Kitabı oku: «Descentrando el populismo», sayfa 7
29Entre las diversas dimensiones que contribuyen a entender la trayectoria del movimiento se advierten estudios recientes sobre el arco opositor al gaitanismo y las derechas en Colombia, el nacionalismo católico y el llamado “populismo conservador”. Ejemplo de ello es el extenso trabajo de César Ayala (2013), aunque el concepto antes referido no ha sido profundizado por el autor.
30Braun (2008 [1985]), Guzmán, Fals Borda y Umaña (2005 [1962]), Oquist (1978) y Sánchez (1983), entre muchos otros.
31Un ejemplo de esta postura es el trabajo de Urrutia (1991), donde se establecen algunos argumentos sobre lo beneficioso que fue para los colombianos no haber gozado del populismo.
32En alusión al ensayo pionero de Marco Palacios, El populismo en Colombia (1971). Conforme con Palacios, el gaitanismo constituía una expresión democrática del populismo en Colombia. No obstante, aquello que el autor identificaba como propiamente democrático de la experiencia gaitanista solo era posible, en su argumento, como un potencial, en realidad perceptible de manera contrafáctica. El supuesto implícito que sustentaba la mirada del historiador sobre el gaitanismo puede formularse del siguiente modo: “el populismo gaitanista podría haber sido un modo de integración populista-democrático de las masas en la vida política colombiana, si hubiese llegado al poder” (Magrini 2018, 266). El juego de sentidos y de resignificaciones que, en esos años, realizaba Palacios inauguraba, al fin de cuentas, una conceptualización del populismo en Colombia a tono con el tinte peyorativo que el concepto tenía en el Cono Sur.
2Populismos en los puntos de cruce de Cipriano Reyes y José Antonio Osorio Lizarazo como figuras mediadoras del peronismo en Argentina y del gaitanismo en Colombia *
Ana Lucía Magrini
Populismos en clave identitaria, heterogénea y en contrapunto
Los estudios sobre populismos latinoamericanos parecen caer con insistencia en algunos lugares comunes y presupuestos no del todo explícitos: como la idea que sostiene que estudiar a los líderes (sus trayectorias, sus acciones y sus intenciones) es sinónimo de analizar los movimientos; que solo es posible (o pertinente) comparar casos homólogos; que los populismos se definen por una comunicación directa (o sin mediaciones), en la que participan necesariamente tres actores: el líder, el pueblo y sus enemigos;1 y que los populismos tienden a homogeneizar las identidades políticas.
A contramano de estas tendencias, aquí proponemos mostrar que dos experiencias políticas disímiles, como la peronista y la gaitanista, compartirían ciertos rasgos propios de los populismos, entendiendo estos como discursos caracterizados por construir un tipo de identidades políticas contingentes (Laclau 2005). En nuestro caso, abordamos la constitución identitaria como un proceso histórico, inestable y constitutivamente heterogéneo.
Cuando decimos que los populismos son discursos que construyen identidades constitutivamente heterogéneas, no solo queremos señalar la tensión —ya introducida por Ernesto Laclau— entre la tendencia a la homogeneidad interna y a la diferenciación externa2 en los procesos identitarios, sino especialmente la heterogeneidad que se produce internamente en las identidades frente a las múltiples tensiones que las habitan al momento de articularse en un discurso populista. Para visibilizar esto, retomamos dos aportes de los estudios poslaclausianos que han avanzado en el tratamiento de las diversas maneras en que opera la heterogeneidad3 en los populismos latinoamericanos: las consideraciones de Gerardo Aboy Carlés (2010; 2013; 2014) sobre el carácter pendular de las identidades y las reflexiones de Sebastián Barros (2013; 2014) acerca de los procesos de emergencia de las identificaciones populares.
La cuestión de la heterogeneidad ha sido clave para profundizar algunas ideas introducidas por Laclau, aun cuando esta dimensión permanece poco explorada en su propia teoría; por ejemplo: ¿es posible establecer diferenciaciones entre identidades políticas e identidades populares? ¿Hay distinciones entonces entre “lo popular” y “lo político”, o ambas lógicas son equivalentes? Si asumimos que los populismos constituyen modos de articulación política, ¿qué características tendría esta lógica articulatoria en contraste con otras posibles? Tanto Aboy Carlés como Barros van a proponer que los populismos son un tipo específico de articulación de identidades populares, las cuales solo en determinados contextos podrían articularse “de manera populista”.
Para Aboy Carlés, la heterogeneidad no se reduce a aquello que queda fuera de una articulación populista,4 sino que remite a la tensión entre “particular y universal” que atraviesa al espacio articulatorio en los discursos populistas o con pretensión hegemónica (Aboy Carlés 2010). En su definición de populismo, el autor parte de distinguir tres tipos de identidades populares: las parciales (o sin pretensión hegemónica, en las que priman las reivindicaciones particulares del propio campo identitario), las totales (que aspiran a la conformación de una unidad política homogéneamente dominada por estas, ya que en ellas no hay negociaciones posibles con los antagonistas) y las identidades con pretensión hegemónica.5 Estas últimas son las que habilitan la emergencia de los populismos, precisamente porque su lógica de constitución identitaria busca la negociación constante de su “identidad como la conversión de los adversarios” al propio campo identitario (Aboy Carles 2013, 34).6
Claramente, ello no supone que los intentos de conversión de los adversarios se realicen siempre a través del diálogo y de amistosas negociaciones. El autor señala que distintas experiencias “recurrieron a variadas formas de represión selectiva del espacio opositor” (Aboy Carlés 2014, 40). Sin embargo, lo significativo de estas identidades es que “su estrategia nunca se redujo a la conversión forzada” (p. 40). Por el contrario, los populismos se caracterizan por un mecanismo pendular más complejo: un modo de negociar la “tensión entre la ruptura y la conciliación del espacio comunitario, consistente en la a veces alternativa, a veces simultánea, exclusión-inclusión del oponente del demos legítimo” (p. 40). Por ello, los límites que trazan las fronteras políticas en los discursos populistas son siempre porosos, pues no solo las fronteras son susceptibles de desplazamientos, sino que además “permiten una importante movilidad a través de ellos” (Aboy Carlés 2013, 36), haciendo que nuevos sectores se integren al campo identitario, que otros antes incluidos queden por fuera, entre otras tantas posibilidades.
Por su parte, Barros prefiere hablar de “identificaciones populares” para enfatizar el carácter contingente, conflictivo y relacional de todo proceso identitario (2010; 2013). En términos del autor, estas identificaciones se caracterizan (entre otros rasgos) por su potencial capacidad dislocatoria, por medio del cuestionamiento de los papeles socialmente asignados. Esta cuestión ha sido especialmente estudiada por la historiografía del peronismo y de los populismos latinoamericanos en general, como la denominada quiebra de la “deferencia social”.7
Para Barros, esa quiebra de la deferencia no se reduce a la mera denuncia de una exclusión material y simbólica de la parte del pueblo no reconocida legítimamente, los menos privilegiados o el pueblo en tanto plebs, sino que, además, dicha denuncia puede (en determinados contextos de relativa estructuralidad discursiva) producir un reordenamiento de las posiciones sociales. De ahí su relevancia para el estudio de los populismos.8
En una dirección analítica similar a la de Aboy Carlés, Barros argumenta que lejos de constituir una teoría sobre la homogeneidad de las identidades políticas (como en ocasiones erróneamente se la presenta), la perspectiva de Laclau sobre el populismo propone un abordaje de lo heterogéneo, que va desde una “heterogeneidad radical (dos entidades que no comparten un espacio común de representación) hasta el resto de heterogeneidad ineliminable que constituye la distinción de toda particularidad (su pérdida supondría la desaparición de la diferencia)” (Barros 2018, 28).
El autor distingue diversos niveles de heterogeneidad, que estarían presentes en la teoría laclausiana del populismo. Un primer nivel de heterogeneidad remite a la exterioridad constitutiva, la cual está dada “por la frontera antagónica que constituye una cadena de equivalencia” y “algo externo a ella que al mismo tiempo niega su plenitud y es condición de su existencia”. Un segundo nivel es el de las diferencias, que “reside en el resto de particularidad persistente entre las propias diferencias articuladas en una cadena equivalencial determinada”. Y un tercer nivel, radical, refiere a “los elementos que no son diferencias en tanto no comparten un espacio de representación simbólica. El nivel de la no-diferencia” (Barros 2018, 67). En esta descripción de distintos niveles de heterogeneidad perceptibles en la teoría laclausiana, el investigador argentino añade otro nivel que no está claramente identificado en Laclau “y que es aquel entre las diferencias articuladas y el momento hegemónico articulante […]. En este nivel de heterogeneidad se juega la instancia que define el tipo de unidad que adquirirá una articulación política” (Barros 2018, 67; el resaltado es mío).
Es precisamente ese último nivel de heterogeneidad el que nos interesa pensar aquí, pues esa heterogeneidad supone que dentro de un mismo campo identitario, llamado “peronismo” y “gaitanismo” en este caso, es posible dar cuenta de conflictos y oposiciones internas; y que tales tensiones no siempre derivan en el simple abandono de ese campo o en la mera inclusión de los sectores críticos en el discurso de los adversarios. Por el contrario, argumentamos que dichas heterogeneidades y tensiones (articuladas, por cierto, en los discursos populistas) son una dimensión característica de los procesos identificatorios que habilitan los populismos.
Nos proponemos entonces ilustrar algunas de estas tensiones y heterogeneidades mediante sucesivos actos o procesos identificatorios9 de dos figuras mediadoras y especialmente controversiales durante el proceso de gestación del peronismo y del gaitanismo: Cipriano Reyes y José Antonio Osorio Lizarazo. Ambos tuvieron papeles protagónicos en momentos fundacionales de los movimientos y en circunstancias políticas concretas, como la nacionalización o la construcción a gran escala de los mismos; se opusieron o cuestionaron a Juan Domingo Perón y a Jorge Eliécer Gaitán, sin renunciar al campo identitario signado por los líderes como peronista y gaitanista. Resaltamos que los nombres que asumieron los movimientos, colocaron en primer plano a los líderes políticos, pues precisamente Reyes y Osorio Lizarazo lideraron batallas por el sentido de los movimientos y, el primero en especial, por la paternidad del peronismo. Como veremos en los dos siguientes apartados, las estrategias de estas figuras fueron distintas: Reyes enfatizó en que el nombre “peronismo” no remitía a la verdadera identidad política que emergió el 17 octubre de 1945, sino a otra deliberadamente borrada por Perón: el laborismo, mientras que Osorio Lizarazo apeló al mismo significante (“gaitanismo”) para disputarle a Gaitán la verdadera esencia del movimiento, una que para él debía ser intransigentemente revolucionaria.
Lo que nos parece sugestivo de las agudísimas críticas que por momentos esgrimieron estos actores, es que en ellas persiste una férrea resistencia a la heterogeneidad que comenzaba a teñir a los movimientos políticos al momento de nacionalizarse. En los casos que analizamos a continuación, este no es un dato menor, pues los enfrentamientos con los líderes y con sectores recientemente integrados a los movimientos —como los radicales renovadores en el seno del laborismo argentino o los liberales en el seno del gaitanismo colombiano— derivaron en violentos intentos de cierre de las fisuras internas, como la reclusión de Reyes o el autoexilio de Osorio Lizarazo. Precisamente por ello, nos interesa trabajar con estas figuras, en ocasiones consideradas por la historiografía como disidentes u opositores y, en otras, como mitos vivientes del peronismo y del gaitanismo.10
Sin la pretensión de homologar experiencias políticas, trayectorias individuales y procesos identificatorios que, por cierto, son distintos, tomamos a cada uno como punto de comparación con el otro,11 pues entendemos que ello nos permitirá sortear algunos lugares comunes antes referidos en los estudios sobre los populismos latinoamericanos. Lo interesante del contraste entre experiencias como la peronista y la gaitanista, en este punto, es que el nivel de heterogeneidad que nos interesa ilustrar (interno al campo identitario) no se limita a aquellas experiencias populistas que construyeron Gobiernos nacionales, ni a las características propias de un tipo de liderazgo, o a las políticas públicas implementadas por los líderes en el Estado, sino que se relaciona sustancialmente con las inscripciones identitarias producidas durante los años de emergencia de los movimientos, las cuales, en ocasiones, guardaron una carga de sentido de tal magnitud que sus modos identificatorios se volvieron, en otras coyunturas (como la construcción a gran escala de los movimientos), “innegociables”.
Finalmente, conviene precisar el sentido de la noción de mediación que aquí utilizamos y su aporte para el estudio de los populismos y los procesos de identificación política. En primer lugar, la idea de mediación subraya una orientación introducida por una serie de trabajos recientes que han reparado en las prácticas y acciones de las segundas, terceras o cuartas líneas de los movimientos populistas, en contraste con los estudios centrados en la descripción de estilos de liderazgo como los basados en relaciones de poder verticales y directas (o sin mediaciones) entre un líder carismático y las masas. Como ha advertido Raanan Rein, de no haber sido por el establecimiento de “vías alternativas de mediación para movilizar el apoyo popular”, sería incomprensible “el legado duradero del populismo en América Latina a la hora de ‘modelar la arena política’ y de imbuir nuevos significados en el concepto de la ciudadanía” (2019, 103). De modo que indagar por el papel que desempeñaron las segundas líneas se torna una cuestión crucial a la hora de comprender lo perdurable del peronismo, del gaitanismo y de los populismos en general.
En segunda instancia, la categoría de “mediación” desnuda una falsa idea persistente en algunos estudios centrados en las estrategias de comunicación de los populismos. Ese falso supuesto reduce los procesos de comunicación de los movimientos populistas a unos de tipo directos —o, nuevamente, sin mediaciones—. En general, estos enfoques tropiezan con una dificultad evidente al intentar caracterizar la enunciación de los líderes y la recepción “de las masas”. Instancias políticas y comunicativas que, además, suelen pensarse como autotransparentes o bajo la idea de un reflejo (es decir, que aquello que se enuncia es equivalente a lo que se recepta). El problema de estas aproximaciones radica en que suponen la transparencia del lenguaje, cuando en efecto este constituye un campo minado de interpretaciones, prácticas e intervenciones que hacen de él un fondo opaco y contaminado. Por otra parte, como la teoría de las mediaciones y de la comunicación como proceso ha venido señalando desde hace ya varias décadas,12 los receptores tampoco son pasivos, intervienen, resemantizan o resignifican discursos y, con frecuencia, se convierten en “enunciadores” de otros discursos políticos.
En tercer lugar, la noción de mediación que proponemos dialoga con la historia intelectual, pues nuestros “mediadores” son actores políticos concretos que produjeron obras muy variadas (biografías, autobiografías, poemas, novelas, ensayos, crónicas, artículos periodísticos, entre otros géneros), a través de las cuales intentaron intervenir en el campo intelectual y cultural, construyendo sus propias interpretaciones sobre el peronismo y el gaitanismo, algunas de ellas especialmente críticas respecto a las elaboradas por los líderes. En este sentido, al focalizar cómo estas figuras (en tanto intérpretes del peronismo y del gaitanismo) disputaron sentidos sobre los movimientos, los líderes y el papel que ellos mismos desempeñaron en aquellos, procuramos tensionar el binomio entre “campo político y campo intelectual”, para abordar ambos articuladamente.13 En definitiva, trabajando con actores significativos y controversiales en las opacidades de la discursividad de dos populismos latinoamericanos, proponemos analizar sus trayectorias, identificaciones, representaciones e interpretaciones sobre los movimientos como actos políticos en sí.
“El héroe no reconocido” o cómo Cipriano Reyes construyó su identidad política
Difícil de posicionar dentro de las interpretaciones peyorativas y las claramente apologéticas sobre el peronismo, con frecuencia citada como fuente y poco explorada en términos de la mirada que allí se construye sobre esta experiencia política, la perspectiva de Reyes (y el modo de identificarse con el peronismo) fue durante muchos años inaudible tanto en el campo político como en el intelectual. Fue Juan Carlos Torre (1990) quien, a finales de los años setenta, proporcionó nuevos lentes analíticos para entender la tradición de la que Reyes provenía, el laborismo. Su argumento desplazó el debate sobre el peronismo hacia la pregunta por las identidades políticas, específicamente, hacia las relaciones que se establecieron entre Perón y el movimiento obrero. Pese a haber deconstruido la explicación clásica de Gino Germani (1962) sobre los orígenes del movimiento, la conclusión a la que llegó el autor de La vieja guardia sindical y Perón no distó mucho de otras miradas que habían insistido en la docilidad de los gremios que adhirieron al llamado de Perón,14 en la interpretación del peronismo como una oportunidad perdida, la de haber conformado un partido obrero autónomo15 (como el laborista británico) y la de constituir una democracia pluralista.16 Todo ello sumado a la idea de que el peronismo constituía un fenómeno populista en sentido autoritario.17
Dicho sin preámbulos, con otras variables explicativas, con nuevas fuentes documentales (como las actas del Comité Central Confederal de la Confederación General del Trabajo —CGT—) y con una nueva problematización del fenómeno (las identidades políticas), el autor no alteró la interpretación dominante sobre el peronismo. Este no es, sin embargo, “un problema” del trabajo de Torre, el cual ha sido considerado uno de los aportes más lúcidos sobre sus orígenes, y quien formuló, en un texto más reciente escrito en colaboración con Elisa Pastoriza,18 una interpretación ejemplar sobre los primeros años peronistas.19 El señalamiento constituye, en realidad —y esto es lo verdaderamente problemático—, una tendencia general en los estudios sobre el peronismo caracterizados por el predominio de “miradas subjetivistas”, esto es, de posicionamientos apologéticos o claramente orientados a descalificar dicha experiencia política.20
Con otros objetivos, volvemos aquí al primer gesto analítico con el que Torre interrogó el peronismo, las identidades políticas. Aunque, parafraseando a Barros (2014), no dirigimos la mirada hacia el Estado, sino hacia la forma singular que tomaron sucesivos actos identificatorios de un actor fundacional y especialmente crítico, Cipriano Reyes.
Oriundo de Lincoln, provincia de Buenos Aires, Reyes (1906-2001) fue contorsionista de circo, aprendiz de vidriero, pescador, trabajador rural, panadero, mucamo valet, ensayista, periodista, poeta, obrero de la industria de la carne y líder sindical. Luego de recorrer el país como linyera —período que él mismo describe como una experiencia de trotamundos—, se estableció en la localidad bonaerense de Berisso, donde permaneció la mayor parte de su vida y donde fundó el Sindicato Autónomo de Obreros de la Industria de la Carne y Afines.
Fue uno de los organizadores de la multitudinaria movilización obrera del 17 de octubre, convocada para exigir la liberación de Perón. Luego del éxito de la extensa jornada y del llamado a elecciones para febrero de 1946, Reyes, junto con otros dirigentes sindicales, fundaron el Partido Laborista, plataforma política que llevó a Perón a la presidencia y al propio Reyes al Congreso Nacional.
En mayo de ese año, Perón llamó a la unidad de todas las fuerzas que se aglutinaban en el peronismo, disolvió el Partido Laborista y creó el Partido Único de la Revolución, posteriormente denominado Partido Peronista. Reyes se opuso a la disolución del laborismo. En 1947 sufrió un atentado, en el que murió su chofer, y en 1948, una vez finalizado su mandato y ya declarada la ilegalidad del laborismo, fue acusado de organizar un complot para derrocar a Perón, razón por el cual fue encarcelado hasta 1955. Ese año fue liberado, y en 1957 se opuso a la denominada “Revolución Libertadora” e intentó reorganizar el Partido Laborista con miras a restituir la Constitución de 1949, sancionada durante el primer Gobierno peronista.
Desde la creación del Partido Laborista, Reyes se resistió a la inclusión, en aquel, de quienes habían estado por completo ausentes en la crítica jornada de octubre de 1945. Tampoco podía “abrazar como amigos” a quienes habían sido “bastoneros” de toda la “corriente opositora [a Perón] y antiobrera”, entre 1943 y 1945 (Reyes 1987, 13-14). Más allá de sus señalamientos respecto a los integrantes repentinamente conversos al laborismo, un sector de la Unión Cívica Radical–Junta Renovadora, se unió a la plataforma política que finalmente ganó las elecciones y conformó el nuevo Gobierno.
Al poco tiempo de la victoria electoral, el 23 de mayo de 1946, Perón ordenó caducas “en toda la República las autoridades partidarias de todas las organizaciones que pertenecen al movimiento peronista” y encargó “a los camaradas legisladores que forman las autoridades […] la organización de todas las fuerzas peronistas como Partido Único de la Revolución Nacional” (discurso de Perón, en Reyes 1987, 180-183).
La respuesta de Reyes no se hizo esperar y a pocos días del comunicado transmitido por cadena nacional, le envió una carta a Perón, cuyo encabezado no podía ser más directo: “Señor Presidente electo de la República por el Partido Laborista, general Juan D. Perón”:
Hace pocas horas […] usted termina de romper […] con el laborismo, a través de un ‘ordeno y mando’, como si lo hubiera hecho el zar de Rusia o el mismo Calígula, emperador de Roma.
Desconoce el movimiento que lo llevó al poder porque teme que el mismo el exija la realidad de ese mundo mejor que le hemos prometido al pueblo y al país […]. Ahora está en la cima, y desde allí arroja al precipicio a los amigos que lo ayudaron a subir. […], usted, señor presidente, desvió el cauce de la revolución popular y nacional […], convirtiendo a sus aláteres en un conglomerado amorfo, sometido al servilismo […]. De mi parte, hágole saber que me incorporaré a mi banca de diputado nacional, sosteniendo lo que usted, señor presidente, arrojó a la clandestinidad: el laborismo. (Carta de Cipriano Reyes a Perón, 27 de mayo de 1946, en Reyes 1987, 183-184)21
Algunos compañeros y amigos de Reyes intentaron persuadirlo de dejar las críticas a Perón a un lado y, en pos de la unidad del movimiento, aceptar la peronización del laborismo. “Escupí para otro lado, Cipriano, y verás que todo va a salir bien”; “debemos sacrificarnos por la unidad del movimiento”; “Olvidate de eso, Cipriano, y aprovechemos para estar todos juntos” (Reyes 1987, 15, 18), son algunos consejos que él mismo recuerda, y a los que solo oiría inicialmente, durante la constitución del partido; luego de su disolución, ya no podría aceptar la completa desaparición del laborismo.
El líder sindical escribió tres libros: ¿Qué es el laborismo?, publicado en 1946, texto en el que formula duras críticas a los llamados a la unidad del Partido Único; Yo hice el 17 de octubre, autobiografía publicada en 1973, el mismo año en que se produjo el retorno definitivo de Perón a Argentina (luego de un exilio de más de una década); y La farsa del peronismo, libro que vio la luz pública en 1987, en la coyuntura del fallido intento de golpe de Estado del 15 abril de ese año a Raúl Alfonsín; para entonces, ya había transcurrido el retorno de la democracia, aunque bajo la constante amenaza de las Fuerzas Armadas.
A lo largo de estas obras, el líder del gremio de la carne fue radicalizando su mirada sobre el peronismo y construyendo su identidad política desde una identificación, positiva y negativa al mismo tiempo, con elementos sustanciales de este discurso. Más allá de la diferencia de géneros desde los que Reyes cuenta su historia (el ensayo en el primer libro, la autobiografía en el segundo y la crónica en el tercero), en ellos, el melodrama22 constituye un modo de tramar específico que hace posible articular la épica con el romance, esto es, las dimensiones más íntimas y cotidianas de su vida (sucesos significativos como los sacrificios de una vida de peón de campo y obrero en la ciudad, la injusticia y la humillación frente a figuras de autoridad, su lucha gremial, la muerte de sus hermanos,23 su desempeño como diputado nacional, entre 1946 y 1948, la cárcel y su liberación) con cambios políticos de orden más abstracto (el 17 de octubre, la formación del Partido Laborista, el primer Gobierno peronista y la dictadura militar que derrocó a Perón, entre otros acontecimientos).24
En su autobiografía, Reyes reconstruye críticamente el mito fundacional del peronismo desde las voces de un sector de sindicalistas que se movilizaron en aquella jornada, que formaron el Partido Laborista en 1946, que no superaron las tensiones al interior del partido —sustancialmente debido a la incorporación de radicales renovadores— y que perdieron en el juego de la política tradicional. Su testimonio involucra un relato del yo, en el que el propio Reyes se autorrepresenta como un héroe no reconocido, cuya acción en la jornada de octubre de 1945 fue tergiversada, tanto por la historia oficial del peronismo como por la versión construida por el antiperonismo.
Para el líder sindical, el 17 de octubre, “el pueblo pueblo” (la plebs, o la parte del pueblo no reconocida como miembro legítimo de la comunidad), impulsado “por todo ese hambre y sed de justicia”, deseaba producir “el cambio en profundidad […] con una revolución nacional y popular […] en el camino de un mundo mejor”. El 17 de octubre “fue la marcha de los postergados, de los perseguidos de los que venían y vienen cargando el peso de la injusticia social” (Reyes 1973, 93).
Hasta aquí el autor reproduce prácticamente la mirada oficial sobre el acontecimiento y se opone a la amplitud de interpretaciones producidas por el heterogéneo arco antiperonista.25 Recordemos que algunas de ellas habían demonizado a quienes protagonizaron aquella jornada y habían negado que Perón se encontrara preso, argumentando que en realidad el líder se había autorrecluido.
La oposición a una versión antiperonista sobre el 17 de octubre se introduce explícitamente en la autobiografía de Reyes, mediante una referencia cruzada respecto a la experiencia colombiana:26 la discusión con Germán Arciniegas, una destacada figura intelectual, contemporáneo de Gaitán y exponente del pensamiento liberal colombiano y americanista, quien además había contribuido a la consagración de Osorio Lizarazo como escritor.27
Antes de la emergencia del peronismo, Arciniegas había sido canciller de la Embajada de Colombia en Buenos Aires y luego del derrocamiento de Perón regresó al país, “en calidad de ‘viajero democrático’ a brindarle sus mejores expresiones al gobierno de facto de Aramburu” (Reyes 1973, 249).28 En aquella oportunidad, Reyes escribió una carta que fue publicada en El Laborista, en la que arremete contra las acusaciones que el colombiano realizó en su ambiciosa obra, Entre la libertad y el miedo. En la edición ampliada de ese libro, de 1956,29 Arciniegas argumenta que el peronismo fue una dictadura y una forma de fascismo, aunque con estilo propio, que había trascendido las fronteras nacionales y se había propagado por América Latina. El americanista presenta a Reyes como un antiguo rompehuelgas y colaborador de Evita. En su versión del 17 de octubre, Reyes y Evita habían alentado la producción de un acontecimiento casi diabólico, comparable a la marcha sobre Roma.
Con habilidad maravillosa, los amigos de Perón, entre ellos Cipriano Reyes, amigo sobre todo de Evita Duarte, ven que ha llegado la hora del peronismo. Se van a los frigoríficos, a las fábricas, a los barrios bajos, y le alumbran al pueblo la toma del poder. “¡Alpargatas sí! ¡Libros no!” “¡Queremos a Perón!” […]. Así nació la gran marcha de los descamisados sobre Buenos Aires. Algo diabólicamente superior a la marcha de las camisas negras sobre Roma. (Arciniegas 1956 [1951], 54-55)
Al respecto, Reyes insiste, en su poco audible crónica de los acontecimientos, que Eva Perón no tuvo participación alguna durante el 17 de octubre. Pero si Arciniegas se atreve a cruzar la mirada y a definir el peronismo, el líder del gremio de la carne también construye una lectura cruzada sobre Colombia, sus trabajadores y el cinismo de sus intelectuales que, como Arciniegas, les dedican un libro a los “campesinos anónimos de Colombia” (Arciniegas 1956 [1951], 8) y crean “una leyenda negra” sobre los trabajadores argentinos (Reyes 1973, 251).
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