Kitabı oku: «La memoria conmovida», sayfa 6

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Pero otros temas que surgen son la importancia del mito, como lo recrea Derek Walcott en Omeros, visto a través de una reinterpretación o de una versión otra de lo real maravilloso de los años cuarenta o del realismo mágico de los años sesenta, pero en realidad hacia una nueva mitificación, lo que contribuye al proceso de desmitificación que existe en esta época. Sobre ello, indica Anaya Ferreira (2001) que en la tradición anglófona caribeña (pero también en la francófona) ello

determina el carácter múltiple y ambivalente de la exploración misma: el viaje de la imaginación hacia un origen mítico está marcado por el contacto con la misma cultura europea que, en primera instancia (y en la mayoría de los casos), se quiere cuestionar. Es decir, la reconstrucción imaginativa de una identidad original siempre se ve definida en relación con la experiencia colonial (p. 211).

A la pluralidad lingüística o el juego, se agregan ejercicios lúdicos y pluralistas. Para Kamau Brathwaite esta herida colonialista sin cerrar se puede empezar a curar mediante la “lengua nación”, pues, con “el uso de la lengua impuesta pero claramente marcada por los ritmos y la dicción de los pueblos caribeños (en especial los de origen africano) y su doble diáspora (hacia el Caribe mismo y hacia los polos metropolitanos de los países desarrollados)” (Anaya Ferreira, 2001, p. 214). Y en el caso de Omeros, Amílkar Caballero considera que este poema se encuentra escrito en “caribeño”, al superar la tensión entre lo oral y lo escrito: ni lenguaje formal ni marcadamente oral (p. 86). De forma que

las poéticas del Caribe se pueden considerar entonces como las poéticas de la búsqueda de preceptos autónomos para la escenificación de la realidad y, asimismo, como las poéticas de la ‘factualización’ de lo ficcional, pues ellas intentan erigirse como documentos portadores de la verdad (Caballero, 2010, p.16).

La estética adánica, relacionada con mostrar por primera vez el entorno espacial y familiar en virtud de la negación historiográfica colonial, conlleva otra labor a partir de la obra del premio Nobel de Santa Lucía, Walcott, y que, en mucho, puede ser aplicada a Mercado y a muchos poetas del Caribe: “La tarea para el artista antillano híbrido es fusionar los diversos fragmentos, pegar los añicos africanos, asiáticos, europeos y formar un nuevo todo que se goce en el fermento y la babel, glorificando la marquetería de la cultura de las Indias Occidentales“ (Hirsh, 1998, p. 1). Recordemos que el mismo Walcott se consideró un “integrador”, un mulato que fundía lo antiguo con lo nuevo.

La “búsqueda de preceptos autónomos”, “pegar los añicos” y la estética adánica confluyen con lo que denomina Stuart Hall (2010) el “acto de redescubrimiento imaginativo” (p. 350), que converge a su vez con el de los “actos de reunificación imaginaria” (p. 351), así como con el de “identidad imaginaria” que postula Ortega, situaciones a través de las cuales el poeta o el narrador, mediante las palabras, rehacen el mundo crítica, utópica y fragmentariamente desde la cotidianidad Además, revela la búsqueda de rehacer una “identidad abierta”, una “identidad crítica” y “la recuperación de las plenitudes celebrantes y las pulsiones deseantes” posible ello, inicialmente, en la poesía de Javier Sologuren y Jorge Eielson (Ortega, 1995, p. 61), entre otros, pero aplicable a la literatura del Caribe y Latinoamérica. La poesía del Caribe colombiano, desde esta perspectiva, vendría a reconstruir el “cuerpo simbólico de la identidad, esto es, el valor moral del habla dialógica” (p. 61), mediante una trama de la subjetividad del poeta en la que entran percepciones, memorias, saberes y sentimientos que impulsan una orientación para actuar en el mundo. Se trata de un percibirse como un nosotros, con un sentido de pertenencia a un espacio, a una comunidad. Desde este punto de vista, la poesía de García Usta, Ferrer y Mercado devendrían en reinstaurar “una moral de la comunalidad como una política de la identidad actual” (Ortega), mientras que la de Obeso, reivindica “la sustancia del imaginario populoso” (pp. 59-61).

Esta poesía tiene que ver como una muestra de la espacialización del arte, de una literatura perfilada como resistencia ante un mundo globalizado, proponiendo una conciencia poética antinacional, antioccidental o antihegemónica, pero inserta, al mismo tiempo, en una poesía del mundo, de “hacer sentido”. Representa, también, una poesía anticanónica que, como la de Candelario Obeso, cuestiona el canon occidental hispánico, blanqueado. De allí que quepa recordar la propuesta de Caballero (2010) en el sentido de que las literaturas del Caribe se puedan leer como un corpus de poéticas unificadas cuyos objetivos son reconstruir la identidad de sus pueblos y deconstruir el canon estético occidental (p. 30).

Coincide con Christian Campbell (2011), para quien los escritores caribeños negocian el género romance, entendido como “reapropiaciones caribeñas y transformaciones de las estructuras románticas (europeas) de lo popular-romántico-nacional” (p. 318); son intervenciones que cuestionan y re-exponen las estructuras escriturales coloniales, buscando, entre otros, reconstruir un contexto para la unificación local, la resistencia y el autoexamen colectivo. Obeso lo demuestra de gran manera. Estas constituyen, performances, obras que no requieren interpretaciones sino diversas epistemes; representaciones que son performativas, que se hacen, que hacemos convirtiéndose en obras romances. Así, indica, Campbell, los escritores del Caribe negocian el romance “con el cuerpo político haciendo romance como insider/outsider, una suerte de noble salvaje que se articula al cuerpo político”. Desde el plano del Caribe, especialmente en la poética de Derek Walcott, en términos de Campbell, la obra romance adopta y adapta lo neorregional y lo folclórico de manera que su estética de criollización conlleva una ansiedad con lo popular pero lleva a “posturas políticas contradictorias en relación con las ideas de raza (lo negro), nación, género, colonialismo” (p. 318).

Lo anterior, Obeso lo expone claramente. Estas obras demuestran también una aparente y engañosa postura, pues a pesar de que se descartan como sentimentales y esquemáticas, surgen de una “profunda, de una urgencia política y requiere un complejo trabajo de imaginación creativa” (Campbell, 2011, p. 318). Y esa coincidencia de racialización armoniza con lo expresado por Mónica del Valle (2011) referente a ver en las poéticas de Derek Walcott y Lezama Lima “una especie de sujeto sin marcas de raza ni nación, aunque ambos hablen en sus obras de sujetos racializados. Es un sujeto contradictorio en la medida en que no se lo enuncia como marcado por preocupaciones o intereses geopolíticos, sino exclusivamente creativos” (p. 116). Su supuesta idealización contiene una “sofisticada, problemática y problematizada estrategia de representación” que implica la negociación de ciertas “diferencias, complejidades y contradicciones en aras de producir una obra coherente con propósitos claros” (Campbell, 2011, p. 318), aunque este autor no desea ver la hibridez de Walcott.

Por parte de Mercado, se puede optar por una primera parte, relacionada con una poesía de apariencia neorregional en su temática, mientras que en la segunda no se muestra lo contradictorio, de forma que el Caribe se manifiesta como un espacio del performer, del hacer, de lo popular, como se verá más adelante. La elegía a través de la poesía del linaje es la que mostrará en Mercado este enlace con la poesía del Caribe: la elegía y la cultura popular, bajo un tono que recoge, en palabras de Campbell, una “tradición bucólica romántica, poesía pastoral”, donde la exaltación y el júbilo del paisaje natural y rural va acompañada de un gran sentido de melancolía. No solo en la poesía de Walcott se ve esta irrupción elegíaca, sino en la de la poeta Lorna Goodison, para quien, como en el caso de Mercado, “la elegía por un antepasado, una figura de persona mayor, también es a menudo un lamento por una cultura popular que se desvanece” (Campbell, pp. 321-325). La poética de la memoria familiar y la memoria filial, del linaje, hace parte de la poética de Mercado.

Una mirada (muy) general a la poesía del Caribe colombiano
Candelario Obeso, un precursor

Al querer ubicar la escritura de muchos poetas del Caribe colombiano como el resultado de una obra de zona periférica, de una cultura colonizada, con un espíritu contestario y anticanónico a la cultura central y hegemónica, la poesía de Candelario Obeso representa la primera respuesta de un creador que, a finales del siglo XIX, interpela a la cultura blanqueada y eurocentrista de la Atenas suramericana, filológica y resguardada de cualquier influjo no eurocéntrico, de espaldas a la identidad múltiple de la nación. Por tal razón, esta cultura del altiplano no registra ni acepta los bordes ni la periferia, hasta aún muy entrado el siglo XX; tampoco asume, desde el arte, las múltiples temporalidades ni la reinvención de la tradición nacidas de Gabriel García Márquez y Alejandro Obregón, quienes fueron aceptados más tarde, cuando la modernidad artística sopló con más fuerza en los años sesenta del siglo XX y la resistencia era irrecusable ante el influjo del mundo.

Desde la cultura del centro no se aceptaba ni la novedad ni lo que produjera extrañamiento ni la disrupción; tan solo se esgrimía la cultura binaria “de la que dependen gran cantidad de discursos: el nacionalista, el colonialista y el patriarcal” (Guasch, 2005, p. 8, en cita indirecta de Bhabha). Transformados las paradigmas en el siglo XXI, las siguientes preguntas constituyen afirmaciones: ¿Se imponen, entonces, nuevos localismos o miradas desde lo local como conciencia de lo relacional y lo contextual como inclusión, es decir, desde lo nacional?

Hablar del centro significa hablar de fronteras. Desde su territorio, Obeso buscaba un reconocimiento, una identificación desde su poesía, al afirmar de alguna manera que somos voces, somos intérpretes de la nación, pero también de la poesía y de la frontera pues el Caribe colombiano se constituía en “nación”: se trataba de una comunidad blanca imaginada y violenta, truncadora, nacida de la negación de varias etnias, razas y zonas periféricas de la geografía nacional. Desde su espacio perimetral, la poesía espacialista y humanista de Obeso muestra las situaciones de personajes populares con alma, corazón y vida. Su poética presenta una densidad simbólica que constrasta con la poesía del páramo de Diego Fallon, Eusebio Caro y el cartagenero Rafael Núñez, entre otros. Esta se encuentra sujeta a significaciones blanqueadas desde “el corazón y la letra de la patria”, encarnada en una desfasada poesía greco quimbaya y romántica parnasiana. La supuesta poesía de la “frontera” permitía (proponía) un espacio de alteridad y de superación de la homogeneidad seudoeurocéntrica colombo-española. Buscaba que su propuesta poética se constituyera no en el lugar peligroso y de obsesión violenta de los territorios “nacionales” con su cultura guerrerista, sino en el de una poética de la reconciliación fronteriza frente a la admonición civilizatoria del dominio metropolitano neocolonialista. En su poema “Erpropiación re unos corigos”17 lo presenta, desde el comienzo, de manera patente:

Cara sé tiene en er mundo,

Apacte re la cotilla,

Otro sé que poc má fuecte

Ej er puntá re su vira (1988, p. 40).

En el verso noveno, luego de recurrir a refranes que preparan su declaración, indica: “Yo, branco, lo tengo a uté/ Hoccón re mi probe vira” (p. 40). A este hablante no le interesan efectos materiales o el hambre, sino valores o desvalores: “Una inrecencia a dijtiempo, / La ingratitú inmerecía”. Como la amistad, en la que se halla “en er mundo su arrima” (p. 42).

El oyente lírico, un blanco, centro del discurso, parece neutral. El negro parece decir sus palabras al vacío, sin embargo hay aceptación por parte de aquel porque han compartido: “re toro lo suyo/ Que me guta y me ra enviria/ Siempre rijpuse, tar cuar/ Re la s’hoja la jormigas...” (p. 42). Pero la existencia del otro afirma la propia: “Yo seré siempre er que soy/ Poc má chajco que reciba...” (1988, p. 44).

Unos setenta u ochenta años después, parte de la poesía de Derek Walcott se encamina en el mismo sentido. Reygar Bernal (2010) ha indicado que en poemas como “Ruins of a Great House” y “Verandah” Walcott logra proponer “su concepto de identidad del yo caribeño y cómo se ve a sí mismo en relación con los otros, que son distintos”. A través de una “dialéctica de la conciliación” Bernal muestra cómo en el primer poema Walcott “explora el ‘yo’ lleno de ira del sujeto poético, criticando con ira a ῾los otros’: facinerosos como Walter Raleigh, Drake, el mármol griego impuesto en las nuevas tierras mediante la conquista imperial y los sufrimientos inflingidos por Albión; se concluye que eso lo dejaron como una “lepra del imperio”, pero al final “nos presenta un ‘nosotros’ ante los ‘otros’ personajes” (p. 122-123), adoptando un tono conciliador, compasivo ante la cultura conquistadora cuestionada. De igual manera, en “Verandah” el abuelo ficcionalizado de Walcott, quien representa el poder de la plantación y la conquista blanca, se transforma en un nosotros caribeño a través de su nieto poeta. Walcott reconvierte e inserta la cultura “universal”, eurocéntrica, en caribeña. Lo que se postula es la conciencia reivindicatoria de Bajtin:

Solo al revelarme ante el otro, por medio del otro y con la ayuda del otro, tomo conciencia de mí mismo, me convierto en mí mismo. Los actos más importantes que constituyen la autoconciencia se determinan por la relación con la otra conciencia. Los actos más importantes que constituyen la autoconciencia se determinan por la relación con la otra conciencia (con el tú). La ruptura, la desunión, la clausura en sí mismo como la causa principal de la pérdida de sí mismo (2015, p. 140)

En cierta manera, la poesía de Candelario Obeso tiende a presentar una identidad construida, a un canto de búsqueda o propuesta posible de unidad nacional, aunque también a dibujar una congregación étnica, del boga y sus coterráneos, viviendo en un paraíso perdido, del beatus ille, pero para que sea incluida dentro del panorama cultural, en un especie de reconciliación étnica. De hecho, un poema, “Serenata” puede ser esa biografía escondida del enunciador del “Canto rel montará”. En “Serenata” el yo poético no solo se expresa contra la guerra sino contra “los cachacos”, ciudadanos del centro de Colombia. Él, “cuando lo goros” gobernaban, apoyó a los liberales y fue “sordao/ Porque efendía/ Mi humirde rancho”, pero ahora condena cualquier contienda porque “Ya pasó er tiempo/ Re loj eclavos; / Somo tan libre/ Como lo branco” (1988, p. 52).

La poesía para Obeso se constituiría en un espacio ético sin aparentes determinismos geográficos o históricos, pero también pertenecería a la radicalización clasista que yuxtapone lo “crítico” y lo “literario” entrelazado con lo popular y lo oral. El lar quimérico virgiliano de la poesía colombiana de finales del siglo XIX se constituye esta vez en el eje inspirador de la cultura que cuestiona lo “universal” o lo nacional, representándose la poesía como una revelación (reflexión) liberadora. Se consolida, así, una poética geopolítica, mediatizada por una geopoética, pero, al mismo tiempo, desde su entrada al pasado, al hablar de sus raíces, entraría al terreno mitificatorio del otro.

Obeso revela, además, “historias de vida”, relatos que dejan ver una “poética del relato” (en términos de Ricoeur, 1999), relativos a los recursos de creatividad y de narración, conjugados con los juegos del tiempo, como igual se encuentra en las obras de Mercado, Ferrer y García Usta. Poesía de la identidad construida y por construir, de la experiencia, del contar, del ser contradictorio que muestra la identidad de sí mismo y del otro, una identidad en la que el tiempo histórico, de factualización, se conjuga con el de la ficción, buscando interpretarse e interpenetrarse a sí mismo y al espacio en un proceso dialógico. Como en todo acto de naturaleza lingüística, en ella se busca contar, de forma que el autor se comunica, configurando una identidad narrativa que cumple, en el caso de José Ramón Mercado, el papel de una identidad contada, la cual lleva, también, a ubicar su juicio, en palabras de Ricoeur, su “imputación moral” (1999, p. 227), y con ella, su cosmovisión. Esta imputación configurará, además, la naturaleza de algunos de los libros de Mercado.

En Obeso se observa también una visión multiculturalista, porque dentro de la naturaleza plural los poetas hablan desde las diversas etnias e incluyen la oralidad, el conversacionalismo o coloquialismo como mecanismo expresivo, el espacio y el tiempo, resultado a su vez de la “poesía de la experiencia” latinoamericana y española. Busca, entonces, para Ortega, abrir un espacio discursivo alterno, un discurso otro que revela la “discursividad nuestra” y una identidad crítica, de resolución, mas no simplemente de origen, pues significaría representar el esencialismo conservador y el determinismo. Como ha indicado Hall, la identidad, en este caso cultural, se revela “como algo constituido no fuera sino dentro de la representación [...y] que es capaz de constituirnos como nuevas formas de sujeto” (2010, p. 318). Los personajes líricos hablan, con lo cual se quiere restaurar la autorrealización, la renovación de la vida a través de un discurso antitraumático, a través de una “identidad imaginaria” que reconstruya el cuerpo simbólico, recuperándolos a través de la obra de los artistas y escritores, de su otredad y su textualidad cultural imaginada y verbalizada, renombrada, alterna y procesal (Ortega, 1995, pp. 58-62).

Una mirada a la poesía actual

Antes de continuar, unas cuantas explicaciones: la poesía del Caribe colombiano se encuentra en un proceso de reconocimiento no solo a nivel nacional sino internacional. Más allá de los nombres de Candelario Obeso y de Luis Carlos López, poetas como Héctor Rojas Herazo, Giovanni Quessep, Raúl Gómez Jattin, Jaime Manrique Ardila y Rómulo Bustos Aguirre se han destacado en el panorama continental artístico y han logrado ser publicados en otros países.

De esta divulgación y reconocimiento hace parte una serie de poemarios que han aparecido paulatina, y justamente a partir de los años setenta de siglo XX cuando empiezan a formalizarse las publicaciones de los poetas de la región Caribe colombiana. Puesta la mirada cincuenta años atrás, podrían encuadrarse algunas líneas temáticas generales, así: con Luis Carlos López, pintor de costumbres del lar local, el lenguaje, coloquial y sardónico ocupa un lugar central, pues logra rebasar las temáticas “correctas” del mundo griego y latino de los románticos finiseculares colombianos sostenidas veinte años atrás. De escritura ágil y rápida, la pluma de López se asume como una propuesta vanguardista, novedosa para la esclerótica poesía de ese momento.

A finales de los cuarenta y a partir de los 60 se encuentra, de manera más completa e inclusiva en cuanto a publicaciones, la propuesta poética siguiente en la que se encuentran varias vertientes: la existencial y dolorosa (Héctor Rojas Herazo, Raúl Gómez Jattin, Jaime Manrique Ardila); una perspectiva de alguna manera telúrica, de sesgos antropológicos, en las que se dejan escuchar (hablar) las voces humanizadas de Candelario Obeso (a pesar del pertenecer al siglo XIX), de Jorge García Usta, y una visión culturalista, del rigor y del gusto por la palabra y el tiempo, neoclásica con Giovanni Quessep. Asimismo, más en una concepción que apunta a iluminar la identidad familiar y la memoria como estructura poético-antropológica, se hallan Raúl Gómez Jattin, José Ramón Mercado Romero y Gabriel Ferrer Ruiz, de quienes habría que destacar que tuvieron un cruce con los poetas indicados anteriormente. En otra óptica, se encuentran Jorge Artel y Meira Delmar, libres de cualquier discusión por sus calidades, e ingresan en este reconocimiento poetas relativamente jóvenes como Miguel Iriarte, Fernando Denis, Mónica Gontovnik, Margarita Galindo, Nora Carbonell, Tallulah Flores y Clemencia Tariffa, entre otros.

Tan cerca del espacio y tan lejano de ellos, la poesía de Giovanni Quessep se decanta, desde lo temático como desde lo estructural, por un misticismo difuminado, acompañado de mucha intemporalidad, purificación, irrealidades, memoria cultural, exaltación de los mundos interiores, rigor, orden, sensualidad de las palabras, temáticas y condiciones que lo alejan, supuestamente, de una “presunta” poesía caribeña, mucho más cuando lo mítico y el linaje quessepiano contribuyen a remirar su propia concepción.

Rómulo Bustos Aguirre pareciera acercarse a los horizontes de Quessep, pues en él subyace una transformación que lleva a ciertas interrogaciones místicas en un comienzo, como sucede con El oscuro sello de Dios (1988) y luego en un lirismo minimalista o materialista, como en Sacrificiales (2010), en la cual desarrolla a su vez nuevas nociones y expande su cosmovisión en un aparente retorno a la “realidad” del Caribe colombiano, o a una poesía paradójica y autorreflexiva en Levitación y muerte de la ballena (2010), reveladora de una neorrealidad sarcástica y difuminada pero aun así lúdicamente simbólica y metafísica. Cabe mencionar también La pupila incesante(2013 y 2016), donde lo inasible y un humor negro cada vez mayor se conciben como centros temáticos.

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