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APUNTES PARA UNA HISTORIOGRAFÍA DE LA SOCIABILIDAD CATALANA CONTEMPORÁNEA EN UNA PERSPECTIVA MEDITERRÁNEA COMPARADA

Pere Solà Gussinyer Universitat Autònoma de Barcelona

PRESENTACIÓN

El objeto de esta comunicación es proyectar cierta luz sobre los últimos decenios de debate conceptual e historiográfico en torno al desarrollo del Tercer Sector, el capital social y la educación informal (y popular) en Cataluña, con comparaciones que afectan al ámbito mediterráneo. Aprovecho la ocasión de esta invitación –que agradezco en lo que vale– para desarrollar el tema que se me ha encargado y a la vez explicar mi posicionamiento teórico y práctico sobre el ámbito de investigación de este cursillo o seminario. Toda una trayectoria de investigación ha llevado al ponente a interesarse por los mecanismos de sociabilidad organizada y su incidencia cultural y educativa. Digo bien educativa porque en la base de la investigación está la premisa o axioma de que la sociabilidad organizada, institucionalizada hasta en entidades voluntarias de la sociedad civil, es una fuente directa o indirecta de educación popular, en el sentido de que no solo se puede reconstruir el movimiento asociativo partiendo de una diversidad de fuentes, sino que es posible acogerse a criterios más o menos objetivos –indicadores– de tipo cuantitativo y cualitativo para evaluar o ponderar su incidencia social, cultural y educativa.1

Basta con pensar, en el caso catalán (y no solo del XIX), en las escuelas de las universidades populares y de los ateneos o en la contribución de las sociedades musicales y corales a la educación artística y musical de las «clases medias» y obreras.

Ni que decir tiene que esta ponencia no es un estudio exhaustivo sobre el tema y que los estudios citados no son todos, y se referencian únicamente a título indicativo. El tema es complejísimo, como he tenido ocasión de comprobar en mi último estudio de caso sobre el despliegue de la sociabilidad organizada en el este catalán. Por suerte, estudios sectoriales permiten avanzar en campos como la sociabilidad obrera: ahí están trabajos como los de Pere Gabriel2 y aportaciones recientes como la de Pere López Sánchez,3 con el agravante de que la sociabilidad subalterna suele dejar poca huella.

Ahora mismo estoy organizando, para el año próximo, con las instituciones y los grupos que se quieran sumar, un simposio internacional sobre aspectos comparativos del desarrollo histórico de las redes de sociabilidad en el Mediterráneo y, en particular, en torno a la contribución a la educación popular de redes sociales concretas, como las redes de mujeres –asociacionismo de género–, las organizaciones benéficas y de derechos humanos –una de cuyas variantes más emblemáticas, precisamente, es la masonería–,4 y las redes culturales.

Los aspectos comparados son asequibles en la medida en que grandes formas comunitarias/asociativas son transnacionales. Las iglesias cristianas en el Mediterráneo son un claro ejemplo de ello. Esta base común permite estudios sobre temáticas sensibles del estilo de: ¿qué posición adoptaron los grupos confesionales ante las dictaduras militares mediterráneas del siglo XX? Más complicada es la comparación con redes asociativas de base religiosa musulmana, como la de los «Hermanos Musulmanes», organización fundada en 1928 por Ḥassan al-Banna e implantada con fuerza en Egipto y los países del Oriente Próximo, empezando por Siria. No hace falta mucha memoria para recordar que en el Egipto excolonial, en la etapa dictatorial de Mubarak, el Gobierno (laico) se enfrentó a grupos islámicos que utilizaban la beneficencia en sociedades sin ánimo de lucro para extender su influencia popular. En dicho estado –primero sometido al Imperio otomano, más tarde bajo control británico, por lo que el autoritarismo estatal no ha estimulado precisamente en él el desarrollo de la sociedad civil–, se calculaban a finales del siglo pasado 17.500 entidades reconocidas, que abarcaban a seis millones de personas de un total de cincuenta y tres millones, sin contar entidades de pobres (redes) ni la red de beneficencia y educación islámica.5 En Egipto, la Ley 32 de 1964 estableció el control de facto de las asociaciones no oficiales por parte del Gobierno. Más modernamente, la oferta de servicios con finalidades religiosas, políticas o económicas (es decir, no necesariamente «altruistas») ha contribuido a la formación de unas potentes redes del Tercer Sector, con una proyección política potencialmente decisoria/decisiva. Antes del último golpe de estado militar de 2013, y presumiblemente después, la Hermandad Musulmana y las mezquitas han creado instalaciones de servicios como clínicas, como vía para consolidar su presencia entre las clases pobres, quitando protagonismo al Estado.6 El caso egipcio resulta interesante en la medida en que el islam admite poca separación entre religión y política, al subrayar la integración de lo individual dentro de un marco social y religioso más amplio, obstaculizando así la existencia de un espacio social separado para el ejercicio de la iniciativa individual, lo que no estimula precisamente el crecimiento de un sector sin ánimo de lucro.

RAZONES DE UNA ELECCIÓN TEMÁTICA

¿Por qué razones dedicar energía investigadora al ámbito de la cristalización, evolución e incidencia de las redes de sociabilidad organizada? En realidad, esta preocupación la comparten muchos científicos sociales de estas últimas décadas. Al respecto, son pertinentes preguntas como: ¿qué factores han incidido en la influencia de las organizaciones de la sociedad civil?, ¿difieren estos según entornos socioculturales diferentes (según países)?, ¿cómo construir un índice de la eficacia (histórica) de las organizaciones voluntarias?, ¿qué cultura cívica ha constituido la base de dichas organizaciones?, ¿contribuyen estas a un cambio democrático, hacen subir el listón de cultura popular y reconfiguran la conciencia colectiva?

PRIMERA RAZÓN: REACCIONAR FRENTE A UNA MANERA PARCIAL DE ENTENDER LA HISTORIA SOCIAL

Naturalmente, no hay redes de sociabilidad organizada e intencional sin movimientos sociales. Unos movimientos sociales que se manifiestan de forma cambiante y que tienen una traducción en todas las esferas de la vida pública y aun privada: educación, trabajo, cultura, ocio, etc. Hay, también, unos condicionantes estructurales, cambios en el modo de producir y distribuir, globalización, sociedad del conocimiento…, preeminencia de valores individualistas, crisis de formas anteriores de mediación social, hegemonía neoliberal, etc.

La evidencia nos pone, pues, ante modalidades de sociabilidad y de asociacionismo totalmente nuevas, desde la crisis del petróleo hasta la gran crisis financiera y el crash económico de 2008: feminismo, fair play de género, ecologismo, defensa de derechos humanos, etc., pero, al mismo tiempo, renacimiento de formas de sociabilidad antiguas de economía social, de defensa del trabajo y del trabajador (Navarro, redes de cultura anarquista valenciana) o de construcción nacional y de identificación comunitaria, en el sentido tönniesiano. Sin que esto quiera decir que las formas tönniesianas tipo «gesellschaft» pierdan sentido. Más bien se disuelven a menudo en redes sociales propias de la presente sociedad de la comunicación.

Por una parte, mi interés inicial por los temas de sociabilidad fue seguramente una reacción ante una manera de hacer historia social. Cada generación reacciona ante ciertas exageraciones o fijaciones de la anterior. La historia social avanzada en el franquismo insistió mucho en temas sociales y en una visión algo mecanicista de la lucha de clases. Por esto, fue importante, estratégicamente, a partir de cierto momento, enfatizar la importancia de la «superestructura» asociativa, utilizando la terminología académica marxista.7

Cada gremio y subgremio tiene unos condicionantes. Lo mismo pasa con la investigación histórica. A menudo, un gran problema es una miopía comparativa y un planteamiento cerrado, si no endogámico, por lo menos autárquico. No únicamente a nivel nacional, sino, en nuestro caso, estatal. Es muy difícil ver la viabilidad de proyectos de investigación que no reflexionan sobre las categorías de análisis que utilizan. Así, si se estudia el binomio mundo del trabajo y asociacionismo, es básico cerner los cambios que afectan a la teoría y práctica del trabajo. Y este análisis difícilmente puede partir de burócratas del sindicalismo.8

Pero así como un proyecto amplio, sólido, de estudio de la sociabilidad moderna tiene que disponer de los conceptos teóricos y conceptuales adecuados, también debe contar con una perspectiva comparativa mínima.

Primera constatación: un déficit de estudios realmente comparativos. La aguda crisis de los estudios humanistas en el sistema universitario europeo acaso tenga que ver con la escasez de proyectos de estudio histórico comparado sobre la incidencia educativa de las redes de sociabilidad organizada.

Otra causa de esta falta de estudios internacionales histórico-comparados es sin duda alguna la orientación, contextualización y concepción en exceso localista de muchos estudios, por otra parte muy completos en cuanto a aportación positivista de datos. Ello es perceptible en los capítulos más estudiados de este gran tema de la sociabilidad cultural popular, como puede ser la historia de los ateneos y de los casinos. Fijémonos en que muchas de las contribuciones, en el caso catalán, son monografías locales.

Sobre el papel no sería tan complicado impulsar estudios comparativos «mediterráneos» (en torno a un hilo conductor de caso, como sería siempre el cometido de grupos organizados ante determinada problemática y el peso de sectores sensibles de «voluntario/as») sobre temas clásicos sensibles.

Realmente, es cuantiosa la nómina de estudios locales sobre las organizaciones voluntarias en las últimas décadas, aunque de valor dispar.9 Un aspecto muy considerado en la literatura historiográfica al respecto no es tanto la trayectoria institucional de estas entidades como su comportamiento en épocas como la II República o el franquismo.10

SEGUNDA RAZÓN: RECURRIR ALL PASADO PARA ENTENDER MEJOR EL PRESENTE

Pero hay otra motivación fundamental para este tipo de estudios: el historiador mira, escudriña el pasado desde el presente y hacia el futuro. Por ello, no por socorrido deja de ser válido el titular. La historia, ciertamente, marca, dibuja ciclos y tendencias. Las circunstancias de la Guerra Civil, por ejemplo, determinaron la emergencia del trabajo «voluntario» sobre todo en labores sanitarias, acciones humanitarias, beneficencia o educación. Medio siglo más tarde, el mismo auge del pensamiento neoliberal puso de nuevo en primera línea el voluntariado, con múltiples aportaciones internacionales y nacionales que daban cuenta del potencial educativo de la sociedad civil organizada y mostraban cómo el asociacionismo libre y «voluntario» ha sido fuente de cambios educativos, a veces decisivos. Mucho cabría hablar de la emergencia y desarrollo del «voluntariado» como sujeto o «constructo» histórico.11

Fruto del esfuerzo de tantos ha sido un gran avance en el conocimiento de la dinámica social en la Restauración y la Segunda República y durante el franquismo, en relación con el sindicalismo agrario. Sobre todo en la Cataluña central y meridional, también en el Maresme o el Pla de l’Estany.12

DOS EJEMPLOS DE REDES

Es difícil resumir y calibrar el progreso en el conocimiento de las redes de sociabilidad contemporáneas. Centrémonos ahora solo en dos aspectos, a saber, por un lado los efectos (en el terreno de la educación popular) de las redes de la masonería, siglos XIX-XX; y, por el otro, el significado de la eclosión del asociacionismo femenino.

El primero de estos temas hunde sus raíces en el siglo XIX (librepensamiento, masonería y educación), el segundo –la presencia social, la educación de la mujer y el papel de las organizaciones de mujeres– ha experimentado gran auge en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI.

La relación entre la masonería y aspectos concretos de la educación popular en contextos como el catalán,13 el hispano o el italiano es tema rico en estudios valiosos, que en cualquier caso no agotan el tema de estudio, en continua revisión. Normalmente, la perspectiva moderna de capacitación (empowerment, término anglosajón más usado) de la sociedad civil se tiene en cuenta en ellos. Pero se echa en falta en muchos estudios, por otra parte muy rigurosos y bien documentados, una voluntad comparatista. Es indiscutible la labor de instituciones, investigadores y congresos al respecto. En cambio, lo que quizá se haya tratado mucho menos sea el aspecto comparativo deliberado acerca de la evolución histórica de la sociabilidad masónica en el área mediterránea en cuanto a la incidencia de la masonería en lo sociológico, moral, religioso, estético, político y pedagógico.

En un balance relativamente reciente en torno a la temática abordada en los Symposia del CEHME, Ferrer Benimeli se refería a las contribuciones sobre política interior española, relaciones internacionales con América, Filipinas y Europa (Italia, Francia, Bélgica, Portugal) o con algún país del área mediterránea (Marruecos, Turquía o Israel), etc., sobre «educación, laicismo, anticlericalismo, cultura, mujer, beneficencia, librepensamiento, composición socioprofesional, ideología…», sobre derechos humanos, sobre el rechazo de la masonería y sobre la difusión de la masonería, sin olvidar las relaciones conflictivas con la Iglesia católica, la prosopografía masónica o el tema de archivos y fuentes.

Queda mucho por profundizar acerca del papel de la masonería en cuanto a influencias interterritoriales en el espacio mediterráneo, aunque es cierto que más o menos indirectamente hay estudios, por ejemplo, sobre la acción de grupos librepensadores en congresos y acciones diversas. De manera permanente e incisiva ha abordado el profesor gallego Alberto Valín el tema de la influencia masónica de la educación popular, insistiendo en la actividad en el terreno cultural, moral o filosófico de muchos militantes obreros ibéricos en el siglo XIX –el caso de gente como Anselmo Lorenzo Asperilla–, que en las redes masónicas aprendieron oratoria y logística en la acción tanto de naturaleza reivindicativa como cultural, y a trabajar en común, en un marco de respeto democrático, para la consecución de fines sociales y de enseñanza mutua.

Una posible idea rectora en un estudio comparado sería la de ver la masonería como un asociacionismo de élite social. El carácter tendencialmente mesocrático y elitista se percibe también en la ubicación de las logias masónicas, casi siempre en el centro urbano. La red o redes masónicas, de implantación territorial y racionalidad geopolítica bastante identificables, se han nutrido de clases medias y profesiones de todo tipo, pero poca clase obrera, a lo sumo miembros de la aristocracia obrera.

Ahora bien, ¿cómo definir las redes masónicas en tanto que estructuras de sociabilidad organizada de gran importancia política y cultural hasta la actualidad? Aquí hay que considerar la base ideológica (elementos filosóficos, elementos religiosos), el ideal de perfección de la organización y sus interpretaciones, ortodoxias y heterodoxias, divisiones, desuniones, pasiones, banderías, traición, crisis.

Tensión de pureza y facilidad en caer en la transgresión. Fracaso de proyectos de unión masónica (1888, por ejemplo). Trátase, en cualquier caso, de una concepción –la de la masonería en sus ramas diversas– antropológica cambiante de fondo laicista, una especie de religión secular cuyos nombres y referentes simbólicos (como, en la situación española, Riego, Sócrates, Giordano Bruno, Ferrer Guardia, Rosario de Acuña…) evocan modelos personales que evocan, a su vez, virtud y valores.

Históricamente, las redes masónicas no han sido nunca redes de masas. Los grupos masónicos han sido casi siempre de pocos efectivos en comparación con las tasas de afiliación de las redes asociativas de todo tipo (en las últimas décadas del siglo XIX y hasta la Guerra Civil de 1936).

Pero una cosa es la cantidad y otra la efectividad en cuanto a incidencia social y humana. Una cosa es el registro numérico y otra la proyección exterior. No han constituido un movimiento social, aunque han colaborado en los movimientos sociales. Han tenido, según qué vientos políticos soplaran, momentos de auge y de reflujo. Habría que comprobar si es cierto y hasta qué punto en los países latinos la masonería nunca volvió a tener la importancia e implantación social de los ochenta del siglo XIX.

Las redes masónicas se integran, desde el punto de vista geopolítico, en la selva del asociacionismo propiciado por las transformaciones ilustradas burguesas y liberales desde quizá el siglo XVIII y con toda seguridad desde el siglo XIX.

Aquí son de interés ítems como circunscribir la influencia de la masonería en la creación de los nuevos espacios asociativos, por ejemplo, en España, entre 1835 y 1850 (casinos, ateneos, liceos y círculos de la amistad). En el caso español, las redes masónicas, más importantes cualitativa que cuantitativamente, han sido expresión de las luchas políticas (por el poder político) de liberales, republicanos y progresistas; en general, no han sido instrumentos directos de poder económico.

La focalización en grupos de élite de influencia política ha sido una de las causas de importantes crisis societarias, como la que tiene lugar con motivo de la independencia cubana y filipina. No tanto con el problema catalán, ya que en Cataluña habría habido una dinámica algo distinta, por el tinte catalanista de muchos masones desde la Renaixença y hasta la II República. Sea como sea, hay que ver el activismo político como factor a veces importante de desunión de la familia masónica.

Habría que ver las distintas interpretaciones a expresiones rituales de la concepción antropológica de la masonería, en lo que se refiere a prácticas de iniciación, la recepción de mandil de maestro masón, etc. Calibrar la conexión entre rituales, regla de vida, valores masónicos, todos ellos guiados por la filosofía de la fraternidad, la evolución de normas y símbolos, las oscilaciones y «écarts» del discurso entre la mística y el sentido de realidad. Ahondar en la comparación de la «producción» masónica en cuanto a prensa, literatura, arte, pedagogía. Cerner –separando mediante cedazo lo grueso de lo fino en una materia desmenuzada– cómo se expresa en la vida masónica la mujer, esta «mitad en la sombra» (las «logias de adopción»), su papel, la representación de la mujer en la producción masónica, el significado de la escasa representación, históricamente hablando, de la masonería femenina.

Habría que evaluar también las consecuencias –en el plano de la sociabilidad y de la educación popular, que es lo que aquí interesa– de una organización que abrazaba el secreto como metodología, los inconvenientes del secretismo en punto a clandestinidad, afiliación no declarada, estigmatización de adherentes en localidades pequeñas en contraposición al anonimato de la gran urbe. Asimismo, habría que ver más concretamente las conexiones profesionales que la organización masónica pudo propiciar en oficios tan sensibles como la milicia. Igualmente, hay que analizar comparativamente las conexiones políticas –en particular, el juego de la red como lobby para obtener favores políticos–, intelectuales, artísticas y culturales. También las conexiones familiares y las espaciales y/o de vecindad.

Habría que comparar, por otro lado, de qué forma en distintas formaciones y coyunturas históricas la represión política ha afectado a las redes de sociabilidad masónica. La oposición frontal de la Iglesia católica, por ejemplo. Las campañas clericales al respecto, su qué y su cómo. ¿Qué representación se ha dado a las formas de sociabilidad atribuidas a los masones? En muy distintos contextos, la represión contra la masonería, la presión social o policial, creó conflictos personales y familiares. En el caso español, la represión gubernamental de 1896, con la crisis colonial como fondo, fue un hito más. La secular instrumentalización derechista del mito antimasónico tuvo su colofón en la ley de marzo de 1940 sobre la represión de la masonería y el comunismo.

Las redes asociativas y fundacionales tienen bien establecida su forma regular u oficial de financiación. Los grupos masónicos no son ninguna excepción a esta regla, con estatutos y reglamentos internos que prevén la asignación de fondos a finalidades de funcionamiento interno y beneficencia. Como grupos de élite política, profesional y no tanto económica, la jerarquización funcional (más que autoritarismo) y el formalismo estricto, y hasta la burocratización, son rasgos frecuentes en las diversas expresiones masónicas. Más de una persona especialista en masonología se ha preguntado por qué la masonería «no se conectó más con la sociedad circundante». ¿Acaso pesó en ello una rígida estructura burocrática?

Un punto que me parece de la mayor relevancia es el de las redes masónicas y la gobernabilidad. ¿Hasta qué punto la práctica societaria formó a líderes políticos locales o nacionales?

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