Kitabı oku: «Un fin de semana con la esposa de mi amante», sayfa 2
Empecé a recordar cada minuto de esa noche y me dije: «¿Quién es este hombre?».
Será que Paulo Coelho tenía razón cuando mostró en su libro, La bruja de Portobello, que si un hombre, que no conocemos en lo absoluto, nos llama hoy por teléfono, charlamos un poco, no insinúa nada, no dice nada especial, pero aun así nos presta la atención que realmente no recibimos por nuestra actual pareja, somos capaces de acostarnos con él esa misma noche relativamente enamoradas. Y, es que, somos así, y no hay nada de malo en ello; es propio de nuestra naturaleza femenina: abrirse al amor con gran facilidad.
Después de tanto tiempo de leer este párrafo, entiendo que sí tenía razón, porque no solo fue su conexión, sino que estaba también en la necesidad de encontrar a un hombre que no fuera mi esposo, aunque me convirtiera en su amante. Un amante que volviera despertar lo que despertó Ernesto anoche.
Y la necesidad hace que los ladrones no sean tan culpables. «Adiós, culpa, disfrutaré de esta semana». Sonreí.
Llegó Ernesto con unos shorts, sandalias y una bolsa en la mano.
—Te traje un bikini. Vamos a la playa.
Me sonreí nuevamente y con un beso le di las gracias. Caminamos, fuimos a la playa y en un restaurante frente al mar hablamos de negocios. Era todo exquisito, excelente. El clima estaba delicioso, con unos treinta grados y, junto con el viento del mar, hacían el ambiente perfecto.
Al llegar la noche subimos a la azotea de aquel penthouse en Punta Cana. Ese lugar es uno de los destinos turísticos más hermosos y reclamados del país por sus grandes variaciones de hoteles con el «todo incluido», pero lo que lo hace sensacional son sus hermosas playas. La playa es un buen ejemplo de maravillosa costa tropical con blancas arenas y cristalinas aguas azules, rodeada por numerosas palmeras. En esas aguas se pueden practicar todo tipo de deportes acuáticos, como snorkel y buceo, pudiendo explorar el mayor arrecife de coral de toda la isla, de unos 30 km de extensión. Además, se puede realizar un circuito en barco con fondo de cristal en el que se puede observar el arrecife.
Estábamos en un penthouse, en la azotea, y mientras Ernesto se bañaba preparé dos almohadas, un vino y dos copas. La vista eran la luna y las estrellas. Quería cerrar con un broche de oro aquel fin de semana en Punta Cana.
Acompañados de esa hermosa noche, más la sensacion de tenernos el uno al otro. Tirados en el piso mirando al cielo, contemplamos aquella luna y celebramos el encuentro de nuestras partes.
Ernesto comenzó a hablar con voz de plenitud.
—Estamos locos. No pensé vivir tanto en tan poco.
—Tampoco yo me hubiese imaginado una noche tan especial con un desconocido.
—Mi amor, ¿dónde estabas? —me preguntó Ernesto.
—Estaba ocupada, pero no sé en qué.
—¡Qué encuentro, amor, el de nosotros sin planearlos!
—Tienes razón, Ernesto. Al restaurante al que fui esa noche no era al que tenía pensado ir. Y a Santo Domingo tenía planes de venir el próximo mes. Pero todo pasó así.
—El destino te pone personas frente a ti, y no precisamente con un traje de gala. La vida, el universo, te ponen lo extraordinario, en frente de ti. Está en ti si tomas ese amor o lo dejas ir.
—¿Cómo nos damos cuenta de que sí es amor?
—Concéntrate en darle la oportunidad a que tu energía fluya, en cómo habla, en cómo miras la persona que esta en frente de ti.
—¿Sabes? Agradezco a la vida por corresponder a la invitación de la felicidad.
Se acercó más a mi y me besó.
—¿Sabes, mi reina? Anoche, el rato que pudimos dormir, fue como un sueño mágico, porque al sentirte a mi lado era como si nos perteneciéramos. Sentir tu calor, tus suspiros, el latido de tu corazón con el mío, eran como un volcán a punto de entrar en erupción; tus delicadas manos sobre mi pecho, tus piernas enlazadas con las mías. Fue el sueño que no tenía desde hace años —dijo Ernesto.
—Yo dormí de la misma manera, como si estuviera en el paraíso, sin miedo a nada.
Se dice que tienes mejor sueño y puedes dormir la noche completa si estás al lado de la persona correcta.
Volteé y lo miré, con mis grandes y hechizantes ojos, los cuales conteplaban los de mi otra parte, y le pregunté:
—¿Qué es esto? ¿Cómo se llama a lo que sentimos en tan poco?
—No tengo una definición, mi reina, pero sí sé que esto es amor.
—¿Lo crees? —sonreí con picardía.
—Estoy seguro, o explícame cuántos besos van después del primero. —Él sonrió—. Amor, todo lo que declaré será manifestado.
—Hablando de declaraciones, ¿crees en Dios? —pregunté .
—Sí. No solo creo, lo conozco.
—Y esto que estamos haciendo, ¿está mal? Siento que somos amantes inocentes de lo que sentimos.
—Sí, está mal, de eso estamos conscientes.
—¿Podría Dios escuchar la oración de dos amantes?
—Oremos —dijo Ernesto.
Mientras volvíamos nuestro rostro al cielo, decíamos: «No somos dignos de hablarte, pero aquí estamos sabiendo que somos pecadores. Solo queremos agradecerte por ponernos en el camino. Y que nos perdones por sentir esta energía sobrenatural tan fuerte; al final queremos ser dirigidos por tu camino. Amén».
—¿Crees que Dios escuchó a estos dos amantes? —pregunté.
—Dios no tiene acepción de personas . Cuánto me hubiese gustado encontrarte en otra circunstancia y ser feliz en los estatutos de Dios. Eres la mujer perfecta para mí, pero qué tarde te conocí.
—Ernesto, nunca es tarde para amar y cumplir con los estatutos de Dios.
A pesar de ser una pecadora , tenía un cierto temor a un ser supremo. Lo sorprendente de esto es que ambos sentíamos el mismo fervor hacia Dios, aunque nuestras almas estuvieran descarriadas.
Estaba a punto de terminar otra noche, donde la luna y las estrellas se hicieron las anfitrionas. Se terminó la botella de vino, se terminó el deseo de hablar, el deseo de preguntar; ahí fue cuando las estrellas brillaban más que nunca. Empezó su cuerpo frío por la noche a calentar como el mío, empezaron sus ojos marrones claros a llenarme todo mi cuerpo, empezaron sus manos a acariciar las mías, empezaron nuestros corazones a latir rápidamente. La noche estaba a nuestro favor, y el universo conspiró para abrazanos. Nos pusimos de pie y bailabamos; empezó a nublarse y una nube de lluvia cayó sobre nosotros, pero bailabamos, bailabamos al ritmo de la noche. Dos extraños bailando bajo la lluvia convirtiendonos en amantes al compás.
Dos extraños bailando como si se conocieramos de toda la vida, como si en una época pasada hubiesemos estado juntos y ahora nos hubieramos reencontrado. Mientras bailabamos nuestros cuerpos estaban más y más cerca, la sensación de su suspiro era maravillosa, era un exquisito éxtasis. Nuevamente empezamos a besarnos, y ese beso volvió a llevarnos a lo prohibido. Pero para nosotros era la gloria.
De esos momentos pasamos muchos días y noches juntos de esa última semana, aún regresando a Santo Domingo. Ya casi se acercaba la hora de su partida; estaban llegando las horas de volver a la realidad. Ya en la madrugada él partía a su destino, con su vida, y en dos días yo a la mía. Era difícil dar tanto en una semana y perderlo así, de repente.
No sabíamos si nos volveríamos a ver o qué pasaría con nuestras vidas. A Santo Domingo, desde ese día, la llamé «la ciudad del reecuentro», y no cualquier reencuentro, sino el de dos almas que se reecontraron teniendo sus parejas, pero sí, sabíamos que eramos mitad. En la comida del día anterior, mientras estábamos en el bar del hotel en el que él estaba hospedado, volví a mirarlo, pues era mi parte favorita al estar junto a el: mirarlo. Le comenté:
—Estoy segura de que eres mi otra parte.
—¿Por qué lo piensas? ¿Qué es para ti la otra parte?
—Según la leyenda, en la antigüedad, no había tantas personas como ahora, y creo en la rencarnación, en una vida después de la muerte. Confirmo que con lo que nos pasó en este poco tiempo, y ese amor que resurgió, no es normal ni una casualidad. Tuviste que ser parte de mi existencia en una vida pasada.
»Cuando una persona muere, según la leyenda, su alma se divide en dos mitades: una masculina y otra femenina. Y solo cuando se siente un amor inmediato, ese brillo en los ojos cuando me miras confirmó que eres mi mitad.
»Y nos basta con saber que ambos somos felices. ¿Hay días que te has sentido triste y no tienes idea de por qué? En ese momento tu mitad está pasando por una mala situación. Tu alma gemela, que esta en alguna parte del mundo, necesita un abrazo tuyo.
»Entonces es cuando la desesperación de encontrar a la otra parte se apodera de nosotros, y, aunque tenemos una pareja, no nos sentimos llenos, porque sabemos que no es nuestra otra parte. Y es ahí cuando empezamos a buscar el amor en otras almas.
—¿Cómo sé que eres mi mitad?
—A ver, Ernesto, ¡mírame! ¿Qué sientes?
—Siento que mis ojos se mezclan con los tuyos.
—Ahora, ¡bésame! ¿Qué sientes?
—Siento que tu mundo está ligado al mío.
—Ahora, ¡abrázame! ¿Qué sientes?
—Que somos uno y que tú eres mi otra parte.
—Listo, es todo lo que quería escuchar. ¿Y sabes qué es lo más increíble? Que para volver a juntarnos pasamos hasta más de cien reencarnaciones. Pero hoy estás aquí.
—Nos encontramos, mi amor, nos reencontramos.
Si las demás mujeres supieran que, aunque pasen desengaños, decepciones o malos amores, nunca deben dejar de buscar el amor verdadero… No importa que te digan «puta», no importa que te digan «cuero». Este es el objetivo principal: que vinimos a este mundo a encontrar nuestra otra parte.
Pero ese día teníamos la última cena con mi amiga Yani y su hermano Frank, el cual preguntó:
—¿Qué tal si vamos a la discoteca?
—Lo siento, pero en unas horas me voy y prefiero estar con el amor de mi vida. Hasta el último momento —respondió Ernesto.
—Guau. Es determinado, el niño —respondí.
Llegó el momento en el que empezó a caer la madrugada.
—Amor, ya en unas horas me voy. ¿Qué tal si hacemos cositas ricas? —rió Ernesto.
—A ver, ¡mírame! Ahora, ¡bésame! Ahora, ¡abrázame! Ahora, ¡quítate la ropa! Ahora, ¡quítame la mía! Ahora, haz lo que quieras conmigo.
Y empezamon a sudar nuestras pieles y el placer crecía, y, mientra estaba más adentro, no nos dejabamos de mirar, ni de besar. Era algo más grande que todo, eramos nosotros, eramos uno.
Dormimos un rato.
—Mi amor, ya llegó la hora de irme.
—No, jamás te irás sin que yo te lleve al aeropuerto.
—Amor, pero son las tres de la mañana.
—No importa, es mi última noche, son mis últimos segundos a tu lado.
Aunque tenia tristeza en los ojos, intentaba ser fuerte para no llorar. ¿Cómo es que algo tan mágico podía durar tan poco? ¿Cómo es que ya era hora de volver a la realidad? Hay que renunciar a un amor que no sabemos si volveremos a ver.
Mi amiga me acompañó a llevarlo al aeropuerto , yo estaba muerta de sueño. No te digo de amor, porque no sé si me podrás entender.
Quizás eres de las que piensan que en una semana no puedes sentir lo que alguien no te hizo sentir en años.
Llegamos al aeropuerto.
—Hasta pronto, mi amor —dijo Ernesto—. Fueron las mejores vacaciones de mi vida. Lamento tanto irme.
—No te preocupes, mi amor. He aprendido que el verdadero amor permitirá que cada uno siga su propio camino, sabiendo que este jamás alejará a las partes.
Tenemos que tener paciencia y seguir nuestra vida normal, sabiendo que, más pronto o más tarde, estaremos juntos.
—Mi amor, la otra parte no es egoísta contigo. Si es tu amor verdadero, te deja ser y terminar tu jornada. Continué.
—Dirás, amor , que podemos ahora llegar con nuestras respectivas parejas, y, aun así, esperarnos.
—¡Claro! No podríamos llegar y decir: «Te voy a dejar, porque encontré mi mitad». Sería romper un corazón.
—Lo importante es que ya sé que mi otra parte está en Suiza. ¿Y si nos olvidamos en el camino?
—Siempre serás mi mitad y ya te había conocido. Basta con que las partes hayan sentido un amor tan intenso como el que vivimos en nuestro reencuentro, y ya este justifica el resto de la vida.
—Eres increíble, mi amor.
Me dió un beso mientras sus manos se separaban de las mias y las lágrimas nos caían a ambos. Era como despegar de raíz un árbol.
—Vamos, Yani. ¿Lista para volver a mi realidad?
—Lista. Nos vamos a Suiza.
—A Suiza.
Agradecí a la vida el momento en el que me presentó mi mitad.
CAPÍTULO 2
Llegamos a Suiza, de regreso a casa, a volver a observar la manera reservada en la que viven los suizos. Amo eso de ellos, y tambíen su cultura, política, democracia y economía. Algo que siempre he amado tambíen de los suizos es su sonrisa y su manera de vestir. Visten bellísimos, superelegantes; pues, ¿cómo no?, si la mayoría son banqueros.
Al llegar al aeropuero de Zurich mi esposo me recibió, feliz por verme. Yo también le dije que lo extrañé.
Volviendo a mis rutinas, mis negocios de cosméticas, estar en una página web todo el día, sin números de pedidos. Pero, gracias a Dios, mi negocio está creciendo y planeo este próximo año llegar a los dos millones de francos suizos.
Por años he enseñado a las mujeres a ser líderes de ella mismas, a tener su propio negocio, a dejar de correr en la carrera de las ratas, a que luchen por sus sueños, a que atraigan lo que aman. Que, si alguien les preguntara: «¿En qué mujeres se quieren convertir?», respondan: «En una exitosa mujer». No solo es querer, se trata de poder y ponerse en acción. Lanzarse, tomar riesgo, que se sientan dignas de todo lo que merecen.
Recuerdo que, cuando era adolescente, todos los días me encerraba en casa a soñar adónde quería llegar, aunque no supiera cómo o cuál sería la manera, pero todo lo que mi corazón anhelaba lo atraía. Es por eso por lo que atraje a mi esposo, aunque no sabía cuál era la manera de hacerlo. Pero me dijo: «Ven a hacerte grande en Suiza», y acepté. Era la única oportunidad que tenía para cambiar el rumbo de mi vida y la de los míos. Y aunque muchas digan que mi oportunidad en la vida fue diferente, pues mi esposo es un hombre millonario, para llegar a él tuve que atraerle con mis pensamientos: el deseo de triunfar y ser grande. Y ya, cuando la oportunidad estaba, me ha tocado trabajar duro para conseguir lo que quiero y no me detendré hasta lograrlo.
Este es mi matrimonio: tranquilo y favorable. Pero no estoy con mi otra mitad. «¿Qué otra mitad?, ¿si estás con la persona que te ha hecho ser quien eres?», preguntarás.
Entiendo que hay personas que llegan a tu vida por un tiempo para bendecirte y llevarte a otro nivel de vida, o para enseñarte experiencias razonables de la vida. Y aquí se viene a ser feliz. Hay matrimonios en los que ya no hay ni un poquito de amor y, por miedo al que dirán, permanecen en una vida sin amor; quieren ser leales a un mundo donde la hipocresía es la diosa, y desleales a ellos mismos.
En lo que no estoy de acuerdo es en apagar una luz para encender la mía.
Aunque en este momento mi parecer ha cambiado, pues estoy enamorada de otro. Y si solo fuera de otro soltero sería más fácil, pero enamorada de otro que es de otra es distinto. Sabía que Ernesto, por ahora, no era para mí y ambos teníamos a nuestras parejas. Dos vidas, dos familias, dos corazones que podrían quedar rotos si se enteraban.
Es por eso por lo que acepté ser su amante y vivir con él un par de horas. Ya tenía mi decisión, aunque no despertara con él en las mañanas, aunque a veces no nos pudiéramos escribir porque estábamos con nuestras parejas, acepté vernos a escondidas, acepté mentir, acepté escuchar mentiras que parecían verdad.
Aparte de mi esposo, tenía una razón más por la cual despertarme, tenía ánimos de seguir la vida, pues en otra parte del mundo estaba el hombre de mi vida.
¿Que si me sentía la segunda? ¡No, qué va! Él también era el segundo en mi vida, y estaba dispuesta a serme fiel a mí, aunque significase serle infiel a otros. Siempre he sido arriesgada, siempre me he lanzado por lo que amo. ¿Por qué no arriesgarme por la mitad de mi vida? Aunque esté en este juego, tenía miedo de que al final no se decidiese por mí. Pero no importa, lo intenté. Habría vivido un amor de días, pero me estaba arriesgando a un sufrimiento de años.
Él no era mío, yo tampoco de él. Lo nuestro era temporal, éramos un préstamo voluntario de momentos inolvidables que quizás podría durar la vida entera.
Decidimos iniciar nuestra relación extramarital. Los que lo hubieran sabido se hubieran enojado con nosotros, si la sociedad doble moralista que tenemos se hubiese enterado, nos hubieran crucificado. Pero el amor era más grande; nos amábamos. Cuando estamos juntos es una combinacion. Donde no existen términos ni condiciones, es magia, es algo más que amor. Es pasión, es no poder estar el uno sin el otro, éramos adictos a nuestras pieles. Podrías, en este momento, imaginarte que andas caminando en un desierto y tienes mucha sed, tanta que, si no tomas agua, podrías morir. Y de la nada ves un pozo y cuando te acercas es solo un espejismo. Y tienes más sed y más necesidad de tomar agua, pero de la nada aparece un personaje en medio de aquel calvario que vives y te dice: «¡Toma! Es agua fresca y limpia». Tú, con ansiedad, agarras la jarra y te la tomas sin parar, sientes como que tu vida vuelve a ser. Lo curioso aquí es que él no sea el personaje que me dio el agua, sino que él es el agua fresca y limpia que le dio vida a mis días de rutina.
Y, aun así, me dices que lo deje. Sí, soy su amiga, acompañante, cómplice y nos amamos. Sí, tuvimos la suerte de encontrarnos y hubo una chispa que ambos no sentíamos en nuestros hogares.
Disculpe, sociedad.
Disculpen, esposos.
Pero seguiremos.
¿De verdad estoy segura de que quiero ser la amante?
¿De verdad estoy segura de que quiero entrar al mundo de momentos, donde somos ignoradas por la sociedad y en el que si quedamos embarazadas a nuestros hijos los llaman «bastardos»?
Al mismo tiempo, me acepté. Por amor no me importa lo que diga el mundo; solo que no quiero que nadie sufra, es por eso que decido hacer todo a escondidas con él.
Estando frente a mi computadora, con una taza de chocolate que me encanta, recibí un email de una vieja amiga, Mady, la cual toda su vida ha vivido en el lugar de amante. Y, por confianza, yo quería saber cómo se debía comportar una amante.
Abrí la bandeja de entrada.
Asunto: Las reglas del juego de amante.
Leny, hace unos días me preguntaste cómo se compotan las amantes. He aquí parte de mi respuesta.
¿Estoy loca? ¿Cómo es que soy señora y quiero saber cómo se comportan las putas amantes, para tratar de entenderlas? O sea, ¿para tratar de enterderme a mí misma?
¿Qué debemos hacer las amantes?:
El sexo debe ser el número cero: siempre dispuestas, nunca indispuestas; siempre sexi nunca insexi; siempre bellas, nunca feas. Aprendernos el Kamasutra completo. Y darles todo lo que ellos, supuestamente, dicen que les falta en sus casas.
Mantenermos intactas, reclamar menos y darle más amor; tanto, si es posible más que él nosotras mismas nos tenemos.
Arreglarmos hermosas, cuidarnos más, ir al gym, tratar siempre de que ese hombre nos vea como un arte.
Ser sus cómplices, los ayudamos a ganar el juego.
Entenderlos.
Motivarlos en sus proyectos.
Respetarlos, aunque nosotras no sintamos el mínimo respeto por nosotras mismas.
Darles su espacio.
Mostrarles cuánto nos importan, cuánto merecen. Llenarles su ego, aunque luego se lo bajemos con nuestra indiferencia y frialdad.
El truco está en enamorar tanto a estos hombres que ellos pongan en tela de juicio su matrimonio.
¿Qué no debemos hacer las amantes?:
La regla está en no emanorarnos, pues cuando lo hacemos no solo perdemos, sino que caemos en una especie de hechizo, así que no debemos tener múltiples encuentros y mucha comunicación para no caer en las garras del amor.
No usar perfumes mientras nos acostemos con el hombre.
No enviar al hombre a su señora tarde.
No exigir compromiso.
No pasar nunca por donde ella está. Tratar de no molestar a esta fiera, si queremos una relación prolongada.
No ser tóxicas, esto incluye la regla de oro de no ser celosas ni exigentes, pues no podemos arriesgarnos a ser cambiadas.
No regalarle nada. A los hombres casados no se les regala.
No tomar todo a pecho, si no, tendrás grandes problemas.
Jamás debemos mostrarnos dominantes o directas, sino más bien utilizar el placer como estímulo para jugar un poco con sus emociones.
Si cumplimos con todos estos requisitos, al hombre no le importará si somos presentadoras de televisión o si somos bailarinas; él solo quiere sentirse apapachado, rescatado.
Si ves estas cualidades de una amante, dirás: «Pero tiene una esposa que lo hace de igual forma».
Sin embargo, el simple hecho de tenerla segura y no ser prohibida, una amante le lleva ventaja.
¿Qué sentimos las amantes?:
Emoción: «¡Hoy lo voy a ver!». «¡Ay, me escribió!».
Adrenalina. Esa sensación cuando él te dice: «Mi amor, te mando un beso rápido, que viene mi esposa».
Felicidad. Solo al pensar que él existe y en lo que vivieron juntos sueltas a carcajadas.
Tristeza. ¿Sabes que el amor es sufrido? Sí, sé a lo que me enfrento, cuando queremos estar junto a ese hombre y no podemos.
Realidad. Aunque hayamos encontrado el amor, tenemos los pies sobre la tierra y sabemos que ese hombre es de otra.
Certeza. Siempre estamos con la sensación de que sus esposas nos llamarán.
Nuestra parte oscura:
Permitimos que ese hombre tome todo de nosotras hasta dejarnos sin nada.
Permanecemos con ellos por miedo al cambio.
Ellos nos ayudan bastante económicamente. Y sin ellos sentimos que no podremos seguir.
Sufrimos por tener un amor a medias.
Nos enfocamos tanto en una puerta cerrada que ya no vemos si hay un príncipe azul.
Las enseñanzas de Mady fueron interesantes para convertirme en una amante profesional.
Lo que no me gustó fue la parte oscura de esta.
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Sufrimientos y miedos de una amante:
En las fechas importantes que no están con nosotras.
Tenemos miedo a ser reemplazadas, aunque sabemos que esto es temporal.
Nos juzgan solo por amar. Sabemos que seremos desaprobadas por la sociedad.
Tipos de amantes:
Las primeras som por las cuales nos dan el nombre de «amante», aquellas que seducen y provocan al hombre de una manera que, aunque este parezca totalmente fiel, su objetivo es sacarlo de su zona de confort; y a pesar de su resistencia están seguras de que gritan «¡Sedúceme, por favor! Quiero vivir algo diferente».
Por otro lado, existen aquellas otras que están necesitadas de amor, pero que no se conforman con los hombres solteros, sino que son adictas a los hombres comprometidos.
Existen las que, aun siendo superfemeninas, tienen la osadía masculina y conocen todas las técnicas de los hombres, sus puntos más débiles; les prestan toda la atención necesaria que nunca tuvieron, les plantean las soluciones a los problemas, son bellas, con modales graciosos y llenas de coquetería. Son un profundo mal que produce bien.
También están aquellas que se muestran totalmente vulnerables y que, aunque vivan el riesgo de ser desacreditadas y señaladas, son recompensadas por esos hombres al mostrarles su abnegación y devoción. Ellas saben que el hombre, aunque siempre parezca ser fuerte, depende de una. Pero no de una que muestre todas sus cartas al iniciar el juego, sino de una con aire de inocencia, pero, a su vez, perversa y sensual.
Existen las que les llaman «cuero sucio», «chapiadora»; aquellas que les dicen que su trabajo es sastifacer a sus hombres. Total, no les interesan; solo quieren pasar el rato, porque ellos nos pagan bien.
Otro tipo de amantes son las que admiran a los hombres por su trabajo y su manera de ver la vida, y eso les impacta.
Existen las amantes desleales, que le quitan el novio a la madre, a la hermana, a la amiga. Estas son las más diabólicas porque están dispuestas a todo por sastifacerse a ellas mismas.
Pero hay amantes que no deberían tener este nombre porque son buenas, leales y hasta fieles.
Están las que, después de ser señoras, tienen que volverse amantes.
Existen las que son engañadas, a las que nunca se les dijo que había otra familia y les invaden dos decisiones. Y la opción de dejarlo es demasiado tarde porque están enamoradas.
Existen aquellas que están hartas de la rutina y deciden serle infiel a su hombre con uno comprometido. No porque era el que querían, sino porque ese fue el que las llenó.
Por último, se encuentran esas, como tu, que, aunque estén casadas, encuentran a su alma gemela en los brazos de otra mujer.
Hay miles de amantes sobre la tierra, pero ¿cuál eres tú?
¿Qué quiere una como amante?
Esta pregunta es un poco compleja, pues cada mujer desea algo diferente:
Pero muchas queremos solo cogernos al hombre.
Otras queremos joderte a ti, como señora.
Otras solo queremos el dinero de tu hombre.
Otras, un puesto en la oficina.
Otras, una beca.
Otras, placer.
Pero pocas queremos ser la señora.
Aunque mentimos para vernos, queremos un amor de verdad, de menos dudas y más confianza.
A pesar de que somos una de las razones por las cuales nuetras parejas pelean en sus matrimonios, las amantes queremos menos problemas y más amor.
Y, aunque terminamos dañando sus relaciones, nosotras sí queremos un amor sano y tranquilo en el que él nos cuide y nosotroas lo cuidemos.
Realmente las señoras tienen razón cuando dicen que somos perras descaradas, porque exigimos lo que no damos. Quizás no queremos hacer daño y el espíritu de niña traviesa nos persigue allí donde somos totalmente despreocupadas y desapercibidas de su dolor .
Me da mucha impotencia cuando dicen que nosotras, las amantes, no nos tenemos ni el mínimo amor ni respeto. Pero porque me amo, es que decidí ser fiel a mí misma, aunque signifique serle infiel al resto.
Soy una descarada porque no estoy dispuesta a renunciar a él.
Soy una perra porque se lo hago rico.
Soy una sucia porque me acosté con el.
Sí, lo sé, soy todo para la sociedad, él es nada. Te recuerdo que esto de amantes es una cosa de dos, no de una. Y realmente en este párrafo no hablo de mi relación como amante, porque sería incapaz de faltarle al respeto en la cara a una señora. Te hablo en nombre de miles de amantes que están con hombres casados, durante diez o veinte años, y nos hemos conformado con ser la segunda por tanto tiempo. Unas solo porque no hemos encontrado alguien quien nos llene, otras porque ellos las ayudan económicamente, otras porque necesitan amor. Y no sabemos cómo renunciar a lo que realmente no nos hace bien.
Me detuve un momento de leer y pensé:
Yo no voy a renunciar, porque él es mi otra mitad, estoy segura de eso. Y en unos años estaremos juntos. No sé cómo ni cuál será la manera, pero lo estaremos. No estoy destruyendo un matrimonio; siento que sería peor si estuviera con las dos.
Volviendo al correo:
Los más imporatante es que tú, amante misma, te seas fiel.
Y sé que me haz de llamar cabrona por decirte esto. Pues el significado de serte fiel a ti indica el sufrimiento de otros. Sé fiel a ti misma, pero espera las consecuencias de que todo aquello que damos lo recibimos. So! Si te cojes al hombre, no molestes a la señora porque vivirás lo mismo o peor.
Las amantes tenemos corazón, que las señoras encontraran nuestros hombres primero, no es culpa nuetra.
No les queremos hacer bullying a las señoras, solo queremos mostrar que a veces somos felices.
Cerré el correo.
Esto de ser amante sonaba un poco complicado, y más cuando ya tienes un matrimonio, pero ¿sabes qué?, ama sé feliz, porque la vida son momentos. No lo digo porque quiero que estés como yo, pero hay personas que en un momento no se pueden dejar ir, así que disfruta mientras pueda.
Quizás, siendo la señora en este momento, no quieran seguir leyendo. Pero no soy una mala mujer; yo fui señora, ¡lo soy!
Y ahora quiero jugar a la amante.
¡A mí también me fueron infiel!
¡A mí también me maltrataron!
¡A mé también me mintieron!
Me escupieron, me denigraron, también me vestí bonita como tú, y mi exesposo nunca me dijo que lo estaba. También cuidé de él cuando estaba enfermo, también limpié los boxer sucios de semen por estar con otra, también encontré labial rojo en su camisa, también la sufrí, también lloré sin darme cuenta de que la vida me hacía un favor.
¿Y por qué hago lo mismo ahora?, te preguntas.
Lo primero fue que tu esposo me dijo que ya no era feliz contigo y me permitió entrar en su vida; lo segundo, es que permanecían por los niños; y lo tercero es que me convenció dándome el amor que me faltaba.
No me juzgue, señora, él tiene compromiso con usted, no conmigo.
¿O es mi culpa? Culpa mía sería si yo fuese amiga de usted.
Culpa mía sería si yo fuese la única que le escribiera.
No te enojes, entiendo tu posición, pues yo soy esposa también y me molesta cuando las demás le escriben a mi esposo. Es más, lo reconozco: soy una fucking perra pero buena. Es demasiado delicioso jugar a las amantes.
¿Qué tal si tú sigues en tu mundo de ser la primera y yo con mi ilusión de estar en tu lugar?
Explícame cómo dejar de querer lo que empezaste a querer sin querer.
Es muy fácil para la sociedad, para mi entorno, decir: «Déjalo, ese hombre es casado». Es más fácil para la misma esposa decir: «Suelta a mi hombre». Pero que alguien me explique cómo se hace.
¿Con una golpiza, como están acostumbradas las mujeres a hacer por alguien que no es de ellas? Algo nació cuando la conoció, él se portó como muchos no se comportaban. Él la trató como ella merecía. Entonces, discúlpeme, arrancadlo de mi vida. Ya no puedo. No es lo mismo quererlo dejar, que intentar dejarlo de querer. Y, si fuese solo mío el sentimiento, me echo a un lado, pero es de ambos. Es que no le podría explicar lo que sentimos al vernos. Es una sensación de fuego ardiente.
Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.