Kitabı oku: «Cristianismo Práctico», sayfa 2
2. Su naturaleza
«Hay generación limpia en su propia opinión, Si bien no se ha limpiado de su inmundicia» (Proverbios 30:12). Muchos creen que este texto se aplica solamente sobre aquellos quienes están confiando en algo ajeno a Cristo y Su obra sustitutiva, tales como las personas que descansan en el bautismo, la membresía en la iglesia o en su propia moral y comportamiento religioso. Pero un gran error es este, el limitar las Escrituras únicamente a esto que acabamos de mencionar. Un verso como este: «Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte» (Proverbios 14:12), tiene una aplicación mucho más amplia que solo a aquellos que están seguros de una felicidad eterna basados en sus propias obras. Igualmente erróneo es imaginar que solo las almas engañadas son los que no tienen fe en Cristo.
Hay una cristiandad hoy en día conformada por un gran número de personas a quienes se les ha enseñado que nada de lo que haga el pecador podrá merecer la estima de Dios. Han sido educados, y con razón, que las obras de más alta moral de la naturaleza del hombre son como «trapos sucios» ante los ojos de un Dios santo. Han oído repetidamente pasajes como: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8–9); y «nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo» (Tito 3:5) que los ha convencido completamente que la criatura no puede alcanzar el cielo por sus propias obras. Se les ha dicho una y otra vez que solo Cristo puede salvar al pecador que se arrepiente y cree, y que de ahí no será sacudido ni por el hombre ni por el diablo. Hasta aquí, muy bien.
A este grupo del cual nos referimos ahora, también le ha sido enseñado que Cristo es el único camino al Padre, sin embargo, Él es el camino solamente cuando personalmente se ejerce una fe sobre Él y que llega a ser nuestro Salvador solo cuando creemos en Él. Durante los últimos veinticinco años, el énfasis de casi toda predicación ha sido poner la fe en Cristo, y los esfuerzos evangelísticos han estado completamente reducidos a conseguir que la gente «crea» en el Señor Jesús. Aparentemente esto ha sido un gran éxito; miles y miles han respondido al mensaje, pues como ellos suponen, han aceptado a Cristo como Salvador. Aquí queremos hacer entender que es un gran error suponer que todo el que «cree en Cristo» es salvo, así como concluir que solo están engañados aquellos que no tienen fe en Cristo (Proverbios 14:12, 30:12).
Nadie puede leer atentamente el Nuevo Testamento sin darse cuenta de que existe un «creer» en Cristo el cual no salva. Leemos en Juan 8:30 «Hablando Él estas cosas, muchos creyeron en Él.» Notemos cuidadosamente que no dice que muchos creen en Él, sino «muchos creyeron en Él». Sin embargo, no es necesario leer mucho más allá de este capítulo para saber que esas mismas personas eran almas no regeneradas, por consiguiente, tampoco salvas. Encontramos que el Señor les dice a estos «creyentes» que su padre es el diablo (verso 44); y más adelante los vemos llenando sus manos de rocas para arrojárselas a Jesús (verso 59). Para algunos esto ha llegado a ser difícil de entender, aunque no debería ser así. La dificultad de ellos es auto impuesta, pues yace en suponer que toda fe en Cristo significa salvación, y no es así. Hay una fe en Cristo la cual salva, y hay también una fe en Cristo la cual no lo hace.
«Aun de los gobernantes, muchos creyeron en Él» ¿Significa entonces que todos esos hombres fueron salvos? Muchos predicadores y evangelistas, así como miles de sus víctimas, responderán «Por supuesto que sí». Pero veamos lo que sigue de inmediato:
«pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» (Juan 12:42–43).
¿Dirá algunos de nuestros lectores entonces que esos hombres fueron salvos? Si es así, entonces es una prueba clara de que tal lector es por completo un extraño a cualquier obra salvífica de Dios. Hombres que por el amor a Cristo teman arriesgar sus posiciones, sus intereses, sus reputaciones, o cualquier otra cosa que amen, son hombres que todavía están en sus pecados —no importa cuánto confíen en la obra consumada de Cristo.
Es probable que muchos de nuestros lectores hayan crecido bajo la enseñanza de que hay solo dos tipos de personas en el mundo: creyentes y no creyentes. Pero tal clasificación es completamente engañosa y totalmente errónea. La Palabra de Dios divide a los habitantes de la tierra en tres tipos: «No seáis tropiezo ni a (1) judíos, ni a (2) gentiles, ni a (3) la iglesia de Dios» (1 Corintios 10:32). Esto fue así en los tiempos del Antiguo Testamento, y más notablemente desde los días de Moisés. Estaban primero los «gentiles» o naciones paganas, a las afueras de la comunidad de Israel. Con respecto a esta clase, hoy en día hay millones de paganos modernos, quienes son «amadores de los deleites más que de Dios». Segundo, estaba la nación de Israel, la cual estaba dividida en dos grupos como Romanos 9:6 lo declara: «no todos los que descienden de Israel son israelitas». La parte más grande de la nación de Israel era el pueblo nominal de Dios que tenía tan solo una relación nominal con él. Pertenecen a esta clase una gran masa de creyentes que profesan el nombre de Cristo. Tercero, estaba el remanente espiritual de Israel, los cuales eran llamados a la esperanza de una herencia celestial: este grupo son hoy en día los cristianos genuinos, la «manada pequeña» de Dios (Lucas 12:32).
A través de todo el Evangelio de Juan podemos ver claramente esta división triple de los hombres.
En primer lugar, estaban los líderes de la nación que tenían un corazón endurecido, los Fariseos, escribas, sacerdotes y ancianos. Estos de principio a fin estuvieron poniendo oposición a Cristo, y ni Su bendita enseñanza ni Sus maravillosas obras tuvieron efecto alguno en ellos.
En segundo lugar, estaba la gente común que «le oía de buena gana» (Marcos 12:37), muchos de los cuales se dice que habían «creído en Él» (cf. Juan 2:23; 7:31; 8:30; 10:42; 12:11), pero no hay ninguna evidencia de que habían sido salvos. Ellos no se oponían a Cristo, pero nunca rindieron sus corazones a Él. Fueron maravillados por la divina obra de Jesús, sin embargo fueron fácilmente ofendidos (Juan 6:66). En tercer lugar, estaba el pequeño grupo que «le recibieron» (Juan 1:12) en sus vidas y en sus corazones; lo recibieron como su Señor y como su Salvador.
Esta división de tres grupos de personas la podemos ver claramente hoy en día. Primero, está la gran multitud de personas que no profesan nada, que no ven en Cristo nada que les haga desearlo; que son sordos a todo llamado, y que muy poco se esfuerzan por esconder su odio hacia el Señor Jesús. Segundo, hay un grupo grande que de forma natural se sienten atraídos por Cristo, muy lejos de ser abiertos antagonistas de Él y Su obra, pues se encuentran entre Sus seguidores. Habiendo sido enseñados en la Verdad, ellos «creen en Cristo», al igual que los niños que son criados para creer firme y devotamente en Mahoma en el islam. Habiendo recibido enseñanzas con respecto a los beneficios de la preciosa sangre de Jesús, ellos confían en sus virtudes de librarlos de la ira venidera; no obstante, no existe en su diario vivir algo que muestre que son nuevas criaturas en Cristo.
Tercero, hay unos «pocos» (Mateo 7:13–14) que se niegan a sí mismos, toman diariamente la cruz y siguen el camino de amor de un despreciado y rechazado Salvador y obedecen a Dios sin reservas.
Querido lector, hay una fe en Cristo la cual salva, pero hay también una fe en Cristo que no lo hace. Con esta declaración muy pocos estarían en desacuerdo, sin embargo muchos serán inclinados a suavizarla diciendo que la fe en Cristo que no salva es simplemente una fe histórica, o que es solo una creencia acerca de Cristo en lugar de creer en Él. Hay personas que confunden una fe histórica acerca de Cristo con una fe salvífica en Cristo que no negamos; pero lo que queremos enfatizar en esto es el solemne hecho de que hay también algunos quienes tienen más que una fe histórica, más que un simple conocimiento intelectual sobre Él, que está lejos de ser una fe que vivifica y salva. Hoy en día no son unos pocos que tienen esta fe no salvífica sino un gran número que están a nuestro alrededor. Son personas que cumplen los prototipos de aquellos a los que le hemos llamado la atención anteriormente: quienes estaban representados y ejemplificados en los tiempos del Antiguo Testamento por aquellos que creían, descansaban, confiaban y se apoyaban en el Señor, pero que sin embargo eran almas no salvas.
Entonces, ¿en qué consiste la fe salvífica? Mientras buscamos la respuesta, es nuestro objetivo no solo brindar una definición bíblica, sino al mismo tiempo diferenciarla de una fe no salvífica. Obviamente esto no es una tarea sencilla, debido a dos cosas que tienen en común: la fe en Cristo que no salva, comparte más de un ingrediente con la fe que verdaderamente une el alma a Él. Ahora por un lado, el escritor debe tratar de evitar elevar el modelo bíblico mucho más alto del real, para no crear desaliento en los santos del Señor; y por el otro lado debe evitar la reducción del modelo bíblico para no alentar a los maestros y religiosos no regenerados. No queremos negarle la porción legítima al pueblo de Dios, ni tampoco queremos cometer el pecado de tomar su pan y dárselo a los perros. Que el propio Espíritu Santo nos guíe a la verdad.
Muchos errores serán evitados en este tema si tomamos el debido cuidado de expresar una definición bíblica de lo que es incredulidad. Encontraremos una y otra vez en las Escrituras el creer y el no creer colocados como una antítesis, y cuando obtengamos un entendimiento correcto de la naturaleza de la incredulidad, también llegaremos a un concepto correcto de la naturaleza real de la fe salvífica. Cuando entendamos que la incredulidad es mucho más que un error o un fracaso en aceptar la Verdad, también descubriremos que la fe salvadora es mucho más que una aceptación a lo que la Palabra de Dios nos dice. Las Escrituras describen la incredulidad como un principio malicioso y agresivo que se opone a Dios. La incredulidad tiene un lado pasivo y activo, así como uno negativo y uno positivo, por eso el sustantivo en Griego se representa como «incredulidad» (Romanos 11:20) y como «desobediencia» (Efesios 2:2; 5:6; Hebreos 3:18; 4:6,11; 11:31; 1 Pedro 4:17). Unos cuantos ejemplos concretos harán más claro este asunto.
Primeramente, tomemos el caso de Adán. Lo que sucedió no consistió solamente de no creer la solemne amenaza de Dios respecto a la muerte en caso de comer del fruto prohibido —por la desobediencia de un solo hombre todos fuimos hechos pecadores (Romanos 5:12). Ni tampoco fue el pecado atroz de nuestros primeros padres el escuchar a la serpiente, pues leemos en 1 Timoteo 2:14 «y Adán no fue engañado». Él había decidido andar su propio camino sin importar lo que Dios había prohibido y demandado. Por lo tanto, este es el primer caso de incredulidad en la historia humana, el cual no consistió en una indisposición de obedecer de corazón lo que Dios había dicho de una manera clara e imponente, sino también una rebelión desafiante y deliberada contra Él.
Tomemos ahora el caso de Israel en el desierto. En la Escritura leemos, «Y vemos que no pudieron entrar (a la tierra prometida) a causa de incredulidad» (Hebreos 3:19). Pero, ¿qué significan realmente estas palabras? ¿Significan que no entraron a Canaán debido a su fracaso al apropiarse de la promesa de Dios? Sí, pues tenían la promesa de entrar, pero perecieron «por no ir acompañada de fe en los que la oyeron» (Hebreos 4:1–2). Dios había declarado que la simiente de Abraham heredaría la tierra que fluye leche y miel, y este era el privilegio de esa generación que fue liberada del dominio egipcio para tomar y apropiarse de la promesa. Pero no lo hicieron. ¡Y esto no es todo! Hubo algo mucho peor: tenían otro ingrediente en su incredulidad que por lo general se pierde de vista en nuestros días; ellos estaban en una desobediencia abierta contra Dios. Vemos que cuando los espías tomaron del fruto, y Josué les mandó a ir y poseer la tierra, ellos no pudieron. Con respecto a esto, Moisés declaró
«Sin embargo, no quisisteis subir, antes fuisteis rebeldes al mandato de Jehová vuestro Dios» (Deuteronomio 1:26).
Este es el lado positivo de su incredulidad; ellos fueron desobedientes y desafiantes por voluntad propia.
Veamos ahora el caso de la generación de Israel que estaba en Palestina cuando el Señor Jesús apareció entre ellos como «siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios (Romanos 15:8).
Leemos en Juan 1:11, «A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron», y luego declara que no «creyeron» en Él. Pero ¿esto es todo? ¿Eran culpables de solamente fracasar al momento de aceptar Su enseñanza y confiar en Él? No, en realidad, ese fue simplemente el lado negativo de su incredulidad. Positivamente, ellos «aborrecieron» al Señor (Juan 15:25), y no quisieron «venir a» Él (Juan 5:40). Sus santos mandamientos no se adaptaron a sus deseos carnales, y por eso dijeron «No queremos que éste reine sobre nosotros» (Lucas 19:14). Y por eso su incredulidad consistió también en el deseo de satisfacer a toda costa sus propios placeres.
La incredulidad no es simplemente una enfermedad producto de la naturaleza caída del hombre, es un crimen atroz. En todas partes de las Escrituras, la incredulidad es atribuida al amor por el pecado, a la obstinación de la voluntad y a la dureza de corazón. Tiene su raíz en una naturaleza depravada y en una mente enemiga de Dios. La incredulidad produce automáticamente amor por el pecado:
«Y ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Juan 3:19).
«La luz del Evangelio es llevada a un lugar o a un grupo de personas: ellos se acercan tanto que descubren su propósito; pero tan pronto se encuentran con el hecho que deben apartarse de sus pecados, no tendrán más nada que ver con dicha luz. A ellos no les gusta las condiciones que presenta el Evangelio, y así perecen en sus propias iniquidades» (John Owen).
Si el evangelio de Cristo fuera predicado de manera más clara y fiel, pocos serían los que profesarían creerlo.
Entonces, la fe salvífica es lo opuesto a la incredulidad condenatoria. Una es un problema del corazón que está separado de Dios y que está en un estado de completa rebelión contra Él; y la otra viene de un corazón que ha sido reconciliado con Dios y ha dejado de luchar contra Él. Por lo tanto, un ingrediente esencial en la fe salvadora es el ceder a la autoridad de Dios, una sumisión a Él y a Sus mandatos. Esto va mucho más allá de un entendimiento, una disposición y aún más allá de tener el conocimiento de que Cristo es el Salvador de los pecadores, el cual está listo para recibir a todo el que confíe en Él. Para ser recibido por el Señor Jesús a toda costa, no solamente debemos ir a Él renunciando a toda nuestra justicia (Romanos 10:3), como un mendigo con manos vacías (Mateo 19:21), sino que también debemos renunciar a nuestra propia voluntad y a nuestra rebelión contra Él (Salmo 12:11–12; Proverbios 23:13). Un hombre rebelde e insurgente que quiere ir ante su rey buscando el favor y el perdón, debe ir sobre sus rodillas dejando a un lado su obstinación. Así mismo es con un pecador que realmente va a Cristo buscando el perdón, no hay otra manera de hacerlo.
La fe salvífica es un venir a Cristo genuino (Mateo 11:28; Juan 6:37, etc.). Pero tengamos cuidado de no perder lo que claramente implica estos términos. Si yo digo «yo fui a los Estados Unidos», eso implica que yo tuve que dejar el país donde me encontraba para ir allí. Por lo tanto, en ese «venir» a Cristo algo se tiene que dejar. El hecho de ir a Cristo no solo implica abandonar toda fe falsa, también implica el abandono de todo aquello que quiere tomar el trono del corazón. «Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas» (1 Pedro 2:25). ¿Qué se entiende por «Todos nosotros nos descarriamos (note el verbo en pasado, ellos no continúan haciéndolo) como ovejas»? (Isaías 53:6), «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino». Esto es lo que debemos abandonar cuando realmente «vamos» a Cristo, ese camino de voluntad propia debe ser abandonado. Él hijo prodigo no pudo ir a la casa de su padre mientras permanecía en el lugar lejano donde se encontraba. Querido lector, si aún estas en el camino de tu propia voluntad y piensas que has venido a Cristo, lo único que estás haciendo es engañándote a ti mismo. Esta simple definición que hemos mencionado sobre «venir» a Jesús, no es una enseñanza que hemos forzado. John Bunyan en su libro Come and Welcome to Jesus Christ [Ven y sé bienvenido a Jesucristo] escribió lo siguiente:
«Venir a Cristo va acompañado de un sincero y honesto abandono a todo por Él (aquí Bunyan cita Lucas 14:26–27). Por estas y otras expresiones similares, Cristo describe al que verdaderamente ha venido como: el que echa todo tras sus espaldas. Hay una gran cantidad de personas que suponen haber ido a Cristo. Estos son como el hombre del cual se habla en Mateo 21:30 que respecto a la oferta de su padre dijo: “Sí, señor, voy. Y no fue”. Cuando Cristo por medio del Evangelio los llama, ellos dicen “Yo voy, Señor”, pero permanecen en sus placeres y deleites carnales».
En su sermón sobre Juan 6:44, C. H. Spurgeon dijo:
«Venir a Cristo incluye arrepentimiento, auto negación, y fe en el Señor Jesús, así como la suma de todas las cosas que son necesarias para los grandes pasos del corazón, tales como la fe y la verdad, las oraciones sinceras a Dios y la sumisión del alma a los preceptos de Su Evangelio».
También en su sermón sobre Juan 6:37 dice,
«Venir a Cristo significa apartarse del pecado y confiar en Él. Venir a Cristo es abandonar cualquier falsa confianza, es renunciar a cualquier amor por el pecado y es buscar a Jesús como la única columna inamovible de nuestra confianza y esperanza.
La fe salvífica consiste en la completa rendición de mi ser y vida, demandada por Dios: «sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor» (2 Corintios 8:5).
Esta es la aceptación sin reservas de Cristo como mi absoluto Señor, rendirse a Su voluntad y recibir Su yugo. Posiblemente alguien objetará ¿Entonces por qué a los cristianos se les exhorta como en Romanos 12:1? A esto respondemos, todo este tipo de exhortaciones son simplemente un llamado a que continúen como comenzaron: «Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en Él» (Colosenses 2:6).
Apunta bien esto, Cristo es «recibido» como Señor. Oh cuán lejos y muy por debajo del modelo del Nuevo Testamento está la manera moderna de llamar a los pecadores a recibir a Cristo como su Salvador personal. Si el lector consultara su concordancia, encontraría que en todo pasaje son puestos siempre juntos los dos títulos «Señor y Salvador» (Lucas 1:46; 2 Pedro 1:11; 2:20; 3:18).
La fe salvadora o salvífica hace que los impíos se den cuenta de la pecaminosidad de su propia voluntad y sus propios placeres, los quebranta de manera genuina y los hace caer arrepentidos ante Dios, los vuelve dispuestos a abandonar el mundo por el Señor Jesucristo, los hace estar de acuerdo en vivir bajo gobierno de Dios, pero tan solo «depender» de Él para perdón y vida no es fe, sino una presunción descarada que solo añade sal a la herida. Y para tales, tomar el nombre de Dios y pronunciar con sus labios contaminados que son Sus seguidores, es la blasfemia más atroz, y de manera peligrosa esto pudiera venir a ser el cometer ese pecado que es imperdonable. ¡Ay de ese evangelismo moderno que solamente está alentando y generando criaturas monstruosas que deshonran a Cristo!
La fe que salva es un creer con el corazón: «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación» (Romanos 10:9–10).
No existe tal cosa como una fe salvífica en Cristo en la cual no hay amor real por Él, y con «amor real» nos referimos a un amor que se ve evidenciado por la obediencia. El Señor Jesucristo declara que su amigo es aquel que hace lo que Él manda (Juan 15:14). Así como la incredulidad es una especie de rebelión, así la fe salvadora es una completa sujeción a Dios: por eso leemos sobre «obedecer la fe» (Romanos 16:26). La fe que salva es para el alma, lo que la salud es para el cuerpo: es un poderoso elemento para el funcionamiento, de completa vitalidad, trabajando siempre, llevando siempre buen fruto.
3. Su dificultad
Probablemente, algunos de nuestros lectores se sorprenderán al oír sobre la dificultad de la fe salvífica. En casi todas partes se está enseñando por hombres que se dicen ortodoxos e incluso «fundamentalistas», que ser salvo es un asunto muy sencillo. Mientras la persona crea (Juan 3:16), y «descanse», o «acepte a Cristo como su Salvador personal,» nada más se necesita. Comúnmente se dice que el pecador no necesita más que poner su fe en el objetivo correcto: así como un hombre confía en su banco o una mujer en su esposo, que ejerza su profesión de fe en Cristo. Esta idea ha sido aceptada por muchos de una manera amplia, y cualquiera que diga lo contrario se arriesga a ser etiquetado de hereje. Sin embargo, este escritor, sin dudarlo denuncia esto como el insulto más grande contra Dios, una mentira del diablo. La fe natural es suficiente para confiar en algo terrenal, pero para confiar de manera salvífica en un objetivo Divino se necesita una fe sobrenatural.
A medida observamos los métodos que son empleados por los «evangelistas» y «líderes» modernos, nos damos cuenta que han reemplazado al Espíritu Santo por sus propios pensamientos; lo cierto es que muestran el más degenerado concepto de salvación, el cual es un milagro que solo Él puede hacer cuando transforma el corazón humano y lo rinde de manera genuina al Señor Jesucristo. En estos tiempos de tanta degeneración solo unos pocos tienen la idea de que la fe que salva es un hecho milagroso. En lugar de esto, la gran mayoría supone que la fe salvífica es nada más que un producto de la voluntad humana, la cual cada hombre es capaz de producir: todo lo que se necesita es presentarle al pecador unos cuantos versos bíblicos que describan su condición perdida, uno o dos que contengan la palabra «creer», luego un poco de persuasión para que «acepte a Cristo,» y listo el trabajo. Y lo peor de esto es que muchos no ven el error, y permanecen ciegos al hecho de que este procedimiento es una especie de droga del diablo para adormecer a miles de personas llevándolos a una paz falsa.
Muchos han sido persuadidos a creer que son salvos. Cuando en realidad su fe surgió de un procedimiento superficial de lógica. Por ejemplo, un «líder» se dirige a un hombre que no tiene preocupación alguna por la gloria de Dios ni la comprensión de su obstinación terrible contra él. Ansioso por «ganar otra alma para Cristo», saca el Nuevo Testamento y le lee 1 Timoteo 1:15. Este líder dice, «tú eres un pecador», y el hombre asienta con la condición de la que se le ha informado, «entonces este verso te incluye». Luego le lee Juan 3:16, y pregunta, «¿A quiénes incluye la frase “todo aquel”?» La pregunta es repetida una y otra vez hasta que la pobre víctima responde, «tú y yo, y a todos». Ahora le pregunta, «¿Lo crees? ¿Crees que Dios te ama y que Cristo murió por ti?» Si la respuesta es «Sí,» el líder le da la seguridad de que es ahora salvo. ¡Oh querido lector! Si de este modo tú fuiste «salvo», entonces fue con «palabras persuasivas de humana sabiduría» y tu «fe» esta «fundada en la sabiduría de los hombres» (1 Corintios 2:4–5) y ¡no en el poder de Dios!
Al parecer muchos piensan que es tan fácil para un pecador limpiar su corazón (Juan 4:8) como lavarse las manos; que la verdad Divina atraviese su alma y debilite su carne así como tirar de las persianas en la mañana para que la luz del sol entre; que se vuelvan de sus ídolos a Dios, del mundo a Cristo, de su pecado a la santidad, así como un barco cambia de dirección con el simple movimiento del timón. Querido lector, no seas engañado en este asunto tan importante; mortificar los deseos de la carne, ser crucificado al mundo, vencer al diablo, morir diariamente al pecado y vivir para la justicia, ser manso y humilde de corazón, confiado y obediente, piadoso y paciente, fiel y comprometido, amoroso y gentil; en una sola palabra, ser cristiano, el ser como Cristo, es una tarea que va mucho más allá de un pobre producto de la naturaleza caída del hombre.
Es por el hecho de que una generación ha crecido ignorante de la verdadera fe salvadora que ellos la estiman como algo simple. Es porque están tan lejos de tener el concepto bíblico de la naturaleza de la salvación de Dios, que aceptan los disparates antes mencionados con los brazos abiertos. Es porque muy pocos comprenden la razón por la cual necesitan salvación, que ese evangelio popular es tan felizmente aceptado. Una vez que se entienda que la fe salvadora es mucho más que creer que «Cristo murió por mí», y que implica una rendición completa de mi corazón y mi vida a Su gobierno, muy pocos pensarán que la poseen.
Una vez que se entienda que Cristo vino a salvar a Su pueblo no solo del infierno, sino del pecado, de su propia voluntad y sus propios deseos, entonces muy pocos desearán Su salvación.
El Señor nunca enseñó que la fe salvadora fuera un asunto sencillo, esto está muy lejos de su enseñanza. En lugar de decir que la salvación del alma fuera algo simple, en la cual todos podían tener parte, Él dijo:
«porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mateo 7:14).
El único camino que nos lleva al cielo es uno muy duro y laborioso: «Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios» (Hechos 14:22):
El entrar en ese camino requiere grandes esfuerzos del alma, «Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán» (Lucas 13:24).
Después de que el joven rico se había apartado muy triste de Cristo, el Señor Se dirigió a Sus discípulos y les dijo:
«Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios» (Marcos 10:24–25)
¿Dónde colocamos un pasaje como este en la teología (si se le puede llamar así) que se enseña en las «Escuelas Bíblicas» de instrucción en evangelismo y liderazgo? No tiene lugar alguno. De acuerdo con ese punto de vista, es tan fácil para un millonario ser salvo como lo es para un pobre, ya que todo lo que tienen que hacer es «descansar en la obra consumada de Cristo». Pero los que se revuelcan en sus riquezas no piensan en Dios:
«En sus pastos se saciaron, y repletos, se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí» (Oseas 13:6).
Los discípulos al oír estas palabras de Cristo «se asombraban aún más, diciendo entre sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?» Si nuestros contemporáneos hubiesen oído esto, hubiesen colocados sus temores en el descansar en Cristo, y les hubiesen asegurado que absolutamente todos pueden ser salvos si creen en el Señor Jesús. Pero el Señor no los alentó con esto. En lugar, les dijo inmediatamente
«Para los hombres es imposible, más para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios.» (Marcos 10:27).
El pecador no puede arrepentirse, creer para salvación en Cristo ni venir a Él de manera genuina. «Para los hombres es imposible» excluye la posibilidad de alguna apelación especial a la voluntad humana. No es sino un milagro de gracia lo que puede llevar a cualquier pecador a ser salvo.
Y ¿por qué es imposible para el hombre producir fe salvífica? Dejemos que la respuesta sea trazada desde el caso del joven rico. Él se apartó triste de Cristo, «porque tenía muchas posesiones». Este joven estaba envuelto en sus riquezas. Era su ídolo. Su corazón estaba atado a las cosas de este mundo. Los requerimientos de Cristo fueron muy específicos: dejar todo lo que tenía y seguirle, era más de lo que la carne podía soportar. Querido lector, ¿cuáles son tus ídolos? El Señor le dijo: «una cosa te falta» ¿Qué era? Ceder a las demandas obligatorias de Cristo; un corazón rendido a Dios. Cuando el alma está llena de las inmundicias de este mundo, no hay espacio alguno para las cosas celestiales. Cuando un hombre está satisfecho con sus riquezas carnales, no pensará ni deseará las riquezas espirituales.
Esta misma verdad es expuesta en la parábola de «la gran cena». El banquete de la gracia Divina es extendido, y a través del evangelio, se da a los hombres un llamado para que sean parte de él. Y ¿cuál es la respuesta?
«Y todos a una comenzaron a excusarse» (Lucas 14:18).
Y ¿por qué hicieron esto? Porque estaban más interesados en otras cosas. Sus corazones estaban fundados en tierras (verso 18), en bueyes (verso 19), en comodidades (verso 20). La gente está dispuesta a «aceptar a Cristo» bajo sus propias condiciones, pero no bajo las del Señor. Las condiciones del Señor son descritas en el mismo capítulo: entregarle el primer lugar de nuestro corazón (verso 26), la crucifixión de nuestras vidas (versos 27), abandonar por completo todo ídolo (verso 33). Por eso Él preguntó: