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Algunas distinciones: lengua, discurso y género
Desde la lingüística, se requieren algunas distinciones para participar en este debate. En primer lugar, no es lo mismo lengua que discurso. Como plantean Charaudeau y Maingueneau (2005), la lengua es definida como un sistema histórico y compartido por una comunidad lingüística para representar la realidad social, para establecer relaciones sociales y para construir discursos en distintos contextos. La lengua es utilizada y continuamente (re)creada por sus hablantes a través de los discursos construidos que responden a una variedad de propósitos sociales y comunicativos.
Por su parte, el discurso refiere a los distintos usos de la lengua para la construcción de sentidos en contextos particulares y a través de los cuales se materializan las prácticas sociales y culturales. Por lo tanto, podemos afirmar que en un cierto sentido la lengua —como sistema— no discrimina, sino que somos nosotros, sujetos hablantes, quienes en los discursos que construimos hacemos elecciones lingüísticas discriminadoras. ¿Qué le decimos a una mujer cuando la denominamos “niña”? ¿Qué representación tenemos de las mujeres cuando por años les hemos dicho que deben ser “discretas” y que “calladitas más bonitas”?
En los lienzos y pancartas alzados durante las movilizaciones, las universitarias han cuestionado estas representaciones: “calladita no me veo más bonita”, “las niñas nunca deben tener miedo a ser inteligentes”. A estos ejemplos podemos sumar todos los estereotipos de género, “los hombres no lloran”, “a ese se le quema el arroz”, y así podemos seguir y seguir. En las conversaciones que sostenemos a diario en los espacios públicos y privados, en los contextos de mayor formalidad, así como en las interacciones más cotidianas, vamos —a través del discurso— construyendo imágenes de lo que significa el género. En el caso de la mujer, históricamente se ha ubicado en el espacio del silencio o en el de la copucha, que es otro modo de dejarla sin la posibilidad de tomar la palabra. En estos ejemplos se evidencia la desigualdad en los modos en que nos relacionamos: el género masculino ha ocupado históricamente una posición de poder que se materializa en las prácticas que buscamos desnaturalizar.
Por lo tanto, requerimos cuestionarnos sobre los discursos que construimos y ampliar las posibilidades más allá de las normas para expresar nuestras diferencias problematizando los binomios hombre-mujer, adulto-niño, rico-pobre. ¿Acaso no existen muchas formas de ser mujer o de ser niño? Como nos hace ver Chimamanda Adichie en El peligro de la historia única, necesitamos salir de estas categorías que simplifican nuestra experiencia. “Cuando rechazamos la historia única, cuando nos damos cuenta de que nunca hay una sola historia sobre ningún lugar, recuperamos una suerte de paraíso” (Adichie, 2009).
En segundo lugar, no es lo mismo género social que género gramatical. Estas categorías operan en distintos planos: mientras en un caso corresponde a una construcción social, cultural y política que tensiona las diferencias definidas solo desde las condiciones biológicas, la otra “es una propiedad de los nombres y pronombres que tiene carácter inherente y produce efectos en la concordancia con los determinantes, los cuantificadores, los adjetivos y, a veces, con otras clases de palabras” (NGLE, 2009, ∮2.1a). Como se desprende de esta definición, el género gramatical es una categoría formal de todos los sustantivos y que se proyecta en las palabras que determinan a ese sustantivo, pero no refiere necesariamente a categorías sexuales. Ahora bien, como plantean Stahlberg et al. (2007), todos los seres sexuados se representan de alguna manera en la lengua, pero esto no significa que la presencia de los morfemas “-o” y “-a” necesariamente indiquen la presencia de un ser animado de sexo masculino o femenino. Sin embargo, lo que aún no se ha proyectado en la lengua es cómo referirse a las distintas identidades desde una perspectiva de género.
Si volvemos a enfocarnos en la categoría de género gramatical, podemos afirmar que en español todos los sustantivos poseen un género gramatical, pero no en todos los casos este es usado para diferenciar entre sexos. Pensemos en los siguientes tres sustantivos: ciudadana, mano y varianza. Todos estos sustantivos poseen género gramatical femenino. ¿Cómo podemos comprobarlo? Al agregar un adjetivo calificativo, podemos observar que el género gramatical se proyecta en el adjetivo a través de la forma “-a” para lograr la concordancia.
Ejemplo 1: Sustantivos de género gramatical femenino
La | ciudadana | contenta … |
La | mano | hermosa … |
La | varianza | amplia … |
En el ejemplo 1, entonces, solo en el sustantivo ciudadana se expresa en la forma “a” una oposición entre femenino-masculino vinculada con el sexo. En efecto, al decir “la ciudadana contenta” nos estamos refiriendo a una persona de sexo femenino, mientras que en el sintagma “el ciudadano contento” aludimos a una persona de sexo masculino y estas diferencias se proyectan en la oposición morfológica correspondiente al género gramatical. Sin embargo, en el sintagma “la mano hermosa”, podemos observar que la forma “o” no refiere a un género gramatical, sino que en este caso el género gramatical es inherente al sustantivo y se proyecta a través del morfo “-a” en el adjetivo hermosa.
Por otra parte, necesitamos considerar que la oposición entre sexos en seres animados no se proyecta solo a través de la oposición de las formas “-o”, “-a” (niño-niña), sino que puede darse a través de un sustantivo con morfo ∅ para masculino y la presencia de morfo “-a” para femenino, como en escritor-escritora, presidente-presidenta. Es más, pueden diferenciarse entre sexos a través del uso de palabras con raíces distintas (hombre, mujer), entre otras posibilidades. Por lo tanto, cada lengua posee un conjunto de formas para una determinada función y, asimismo, una forma puede cumplir una variedad de funciones en la lengua.
Estrategias discursivas para la promoción de la equidad de género
Una vez descrito el contexto social, cultural y político actual y hechas las distinciones necesarias, tres consideraciones son aquí desarrolladas para comprender las estrategias discursivas que las distintas comunidades e instituciones están utilizando para una promoción equitativa de los géneros.
(1) El desdoblamiento de la forma masculina no marcada
La disputa por el lenguaje inclusivo se genera, en gran parte, por el uso de la forma “o” para designar no solo a individuos, sino para referirse a una clase o especie. El mecanismo de uso no marcado es frecuente en las lenguas en pos de la economía lingüística y la construcción de efectos de sentido particulares. En español, entonces, en la oración “Los ciudadanos quieren una democracia plena”, la elección del sustantivo ciudadanos como opción no marcada puede referir a personas del sexo masculino y femenino.
Figura 1: Opción no marcada
En cambio, en la oración “Las ciudadanas quieren una democracia plena”, el sustantivo ciudadanas solo refiere a personas del sexo femenino.
Figura 2: Género gramatical femenino
Sin embargo, muchos sectores y colectivos consideran que la opción no marcada del masculino genérico no visibiliza a la mujer y, por lo tanto, no es una estrategia que promueva la equidad de género. De ahí la propuesta del desdoblamiento.
Figura 3: Estrategia de desdoblamiento
En la actualidad, con frecuencia, participamos en la apertura de eventos en que llaman la atención a “señores y señoras”, “académicos y académicas” para visibilizar a las mujeres en esos espacios públicos institucionales.
Si bien la estrategia del desdoblamiento explicita en las oraciones la presencia de las mujeres, no favorece la economía del lenguaje; lleva a que los textos se vuelvan extensos y, en ocasiones, pierdan su efectividad comunicativa.
(2) La elección de léxico genérico
Otra estrategia que los hablantes han comenzado a usar para promover la inclusión es optar por formas léxicas genéricas en las que no se cristalizan las diferencias según sexo.
Figura 4: Estrategia de léxico genérico
Esta ha sido una de las estrategias más extendidas a nivel institucional. En los últimos años, organismos gubernamentales, instituciones educativas y organizaciones culturales han elaborado manuales de orientaciones para el uso de un lenguaje inclusivo, no sexista. Si bien esta estrategia tiene una amplia aceptación en los contextos de comunicación institucional formal, no siempre los sujetos hablantes pueden optar por formas genéricas, ya que algunas de estas poseen un mayor nivel de abstracción. Por ejemplo, si queremos referirnos de manera específica a un docente, resulta enrevesado e intricado la elección de una forma genérica: “La persona que ejerce el rol de docente es …” vs. “El docente es…”.
(3) El uso de la forma “-e”
Sin duda, la forma “e” es el símbolo de las disputas por un lenguaje inclusivo y es usada como acto de resistencia y subversión frente a la normatividad establecida. Para algunos grupos la “-e” representa una forma neutra, usada en la modalidad oral y escrita —“niñes”, “todes”, “compañeres”— y que provee de materialidad para la comunicación oral que los signos gráficos @, x, - no poseen. Para otros, en cambio, la forma “-e” amplía el paradigma del género gramatical y propone una forma que representa a los géneros que no quedan representados en lo masculino y lo femenino. Por lo tanto, estos grupos proponen triplicar la denominación de las personas: “niños”, niñas”, “niñes”.
La presencia de la “-e” en los espacios universitarios y en las redes sociales se ha extendido y tensiona nuestros modos de construir las identidades. Más aún, tensiona la estructura interna de la palabra, puesto que la aparición de esta forma en los sustantivos tiene implicancias en el resto del sintagma: “Les ciudadenes estén actives y comprometides”. Esta forma aún no está incorporada en la lengua como sistema y su elección conlleva desafíos en la comprensión y producción de los discursos, pues hemos aprendido una lengua en la cual ya hemos automatizado la concordancia entre las formas.
Nos podemos, entonces, preguntar si son legítimas estas estrategias discursivas. Desde una mirada funcional, la respuesta es sí, porque son formas de construcción de sentido y de identidad en distintos espacios sociales y culturales. ¿Son efectivas para la comunicación? La respuesta depende de los propósitos comunicativos que persigamos como hablantes. La siguiente pregunta que nos surge es si la lengua española puede cambiar. Sin duda, la lengua ha cambiado y va a seguir cambiando, puesto que estamos en una búsqueda constante de formas que puedan expresar y representar las experiencias que tenemos. Si miramos cómo han cambiado las lenguas a través del tiempo, podemos observar que los cambios léxicos son los más fáciles de incorporar, mientras que los morfológicos son lentos y complejos porque operan al interior de la palabra. Los hablantes de una lengua tienen total derecho de buscar formas que expresen sus experiencias. No olvidemos que la lengua —desde una visión funcionalista— es un repertorio de recursos de los que disponen los hablantes para construir sentidos. Es cierto que la lengua se actualiza en los usos y que estos pueden, entonces, modificar la lengua; por lo tanto, los cambios lingüísticos están motivados por las necesidades comunicativas de los hablantes. Sin embargo, dichos cambios se incorporan en el sistema una vez que los usos son reiterados, empleados en una diversidad de contextos comunicativos de manera extendida.
La voz de los jóvenes sobre lenguaje inclusivo
Una pregunta final que surge es cómo explican las personas, en particular las y los jóvenes —no los lingüistas— las estrategias de lenguaje inclusivo. Dos jóvenes activistas de 16 y 19 años compartieron sus visiones sobre el lenguaje inclusivo. Ayún plantea que el uso de la “e” es “una nueva forma de llevar a la práctica la inclusión desde una mirada de género; así como el nombre lo indica, lo que intenta es incluir a todas las personas con sus diferentes identidades en el habla cotidiana. La forma de la letra ‘e’ como lenguaje inclusivo, no conozco el origen ni el fundamento del porqué esa letra y no la ‘u’ como en el latín, pero estoy de acuerdo en que exista una forma de incluirnos a todos desde la comunicación, el habla, la escritura, el lenguaje”. Por su parte, Agus señala: “Me parece relevante, pues el no usarlo deja a muchos grupos de lado, ya sean disidencias o plenamente mujeres. Al menos yo en mi vida ocupo lenguaje inclusivo, siento que cada uno ocupa el lenguaje inclusivo a su manera, el ‘e’ lo ocupo de vez en cuando, al escribir ‘chiques’, por ejemplo. Pero no soy de poner ‘todes’ y no porque me moleste ni nada, solo que prefiero el ‘todxs’ y así muchas otras personas prefieren ‘tod@s’, ‘todes’ y hasta el ‘todis’. Lo importante es implementar el lenguaje inclusivo en nuestra manera de hablar y escribir”.
Las demandas por un lenguaje no sexista nos llevan a reflexionar sobre la relación entre el lenguaje y la construcción social de la identidad. Hoy los y las jóvenes nos invitan a desnaturalizar las lógicas instaladas y normalizadas sobre el género. Como plantea Ibáñez (2019), “este lenguaje inclusivo, como se le ha denominado, buscaría la posibilidad de recuperación y politización del carácter fluido del lenguaje instalando grietas, quiebres y otras posibilidades de hacerse presente ante una cristalización opresiva de las identidades de género: ausencias (femenino, disidencias, diversidades) y presencias (masculino)”. Por lo tanto, la cuestión del lenguaje inclusivo en el contexto de profunda fractura social en el que nos encontramos pone de relieve la demanda por políticas y prácticas de reconocimiento y participación para todos los cuerpos que forman nuestra sociedad sin exclusión.
Referencias
Álvarez, G. (2006). Un enfoque discursivo textual para la enseñanza de idiomas. Onomázein, 14 (2), pp. 163-169.
Charaudeau, P. y Maingueneau, D. (2005). Diccionario de análisis del discurso. Madrid: Amorrortu editores.
Adichie, Ch. [Ted Global]. (2019). El peligro de la historia única. Recuperado de https://www.ted.com/talks/chimamanda_adichie_the_danger_of_a_single_story?language=es
Ibáñez, M. J. (Comunicación personal, 28 de septiembre de 2019).
Matus, C. (2018). The production of the gender norm: intersectional analysis in contemporary educational institutions in Chile, research proposal presented to the Concurso Nacional de Anillos de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades 2018, CONICYT # 18070300.
Real Academia Española. (2009). Nueva gramática de la lengua española. Morfología y sintaxis I. Madrid: Espasa.
Stahlberg, D., Braun, F., Irmen, L. y Sczesny, S. (2007). Representation of the sexes in language. En K. Fiedler (ed.), Social communication. A volume in the series Frontiers of Social Psychology (pp. 163-187). (Series Editors: A. W. Kruglanski & J. P. Forgas). Nueva York: Psychology Press.
Valdivia, A. (Comunicación personal, 17 de septiembre de 2019).
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La distinción entre la gramática y el discurso me parece fundamental. Nuestra gramática, a pesar de lo “cristalizada”, permite perfectamente un discurso inclusivo y no sexista. De alguna manera los periodistas hemos “pisado un poco el palito” dándole importancia a la e o a la arroba, y hemos dejado un poco de lado el tema del discurso inclusivo, que es lo que verdaderamente importa. Pretendo empezar a practicarlo en la medida de lo posible.
Patricia Politzer 2
GÉNERO GRAMATICAL Y SEXISMO LINGÜÍSTICO Por Carlos González
“¿Es sexista el idioma español?”; “Ellos, ellas y la RAE: el debate del sexismo y el lenguaje”; “Lenguaje inclusivo de género: ¿es o no el castellano una lengua sexista?”. Esta es solo una pequeña selección de titulares de prensa reales3 que son muestra de un interés que desde hace ya más de 10 años viene dándose con fuerza en el debate público y que nos hacen preguntarnos si las lenguas tienen sesgos sexistas y si, en específico, el español es una lengua machista y lo manifiesta en su sistema gramatical, particularmente en el género de sus palabras.
Las lenguas son, entre muchas otras cosas, construcciones de las sociedades que las hablan y, como estas, son también enormemente complejas. Así, el debate entre sexismo y lenguaje tiene muchas dimensiones que sería imposible abordar en un texto breve. Por esto, me limitaré aquí a tratar de responder tres preguntas: ¿qué es el género gramatical?, ¿es sexista el uso del masculino como forma genérica?, y ¿qué puede decirse desde la lingüística frente a iniciativas de uso no sexista como “chilenos y chilenas”, el uso de la arroba o propuestas como “todes”?
¿Qué es el género gramatical?
¿Es lo mismo el género de una palabra que el sexo de la entidad que representa? Álvaro García Meseguer, lingüista español, se plantea si es posible decir una frase como “Todas fueron hombres” y qué significado puede atribuírsele4. En principio, parece tratarse de una expresión incoherente; sin embargo, si la situamos en un contexto como “La noche de Año Nuevo nacieron tres guaguas en el hospital de Rancagua. Todas fueron hombres”, podremos darnos cuenta de que es una oración perfectamente construida. ¿Por qué funciona? La clave está en que guagua es un sustantivo de los llamados epicenos, lo que quiere decir que (al igual que otros como víctima, personaje y muchos nombres de animales, como cebra o paloma) es una palabra que, independientemente del sexo biológico de la entidad a la que se refiera, toma siempre un solo género gramatical, en este caso el femenino. El pronombre todas, por lo tanto, no hace referencia en el ejemplo al sexo de los recién nacidos (que, se nos informa, fueron hombres), sino al género gramatical de la palabra guaguas, que está en su contexto inmediato: femenino. Este sencillo ejemplo sirve para cuestionar la identidad entre género gramatical y sexo biológico, que es frecuente dar por asumida.
La verdad es que el género en las lenguas es otra cosa. Fijémonos en este otro texto: “Llegué con mi bicicleta al parque. Estaba más suci_ que de costumbre”. En él el rasgo de la suciedad al que alude la segunda oración puede referirse a dos cosas: a mi bicicleta o al parque. ¿Cómo soluciono esta ambigüedad? Fácilmente. Si digo sucio me estaré refiriendo al parque, mientras que si digo sucia estaré hablando de mi bicicleta. El juego entre estas tres palabras, sucia/o, parque y bicicleta (ninguna de las cuales se refiere a una entidad sexuada, nótese al pasar), nos muestra que el género gramatical es una marca que comparten ciertas palabras (como sustantivos, adjetivos y pronombres, entre otras), que permite establecer vínculos entre ellas, en una relación conocida como “concordancia”, y que nos posibilita construir textos extensos y complejos, pero que mantengan un alto grado de cohesión interna. El género gramatical tiene muy poca relación con el sexo biológico. De hecho, es una escasa minoría de sustantivos la que en nuestra lengua manifiesta esa relación (hombre, mujer, algunos nombres de parentesco como tío/tía, nombres de profesiones y oficios, una fracción de los nombres de animales). En la mayor parte de los otros, como lo muestra el ejemplo anterior, el género de un sustantivo como parque no tiene relación alguna con el dimorfismo sexual; menos aún en el caso del adjetivo sucio/a, ya que las cualidades son de por sí rasgos abstractos y, por lo tanto, no sexuadas. El género en las lenguas, entonces, tiene poco que ver con el sexo.
Otro hecho que confirma esta afirmación es la observación de que la categoría de género es muy variable en las diferentes lenguas del mundo y o bien no siempre existe o, cuando sí, no siempre se relaciona con el sexo. Así, tenemos lenguas sin género gramatical (como el armenio o el rapanui), otras con dos géneros pero no basadas en el sexo, sino en otros criterios (como la distinción animado/inanimado en el georgiano o el elamita), lenguas con tres géneros (como el latín, el alemán o el tamil), cuatro (como el dyirbal, el checheno o el eslovaco), cinco (como el polaco) o incluso más: en ganda (lengua africana de la familia bantú) se ha descrito la existencia de al menos 10 géneros distintos basados en criterios que nada tienen que ver con el sexo (algunas de sus clases son, por ejemplo: personas, animales, nombres de masa, idiomas, objetos largos y cilíndricos, etc.). En consecuencia, si revisamos el conjunto de lenguas del mundo, veremos que las diferencias sexuales no son necesariamente la motivación para las categorías de género que en ellas se encuentran. Más aún, en lenguas cuyas categorías de género sí se basan (al menos nominalmente) en distinciones sexuales, la identidad entre género y sexo no siempre se cumple. Ya hemos revisado el caso del español. Volvamos la mirada ahora hacia el alemán. En esta lengua existen tres géneros: femenino, masculino y neutro. Se da en ella, entonces, una situación ideal (al menos en principio), en la que lo esperable sería que las palabras femeninas se usaran para hablar de entidades femeninas, las masculinas para denotar entidades masculinas y las neutras, en fin, se refirieran a objetos no sexuados. La realidad, sin embargo, es muy diferente. Solo por citar un par de ejemplos, en alemán la palabra Mädchen (‘muchacha’) tiene género neutro y no femenino, mientras que Tisch (‘mesa’) y Tür (‘puerta’) son masculina y femenina, respectivamente, y no neutras como cabría esperar. Una vez más, la identidad entre género y sexo se muestra, entonces, como inválida.
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