Mosaico transatlántico

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Tras esta primera impresión, el contacto con la realidad le ofrece la oportunidad de conocer mejor al americano al observar sus costumbres. Así, más adelante señalará otro de sus rasgos distintivos: su espíritu viajero.

No hai tal vez un pueblo que dispute al americano el espíritu de viaje. La prontitud i baratez de los transportes dan esa preferencia a los Estados Unidos: caminos de hierro, canales, vapores, dilijencias sin cuento atraviesan sin cesar desde el lago Ontario hasta la boca del Misisipi, i siempre llenos de jente, muchos por necesidad i muchísimos por gusto, porque hai comodidades i los precios son ínfimos. (Guiteras, 2010: 46)

A este gusto por el viaje debe unirse el “espíritu emprendedor de los norteamericanos” (Guiteras, 2010: 49), capaz de construir las esclusas de Lockport sobre el canal de Eire. Sin embargo, parece que ese espíritu viajero puede explicar uno de sus rasgos particulares que determina que sea visto con cierta prevención por parte del autor:

El americano del norte no es mui a propósito, que digamos, para una sociedad: tal vez es cierto que en todos los actos de su vida domina el espíritu especulativo: la cortesanía i buen tono no nacieron con el: concibe las empresas mas jigantescas i las lleva a cabo con rara constancia; para el es una necesidad el movimiento, el progreso: continuamente viaja; es asombroso ver el numero infinito de pasajeros que entran i salen en un punto de parada de vapor o camino de hierro. Ajando los vínculos sagrados de la naturaleza, el americano trata siempre de separase de su familia, casando las hijas i enviando los varones a un boarding, un hotel para que vivan por sí solos: esto probará tal vez que no preside el amor en el matrimonio norte americano. No creo que por eso el americano deje de amar a sus hijos; él les da una excelente educación. (Guiteras, 2010: 54)

A pesar de la admiración con la que mira esa necesidad de movimiento del norteamericano, pues tiene como consecuencia el progreso de la nación, Guiteras ve con suspicacia esa costumbre, ya que parece quebrantar la unidad familiar. No obstante, la sociedad cubana tiene mucho que aprender de los norteamericanos: “¿Por qué no nos miramos los cubanos en los Estados Unidos? ¿Por qué no los imitamos?” (Guiteras, 2010: 54), piensa mientras viaja en diligencia desde Batavia a Lockport al observar las excelentes vías de comunicación de Norteamérica. Quizá esas infraestructuras sean la causa del “espíritu viajero” de los estadounidenses. Ese panorama contrasta claramente con los caminos sucios, “malos i sin ninguna comunicación” (Guiteras, 2010: 54) de Cuba, aunque cuenta con algunas excepciones: “Responda Güines, i responda Cárdenas” (Guiteras, 2010: 54), recuerda Guiteras al referirse a la línea ferroviaria que une Güines con Bejucal y La Habana, completada en 1838, y la construcción de la línea que comunicaría la ciudad de Cárdenas, iniciada al año siguiente. Reflexiones parecidas vienen a la mente de Guiteras en relación con las escuelas y la agricultura, floreciente en los Estados Unidos a pesar de su “tierra pésima”, por la continua aplicación de los adelantos científicos para la creación de utensilios agrícolas (Guiteras, 2010: 53).

Sabido es el extraordinario progreso de los Estados Unidos: ¿i como no ha de progresar una nación ajitada por el espíritu de industria i de adelanto? Una nación que ni en sus sabias instituciones ni en la naturaleza misma encuentra obstáculos a sus empresas jicantecas? Estudiemos los cubanos ese pueblo poderoso i extraordinario: estudiémoslo, tratando de robarle una chispa de ese espíritu que ha elevado a tan alto grado de grandeza la república de los Estados-Unidos. Poco obrariamos ahora; pero en el porvenir están los frutos de nuestro trabajo. (Guiteras, 2010: 54)13

Cuarenta años después, muchas cosas han sucedido en Estados Unidos, entre otras la guerra de Secesión y la Proclamación de emancipación de los esclavos. Cuba había librado su primera guerra de independencia contra la colonización española. Mucho también ha cambiado Eusebio Guiteras que vive desde 1868 en el exilio huyendo justamente de la persecución por sus ideas independentistas y abolicionistas. Su experiencia a bordo del Providence que le conduce a Rodhe Island en el mes de septiembre de este último año es penosa, pues es consciente de la crispación en la que vive la sociedad: “Ya han pasado algunos años, y el sentimiento de rencor agitado por las armas no se ha extinguido de todo punto, que mala mezcla hace la sangre para cimentar la unión” (Guiteras, 2010: 54). Es imposible no leer estas palabras sin pensar en la situación personal de Guiteras, un criollo que abandona su país en guerra por circunstancias estrictamente políticas, acosado por la persecución a la que es sometido él y su familia debido a su “cubanía”.

A pesar de todo, Guiteras reafirma su opinión sobre el americano después de tantos años y también después de su experiencia. Como en 1842, sigue pensando que una de las características del norteamericano es su “despego a la casa”:

Tal vez en ningún país hay tantas y tan buenas [casas de pupilos] como en los Estados Unidos, por la misma razón que en ninguna otra parte se encuentran tantos y tan buenos hoteles; la cual no es otra sino el espíritu de inestabilidad de sus habitantes. Nómadas civilizados, hoy están en el norte, mañana en el sur y al día siguiente en el oeste. Quiebra el fabricante en Boston, va á la Luisiana á establecer un ingenio de hacer azúcar; y si no sale pronto de ahogos, corre a San Francisco de California á abrir una casa de comercio. Es el movimiento continuo del hogar doméstico. (Guiteras, s.a.: 88)

Ese mismo rasgo es el que comparte quizá en grado sumo con los neoyorquinos:

En otros países el hombre es, por decirlo así, indivisible: la misma casa en que trabaja, compra ó vende, abriga á su familia; y desde su oficina vela sobre el hogar doméstico. El neoyorquino, por el contrario, quiere tener el negocio lo más lejos posible de la casa; y, si se quitan las horas dedicadas al sueño, son muy contadas las que pasa con su familia. Levántase á las siete ó las ocho, almuerza, y parte para su oficina, donde se está hasta la tarde, procurando hacer de modo que llegue á casa cuando ya la mujer le tiene puesta la mesa. (Guiteras, s.a.: 29-30)

Sin embargo, las largas estancias de Eusebio Guiteras en Estados Unidos, en especial en Filadelfia, y su condición ya de residente en lugar de viajero, le ofrecen la posibilidad de enjuiciar desde un punto de vista más ajustado los rasgos del norteamericano, contemplando la complejidad de su personalidad. Guiteras es consciente del mecanismo simplificador que se lleva a cabo al intentar definir un estereotipo nacional y deja constancia de ello en Un invierno en Nueva York. Así, al iniciarse el capítulo XVII refleja el procedimiento que sigue el “escritor de costumbres”:

Cuando el artista bosqueja una caricatura, se fija en algún rasgo de la cara y lo exagera. El retrato es falso, pero está hablando. Lo que con el lápiz hace el dibujante, hace con la pluma el escritor de costumbres. Así, es que, al ver esto último en la sociedad americana un individuo de seis pies y medio de altura, vestido de negro, derecho como un pino, y tan seco en punto á palabras como en punto a carnes, ha formado un tipo, y lo ha presentado á sus lectores como el tipo yankee. Hay verdad en el fondo; pero no es más que la mentira de la exageración, como hay verdad en la enorme nariz de una caricatura, á pesar de que la del original sólo pasa un ápice de las justas proporciones. La sequedad del yankee se ha exagerado para hacer la caricatura, dando por resultado un ente insociable (Guiteras, s.a.: 163-164)

Abandonando las simplificaciones, el Guiteras de la década de los ochenta ha tenido oportunidad de observar que en las últimas décadas la población ha crecido considerablemente debido a los diversos movimientos migratorios y, sobre todo, se ha acentuado la fragmentación social. Como resultado, el juicio del autor sobre el americano en Un invierno en Nueva York es mucho más complejo que el de 1842. Ese pueblo norteamericano “industrioso i trabajador, un pueblo instruido i virtuoso” (Guiteras, 2010: 60) que descansa “tranquilo y sosegado” el domingo (Guiteras, 2010: 54), es ahora, paradójicamente, un pueblo indolente:

El movimiento de las calles de Nueva York no da la medida de la actividad del pueblo. Los habitantes de los Estados Unidos tienen una buena dosis de indolencia, la cual es mayor según se acercan a los límites septentrional ó meridional: indolencia que se observa en todo el continente americano. Y es que en todo él existen razas ó pueblos, indígenas ó exóticos, dedicados al trabajo. Sus indios tienen Méjico y la América del Sur; las Antillas y la zona meridional de los Estados Unidos cuentan con los negros, al paso que la septentrional se vale de las clases proletarias de Europa. Una diferencia hay que notar: estas últimas se confunden, cuando adquieren fortuna, con la población dominante; ventaja inmensa de que las razas africana y americana indigena están hasta cierto punto privadas; […] De la misma manera que en la isla de Cuba el dueño de un grande ingenio de hacer azúcar deja al negro las rudas faenas, sin tomar ninguna parte en ellas, el americano de los Estados Unidos, poseedor de una fábrica de tejidos ó una fundición, pasa la vida descansadamente ó viajando por Europa, mientras los irlandeses hacen todo el trabajo. (Guiteras, 2010: 37-38)

Adviértase que en este diagnóstico subyace una crítica consustancial al sistema racial e imperialista con el que se organiza el continente, que ve al otro como ser inferior y sometido. Según Guiteras, en el continente americano unos pueblos dominan a otros y el “americano de los Estados Unidos”, es decir, el auténtico americano utiliza a los irlandeses como mano de obra barata. La situación tiene a los ojos de Guiteras implicaciones sociales y nacionales.

 

New York Herausgegeben von der Kunstanstalt des Bibliografischen Instituts in Hildburghausen ca. 1840

En primer lugar, el autor constata el crecimiento de la urbe: “No era Nueva York una gran ciudad en 1842. Su población estaba aún distante de llegar á medio millón, mientras que ya hoy se ve colocada en los cuadros estadísticos universales entre las ciudades que cuentan más de un millón” (s.a.: 32). El aumento se debe a la migración de carácter laboral que ha provocado que no baste con “que un extranjero conozca la lengua inglesa para entenderse con una no escasa parte de la población” (s.a.: 34). La uniformidad social que se observaba en 1842 ha desaparecido para mostrar la heterogeneidad de la misma. Todo ello ha ocasionado ciertas pretensiones por parte de los norteamericanos en relación a la jerarquía social que desempeñan. Así, señala Guiteras, los americanos de los Estados Unidos en la década de los ochenta aspiran a distinguirse unos de otros acudiendo a sus ascendientes (“Los hijos de Boston se hacen descendientes de los emigrados ingleses que fundaron las colonias de la Nueva Inglaterra; los de Nueva York quieren á todo trance tener á los holandeses por abuelos; y un filadelfiano cree que tener sangre de los compañeros de Guillermo Penn es el colmo de la dicha” (s.a.: 39). En el caso de la ciudad de Nueva York la distinguida calle Broadway se ha transformado en un bazar y ahora es la “Avenida Quinta” la calle verdaderamente aristocrática (s.a.: 35), a la que hay que sumar la extranjera Bowery. Curiosamente, Guiteras no señala que la incorporación de inmigrantes en la sociedad fue una aportación fundamental a la prosperidad del país y señala únicamente la división social que implica.

En segundo lugar, esa fragmentación social que depende en buena medida de la procedencia de los individuos provoca que Guiteras no encuentre en los Estados Unidos una verdadera nación:

Estas aspiraciones, esta heterogeneidad son, á no dudar, la fisonomia peculiar del pueblo de los Estados Unidos; ó, hablando con más propiedad, son la causa de que éste carezca de una fisonomía peculiar. La nación no tiene cohesión, como no tiene nombre. Pero ella vendrá. […] Sus elementos han sido transportados de puntos opuestos, cada uno con su religión, su historia, su lengua y su honra. Viven y se mueven juntos, unidos por el interés de la propia conservación; pero sola y únicamente por ese interés. (s.a.: 39-40)

La carencia de elementos comunes, como la unidad religiosa o una historia común son la causa de que no exista una cohesión nacional. La sociedad norteamericana, que basaba su organización como república en la igualdad ante la ley, ahora busca una forma de diferenciarse y “mide á los demás por su cuenta bancaria” (s.a.: 39). Esta debió ser una cuestión preocupante para Guiteras, un hombre que no solo se sentía completamente cubano, sino que contribuyó a crear el sentimiento nacional en la juventud de su país.

La mujer norteamericana: de coqueta a sufragista

Lo primero que llama la atención al joven Eusebio Guiteras en su viaje de 1842 de las mujeres americanas es la coquetería y la excesiva longitud de sus pies. En el Libro de viaje 1 solo encontramos una breve semblanza inserta en la descripción de la bulliciosa calle de Broadway en la que concurren

una infinidad de señoras i señoritas, que cubiertas con su gorra i sombrilla, van ya a comprar; ya en busca de quien les diga algo, ya en busca de alguno que les ha dicho algo; i todas bien puestas, i dando al aire el lindo rosado de sus suavísimas mejillas, i al suelo las pisadas de sus grandísimos pies: no he visto ni uno que pueda descansar el de una cubana: al verlos, yo no sé, pero se me antojaba que aquellos pies no sostienen el cuerpo fino i torneado de una mujer. (Guiteras, 2010: 45)

El comentario sobre la coquetería de las norteamericanas se apoya en una anécdota vivida por un amigo suyo en Saratoga, que tiene como protagonista a una señorita llamada Belle, que disfruta viéndose seguida por admiradores. No obstante, como en el caso de los norteamericanos, Guiteras parte del imaginario cultural para forjar su concepto de la norteamericana:

La mujer americana a mi ver está pintada por Mr. De Beaumond en su Maria; artificiosa hasta el extremo lo es sin gracia i a vezes sin modestia. El pensamiento que la ocupa mas, su mayor deseo es tener a su alrededor el mayor número de adoradores, llevadlos tras si; y eso sin aparar mucho en los medios que emplea. (Guiteras, 2010: 54)

El autor infunde a su etopeya una valoración profundamente moral, influido también por uno de los textos fundadores de los estereotipos de los norteamericanos, en este caso la novela de Gustave de Beaumont, Marie ou L’esclavage aux État-Unis (1835): “Les femmes américaines ont en général un esprit orné, mais peu d’imagination, et plus de raison que de sensibilité” (Beaumont, 1835: 18), sentencia Ludovic, el protagonista de este Tableau de moeurs américaines, subtítulo de la novela. Más adelante advierte: “Du reste, une excessive coquetterie est le trait commun à toutes les jeunes Américaines, et une conséquence de leur éducation” (1835: 23).

La experiencia del autor en los años siguientes hará que sea consciente de la importancia que la educación tiene para las niñas14. Así, en su visita a la High School de Bristol que describe en Un invierno en Nueva York observa que mientras en las escuelas el número de estudiantes está equilibrado en cuanto a sexo, no ocurre lo mismo en los estudios superiores, en los que predominan “con mucho” las chicas. “Los varones salen pronto de la escuela, algunos para matricularse en las universidades, los más para entrar en los talleres u oficinas”, circunstancia también referida en el texto de Beaumont.15

Esa excelente educación de las mujeres es la que determina claramente su papel social y laboral. Guiteras asegura que las salidas profesionales de las norteamericanas son excepcionales si se comparan con otros países y que pueden ocupar puestos de responsabilidad impensables en otros lugares:

Sea a causa de esta evolución ó de otra cosa, lo cierto es que en los Estados Unidos la mujer, que recibe una educación muy completa, tiene muchos caminos abiertos para ganar el pan. Fuera del servicio doméstico y el ejercicio de las labores de su sexo, cuentan con las fábricas de tejidos ú otros artículos que no exigen grande esfuerzo, con las imprentas y talleres de encuadernación, con las tiendas de por menor y, por fin, las escuelas. A estos recursos ya se comprende que hay que añadir la casa de pupilos, donde reina como señora y soberana. (Guiteras, s.a.: 88)

Estas circunstancias han dotado de una independencia inusitada a las mujeres norteamericanas que puede apreciarse en sus costumbres. Ellas mascan tabaco como los hombres (Guiteras, s.a.: 37), acuden a mítines (Guiteras, s.a.: 135) y gozan de total libertad de movimiento. En esencia Guiteras es consciente del nuevo modelo de mujer que se presenta como paradigma de la sociedad norteamericana. Un modelo cargado de paradojas, pues asume el dominio por parte de la mujer del espacio público a la vez que admite la pluralidad de modelos. Guiteras destaca la independencia no solo de la mujer casada, sino también de la mujer soltera que, como la casada, goza de igual libertad, que escoge amistades sin contar con la aprobación de la autoridad paterna o marital e incluso sin informar de ello a su familia.16 Este paradigma emancipador obliga a Guiteras a hacer un esfuerzo de recodificación de la sociedad norteamericana:

La cuestión de los derechos de la mujer está aún en los Estados Unidos en las regiones de Utopía. Se habla de ella con ligereza; es objeto de burla y de chacota para la conversación del círculo doméstico, para los mordaces articulistas de costumbres y aun para más graves escritores. La cuestión, no obstante, está viva; y de tal manera suelen en el país pasar las teorías al terreno de la práctica, que no será extraño ver, dentro de muy pocos años, a las mujeres, dando muestras de lo que puedan hacer como electoras y elegidas. Escudadas con las instituciones libres, atacan las mujeres todas las torres de la muralla que se opone a su emancipación; y abren aquí y acullá alguna brecha por donde, entre gritos de victoria, penetran una que otra administradora de correos, una que otra vocal de las juntas de Instrucción pública, y no escaso número de doctoras en medicina y cirugía dental. (Guiteras, s.a.: 87-88)

El activismo de las mujeres norteamericanas es descrito en términos bélicos y es visto con cierta prevención. Guiteras parece no aprobar esa actitud. Así en el capítulo XIII deplora el proceder de algunas mujeres que intervinieron en el mitin sobre el caso de Hester Vaughan complicando el curso de la reunión. Guiteras alaba en esas páginas el sistema de mítines y la importancia que el pueblo tiene también como soberano en cambiar las leyes, aunque en este caso recuerda que, a pesar de que el presidente de la reunión había pedido que las intervenciones se limitasen al caso concreto, sin “proposiciones abstractas”, “[d]espués de él varias señoras tomaron la palabra y la cuestión de los derechos de la mujer se mezcló y enredó con la de Ester Váughan” (Guiteras, s.a.: 131). Por otra parte, al hacer la observación de que una de las inconsecuencias de la democracia norteamericana es que votan muy pocos hombres, añade de forma lacónica: “las mujeres están tratando de establecer el equilibro” (Guiteras, s.a.: 67). El autor parece observar desde la distancia, expectante, sin atreverse a cuestionar el nuevo paradigma.

La caleidoscópica ciudad de Nueva York

La frenética actividad del norteamericano, ese gusto por viajar y esa capacidad de nomadismo se refleja materialmente en los espacios que habita:

Nueva York es un caleidoscopio. La deja uno por corto tiempo, y cuando la vuelve á ver ya ha cambiado completamente. Hay en ella una especie de agitación, de empujamiento, de fermentación, de movilidad, que la hace, por días, mudar de forma, figura y fisonomía, como muchacho que está creciendo. Lo que hoy es prado ó peñascal será hilera de casas mañana, y pasado mañana iglesia, almacén ó palacio. Nadie fabrica para tener un asiento fijo, pues tan nómadas como los beduinos son los neoyorkinos. (Guiteras, s.a.: 28)

La ciudad se torna un reflejo de sus moradores: “El movimiento de los habitantes en las calles parece transmitirse á los edificios; por manera que casi se ve á éstos codearse, rempujarse, arremolinarse y pisarse, como seres vivientes del género civilizado” (Guiteras, s.a.: 29). Guiteras es consciente de que, después de tantos años, Nueva York habría cambiado mucho, tanto en lo material como en lo moral e insiste en esta característica en diversas ocasiones a lo largo del volumen con datos concretos. Uno de los ejemplos más claros de esa transformación de la ciudad es Broadway. Así la describe en 1842:

Broadway es una calle magnífica, de que no puede formarte una idea el hijo de la isla de Cuba que no haya salido de su tierra: una animación, una actividad extraordinarias: omnibus, coches, carretones atraviesan en tropel por todas partes: en las anchas i bien enlozadas aceras se ajita, bulle un pueblo inmenso: allí negociantes, allí viajeros i curiosos, paseantes, pillos que van pensando en el modo de robarle al prójimo los billetes de banco que lleva en el bolsillo. […] Es imposible que pueda yo describir la primera impresión que me hizo la animada vista de Broadway. Bien se le puede decir que Broadway es Nueva York. (Guiteras, 2010: 45)

Con el paso del tiempo Guiteras recuerda la ciudad que vio por primera vez en 1842. Así en Un invierno en Nueva York revive su primera experiencia en contacto con Broadway con un tono menos exaltado:

La porción más acaudalada de sus habitantes ocupaba la parte baja de la calle llamada Broadway para su vivienda; y el comercio estaba confinado en las calles inmediatas á los ríos. Hallábanse los principales hoteles entre la Batería, hermosa plaza en el extremo de la ciudad, y otra llamada el Parque donde se levanta la casa consistorial. Allí estaban asimismo las tiendas de más lujo; y por consiguiente era el paseo favorito de la flor y nata de la población. Trabajábase á la sazón en la iglesia de la Trinidad, primer monumento arquitectónico erigido en la ciudad. (Guiteras, s.a.: 32-33)

 

Ese Parque del Ayuntamiento es el que ofrece un grado mayor de deterioro en la década de los ochenta: “El antiguo Parque está envuelto en la gran vorágine mercantil de la metrópoli floreciente. Ya no es paseo. Está sucio, maltratados sus escasos árboles, descuidada la yerba” (Guiteras, s.a.: 68). En sus inmediaciones se encuentra una zona completamente deprimida con casas antiguas y destartaladas, habitadas por “mugrientos habitantes”: “junto a las heces materiales é inanimadas de la sociedad, halla allí el que las busque, las heces del mundo moral, las prostituciones todas” (Guiteras, s.a.: 70). Guiteras se pregunta si la degradación del Parque es causa de la degradación moral de sus habitantes y si una restauración del espacio por parte de las autoridades contribuiría a una regeneración de sus vecinos, en consonancia con las ideas urbanísticas de la época.

Convencido de que los espacios y las cosas definen a los norteamericanos, el autor recuerda después de tanto tiempo el Nueva York de 1842 para definir a través de la ciudad, de las vestimentas y de las costumbres la transformación que ha sufrido también el norteamericano. Así, identifica el espíritu de la república norteamericana con la modestia que se transmitía en los espacios:

Aunque ya entonces la riqueza de la floreciente población se echaba de ver en el lujo interior de las casas, parecía, no obstante, que había cierto escrúpulo de dejarlo ver, como si la natural modestia republicana hubiese querido esquivar toda ostentación que oliese á hábitos o ideas aristocráticas. El labrado mueble de maderas preciosas, la muelle alfombra, el tapiz bordado de seda, el cuadro antiguo, el delicado mosaico florentino, se escondían cautelosamente en una casa de tres pisos, de angosta fachada, hecha de ladrillo, y, cuando más, adornada en los huecos de puertas y ventanas con alguna cornisa ó repisa de mármol. […] Modesto era el porte de los habitantes; y había, particularmente entre los afiliados del partido democrático, hasta cierta afectación en vestir humildemente para captarse la voluntad del pueblo. (Guiteras, s.a.: 33)

La modestia republicana se traducía en las fachadas sencillas y austeras de las casas, una sobriedad que podía esconder un interior suntuoso. Cuarenta años después “la vanidad ha pretendido introducir distinciones de familia; y hay quien haga alarde de su escudo de armas, y lo ostentan en su casa y en las portezuelas del coche” (s.a.: 39). La opulencia se ofrece a la vista del perspicaz viajero, que es capaz de interpretar las repercusiones éticas de esta transformación. Esa lectura moral de los espacios es la que tiene mayor interés:

porque si bien es verdad que los viajeros ven generalmente las cosas por defuera, con todo eso, ¿cómo puede esconderse á aquel que medita la moral que encierran la labrada puerta de una casa, el vestido de seda de una mujer ó los entrepaños de un coche barnizado? (Guiteras, s.a.: 31-32)

Como viajero reflexivo Guiteras advierte el significado que encierra una fachada ostentosa, una mujer que luce un caro vestido, o un lujoso coche: la ostentación como muestra de la división de clases; el boato como consecuencia de la vanidad. La democracia norteamericana revela claramente sus desigualdades.

La Historia y la memoria actúan en Eusebio Guiteras ofreciendo a los lectores una mirada de los Estados Unidos llena de complejidades, mostrando una sociedad cargada de paradojas. El nomadismo de los norteamericanos tiene como consecuencia una inexistente raigambre a la tierra. Ello repercute negativamente en la vida y las costumbres de los norteamericanos, poco proclives a intensificar los lazos familiares. La indispensable instrucción de la mujer ha determinado su activo papel social y laboral. En consecuencia, ha reforzado su voluntad de ejercer sus derechos constitucionales. Finalmente, las transformaciones históricas y sociales que se llevan a cabo en Estados Unidos entre los años cuarenta y ochenta del siglo XIX ofrecen a Guiteras una imagen de la sociedad norteamericana dividida en clases que someten a pueblos sometidos, en una colectividad tan abocada al utilitarismo que ha perdido su entidad como nación. Para un cubano que vive en el exilio debido a su ideario nacionalista e independentista, un hombre profundamente vinculado a un núcleo familiar que determina sus ideas fundamentales de pensamiento y de conducta, la sociedad norteamericana se revela como tierra de paradojas.

Bibliografía

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Bustamante, Fernanda; Ferrús, Beatriz (2014), “Cuestionar paradigmas e imaginarios desde miradas cruzadas”, en Bustamante, Fernanda; Ferrús, Beatriz (coords.), Miradas Cruzadas. Escritoras, artistas e imaginarios (España-EE.UU., 1830-1930), Valencia, Javier Coy d’Estudis Nord-Americans-PUV, pp. 9-15.

Guiteras, Eusebio (s.a.), Un invierno en Nueva York. Apuntes de viaje y esbozos de pluma, Barcelona, Gorgas y Cª.

_____ (2010), El pensamiento liberal cubano a través del Diario de Viaje de Eusebio Guiteras Font, Aguilera Manzano, José María (ed.), Sevilla, Junta de Andalucía, Escuela de Estudios Hispano-americanos, Casa Amèrica Catalunya.

Guiteras, Laura (1894), “Brief Sketch of the Life of Eusebio Guiteras”, en Records of the American Catholic Historical Society of Philadelphia, Philadelphia, American Catholic Historical Society of Philadelphia, pp. 99-108.

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Leerssen, Joep (2000), “The Rhetoric of National Character: A Programmatic Survey”, Poetics Today, vol. 21, nº 2, pp. 267-292.

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Páez Morales, Jenny (2014), “El grupo familiar Guiteras Font. Un prestigio en función del desarrollo intelectual matancero. 1839-1869”, en CD de Monografías, http://monografias.umcc.cu/monos/2014/Departamento%20de%20Marxismo-Leninismo/mo14112.pdf, (21/10/2015).

Tocqueville, Alexis de (1961), De la démocratie en Amérique, Paris, Gallimard.

1 La investigación necesaria para llevar a cabo este artículo ha sido posible gracias a la ayuda del proyecto FFI2011-24314 “El cuento en la prensa periódica: Museo de las Familias, El Laberinto, El Siglo Pintoresco y El Mundo Pintoresco (1843-1871)”.

2 Eusebio Guiteras Font (Matanzas, 1823-Filadelfia, 1893) era el menor de seis hermanos de una influyente familia afincada en Matanzas. En esta ciudad cubana y gracias a la iniciativa de un nutrido grupo de familias burguesas, que actuaron como verdaderas fuerzas sociales y entre las que se encontraban los hermanos Tomás y José Gener, se llevaba a cabo desde 1840 aproximadamente un movimiento cultural que tenía como propósito la descentralización desde el punto de vista intelectual de la ciudad de La Habana, símbolo entonces de la capital de la colonia y de España. Se pretendía, pues, incentivar mediante la educación y las actividades culturales el desarrollo de un pensamiento autonomista cercano al liberalismo moderado. Para ello contó con la creación de centros escolares, revistas y sociedades culturales. “En esta tarea se destacó el grupo familiar Guiteras Font, baluarte del movimiento intelectual y promotores más completos de la educación y creación de una intelectualidad matancera” (Páez Morales, 2014). Esta familia, de padres españoles, estaba formada por los hermanos Pedro José, Antonio y Eusebio. El mayor, Pedro José (Matanzas, 1818-Charleston, 1890), ejerció de guía intelectual de Antonio (Matanzas, 1819-Sant Hilari Sacalm, 1901) y Eusebio, pues el padre de la familia, Ramón Guiteras, había muerto en 1828 y la madre, Gertrudis Font en 1833, cuando Eusebio contaba diez años. Para un análisis de las acciones de estos sectores sociales de Matanzas véase Jiménez de la Cal (2004) y Páez Morales (2014).