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30. He tratado más detenidamente el primero de los temas en L. García-Guijarro Ramos: «Los orígenes de la Orden de Montesa» (vid. supra, n. 1) y el segundo en «The Development of a System of Comanderies in the Early Years of the Order of Montesa, 1319-1330», en A. Luttrell y L. Pressouyre (eds.): La Commanderie, institution des ordres militaires dans l’Occident medieval, París, Ministère de l’Éducation Nationale, Ministère de la Recherche, Comité des travaux historiques et scientifiques, 2002, pp. 57-73.

31. AHN, SOM, Perg., Montesa, R 198, R 199 Y R 200; también ACA, CR, Reg. 217, f. 169.

32. Era todavía comendador hospitalario de Aliaga el 19 de enero de 1320: ANH, SOM, Perg., Montesa R 216 y R 217. Cartas reales del 1 de marzo se refieren ya a él como maestre; en el caso de la dirigida a Vidal Vilanova, principal negociador real en Aviñón en años anteriores, se indicaba su cercana elección, «magistro milicie monasterii supradicti noviter ordinato», AHN, SOM, Perg., Montesa, inserto en P 756, en P 760 y en P 759.

33. Archivo del Reino de Valencia (ARV), Clero, legajo (leg.) 895, caja 2357, Prot. Pere Llobet de Balanyà (Prot. PLB), f. 2, doc. 3.

34. AHN, SOM, Perg., Montesa, inserto en P 707, en P 709, referencia en P 703; ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, inserto en doc. 10, ff. 5r-9v.

35. AHN, SOM, Perg., Montesa, P 703; ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, referencia en doc. 10, ff. 5r-9v.

36. «... Vitalis de Vilanova... accepit ipsum [Erimannum de Erolis] per manus et immisit eum intus portas Çude dicte ville eique tradidit quasdam claves ipsius Çude et postea exivit inde et dictus frater Erimannus remansit intus et clausit ianuas ipsius Çude et fecit ascendi et poni cum tubis et anafil pendonem ad signum Calatrave quod est proprium signum ordinis supradicti in quadam turri ipsius Çude vociferando et clamando alta voce pluribus vicibus Muntesa Munresa in signum vere possessionis sibi tradite de premissis...», AHN, SOM, Perg., Montesa, P 704 y P 706; ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, doc. 11, ff. 9v-10v.

37. ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, doc. 10, ff. 5r-9v; un extracto o minuta de este en doc. 12, ff. 11r-v; también en AHN, SOM, Perg., Montesa, P 707 y P 709.

38. «tactis per eos propriis manibus sacrosanctis evangeliis et cruce domini coram eis positis flexisque genibus fecerunt sacramentum fidelitatis et homagium ore et manibus prout debet et est fieri assuetum», en AHN, SOM, Perg., Montesa, P 711; ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, doc. 18, f. 19r-v.

39. ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, inserto en doc. 10, ff. 5-9v.

40. AHN, SOM, Perg., Montesa, P 705 y P 708; ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, doc. 14, ff. 12v-13v, doc. 15, ff. 13v-14r, doc. 13, ff. 11v-12v.

41. AHN, SOM, Perg., Montesa, inserto en P 756, en P 759 y en P 760, referencia en P 758, en P 761, en P 762 y en P 763; ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, inserto en doc. 89, f. 84r-v, referencia en doc. 77, f. 77r-v.

42. Sobre el segundo maestre montesiano, vid. V. García Edo: «Arnau de Soler, segon Mestre de l’Orde de Montesa (1320-27) (itinerari i altres notícies del seu temps)», en Actes de les Primeres Jornades sobre els Ordes religioso-militars als Països Catalans, Tarragona, Diputació de Tarragona, 1994, pp. 555-565.

43. AHN, SOM, Libros manuscritos (LM), Montesa, 871-C; transcrito por E. Díaz Manteca: «Notas para el estudio de los antecedentes históricos de Montesa», Estudis Castellonencs, 2, 1984-1985, pp. 288-305.

44. El 11 de septiembre de 1319 el clavero frey Erimán de Eroles encargó al oficial real Berenguer de Cardona la percepción de rentas en las villas y lugares ya en poder de la Orden (AHN, SOM, Perg., Montesa, P 738; ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, doc. 41, f. 52r-v); el mismo día Vidal de Vilanova requirió al propio delegado real para que también actuara en aquellas otras sobre las que Montesa todavía no ejercía su dominio y que, por tanto, seguían dependiendo de la monarquía (ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, doc. 42, ff. 52v-53r).

45. ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, referencia en doc. 6, f. 2v.

46. ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, doc. 6, f. 2v.

47. ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, referencia en doc. 74, ff. 74r-75r.

48. AHN, SOM, LM, Montesa, 820C, doc. 5, ff. 3v-4r; transcrito en V. Ferran y Salvador: El castillo de Montesa..., doc. 17, pp. 186-187.

49. El infante Jaime había renunciado a sus derechos sucesorios en favor de su hermano Alfonso el 22 de diciembre de 1319. Entró entonces en la Orden del Hospital de la mano de Arnaldo de Soler, dignatario a la sazón de dicho instituto. Una vez convertido este en maestre de Montesa, admitió al infante en la orden el 20 de mayo de 1320 (J. E. Martínez Ferrando: Jaime II de Aragón. Su vida familiar, Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1948, vol. I, pp. 94 y 96-97); de dicha ceremonia informó al monarca (AHN, SOM, LM, Montesa, 820-C, doc. 7, f. 5r-v). Con independencia de que Jaime II pudiera haber dirigido este movimiento, lo cual parece lo más lógico, este es un signo más de la cercanía del nuevo instituto al monarca.

50. ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, doc. 154, ff. 123v-124v.

51. ARV, Clero, leg. 895, caja 2357, Prot. PLB, doc. 204, f. 168v.

52. H. de Samper: Montesa Ilustrada, vol. II, p. 460; J. de Villarroya: Real Maestrazgo de Montesa, vol. 1, pp. 153-154 y 168. Para las referencias archivísticas al capítulo de 25 de mayo de 1330, vid. supra, n. 1. Un esquema gráfico de la distribución de las rentas acordadas en el capítulo, en L. García-Guijarro Ramos: Datos para el estudio de la renta feudal de Montesa en el siglo XV, Valencia, Institución Alfonso el Magnánimo, 1976, cuadro I, p. 133.

53. Sobre los avatares del infante Juan, vid. J. E. Martínez Ferrando: Jaime II de Aragón. Su vida familiar..., vol. I, pp. 141-151.

54. Un análisis de este diseño, que permitió la existencia de órdenes propiamente dichas, en L. García-Guijarro Ramos: «Commanderies and Military Orders in the medieval Iberian peninsula: A conceptual overview», en M. Rojas Gabriel (ed.): La conducción de la guerra en la Edad Media: historiografía y otros estudios, Cáceres, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, en prensa.

55. Los comendadores eran los encargados de los distritos de Peñíscola, Sueca, Tenencia de las Cuevas, Chivert, Burriana, Tenencia de Culla, Perpuchent, Onda, Villafamés, Ares y Ademuz-Castellfabib.

56. AHN, SOM, Perg., Montesa, P 908. El número total de freires citados es de quince, pero frey Sanz Pérez del Ros no era conventual, sino comendador de Burriana, probablemente en visita al convento central en ese momento.

LA ORDEN DE CALATRAVA EN EL CONTEXTO DEL NACIMIENTO DE MONTESA

Carlos de Ayala Martínez Universidad Autónoma de Madrid

PLANTEAMIENTO

El nacimiento de la Orden de Montesa es obviamente consecuencia directa del proceso de disolución del Temple. Pero esta evidente asociación resulta insuficiente a la hora de explicar aquel nacimiento. Detrás de la disolución del Temple, y por tanto del nacimiento de la Orden de Montesa, hay todo un conjunto de circunstancias, un contexto que nos obliga a ampliar un poco el foco de análisis y que, en definitiva, constituye la trama explicativa para el estudio de todas las órdenes militares en el decisivo primer tercio del siglo XIV.

Esa trama explicativa se articula sobre la base de tres procesos distintos pero que afectan a todas y cada una de las órdenes militares:

1. El cuestionamiento de su papel a raíz del fracaso de las cruzadas tras la caída de Acre en 1291, un cuestionamiento generalizado que se traduce en críticas, advertencias y proyectos de reforma.

2. La voluntad generalizada entre las monarquías de Occidente de acelerar procesos de integración política que apuntaban directamente a las órdenes militares y que aspiraban a su control por parte de las respectivas coronas.

3. La intensificación de la tensión interna en cada una de las órdenes militares, orientada hacia una redefinición de sus estructuras en la que el protagonismo nobiliario adquiere cada vez mayor presencia.

Este cuadro que afecta al conjunto de las órdenes militares puede ejemplarizarse en una de ellas, la de Calatrava, que a lo largo de este primer tercio del siglo XIV vive con intensidad una dinámica conflictiva coincidente con el largo y complejo maestrazgo de García López de Padilla (1297-1336), y en la convendrá contextualizar, y en buena parte explicar, el nacimiento de la Orden de Montesa.

CRÍTICAS Y FÓRMULAS ALTERNATIVAS

Las críticas a las órdenes militares son antiguas, anteriores a la caída de Acre. Ya eran una realidad después de la derrota de Hattin, e incluso con anterioridad,1 pero es cierto que a raíz de aquel acontecimiento, el de la caída de Acre, esas críticas arreciaron y se tradujeron en búsqueda de fórmulas alternativas que devolvieran su eficacia a las milicias.2 La más conocida de todas ellas, y que involucra a la Orden de Calatrava, es el proyecto luliano de la Orden de la Milicia formulado en 1305. Todas las órdenes militares, empezando por templarios y hospitalarios y acabando en todas las peninsulares, se reunirían bajo el liderazgo de un bellator rex, un hijo de rey que debería acabar ciñendo la corona de Jerusalén.3

Estos proyectos nunca se materializaron, desde luego no en lo que se refiere a las órdenes militares peninsulares, y de manera muy imperfecta y lenta por lo que respecta a Temple y Hospital, cuando la disolución de la primera en 1312 comportó el teórico traspaso de sus bienes a la del Hospital. La razón del fracaso es que los reyes occidentales no veían con buenos ojos la concentración de tanto poder en una sola institución, a menos que quedara bien clara su directa dependencia respecto a la Corona.

Los papas, que habían defendido algunos de estos proyectos de unificación, hubieron de plegarse a la negativa de los reyes, pero eso no les impidió que intensificaran sus críticas sobre la ineficacia de las órdenes militares. De hecho, en 1320, ante los rumores que circulaban, Juan XXII ordenaba a su legado en la Península que investigara en qué se gastaban santiaguistas, calatravos y alcantarinos sus rentas y por qué desatendían la defensa de la frontera granadina.4 Más adelante, en 1327, el propio papa denegaba a Alfonso XI la creación de una nueva orden en Castilla al estilo de Montesa o Cristo, porque dudaba mucho de que pudiera tener alguna utilidad.5

El escepticismo del papa acerca del valor de las órdenes militares, en el caso concreto de la de Calatrava, pudo verse reforzado por el proceso al que fue sometido en 1325 ante la corte real su maestre, García López de Padilla, imputándole cargos tan graves como dejación de fortalezas fronterizas y huida del propio escenario del combate. El resultado del proceso fue su deposición.6

PROCESOS DE INTEGRACIÓN POLÍTICA

Este clima de desconfianza y de desapego papal hacia las órdenes militares fue decisivo para que los reyes aceleraran sus procesos de integración política, incluyéndolas en ellos. El razonamiento era evidente: si las órdenes militares no eran eficaces es porque los maestres no eran los hombres idóneos para dirigirlas, y ello se resolvía interfiriendo en los procesos de elección y nombrando a aquellos que, desde la fidelidad a la Corona, pudieran servirla eficazmente con sus recursos.7

Este fenómeno de mediatización, cuyos antecedentes hay que situar ya a mediados del siglo XIII, se vio particularmente intensificado a partir de la disolución del Temple y de las difíciles circunstancias que acompañaron el destino de sus bienes; y desde luego el fenómeno fue, como no podía ser de otro modo, especialmente visible en la Península Ibérica. Se manifiesta en ella básicamente de dos formas no excluyentes. La primera, mediante la creación de órdenes militares fuertemente dependientes de la realeza, siendo paradigmáticos los casos de Montesa en 1317 y de Cristo en 1319. Y la segunda, mediante procesos de reorganización interna promovidos por la Corona y tendentes tanto a racionalizar recursos como a garantizar la movilización de efectivos idóneos. Ejemplifica muy bien esta última iniciativa la monarquía portuguesa, que, entre 1321 y 1327, normativiza la disciplina de las órdenes de Cristo, Santiago y Avis, sobre una plantilla regularizada por la propia Corona en la que se especificaban recursos y hombres necesarios, así como la precisa red comendataria que debía articularlos.8

El caso castellano es algo más complicado. Coincidiendo con la disolución del Temple se iniciaba una larga regencia, la de la minoría de Alfonso XI, un tiempo de debilidad de la Corona que no finalizaría hasta 1325. Este fue el año en que, por vez primera, se puso de manifiesto su voluntad real de sometimiento de los maestrazgos a la Corona, y se hizo de la manera traumática que ya conocemos, mediante el sometimiento del maestre calatravo López de Padilla a un proceso por traición, que inevitablemente acabó en su destitución. Pero no pensemos que la trayectoria anterior del maestre había sido fácil. Su elección en 1297 había provocado un cisma que obligó a intervenir a la casa madre de Morimond,9 y más tarde hubo de afrontar dos intentos de deposición antes del de 1325, en los que incluso algún rival alternativo llegó a proclamarse «maestre por la gracia de Dios», un título a todas luces inusual.10

Varias claves están detrás de tanta turbulencia, pero una de ellas, y no la menos importante, es la de las conexiones del maestre con el rey Jaime II, unas conexiones de cercanía política que datan del comienzo mismo del maestrazgo de López Padilla, en el momento –su acceso se produjo en 1297– en que había guerra declarada entre Aragón y Castilla por la posesión del Reino de Murcia.11

Esta circunstancia contribuyó a debilitar de manera extraordinaria la figura del maestre en el interior de su propia orden, una orden castellana dirigida por el amigo del enemigo.12 No es raro, pues, que a raíz de la resolución del conflicto, y con toda seguridad de común acuerdo con Jaime II, el maestre quisiese blindarse obteniendo en 1306 del capítulo de la Orden la concesión vitalicia del convento aragonés de Alcañiz y de cuantas villas y castillos dependían de él en los reinos de Aragón y Valencia,13 una situación que, por otra parte, quizá venía ya produciéndose desde antes de que López de Padilla accediera al maestrazgo.14

La activa colaboración del maestre y la Orden de Calatrava en el cerco de Algeciras de 130915 no modificó en modo alguno este anómalo cuadro de un maestre castellano protegido por el rey de Aragón frente a la contestación de su propia Orden; y esta circunstancia, en un contexto de extrema debilidad de la monarquía castellana,16 explica que en 1311, la fecha de otra desestabilizadora maniobra interna de los freires calatravos que estuvo a punto de costarle el control de la Orden a su titular,17 se produjera la iniciativa del rey Jaime II de proponer al papa la creación de un maestrazgo calatravo aragonés, autónomo del de Castilla, aplicándole las rentas de la Orden del Temple en proceso de disolución.18 No lo sabemos con certeza pero todo parece indicar que el beneficiario sería el maestre García López de Padilla, que aquel mismo año, el de su crisis interna, se encargaba de notificar al rey aragonés hasta qué punto era comprometida la posición del rey de Castilla.19

La constitución de un nuevo maestrazgo calatravo en Aragón no fraguó por la oposición del papa, sin duda temeroso de crear un cisma tan grave en el seno de la Orden de Calatrava. Pero es un antecedente que es preciso tener en cuenta para explicar el nacimiento, solo seis años después, de la Orden de Montesa. No vamos a analizar esta cuestión, objeto de tratamiento específico de otra intervención del presente congreso, pero, si como todo indica, la nueva orden fue fruto de un segundo intento real por crear una institución religioso-militar propia, habría que preguntarse por qué no fue García López de Padilla propuesto para cubrir su maestrazgo, teniendo en cuenta su escaso enraizamiento en el tejido social de Castilla y de su propia orden.20

La respuesta debe relacionarse con las nuevas circunstancias por las que atravesaba la procelosa trayectoria del maestre castellano. En el momento del nacimiento del proyecto montesiano, López de Padilla había afianzado posiciones en la Corte de la mano del hombre fuerte de la regencia de Alfonso XI, el infante don Pedro, apoyado también por el rey Jaime II, su suegro.21 En estas condiciones, el maestre calatravo podía recuperar el control de su orden, y a su vez el rey aragonés crear la suya propia con la colaboración activa de García de Padilla. Esa colaboración pasaba por una moderada dependencia disciplinaria de la nueva orden respecto a Calatrava y por ignorar la sugerencia papal de suprimir la encomienda mayor de Alcañiz y aplicar sus territorios y rentas dependientes a la Orden de Montesa. Las aparentes dificultades del proceso de constitución de la nueva milicia y las trabas que el maestre calatravo pudo poner en práctica a lo largo de este no deben confundirnos.22

Pero la buena estrella del maestre calatravo en Castilla acabó cuando murió su protector, el infante don Pedro, en la vega de Granada en 1319. A partir de ese momento el maestre hubo de luchar en dos frentes, el que provenía de la propia Corte –para ello suscribió sucesivos pactos de hermandad con otras órdenes militares,23 con ciudades y villas del reino24 y con el arzobispo de Toledo–25 y el de los propios enemigos internos instrumentalizados, a su vez, por esta.26 Ante ello López de Padilla sí sucumbió, como hemos visto, en 1325, coincidiendo con la mayoría de edad del rey Alfonso XI.

Obviamente, el filoaragonesismo del maestre no era buena carta de presentación para un rey que aspiraba a crear un Estado soberano para Castilla,27 y el maestre se vio obligado a refugiarse en su encomienda de Alcañiz en los dominios del rey de Aragón. Desde allí, y pasando por distintas fases, no dejó de reclamar la dignidad de su maestrazgo hasta su fallecimiento en 1336.28 El cisma no finalizaría hasta 1348.29

TENSIONES INTERNAS

Ahora bien, como hemos visto, el complejo maestrazgo de García López de Padilla no solo fue el fruto de su declarado filoaragonesismo. De hecho, en ocasiones, ese filoaragonesismo le sirvió de apoyo frente a procesos desestabilizadores generados en la propia Orden, unos procesos en los que los intereses cortesanos se mezclaban con ansias de renovación interna.

Hablábamos al principio de tendencias de redefinición de estructuras que en las primeras décadas del siglo XIV son comunes a todas las órdenes militares. Esas tendencias son deudoras de un incremento de la presencia nobiliaria en ellas que, poco a poco, demandaba cuotas de participación activa en el poder hasta consolidar estructuras de gobierno oligárquico, y aunque ciertamente sea esta una afirmación que requiera una atención matizada, parece que la tendencia resulta bastante evidente.30

Pues bien, esas estructuras acaban cristalizando en un sistema de distribución dual de competencias que es lo que conocemos como mesa maestral, por un lado, y red comendataria, por otro. El momento de constitución de la primera31 puede situarse en los años inmediatamente anteriores a 1300,32 aunque concretamente para la Orden de Calatrava es 1322 la primera mención explícita que disponemos de la «mesa maestral».33

Este proceso de oligarquización de las órdenes militares, y concretamente de la de Calatrava, no se vivió pacíficamente. La dialéctica entre un autoritarismo maestral, de que es acusado López de Padilla en más de una ocasión, incluida la decisiva de 1325, y el reiterado asalto de altos dignatarios de la Orden a la más alta responsabilidad –en esta circunstancia fue el clavero Juan Núñez de Prado– son otra clave con la que entender la difícil coyuntura de la que estamos hablando.

* * *

De este modo, y en conclusión, puede decirse que una identidad cuestionada –la de unas órdenes militares sospechosas de ineficacia–, el ansia de las monarquías por hacerse con el control de sus recursos y una insatisfacción creciente de las oligarquías comendatarias frente a políticas maestrales que se consideraban abusivas, son los tres argumentos que recorren la vida de la Orden de Calatrava en el primer tercio del siglo XIV y que, siendo también telón de fondo para el análisis de las demás órdenes, nos ayudan, de un modo u otro, a entender el contexto en que nace la Orden de Montesa.

* El presente estudio forma parte del proyecto de investigación I+D Violencia religiosa en la Edad Media peninsular: guerra, discurso apologético y relato historiográfico (ss. X-XV), financiado por la Agencia Estatal de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (referencia: HAR2016-74968-P).

1. Concretamente las críticas contra el Temple, la única orden militar realmente existente entonces, comenzaron a raíz del mismo fracaso de la «segunda cruzada». Véase M. L. Bulst-Thiele: «The Influence of St. Bernard of Clairvaux on the Formation of the Order of the Kingths Templar», en M. Gervers (ed.): The Second Crusade and the Cistercians, Nueva York, 1992, p. 63. Por otra parte, es bien conocido el carácter marcadamente crítico con la cruzada del anónimo analista de Würzburg, responsable de los Annales Herbipolenses; pues bien, en la narración correspondiente al año 1148, el del desastre de la ofensiva, aparece una clara acusación contra los templarios: su avaricia, perfidia, envidia y actitud fraudulenta explicarían sin dificultad ese fracaso. Cit. H. Nicholson: Templars, Hospitallers and Teutonic Knights. Images of the Military Orders, 1128-1291, Leicester University Press, 1993, p. 38. No debemos olvidar, por otra parte, las conocidas críticas del abad Isaac de L’Étoile –fallecido en torno a 1159–, en su famoso sermón 48 acerca de un «monstruo nuevo» refiriéndose al Temple. G. Raciti: «Isaac de l’Etoile et son siècle. Texte et Commentaire historique du sermon XLVIII», Cîteaux: Commentarii Cistercienses, 12, 1961, pp. 281-306, y 13, 1962, pp. 18-34. El texto ha vuelto a ser editado en A. Hoste y G. Raciti (eds.): Isaac d l’Étoile, Sermons, III, París, 1987, pp. 150-167. La opinión mayoritaria se decanta por considerar el Temple como el objeto de los comentarios del abad Isaac, pero existen visiones distintas. Estas han sido bien recogidas por Ph. Josserand: L’Église et pouvoir dans la Péninsule Ibérique. Les ordres militaires dans le royaume de Castille (1252-1369), Madrid, 2004, p. 1, n. 2. Con todo, es evidente que esas críticas se hicieron más intensas después de la frustrante caída de Jerusalén en 1187. A. Demurger: Auge y caída de los templarios, 1118-1314, Barcelona, 1986, pp. 227 y ss.

2. A. Demurger: Los templarios deben morir, Barcelona, Ediciones Robinbook, 2009, pp. 175-183.

3. Todo lo relativo a este tema no resulta nada claro, porque las ideas de Ramón Llull sobre su proyecto de unificación fueron variando con los años. En una obra inicial, Liber de passagio, de 1292, Llull, con el fin de hacer efectiva la recuperación de Tierra Santa, solicitaba del papa la creación de una orden militar que, bajo el nombre de «Orden del Espíritu Santo», sería el resultado de la fusión de las del Hospital, Temple, Teutónica y las hispanas de Santiago y Calatrava, y su maestre habría de ser «un rey devoto y valeroso que no tuviera esposa o estuviera en disposición de abandonarla». Más adelante, en 1305, en su Liber de fine, la orden fusionada pasa a denominarse «Orden de la Milicia», y su caudillo sería un bellator rex, el noble hijo de algún monarca, que, después de reconquistar Jerusalén, se proclamaría rey en la Ciudad Santa. Pero es que más adelante, en 1309, en otra obra que lleva por título Liber de adquisitione Terrae Sanctae, Llull dice que el maestre de la orden unificada sería un caballero y religioso, feudatario y servidor del papa (véase R. da Costa: «Ramón Llull, la cruzada y las órdenes militares de caballería», conferencia pronunciada en el seminario «Cristianisme i l’Islam –el cas de Tortosa i Tartous a la Mediterrània» [en línea]). En estas condiciones, no es fácil identificar al máximo responsable de la orden proyectada y que Ramón LLull, al menos en un principio, tenía en mente. Demurger sugiere a Felipe IV o a alguno de sus hijos (A. Demurger: Caballeros de Cristo. Templarios, hospitalarios, teutónicos y demás órdenes militares en la Edad Media (siglos XI a XVI), Granada, Universidad de Granada-Universitat de València, 2005, p. 254), pero quizá sea más razonable pensar que el franciscano mallorquín en realidad apuntaba hacia el rey Jaime II de Aragón o, mejor aún, a su hermano Fadrique, rey de Sicilia desde 1296, y al que tenía en particular estima. S. García Palou: «El candidato de Ramón Llull para el cargo de Maestre General de la Orden del Espíritu Santo», Estudios Lulianos, 11, 1967, pp. 1-15.

4. B. Palacios Martín (ed.): Colección diplomática medieval de la orden de Alcántara (1157?-1494), I, De los orígenes a 1454, Madrid, Fundación San Benito de Alcántara-Editorial Complutense, 2000, I, docs. 504-505, pp. 361-363.

5. En efecto, a la solicitud real el papa respondía mediante la bula Inter cetera de 28 de abril de 1327 con una contundente negativa que reiteró más tarde en la Litteras regias de 1331, justo cuatro años después. Los argumentos eran demoledores: una nueva orden, para cuya constitución los plazos concedidos por Clemente V habían sido superados, tenía una más que discutible utilidad, probablemente no mayor que la que pudiera ofrecer la Orden del Hospital, a la que teóricamente ya se habían transferido los bienes del Temple. Philippe Josserand resume bien toda la problemática en torno a este frustrado intento y contribuye a aclarar la cronología de la cuestión; en Ph. Josserand: Église et pouvoir..., pp. 81 y 625-626.

6. S. de Moxó: «Relaciones entre la Corona y las Órdenes Militares en el reinado de Alfonso XI», en VII Centenario del Infante Don Fernando de la Cerda, Instituto de Estudios Manchegos, 1976, p. 129; véase asimismo Carlos de Ayala Martínez: «Un cuestionario sobre una conspiración. La crisis del maestrazgo de Calatrava en 1311-1313», Aragón en la Edad Media, XIV-XV, 1999, pp. 73-89. El tema de las fortalezas fronterizas había sido ya objeto de queja por parte del propio maestre ante la corte real desde el comienzo de su gobierno: a finales de 1298 Fernando IV se había visto obligado, a instancias de García López de Padilla, a ordenar a las autoridades locales que impidieran a mercaderes no autorizados por el maestre negociar con el azogue de los pozos de Almadén, porque eran precisamente sus rentas las que la Orden destinaba a la retenencia de sus castillos fronterizos (A. Benavides: Memorias de don Fernando IV de Castilla, Madrid, 1860, II, doc. cxxviii, pp. 178-179). Por otro lado, había ya antecedentes de relajación de la Orden en este punto. En diciembre de 1303, y en nombre del papa, un cardenal de la curia solicitaba del maestre que acogiese nuevamente en la milicia, tras la correspondiente penitencia, a un freire acusado de haber dejado perder un castillo a manos de los musulmanes; el freire, ausente, había dejado la fortaleza a un pariente suyo, y este la había entregado a los musulmanes huyendo después a su tierra (AHN, OOMM, Calatrava, carp. 445, doc. 68).

7. C. de Ayala Martínez: «La Corona de Castilla y la incorporación de los maestrazgos», Militarium Ordinum Analecta, 1, 1997, pp. 257-290; C. de Ayala Martínez: «Las órdenes militares y los procesos de afirmación monárquica en Castilla y Portugal (1250-1350)», en As relações de fronteira no século de Alcanices. IV Jornadas Luso-Espanholas de História Medieval. Actas, Oporto, 1998, vol. II, pp. 1279-1312; C. de Ayala Martínez: Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos XII-XV), Madrid, Marcial Pons, 2003, pp. 714-716.

8. Monumenta Henriciana, I (73 y 74), Coimbra, 1960, pp. 150-160; C. de Ayala Martínez: «La escisión de los santiaguistas portugueses. Algunas notas sobre los establecimientos de 1327», Historia. Instituciones. Documentos, 24, 1997, pp. 53-69; L. Filipe Oliveira: «As definições da Ordem de Avis de 1327», en I. C. Ferreira Fernandes (coord.): As Ordens Militares. Freires, Guerreiros, Cavaleiros. Actas do VI Encontro sobre Ordens Militares, GESOS, Municipío de Palmela, Palmela, 2012, I, pp. 371-388.

9. Lo hizo en concreto el abad de San Pedro de Gumiel por delegación del de Morimond. También hubo mediación por parte de la Orden de Santiago: AHN, OOMM, Registro de Escrituras de la Orden de Calatrava (REOC), IV, 1344 C, ff. 219-222r. Más tarde intervendría también el maestre de Alcántara. A. Benavides: Memorias de don Fernando IV..., II, doc. clxxvi, pp. 241-242.

10. J. F. O’Callaghan: «The Affiliation of the Order of Calatrava with the Order of Cîteaux», Analecta Sacri Ordinis Cisterciensis, XVI (1960), en especial pp. 256-261 (reed. íd., The Spanish Military Order of Calatrava and its Affiliates, Londres, 1975, I); C. de Ayala: «Un cuestionario sobre una conspiración...», pp. 73-82. Sobre el inusual título de «maestre por la gracia de Dios», véase B. Casado Quintanilla: «Intitulatio y directio en la documentación de Calatrava», Cuadernos de Estudios Manchegos, 19, 1990, p. 42. Cit. Ph. Josserand: Église et pouvoir..., p. 533.

11. M. T. Ferrer Mallol: Entre la paz y la guerra. La corona catalano-aragonesa y Castilla en la baja Edad Media, Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2005, pp. 27 y ss.

12. El hecho de que en plena ocupación de Murcia por las tropas de Jaime II, este, en 1298, concediera a García López de Padilla seguridades para los miembros y propiedades de la Orden en tierras aragonesas pudo no ser bien comprendido en la corte castellana (I. J. de Ortega y Cotes, J. F. Álvarez de Baquedano y P. de Ortega Zúñiga y Aranda: Bullarium Ordinis Militiae de Calatrava, Madrid, 1761 [ed. facs., Barcelona, 1981], p. 738, en adelante BC), y menos aún que Jaime II reconociera la lealtad del maestre castellano que actuaba en febrero de 1300 de auténtico «confidente» político del monarca aragonés; en aquella ocasión Jaime II se dirigía al maestre en contestación a la carta que este previamente le había mandado, reconociendo su lealtad. A. Giménez Soler: Don Juan Manuel. Biografía y estudio crítico, Zaragoza, 1932, doc. xxiii, p. 243. Poco después, en febrero de 1304, era el propio maestre quien, en consideración del afecto que Jaime II y sus antecesores habían mostrado hacia la Orden, confería vitaliciamente al infante don Juan, hijo del monarca aragonés, cuantos lugares, rentas y posesiones tenía la milicia calatrava en tierras italianas de Apulia, Principado y Romaña (Pedro Carlos Picatoste Navarro: «Intereses transalpinos de Jaime II en la época de conquista del reino de Murcia. La donación de los calatravos al infante Juan en 1304», en Jaime II, 700 años después, Alicante, 1997, pp. 463-464). Frente a estos datos, apenas resultan significativos indicios aislados que denotan algún tipo de fricción entre el maestre y el rey Jaime. Sirva de ejemplo la protesta que en junio de 1300 cursa ante la corte el subcomendador de Alcañiz y un procurador del maestre calatravo por la participación de los vecinos de Alcañiz y sus aldeas en la hueste del rey junto con los de Teruel, sin contar con el preceptivo permiso del maestre (AHN, OOMM, REOC, IV, 1344 C, f. 244).

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