Kitabı oku: «El sueño de Shitala»

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2011 by Agustín Pániker

© de la presente edición:

2011 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

© de las fotografías:

Agustín Pániker

Primera edición: Noviembre 2011

Primera edición digital: Diciembre 2011

ISBN: 978-84-9988-029-7

ISBN epub: 978-84-9988-124-9

Composición: Pablo Barrio

Todos los derechos reservados.

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A Flo, bien sûr

Sumario

Portada

Créditos

Dedicatoria

Sumario

Introducción

Itinerario de viaje

Agradecimientos

I. Topofilia

1. El sonido del Gran Erg

2. Mediterráneo

3. El retiro del ermitaño

4. Espiritualidad secular

5. ¿De qué color es el blues?

II. Sobre la religión

6. ¿Qué es la religión?

7. Ge-yi

8. ¿Qué es el hinduismo?

9. Las “tres religiones” de China

10. Reflexiones sobre el concepto “religión”

III. Religiones del mundo

11. El estudio de la religión

12. La religión del mundo Yoruba

13. Religiones afro-brasileñas

14. Religiones civiles

15. El maoísmo

16. El dao confuciano

17. El descenso del Espíritu Santo

18. Bön

19. La religión del provecho

20. A propósito de una Pascua en Lima

IV. Antropología de la religión

21. Lo que las religiones hacen

22. Conversión religiosa

23. Religiosidad sin Dios

24. ¿Evolución teológica?

25. Escrituras sagradas

26. La noche cae sobre los griots

27. Nacido sintoísta, muerto budista

28. El pico de Adán

29. Islams

V. La práctica religiosa

30. Más allá de la creencia

31. Ritual

32. El “último sacrificio”

33. El culto al Buddha

34. El bodhisattva de la compasión

35. No-violencia

36. Sara la Kali, protectora de los gitanos

37. Chamanes de Siberia

38. En busca del peyótl

39. El camino de Santiago

VI. Silencio

40. Monachós

41. Contemplación

42. Monjes y laicos en Thailandia

43. ¡Mu!

44. Sabiduría no-dual

VII. Inmanencia

45. El rugiente espíritu de lo Divino

46. Shasta

47. La peregrinación al pivote del mundo

48. El culto a la Kumari en Nepal

49. El tiempo de la ensoñación

50. Diosa-Madre y Madre de Dios

51. Malta: en el vientre de la Diosa

VIII. Símbolos sagrados

52. La casa de mi abuelo

53. Lo sagrado

54. Arqueología del espíritu

55. La danza del trance de los ju’hoansi

56. Construcciones megalíticas

57. El Muro de las Lamentaciones

58. El mito de la “Virgen” María

59. Esvástica

60. Cosmología de Borobudur

61. La sonrisa de Angkor

IX. Mestizajes

62. Ortodoxia y sincretismo

63. Sincretismo afro-cubano

64. Candomblé, macumba, umbanda

65. MaNawal de JesuKrista

66. La visión mestiza de Cristo

67. Rabí Yeshúa, el “africano”

68. Jah

69. El espíritu del Carnaval

70. La santidad en el islam

71. El culto a los nats

72. Iitoko-dori

X. Religión in-corporada

73. El cuerpo y lo sagrado

74. Desvelando a Francia

75. Jilbab

76. El turbante de los sikhs

77. No comerás

78. El mundo de Shitala

79. Tatuajes en los mares del Sur

80. Sagrada eutanasia

XI. Religión y política

81. Mongolia y el budismo tibetano

82. Estados “islámicos”

83. El espíritu yihádico

84. Locura del Mesías

XII. La religiosidad, hoy

85. La “revolución” espiritual

86. Los votos de las mujeres

87. Pluralismo religioso

88. Resiliencia y transformación

89. De sectas y nuevos movimientos religiosos

90. La mano de Dios

91. ¿A dónde va la religión?

Epílogo

Fin de viaje

Imágenes

Notas

Contraportada

INTRODUCCIÓN
Itinerario de viaje

Les invito a adentrarnos en el extraordinario mundo de las religiones y la espiritualidad. Un viaje al corazón de lo sagrado, tal y como se manifiesta en las tradiciones más conocidas del planeta, y en las menos reconocidas también.

A diferencia de un clásico libro de ensayo, El sueño de Shitala tiene un tono muchas veces personal, también periodístico, y una decidida vocación de divulgar la antropología; tratando siempre de entretener y aportar conocimientos nuevos. He prescindido, en la medida de lo posible, de sesudas elucubraciones filosóficas, aun a pesar de que se tocan temas de calado. Asimismo me he saltado la mayoría de protocolos académicos. El texto emana principalmente de mis experiencias de viaje y del estudio de las culturas. Por ello abarca un radio de acción mucho más amplio que el de anteriores textos míos, casi siempre centrados en el mundo índico. Viajaremos aquí por México y por China, por el Sudeste Asiático y por los países de Europa, por Sudamérica o la India, por África y por Japón, por las riberas del Mediterráneo u Oceanía. Recorreremos un verdadero pluri-verso de tradiciones, prácticas, cosmovisiones, sociedades, identidades, símbolos, funciones o fenómenos religiosos.

Les anticipo algo del itinerario. Este peregrinaje comienza con una serie de pensamientos y relatos de corte intimista sobre la espiritualidad y la forma en que algunos hoy la vivimos. Será nuestro punto de partida para reflexionar luego sobre el concepto “religión”. El hinduismo y la religión china nos ayudarán en la tarea. El objetivo es que estas consideraciones sirvan para revisar nuestras premisas y prejuicios. Y es que el universo de las religiones (ya en plural) es enrevesado y cromático. Por ello abordaremos tradiciones que normalmente no aparecen en los tratados generales: religiones africanas o afro-americanas, religiones “civiles” –de EE.UU. o China–, el pentecostalismo, el bön, entre otras. Si definir lo que la religión es resulta problemático, aparentemente más accesible parecería describir lo que la religión tiene o hace. Pero resulta que de lo que hacen o tienen los fenómenos religiosos también nos hemos formado un tropel de aprioris que trataremos de poner a prueba: ¿qué es una frontera religiosa?, ¿y la ortodoxia?, ¿qué significa convertirse?, ¿cuál es el papel de los textos sagrados?, ¿existen religiones ateístas? En nuestro periplo indagaremos en infinidad de prácticas y rituales: ¿qué hay detrás del culto a una imagen del Buddha?, ¿y de un vuelo chamánico?, ¿y de la peregrinación a Santiago de Compostela?, ¿o de un festival gitano en el Sur de Francia? Tocaremos valores como la contemplación, los koans del Zen, el monasticismo o la mística hindú de la no-dualidad. Y reflexionaremos sobre la inmanencia, esto es, la percatación de lo Divino en montañas, paisajes, árboles, personas o cavernas, ya sea en Nepal, en Australia, en el Mediterráneo o en California. Dicen que el ser humano es un animal eminentemente symbolicus. Las pinturas rupestres, las danzas extáticas en el Kalahari, las construcciones megalíticas, el Muro de Jerusalén, las ruinas de Angkor o el stupa de Borobudur lo atestiguan. Visitaremos todos estos espacios. Y un montón más. Si la religión constituye uno de los aspectos más longevos, conservadores y universales de la humanidad, al mismo tiempo las tradiciones están en diálogo, hibridación y transformación permanentes. Lo comprobaremos con la santería, la umbanda o el rastafarismo, con diferentes visiones “mestizas” de Cristo, o con los cultos populares del Sudeste Asiático. Para pasar a examinar cómo la religión se in-corpora constantemente. Lo sagrado tiene que ver con nuestro cuerpo, las vestimentas, los alimentos, nuestra salud: ¿qué significa un turbante para un sikh?, ¿por qué el Estado francés prohíbe el velo en las escuelas?, ¿cuáles son los significados del ayuno?, ¿de qué trata el sueño de Shitala? También tocaremos temas de máxima actualidad, como el de la relación entre la religión y el Estado o el ascenso de los fundamentalismos. Finalmente, abordaremos algunas de las transformaciones más importantes de la religiosidad contemporánea: la aparición de nuevos movimientos religiosos, el pluralismo religioso o la moderna renovación espiritual, en gran medida liderada por mujeres.

Que el itinerario no lleve a engaño. Esto no es una guía para hacer sacro-turismo. Tampoco es un manual de coaching o autoayuda espiritual, ni ninguna crítica o apología de la religión. No hay recetas sobre crecimiento interior, ni se pretende sentar cátedra en las materias y culturas que se abordan. Más allá de mi convicción de que en lo más profundo del ser humano existe un anhelo de trascendencia, ni siquiera se insinúa ninguna unidad fundamental de las religiones o una gran teoría de lo religioso. Que cada cual saque sus conclusiones.

El sueño de Shitala consiste más en una invitación al conocimiento del “otro”, un diálogo con las tradiciones espirituales; una indagación que quiere ser amena en las infinitas facetas y manifestaciones del fenómeno religioso, evitando los extremos de la banalidad y la verborrea. Desde luego, ni se afrontan todas las religiones ni todos los ámbitos de lo religioso, pero he pretendido que el abanico de este libro sea amplio y elocuente. Aunque hay empatía por las tradiciones espirituales, y creo que ello permite acercarlas a los lectores y favorece el conocimiento interreligioso, he tratado de dejar que los rituales y fenómenos religiosos hablen por sí mismos. Ciertamente, la descripción viene salpicada de observaciones personales y refleja tanto mis inquietudes, mis preconceptos, como mi prisma; no puede ser neutral. El autor nunca acaba de desaparecer. En lo que sí me he esforzado, no obstante, es en enjuiciar lo mínimo posible y dejar que cada cual extraiga sus corolarios. Por eso he evitado las comparaciones.

Aunque algún apartado procede de obras anteriores y de alguna conferencia, buena parte del material que aquí se expone fue publicado en forma de artículos breves en mis secciones de la revista Altaïr, en la que he colaborado desde sus inicios. Sin embargo, todo el conjunto ha sido concienzudamente revisado, enriquecido y reelaborado. He refinado los materiales más ligeros y he añadido muchos textos inéditos que ayudan a hilvanar y dar consistencia a los temas centrales. El resultado es, por tanto, completamente novedoso y original. El sueño de Shitala no es una recopilación de artículos, sino un viaje con coherencia propia al asombroso mundo de lo sagrado.

Con este formato híbrido entre el ensayo, el relato de viaje, el artículo periodístico o el estudio antropológico, puede que la principal finalidad de esta obra resulte más plausible; a saber: que el conocimiento de otras sociedades y religiones nos enriquezca y abra nuevos interrogantes.

Agradecimientos

En este texto nos zambulliremos en múltiples sociedades y religiones. Abordaremos ámbitos y tradiciones que no son mi especialidad. En aras de mantener el rigor he recurrido a la opinión de reconocidos expertos y connaisseurs, muchos de los cuales son asimismo buenos amigos. Ellos y ellas han tenido la gentileza de aportar comentarios, hacer agudas matizaciones y aconsejarme reescribir algún párrafo desafortunado. Quiero expresar mi agradecimiento a todos ellos. Alfabéticamente: Josep Lluís Alay, Carmen Arnau Muro, Fernando Bermejo, Florence Carreté, Vicente Haya, Vicente Merlo, Yaratullah Monturiol, Pawel Odyniec, Víctor Pallejà de Bustinza, Xabier Pikaza, Laureano Ramírez, Josep Maria Romero, Mario Saban, Giulio Santa, Mario Satz, Mathilde Sommeregger y Anne-Hélène Suárez Girard.

Como suele decirse en estas circunstancias –pero no por trillado menos sincero–, todos los errores, interpretaciones dudosas e incoherencias que puedan aparecer son enteramente de mi responsabilidad. Aunque no aporto una bibliografía final, hay intertextualidad y apropiación de ideas, como en cualquier ensayo. Por tanto, es justo también reconocer mi deuda con los sabios y especialistas de los que he bebido y me han inspirado.

Mención especial de agradecimiento debo hacer a Albert Padrol y Pep Bernadas, directores de la revista Altaïr y grandes amigos, así como a Pepe Verdú, su redactor jefe, por su gentileza a la hora de permitirme reutilizar materiales que en su día fueron publicados en la revista.

I. TOPOFILIA
1. El sonido del Gran Erg

Todo el mundo conoce lugares que le han cautivado o impactado profundamente. No es necesario –y puede que hasta inconveniente– que tales paisajes sean idílicos o monumentales. Nuestros lugares pueden estar cerca, formar parte de lo cotidiano… o de nuestro lejano pasado familiar. Sospecho que estos espacios están relacionados con determinados estados de ánimo, con ciertas compañías, con unos contextos, en definitiva, propicios para el goce topográfico.

Creo que alguien acuñó el término “topofilia” para referirse a la sensación mágica que se tiene al rememorar esos lugares visitados. Yo dispongo de mi pequeño tesoro de espacios topofílicos. Y quiero compartir, ya desde estas primeras páginas, uno que, si me apuran, probablemente sea el primero que acude a mi mente cuando me atosigan con aquella farragosa pregunta: “¿cuál es el lugar del mundo que más le ha impresionado?”

Un pequeño rincón del Gran Erg Occidental, en Argelia. Y subrayo lo de pequeño rincón. Pues no fue el inmenso desierto de arena lo que me cautivó, sino un diminuto espacio que recorrí a camello, durante una memorable semana, el invierno de 1990. Tres amigos, un beduino, cuatro camellos y una tienda de campaña tradicional. Salida en Timimoun. Hay que decir que en diciembre el desierto no es ese paraje tórrido y asfixiante que puede devenir en otras épocas del año. La temperatura diurna suele ser suave; y por la noche hay que cubrirse bien con mantas.

Reconozco que en estas recreaciones topofílicas resuenan ecos de nuestro bagaje cultural. Ecos de las gestas de Lawrence de Arabia, de los hermanos Hernández y Fernández alucinando espejismos a diestra y siniestra; y aún diría yo más: de retales bíblicos –posiblemente ilustrados– perdidos en algún rincón de mi memoria. Toda experiencia, admitámoslo, está enraizada en nuestra biografía, en nuestras expectativas y en contextos específicos.

En esos lugares que inexplicablemente nos han maravillado aparece casi siempre (aunque no tengo pretensión de alzar ninguna teoría al respecto) un elemento de “sorpresa”. Avanzando por las crestas de las dunas; o mejor, navegando por el oleaje de dunas, al paso –ligeramente más rápido que el humano– del camello, cuando el infinito cielo africano se sonroja, de repente, ¡el sonido del agua!

No fue tanto la visión como la audición del desierto. Con una sorprendente nitidez (la ausencia de ruidos artificiales en el desierto es de sobras conocida), se oye el agua corretear por las acequias. Y el ladrido de un perro. Lentamente, la duna va adquiriendo una tonalidad crepuscular, espejo de la bóveda celeste. Las huellas de algún roedor se distinguen con nitidez. ¿Quizás al amanecer pasó un jerbo por ahí? La sutileza del desierto me asombra. Tras la gran duna, ocre y granate, un valle verde, denso de palmeras y cultivos. Sí, es un oasis, de pocas hectáreas, compacto, surcado por las canalizaciones acuíferas que oía hacía escasos minutos. Algunas casas de adobe esparcidas entre la verdura. Voces de niños. El sempiterno sonido de las aguas. Los vecinos nos avistan y salen a recibirnos. ¡Ah!, la hospitalidad.

Cenamos couscous, y pan horneado en brasas enterradas bajo la arena, y dátiles, cientos de exquisitos deglet nour. Aquí nadie habla francés; pero a la vera del fuego, qué importa eso. De repente, una voz grave clama al cielo: “¡Allah es grande…!” No me había percatado de la pequeña mezquita. Sin micrófonos, como antaño; es la hora del rezo: el canto a la armonía de todas las cosas, a la magia o baraka que reside en lugares, objetos y personas, a eso que es lo sutil aquí abajo, entre las arenas, las huellas de camellos, fénecs y escarabajos; el mundo entero en una pupila oscura; y el agua que no cesa de manar.

2. Mediterráneo

El oasis en el Gran Erg es solo uno entre los muchos lugares topofílicos que ya forman parte de mi ser. Me remite a cierto goce estético y plenitud de ser, pero aquella experiencia no puso en cuestión mis esquemas conceptuales. O no demasiado.

Algo distinto me sucedió en Turquía, después de quince años sin visitarla. Recorrí varios miles de kilómetros de la geografía turca en cuatro semanas inolvidables. Me reencontré con las famosas mezquitas, plácidos mares, ruinas monumentales y rincones perdidos… disfrutando, como en mi infancia, del genuino sabor del tomate y la zanahoria; dejando pasar –confieso– las horas con cargados çays (tés) entre las manos.

Regresé de Turquía con una sensación bastante reconfortante: más que español o catalán, indio o barcelonés, me sentí profundamente mediterráneo. Insisto en que se trata de una sensación subjetiva y no de una identidad; o, como máximo, una identidad muy difusa y contextual; una que sospecho puede percibirse tanto en Toulouse como en el Rif, en Creta o en el Mar Muerto.

La zona mediterránea de Turquía, tantas veces banalizada en los folletos turísticos, retiene tempos, fragancias, sonidos o miradas que ya parecen extrañas en Barcelona, Estanbul o Tel Aviv. Me refiero tanto al olor de la pineda, el índigo del mar o el sabor de la berenjena, como a la hospitalidad con el forastero, la mirada de la lagartija o un canto lejano al atardecer. Más allá de las lenguas, de las religiones, de los climas o de las fronteras, son sensaciones y emociones comunes las que conectan las riberas de este continente. Los antiguos lo llamaron, con bastante presunción por cierto, el Medio-de-la-Tierra (Medi-Terráneo). Pero es que los antiguos siempre fueron –excusablemente– etnocéntricos. Lo mismo en China o Arabia que en estas latitudes entre el Bósforo y Gibraltar.

No reniego de mi pasaporte mediterráneo, pues. Uno que, por definición, no excluye dobles, triples y hasta séxtuplas nacionalidades. Porque este continente ha sido y es un magma de idiosincrasias, dialectos, éticas o microclimas. Y en ello me reconozco. Ahí, en la península de Datça, avistando la isla de Rhodas, la de los cruzados, rodeado de ruinas licias, griegas y romanas, no muy lejos de santuarios de la Diosa-Madre de inconfesable antigüedad, de mezquitas otomanas, iglesias bizantinas y sinagogas de los que huyeron de Sefarad… allí, digo, uno siente que lo sagrado está en la olivita picante que acabo de engullir. (La “gracia divina”, lo veremos, suele entrar por la boca.)

Sé que estas cosas de la mente panteísta no agradan a algunos clérigos, tan celosos de sus dioses, recintos sacros y rituales establecidos. Y menos aún a los teólogos. Mis más respetuosas postraciones. Que no decaiga el rito; ni el mito. Pero creo que cada vez somos más los que –por estos lares– disfrutamos de una espiritualidad secular escasamente congregacional [véase §4]. Turco-mediterráneos incluidos. Una religiosidad heterodoxa; plagada de oliveras más que de dioses, y de goces estéticos más que extáticos o ascéticos. Y en esto de una vía sin dogma, Iglesia o nombre, los viejos mediterráneos, de todas las orillas, nos movemos con soltura. Muy a pesar de nuestra historia.

Ya ven, en Turquía, junto al mar, además del canto del muecín, de la siesta al mediodía, de los giróvagos de luenga barba o del eco de un salvador laico, sobresalen las ramas de los olivos y el croar de ciertas ranas. Que ahí anda escondido lo sagrado.

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