Kitabı oku: «El diablo», sayfa 5

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Jorge: No formamos parte de grupos organizados. Nos juntamos un grupo de amigos interesados, así de simple. El que todas las personas estén capacitadas, yo respondería, en principio, sí. Sin embargo, no lo recomendaría indiscriminadamente; y, también en principio, lo desaconsejaría, como dije ya, a personas que tuvieran problemas psicológicos serios. Dicen los médicos que no hay persona cien por ciento sana en su cuerpo; y los psicólogos dicen lo mismo respecto de la mente o psique. Así que uso ahora una frase ambigua: cualquier persona, que esté física y psicológicamente sana puede hacer estos ejercicios. Aquí sirve de nuevo el ejemplo que puse del mar. ¿Cualquiera puede entrar al mar y ponerse a jugar con las olas, aunque hoy sea la primera vez que conoce el mar? Creo que la respuesta es clara: si se trata de un muchacho fuerte, robusto, deportista, o de alguno que no lo sea tanto, pero que está sano, le diremos que sí. Pero supongamos un muchacho medio inválido, o que necesite muletas, es claro que no lo induciremos a que se meta a jugar con las olas altas.

22. Quisiera narrar mi experiencia, hará un año, en una sesión a la que fui invitado, con un yogui (2) aquí en Guadalajara. Tras una charla muy amena, nos dijo que íbamos a entrar en trance. Comenzaron a apagar las luces, se encendió incienso y se tocó música de laúd. Él nos dijo que moviéramos la cabeza. Yo estaba escéptico, pero, en fin, comencé también a mover la cabeza. En breves minutos estábamos en trance casi todos, y comencé a mover mi cabeza en forma muy fuerte. Quise detener ese movimiento, pero ya no pude. Me costó mucho trabajo salir de ese estado. Al final, todos narramos nuestras vivencias, como un joven lo hizo aquí. Algunos hablaron de emociones hermosas; otros dijeron que habían sufrido mucho. Yo le dije al yogui “Me hipnoticé”. El yogui se molestó, aun se puso algo agresivo en mi contra y me respondió que no era hipnotismo, sino trance. Todavía otra experiencia: de joven comencé a practicar la auto–hipnosis; y en una ocasión fui a Lagos de Moreno. En la carretera, muy recta, me dio por auto–hipnotizarme; y me fui manejando dormido desde Villa de Guadalupe hasta Lagos. Ya no lo he vuelto a hacer, por temor a que algo falle, y me estrelle. Sigo insistiendo en que se trata de diferentes estados de hipnotismo, aunque la gente les dé nombres diversos. Desde luego no se trata de cosas que en sí sean moralmente buenas o malas; ni angélicas ni demoníacas, sino cosas de la mente.

23. He oído que la Biblioteca Vaticana contiene un acervo inmenso de conocimientos, pero que sólo los va comunicando según lo necesiten los pueblos; y que, si ahora se nos comunican muchos conocimientos, en realidad éstos ya existían antes. Y que el Vaticano podría dar más información, pero no lo hace porque no considera que sea necesaria para el pueblo. ¿Qué hay de cierto en esto? Lo insinúa el que los mismos sacerdotes no están al mismo nivel. En una ocasión pedí a un sacerdote su opinión sobre los conocimientos astrales; quería que me informara sobre nuestras facultades y sobre las energías diversas, que en sí mismas no son ni buenas ni malas. Le pregunté también sobre los seres extraterrestres. Lo único que el sacerdote me respondió fue que no me metiera en esas cosas. Pero hay sacerdotes que sí saben mucho al respecto; qué se yo, un tiempo la gente creía que el diablo tenía cuernos, pero ahora se nos da otro tipo de información. En fin, a veces no se sabe a quién recurrir para ser orientado en la fe.

Jorge: La Biblioteca Vaticana es ciertamente maravillosa. Pero no me es posible responder con profundidad a la primera pregunta, pues necesitaría yo ser el responsable de esa Biblioteca, y no lo soy. Eso sí, la Biblioteca suele estar abierta; y hasta donde alcanzo a ver, hay mucho de mítico en esas ciencias ocultas vaticanas. A la segunda pregunta, respondo que sí es diverso el nivel de conocimiento entre los sacerdotes, lo cual es muy natural, pues el Espíritu da sus dones diversos a quien quiere y como quiere. Unos reciben el don de enseñar, otros el de predicar, otros el de comprender a los demás. Hay que tener en cuenta el número relativamente escaso de sacerdotes, y el fin de la Iglesia que es el avance espiritual en sí. Trataremos de tocar otros aspectos de la pregunta en las sesiones próximas.

1- Sal 139 (138), 14.

2- Practicante de yoga.

III. El verdadero poseso: el mal y la Biblia.
Instancias: el ritual del bautismo y satanismo

JORGE MANZANO VARGAS, S.J. (†)

PROBLEMÁTICA

La Iglesia remite la inmensa mayoría de casos de posesión a causas y terapias naturales, y muy pocas veces juzga prudente hacer exorcismos. En el apartado anterior, siguiendo la mente de la Iglesia, traté de esbozar una explicación natural (a manera de hipótesis sugestiva) para la mayor parte de estos últimos casos. Siguiendo también el modo de pensar de la Iglesia, dejé unos casos (en mi opinión rarísimos) en los que, supuesta la existencia del diablo como un ser en sí, espiritual y personal totalmente diverso del hombre, él produjera los efectos dolorosos y espectaculares que describimos. Entonces sí, al menos por las dudas, convendría hacer los exorcismos; pero la idea es reducir éstos al mínimo. Y con esto podría yo terminar el tema, pues no habría mucho más que decir.

Sólo que, por paradójico que pueda sonar, este verdadero endemoniado no es el verdadero endemoniado. En efecto, el demonio puede tocar y forzar todo en el hombre, menos la voluntad libre. Tal es la doctrina de santo Tomás, el Doctor angélico, llamado así porque escribió muchas y profundas cosas sobre ángeles y demonios. Podrá el diablo hacer que un cuerpo humano se retuerza, convulsione, escupa frases blasfemas, eche espumarajos o secreciones asquerosas, hacer que el ojo cambie súbitamente de color, o entre y salga como yo–yo; pero no puede tocar la voluntad libre. Es más, caso que pudiera, no lo haría; pues precisamente lo que le interesa (estamos en el supuesto de que existe) es el acto libre del hombre. Si el llamado poseso presenta sólo los fenómenos espectaculares a que hemos aludido, no está, en sentido estricto, endemoniado.

En sentido estricto el verdadero endemoniado es el que a ciencia y conciencia ha consagrado su voluntad al mal. Se suscita la pregunta de qué pueda ser el mal. La pregunta se puede atacar desde el ángulo metafísico, tarea de la que se ocupará Héctor Garza en otra sesión; desde el ángulo físico (tarea que no entra en el ámbito de este curso sino en forma limitada, y que emprenderé hoy); y desde el ángulo moral y religioso, tarea que es el núcleo de esta mi segunda exposición. Trataré de definir el mal religioso–moral, ardua tarea, pues se trata de definir el mal absoluto. Para ilustrar el problema pensemos en el mandamiento “no matarás”. Algunos hacen ver que en caso de legítima defensa, de guerra justa, y aun de justa (si hay) sentencia de muerte, es lícito matar; y que entonces el mandamiento es relativo. Podría intentarse formularlo así: no matarás injustamente, pero entonces el problema se recorre a qué es lo injusto. Los mismos críticos objetan de manera semejante lo absoluto de los otros mandamientos. No es imposible resolver estas objeciones, pero ahora voy a intentar una solución radical bajo un aspecto unificante. Se trata de definir el mal absoluto de modo concreto, material y patente, esto es, aquella acción que nunca, de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia, es lícita al hombre. Se trata de una teoría de mi parte, que me ha llevado tiempo elaborar. Estamos reflexionando juntos, les comunico mis reflexiones, y espero con gusto sus matices, observaciones y réplicas. No está por demás decir que todo ello nos dará mucha luz sobre el caso de los posesos.

EL MAL

Voy a definir el mal. El mal es la opresión. Y la opresión consiste en determinar las condiciones inhumanas de vida de los demás, al margen o en contra de la voluntad de éstos. Tal definición es material, concreta, patente. Hay otra manera, espiritual y religiosa, de expresar lo mismo: el mal consiste en la acción contraria a la acción de Jesús, que es descrita por Lucas, (1) según la palabra profética de Isaías y que sintetizo así: “Evangelizar a los pobres, liberar a los oprimidos”; (2) y que estudiaremos hoy, más adelante. Nuestra definición es objetiva. En cambio, la palabra endemoniado o poseso indica algo subjetivo. El verdadero endemoniado no es el que tiene caídas eventuales por azares de la vida, o por debilidad, sino el que a ciencia y conciencia oprime a los demás, el que realiza la acción contraria a la de Jesús. Desde esta perspectiva, y aunque la expresión parezca de mal gusto, los verdaderos endemoniados son los opresores. Éstos no presentan fenómenos extraños como contorsiones incontroladas, blasfemias, rechazo de ritos sagrados, glosolalia, clarividencia, levitación. En cambio, quienes presentan estos fenómenos espectaculares y dolorosos suelen ser personas inocentes. Ante la pregunta de por qué esta diferencia, aventuro una hipótesis sobre la estrategia diabólica y sobre la estrategia divina, bien entendido que si no soy secretario particular ni del diablo ni de Dios nuestro Señor, me apoyo en autores espirituales sólidos.

Estrategia diabólica: Intenta a todo trance que nadie sospeche del verdadero endemoniado, de manera que éste, por ningún motivo, presentará fenómenos extraños, al contrario: será admirado y bien visto, con éxito humano, en puestos de importancia al menos relativa, de influjo, entre brindis y aplausos. Y es que a él, el diablo ya lo tiene; y tiene el codiciado fruto: su voluntad libre. En cambio, el diablo tratará de desviar nuestra atención, para que creamos que lo diabólico está en lo espectacular: espumas, alaridos, perro o gato negro, risas nocturnas. Y sí, el diablo se ríe de nosotros; pero de nuestra ingenuidad, ingenuidad entre comillas, bajo la cual se esconde nuestra conveniencia; de esa ingenuidad que cualquier psicólogo podría desenmascarar.

Estrategia divina: Permite los fenómenos llamativos y dolorosos como un último intento para salvar al verdadero endemoniado. Es como si le presentara un espejo: estás sonriente, con peinado y atuendo elegante, perfumado; pues mírate al espejo (en el poseso asqueroso y repugnante): así estás por dentro, eso eres tú, un sepulcro blanqueado. Entonces el opresor podrá tal vez reflexionar y convertirse. Lucas relata, “No fue castigo de Dios el que algunos hayan muerto por orden de Pilatos ni el que otros hayan sido aplastados por una torre”. (3) Se añade una parábola: el dueño de una huerta dice al hortelano que arranque esa higuera que no ha dado fruto en tres años, que nada más estorba. El hortelano pide tiempo en favor de la higuera: él se encargará de cuidarla y de abonarla, un tiempo más, “Si después no da fruto, entonces la cortarás”. El dueño de la huerta es Dios; la higuera infructuosa, los opresores que somos todos; la decisión de cortar la higuera, la justicia divina; el hortelano, el amor de Dios encarnado en Jesús: “Al que se le perdona poco, ama poco”. (4) La justicia habría dicho: “Amó poco, basta”. El amor divino dice: “Ama poco, ahora, en este instante, pero al instante siguiente, o mañana, o el año próximo amará mucho; hay que darle tiempo, cuidarlo, abonarlo”.

Nota: Un momento importante de la conversión es la toma de conciencia del propio mal, de que se es un pecador. Insinué que el endemoniado externo puede servir para que el verdadero endemoniado tome conciencia, como ante un espejo de su propia podredumbre espiritual. La humanidad sabe, a través de autores y vivencias muy diversos, lo saludable que es la toma de conciencia a través del horror de la propia realidad. Citaré algunos:

• Platón, en el Gorgias retoma el mito del Hades: Las almas serán juzgadas desnudas. (5) Así como en el cadáver desvestido pueden verse las marcas de la vida tales como estatura, talla, callos, golpes, cicatrices, así el alma se ve ulcerada y lacerada por la injusticia, perjurios, mentiras, vanidad y desenfreno; si el alma está demasiado fea Radamanto la echa al Tártaro.

• San Ignacio en los Ejercicios: el alma se ve entre brutos y animales, como una llaga y postema de donde sale una ponzoña repugnante. (6)

• Pascal, en Pensamientos (varios): el hombre se ve como una cloaca.

• Søren Kierkegaard, en Equilibrio entre la Estética y la Ética y la formación de la personalidad, y sobre todo en la Desesperación, propone una experiencia semejante.

• Oscar Wilde, en El retrato de Dorian Gray, narra el caso del remordimiento infructuoso que no se traduce en arrepentimiento verdadero.

• Algunas experiencias de algunos hippies con hongos alucinantes, a los cuales aquellos llaman maestros de humildad. En un momento del viaje, el sujeto se desdobla, hay un yo que sale, y que se queda viendo al otro yo que ahí está enfrente, y la visión es implacable: uno se ve como uno es en su más profunda realidad, un monstruo tan espantoso que no es raro lanzar un alarido de terror y salir disparado presa de la desesperación; incluso hay peligro de suicidio, que se evita con la presencia de un guía espiritual.

La estrategia divina en cuanto al inocente: permite que pase por las experiencias terribles de posesión, para que a través de ellas dé gloria a Dios, como el caso del inocente ciego de nacimiento: “Ni pecó él, ni pecaron sus padres, nació ciego para dar gloria a Dios”. (7) En ese instante Jesús le da la vista.

Como los seres humanos somos malos nos quejamos aquí, y aun hablamos de injusticia divina: si Dios sabe de toda eternidad lo que alguien va a sufrir, o a pecar, ¿por qué lo trajo a la vida? Yo daría dos respuestas. Primera, más bien hay que razonar así: si Dios permite males tan graves es que los bienes futuros han de ser tan maravillosos que vale la pena correr todos los riesgos. Pablo, en la carta a los corintios, cita a Isaías (8) y dice: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni se imagina el hombre lo que Dios tiene preparado a quienes lo aman”. (9) Segunda, prescindiendo de que no somos nadie para juzgar si Dios es justo o injusto, es evidente que se dan diferencias naturales entre los hombres, que no hay dos exactamente iguales y, sin embargo, todos los hombres son absolutamente iguales, pues Dios ama a todos. El amor con que Dios nos ama a cada uno establece entre nosotros la igualdad absoluta. Y no hablamos aquí de las diferencias sociales, que no han sido hechas por Dios, sino por nosotros mismos.

EL MAL Y EL DIABLO

Llegamos a un punto crítico de esta exposición. En el párrafo siguiente haremos una meditación, a la luz de la Sagrada Escritura, sobre la definición del mal. Trataremos de escudriñar las Escrituras para ver qué cosa es el bien y qué cosa es el mal. Cuál es nuestro ideal, no tanto como meta, sino como camino cotidiano que se va recorriendo y realizando. Por Juan sabemos que Jesús es el camino, la verdad y la vida. (10) Veremos qué significa esto en concreto. Veremos también cuál es el camino contrario, el camino anti–Jesús o anti–Cristo, y qué significa esto en concreto. Y al mismo tiempo iremos reflexionando sobre la pregunta inquietante: ¿Quién o qué es el diablo? Damos en primera instancia una definición que, aunque imprecisa aún, es certera: el diablo es una realidad espiritual que intenta apartarnos del camino que es Jesús. Espiritual, no material; así que ya ni atendemos a las representaciones materiales figuradas por el arte como cuernos, cola, pezuñas, chivos y cosas semejantes. Pero queda abierta la pregunta: ¿El diablo es sólo una actitud humana? ¿O es un ser en sí, espiritual, personal, totalmente diverso del hombre? En mi opinión:

• Hay una respuesta cien por ciento segura: Lo diabólico es una actitud humana.

• Hay una respuesta altamente probable, pero no cien por ciento segura: el diablo es un ser en sí, espiritual, personal, totalmente diverso del hombre.

Notas: Primera: En lógica pura, que una respuesta sea verdadera no elimina que también la otra sea verdadera.

Segunda: Con respeto, y a reserva de lo que el P. Luis García Orso exponga con más detenimiento sobre el Magisterio de la Iglesia, hago, bajo una responsabilidad que es sólo mía, estas aclaraciones: El Magisterio infalible de la Iglesia nunca ha definido como dogma de fe que el diablo es una realidad en sí, espiritual, personal totalmente diversa del hombre. El Magisterio ordinario sí habla del diablo como un ser personal, pero no dice nada sobre el que sea o no totalmente diverso del hombre o, como dirían los escolásticos, adecuadamente diverso del hombre.

Tercera: Por persona entiendo aquí: con entendimiento y voluntad. En un sentido muy diverso, nos decía el P. Mario López Barrio que el diablo no es un ser personal, en cuanto arelación, cerrazón y egoísmo.

Cuarta: No he negado, la existencia del diablo como un ser en sí, espiritual y personal totalmente diverso del hombre, sino que le estoy dando el valor de afirmación altamente probable; si quieren, por método de estudio o por simpatía para quienes niegan; y estoy dispuesto naturalmente a sujetarme al Magisterio de la Iglesia en caso de ulterior aclaración. En los temas teológicos, tan importante es lo que se dice como la fuerza con que se dice. Como ejemplo ilustrativo comparemos estas tres afirmaciones diversas: ciertamente Dios existe, ciertamente Dios no existe, y probablemente Dios existe. Son tres afirmaciones muy diversas: la primera es de un creyente; la segunda, de un ateo; la tercera puede ser de un escéptico, o de un ignorante, o de un investigador, según los casos. Hemos de advertir con humildad que no podemos contar siempre con la calificación de lo absolutamente seguro. En ocasiones hemos de contentarnos con lo posible: puede ser, puede no ser. En el caso del diablo como un ser en sí, espiritual y personal totalmente diverso del hombre, tenemos lo probable. Probable dice más que posible: hay buenas razones para afirmar. Y en lo probable hay grados. Yo he dado la nota de altamente probable. Esto, en cuanto al grado de certeza en general.

Quinta: Comprendo que aun con estos matices necesarios, algunos de los oyentes caigan en estupor. Diré, por ser agresivo, que eso se debe no tanto a su interés por la ortodoxia, sino al miedo que tenemos ante la propia libertad y responsabilidad (elementos que Juan Pablo II subraya en las mismas catequesis en las que habla del diablo como ser personal). Resulta de no poco interés el que prefiramos refugiarnos en el terror y en lo espectacular de un diablo que, como ser misterioso, nos asusta con pesadillas nocturnas, o con los posesos, que aceptar de plano nuestras propias responsabilidades y, según el Génesis, dar la respuesta evasiva de Adán, evasión que es ya una auto–condena: yo no fui, la mujer que me diste me ofreció la fruta. O la de Eva: yo no fui, sino que la serpiente me engañó. (11) Otro grupo de oyentes preguntará, tal vez, que si el diablo no existe, por qué la Iglesia nos aterroriza con tal noción. Respondo que aun suponiendo que el diablo no existiera en sí, el lenguaje de la Biblia y de la Iglesia, con el que se personifica al diablo como diverso del hombre, es muy amable y misericordioso; y te excusa echando la primera culpa a un tentador diverso, en lugar de acusarte diciendo: el diablo eres tú.

Sexta: La existencia del mal en el mundo es un hecho harto evidente. Para quien por un lado sabe que Dios es bondadosísimo y, por otro, tiene confianza en el hombre, el mal es una realidad injustificada que se ha de eliminar. A Dios no se le puede atribuir la creación del mal, cosa que ya sabían aun autores paganos como Platón, quien nos cuenta el Mito de Er en La República. (12) Siendo el origen del mal un misterio, parece que la mejor respuesta es que se trata de un riesgo consecuente al don maravilloso de la libertad. Es verdad que los hombres tenemos cierta excusa al decir que el diablo nos induce en tentación, pero el problema teórico sobre el origen del mal queda intacto: al principio de todo ¿quién tentó a Lucifer, el más bello de los querubines?

Séptima: Pasamos ahora a ver los textos de la Escritura en los que el diablo se describe como la actitud anti–Jesús o anti–Cristo. Vuelvo a insistir: que eso sea el diablo no elimina del todo la probabilidad de que el diablo sea un ser en sí, espiritual y personal totalmente diverso del hombre.

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