Kitabı oku: «Friedrich Schiller», sayfa 6

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MIRANDE, Jon (1976): Orhoituz (poema guztiak), Jon Mirande (edición de Andolin Eguzkitza), Bilbao, Kriseilu.

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MUJIKA, L. M. (1984): Miranderen poesigintza, Donostia, Haranburu.

TORREALDAI, J. M. (1997): Euskal Kultura gaur. Liburuaren mundua, Donostia, Jakin.

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ZABALETA, J. (1984): Euskal itzulpenaren antologia, Lazkao, Pax.

1 Dentro del proyecto de investigación 1/UPV 00103.130-H-15406/2003 dirigido por Ibon Uribarri.

2 Gregorio Arrue había traducido antes Genoveva de Brabante, de Christoph Schmidt, pero no se trataba de una traducción directa del alemán. El título de la obra traducida en 1885 es Bravanteco Genovevaren bicitz arrigarri miragarria, Cristobal Schmid-ec eguiñ eta eusquerara itzulia.

3 Azkue tradujo al vasco un texto que Schuchardt mandó como saludo desde Graz a una reunión académica en Gernika en septiembre de 1922, «Bein da betiko».

4 Otras muchas obras de Schiller tienen versión musical. Quizá las más conocidas sean las óperas de Gioacchino Rossini y Giuseppe Verdi.

5 En la revista Yakintza 8 (marzo/abril de 1934), pp. 89-103; 9 (mayo/junio de 1934), pp. 177-193; 10 (julio/agosto de 1934), pp. 263-275; 11-12 (septiembre/diciembre de 1934), pp. 344-352 y 418-424; 13-14 (enero/abril de 1935), pp. 24-32 y 105-113.

6 Se pueden consultar otros aspectos de su vida en la revista Uztarria 54, agosto de 2004.

7 Vid. Aegidius Tschudi: Chronicon Helveticum, 1550 y Johannes von Müller: Der Geschichten Schweizerischer Eidgenossenschaft, libros 1 y 2, 1786.

8 Esa lectura fue luego discutida por Max Frisch en su obra Wilhelm Tell für die Schule (1971).

9 El archivo de Labaien en Tolosa está en parte bien catalogado y conservado, pero hay otra parte sin catalogar y en un estado deplorable. Llegamos a encontrar una carta manuscrita del conocido intelectual Carlos Santamaría dentro de un libro, animándole a seguir con sus traducciones de teatro contemporáneo.

II.

SCHILLER EN OTROS PAÍSES

SCHILLER EN EL KRAUSISMO ESPAÑOL

María Luisa Esteve Montenegro

Universidad Complutense de Madrid

Tal vez, antes de comenzar debería hacer algunas puntualizaciones para una mejor delimitación y comprensión del tema, sobre todo porque lo acoté demasiado. En este trabajo no se trata de hablar de krausismo, sino de cómo algunos de los pensadores españoles pertenecientes a esta corriente de pensamiento muestran interés por la cultura alemana en general y concretamente por su literatura, a pesar de que el desconocimiento de la lengua complicaba el acceso directo a esa bibliografía tanto filosófica como literaria. Baste recordar que todavía durante toda la primera mitad del siglo XIX el francés fungía de vehículo introductor de la cultura moderna en España a través de la difusión de las posibles traducciones que se hicieran en Francia de la misma. De ahí que, por ejemplo, el libro de Mme. de Staël De l’Allemagne, que apareció en 1813, tuviera validez en España hasta incluso después de 1875 aproximadamente, cuando en Francia ya se comenzaba a cuestionar esa visión de Alemania que ella había transmitido de bido, entre otros factores, a la influencia o proyección de la obra de Heine Die Romantische Schule, o a que también se empezaba a conocer mejor a los filósofos alemanes, como muestra el Essai sur la philosophie de Hegel de 1836, escrito por el alsaciano Joseph Willm, que con este trabajo se adelanta incluso unos años a la primera biografía auténticamente alemana sobre el filósofo. En múltiples ocasiones Alsacia fue mediadora entre la cultura alemana y la francesa a través de la lengua, aspecto del que carecíamos los españoles. En este caso concreto, el francés asumió una vez más este papel entre la cultura germana y la hispana.1

Pues bien, mucho se ha hablado de krausismo o filosofía krausiana en España, pero no siempre empleando palabras de alabanza, por lo menos en el ámbito de lo que entendemos por las ciencias del espíritu o en las humanidades. Ya conocemos al respecto las palabras, un tanto injustas, de Menéndez y Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, en la que acusa a los krausistas de sectarios, intransigentes, estrafalarios y esotéricos, epítetos referidos principalmente a Sanz del Río, como representante más ortodoxo de esta corriente. Sin embargo, es un hecho que el movimiento nacional de 1868 en España –conocido como Sexenio Revolucionario– despertó la conciencia del país y favoreció el conocimiento de la filosofía europea del momento, propiciando la entrada de nuevas corrientes de pensamiento que hasta entonces no habían encontrado suficiente eco entre los intelectuales españoles. Así, no sólo entró el krausismo –en parte debido a la fama de sus discípulos2–, que fue la corriente que en aquel momento obtuvo más éxito, sino que a continuación, aunque tímidamente, entraron otras como el monismo, el spencerismo, el darwinismo y el positivismo. Esta última corriente tuvo en España, según Eusebio Fernández,3 varias modalidades. De entre éstas, la que aquí nos interesa es la del krausopositivismo, representada y defendida principalmente por los filósofos de la Institución Libre de Enseñanza, entre los que cabe mencionar, además de a Salmerón y a Giner de los Ríos, a González Serrano. Se caracteriza esta tendencia, no por el abandono de la ideología krausista para sustituirla por la positivista, sino por establecer una alianza entre ambas, una conciliación armónica entre dos posturas aparentemente antagónicas.4

Es, pues, Urbano González Serrano (1848-1904), filósofo extremeño, el que entre los años 1869 y 1875, a raíz de obtener su título de licenciado, sustituye en la cátedra de Metafísica de la Universidad Central a su maestro Nicolás Salmerón, entonces muy ocupado en su actividad político-parlamentaria, con lo que comienza así su actividad filosófico-docente. Y precisamente este joven filósofo será el que en el año 1878 publique el primer ensayo escrito por un autor español, no ligado al estudio de la literatura sino al de la filosofía, sobre la figura de Goethe, es decir, sobre un poeta alemán en una España, en cierto modo, cerrada culturalmente dentro de sus fronteras. Bien es verdad que, antes de este singular aislamiento, habían aparecido algunos artículos esporádicos en la prensa sobre poetas alemanes debido, seguramente, a la apertura iniciada años atrás por el gobierno liberal después de la primera guerra contra los carlistas en 1839. Decisivo fue el hecho de que Austria, Rusia y Prusia no hubieran apoyado al gobierno en esa contienda porque fue entonces cuando se trató de buscar por diferentes caminos la reanudación de los contactos, ante todo, con las dos potencias alemanas. Éste es precisamente el motivo por el cual el Ministerio de Cultura envió a Sanz del Río a Alemania. Su cometido principal consistía en estudiar e informar sobre las corrientes filosóficas que allí predominaban, con lo que se convirtió de este modo en uno de aquellos emisarios a los cuales el gobierno les había encargado la tarea de intentar establecer nuevos contactos con el país germánico.5

Según Rukser,6 tampoco es de desdeñar la importancia de las ideas importadas por los intelectuales que tuvieron que emigrar a causa de los avatares absolutistas durante la segunda y tercera décadas del siglo XIX, porque al final, a su regreso, lograron imponer, tanto en literatura como en política, los nuevos ideales por los cuales habían tenido que huir.

Por estos dos caminos, es decir, por un lado a través de las traducciones del francés y por otro a través del interés que la cultura alemana despierta en España por los motivos anteriormente mencionados, se consigue que, sobre todo en Madrid, la recepción de la cultura alemana gire en torno a un movimiento de ideas más próximo a las corrientes innovadoras y progresistas que provenían del otro lado del Rin, estableciéndose un puente en doble dirección entre ambas culturas. A finales del siglo XVIII y principios del XIX, ese puente cultural prácticamente sólo había actuado en una sola dirección: de sur a norte. Aunque, para ser más exactos, tampoco se debe menospreciar la importancia que tuvieron los propios alemanes asentados en España en el fomento de esa germanofilia, como Böhl de Faber o Hartzenbusch en el campo de la literatura o Julio Kühn en el de la difusión de la lengua alemana.7

La admiración sin límites que Sanz del Río siente por la ciencia alemana en general, incluso antes de haberse desplazado a Heidelberg, se refleja ya en algunos de sus escritos. En el titulado Literatura y Lengua Alemana, de 1844, ofrece una visión del trasfondo espiritual de Alemania resaltando dos aspectos importantes para él: la investigación y la erudición que se lleva a cabo en ese país.

Éste es, a grandes rasgos, el panorama que encontramos en la España del siglo XIX y, concretamente, en los años que aquí nos interesan. De ahí el asombro y extrañamiento del propio Clarín, que en el prólogo al mencionado trabajo sobre Goethe de González Serrano dice que concebiría una obra en muchos tomos sobre algún aspecto de la obra de Cervantes,

¿pero escribir de Goethe que... hasta fue alemán! Bien se ve que el Sr. González Serrano no es purista, ni académico, ni reaccionario, como se necesita en este país para ser tenido por literato serio, crítico verdadero.8

El lector de este artículo tal vez se preguntará si me habré confundido de tema porque hasta ahora no he mencionado el nombre de Schiller. Desgraciadamente, nuestro autor sólo dedica dos capítulos a la figura de este gran poeta dentro de la mencionada monografía y siempre en relación con la de Goethe. Bien es verdad que a partir de 1794 ambos autores mantienen un estrecho contacto intelectual y personal, aunque cada uno de ellos poseía una singular personalidad que justificadamente hubiera podido ser merecedora de un estudio independiente.

No obstante, el gusto personal de González Serrano lo hace inclinarse por el poeta de Frankfurt, por lo que ofrece un ensayo crítico sobre este autor e introduce a su vez en España, con carácter innovador, un género de literatura crítica e ilustrada, con amplia tradición en otros países europeos, aquí aún desconocida, que «desentraña las bellezas no siempre patentes de las obras maestras». Lo curioso para la época es que se acerca a la literatura desde la filosofía y, como dice Clarín, «es natural que un poeta filósofo, el más filósofo de todos los poetas, cautive antes que otro su atención y ocupe su actividad de crítico» (González, 1892: XIII). Tal vez, esta opinión subjetiva, que precisamente considera a Goethe el más filósofo de los poetas alemanes, sería un tanto discutible sin negar por otro lado esta calificación. Que Goethe, siguiendo la fórmula spinociana, conciba la infinita complexión del mundo merced a un panteísmo natural y se acerque más al pensamiento filosófico dominante en la España del momento o al autor que suscribe el ensayo, no significa en modo alguno que Schiller, con su visión de la realidad según el idealismo subjetivo de Kant, no pueda ni deba ser considerado dentro de este mismo apartado como «el más filósofo de los poetas alemanes».

Analizando, pues, la biografía del propio González Serrano, no he podido encontrar ningún apunte a partir del cual se pudiera deducir con una cierta seguridad que dominara la lengua alemana, a pesar de que, en algunas notas, a lo largo del ensayo que aquí nos va a ocupar, cite obras alemanas que pueden dar una información más detallada sobre cuestiones concretas.9 Es posible que por aquella época tuviera algunos conocimientos, aunque no los suficientes, para leer cómodamente un texto en alemán. No es de extrañar esta falta de dominio de lenguas extranjeras, o de esa lengua concretamente, entre los intelectuales de la época. El mismo caso se da en Menéndez y Pelayo, contemporáneo de González Serrano, aunque más joven que él, que en su Historia de las ideas estéticas en España,10 escrita posteriormente a la monografía sobre Goethe, cita obras en alemán, desconociendo, sin embargo, esta lengua, lo cual no impide que disponga de amplios conocimientos de la cultura alemana. Por tanto, la bi bliografía que en realidad van a manejar ambos tiene un alto componente de influencia francesa.

Por el contrario, en la serie de conferencias pronunciadas en el Ateneo de Madrid en 1863 por otro krausista historiador de la literatura, Antonio Angulo y Heredia, sobre Goethe y Schiller, las fuentes que utiliza sí son alemanas, ya que dominaba este idioma. Había seguido los consejos de su maestro, José de la Luz, profesor que había estudiado y viajado por Alemania –incluso visitó en una ocasión al anciano Goethe–, que reiteradamente instaba a sus discípulos a aprender la lengua de estos poetas para así tener la gran oportunidad de descubrir un nuevo mundo científico y literario distinto de los que hasta entonces habían conocido y que, además, les permitiría

dejar de lado los libros franceses que, por lo regular, ya no bastan a los que han aprendido a apreciar y digerir el alimento mucho más sustancioso, nutritivo y vivificante que ofrecen los libros alemanes.11

Como ya mencioné más arriba, Schiller va a ser visto en todo momento por González Serrano en comparación con Goethe o, mejor dicho, desde la indefinida admiración que le inspiran la personalidad y los conocimientos de este último, lo que provoca en él, incluso, un cierto temor. Temor que no le produce, en cambio, la figura del poeta de Marbach, del que confiesa:

nos atrae por su nobleza, nos seduce por sus afectos y conquista nuestra simpatía sin tener para ello títulos, no ya superiores, pero ni aun iguales a los que pueda alegar Goethe a la consideración de la posteridad (González, 1892: 155).

A pesar de estas cálidas, y al mismo tiempo un tanto injustas, palabras sobre Schiller –mantiene en su opinión la supremacía de Goethe–, el ensayista sólo lo sigue viendo como el elemento necesario para que, unidos, puedan alcanzar el fin principal que se había propuesto Goethe con respecto a su aspiración de convertirse en el poeta de la Weltliteratur. Ese fin no tiene más objetivo que el arte y la perfección propia que pretende alcanzar también a través de una significativa obra en común como fueron las Xenien: un nombre muy acorde con el carácter de ambos autores, en ocasiones tan opuestos: realista el de Goethe, idealista el de Schiller. Y con el nombre de Xenien, palabra con la que los griegos designaban los regalos o presentes que el primer día del año les hacían a sus huéspedes para renovar la amistad y el derecho de hospitalidad, los dos poetas emprenden una campaña con el objeto de emancipar la poesía de la secta de los Stolberg, de las críticas de los metafísicos del yo y del no-yo, discípulos exclusivos de Fichte, de Nicolai, de los racionalistas y de otro tipo de limitaciones que otros grupos querían imponer al arte, aunque tal vez Goethe buscara, también con esta denominación y de un modo indirecto, aunar las dos naturalezas en aquel momento tan dispares, la suya y la de Schiller. Esta disparidad de caracteres entre ambos personajes es puesta de relieve por González Serrano a lo largo de su trabajo, con lo que recoge en este sentido los testimonios escritos de la correspondencia entre Schiller y su amigo Körner, aunque sin ocultar nunca la profunda admiración que como intelectuales sentían el uno por el otro. Es más, Schiller es siempre presentado como dependiente de la opinión de Goethe sobre su obra incluso antes de que se produjera el encuentro entre ambos poetas en 1794. Baste recordar su preocupación por el juicio que le merecería su poema «Die Götter Griechenlands», que también recoge el extremeño. Sólo a partir de esta fecha comenzará la mutua cooperación en el arte entre los dos autores, lo que Schiller llama «nueva época» en su existencia y Goethe, «nueva primavera y segunda juventud» de su vida. Origen de todo ello había sido el estudio de la metamorfosis de las plantas y una providencial discusión que sobre el tema habían entablado ambos después de una sesión en la Naturforschende Gesellschaft de Jena. Schiller se queja en esa ocasión del método fragmentario que se emplea en el estudio de la naturaleza. Por lo menos, al profano le resulta extraño. A lo que Goethe le contesta que sí existe otro método más aceptable que la estudia en sus obras y en su vida, que la considera en su conjunto y que procede del todo a las partes. Siguiendo la discusión, llega incluso a hacerle un dibujo a pluma en un papel para explicarle mejor lo que él entiende por «planta típica». Sin embargo, esta explicación no convence a Schiller, que habla como un kantiano y manifiesta que tal planta no es observable, que se trata sólo de una idea. En realidad, según Goethe, ambos habían mantenido una conversación sobre la naturaleza y, según Schiller, sobre el arte.

Además de ese trabajo en común que desde su encuentro definitivo van a llevar a cabo los dos poetas, González Serrano destaca continuamente, como buen admirador de Goethe, la influencia benefactora para su posterior producción literaria que el autor del Wilhelm Meister ejerce sobre Schiller, con la que contribuye a alejarlo de sus estudios históricos o de las especulaciones del pensamiento para llevarlo a concentrarse únicamente en sus facultades poéticas. Hasta parece que en ningún punto doctrinal o práctico existe una diferencia mayor entre ambos, que en el representado por el realismo objetivo de Goethe frente al idealismo subjetivo de Schiller; de modo que mientras el primero hacía derivar el ideal moral del estético, el segundo fundaba el ideal artístico en la moralidad. Y es en esta oposición fundamental de sus ideas donde parece que Schiller se va acercando gradualmente a las de Goethe y se va alejando de sus propias opiniones. Esa transformación se aprecia ya en su trabajo Anmut und Würde: el poeta suabo abandona aquí el rigorismo moral que había aprendido en las obras de Kant. Esta tendencia se acentúa en Über die ästhetische Erziehung des Menschen (Sobre la educación estética del hombre) y se puede decir que, años más tarde, se constata concretamente a partir de la correspondencia del mes de julio de 1796 entre ambos autores. En estas cartas se aprecia la casi coincidencia que le conceden al predomino del arte como medio de dirección y educación de la vida (González, 1892: 191).

Dejando a un lado los indiscutibles valores que Goethe posee, cabe preguntarse si las preferencias de González Serrano por este autor están más en consonancia con la manera de entender la función de la literatura en sí misma por parte del krausismo –que la toma como vehículo trasmisor de los conocimientos filosóficos–, que la función del drama schilleriano. En la España del tercer tercio del siglo XIX es la novela, con su preocupación por el presente, la que va a hacer posible que se establezca una relación entre el individuo y la sociedad, que el lector se reconozca en la obra, porque aquí es donde se van a tratar los temas que le preocupan y en donde se va a ver reflejado. De ahí que fuera este género literario el que mejor pudiera asumir esa misión trasmisora y docente que le atribuye al arte, pero no así el drama, que está sometido a otros condicionantes: las grandes obras del teatro clásico alemán no formaban parte del repertorio teatral de la época y las traducciones de las que se disponía no encontraban el eco que hubiera cabido esperar debido, en parte, a la falta de una instancia que contribuyera a que existiera una opinión crítica acerca de las traducciones. Por ejemplo, entonces se carecía de cátedras en el campo de las filologías modernas y el contacto con Alemania era mucho menor que el que se establece con países como Francia o Inglaterra. Sin embargo, a pesar de estas circunstancias, algunas obras teatrales de Schiller habían servido de inspiración a otros dramaturgos españoles que llegaron, incluso, a ofrecernos recreaciones sobre el mismo tema schilleriano, como es el caso de Juana de Arco, de Tamayo y Baus (1847), y Ángela, inspirada en Kabale und Liebe (Intriga y amor). Volviendo a la novela y tomando como ejemplo el Wilhelm Meister, se consigue que de la poetización de los asuntos personales de la propia existencia de Goethe se puedan extraer ideas como que la realidad es el principio de lo ideal, de ese ideal que fluye de lo real, pues en la realidad las fuerzas morales libran el combate de la vida, como se aprecia en los tipos de personajes como el de Margarita, Clara y otros (González, 1892: 201). Por el contrario, el entusiasmo artístico, algo irreflexivo, de Schiller, inspirado en el idealismo exagerado de Rousseau, la falta de concentración reflexiva de los elementos estéticos, incluso la desconfianza de su propia personalidad, según González Serrano, hacen que la elección de los temas para sus creaciones poéticas salieran de la historia o de ideales supuestos, nunca de sus sentimientos íntimos o de las propias luchas internas, propiciando con ello un distanciamiento del pensamiento español de la época, un tanto alejado de las especulaciones ideales de las que tanto gustaba el poeta suabo (González, 1892: 211). Sólo casi al final de su vida y después de haber leído Hermann und Dorothea y el Wilhelm Meister logra llevar a cabo un gran cambio en sus tendencias: idealiza lo real en vez de hacer real (realizar) lo ideal.

Comencé este trabajo creyendo que el interés de los krausistas por la literatura y, concretamente, por la literatura alemana era grande, dado el aprecio que sus más importantes representantes mostraban por la investigación y la cultura alemanas en general. Sin embargo, a lo largo de mis lecturas he sacado las siguientes conclusiones: que si bien el krausismo como movimiento filosófico tiene sus orígenes en el liberalismo moderado y éste, a su vez, procede, en cierta medida, del romanticismo, arraiga posteriormente su cosmovisión en un racionalismo científico y finalmente antirromántico, después de haber pasado por un liberalismo progresista.

De ahí que, en primer lugar, a los krausistas no les interese la literatura en sí misma. La línea racionalista-idealista en la que están instalados desplaza a la literatura como tal literatura y dedican más su atención a la filosofía. Toman la literatura prácticamente como cauce de los conocimientos filosóficos, de tal modo que la convierten en un medio para el estudio de la filosofía. En la literatura encuentran una forma de transmitir al pueblo ideas filosóficas vía sentimiento, vía imagen, es decir, de una manera más amable y asequible a todo tipo de mentes, pero de rango conceptual científico inferior. Por tanto, les interesa la crítica literaria desde un planteamiento filosófico y no estrictamente literario.

Junto a esto, también está en juego la cuestión de la Estética. De hecho, se introduce en España en los estudios de la Facultad de Filosofía y Letras en 1846, en un principio, como un bloque propedéutico integrado en la asignatura de Literatura y dependiendo de esa área. Más tarde, sólo como Teoría de la literatura para influir desde la Filosofía en la labor artística y, en concreto, en la labor literaria. Se trataba de impedir que la literatura quedase al arbitrio de la mera creatividad y de los cánones heredados del pasado y fuese sometida al control de las ideas facilitadas por la razón, que eran las que regían la actividad artística. Con ello se quería evitar que la literatura fuera una mera transmisora de ideas pasadas que previamente no hubiesen sido sometidas a la reflexión crítica que propiciaba la filosofía12 y, con ello, abrir un nuevo cauce de difusión de la filosofía krausiana.

En segundo lugar, el proverbial escaso conocimiento de lenguas extranjeras en general entre los españoles y de lengua alemana en particular, a pesar de que los alemanes que vivían en España contribuían a superar esa barrera lingüística,13 dificultaba el acceso a la literatura alemana. Los pocos que de algún modo dominaban esta lengua la adquirieron por vía filosófica y racionalista. El lenguaje constituía para ellos un fin en sí mismo y de ahí que el filósofo se convierta en cierta medida en vigilante del literato en cuanto transmisor de ideas.

En tercer lugar, aquellos que se preocupan por la literatura lo hacen por vía francesa, es decir, a través de traducciones o de manuales extranjeros, como el muy citado sobre la Historia de la literatura alemana de Georg Gottfried Gervinus, en la que basaron sus exposiciones y publicaciones tanto Sanz del Río como Angulo y Heredia. Me refiero a una historia de la literatura que también publicó Sanz del Río para sus alumnos y a las conferencias que Angulo y Heredia pronunció en el Ateneo de Madrid, lugar en donde, además de ofrecer la posibilidad de pronunciar conferencias, estaban ubicadas ciertas cátedras que en la Universidad de entonces no tenían cabida. Entre ellas aparecía también un curso de Lengua alemana.

Todos estos factores no fueron óbice para que hubiera traducciones directas o indirectas del alemán de algunas obras de Schiller y que incluso se llegara a representar alguna de ellas, aunque entre los años 1830 y 1849 no se puede reseñar representación alguna de sus obras. No obstante, la obra que más se escenificó, debido, sin duda, a su temática, fue María Estuardo. Sin embargo, la promoción de krausistas anterior a González Serrano había considerado la poesía dramática como algo alejado de su gusto, y de ahí su alejamiento del poeta suabo.

1 Vid. Hans Juretschke: «La actividad mediadora de Francia entre Alemania y España en el ámbito cultural durante la primera mitad del siglo XIX», en M. Á. Vega Cernuda (ed.): España y Europa. Estudios de Crítica Cultural I-III, Madrid, Editorial Complutense, 2001, p. 1387.

2 La revolución intelectual que Sanz del Río presencia en aquella época en Alemania tiene que ver con la sucesión de acontecimientos decisivos que tienen lugar en los años previos a su estancia en Heidelberg entre 1843-1845: en 1831 muere Hegel, en 1832 Goethe y Krause, en 1834 Schleiermacher, en 1835 aparece la obra de Strauß «Leben Jesu». Feuerbach publica en 1839 «Zur Kritik der Hegelschen Philosophie» y en 1841 «Das Wesen des Christentums». Entre 1841-1842 Marx publica «Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie». Ante este panorama no es de extrañar que Sanz del Río, que pretendía renovar la vida intelectual española y que para ello quería conocer la filosofía alemana, desistiera de difundir esas novedosas corrientes postidealistas y antiidealistas y se decantara por el sistema idealista de Krause. Ante todo porque estaba convencido de la capacidad de aplicación ético-práctica de su filosofía que permitiría acometer la reforma sociopolítica de la España de entonces.

3 Vid. Eusebio Fernández: Marxismo y positivismo en el socialismo español, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1981, pp. 56-71.

4 Vid. Antonio Jiménez: El Krausopositivismo de Urbano González Serrano, Badajoz, Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial, D. L., 1996, p. 143.

5 A Gil y Carrasco, escritor y diplomático, le encargó el gobierno que informara sobre la unión aduanera; a una serie de oficiales que obtuvieran un informe técnico sobre la artillería prusiana y las academias militares, y a Julio Kühn, alemán nacionalizado español, un informe sobre el sistema educativo prusiano incluyendo el universitario (Juretschke, I, 2001: 188).

6 Vid. Udo Rukser: Goethe en el mundo hispánico, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1977.

7 Llegó incluso a obtener una cátedra de Lengua alemana.

8 Urbano González Serrano: Goethe. Ensayos críticos, Madrid, Imprenta Económica de Luis Carrión (Hijo), 1892, p. V.

9 Cita concretamente a un tal K. Rosenkranz, Goethe und seine Verke (sic).

10 Vid. Marcelino Menéndez Pelayo: Historia de las ideas estéticas en España, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1962.

11 Antonio Angulo y Heredia: Goethe y Schiller, su vida, sus obras y su influencia en Alemania, Madrid, Imprenta de Manuel Galiano, 1863, p. 28.

12 Vid. R. V. Orden Jiménez: «La introducción de la Estética como disciplina universitaria: la protesta de Sanz del Río contra la Ley de Instrucción Pública», Revista de Filosofía 26, vol. XIV, 2001, p. 264.

13 En 1840, Julio Kühn funda la Academia Alemana-Española y en 1844 publica su Gramática alemana.

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