Kitabı oku: «Olvidadas y silenciadas», sayfa 4

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Esto resulta sustancial si atendemos al hecho de que los estudios del siglo XIX se han construido, en la mayoría de los casos, sobre la base de una progresiva mitificación del artista como figura heroica cultural. La construcción del mito del artista, del genio, es narrada a través de relatos hiperbólicos en los que la genialidad artística discurre paralela a la aventura del viaje de aprendizaje, premios y galardones, al ascenso social y a la consagración del éxito personal.24. Un viaje de formación e iniciación en el que el relato ha excluido de manera sistemática a las mujeres artistas, a las que se les negaba además la capacidad de inventiva, creatividad, inspiración y, en definitiva, la capacidad intelectual reservada al dominio de lo masculino. Negada su capacidad artística, creadora, la mirada sobre las mujeres artistas tiene algo de complaciente, al establecer como virtud exclusivamente femenina la sensibilidad, entendida esta como una cualidad que le permite apreciar lo bello y recrearse estéticamente en su contemplación, pero incapaz de transmitir la «genialidad» con que los hombres se enfrentan al proceso creativo.25. Consideradas a menudo artistas de afición o elogiadas como copistas, la lectura sobre las artistas ha pecado, con frecuencia, de una mirada reduccionista en la que tan solo la valoración se ha gestado en base al «buen gusto» como parte esencial de la correcta educación de la señorita de buena clase social. En ocasiones, la única fuente de información que poseemos es la que nos proporciona las publicaciones periódicas de la época: diarios, semanarios, revistas culturales o las publicaciones que actuaban como órganos de comunicación de sociedades, liceos y asociaciones. Entre las aportaciones más significativas cabe mencionar la recopilación de noticias artísticas que sobre la prensa de Madrid realizó Esperanza Navarrete,26. en la que se recoge, por un lado, un exhaustivo vaciado de los artículos dedicados a la pintura en las publicaciones periódicas que ven la luz en el Madrid de Isabel II y, por otro, un análisis del contenido de estos artículos en relación con las academias artísticas o las exposiciones de bellas artes, que en el caso valenciano fue fruto de trabajos paralelos.27. Volver sobre estos trabajos resulta, hoy, necesario con el objeto de analizar no solo la información objetiva que en estas publicaciones se arroja, sino aprehender el sutil velo que envuelve los comentarios que enjuician la obra y a las propias artistas, así como las relaciones sociales que conformaron los círculos artísticos de los que formaron parte.

No obstante, el acercamiento al estudio de la sociabilidad es una cuestión compleja pues no constituye una categoría común y simple, sino que es un concepto complejo que es necesario explicar en un contexto determinado (espacio y tiempo),28. con el fin de comprender los procesos sociales que, especialmente, los sectores de elite, pero también los subalternos, utilizan en la época.29. El asociacionismo entre artistas, y especialmente entre hombres artistas, suele ser relacionado casi exclusivamente con el arte de la segunda mitad del siglo XIX, siendo un campo casi sin explorar las asociaciones e instituciones culturales que surgieron en la primera mitad del siglo, como los liceos artísticos. Con mucha mayor profusión la historiografía española se ha acercado a espacios de sociabilidad como el casino,30. tratando de emular las investigaciones de Maurice Agulhon, o los cafés como escenario público de singular importancia en la escena cultural, social y política de finales de siglo, y cumplieron una función importante en la dinámica de las formas de sociabilidad, mientras que los liceos apenas han suscitado interés hasta recientemente.31.

En el ámbito artístico, los liceos permitieron establecer nuevas relaciones sociales para los artistas, más allá del núcleo formativo y de trabajo que suponían las academias de bellas artes, además de ser espacios en los que los artistas compartían lugar con otros compañeros artistas, hombres pero también mujeres, junto a otros profesionales del ámbito cultural y de clases sociales preeminentes:

El Liceo, al admitir entre sus filas a mujeres –literatas, músicas y artistas, buscaba proveer al mundo cultural madrileño de la oportunidad de optar a la igualdad de género, es decir, a un sistema abierto y democrático donde todos sus miembros pudiesen ejercer la libertad artística y un intercambio de ideas fluido y productivo. No obstante, debido a la escasez de documentación, las relaciones de género en este tipo de instituciones culturales no han sido estudiadas con toda la atención que merecen.32.

Ciertamente, adentrarse en estos nuevos espacios de sociabilidad proporciona un mayor conocimiento del arte de la época, de las relaciones sociales, de los conceptos de masculinidad y feminidad enfrentados a las esferas de lo público y de lo privado. El paso de los salones y de las tertulias privadas del siglo XVIII a la esfera pública de los liceos y a la publicación de sus sesiones en la prensa cultural especializada supone un cambio de paradigma todavía hoy no del todo desentrañado.

LOS NUEVOS ESPACIOS DE SOCIABILIDAD: EL FENÓMENO DE LOS LICEOS ARTÍSTICOS

La fundación del Liceo Artístico y Literario de Madrid se enmarca en el seno de un proceso de génesis de sociedades culturales que se gestan al albur de la recién estrenada preeminencia liberal de 1835. En el seno de esta renacida libertad social surgieron multitud de sociedades científicas, literarias o culturales, en general, muchas de ellas con un componente lúdico esencial: como el Casino (1836), el Ateneo (1835) y el Liceo (1837). No obstante, existían algunos precedentes de sociabilidad lúdico-cultural, como los cafés o tertulias en salones o talleres de artistas, como muestra Antonio María Esquivel en su Tertulia en el taller (Museo de Bellas Artes de Sevilla, n.º inv. 0557D).33. Tal es el caso del Parnasillo, estrictamente relacionado con el ambiente artístico de Madrid y que tenía su sede en el café El Príncipe,34. que recibía el nombre del teatro del mismo nombre y al que acudía la juventud poética y artística romántica, caracterizada por el ingenio y la excentricidad.35. Pero quizá lo más interesante de la fundación de los liceos, como nuevas formas de sociabilidad artística propia del siglo XIX, es que con su progresiva institucionalización se convirtieron en espacios en los que los artistas articularon nuevas formas de relación social, inéditas hasta el momento. Estos espacios de interrelación permitieron a los artistas moverse en círculos sociales más amplios, más allá de los constreñidos y jerárquicos círculos académicos, al tiempo que les permitía crecer en sus aspiraciones profesionales al interactuar en un espacio de creatividad lúdica con las clases sociales pudientes de la ciudad. El componente lúdico de los liceos permitió a los artistas introducirse en la sociedad masculina de su tiempo, al margen de la práctica social, pero, al mismo tiempo, los mecanismos del entretenimiento burgués les proporcionaron la posibilidad de entrar en contacto con mecenas y establecer los mecanismos del fomento de las artes, a través de exposiciones públicas o la publicación de revistas especializadas. Por otro lado, los liceos surgieron como sociedades en las que se daban cita de manera indiscriminada artistas de prestigio junto a discípulos, amateurs y diletantes. Además, frente a los casinos, los liceos no se constituyeron como espacios únicamente masculinos, sino que en ellos aparecen consignadas mujeres artistas como socias, entre las que destacó, en el liceo madrileño, Rosario Weiss.36. Como ha señalado Alonso, si tomamos como referencia el catálogo de socios de 1841,

la sección de pintura estaba formada por un total de 65 socios, de los cuales el 75,4 % eran hombres. De los socios artistas cuyos datos hemos podido recopilar, de un total de ciento trece tan solo diecinueve fueron mujeres que participaron en sesiones y en exposiciones. Algunas de ellas, a pesar de su dedicación al arte, fueron tenidas por aficionadas ilustres.37.

Puede parecer una cifra pequeña en comparación con el número de socios masculinos, pero lo que nos interesa es apreciar el cambio significativo que la inclusión de mujeres artistas supuso en estos concretos espacios de sociabilidad públicos, que se alejaban de la configuración de los anteriores salones o tertulias privadas del setecientos en el que el papel de la mujer de alta sociedad servía como mecenas que a través de su papel como mediadora y facilitadora gestaba espacios concretos de sociabilidad cultural.


Fig. 1. Rosario Weiss, Retrato de Manuela Oreiro, 1841. Iconografía Hispana, 6668.

Ciertamente, el Liceo se conformaba como una sociedad más moderna ajena a los funcionamientos socialmente elitistas de las academias de bellas artes, en las que el nombramiento de académicas de mérito, habitual en el XVIII, correspondía más a una cuestión de consideración paternalista hacia las artistas o a un privilegio aristocrático, como se deduce del hecho de que las cuatro mujeres nombradas en el seno de la Academia de Bellas Artes de San Fernando como directoras honorarias –Mariana de Silva Bazán y Sarmiento, Mariana Urries y Pignatelli, Mariana de Waldstein y Antonia de Lavauguyon– perteneciesen a la nobleza.38. Si bien la presencia femenina en la academia madrileña, en el siglo XIX, se hace difusa y se relaciona con el espacio priveligiado de la Academia a través de relaciones de parentesco con otros académicos o títulos meritorios, en la de Bellas Artes de San Carlos de Valencia el número de mujeres académicas presenta un porcentaje sustancial, por lo que no hemos de dejar de ver en estas esferas de representación social y cultural el reflejo de la microesfera social y política de su tiempo.39.

El nacimiento del Liceo Artístico y Literario debe, por otra parte, vincularse con la revolución política e ideológica del Gobierno liberal, pues a decir del propio José Fernández de la Vega surgía como «un campo en el que el poeta y el artista puedan conquistar una corona […] [y donde] el sabio con el estudioso, la jerarquía del nacimiento y de la fortuna con el ingenio» se uniesen con el fin de generar una nueva sociedad, en la que las artes fomenten el gusto y la prosperidad.40. Efectivamente, los liceos actuaron en su tiempo como vasos comunicantes41. entre distintos niveles, en los que cultura y política se relacionaron gracias a la sociabilidad en la sociedad, es decir, son muestra de cómo las formas de sociabilidad han tenido una marcada relación con los procesos de politización de la sociedad. De hecho, como resultado de la revolución burguesa, los liceos se configuran como espacios para construir una especie de «república de las artes» en las que hacer valer el mérito del individuo, del artista, por encima de otras cuestiones sociales. Si el casino y el círculo construyeron un discurso de clases o estratificado,42. los liceos fomentaron las reuniones y las exposiciones artísticas y sesiones o veladas públicas en las que los artistas confluyeron junto a miembros de la alta sociedad y de la burguesía enriquecida. Si en un inicio, en la primera reunión en casa de Fernández de la Vega se dieron cita una docena de pintores y escritores en un ambiente íntimo,43. el aumento de los miembros favoreció la creación de la sociedad, cuyo principal objetivo era el fomento y la prosperidad de las artes, y se admitió a miembros de la burguesía comercial y de la aristocracia, siendo la condición principal de acceso ser profesor de bellas artes, escritor o aficionado a las artes y las letras.44. Efectivamente, la finalidad fundamental del Liceo Artístico y Literario era la de lograr el fomento y la prosperidad de las bellas artes, tal y como aparece reflejado en el artículo 1 de sus Constituciones (1838). El Liceo se organizaba en cinco sesiones: Literatura, Pintura, Escultura, Arquitectura y Música, y en 1939 se incorporó la de Declamación, por lo que se convirtió en un espacio en el que no solo se celebraban exposiciones de bellas artes, conciertos y conferencias, sino que además en sus sesiones sus socios y socias competían declamando poemas, deleitando a los asistentes con canciones o mostrando los bocetos artísticos realizados en la velada, así como se escenificaban obras teatrales, bien originales de los propios socios, bien clásicos del Siglo de Oro.45.

Aunque en los estudios de estos espacios de sociabilización los artistas son una minoría frente al resto de miembros, en la sección de bellas artes del Liceo tuvieron un protagonismo sustancial, hasta llegar a configurarse en personajes claves en la sociedad de su tiempo, erigiéndose en profesores y maestros, diseminando su conocimiento, promoviendo exposiciones u orientando el gusto artístico. Con ello, se generaba un espacio artístico o cultural a la par que social o lúdico, en el que artistas y escritores pudiesen rivalizar en un espacio extraprofesional y fomentar un cultivo de la dignificación del artista. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en la propia estratificación de los socios, los llamados socios de mérito (socios facultativos o adictos de mérito), que incluía a escritores y artistas y los llamados socios aficionados (socios no facultativos o adictos internos). Los primeros ejercían de profesores y contribuían con sus trabajos y conocimientos al desarrollo de las actividades de su sección, mientras que los segundos, como aficionados, disfrutaban de las veladas, sesiones y exposiciones y participaban en estas bajo el magisterio de los primeros. Esta diferencia generaba además una distinción en la ocupación del espacio: solo los facultativos tenían derecho a utilizar el caballete, mientras que los aficionados realizaban sus trabajos en mesas dispuestas para el uso, incluso a menudo realizaban copias de las pinturas y caprichos realizados por los pintores y maestros, cuya actividad en las sesiones podía ser además contemplada por el resto de los socios. De igual manera sucedía en otras secciones, como en las de música, teatro o poesía, en las que se declamaba o realizaban sesiones con funciones donde además de asistir y disfrutar algunos socios, como los pintores, realizaban pinturas al vivo.46.


Fig. 2. Antonio María Esquivel, Reunión Literaria; reparto de premios en el Liceo, 1846. Museo Nacional del Romanticismo.

Un testimonio gráfico de la sociabilidad de los artistas en el seno del Liceo madrileño nos es presentado a través del retrato colectivo que Antonio María Esquivel realizó en 1846 (Museo Nacional del Romanticismo, n.º inv. 0208), Reunión literaria: reparto de premios en el Liceo.47. La escena se representa en el interior del palacio de Villahermosa, sede del Liceo, en el que Esquivel compone un retrato grupal de cuarenta y cuatro personas dispuestas en semicírculo mirando hacia uno de los extremos de la sala por donde hacen entrada dos parejas que interrumpen, así, el acto de lectura que realizaba una dama. Como ha demostrado María Victoria Alonso, parece que se trata de la tertulia previa48. al acto solemne de la entrega de los premios literarios convocados en 1845 y patrocinados por el liceísta Vicente Bertrán de Lis con el objeto de conmemorar la amnistía real a los presos políticos. La mujer representada en el centro de la escena parece ser la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien fue la premiada en esa ocasión, y a su izquierda se hallaría su hermana Josefa de la Escalada,49. mientras que las dos damas que entran en escena con la cabeza todavía cubierta con mantilla y sombrero parece que son las infantas Luisa Tersa y Josefina Fernanda de Borbón, hijas del infante Francisco de Paula de Borbón, encargadas junto a este de la entrega de los premios. Quizá lo más interesante del retrato es la capacidad elocuente que manifiesta, al mostrar cómo una sociedad que se inicia por una juventud artística con inquietudes políticas y cercana al liberalismo, se convirtió en un espacio cultural lúdico al servicio de la burguesía y, es más, resulta altamente indicativo de las aspiraciones de los artistas por «vincularse exitosamente con la élite social y formar parte indispensable de esta».50. Ahora bien, una de las razones para que las asociaciones y formas de sociabilidad calasen rápidamente en la esfera pública radicó en que ejercieron en la cotidianidad formas de sociabilidad que sirvieron de vehículo para tener acceso a la vida política y pública. El Liceo madrileño se convirtió en el centro de atención de la vida política y artística de Madrid. Una de las cuestiones culturales más sobresalientes, ligadas al pujante romanticismo, es la profunda admiración por la obra de Goya, presente en las exposiciones que organizaba la sociedad, así como la presencia de importantes seguidores como Antonio Brugada, Rosario Weiss, José Elbo, Asensio Juliá o Leonardo Alenza.51.

En estos espacios de sociabilidad cultural, las mujeres, como hemos destacado, tuvieron un protagonismo singular. No se trataba de sociedades exclusivas para mujeres como la conocida Junta de Damas de la Sociedad Económica Matritense, cuyas socias eran mujeres de la alta nobleza como la marquesa de Fuente Hijar, la marquesa de la Sonora o la condesa de Castroterreño, siendo su presidenta la propia reina María Luisa de Parma.52. Las mujeres aristocráticas organizadas en estos grupos cívicos se dedicaron a aliviar los problemas de las mujeres y niños pobres,53. pero no solo como una labor benéfica sino también como un modo de vehicular su propio papel político en la sociedad, en lo que Theresa Smith denominó la constitución de una «ciudadanía femenina emergente».54. Más al contrario, en estos espacios de sociabilidad decimonónica la importancia de los vínculos familiares era primordial,55. por lo que es frecuente encontrar entre la lista de socios a varios miembros de la misma familia, algo que como veremos fue especialmente significativo en el caso valenciano. Estas relaciones debieron de ser mucho más amplias de lo que podemos rastrear a través de la documentación, pues los socios tenían la posibilidad de disfrutar de un billete con el que hacer invitación a las sesiones a miembros de su familia.56. Pero lo más interesante es el carácter mixto que desde sus inicios tuvieron los liceos, al reconocer el derecho de las mujeres a ser socias en la categoría tanto de facultativas como de no facultativas en las distintas secciones de la sociedad. Los estatutos de 1838 y 1840 del Liceo madrileño reconocían que «las señoras artistas pueden ser admitidas como facultativas en cualquiera de las secciones, sometiéndose a lo que prevengan los respectivos reglamentos».57.


Fig. 3. Ligier delineavir; Dequevauvillier sculpsit; De Saulx aqua forti. Paseo de la Alameda de Valencia. Grabado incluido en la obra de Alexander de Laborde «Voyage pittoresque et historique de l’Espagne», publicada en varios tomos entre 1808 y 1820 en París.

Sería interesante, llegados a este punto, analizar hasta qué punto espacios de la sociabilidad burguesa como los liceos fueron en realidad escaparates de la sociedad burguesa de la primera mitad del siglo XIX y en parte de la emergente sociedad liberal que se estaba construyendo, y hasta qué punto fue un proyecto que acabó fracasando en su inicial ideario progresista, al establecer una especie de ideal de las artes y la cultura que desde la socialización de los y las artistas y los miembros de la burguesía liberal pudiesen transformar la sociedad a través de la difusión cultural, para convertirse en un espacio lúdico-recreativo al servicio de la clase burguesa desvanecida su pretensión educativa y transformadora.

EL LICEO VALENCIANO Y LAS MUJERES ARTISTAS

Al poco de la fundación del Liceo madrileño, las ciudades de Sevilla y Valencia organizarían sus propias sociedades. El Liceo artístico y literario valenciano (1838) y el Liceo Artístico de Sevilla (1838) copiaron los objetivos y estatutos del madrileño, pues en la base de su conformación se hallaba igualmente el fin de generar un espacio de encuentro de artistas, escritores y personas interesadas por la cultura para la promoción social de las artes.

La ciudad de Valencia vivía en la década de los treinta una efervescencia política ligada al romanticismo y al liberalismo. Uno de los miembros más significativos de aquella elite social burguesa intelectual fue Vicente Boix, que junto a la crítica más progresista defenderá la necesidad de promocionar las artes a través de la celebración de exposiciones. Uno de los primeros intentos, fallido, fue la iniciativa de Mariano Antonio Manglano, consiliario y académico de honor y mérito de la Academia de San Carlos, de organizar un certamen expositivo en 1837, el primero que se celebraría en la ciudad desde que en 1810 la Academia celebrase su última exposición con las obras del Concurso general de pinturas de aquel año.58.

El Liceo se dividía, como su homólogo madrileño, en distintas secciones: literatura, bellas artes y música. En 1849, momento en que Boix escribe su guía, el presidente de la institución era el marqués de Cáceres; su vicepresidente, el conde de Calderón; su secretario, José Mercé y Gallo; su vicesecretario y contador, Tomás Esteve y Sánchez; el tesorero, Benito López Enguídanos; su conservador, Mariano Antonio Manglano, y su presidente honorario perpetuo, José Juanes, todos ellos miembros destacados de la sociedad valenciana. El propio Vicente Boix era presidente de la sección de literatura y ciencias y Ramón Ferrer y Matutano su secretario. Entre aquellos jóvenes que Boix comentaba como urdidores de la creación del Liceo, se encontraba Bernardo López Piquer, como primer presidente de la sección de bellas artes, quien contó con la colaboración estrecha de Luis Téllez Girón, como secretario, y de artistas consagrados como Vicente Castelló y Amat y noveles como Miguel Pou. De esta sección surgieron las propuestas más innovadoras y de mayor atractivo social: las exposiciones de bellas artes, que el Liceo organizó con cierto criterio de continuidad entre 1838 y 1845, y luego de manera esporádica hasta su disolución en 1860.59.


Fig. 4. Liceo valenciano. Portada.

La sección de bellas artes contó entre sus socios con artistas destacados como Bernardo López Piquer, Vicente Castelló y Amat (vicepresidente de la sección), y en cuyo domicilio se organizaron algunas de las primeras sesiones, Antonio Gómez Cros, como socio de mérito, Luis Téllez Girón, Antonio Cavanna, Juan Llácer, Miguel Parra Abril, Miguel Pou, Lorenzo Isern, José Viló y Rodrigo, Joaquín García Barceló, José Abella y Garaulet, Ramón Amérigo y Morales y Manuel Martín Labernia. Junto a este elenco de «socios pintores», en la misma categoría figuran no pocas mujeres artistas en los distintos listados de socios, entre las que se mencionan expresamente Regina Fernández, Amalia López, Dolores Caruana y Berard, considerada discípula de Bernardo López y Vicente Castelló, e Inés González Valls, de quienes la prensa daba muestras de orgullo: «las señoritas González y Caruana son un tesoro que creemos no posee ningún otro liceo de España».60. Rafael Montesinos Ramiro, Manuel Argüello y Miguel Marco figuraban como socios pintores miniaturistas; José Gómez, Tomás Rocafort y Teodoro Blasco Soler lo eran por la sección de grabado, y Blas Gómez y Bernardo Llácer por la de escultura, a la que seguían arquitectos y otros socios artistas.

Entre el elenco de socios pintores aficionados figuraron numerosos poetas, como el escritor y dramaturgo liberal José María Bonilla, fundador de El Mole (1837), y otros miembros de la sociedad culta de la Valencia del Ochocientos, como Miguel Vicente Almazán, Joaquín Mira, Fermín Hispano, Francisco Sagristà, Peregrín García Cadena, importante crítico teatral en El Imparcial y en La Ilustración Española y Americana, nobles como Antonio Garcés Marcilla, hermano del barón de Andilla, hijo del mariscal de campo Antonio Garcés de Marcilla y Llorens, barón de Andilla, y Josefa Cerdán, o el conde de Soto-Ameno, junto a miembros de la burguesía comercial, como Rufo Gordó, José Llano White, emparentado con los Trenor,61. o Rafael Marqués. En esta sección destacaron además, como artistas aficionadas, Gertrudis Battifora, Luisa Dupuy, Concepción Ruiz, Enriqueta Benavides, Adelina Verjes y Catalina Clavel.

En su primera andadura, el Liceo, en su sección de bellas artes dedicada a fomentar actividades artísticas en su seno, tenía como presidente a Bernardo López y como presidente a Luis Téllez, siendo vocales Vicente Castelló y Amat, Teodoro Blasco, Mariano Antonio Manglano, María Roca de Togores, José María Bonilla, Enrique Jiménez, José González, Juan Espinosa, Lorenzo Isern, Antonio Sancho, Joaquín Mira, José Gómez, Joaquín Cabrera y Joaquín Catalá, y como socias honorarias a Dolores Caruana e Inés González, una primera tímida representación femenina que se iría ampliando con el tiempo, si bien resulta significativa su presencia temprana como miembros del núcleo fundacional que destacó por su juventud.62.

Las relaciones familiares y de parentesco estuvieron muy presentes en la configuración del Liceo desde sus inicios. Miguel Parra, cuñado de Vicente López Portaña, era además tío de Bernardo López, quien impulsó artísticamente en las exposiciones a su hijo, el joven Vicente López, así como Miguel Parra y Vicente Castelló lo harían con sus hijos José Felipe Parra Piquer y Antonio Castelló. Aunque no figuran entre el elenco de socios, Inés Garcés de Marcilla, discípula de Miguel Pou, y su hermana Teresa fueron asiduas artistas en las exposiciones que organizó la sociedad liceísta.

La inauguración del Liceo valenciano se realiza coincidiendo con la celebración del IV centenario de la conquista de Valencia y la institución del Liceo supuso la aparición en la escena artística de un núcleo cultural alternativo a la Academia de San Carlos. Una de las mejores descripciones es la que Vicente Boix nos ofrece en su Manual del viajero.63. La metrópoli valenciana descrita por Boix es una urbe cerrada por los límites de las murallas, una ciudad de papel que cobra realidad a través de las descripciones del observador, que adereza con sus ideas y pensamientos, elucidando bajo su mirada aquellos aspectos que considera significativos.64. En este mundo jerarquizado que nos ofrece Boix, las instituciones que tienen asiento físico en la ciudad cobran un lugar preponderante, junto a establecimientos y mercados. El mundo se representa a través del mundo de la autoridad y el mundo del comercio. La esfera del arte y de la cultura se clasifica en el apartado dedicado a las instituciones de enseñanza, junto a colegios y a la Universidad literaria. Bajo esta ordenación se reúnen la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, la Sociedad Económica de Amigos del País, el Museo de Pinturas y el Liceo valenciano. Así, Boix nos describe el nuevo establecimiento liceísta como un lugar para el fomento de las ciencias, las letras y las artes, constituido gracias a las inquietudes de los jóvenes intelectuales valencianos:

Establecido el de Madrid bajo la protección inmediata de Doña María Cristina de Borbón, regenta de España, no tardaron en formar otro en Valencia algunos jóvenes estudiosos, consiguiendo poco después un espacioso local en el suntuoso edificio del Temple, donde se inauguró por octubre de 1838. Su objeto es cultivar las artes, las ciencias y la literatura, sin hacer distinción entre sus individuos que se dividen en secciones bajo la denominación de ciencias, de literatura, de bellas artes, de música y de declamación. Cada sección elige un nombre, un presidente y vice-presidente, un secretario y vice-secretario. Tiene un pequeño pero hermoso y bien provisto teatro, y sus reuniones son concurridas, brillantes y finas; dánse en él bailes de máscara, y á él concurre todo lo más escogido de nuestra culta sociedad. Sostiene, en fin, una escuela de pintura, cuyos alumnos rivalizan con los de la academia por sus adelantos y buena dirección.

El nuevo centro cultural es descrito bajo la mirada del erudito como un verdadero receptáculo del saber alternativo a la academia y a las instituciones tradicionales del saber. Un lugar de reunión, de ocio social y cultural en el que la nueva clase burguesa encontraba un espacio para reunirse, debatir, reflexionar y fomentar nuevas formas de pensamiento cercanas a sus anhelos y perspectivas de futuro y desarrollo. Es el ámbito del burgués, y también de la nobleza local, con inquietudes culturales; el lugar del intelectual, del aficionado y del amateur, del hombre y de la mujer con inquietudes culturales y artísticas, en el que poder dialogar, expresarse y verse representados socialmente. En aquel local, cobijado entre las paredes monumentales del convento-palacio del Temple, tanto hombres como mujeres encontraban acomodo a sus intereses literarios, artísticos y teatrales. Un lugar en el que reconocerse y ser reconocido pero constituido como un ius comune artístico.

A través de su órgano de prensa, el Liceo de Valencia (1838-1839), primero, y el Liceo valenciano (1841-1842), más tarde, la sociedad liceísta valenciana mantuvo por casi una década el ambiente artístico de la ciudad de Valencia, no solo a través de sus sesiones y exposiciones, sino a través de las publicaciones especializadas que sus socios emitían dentro del ideario de servir al propósito del progreso y el fomento de las artes. El ejercicio artístico era frecuente en las distintas sesiones del Liceo que en sus salones promocionaba la actividad conjunta de los y las artistas. Así, en el Salón del Liceo de 16 de enero de 1841 se alababa la propuesta de que el Liceo permitiese la asistencia de todas sus socias a las sesiones ordinarias:

mucho pudiéramos hablar sobre los beneficios que esta ampliación del reglamento ha producido al instituto, sobre el impulso fomentador que de ella ha recibido, pero los límites de nuestro periódico no lo permiten, y nos habremos de contentar con decir que las señoras han embellecido el Liceo, y al mismo tiempo han facilitado el desarrollo de su obgeto.65.

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