Kitabı oku: «Cristianismo Práctico», sayfa 7

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Después de un particular paréntesis, en la cual el apóstol mencionó la valiosa recompensa que Dios ha provisto para Sus siervos y Su pueblo en general (2 Corintios 5:1–10), él regresa al tema de su labor ministerial, dando a conocer las fuentes de donde este provenía (2 Corintios 5:11–14). Así como en el capítulo 3, cuando reivindica su apostolado, había entretejido una importante enseñanza doctrinal, así mismo hace aquí. Primero, se debe notar cuidadosamente que Pablo todavía estaba ocupado en callar la boca de sus detractores, equipando a los creyentes con material suficiente para silenciarlos (cf. 2 Corintios 5:12), hablando de sus enemigos como «los que se glorían en las apariencias y no en el corazón». Y luego Pablo alega lo que no podría contradecirse. «Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron» (2 Corintios 5:14). Es una gran verdad que aquellos por los que Cristo murió, estaban espiritualmente muertos, pero no es esto a lo que se refiere pues aun antes de que muriera Cristo, ya era un hecho cierto que ellos estaban en un estado no regenerado. Más bien Pablo estaba refiriéndose al efecto legal, lo que viene como consecuencia al Cristo morir por ellos.

«Pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron». Ahí el apóstol presenta un principio teológico: el principio de la representación federal. Ante la ley, la acción de uno afecta la acción de todos aquellos por los cuales es realizada. Todos los electos por gracia «murieron» judicialmente en la muerte de su Fiador. La muerte de Cristo satisfizo todos los requerimientos de la Ley Divina, por lo tanto es como si ellos hubieran muerto personalmente. ¿»Murieron» a qué? ¿A las consecuencias de su pecado, a la maldición de la ley? Si, aunque eso no es lo primero que se ve aquí. ¿Entonces qué? Pues, que ellos «murieron» a su vieja manera de vivir (en la carne): ya no tienen ninguna permanencia en ese reino donde habían obtenido distinciones tales como judío y gentil. No solamente murieron a sus pecados, sino también a toda relación natural. Muerte en todos los distintos niveles.

Pero eso es solo el aspecto negativo, el apóstol va más allá y muestra el lado positivo: «y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió» y satisfizo todos los requerimientos. Es la unidad legal de Cristo y Su Iglesia en el terreno de la resurrección. Habiendo quitado la maldición, ahora ellos están muertos en la ley; pero vivos por la resurrección de Cristo, ellos solo pueden vivir para Él, porque legalmente son uno con Él. Su resurrección fue tan vicaria como lo fue Su muerte, lo mismo fue con los objetos de ambas. Este razonamiento, esta bendita verdad es evidente para el apóstol. La relación de Cristo con el judaísmo terminó en Su propia muerte, y cuando se levantó de la tumba lo hizo en el campo de la resurrección; y por lo tanto esto es igual con todos aquellos que Él representa legalmente.

Lo que se acaba de exponer arriba se puede ver claramente en 2 Corintios 5:16, donde el apóstol muestra la conclusión que debe ser alcanzada a partir de lo que acaba de probar: «De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así». El conocer a un hombre según la carne es algo propio según su estado natural y su distinción racial. El conocer a Cristo «según la carne» era el aceptarlo como la «semilla de David», como el Mesías Judío. Pero Su muerte anuló tales relaciones: Su resurrección lo llevó a una nueva y más alta relación. Por eso Pablo en el ejercicio de su ministerio no mostró ningún respeto a un hombre por el simple hecho de ser Judío, ni estimó a Cristo por el hecho de ser el Hijo de David– más bien lo adoró por ser el Salvador de los Judíos y Gentiles. Por lo tanto la parcialidad carnal que tenían aquellos que buscaban Judaizar a los Corintios quedaba expuesta. 2 Corintios 5:17 declara la gran conclusión que puede extraerse de lo que se ha establecido por el contexto.

3. El gran cambio

«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). Estas palabras tan conocidas, aparentan ser tan simples y claras en su significado, sin embargo, así como casi todo pasaje en las Epístolas, este es uno que solo puede ser entendido correctamente al examinar su contexto. De hecho, vamos más lejos: si este verso no es interpretado con un estricto estudio, examinando su contexto, con certeza nos equivocaremos en la comprensión de este. El mismo hecho de que inicia con «De modo que», nos muestra su inseparable conexión con lo que viene antes, que introduce una conclusión, o que traza un resultado del mismo tema, y si ignoramos esto rechazaremos la única llave que nos abrirá la puerta hacia el contenido. Ya hemos analizado los versos anteriores, aunque de ninguna manera hemos intentado dar una exposición completa del mismo. Nuestra idea ha sido simplemente proveer una explicación suficiente para que el lector tenga la posibilidad de percibir el rumbo del apóstol. Eso nos lleva a señalar las condiciones generales imperantes en la congregación de Corinto (eso podría ser la razón por la cual Pablo les escribió como lo hizo) y luego el indicar el sentido de lo que dijo en los capítulos 3 y 4.

En el 5:12 el apóstol les dice, «No nos recomendamos, pues, otra vez a vosotros (cf. 3:1,2), sino os damos ocasión de gloriaros por nosotros, para que tengáis con qué responder a los que se glorían en las apariencias y no en el corazón». Aquellos que se gloriaban en apariencia eran los judaizantes, quienes alardeaban de su linaje de Abraham y de su permanencia en la circuncisión. Por eso Pablo usando un lenguaje que anula el exclusivismo del judaísmo, equipa a sus convertidos con argumentos que ningún falso maestro podría refutar. Primero señala que «que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió» (2 Corintios 5:14,15). Tres veces repitió «todos», enfatizando el alcance internacional de la obra legal de Cristo: Él murió verdaderamente a favor y en lugar de los escogidos de Dios, elegidos entre gentiles y judíos, y como el verso 15 continúa mostrando, el uno beneficia del mismo modo al otro. La cruz de Cristo afectó e introdujo un gran cambio en el reino de Dios. Cualquiera haya sido la posición de honor que los judíos habían tenido, cuales fueran los privilegios que habían recibido bajo el ministerio de Moisés, ya no los tenían. La gloriosa herencia la cual Cristo compró habría de ser la porción de todo aquel por el cual Él soportó la maldición, y para todo aquel por el cual ganó la recompensa de la ley.

Luego el apóstol mostró una serie de conclusiones lógicas con las que trazó lo que ya había establecido en los versos 14, 15. Primero, «De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así» (verso 16). Note que aquí se nos muestran marcas de tiempo que definen así una transición («de aquí en adelante»), llamando nuestra atención al gran cambio dispensacional que la obra redentora de Cristo había producido. Ese cambio consistió en un ajuste completo del antiguo orden de las cosas que habían imperado durante quince siglos anteriores, donde una relación carnal había predominado. Cristo trajo una nueva administración en la que tales distinciones de judíos y gentiles, esclavo y libre, hombre y mujer, no tendrían virtud alguna ni privilegio especial. A uno que había sido redimido no le importaba si sus hermanos y hermanas en Cristo eran formalmente miembros de la nación judía o de la comunidad extranjera de Israel. El tal no reconocía ni estimaba a ningún hombre según su descendencia natural. La verdadera circuncisión somos «los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne» ni en su genealogía (Filipenses 3:3).

La muerte y resurrección de Cristo no solo había dejado a un lado al judaísmo, el cual se basaba en la descendencia física de Abraham, y solo los que llevaban en sus cuerpos la circuncisión como señal del pacto podían disfrutar de los privilegios (el judaísmo siendo así desplazado por el cristianismo, el cual está basado en una relación espiritual con Cristo, y los que disfrutan sus privilegios son aquellos en quienes el Espíritu Santo habita, Quien es la señal y sello del nuevo pacto), sino que el mismo Cristo ahora es conocido y estimado de una manera diferente y todavía aún mayor. Como su Mesías prometido, Él había aparecido a los judíos, y así mismo fue como Sus discípulos habían creído en Él (Lucas 24:21; Juan 1:41,45). Por eso, Él les pidió a Sus apóstoles «Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mateo 10:5,6) (cf. Mateo 28:19 después de Su resurrección). Lejos de reconocer a Cristo como el Mesías Judío, ellos le adoraron como Aquel exaltado en poder sobre todo. «Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión» (Romanos 15:8), pero ahora Él está sentado «a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario» (Hebreos 8:1,2). En el verso 17 de 2 Corintios, el apóstol extrae una conclusión más profunda a partir de lo que ya había expuesto sobre el verso 15, «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es» —sí, «alguno», refiriéndose por tanto a cualquier judío o Gentil. Antes de que podamos determinar la fuerza de «nueva criatura», debemos tener cuidado en tomar en cuenta la palabra que introduce el verso, porque su omisión o su permanencia cambia por completo el sentido del texto: «si alguno está en Cristo, nueva criatura es» es una simple declaración de un hecho, pero «de modo que» es la conclusión sacada de algo que se viene hablando anteriormente. Esa consideración debería ser suficiente para mostrar que nuestro verso no está hablando de regeneración, porque si eso significara que «cualquiera que está unido vitalmente a Cristo ha nacido de nuevo», el «de modo que» no tendría sentido alguno —pues tal persona está o no está viva espiritualmente, y ningún razonamiento puede alterar ese hecho. Tampoco hay ninguna señal contextual con la que se pueda deducir la regeneración, porque el apóstol no está hablando del regalo y operación del Espíritu Santo, sino de las consecuencias legales de la obra de Cristo. En lugar de describir la experiencia del cristiano en este verso 17, Pablo está declarando uno de los resultados de los que Cristo consiguió por Su pueblo.

En los versos 13, 14 del mismo capítulo 5, Cristo es expuesto como la cabeza de Su Iglesia, primero en muerte, y segundo en resurrección. A partir de ese principio doctrinal se señala una doble conclusión. Primero (verso 16), aquellos a quienes Cristo representó murieron en Él a su antigua condición, así que de ahora en adelante ya no son influenciados por las relaciones carnales. Segundo (verso 17), aquellos a quienes Cristo representó resucitaron en Él y fueron llevados a una nueva condición. Cristo hizo este traslado como cabeza del pacto de Su pueblo, y resucitó como cabeza de la nueva Creación (así como Adán era la cabeza de la antigua Creación), y por lo tanto si yo estoy legalmente resucitado en Cristo, también debo ser una «nueva criatura», habiendo legalmente «pasado de muerte a vida» (1 Juan 3:14), como Romanos 8:1 declara «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús», y ¿por qué? Porque al ser uno con Él, ellos murieron en Él. Del mismo modo, ellos también son nuevas criaturas en Cristo, y ¿por qué? Porque al ser uno con Él, ellos resucitaron en Él «que es el principio (es decir de la nueva Creación, comparar con Apocalipsis 3:14), el primogénito de entre los muertos» (Colosenses 1:18). Judicialmente ellos han «resucitado con Cristo» (Colosenses 3:1).

No solo el tomar en cuenta las palabras con que inicia el texto («de modo que») y el contexto, es lo que nos evita llegar a esa conclusión de que 2 Corintios 5:17 habla de la regeneración, sino que el mismo contenido del texto nos prohíbe tal interpretación. De hecho, es cierto que tal milagro de gracia produce la más grande transformación, sin embargo, no en los términos que aquí se usan. ¿Cuál es la cosa principal que afecta el carácter y la conducta de una persona antes de nacer de nuevo? ¿No es la «carne»? Sin duda alguna lo es. Igualmente es indudable que la vieja naturaleza no pasa cuando Dios resucita un alma muerta. Por otro lado, también es cierto que la regeneración es una entrada a la nueva vida, no obstante no es el caso de «todas [las cosas] son hechas nuevas», porque tal persona no recibe una memoria nueva ni un nuevo cuerpo. Si el verso 17 está describiendo algún aspecto de la experiencia del cristiano entonces es la glorificación, y con toda seguridad su lenguaje no se adapta a la regeneración.

«Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio [“ministros competentes de un nuevo pacto”—3:6] el ministerio de la reconciliación» (2 Corintios 5:18). Esto también es completamente opuesto a la interpretación común. Notemos que ese verso 18 comienza con «y», lo cual indica que continúa con una línea de pensamiento anterior. «Todo esto» que proviene de Dios no se refiere al universo como algo que procede de Él, ni a Su obra providencial que controla todos los eventos, sino más bien a esas cosas que se hablaron en el verso 13: todo lo que Cristo realizó, el gran cambio dispensacional que ocurrió a partir de Su muerte y resurrección, la predicación de los ministros del nuevo pacto que tienen a Dios como Autor. El resultado de lo que Cristo hizo, es que aquellos a quienes Él trasladó son «reconciliados con Dios», y se puede notar claramente que esa reconciliación, así como la justificación, son completamente objetivas y no subjetivas como lo es la regeneración. La reconciliación es completamente un tema de relación —Dios dejando Su ira a un lado y haciendo la paz con nosotros.

«Y nos dio [a Sus embajadores] el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados» (versos 18, 19).

Desde ahí hasta el 6:10, el apóstol nos informa en qué consiste este «ministerio». Primero, el que Dios «estaba en Cristo reconciliando» no se refiere solamente al judaísmo apostata sino a un «mundo» enajenado, es decir todos los electos por gracia, el «todos» de los versos 14, 15. Luego él declara el lado negativo de la «reconciliación», es decir, «no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados», de nuevo exponiendo los términos en un sentido legal. El lado positivo de la reconciliación se nos da en el verso 21: «para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él», lo cual es completamente objetivo y legal, y en ningún sentido es subjetivo y experimental. Cuán grande diferencia habría si él hubiese dicho «reconciliando consigo al mundo, dándoles así una nueva naturaleza» o «eliminando sus iniquidades». No se trata pues el pasaje de lo que Dios obra en Su pueblo, sino de lo que por medio de Cristo ha hecho por ellos.

Volvamos al verso 17. «De modo que»: en vista a lo que ha sido establecido en los versos anteriores, se deduce entonces que «si alguno está en Cristo, nueva criatura es»: el tal tiene una nueva posición ante Dios; debido a que de manera representativa es uno con Cristo, ha sido comprado, también es miembro de la nueva Creación donde Cristo es la Cabeza, y por consiguiente está completamente bajo el nuevo pacto. Esta es la gran conclusión que debe ser expuesta: «las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas». Las distinciones que se obtuvieron en el antiguo pacto no tienen lugar en la resurrección: pues esas distinciones estaban ligadas a la carne, mientras que la relación que se obtiene en el nuevo pacto, así como los privilegios que se gozan, son completamente espirituales. Una vez que esto se entendía claramente, quedaban completamente destruidos los argumentos de los judaizantes.

A estas alturas no es nada fácil para nosotros concebir lo que ese cambio revolucionario del judaísmo al cristianismo implica, tanto para judíos como para gentiles. Es el cambio más grande que el mundo haya visto. Por quince siglos, el reino de Dios sobre la tierra se había centrado en el favor para una nación, mientras que las otras naciones habían sido dejadas en sus propios caminos. El abismo que dividía al judaísmo del paganismo era más real y mucho más grande que el que existe entre el romanismo y el cristianismo ortodoxo. El espíritu de división que había entre los judíos y los gentiles, era mucho más intenso que el que hay entre las distintas castas en India. Pero en la cruz, el ministerio Mosaico (las cosas viejas) «pasaron», la pared intermedia fue echada abajo, y en la resurrección de Cristo el «Por camino de gentiles no vayáis» dio lugar a «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura». Las relaciones de sangre que habían caracterizado al judaísmo, ahora fueron reemplazadas por relaciones espirituales; el Nuevo Testamento se dedica a comprobar esto, sin embargo fue con bastante dificultad que los judíos convertidos pudieron entenderlo. La intención principal de toda la epístola de los Hebreos fue demostrar que «las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas». Allí el apóstol pone de manifiesto que el «antiguo pacto» que Dios había hecho con Israel, en el Sinaí, con todas sus ordenanzas de adoración y con los privilegios que implicaban, fue anulado, y que fue reemplazado por uno nuevo y mejor. Sobre esto, se declara que Cristo ha obtenido un «mejor ministerio» en proporción de que también «es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas»; y después, citando a Jeremías 31 donde el nuevo pacto fue anunciado, expone sobre el primer pacto que «lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer» (Hebreos 8:6–13). La inmensa superioridad del nuevo pacto sobre el antiguo se enseña con muchos detalles: el primero fue temporal, el nuevo es eterno; el primero contenía solo la sombra de las cosas que vendrían, el nuevo es la esencia misma de las bendiciones que vendrían. El sacerdocio de Aarón había sido reemplazado por el de Cristo; una herencia terrenal por una celestial. El bendito contraste entre los dos pactos es completamente expuesto en Hebreos 12:18–24.

No solo los judíos convertidos encontraron difícil adaptarse al gran cambio producido por el reemplazo del antiguo pacto, sino que también los judíos no convertidos causaron muchos problemas en las reuniones cristianas, insistiendo que ellos eran descendencia de Abraham y que eran por consiguiente objetos de privilegios especiales, y que los gentiles solo podían participar a través de la circuncisión y convirtiéndose en objetos de la ley ceremonial. Muchos de los escritos de Pablo se dedican a refutar esta clase de errores. Que los corintios estaban siendo acosados por los judaizantes, lo hemos ya mostrado —2 Corintios 11:18 nos da mucha evidencia, donde el Apóstol se refiere a «que muchos se glorían según la carne», es decir su linaje natural. Pero todo fundamento había sido derribado por lo que Pablo había declarado en 2 Corintios 3 y por su irrefutable argumento en 5:13–18. La muerte y resurrección de Cristo había hecho que «las cosas viejas» pasaran: el antiguo pacto, el sistema Mosaico, el judaísmo había terminado. «He aquí todas son hechas nuevas»: había sido introducido un nuevo pacto, el cristianismo, con mejores relaciones y privilegios, una posición superior delante de Dios, y diferentes ordenanzas.

Lo mismo encontramos en la epístola a los Gálatas, donde hay muchos más ejemplos de los que pudimos ver en Corintios. Las iglesias de Galacia estaban siendo atacadas por falsos maestros, quienes también buscaban judaizarlos, y Pablo usa el mismo método para refutar sus falacias. «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre (...) porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús»(Gálatas 3:28) es un eco de «nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne». Muchos aspectos del contenido de Gálatas 4:21–31 son similares a los que encontramos en 2 Corintios 3, porque en ambos los dos pactos son contrastados. En Gálatas 4 bajo la alegoría de Agar y Sara y sus hijos, se muestra la superioridad del segundo pacto. «Decidme, los que queréis estar bajo la ley» (4:21) quiere decir bajo el antiguo pacto. «Nació según la carne» en el verso 23 significa de acuerdo a lo natural, «por la promesa» significa espiritualmente. «Estas mujeres» representan «los dos pactos» (verso 24). «Echa fuera a la esclava y a su hijo» del 4:30 tiene la misma fuerza en comparación con el hecho de que las cosas viejas «pasaron». Mientras el «porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación» del 6:15 expresa la misma verdad que 2 Corintios 5:17.

Una vez que el significado de 2 Corintios 5:16 se entiende, no hay lugar para ninguna disputa con respecto al verso que sigue. A la luz de 5:12; 10:7; 11:18 queda completamente claro que el apóstol estaba apartando a los creyentes de Corinto de una parcialidad carnal y pecaminosa; y llevándolos a estimar su hermandad en relación con Cristo y no con Abraham, y el ver a Cristo no como «siervo de la circuncisión» sino como «el Mediador de un mejor pacto», y Quien ha hecho todas las cosas nuevas. El antiguo pacto fue hecho solamente con una nación; el nuevo con creyentes de todas las naciones. Los sacrificios de ellos no produjeron nada perfecto, pero nuestro Sacrificio nos ha perfeccionado para siempre (Hebreos 10:1, 14). La circuncisión fue por medio de la simiente terrenal de Jacob; el bautismo es para los descendientes espirituales de Cristo. Solo a los Levitas se les era permitido entrar al lugar santo, ahora todos los hijos de Dios tienen derecho de acceso a Él. El séptimo día fue llamado el Sábado bajo la constitución del Sinaí; pero el primer día se celebra el nuevo orden introducido por medio de un Cristo resucitado. «Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas».

Habiendo pues hecho el esfuerzo por eliminar el obstáculo del camino de las almas sensibles, al mostrarles que 2a Corintios 5:13–21 no enseña la obra del Espíritu Santo en el pueblo de Dios, sino más bien muestra los beneficios legales de la obra de Cristo, parece necesario ahora el contemplar lo que ocurre en aquel que es sobrenaturalmente resucitado. En otras palabras, después de haber tratado con el cambio dispensacional logrado por la muerte y resurrección de Cristo, volvemos ahora la atención al gran cambio experimental que, a su debido tiempo, es forjado en cada uno por los cuales el Redentor derramó Su preciosa sangre. Hay muchos en la cristiandad moderna que no dan evidencia de que han sido sujetos de cambio, que sin embargo están completamente convencidos de que van camino al cielo, mientras que no son pocas las almas confundidas por no estar seguras de lo que este cambio conlleva.

Lo que ahora pensamos tratar es lo que se llama «el milagro de la gracia».

Primero, porque es producido por la obra sobrenatural de Dios.

Segundo, porque esa obra le pertenece completamente a Su soberana bondad, y no porque alguno sea digno de ser sujeto de ese favor.

Tercero, porque esa obra es profundamente misteriosa ante el ser humano. Además, la expresión «un milagro de gracia» es lo suficientemente abstracta como para incluir todos los demás términos tales como el «nacer de nuevo», «convertido», etc; los cuales se refieren en realidad a una sola frase o aspecto del milagro de gracia. Por otro lado, posee la ventaja de darle el énfasis donde debe estar, y le atribuye la gloria al Señor, Quien solamente es digno, porque Dios es el único Autor el cual actúa de manera independiente y sin asistencia en la salvación del pecador. «Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia» (Romanos 9:16). Al decir «un milagro de gracia» incluimos toda la obra de Dios en Su pueblo y no simplemente el acto inicial de vivificación.

Solamente un milagro de gracia puede cambiar a un «hombre natural» (1 Corintios 2:14) en uno «espiritual» (1 Corintios 2:15). Solo el poder del Omnipotente es capaz de libertar a un siervo de Satanás y trasladarlo al reino de Cristo. Solamente la obra del Espíritu Santo es capaz de transformar a un «hijo de desobediencia» (Efesios 2:2) en un «hijo de obediencia» (1 Pedro 1:14). El llevar a uno de mente carnal que es enemigo de Dios al amor y la sujeción a Dios, es algo que escapa de cualquier persuasión humana. Y por ser sobrenatural, esto trasciende igualmente nuestra capacidad para entender completamente. Incluso los que han experimentado realmente esto, solo pueden obtener una concepción correcta cuando lo ven a la luz de todas las claves que Dios ha esparcido por toda la Escritura, y aun así es un concepto parcial e incompleto. Así como nuestros ojos son muy débiles como para mantener la mirada en la luz solar, así nuestras mentes son demasiado torpes y por eso solo podemos disfrutar de unos pocos rayos de luz de la verdad. Nosotros vemos a través de un vidrio oscuro, por eso solo conocemos una parte.

Qué bueno es cuando nos damos cuenta de que somos ignorantes. El gran cambio del que estamos hablando, es producido por un poder milagroso de Dios. Todas las obras de Dios están envueltas en un misterio impenetrable, incluso cuando es comprendido por nuestros sentidos. La vida natural, en su origen, en su naturaleza, sus procesos, desconcierta al investigador más capaz y cuidadoso. Mucho más en el caso de la vida espiritual. La existencia de Dios transciende el entendimiento, la mente finita; ¿Cómo entonces podemos esperar comprender completamente el proceso por el cual nos convertimos en Sus hijos? El mismo Señor declaró que el nuevo nacimiento era un misterio:

«El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu» (Juan 3:8).

El viento es algo que aún los más entendidos científicos desconocen, y no saben cuáles serán sus próximos movimientos. La naturaleza y las leyes que lo gobiernan, su origen, todo está más allá del simple entendimiento humano. Pasa algo similar con respecto al nuevo nacimiento: es un profundo misterio, que desafía el orgullo y la razón, no susceptible a análisis teológicos.

El que cree tener muy clara la comprensión de lo que sucede en un alma cuando Dios le hace nacer de nuevo está muy equivocado: «Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo» (1 Corintios 8:2). Al final de su peregrinaje sobre la tierra, el cristiano mejor instruido tenía razón para decir «Enséñame tú lo que yo no veo» (Job 34:32). Incluso un teólogo y maestro de la Escrituras es solo un aprendiz, como todos sus compañeros en la escuela de Cristo, adquiriendo su conocimiento de la verdad de manera gradual —»un poquito allí, otro poquito allá» (Isaías 28:10). Él también avanza lentamente, con un tema y luego con el otro, y cuando pasa a uno nuevo le aparecen ciertas consideraciones de los primeros temas, llevándolo a estudiar nuevamente los temas anteriores. Esto es porque la verdad es una unidad, y si erramos en nuestro entendimiento de una parte, la percepción de las otras partes se verá afectada.

Nadie debería ofenderse ni sorprenderse por decir que incluso el teólogo o maestro de las Escrituras es solo un aprendiz y que está adquiriendo su conocimiento de la verdad de manera gradual. «Más la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto» (Proverbios 4:18). Así como la salida del sol, la luz espiritual alumbra sobre el predicador y sobre el oidor. Los hombres que más han sido usados por Dios en la alimentación y edificación de Su pueblo no fueron completamente preparados para su obra al principio de sus ministerios, sino por el estudio prolongado que los llevaba a la comprensión de la verdad. Cada predicador que experimenta algún crecimiento espiritual real, ve muchos de sus primeros sermones como los de un principiante, y tendrá motivo para sentir vergüenza a la medida que percibe su crudeza y la ignorancia relativa que caracterizó esos primeros sermones; porque es posible que haya sido misericordiosamente preservado de grandes errores, sin embargo, probablemente encontrará muchos en sus exposiciones de la Escritura, algunas inconsistencias y contradicciones en sus enseñanzas, y que ahora las puede corregir con un conocimiento más maduro.

Lo que acabamos de decir explica por qué los escritos posteriores de un siervo de Dios son preferibles a los primeros, y por qué en una segunda o tercera edición de sus trabajos ve la necesidad de corregir o al menos modificar algunas cosas de la obra original. Ciertamente este escritor no es la excepción. Si le tocara reescribir hoy algunos de sus primeros artículos y escritos, tendría que hacer unos cuantos cambios. Aunque sería una especie de golpe al orgullo el tener que hacer correcciones, es también la base para dar gracias a Dios por la luz que ha hecho brillar. Durante nuestro primer pastoreo estábamos muy comprometidos en combatir el error de la salvación por obras, y por lo tanto hacíamos énfasis en la verdad que está en las palabras de nuestro Señor, «Os es necesario nacer de nuevo» (Juan 3:3, 5, 7), para demostrar que algo más poderoso y radical que nuestros esfuerzos se requiere para tener admisión en el reino de Dios; que ninguna educación, mortificación o adoración religiosa de un hombre natural puede hacer posible que sea admitido para siempre en el santo cielo.

Pero para refutar un error, es necesario que se tenga mucho cuidado de no caer al extremo opuesto, porque en muchos de los casos los errores más que repudiar la Verdad lo que hacen es pervertirla. El nacer de nuevo no es la única manera en que la Escritura describe el gran cambio realizado por el milagro de la gracia: se usan otras expresiones, y a menos que se tomen en cuenta debidamente, el resultado será una concepción inadecuada y errónea de lo que significa ese milagro. Nuestro segundo pastoreo estaba ubicado en una comunidad donde era muy común la enseñanza de «completa santificación» o perfeccionismo sin pecado, y para combatirla resaltamos el hecho de que el pecado no es erradicado de la vida de ningún hombre, y que incluso después de que nacer de nuevo su «antigua naturaleza» permanece todavía dentro de él. Estábamos plenamente convencidos de esto por medio de la Palabra de Dios, aunque estamos comprometidos en la misma tarea, hoy debemos tener mucho mayor cuidado al definir lo que se quiere decir por «antigua naturaleza» e insistir que una persona regenerada tiene un cambio y una disposición radical para alejarse del pecado.

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Hacim:
511 s. 20 illüstrasyon
ISBN:
9781629463124
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