuación” debería reflejarlo. Pero se perderían un excelente punto contenido en la cita anterior: la excitación inherente a jugar el juego.

Nuestras vidas se han plagado de una sobrecarga de información, proyectos a completar, actividades extracurriculares y calendarios de trabajo exigentes. Somos bombardeados constantemente con todo tipo de promociones, anuncios de televisión, sitios de redes sociales, ofertas de correo directo y seminarios en línea, todos ellos ostensiblemente diseñados para mejorar nuestras vidas. “¡Consigue todo lo que puedas!” anuncian; “Gana más dinero!“ “¡Alcanza las estrellas!” “¡Sé todo lo que puedes ser!” “¡Rompe tus propias barreras!” proclaman a bombo y platillo. Por supuesto, muchos de estos programas están basados en una buena investigación científica y son, sin duda, legítimos. No son los programas en sí mismos los que han de cuestionarse; es su enfoque.

Escribí este libro para divulgar mi percepción de que el éxito es mucho más que dinero y riquezas. La verdadera riqueza es la vida en sí misma: salud, amigos, lazos familiares, conexiones, serenidad. Estos elevan el espíritu humano y personifican cualidades de gratitud por todos los aspectos de la vida. Todo aquel que ha superado la adversidad y ha salido indemne, incluso mejor tras haberla soportado, se dice que es rico más allá de la avaricia. Eso es el éxito.

Todos poseemos dentro de nosotros los ingredientes de la grandeza. Esto no es una proclamación vacía, otra afirmación a recitar mientras estamos retorcidos en una misteriosa postura de yoga. Es más que un pensamiento positivo. Es una verdad inmutable: los seres humanos tenemos la capacidad de alcanzar alturas enormes como embajadores y facilitadores del progreso, la tecnología y la mejora de la especie humana. Por supuesto, existen muchos impedimentos para la consecución de la grandeza, si bien uno de los más insidiosos puede comprenderse gracias a un solo principio: una mala actitud, la ceguera a las riquezas de la vida, la incapacidad de admitir o reconocer el éxito como la representación de la totalidad de la vida, tanto de las dificultades como de los triunfos.

El antídoto es un cambio de paradigma.

Capítulo 1
Cambio de paradigma
Qué es éxito – Y qué no lo es

Éxito es una de esas palabras manidas que se ha convertido en un término comodín en nuestro léxico moderno para denotar cualquier cosa, desde un ascenso laboral deseado hasta los logros deportivos del equipo de fútbol favorito. El significado vinculado con mayor frecuencia a la palabra es una gran cantidad de dinero caído del cielo que se traduciría en la consecución de todos nuestros sueños. La riqueza y el prestigio simbolizan el éxito, tal vez debido a la impresión de que se ha realizado una gran hazaña, y los recursos económicos deberían representar dicho logro. Después de todo, ¿cuál sería el sentido de crear un arte excelente o de luchar para subir en la escala social de una empresa si las recompensas económicas no fueran parte del juego final?

Creo que el concepto del éxito ha de reevaluarse. ¿Fue van Gogh un éxito? No, de acuerdo con los estándares actuales. Luchó por vender sus pinturas, estaba deprimido, tenía un comportamiento errático y murió pobre. Sin embargo, su trabajo se expone y es admirado en algunos de los museos más prestigiosos del mundo, y sus pinturas alcanzan sumas increíbles en las subastas. ¿Qué ocurre con el expresidente Jimmy Carter? ¿Se podría etiquetar como un éxito? Fue el líder del mundo libre en un momento brillante y luego se retiró a una vida mundana de filantropía construyendo casas para los pobres y los desfavorecidos.

Famosos de Hollywood, magnates de Wall Street, incluso muchos políticos podrían poblar las páginas de prestigiosas revistas por su influencia en la cultura, su perspicacia financiera o su savoir faire en los negocios. Representan una forma de éxito que hemos llegado a reverenciar, admirar o tomar como ejemplo. Como sociedad, hemos sido adoctrinados en los preceptos del materialismo y el éxito como los símbolos de una vida bien vivida. La riqueza en sí misma parece ser el código del éxito.

Caída en desgracia

Adoramos a los famosos. Los ponemos en un pedestal, merecidamente o no. Su único mérito para la fama podría ser una película que recaudó millones de dólares o haber conseguido el mayor número de goles. De hecho, nos vemos sumamente sorprendidos cuando una de estas celebridades es agarrada con las manos en la masa en un complot, o incluso peor, en un delito.

Me estoy acordando de un famoso en el campo del golf, Tiger Woods. Guapo, realizado, con talento, con una esposa extraordinariamente bella e hijos adorables. Se vio envuelto en ciertas actividades extracurriculares desagradables y, como cabría esperar, su mujer se divorció de él en medio de un escándalo público y vergonzoso, muchos de sus patrocinadores cancelaron sus contratos con él y perdió una parte importante de su fortuna anterior. Y lo que es peor, su popularidad sufrió gravemente. Solamente puedo imaginar que a su autoestima no le iría mejor.

Los jugadores profesionales del balón pueden reclamar salarios obscenos, son adulados por las masas deslumbradas por las estrellas y considerados como parangones del éxito. Son entrevistados por periodistas importantes, aparecen en las portadas de revistas famosas y son recompensados por los patrocinadores con contratos de marketing que los promocionan aún más y utilizan su imagen como emblemática del producto que están anunciando, asociando subliminalmente su éxito con el producto que representan. Raramente nos paramos a pensar y a reflexionar sobre su carácter. Si una de estas celebridades apareciera en las noticias por haber dado un paso en falso, y no digamos por un delito flagrante, los medios se movilizarán inmediatamente para cubrir los eventos que rodean el acto, analizando los posibles motivos, debatiendo si bastaría con una disculpa pública, y poniendo bajo los focos al (a la) infractor(a) y sus peccadillos ad nauseam. Recordemos la amplia cobertura televisiva durante meses del juicio por doble asesinato de O. J. Simpson. ¿Qué tenía él que mereciera tanto escrutinio? ¿Por qué al público le enamoraba tanto cualquier detalle morboso de su juicio por asesinato? Sí, en el pasado había sido un famoso jugador de fútbol americano, y había aprovechado su fama para aparecer en programas deportivos como comentarista de televisión, así como en algunas películas olvidables. ¿Es eso lo que consideramos como éxito?

Parece que la mera consecución de un cierto grado de fama – o tal vez notoriedad – nos empuja a buscar jugosos chismes en la vida de esa persona. Las páginas de las revistas del cotilleo están llenas de historias sobre peces gordos fatuos de Hollywood o Wall Street, y cada detalle de sus vidas aparece en los medios para que a todos se les caiga la baba. Y, como sociedad, obligamos a ello. Los titulares de las revistas existen precisamente porque el público los demanda.

Dichas celebridades no son las únicas en tomarse libertades con sus valores personales. Parece que la fama y la riqueza, los fans adoradores, el prestigio y la adulación son billetes para un sentido decadente del bien y el mal. Si esto es cierto, la pregunta obvia es ¿por qué? ¿Cuál es la conexión entre la acumulación de bienes y la gloria y la renuncia a los principios básicos? ¿Es ese el precio que pagamos por las trampas de lo que hemos llegado a asociar con el éxito?

La razón por la que veneramos a los famosos es porque deseamos disfrutar indirectamente de parte de su éxito – o de lo que creemos que es el éxito. Si compramos ese precioso vestido que vimos llevar a Angelina Jolie, o si adquirimos ese Cadillac, entonces también seremos sexy y glamurosos, y se nos podría contagiar algo de la mística de Matthew McConaughey. Nosotros también nos sentiremos deseables y populares. Si utilizamos ese aftershave o bebemos esa marca de cerveza, también nadaremos en la piscina de la seducción y del prestigio. Nos podemos imaginar escuchando un bonito tema de jazz con sus notas flotando a través de las paredes mientras fantaseamos entrando en una sala elegante vestidos con un elegante smoking, con todos los ojos puestos sobre nosotros, y las mujeres reclamando una simple mirada de soslayo en nuestra dirección.

¿Es eso éxito? ¿Tenemos tan poca autoestima que necesitamos correr tras espectros?

Hemos de reconsiderar a las personas o causas que admiramos como nuestros héroes. Tenemos que preguntarnos si son merecedores de la celebridad que les concedemos. Caemos rendidos ante los mensajes subliminales de la publicidad, mientras que raramente examinamos la vida interior o los motivos de los objetos de nuestra adoración (de hecho, ni los nuestros propios) o las contribuciones que hacemos – buenas y malas – a nuestras propias vidas y a las vidas de los demás.

La generación del “Yo” no ha desaparecido del primer plano, suplantada por una generación menos autocentrada, más magnánima. La generación del “Yo” simplemente se ha metamorfoseado en una Generación Y, una Generación X o en los Millennials - una especie que permanece en la continuidad de seguir lo que hace sentir bien, lo que es oportuno ahora mismo, siempre centrada en el mantra interior de “¿en qué me beneficio yo”.

La búsqueda de uno mismo

¿Cómo podemos pasar de una actitud egoísta, autocentrada de consumo a una más holística y saludable? ¿De verdad, ocurre algo con el espíritu y el deseo de acumular? Las respuestas podrían no ser autoevidentes.

Los humanos hemos evolucionado para vivir en grupos, y eso implica un grado considerable de cooperación entre los miembros. Buscar ser el Número Uno y el consumismo evidente son elementos insanos de nuestra sociedad actual, ya que estas actitudes no impulsan la cohesión del grupo. De hecho, hacen lo contrario: impulsan la división y la competición. Estas actitudes implican precariedad: si tú comes una comida copiosa, no habrá suficiente para mí.

Tal vez piense que esto no es un problema. Los humanos ya no vivimos en cavernas y no necesitamos cazar animales salvajes en grupos, ni vigilamos por la noche para que la tribu no sea devorada por jaurías de perros merodeadores. Tal vez piense que nuestra evolución nos ha llevado a un estado de avances tecnológicos que han mitigado nuestra necesidad de los demás, de la compañía que nos protegía en los antiguos tiempos. Quizás crea que ahora que somos más ricos y que nos podemos permitir nuestros juguetes, ya no necesitamos pensar en los demás del mismo modo, o que si vamos a la iglesia todos los domingos, eso debería ser suficiente “sociedad” para cumplir una semana más.

Algunos de nosotros somos voluntarios y empleamos nuestro tiempo en conseguir juguetes y entregarlos a niños enfermos en hospitales; otros ofrecemos nuestro tiempo periódicamente para ayudar en la biblioteca; otros hacemos voluntariado de muchas otras formas - y pensamos que con eso es suficiente. Creemos que hemos cubierto las bases, que hemos ejercido nuestras obligaciones cívicas.

No es suficiente con cantar mantras o ayudar a servir una cena de Acción de gracias en el comedor social local. Hemos de reevaluar la pregunta fundamental de qué significa esto para el ser humano. Por supuesto, el concepto ha pasado a un segundo plano ante los más acuciantes problemas de nuestros días - y ahí está el problema.

Aún con todos nuestros avances tecnológicos, seguimos siendo humanos. Nuestra biología predomina en todo lo que hacemos, pensamos o soñamos. No podemos escapar a nuestros impulsos primordiales, ni podemos pretender haberlos superado.

En estas páginas, examinaré las cualidades del éxito. Su tarea como lector es identificar lo que el éxito significa para usted. Ciertamente, el éxito no significa lo mismo para el Dalai Lama que para Elon Musk. Solamente después de identificar la personalidad y las necesidades propias, podremos ir al paso siguiente y comenzar a formular las etapas necesarias para lograr dicho éxito. Si no sabe lo que el éxito significa para usted, ¿cómo sabrá si lo tiene? Yogi Berra parafraseó un concepto avanzado por Laurence J. Peter en El principio de Peter (The Peter Principle): “Si no sabes a dónde vas, probablemente termines allí.”

Así pues, está claro que han de darse ciertos pasos para definir el éxito antes de poder lograrlo – o incluso reconocerlo. Es necesario realizar trabajo. Ha de cruzarse el abismo entre la fantasía y la realidad. Tanto si sueña con tener tiempo para cuidar de los pobres como con ganar un millón de dólares y retirarse a los 30, el proceso es el mismo. Se requiere diligencia, compromiso y disciplina – las verdaderas características de la personalidad que los grandes triunfadores tienen en abundancia.

Capítulo 2
Continuum de un concepto elusivo
El éxito no es un objetivo

Como dije anteriormente, el éxito en sí no es un objetivo, aunque muchas personas viven su vida como si tuvieran que ganar un trofeo. El éxito es un concepto efímero, un continuum, un viaje. El éxito está compuesto por aspectos interrelacionados de un modelo intangible.

Definamos en primer lugar el éxito en términos generales. El éxito es la consecución de un fin, un objetivo alcanzado, un resultado logrado, el desenlace de un proceso perseguido. Esto puede resultar vago y quizás un poquito nebuloso, pero volveremos a ello más adelante. Existen muchos matices del éxito, desde un modelo empresarial para conseguir que una organización aparezca en la lista Fortune 500 hasta logros más efímeros de la vida como hacer amigos o casarse. El diccionario Merriam-Webster lo define como “el hecho de obtener o conseguir riqueza, respeto o fama”. Continúa con “consecuencia, resultado favorable, y la consecución de riqueza, favor o eminencia”.

Claramente, el éxito llega en muchos sabores, y es definido de forma diferente por diferentes personas que buscan diferentes resultados. No todo el mundo busca el mismo resultado: un clérigo podría desear alcanzar un nivel de relevancia que le concediese el favor del Papa; un profesor podría desear la titularidad de su puesto; un modelo podría considerar el éxito como perder un kilo y medio; mientras que el éxito para un cabeza de familia podría ser deshacerse de sus deudas.

Teniendo en cuenta estas diferencias, ahondemos en algunos de los componentes de este concepto elusivo.

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Yaş sınırı:
0+
Litres'teki yayın tarihi:
11 haziran 2021
Hacim:
80 s.
ISBN:
9788835424314
Telif hakkı:
Tektime S.r.l.s.
İndirme biçimi:
Egri va To'g'ri
Народное творчество (Фольклор)
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