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Para este caso en particular, se podría especular sobre la utilización de por lo menos un tercer color (¿amarillo o blanco?) que podría haberse aplicado en los espacios libres que se aprecian hoy entre los trazos rojos y negros, lo cual se sugiere a partir del resalte digital (filtro lds). Sin embargo, solo estudios más puntuales podrían corroborar o desmentir esta especulación.
CONCLUSIONES
Si bien la presencia de pinturas rupestres con pigmentos diferentes al rojo en la Sabana de Bogotá (y en el altiplano cundiboyacense en general) ha sido advertida de manera esporádica por varios investigadores durante el último siglo, esta “excepcionalidad” no les ha merecido mayores ni más concienzudos comentarios, documentaciones o análisis que los desarrollados para la ocurrencia de pigmentos rojo ocre o sus derivados.
Desde las observaciones de los conquistadores y cronistas de figuras hechas en “almagre”, pasando por las hipótesis que resaltan el valor simbólico del rojo26, hasta los análisis científicos que dan cuenta de la composición y técnica de elaboración de los pigmentos ocres27, la preeminencia del rojo en el arte rupestre de la región parece corresponder no solo a su advertida profusión sino también a un sesgado y subjetivo enfoque que ha venido condicionando la percepción de los investigadores. Para ejemplificar lo anterior, se podría citar el hecho de que solo hasta el año 2005, cuando se realizaron trabajos de restauración en el Parque Arqueológico Piedras de Tunja de Facatativá28, se advirtió la presencia de pintura con pigmento blanco, a pesar de que el sitio había sido documentado por muchos investigadores desde el siglo XIX29. Dicho “descubrimiento” fue posible gracias a que por esas fechas se evidenció la presencia de murales policromos en Sutatausa30, lo que indujo a los investigadores a refinar la observación, y sobre todo a “abrir el espectro” al momento de abordar la documentación e intervención de este sitio. Con base en lo anterior se podría corroborar que, en el ejercicio de reconocimiento y documentación de sitios con arte rupestre, la percepción visual no recae solo en el ojo, pues esta, lejos de ser objetiva, se condiciona a su vez por el conocimiento que a priori construye el investigador de lo que esperaría, o querría, encontrar.
“Ampliar el espectro” en el estudio del arte rupestre implica preconcebir nuevas posibilidades de ocurrencia de fenómenos que puedan ser corroborados empíricamente en los sitios y ser traducidos en documentaciones que registren una mayor cantidad de eventos susceptibles de dar cuenta de la complejidad formal de cada mural. Esto se hace evidente, por ejemplo, al trabajar en laboratorio las fotografías digitales de sectores que en campo no mostraban mayores evidencias de pigmentos pero que, tras la aplicación de los programas especializados, “hacen visible lo invisible”.
La advertencia de murales policromos permite replantear algunas generalizaciones que se han venido haciendo para el arte rupestre de la región, como la de la preeminencia del uso de pintura en rojo ocre, lo cual no correspondería necesariamente con las condicionantes tecnológicas o la intencionalidad cultural bajo las cuales se produjo, sino que sería más bien el resultado de la conservación diferencial y la baja adhesión de los pigmentos de otros colores de acuerdo con Argüello y Martínez31; es decir, debido a un efecto que se puede explicar a través de la lógica tafonómica32, que nos induce a reconocer que el arte rupestre que vemos hoy dista mucho del que realizaron sus artífices, pues solo sería una fracción, un remanente de lo que quedó tras siglos de degradación producida por múltiples factores de alteración.
Figura 8. Recreación comparada de indígena pintando un mural rupestre en Zipacón. A manera de hipótesis, se plantea que los murales rupestres que hoy percibimos como monocromías en ocres (izq.), en realidad hayan sido ricas policromías (der.) en su momento de ejecución. El influjo de factores ambientales durante siglos habría degradado y hecho desaparecer casi completamente los vestigios de pinturas de otros colores (amarillo, negro, blanco, etcétera). Dibujo: Diego Martínez Celis.
Los hallazgos de policromías rupestres en lugares tan distanciados como Facatativá, Zipacón, Tenjo, Guatavita, Suesca, Sutatausa, Cucunubá, Machetá o Tibirita (véase fig. 2), mostrarían un nuevo e insospechado panorama de amplia distribución de remanentes de una variante poco advertida de la técnica pictórica del arte rupestre del altiplano cundiboyacense, que más que excepcional pudo ser la constante en su ejecución original (figs. 8, 9 y 10).
Figura 9. Otros vestigios del pasado prehispánico en Colombia, realizados en piedra pero conservados en condiciones de aislamiento a la intemperie, presentan evidencias de haber estado profusamente pintados con colores diversos (rojo, negro, amarillo, blanco, naranja, etcétera). A la izquierda, interior de un hipogeo (tumba subterránea labrada en la roca viva) de Tierradentro, Cauca; a la derecha, lajas “decoradas” que acompañan un sarcófago en una tumba de San Agustín, Huila. Fotos: “inyucho” bajo licencia CC 2.0. Wikimedia Commons y Diego Martínez Célis.
Figura 10. Curva de degradación hipotética de los diversos pigmentos utilizados en las pinturas rupestres de la sabana de Bogotá y “espectro cromático visible” en el presente. Se propone que la diferencia en la proporción advertida entre las pinturas rojo ocre y las de otros colores (naranja, amarillo, negro o blanco), se debe a la conservación diferencial entre estos debido a condiciones intrínsecas de sus materiales constitutivos y no necesariamente a condicionantes tecnológicas o motivaciones culturales de sus artífices. De esta manera, el “espectro cromático visible” de antiguas policromías se restringe hoy día en gran medida al rojo ocre, en principio por mayor conservación y visibilidad frente a otros colores, seguido de la percepción condicionada del observador contemporáneo, que no espera encontrarlos, y por lo tanto no los ve ni los registra en sus documentacio- nes. La trayectoria de las curvas indicaría que en el presente aún subsiste una pequeña muestra de policromías que podrían registrarse, pero en el futuro será cada vez menos posible; mientras que los rojos se mantendrán con cierta estabilidad, aunque también desaparecerían. Gráfico: Diego Martínez Celis.
Se espera que lo aquí planteado incite a realizar nuevas revisiones a los sitios ya reconocidos y a profundizar en estudios que se basen en la identificación y análisis de los pigmentos que constituyen las pinturas rupestres, pues ante la imposibilidad de comprender su significado, sentido o función, algunas de las preguntas capitales del “enigma rupestre” (quién, cuándo o cómo se elaboró) podrían vislumbrar respuestas a partir del estudio detallado de sus componentes materiales y las deducciones que de estos se puedan derivar (por ejemplo, mediante la inferencia de cadenas operativas de producción de las pinturas, de los instrumentos para realizarlas o de los motivos plasmados33.
Vale lo anterior además para hacer un llamado a las entidades encargadas de los sitios, y a los especialistas, para evitar al máximo cualquier intervención sobre los murales rupestres, incluidas aquellas que buscan “rescatarlas” mediante, por ejemplo, la eliminación de grafitis contemporáneos o la remoción mecánica o química de materiales agregados en su superficie (minerales o microflora), pues si no se advierten las sutiles evidencias de pinturas de colores de más baja adhesión que las de rojo ocre (no perceptibles a simple vista), estas pueden desaparecer tras el paso de chorros de agua a presión, cepillos, borradores de nata, hisopos con disolventes u otros procedimientos que suelen llevar a cabo los profesionales en restauración que intervienen el arte rupestre en Colombia34.
El estudio y gestión contemporánea del arte rupestre aboga por su abordaje integral con el entorno, con base en que los denominados Sitios con Arte Rupestre (sar)35 deben incorporar la complejidad de fenómenos que en estos interactúan. Por ejemplo, entre los aspectos a tener en cuenta en la investigación, valoración y manejo de los sitios presentados (y otros nuevos que puedan denunciarse), estaría el de indagar por las causas de la conservación de las pinturas de colores menos resistentes y su relación con el medioambiente. Casos como el de Suesca, donde el ecosistemarelicto ha permitido la supervivien- cia de especies vegetales endémicas, podrían indicar la importancia del mantenimiento del entorno en la preservación de los sitios con arte rupestre que, como sistemas vivos, parecen también reaccionar a los cambios, cada vez más significativos, propiciados por factores de reciente y creciente incidencia (deforestación, calentamiento global, polución, lluvia ácida, etcétera).
De esta manera se justifica y se hace urgente incentivar el respeto por el entorno y por la “pátina de la historia”36 que se ha depositado sobre sus superficies y que, como el contexto y la estratigrafía en arqueología, representan unos de los recursos (sutiles, muy vulnerables y cada vez más escasos) con que podríamos contar para refinar y acrecentar nuestro conocimiento de estas manifestaciones del pasado.
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1 “Después que entré en estas tierras me ha solicitado el deseo de saber si en algún tiempo entró en ellas por algún camino la luz del Evangelio, y se ha alentado esto en ocasiones que he visto cosas que me parecen centellas de eso, como son: que estos indios esperan el juicio universal, por tradición de sus mayores, diciendo que los muertos han de resucitar […]. También hallamos […] que ponían cruces sobre los sepulcros de los que habían muerto picados de víboras u otras culebras o serpientes […]. Hállase también esta misma figura de la Santa Cruz, bien hecha y formada con un almagre tan fuerte que la antigüedad ni las aguas lo han podido borrar en algunas peñas altas, que las hallaron hechas cuando entraron los españoles, de que yo he visto algunas cerca del pueblo de Bosa y Soacha.” Pedro Simón, Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias occidentales. 103-109 (7 t.). Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1981, [ca.1625], t. 3, 373.
2 “Y sea el sentimiento común de naturales y extranjeros de que el vestigio que se halla estampado en una piedra de la provincia de Ubaque fue señal del pie del Apóstol que dejó prueba de su predicación y tránsito por aquellas partes, como por las de Quito donde se halla otra de la misma forma.” Lucas Fernández de Piedrahita, Noticia historial de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada. Revista Ximénez de Quesada (2 vols.). Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1966 / 1973 [1688], p. 63. “En el cerro de Itoco de los muzos se halla una loza y en ella impresas huellas de pie humano. En la de Guane en los indios de Tocaregua esta una loza de dos varas y media de alto y dos de ancho, algo encajada en la tierra en que están tres figuras de hombres de medio relieve con un mismo género de vestidos como indios o apóstoles.” Alonso Zamora, Historia de las Provincias de San Antonio del Nuevo Reino de Granada. Biblioteca Popular de la Cultura Colombiana, v. 4. Bogotá: Ministerio de Educación, 1945 [1701], p. 273.
3 “Una tradición certísima que tiene todos los de este reino de haber venido a él [...] un hombre no conocido de nadie [Bochica] hasta llegar a la provincia de Guane donde hay mucha noticia de él, aun dicen hubo allí indios tan curiosos que lo retrataron, aunque muy a lo tosco en una piedras que hoy se ven y unas figuras de unos cálices dentro de las cuevas donde se recogía a las márgenes del gran río Sogamoso.” Pedro Simón, op. cit.
4 “[como a dos leguas o menos de la ciudad de Vélez] está un río, y en él una peña que hace frente, tajada, llana y lisa, y en ella, esculpida y labrada una cruz, y yo la he visto; y queriendo el dicho general [Jiménez de Quesada] saber este secreto de ella, mara- villándose mucho de hallarla, le fue hecha relación por indios muy viejos que de ellos más que otros tenían noticia de sus padres y antepasados que debía venir de más de mil quinientos años conforme a la cuenta que daban por lunas, como si dijésemos meses.” Vargas Machuca [1612] en José Pérez de Barradas, Los muiscas antes de la conquista. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas (2 vols.), Instituto Bernardino de Sahagún, 1951. t. II, p. 326.
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6 Manuel Ancízar, op. cit., 115.
7 Ibíd., t. I, p. 83.
8 Miguel Triana, op. cit., p. 206.
9 Wenceslao Cabrera Ortiz, “Pictógrafos…”, op. cit.: 231-253.
10 Wenceslao Cabrera Ortiz, “Monumentos…”, op. cit.: 81-167.
11 José Virgilio Becerra, op. cit., p. 85.
12 Álvaro Botiva Contreras, op. cit., p. 11.
13 Vale reconocer que autores como Guisletti (1954), Silva Celis (1968), Botiva (2000), Argüello y Martínez (2004) o Álvarez y Martínez (2005), identificaron y documen- taron pinturas rupestres en colores diferentes al rojo, en sitios como Tasco (negro), Sogamoso (blanco), Sáchica (blanco y negro), Machetá (blanco), Tibirita (blanco), Guatavita (negro) o Facatativá (blanco).
14 Pedro María Argüello y Diego Martínez Celis, “Procesos tafonómicos en el arte ru- pestre: un caso de conservación diferencial de pinturas en el altiplano cundiboyacense, Colombia”. Rupestreweb, web 2004: http://www.rupestreweb.info/sutatausa.html.
15 Robert Bednarik, “A taphonomy of paleoart”, Antiquity, 68, 68-74. 1994.
16 Pedro María Argüello García y Diego Martínez Celis, op. cit. .
17 No se incluyen los casos de Sutatausa presentados en el artículo referido de Argüello y Martínez (2004). El sitio de Tenjo fue reseñado anteriormente por Botiva (2000); los demás son inéditos.
18 Robert Mark y Evelyn Billo, “Aplicación del Mejoramiento Digital de Imágenes en la documentación de arte rupestre”. Documentación y registro del arte rupestre. Contribuciones al estudio del arte rupestre sudamericano, n.o 6, M. Strecker y F. Taboada (eds.). La Paz: sIarb, 2002, pp. 142-153.
19 Desarrollado por Jon Harman especialmente para aplicar en la documentación de arte rupestre. Véase más en: http://www.dstretch.com/
20 José Pereira, “DStretch, mejora de imagen para arte rupestre”, web 2012: http://www.jperei- ra.net/software-revisiones-y-consejos/dstrech-mejora-de-imagen-para-arte-ruestre.
21 El rombo ha sido quizás la figura más advertida y analizada en el estudio del arte ru- pestre del altiplano cundiboyacense (p. ej. Triana, 1922; Uribe y Borda, 1938; Guisletti, 1954; Núñez Jiménez, 1959).
22 Véase al respecto Pedro María Argüello y Diego Martínez Celis, op. cit. .
23 Según Hernández-Camacho y Sánchez (1992) y Van der Hammen (1992), los enclaves secos “corresponden a formaciones xerofíticas y subxerofíticas que durante periodos áridos del Pleistoceno ocuparon mayor extensión y actualmente pueden considerarse refugios secos del presente. Su flora presenta un número apreciable de endemismos y posee ciertas especies afines o idénticas con las comunidades análogas de Ecuador, Perú y Bolivia” (Cortés Sánchez et al., 2007).
24 José Luis Fernández Alonso, “Nueva especie de Condalia Cav. (Rhamnaceae) y notas sobre los géneros de la familia en la flora de Colombia”, Caldasia, 19 (1-2), 1997: 101-108.
25 Carolina Vanegas, “La imagen arqueológica en la construcción de la imagen de la nación en Colombia. El álbum Antigüedades neogranadinas de Liborio Zerda”. Revista Antípoda, 12, 2011:34-48. Miguel Triana, El jeroglífico chibcha. Bogotá: Banco Popular, 1970 [1924], plancha lvI. Wenceslao Cabrera Ortiz, “Monumentos…”, op. cit.: 81-167. Gonzalo Correal y María Pinto, Investigación arqueológica en el municipio de Zipacón, Cundinamarca. Bogotá: Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales Banco de la República, 1983, p. 53.
26 José Virgilio Becerra, op. cit., 85.
27 Andrea Martínez Moreno y Catalina Bateman Vargas, “Técnica de elaboración de las pictografías ubicadas en el área de curso del río Farfacá, Tunja (Colombia)”, Rupestreweb, web 2004: http://rupestreweb.info/farfaca.html.
28 María Paula Álvarez y Diego Martínez Celis. “Procesos de documentación y conservación en los conjuntos pictográficos 20A y 20B (16, 19 y 20) Parque Arqueológico de Facatativá (Cundinamarca).” Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2005.
29 Carolina Vanegas, op. cit. Miguel Triana, op. cit., planchas xIII -xvI. Antonio Núñez Jiménez, Facatativá, santuario de la rana. La Habana: Universidad Central de las Villas, 1959.Wenceslao Cabrera Ortiz, “Monumentos…” op. cit.: 81-167. Roberto Lleras y Arturo Vargas, Las piedras pintadas de Facatativá, estudio de dos zonas, ms., 1973. Julián Baracaldo, “Hacedores de pictografías: Algunas reflexiones en torno al arte rupestre en el cercado de Facatativá al occidente de la Sabana de Bogotá”. Revista Inversa, 1 (2), 2006: 108-142.
30 Pedro María Argüello y Diego Martínez Celis, op. cit.
31 Ibíd.
32 Robert Bednarik, op. cit..
33 Danae Fiore, “Comentario al artículo ‘Técnica de elaboración de las pictografías ubicadas en el área de curso del río Farfacá, Tunja (Colombia)’, Rupestreweb, web 2004: http://www.rupestreweb.info/farfaca.html#fiore.
34 Pedro María Argüello, “Restauración y educación en el arte rupestre. Notas sobre un caso colombiano (Parque Arqueológico de Facatativá)”. Comentado por María Paula Álvarez, Rupestreweb, web 2006: http://rupestreweb.info/facaresta.html.
35 Diego Martínez Celis, Lineamientos para la gestión patrimonial de sitios con arte rupestre en Colombia como insumo para su apropiación social. Bogotá: Ministerio de Cultura, 2015.
36 “La ‘pátina de la historia’ visible en la estructura de un sitio de arte rupestre es evidencia importante y forma parte integral de esa estructura. Esta incluye marcas o cambios naturales o artificiales. Estructura (Fabric): Son todos los aspectos físicos de un sitio de arte rupestre, incluyendo depósitos acrecentados, rastros de posteriores acciones humanas, modificaciones, incluso en algunos casos rastros de vandalismo, líquenes, y otros.” (Ifrao, Código de Ética, 2000).
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