Kitabı oku: «Clima, naturaleza y desastre», sayfa 4
UN INDICADOR CLIMÁTICO PARA EL ALICANTE
DEL SIGLO XVIII
LOS MANIFIESTOS DEL VINO
Eduardo Bueno Vergara
Universidad Miguel Hernández *
INTRODUCCIÓN
A pesar de que en la actualidad la relación entre el ser humano y la naturaleza aparece difusa ante nuestros ojos, cuando se desencadenan las llamadas catástrofes naturales, se pone de manifiesto el verdadero vínculo existente entre el hombre y el medio ambiente. Esa unión era mucho más inmediata en las sociedades del Antiguo Régimen, debido a la dependencia de la agricultura respecto de las condiciones atmosféricas. A través de la actividad agrícola, el clima influía decisivamente en la gran mayoría de la población dedicada al sector primario –agricultores propietarios o jornaleros–, pero también repercutía en la actividad comercial dedicada a los intercambios de alimentos procedentes de la tierra. Como es bien sabido, en el ámbito mediterráneo, los tres cultivos esenciales fueron el trigo (pan), el olivo (aceite), y la vid (vino), y de su correcta distribución, entre lugares a veces muy alejados entre sí, dependía el abastecimiento y el buen funcionamiento de muchos núcleos de población.
En Alicante, durante la Edad Moderna, por sus características climáticas y edafológicas, el cultivo de grano fue minoritario y deficitario, consiguiendo el suministro necesario a través del «trigo del mar» o, en menor medida, de poblaciones interiores cercanas. Mucho más extendidos estaban los otros dos elementos que componen la tríada mediterránea, el olivo y, sobre todo, la vid.1 El hecho de contar con un puerto marítimo privilegiado, confirió a la agricultura una clara vocación mercantil: mientras que se importaba el grano o la harina para la elaboración del pan, el amplio excedente de la producción vitivinícola se dedicaba a la exportación. Junto con la barrilla, el vino se convirtió en el principal impulsor de la economía alicantina, auspiciado por su buena reputación en los mercados europeos, y por la legislación proteccionista que impedía introducir caldos foráneos en la ciudad.
Contexto historiográfico
No son pocos los trabajos que se han preocupado por relacionar las características de las cosechas con unas determinadas condiciones climáticas. Sin ánimo de extendernos al respecto, es necesario mencionar, al menos, algunos de los estudios clásicos que abrieron el camino a las investigaciones en climatología histórica dentro de la historiografía española. Destaca por su precocidad y porque es, en buena parte, fuente de inspiración del presente escrito, el Estudio sobre la marcha de las cosechas de la vid en Valladolid durante el siglo XVIII de Manuel Rico y Sinobas2 en la que el autor señala el nexo existente entre la fecha del comienzo de la vendimia y la cantidad de vino obtenido, apuntando la relación entre las condiciones atmosféricas y el ciclo de crecimiento y maduración de la uva. A mediados del siglo xx, Emili Giralt ponía de manifiesto la influencia del clima sobre el volumen de las cosechas del trigo, señalando la sequía como principal causante de los descensos.3 Años más tarde, en 1967, Gonzalo Anes recuperaba la obra de Rico y Sinobas, y señalaba la necesidad de usar la fenología como «la base de toda historia ecológica seria».4 En ese mismo año se publica Valladolid au siècle d’or de Bartolomé Bennassar, donde se enfatiza lo revelador que resulta la variación en las fechas del comienzo de la vendimia para una interpretación climática.5 Por su parte, Domínguez Ortiz consideraba necesario, allá por 1976, relacionar las características de las cosechas con la determinante influencia del tiempo atmosférico, aunque reconocía que la investigación aún se encontraba en un estado embrionario.6 En la actualidad, aún queda mucho por estudiar en la relación cosecha-clima, aunque la dificultad para encontrar series dilatadas en el tiempo y sin interrupciones, supone un serio obstáculo a la hora de emprender investigaciones de este tipo.
Nuevas perspectivas
Sin embargo, la climatología histórica ha avanzado considerablemente en los últimos treinta años. Se han explorado nuevas fuentes documentales que han contribuido a dar una visión más precisa. Así sucede con las rogativas, recursos a la divinidad impetrando la necesaria agua para las tierras de labor (pro pluvia), o demandando el cese de las mismas por resultar excesivas (pro serenitate). Estas invocaciones, seriadas y tratadas con la metodología adecuada permiten identificar períodos marcados por la sequía o por exceso de lluvias.7 Muy útiles han resultado también los estudios centrados en los acontecimientos climáticos de signo extraordinario que, en no pocas ocasiones, derivaban en auténticas catástrofes, alterando la ya de por sí frágil sociedad moderna.8 Estos acontecimientos solían dejar una profunda huella, y pueden seguirse a través de memoriales, testimonios, o solicitudes de ayuda y de reducción en el pago de contribuciones, permitiendo enfatizar aspectos más cualitativos. Igualmente, dentro de la documentación de archivo, podemos señalar los testimonios directos sobre la meteorología que asoman en diarios o correspondencia pues, como lo es hoy en día, los intercambios de información sobre el tiempo eran más que habituales.
Nuestro estudio: límites cronológicos, geográficos y climáticos
Centrándonos en nuestro estudio, los límites cronológicos están comprendidos entre los años 1709 y 1799, determinados por la disponibilidad documental de los Manifiestos del vino, que constituyen la principal fuente empleada para proponer una primera reconstrucción del clima alicantino. Precisamente, desde el punto de vista territorial, nos situamos en el término general de Alicante que comprende, además de la capital, las actuales poblaciones de Monforte, Agost, San Vicente del Raspeig, Mutxamel, Sant Joan, El Campello, Busot y Aguas de Busot.9
Brevemente, señalar que el clima del Setecientos se enmarca en la última etapa de la pulsación fría conocida como «Pequeña Edad de Hielo» o «Pequeña Edad Glacial».10 Durante el siglo XVIII, aun siendo habitual la presencia de inviernos muy severos y veranos frescos, las fases cálidas serán abundantes, arrojando un balance térmico positivo respecto a los siglos XVI y XIX. En Alicante, a pesar de la excepcionalidad de algunas estaciones, el tiempo atmosférico se correspondió con las características de un clima típicamente mediterráneo: principalmente soleado y seco, de invierno suave y verano caluroso, y un reducido régimen pluvial, concentrado casi exclusivamente en las estaciones de primavera y otoño, con frecuentes episodios de precipitaciones de elevada intensidad horaria.11 En ocasiones, esas lluvias torrenciales se convertían en avenidas que, sobre todo en la zona de la Huerta, atravesada por el río rambla Montnegre, provocaban cuantiosos daños.
EL VINO EN ALICANTE
La importancia que tuvo el vino dentro de la sociedad alicantina del siglo XVIII es difícilmente imaginable desde un prisma actual.12 A principios del siglo XX, la filoxera destruyó la mayor parte del viñedo y, a diferencia de lo sucedido en otros lugares de tradición vinícola, no se recuperó con injertos procedentes de América, sino que se abandonó o se sustituyó por uva de mesa. La transformación del paisaje de la antigua Huerta es de fechas más recientes, resultado de la consolidación del sector servicios y el fuerte auge urbanístico.
El botánico valenciano Antonio José Cavanilles prestó especial atención a la vid en su descripción de la ciudad.13 Por él sabemos que se cultivaban las variedades de uva moscatel, forcallada, blanquet, parrell y monastrell, sobre todo de esta última, perfectamente adaptada al clima mediterráneo del sureste peninsular. Dependiendo de la disponibilidad hídrica y las necesidades de los viñedos, se efectuaban hasta tres riegos al año: el primero se hacía en diciembre, si era necesario un segundo en abril, y un tercero alrededor de julio. En cuanto a los distintos tipos de vino elaborados, desataca el Fondillón, de mayor calidad y muy apreciado en los mercados europeos. El más extendido, en cambio, era el conocido como Aloque, dedicado al consumo interior y la fabricación de aguardientes. Los vinos asoleados Moscatel y Malvasía completaban el panorama vinicultor alicantino.
Tierras de regadío
La mayor parte del viñedo estaba localizado en la Huerta alicantina, una zona que constituía una fértil excepción dentro de un entorno dominado por la aridez. La construcción del Pantano de Tibi a finales del siglo XVI, puso el riego a disposición de unas tierras quemadas por el sol, conformando lo que se ha venido a llamar secano regado, o secano mejorado.14 Se extendía al N-NE de la ciudad hasta la partida de Campello, incluyendo la villa de Muchamiel, los lugares de San Juan y Benimagrell, y el caserío de la Santa Faz. Las mayores cosechas se obtenían en La Condomina, donde se concentraba la propiedad de los estamentos privilegiados y el valor de cada hectárea de viña era más elevado.15 La vocación comercial del vino y la proximidad del puerto, propició una decidida apuesta por la vid, convirtiéndose prácticamente en monocultivo en el transcurso del siglo XVIII,16 auspiciando la creación de considerables fortunas y mayorazgos, a expensas de las cosechas obtenidas.17 Será necesario tener en cuenta este crecimiento para no confundir una mayor producción de vino con una mayor productividad derivada de condiciones climáticas más favorables.
Tierras de secano
En cuanto a las tierras de secano, se encontraban sobre todo ubicadas al NO-SO del núcleo urbano, desde la partida Raspeig hasta Fontcalent y Rebolledo. Aunque determinadas parcelas podían procurarse riegos mediante el aprovechamiento ocasional de las aguas procedentes de fuentes o manantiales como el de Fontcalent, la mayor parte no disponía de irrigación asegurada o permanente, sino supeditada a la llegada de ocasionales precipitaciones estacionales. Habida cuenta del menor rendimiento del secano, el viñedo ocupó un lugar secundario, con una producción muy inferior a la registrada en el regadío.
El control de la producción y el comercio del vino: la visita
El comercio del vino estaba regulado por una legislación proteccionista iniciada mediante Privilegio otorgado en 1510 por Fernando de Aragón y confirmado por Carlos II, que prohibía la entrada en la ciudad de caldos procedentes de poblaciones ajenas al término general de Alicante.18 Para velar por la aplicación de esta normativa y vigilar su cumplimento se creó la Junta de Inhibición del vino forastero,19 una institución cuya actividad generó un tipo de documentación conocida como Manifiestos del vino, que veremos a continuación.
En la última semana de octubre o la primera de noviembre, finalizadas las vendimias, el pleno del Ayuntamiento acordaba la convocatoria de la Junta de Inhibición. Esta, a su vez, elegía dos comisiones, cada una compuesta por un síndico, un escribano real y un maestro tonelero, encargadas de realizar la inspección anual para el control de la cosecha: la visita. El territorio visitado se distribuía según se encontrara a un lado u otro del conocido como barranco de la Santa Faz20 (barranco de Maldo). Aunque se corresponde básicamente con una división entre tierras de secano y regadío, en ocasiones resulta imprecisa, por lo que para nuestro estudio hemos optado por contabilizar todas las cosechas sin distinguir su procedencia.
Una vez tomado el testimonio, es decir, el volumen de cada producción, se recopilaban los datos y se ordenaban alfabéticamente. Esta información pasaba al fiel que, situado en una de las puertas de la ciudad, se encargaba de registrar quién introducía vino (arriero), cuánto introducía, y de qué cosechero procedía. La finalidad era que, en ningún caso, la cantidad anotada fuera superior a la alcanzada durante las vendimias, puesto que de ser así, quedaría demostrado el fraude, contemplándose ante tal circunstancia penas económicas y confiscaciones del vino y útiles de transporte.21
FUENTES Y METODOLOGÍA
Las fuentes primarias consultadas para la elaboración de este estudio han sido principalmente dos: las actas de las sesiones del cabildo alicantino y los Manifiestos del vino. Las primeras, sobradamente conocidas, son un reflejo de la política local que emana de la vida cotidiana de la ciudad. En cuanto al segundo tipo de fuente recoge la producción vinícola anual de cada cosechero dentro de los lugares inscritos en el privilegio del vino. Se trata de una serie custodiada en el Archivo Municipal de Alicante, y aporta datos de forma casi ininterrumpida desde 1709 hasta 1799,22 respondiendo a la continuidad temporal requerida para la realización de estudios de climatología histórica a partir de registros fenológicos.
Con el objetivo de poder conocer la cantidad de vino obtenida por el conjunto de todas las heredades, es decir, todo el vino elaborado en el término de Alicante, se realizó la suma de las cifras anotadas junto a cada cosechero en los Manifiestos. Existe la posibilidad de centrar el estudio en una sola partida rural, o incluso en un único propietario, pero se ha huido de esa particularización por el riesgo a que un episodio puntual, como una helada o un fuerte pedrisco,23 afectase de distinta manera a ese espacio concreto.24 Asimismo, se ha descontado el vino anotado como «viejo», puesto que pertenecía a añadas anteriores.
Monforte, población cercana a Alicante, incluida en el privilegio, introdujo vino en la ciudad sólo hasta 1722, por lo que no se ha contado su aportación, pues desvirtuaba los resultados para esos primeros años del siglo. Algo similar ocurre con Agost, cuyos caldos dejan de figurar en los Manifiestos a partir del año 1755. Sin embargo, como las cantidades procedentes de esta localidad tienen menor incidencia sobre el total de la vendimia –además de una mayor continuidad temporal– no se han descontado del resultado final que resumimos en la tabla 1.
Obtenidas las sumas del vino elaborado, se ha calculado la media móvil a partir de trece años, tal y como propuso en su momento Ernest Labrousse.25 De este modo, se diluyen las particularidades de cada año, integrándolos dentro de una tendencia que ayuda a explicar mejor su evolución. Al mismo tiempo, la media móvil traza una línea a modo de previsión de rendimientos, es decir, un marco de referencia para valorar cómo de buena o mala fue una cosecha. Ese valor también podría ser representado por la media aritmética, pero en ese caso no se tendrían en cuenta dos de las tres variables que influyen en el volumen de la cosecha: el número de tierras dedicadas a la vid y la variedad de la uva26 (evidentemente, el clima es la tercera variable). Dado que las transformaciones del sector agrario son lentas en época preindustrial, en un período de trece años no se producirán grandes cambios estructurales, especialmente en el caso del viñedo, pero sí variaciones en el comportamiento atmosférico, que explicarán la diferencia entre la línea de tendencia y la producción de un año concreto.
TABLA 1
Producción de vino en Alicante durante el siglo XVIII
Fuente: Archivo Municipal de Alicante, Armario 17, Libros de Manifiesto del vino, años 1709-1799. Las cifras están expresadas en cántaros.
Limitaciones metodológicas
Para conocer el clima a través de los registros fenológicos de la vid, lo ideal es conocer tres informaciones complementarias e interrelacionadas: 1) la fecha del inicio de las vendimias; 2) la calidad del vino producido; 3) el volumen de la cosecha.27 Como venimos apuntando, para nuestro estudio disponemos, hasta el momento, de una de ellas, la tercera.
Sí tenemos constancia del momento en el que las vendimias estaban concluidas, pues se menciona en las actas del cabildo como paso previo para la convocatoria de la Junta de Inhibición del vino. Sin embargo, no hemos encontrado relación alguna entre la finalización de la cosecha, y la cantidad de vino obtenida, ni tampoco con el tiempo atmosférico que hemos documentado, a través de otras fuentes. Y es que una fecha prematura puede indicar tanto una temprana maduración del fruto, como una corta cosecha que se ha recogido rápidamente. Del mismo modo, una convocatoria tardía podría ser síntoma de lenta maduración por condiciones atmosféricas adversas, así como síntoma de abundantes cosechas que han requerido mayor tiempo para la vendimia. Por último, no debemos olvidar la disponibilidad de mano de obra, condicionada en ocasiones a causa de las fiebres tercianas tan habituales en tierras mediterráneas.
En todo caso, ni la precocidad o tardanza de las vendimias, ni tampoco la calidad del vino, pueden ser indicativos por sí solos, de las condiciones atmosféricas. El propio Bennassar señaló que la «relativa precocidad de las vendimias durante el siglo XVI y la primera parte del XVII se debe más probablemente a causas económicas: correspondería al deseo de los viticultores de asegurarse la cantidad de la recolección a expensas de la calidad y del grado».28
Otro tipo de limitación procede de la naturaleza fiscal de los Manifiestos, la ocultación. En el caso de la inspección del registro del vino, conviven dos intereses contrapuestos, por un lado el de ocultar el producto para eludir el pago del diezmo pero, por otro, para el cosechero es conveniente que la cantidad de vino registrado sea la correcta, y así, poderlo introducir en la ciudad. Incluso, si desea hacer pasar un vino de fuera como suyo propio, la forma menos arriesgada sería contabilizarlo en la visita (contribuyendo al diezmo). No se puede conocer hasta qué punto esas artimañas pudieron influir en las cantidades finales de vino que figuran en los Manifiestos, pero, desde luego, no han de ser decisivas a la hora de interpretar los resultados, pues unos pocos miles de cántaros no suponen un cambio significativo.29
PROPUESTA DE INTERPRETACIÓN
Metodología tradicional
En la tradición europea de estudios fenológicos se ha propuesto que «un tiempo persistentemente húmedo y frío descompone las flores y provoca un rendimiento escaso; mientras que en veranos cálidos pero no muy secos se van madurando cosechas récord, en tanto que el conjunto de las flores no fueran dañadas por heladas tardías o de primavera».30 Cuanto más caliente y soleado haya sido el ciclo cálido (primavera-verano), el punto de maduración se alcanzará con mayor precocidad y estará acompañado de una abundante producción, mientras que, si la floración y maduración se ha visto acompañada de frío y lluvias, con la consecuente falta de horas de sol, el punto será tardío y los rendimientos discretos.31 Asimismo, el clima de un año, influye, en esa misma cosecha, pero también determina los rendimientos de la siguiente.
Sin embargo, cabe preguntarse si esta metodología es aplicable enteramente a tierras meridionales como las alicantinas, cuyo clima es notablemente distinto. El tiempo húmedo y frío no es, ni mucho menos, algo frecuente entre marzo y octubre, sino más bien todo lo contrario. En consecuencia, hemos planteado la posibilidad de dar otro tipo de lectura a las cosechas manifiestamente pobres que se suceden de forma recurrente, para lo cual, es necesario detenerse brevemente en la biología de la vid.
El ciclo de la vid
La vid (Vitis vinífera), y en particular la variedad monastrell, se adapta eficazmente a las condiciones climáticas del sureste peninsular, a los reiterados ciclos de sequía y a suelos de escasa fertilidad, debido a sus reducidas necesidades minerales, incluso para la consecución de elevados rendimientos, quizá sólo comparable con el olivo.32 Además, el hecho de ser perenne, supone otra importante ventaja, pues no es necesario reservar una porción de la cosecha para la siembra del año siguiente como sucede con los cultivos de cereal.
Sin entrar en los pormenores de los estados fenológicos por los que atraviesa la vid, sí señalar que se caracteriza por tener dos momentos claramente diferenciados: el ciclo vital y el reposo invernal:33
a) Ciclo vital (marzo-octubre): se inicia en torno a la llegada de la primavera con el desborre, primer signo externo de crecimiento de las yemas. Durante esta fase, la planta es sensible ante heladas o pedriscos, haciendo bueno el dicho que reza «Si hiela por Santa Engracia [16 de abril], la viña se desgracia». Entre mayo y junio se produce la floración, y con ella el ciclo reproductor. Las flores que son fecundadas se convertirán en bayas y, aquellas que cuajen, en frutos que mantendrán su crecimiento hasta finales de julio o principios de agosto. Se produce entonces el envero, en el que la uva cambia de color, mudando el verde por caoba o transparente dependiendo de la variedad; el refranero dice al respecto «Por Santiago y Santa Ana [25 y 26 de julio], pintan las uvas». Es a partir del envero cuando la uva detiene el crecimiento y comienza su maduración hasta la época de la vendimia. Hacia noviembre, caen las hojas, acaba el ciclo vegetativo y da comienzo el reposo invernal.
b) Reposo invernal (noviembre-marzo): ya finalizada la recolección y hasta marzo del año siguiente, la vid entra en un estado de inactividad en el que no se aprecian muestras de vida exterior. En esos momentos es muy resistente a las inclemencias del tiempo, y soporta sin apenas sufrir daños temperaturas cercanas a los 15° negativos.
Si tuviésemos que describir un escenario idóneo para el desarrollo de la vid y la obtención de una abundante cosecha de gran calidad, éste sería el siguiente: «una brotación precoz, resultante de una temprana elevación de la temperatura al final de un invierno frío, una parada precoz del crecimiento provocada por la acción de productos heliotérmicos elevados, una humedad suficiente pero no excesiva, un largo período de maduración, seco, cálido y soleado y una vendimia tardía».34
Este marco ideal puede resultar alterado por factores puntuales como heladas intempestivas, granizo, inundaciones, fuertes vientos, enfermedades o epidemias. Otras circunstancias, no tan extraordinarias para el clima mediterráneo, como son la sequía y las fuertes lluvias estacionales, también condicionan el desarrollo de la vid y la producción de vino. Siguiendo a Hidalgo hemos elaborado el siguiente cuadro:
Período | Déficit de agua | Exceso de Agua |
Desborre a floración | Desborre irregular, pámpanos cortos y pocas flores. | Falta de oxígeno, brotes cortos, amarilleo de las hojas y muerte. R etraso del envero y por lo tanto el inicio de la maduración. |
Floración a envero | Reducción de la fertilidad de las yemas durante la iniciación floral.Disminución del cuajado y producción de bayas pequeñas.Deficiencias en el desarrollo del follaje y en la cosecha.El estrés severo puede llegar a retrasar la maduración. | Exceso de vigor que puede causar deficiencias en el cuajado de los frutos, provocando su corrimiento. |
Envero a vendimia | Envejecimientos y caída de las hojas. Posible adelanto del agostamiento de los tallos. L a calidad de la cosecha puede verse afectada por falta de agua que reduce el rendimiento. | Aumenta el tamaño de los granos, pero los hace acuosos, pobres en azúcar y más ricos en ácidos. R etraso en la maduración. |
Fuente: Luis Hidalgo: Tratado de viticultura general, Madrid, 1999.
En definitiva, tanto el exceso de agua como su escasez, alteran las condiciones óptimas para el desarrollo de la vid y provocan un descenso en las cosechas. Atendiendo a las características del clima del sureste peninsular, es razonable plantear que los bajos rendimientos podrían estar provocados mayoritariamente por el estrés hídrico al que se veían sometidas las vides pues, ni aún en tierras de la Huerta estaba asegurada la disponibilidad del riego. Esos bajos rendimientos pueden apreciarse claramente al comparar un determinado año con la línea de tendencia que marca la cantidad de vino que cabría esperar. Para comprobar esta hipótesis, y suplir la falta de información sobre la fecha del inicio de la vendimia y la calidad del vino, hemos completado nuestro estudio de los Manifestos con otras fuentes: las rogativas pro pluvia35 localizadas en el estudio de Enrique Cutillas sobre el monasterio de la Santa Faz,36 las informaciones contenidas en la correspondencia entre Manuel Martí y Gregorio Mayans, extraídas de los estudios de Armando Alberola,37 y referencias concretas en las actas del cabildo.
RESULTADOS
Análisis cuantitativo
Desde el punto de vista estrictamente cuantitativo, la producción de vino en los territorios sujetos al privilegio durante el siglo XVIII arroja una media aritmética de 299.154 cántaros (en adelante cts.) anuales. Los cronistas Martín de Viciana y Vicente Bendicho apuntaron en torno a 150.000 cts. para los siglos XVI y XVII respectivamente. Alberola estima que, a finales del siglo XVII, la producción anual rondaría los 200.000 cts.38 En las postrimerías del Setecientos, según el testimonio de Cavanilles, los rendimientos habrían aumentado hasta los 287.179 cts.39 Estas cantidades vienen a confirmar el aumento progresivo en el cultivo de la vid. El año de mayor abundancia fue 1753 con 478.291 cts., mientras que la cosecha más exigua data de 1709, cuando se visitaron unos escasos 116.554 cts.
Observando los registros obtenidos podemos realizar una triple división cronológica. Una primera etapa marcada por el crecimiento, que abarcaría desde 1709 hasta 1738. Una segunda caracterizada por la consolidación de la vid y la obtención de grandes rendimientos productivos, entre 1739 y 1758. Y una tercera, que transcurre en las cuatro últimas décadas del siglo, marcada por una reducción generalizada de los rendimientos, y por el acusado descenso en tres momentos puntuales: primeros años de los sesenta, entre 1774 y 1776, y entre 1791 y 1794 (gráfica 1).
Período 1. Crecimiento productivo: 1709-1738
Desde la rotura del pantano de Tibi en 1697, los cultivos de la Huerta de Alicante quedaron expuestos a los perjuicios ocasionados por la habitual escasez de lluvias. El propio Ayuntamiento, promovió en 1731 la elaboración de un memorial avalado por autorizadas voces de la ciudad, entre las que se encontraba la del humanista y deán de la iglesia colegial de San Nicolás, Manuel Martí, y que llevó por título Información hecha a pedimento de esa ciudad de Alicante sobre los perjuicios que se experimentan en su Huerta y lugares de ella por la falta de agua para su riego, ocasionas de no estar compuesto el Pantano construido en el término de la Villa de Ibi.40 En dicho informe se destacaba cómo «se han secado la mayor parte de los árboles y cada año se disminuye la cosecha de vino, que es la principal, y de cuya renta depende la manutención no sólo de los labradores, sino también de las Comunidades, casa principales y personas de distinción de este pueblo».41
Los estragos no debieron ser tan graves, al menos en el caso del viñedo, como se pone de manifiesto al observar el crecimiento experimentado entre 1709 (116.554 cts.) y 1738 (316.530 cts.). Sin embargo, este progreso no fue causado por la bondad del clima, sino por la ampliación de las tierras dedicadas a la vid, muchas veces en detrimento del olivo, continuando con un proceso ya iniciado desde el siglo XVI.42 Así, la aplicación del método extensivo compensó los perjuicios ocasionados por unos veranos calurosos y secos.
La cosecha de 1709 es con diferencia la menor que hemos documentado. Se produjo en un contexto delicado, y es razonable pensar que las dificultades generadas durante la Guerra de Sucesión, impidieran a los cosecheros prestar los cuidados pertinentes a la vid para la optimización de las cosechas (poda, cava, riegos). Por otro lado, en lo climático, el invierno de ese año dejó una huella imborrable por su crudeza y es considerado como responsable de la última gran crisis de subsistencia de la Edad Moderna. Causó estragos en el sector vinícola francés, reduciendo drásticamente la producción y generando un alza en los precios sin precedentes.43 En Alicante, los soldados que resistían el asedio borbónico en el Castillo de Santa Bárbara, hubieron de abandonar frecuentemente sus posiciones defensivas para conseguir madera con la que cocinar y combatir el insólito frío.44
GRÁFICA 1 Producción de vino en Alicante durante el siglo XVIII (1709-1799)
Fuente: AMA, Armario 17, Libros de Manifiesto del vino, años 1709-1799. Se han destacado con un punto los años en los que se celebraron rogativas pro pluvia antes de la vendimia, es decir, entre enero y octubre.
Unos meses después, probablemente podamos atisbar la sombra de ese pavoroso invierno en un verano anormalmente fresco, cuando en sesión del cabildo de 4 de julio, se remarca la necesidad de suministrar la debida atención a los enfermos del Hospital de San Juan «en medio de lo calamitoso que está el tiempo».45
El año siguiente depara otra mala cosecha, seguramente arrastrando los daños de la anterior, pero el pulso se recupera hacia 1711, y ya en 1715 los rendimientos se colocan en torno a los 250.000 cts. De entre los años siguientes destacan dos cosechas cuya fecundidad desbordará todas las previsiones: las añadas de 1717 (377.484 cts.) y 1718 (301.815 cts.), estableciendo un marcado contraste con el resto de este período. En líneas generales, los veranos de 1718 y 1719 se encuentran entre los más tórridos y secos del siglo, y con ellos da comienzo un calentamiento térmico que se prolongará hasta los años sesenta. Coinciden además, con los que Le Roy Ladurie ha señalado como los veranos más calurosos del siglo XVIII, por lo que probablemente las óptimas condiciones climáticas que precipitaron la fecha de las vendimias en Francia, obraron igualmente de forma positiva sobre los viñedos alicantinos. Esos dos años de excelentes vendimias, conformarían en Alicante, con un año de antelación, lo que en un mayor contexto geográfico Font Tullot ha considerado como los «heraldos de la primera y más importante fase cálida de ambos siglos [XVIII y XIX] que, con altibajos, se mantiene hasta alrededor de 1760».46
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