Kitabı oku: «Género y juventudes», sayfa 5
Introducción
Desde la década de 1940 del siglo XX, la población indígena se ha desplazado constantemente de las zonas rurales indígenas hacia centros urbanos, motivada principalmente por la búsqueda de mejores condiciones de vida. Desde entonces a la fecha, se ha observado que la población indígena ha diversificado los motivos de salida y los lugares de llegada en los flujos migratorios, que éstos han abarcado a todos los grupos étnicos y que han influido sobre prácticamente todos sus integrantes. De acuerdo con algunos especialistas en el tema, esto ha conformado “un nuevo mapa de la etnicidad nacional” y una “recomposición geográfica de la diversidad cultural del país” (Nolasco y Rubio, 2011: 9).
La incursión de los jóvenes indígenas en los procesos migratorios se ha concentrado en las últimas tres décadas en la movilidad desde sus comunidades de origen hacia los centros urbanos inmediatos, las ciudades y zonas metropolitanas con mayor demanda de mano de obra, los centros turísticos, los estados agroindustriales del noroeste, la frontera norte del país y distintos enclaves de Estados Unidos (Sánchez, 2002).
El objetivo del presente capítulo es mostrar algunas de las estrategias metodológicas que nos permitieron analizar la construcción de lo juvenil en las experiencias migratorias de mujeres y hombres indígenas en dos contextos metropolitanos de México: la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) (López, 2012) y el Área Metropolitana de Monterrey (AMM) (García, 2012). En ambas metrópolis se contactó y realizó un extenso trabajo de campo con mujeres y hombres jóvenes indígenas sobre su experiencia migratoria, ya sea propiamente como migrantes en el caso de la ZMVM, o como descendientes de migrantes de una comunidad mixteca de Oaxaca en el AMM. En las dos investigaciones se efectuó una reconstrucción histórica de la migración indígena, partiendo de la delimitación y caracterización de los flujos en los que actualmente se insertan los hombres y mujeres jóvenes indígenas migrantes. Asimismo, indagamos sobre cómo se adaptaron a la vida urbana, sus formas y espacios de residencia, sus posibilidades de trabajo en la ciudad, sus formas de agrupamiento y vida social, las expectativas de futuro y las posibilidades de reproducción de sus grupos culturales. A partir del análisis de estos y otros temas, fuimos articulando las categorías de juventud, género, etnia y clase.
Esta articulación, que se puso a prueba en las dos investigaciones aquí reportadas, nos permitió caracterizar una construcción juvenil, desde una perspectiva antropológica, para mostrar tanto la especificidad del fenómeno, como las similitudes que encontramos en los dos contextos metropolitanos abordados.
El capítulo se organiza en cuatro apartados. En el primero se define sucintamente el concepto de juventud, la categoría de jóvenes, la condición juvenil y, finalmente, lo que entendemos por construcción de lo juvenil. En el segundo apartado se describe brevemente el contexto en el que las juventudes, los jóvenes y la condición juvenil indígena se han construido, contrastándolo con lo que encontramos en la literatura especializada sobre el tema, para analizar su inserción en una estructura social caracterizada por la desigualdad y la asimetría en las condiciones sociales. Exponemos en el apartado algunas reflexiones sobre por qué los procesos migratorios se han convertido en espacios para la construcción de lo juvenil indígena. Por último, a partir de algunos datos etnográficos elaborados en las dos investigaciones referidas, reflexionamos sobre cómo se sintetizan las condiciones de género, edad, etnia y clase en la construcción de lo juvenil en las experiencias migratorias de mujeres y hombres indígenas.
Juventudes, jóvenes y condición juvenil: una definición operativa
Adscritos a una perspectiva antropológica, definimos el concepto de juventud como una construcción histórico-cultural cuyos límites, contenidos y valores difieren en el tiempo y el espacio. Por ello, es relevante asumir la enorme diversidad que cabe en el concepto de juventud y coincidir en que desde el campo cultural se caracteriza por sus sentidos múltiples, dado que se incorporan, desechan, mezclan e inventan símbolos y emblemas en continuo movimiento, lo que hace al concepto difícilmente representable por su ambigüedad. Es decir, como afirma Carles Feixa: “la juventud no es homogénea ni estática: sus fronteras son laxas y los intercambios entre los diversos estilos, numerosos” (Feixa, 1999: 3). En este sentido, no podemos definir el concepto de juventud como unívoco, lo que ha dado pie a utilizar el término en plural, “juventudes”, para dar cuenta de la multiplicidad y diversidad de experiencias que se intentan aunar en este concepto (Duarte, 2000).
Sin embargo, hablar de juventudes no es lo mismo que hablar de jóvenes.6 Esta última es una categoría social y, por tanto, relacional, lo que implica una delimitación contextual en el tiempo y el espacio, la caracterización de los distintos espacios de interacción y una importante reflexión sobre las relaciones de poder en las que se construyen las juventudes y los jóvenes. Se conforma así una estrategia que nos permite establecer una condición social que podemos definir como condición juvenil, ésta igualmente construida en el tiempo y el espacio. Al respecto, Valenzuela explica que:
La condición juvenil es polisémica y se le define a partir de múltiples criterios que expresan su diversidad histórica o regional, las disímiles condiciones entre las ciudades y los campos o entre hombres y mujeres. […Aunque] la recreación de las relaciones juveniles desde las perspectivas dominantes pondera y minimiza, focaliza o invisibiliza y, por lo general, excluye a las mujeres, a los campesinos y a los indígenas [de tal condición] (Valenzuela, 2009: 59).
En síntesis, nos referimos a la construcción de lo juvenil como un espacio sociocultural en el que se define qué es ser joven, tener una condición juvenil y experimentar la juventud.
La construcción de lo juvenil en los contextos indígenas
Hasta hace tres décadas más o menos, las etnografías sobre pueblos indígenas proponían que estas sociedades no reconocían nítidamente un estadio diferenciado entre la dependencia infantil y la autonomía adulta, afirmando entonces que las personas indígenas no tenían juventud. Si bien se reconocía la presencia de los jóvenes en el entramado social, no tenían un papel central en las investigaciones sobre pueblos indígenas (Feixa, 1998). Hoy podemos considerar que la concepción antropológica de lo juvenil en los pueblos indígenas partía de una visión homogeneizada de la cultura, de lo indígena y de lo juvenil, la cual invisibilizó por largo tiempo a los jóvenes indígenas, así como sus experiencias. En este sentido, se ha producido un cambio en los paradigmas teóricos sobre la cultura, que dejaron de concebir a la juventud como autocontenida y homogénea (Urteaga, 2011), lo que permitió estudiar las culturas y sociedades indígenas como espacios heterogéneos y hasta desiguales en su composición social. Esto hizo necesario matizar la afirmación de la no existencia de lo juvenil en el ciclo de vida7 de las personas consideradas como indígenas, asumiendo que la existencia o no de la juventud indígena depende de:
1 las características culturales, sociales y hasta geográficas de cada pueblo indígena,
1 las transformaciones en el ámbito rural y la relación de las comunidades indígenas con la vida urbana,
1 el tipo y nivel de contacto con otras culturas indígenas y no indígenas,
1 los procesos que desencadenan las migraciones indígenas tanto pasadas como contemporáneas,
1 las formas de poder y dominación que se dan al interior de los grupos familiares y comunitarios,
1 la organización de género y la relación de éste con los procesos de socialización en cada familia y comunidad,
1 las concepciones filosóficas y de las prácticas involucradas en la constitución del ser un infante y una persona adulta plena,8
1 las formas de poder y dominación que se establecen desde el Estado-nación, el mercado laboral y el sistema de mercado nacional e internacional (Pérez, 2008a; López, 2012).
A partir de estas consideraciones, algunos de los estudios sobre los jóvenes, lo juvenil y la juventud indígena han problematizado e identificado cinco grandes condiciones en la emergencia de lo juvenil en los diferentes grupos indígenas contemporáneos de México: a) el peso demográfico actual de los jóvenes en los grupos indígenas; b) su participación en los flujos migratorios y en la denominada cultura migrante; c) la extensión de la obligatoriedad educativa en el nivel secundario y, ahora, en el bachillerato; d) la relación y el impacto de los medios de comunicación y las tecnologías, y e) la percepción sobre los hombres y mujeres jóvenes como sector estratégico dentro de la multidimensionalidad de los procesos sociales, económicos, políticos, culturales, religiosos y tecnológicos en los cuales son actores centrales y protagonistas (Pérez, 2002, 2008a y 2011; Urteaga, 2010 y 2011). En este contexto, las principales preguntas que se plantean en las investigaciones contemporáneas sobre los jóvenes indígenas son:
De qué modo se expresan los procesos de globalización, la desigualdad y la diferenciación económica y cultural en los pueblos indígenas, qué repercusiones está teniendo el acceso de los jóvenes a los medios masivos de comunicación y las redes sociales, cuál es el impacto de la educación y la migración en sus vidas cotidianas y las de sus pueblos de origen. Asimismo, se ha explorado cómo se construyen las ciudadanías y las membresías étnicas en contextos de profundo cambio en las comunidades indígenas, o cómo se expresa la participación política, social y cultural de los jóvenes indígenas tanto en sus comunidades de origen como en las de destino migratorio, entre lo más relevante (Valladares y Pérez, 2011: 3).
La construcción de lo juvenil indígena en los procesos migratorios contemporáneos en México
A partir de lo mencionado en la cita anterior, resulta significativa la relación entre los actuales procesos migratorios y la configuración de lo juvenil indígena. Esta relación, articulada con las categorías de género, etnia y clase, nos permite potencializar el análisis para:
Iluminar cómo los actores juveniles están estructurando y reconfigurando, a través de sus prácticas sociales y culturales, y representaciones sobre las mismas, nuevas realidades y significados de clase, de género y de etnia, y cómo éstas, reconfiguradas, estructuran la condición juvenil contemporánea (Urteaga, 2010: 15).
En particular, cuando nos referimos a la presencia de los jóvenes indígenas en contextos urbanos es para señalar un “fenómeno en crecimiento [por la cantidad de jóvenes indígenas que se establecen en ellos] que […] los expone, a ellos y a sus comunidades, a nuevos estilos de vida, prácticas y culturas juveniles” (Saraví, 2010: 7). De ahí:
[…] la importancia de atender las particularidades culturales de los migrantes y de los grupos culturales con los que entran en contacto, sus posiciones sociales, su inserción laboral, su toma de decisiones, así como las subjetividades desde las cuales se enfrentan tales procesos, y que están asociadas, entre otros, con factores de organización social, edad y género (Pérez, 2007: 71).
Los motivos de la migración contienen un sustrato económico, pero no es éste el único factor que propicia la migración indígena y juvenil en los diferentes contextos. Intervienen también otras cuestiones que pueden influir en este fenómeno social, como la especificidad de cada grupo, las motivaciones personales, las condiciones ecológicas y estructurales tanto en el ámbito local como en el regional, o las relaciones globales contemporáneas, que influyen indudablemente en la vida de las comunidades indígenas. Por lo tanto, la migración —además de la escuela, el trabajo asalariado y los procesos organizativos— es un fenómeno de gran trascendencia en el que se constituye la juventud indígena como un fenómeno emergente (Urteaga, 2011; García, 2012; López, 2012) ya que, como señala Álvaro Bello en la siguiente cita:
La experiencia de la migración abre la posibilidad de construir nuevas trayectorias vitales entre distintas generaciones. Paradójicamente la migración, una actividad “adulta” […] es vista por los sujetos [jóvenes] como una posibilidad de construir una trayectoria más cercana a las ideas hegemónicas de juventud. Esto es, el acceso a nuevas posibilidades de construcción identitaria, a nuevos nichos de consumo, a formas de agrupamientos y para vivir en interacción con gente distinta y en espacios distintos al de la comunidad (Bello, 2008: 167).
De esta forma, los jóvenes indígenas que migran de las zonas rurales a las ciudades representan una gran heterogeneidad de actores y de situaciones, pues se trata de mujeres y varones de diferentes edades, estudiantes de distintos niveles, profesionistas egresados de muy diversas carreras, trabajadores que se desempeñan en distintos oficios —como comerciantes ambulantes, artesanos, empleados, trabajadores domésticos (principalmente trabajadoras), albañiles y obreros—, de diferentes etnias y con diferentes motivos para migrar, así como con formas distintas de arribo y asentamiento en la ciudad (López, 2012).
En particular, Pérez (2002) se pregunta sobre la especificidad juvenil indígena migrante en la ciudad, producida ésta en el marco de los nuevos contextos de globalización, migración y relaciones interétnicas, que han originado una resignificación de las identidades y de la diversidad cultural. La autora plantea dos grandes núcleos temáticos en los que ha girado la investigación al respecto.
El primer núcleo temático se centra en la condición y situación de los jóvenes en relación con la desigualdad o la diversidad, y estudia, por ejemplo, “las opciones y limitaciones que en un momento dado existen en sus lugares de origen”, relacionadas con “la existencia de una diferenciación social previa a la salida del lugar de origen” que, por supuesto, “condiciona un cierto rango de posibilidades y expectativas entre los migrantes, así como el marco de opciones entre las que deben escoger y desenvolverse” (Pérez, 2002: 17). De este modo, en su estancia en la ciudad:
[…] la migración [de los jóvenes] y las formas de vivir [en la ciudad] adquieren características muy específicas según se trate de hombres o mujeres, según sea su situación generacional, y según sean las coyunturas personales, familiares o comunales que inciden en las decisiones de quién, cómo, cuándo y hacia dónde se debe emigrar, así como el tipo de apoyos y facilidades con que contarán en el lugar de arribo (Pérez, 2002: 17).
El segundo núcleo temático se concentra en el tema de las identidades y hace referencia a la relación entre ciudad, jóvenes y familia, en la que se explica cómo las mujeres y hombres jóvenes indígenas en las ciudades se enfrentan a la paradoja de seguir reproduciendo sus grupos culturales, o abandonarlos ante la discriminación que enfrentan en la ciudad por su condición étnica, por lo que: “sus procesos de identidad personales forman parte de procesos más amplios en los que están involucrados sus grupos familiares y sus comunidades culturales, y en el seno de ellos y/o en confrontación y negociación con ellos” (Pérez, 2002: 17-18).
Pérez (2002) traza estos dos núcleos temáticos desde una mirada panorámica demográfica y temática que revela la gran variedad de situaciones y problemas que enfrentan los jóvenes cuando llegan a las ciudades y viven en ellas, lo que nos proporciona dos posibilidades analíticas para abordar la condición juvenil indígena urbana. En ambos núcleos se hace necesario caracterizar y posicionar a los sujetos migrantes en las diferentes estructuras de poder donde construyen sus experiencias, identidades y subjetividades. Dichas estructuras de poder podemos materializarlas en la organización de género, las relaciones intergeneracionales, las estructuras interétnicas y las de clase, tal como intentamos mostrar en el siguiente apartado, al exponer algunos de los datos etnográficos que elaboramos tanto en la ZMVM, como en el AMM.
Jóvenes indígenas trabajadoras en la ZMMV y jóvenes mixtecos en el AMM
Los datos etnográficos que exponemos en este apartado corresponden a la investigación de dos experiencias: 1) la de jóvenes que residen de manera dispersa9 y en condiciones de aislamiento10 en una ciudad, como es el caso de las jóvenes migrantes trabajadoras en la ZMVM, y 2) la de jóvenes indígenas en una comunidad transregional,11 como es el caso de los jóvenes mixtecos en el AMM.12
La presencia y visibilidad de los jóvenes indígenas en los espacios públicos de las ciudades ha ocasionado que en los últimos años se hayan constituido en el centro de atención de la opinión pública y la investigación social (López, 2012). Ello tiene que ver con el incremento de la participación juvenil en los flujos migratorios internos como consecuencia de la pobreza, la falta de empleo y de recursos para la producción, la carencia de centros educativos en los ámbitos rurales e indígenas, la violencia, o los conflictos políticos y religiosos en ámbitos rurales indígenas (Pérez, 2004). Tales situaciones se deben en gran parte a que: “en los últimos veinte años ocurrió un debilitamiento en las estructuras económicas y sociales rurales, lo cual propició un nuevo éxodo del campo” (Pacheco, 2009: 53), por lo cual, como señala Patricia Arias: “La migración parece haber sido la principal respuesta a la crisis de las producciones agrícola y forestal tradicionales, a la degradación de los niveles de vida y al deterioro del consumo de la población rural [en México]” (Arias, 2009: 22).
En particular, la migración indígena y juvenil se origina en las regiones y comunidades rurales donde la movilidad territorial —temporal o definitiva— y la venta de fuerza de trabajo constituyen casi las únicas posibilidades para su sobrevivencia.
Si bien la migración indígena rural-urbana interna no es un fenómeno reciente, sí podemos considerar que estamos ante una nueva generación de migrantes indígenas, constituida por familias, mujeres solas y mujeres y varones jóvenes solos, incluso menores de edad, que ha emergido a partir de la crisis económica de la década de 1980, de la consolidación del Estado neoliberal en los medios rurales y urbanos de nuestro país en la década de 1990, y del endurecimiento de la frontera norte durante la primera década del siglo XXI.13
Esta tercera generación de migrantes se caracteriza por la heterogeneidad de actores que la conforman, de origen geográfico y cultural diverso. Esto se debe a que la migración indígena actual se ha generalizado a casi todos los grupos étnicos establecidos en los medios rurales, cuyos integrantes coexisten en la ciudad desplegando diversas estrategias de asentamiento y distintas maneras de insertarse en el tejido económico y social (Arias, 2009). Por lo tanto, la migración contemporánea en las ciudades se caracteriza por ser un “fenómeno a largo plazo, que puede ser definitivo”, pues cada vez más las familias indígenas están “disociadas de las actividades agrícolas y de la tenencia de la tierra” (Arias, 2009: 83). Esto último ha llevado a gran parte de sus integrantes a buscar en las ciudades los medios, recursos o satisfactores sociales para su sobrevivencia, a conformar un asentamiento urbano y a residir permanentemente en él, como es el caso del grupo mixteco en el AMM referido en este capítulo.
La migración de indígenas mixtecos desde San Andrés Montaña, Oaxaca, hacia el AMM ocurrió en la década de 1980. Su proceso de inserción social y urbana hizo posible que los hijos de los primeros migrantes mixtecos, denominados también como segundas y terceras generaciones, desplegaran una experiencia comunitaria en la conformación del asentamiento donde residen al parecer de forma definitiva, pues en ocasiones las narraciones intergeneracionales coinciden en que “es difícil regresar al pueblo y allá no hay trabajo”.
Dicho asentamiento comunitario ahora está conformado por familias extensas compuestas por tres generaciones que ya cuentan con integrantes nacidos en el AMM. Éste es el caso de algunos jóvenes mixtecos, quienes tienen una presencia social relevante y desarrollan su vida cotidiana enfrentando conflictos y tensiones al interior de la familia y la comunidad, principalmente a causa de la emergencia de la juventud, en la cual han influido una serie de procesos socioculturales que configuran un periodo juvenil en permanente construcción dentro de la comunidad mixteca en cuestión, y en el contexto del AMM en general, con características asociadas con las formas de organización comunitaria que existen en la ciudad y con los procesos juveniles urbanos.
Desde la perspectiva de los jóvenes mixtecos que colaboraron en esta investigación,14 el contexto migratorio presenta nuevos atributos que determinan la construcción de una condición juvenil y que contrastan con los elementos de producción de la misma en el lugar de origen. Por ello, existen diferencias en cuanto a las situaciones de vida de los jóvenes mixtecos, que adquieren una multiplicidad de referentes identitarios vinculados con la organización de género y de generación, como el ser estudiante, universitario, artesano, músico, empleado o comerciante ambulante, o por “estar” en un lapso de tiempo considerado como “libre”, es decir, sin estudiar ni trabajar, mientras se busca un empleo o se continúa con los estudios.
Es en las situaciones antes mencionadas en las que los jóvenes entrevistados expresan una configuración juvenil e indígena cuya construcción despliega una serie de prácticas y significaciones en diferentes zonas fronterizas (Urteaga, 2010), como el posicionamiento para formular ciertas demandas, entre ellas el derecho a “ser jóvenes”, tanto al interior de sus familias como en la comunidad mixteca, y sus formas de organización en el AMM. De acuerdo con el trabajo de campo realizado en dicho contexto, puede agregarse que las familias mixtecas “están definidas y organizadas por su inserción en la economía urbana de la ciudad” —en este caso, Monterrey y su área metropolita—, de acuerdo con “divisiones de género que se crean o recrean en el ambiente urbano” (Arias, 2009: 154-155), además de las relaciones intergeneracionales, interétnicas y de clase.
En este marco, podemos enumerar los siguientes hallazgos etnográficos que se derivan del trabajo de campo realizado: a) un corpus de ideas y prácticas sobre el “ser joven” entre los primeros migrantes mixtecos que arribaron en la década de 1980 al AMM; b) las confrontaciones, tensiones y negociaciones entre las generaciones adultas y jóvenes al interior de la familia y la comunidad; c) las posibilidades y acceso a mayores niveles de educación para mujeres y hombres jóvenes, en el nivel medio, técnico y superior, lo que posibilita una condición juvenil asociada con ser estudiante, antes de adquirir otros compromisos y obligaciones comunitarias y familiares, como el matrimonio; d) la adscripción de los jóvenes en asociaciones civiles interétnicas donde confluye el intercambio de diversas experiencias, conocimientos, expectativas y proyectos que inciden en la multidimensionalidad de su vida cotidiana, lo que les permite visualizar nuevas posibilidades, alternativas y visiones a futuro desde una posición crítica y reflexiva; e) los espacios, usos y apropiaciones juveniles que adoptan y resignifican en función de sus intereses, percepciones y expectativas como jóvenes, tanto en el ámbito local como en su relación con el contexto metropolitano; f) la conformación juvenil de las bandas de música de viento al interior de la comunidad mixteca, que se articulan al contexto local y regional en diferentes niveles de interacción y contacto intercultural, lo cual da sentido a un elemento cultural que seleccionan como emblema intergeneracional de la cultura mixteca de San Andrés Montaña, Oaxaca, y g) la relación con el uso y apropiación de medios de comunicación, redes sociales y tecnologías como parte de su condición juvenil, lo que a su vez les permite estar en contacto con otros jóvenes, familiares y amigos en una amplia geografía que incluye los vínculos sociales con su comunidad de origen.
La investigación en la ZMVM corresponde a la tesis doctoral de Jahel López (2012) y se desarrolló entre 2008 y 2012. En ella, la autora analizó la experiencia juvenil de las mujeres indígenas que migran de zonas rurales a la ciudad para trabajar, específicamente para insertarse en el empleo doméstico remunerado y, en menor medida, en otros ramos del sector de servicios, casi siempre de manera informal. Para entrar en contacto con ellas, se realizó observación etnográfica en los lugares donde se reunían los fines de semana, principalmente en dos salones de baile ubicados en el centro de la ciudad. Se hizo también contacto a través de amistades y de una bolsa de trabajo localizada en una iglesia católica. Asimismo, se realizaron diez entrevistas semiestructuradas a mujeres jóvenes migrantes para conocer de su propia voz su historia migratoria, su inserción laboral y habitacional en la ciudad y sus experiencias construidas en la ciudad como mujeres, indígenas, jóvenes y migrantes.
En el caso de la migración indígena estudiada por López en la ZMVM, dos grupos son protagonistas: las mujeres y los jóvenes de ambos sexos que eligieron esta zona metropolitana como lugar de destino, aprovechando los mercados laborales de servicios y la industria de la construcción que sobrevive con relativo éxito en la ciudad. Otros integrantes de sus familias se reparten entre las localidades rurales, las ciudades fronterizas, las zonas agroindustriales del norte y las zonas turísticas, donde se ha desarrollado un mercado para las artesanías y el comercio indígenas, así como en algunos lugares de Estados Unidos (Sánchez, 2002; Arias, 2009; López, 2012).
Estas mujeres inmigrantes de procedencia rural se establecieron en la ciudad principalmente como trabajadoras domésticas remuneradas, aunque algunas desarrollaron actividades laborales en otras ramas del sector servicios como cocineras, meseras, vendedoras y ayudantes en restaurantes y comercios, la mayoría bajo condiciones de informalidad; es decir, se trataba de trabajos eventuales y flexibles, sin contratos ni prestación laboral alguna.
Los lugares de origen de las jóvenes entrevistadas se ubicaban en el Estado de México, Puebla, Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Hidalgo y Michoacán. En el caso de los migrantes indígenas, sobresalen los mazahua, originarios de la región indígena15 Mazahua-Otomí, y nahuas procedentes de las regiones Huasteca y Sierra Norte de Puebla-Totonacapan, por su cercanía relativa a la ZMVM. Con la finalidad de contrastar las experiencias y su especificidad como indígenas, se incluyó a mujeres y varones mestizos provenientes de Puebla y Veracruz.
Una característica muy importante de este grupo de mujeres y varones migrantes, indígenas y mestizos, es que su llegada a la ciudad se debió principalmente a la búsqueda de trabajo, y sucedió en un rango de edad entre los 12 y 19 años de edad —según los datos de la investigación de campo—, la mayoría estando solteros y sin hijos. Estas características, aunadas a los tipos de trabajo que desempeñaban en la ciudad, les permitían llevar cabo una serie de prácticas y vivencias, que en el caso de las mujeres eran más relevantes pues les permitían conformar un tipo de experiencia no asociada con las mujeres indígenas:
1 La experiencia de vivir fuera de la casa de los padres sin que implique el paso a la vida conyugal.
1 La posibilidad de trabajar de forma remunerada y, con ello, percibir y manejar recursos económicos que regularmente compartían con su familia de origen, pero que también utilizaban en beneficio propio para comprar ropa, accesorios y artículos varios, como teléfonos celulares o aparatos para escuchar música, así como para la recreación y diversión.
1 La posibilidad de experimentar el noviazgo como una etapa previa a la vida conyugal. En este mismo tenor, la vivencia de la sexualidad separada de la reproducción también aparece como una posibilidad para las mujeres indígenas jóvenes migrantes, al flexibilizarse, pero no borrarse, las formas de control familiares y comunitarias.
1 La posibilidad de relacionarse con mujeres y hombres no pertenecientes a la comunidad o grupo étnico del que ellas provienen.
1 Por último, la experiencia de compartir y construir espacios con otras personas iguales en condición o situación para hacer uso del tiempo libre y de ocio.
La metodología elaborada para el estudio de las jóvenes indígenas en la ZMVM y de las mujeres y hombres jóvenes mixtecos en el AMM, desde una perspectiva antropológica de la juventud, nos obligó a considerar en el estudio las categorías de género, clase y etnia para complejizar el análisis y dar cuenta de una manera más profunda del fenómeno de interés: la construcción de lo juvenil en contextos indígenas migratorios. En los dos siguientes incisos trataremos de ilustrar etnográficamente el resultado de dicho análisis.
A) Transformaciones en la organización de género y en las relaciones intergeneracionales
Podemos sostener que sin una perspectiva de género16 no es posible apreciar los espacios en los que se desenvuelve la juventud, especialmente en el caso de las mujeres. Para indagar sobre ello deben tomarse en cuenta los contextos históricos y socioeconómicos, tanto los que han frenado como los que han propiciado cambios en la condición, situación y posición de género de las mujeres.