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Habitando la ciudad desde tres territorios emblemáticos

Como ya se ha mencionado, se eligió para estudiar la relación entre territorio de proximidad y movilidad cotidiana tres territorios, tres lugares emblemáticos en el proceso de construcción de la ciudad de Santiago, cuyos habitantes se caracterizan por tener una inscripción territorial bien referenciada en su espacio local.

El estudio de la proximidad y movilidad en tanto unidad de observación, es pertinente para indagar en el proceso gatillado por los cambios urbanos de las últimas décadas. Si bien, en un primer momento sólo interesaba estudiar a los habitantes de bajos ingresos, pues se pensaba que comprendiendo las dificultades y prácticas de movilidad cotidiana de estos habitantes sería posible decir algo sobre la movilidad en Santiago, a medida que se avanzó en la investigación, fue apareciendo la importancia de comprender la movilidad como un fenómeno ‘social total’2 que no sólo abarcaba las prácticas de desplazamiento sino también los motivos, los significados y los vínculos; en definitiva, la relación que el individuo teje con el territorio que practica. Así, al primer territorio estudiado con el cual se partió la investigación fue El Castillo en la comuna de La Pintana, al cual se le incluyeron dos territorios adicionales, Villa Portales en Estación Central y la Comunidad Ecológica en Peñalolén.

El Castillo, es un barrio constituido por población de escasos recursos económicos (lo que se conoce como población pobre o muy pobre) localizada en la periferia sur de la ciudad de Santiago, bastante alejado del centro de la ciudad. Representa un caso emblemático de las erradicaciones realizadas en la época de la dictadura militar y el objetivo de estudiarlo fue develar el contexto e historia de formación de esta población, así como las prácticas de movilidad cotidianas de sus habitantes centradas en lo local, recursos que son importantes para estas familias.

El segundo territorio estudiado fue la Unidad Vecinal Portales, conjunto de casas y edificios construidos por el Estado en la década de los cincuenta para la clase media trabajadora del país. Fue un proyecto emplazado en el pericentro de la ciudad y se constituyó en emblemático del ideal modernizador del Estado. Este lugar es un hito de la arquitectura chilena, siendo un proyecto concebido para el encuentro entre sus habitantes. Resultó interesante observar que existían residentes que privilegiaban la escala de la proximidad para sus prácticas cotidianas. La centralidad y la buena accesibilidad con la que contaba este territorio hicieron de la Unidad Vecinal Portales un espacio único en la ciudad.

El tercer territorio fue la Comunidad Ecológica de Peñalolén. Este lugar conformado por una clase acomodada se levantó en los albores de los años ochenta en la periferia rural de la ciudad, por un grupo de familias descontentas con la vida urbana. Se seleccionó este territorio pues interesaba estudiar las movilidades cotidianas de las familias que vivían ahí, quienes compartían una vida de barrio y comunidad muy intensa. Por encontrarse en un sector periférico, interesaba comprender las estrategias puestas en marcha por los habitantes y sus familias para combinar la vida en la Comunidad y la movilidad cotidiana muy basada en el uso del automóvil privado.


Fuente: Elaboración propia

La selección de estos territorios no buscó compararlos entre sí, sino dar cuenta de la diversidad de comportamientos y experiencias de habitar la casa, el barrio y la ciudad.


A partir de una mirada antropológica al territorio, que consideró observaciones directas y visitas reiteradas, así como conversaciones y entrevistas con los diferentes habitantes, es que fue posible acercarse a la relación entre el individuo y su territorio. Esta mirada, se aplicó en tres niveles: la casa, el barrio (o la proximidad) y la ciudad. En cada uno de estos niveles se indagó en las prácticas, estrategias y experiencias de los habitantes con su territorio.

Así mismo, se establecieron dimensiones que ayudaron a agrupar y analizar la información recolectada. Para ello, se identificaron diez dimensiones que no serían estudiadas de manera aislada, sino en su interacción (con cuatro configuraciones identificadas), dando cuenta de la variedad de vínculos que existían con el territorio y entre habitantes de un mismo grupo social. Se pudo observar personas que, si bien valoraban su casa y se sentían muy arraigadas a ella, replegándose en la vivienda, rechazaban el barrio por considerarlo inseguro y hostil. Mientras otros tenían prácticas barriales muy intensas, situación que no se contradecía con una movilidad cotidiana igualmente importante más allá de esta escala.

Tabla dimensiones y configuraciones


A partir de los relatos e historias presentadas en las siguientes páginas, se describe cómo la proximidad se ha convertido en un elemento central de la movilidad de los habitantes de la ciudad. Aparecen “visiones alternativas donde la relevancia del territorio como referente geográfico de sentido resulta central”, lo cual implica que la puesta en marcha de una movilidad generalizada, “no es suficiente evidencia para pensar que la movilidad construye un necesario desarraigo del territorio local y significativo” (Jouffe y Campos 2009, 2).

La lectura del territorio de proximidad como soporte y sus dimensiones (anclajes o vínculos prácticos y afectivos) permite comprender la movilidad desde una perspectiva más amplia. Es decir, la manera como se da la relación entre habitante y territorio, mostrando no una relación opuesta, sino más bien una dialéctica –y muchas veces también una relación dialógica– entre anclaje en la proximidad y movilidad cotidiana.

Las combinaciones que aparecen en cada territorio son muy variadas, y la movilidad y el anclaje, son los extremos entre los cuales existe un continuo. Así, este libro se acerca a la experiencia de la proximidad de los habitantes, al comprender cómo se utilizan los recursos del territorio de proximidad en pos de una movilidad cotidiana, las estrategias puestas en marcha, la capacidad de reacción y las competencias de los habitantes para moverse.

Darle valor a la territorialidad de los habitantes, a la relación afectiva y/o instrumental que tejen con los territorios que practican, deja al descubierto que es el propio habitante quien construye, organiza e integra los territorios a su medida. Las movilidades y las no movilidades, así como sus significados, es aquello que se quiere develar en este libro.

CAPÍTULO II:
TRES TERRITORIOS EMBLEMÁTICOS DE LA CIUDAD DE SANTIAGO DE CHILE
La Unidad Vecinal Portales:
El proyecto de ciudad moderna

Una de las características del paisaje urbano y residencial de la ciudad de Santiago son los diferentes y variados conjuntos de viviendas que se han construido a lo largo del siglo XX. Dentro de las diferentes soluciones destaca lo ocurrido entre 1950 y 1970, período que marca un hito en lo referente a las transformaciones experimentadas por la ciudad. En 1948 se aprobó la Ley Pereira, que posibilitó la colaboración entre el sector público y el privado para la construcción de viviendas económicas y que originaron una serie de proyectos en Santiago, y en todo Chile, para innovar en la manera de habitar la ciudad.

En la década del cincuenta se introdujo un nuevo paradigma en la forma de hacer ciudad, asociado al compromiso que el Estado adquiere con la vivienda. Este cambio se asocia a las transformaciones sociales, políticas, económicas e institucionales que vivía el país y que marcaron la evolución de los ideales urbanos y arquitectónicos de ese período. Las nuevas ideas acerca de la forma de hacer ciudad vienen de la influencia del movimiento moderno y de la Carta de Atenas, y se manifestaron en los primeros asentamientos de habitación popular de los años treinta y cuarenta (Hidalgo, 1999).

Entre 1950 y 1960, impulsados por el Estado, se construyeron también una serie de proyectos habitacionales siguiendo la idea de la vivienda colectiva moderna. La ideología del movimiento moderno reflejó en la ciudad un nuevo modelo urbano. El Estado de Bienestar trajo como resultado un nuevo modelo de ciudad, que se vio plasmado en el equipamiento público, en las nuevas formas de habitabilidad y en el acceso a la vivienda (Pool, 2008). El proceso antes descrito se concreta por medio del Ministerio de Obras Públicas (MOP) y la Corporación de Vivienda (Corvi), y a través de instituciones mixtas como Empart y Cormu3.

Las manifestaciones más relevantes de todo este proceso se ven reflejadas en la década del setenta con la construcción de grandes conjuntos habitacionales pensados para el habitante moderno. Algunos de estos proyectos impulsados por el sector público fueron las tan emblemáticas Villa Frei, la Unidad Vecinal Portales y Providencia. Estas construcciones albergaron la idea de un Estado benefactor, paternalista, muy preocupado por los problemas sociales de la época.

En específico, Villa Portales fue concebido como una obra de gran envergadura y valor. Primero, por tratarse de un proyecto de vivienda innovador; segundo, por sus habitantes; y tercero, por la huella que dejó en la arquitectura de la ciudad. Villa Portales fue un proyecto de vivienda particular y sólo puede entenderse bajo el rol que tomó el Estado en esas décadas, como agente planificador y creador de ciudad. Bajo este contexto se crearon mecanismos encargados de proveer servicios a sus afiliados, entre ellos, el de vivienda.

Los habitantes que llegaron a Villa Portales eran de clase media. Tuvieron acceso a una vivienda de calidad y albergaban un proyecto de movilidad social. Quienes llegaron a habitar La Villa eran un grupo homogéneo, con gran capital cultural, gente formada y preparada: profesores, asistentes sociales, oficinistas, jefes de obras, gasfíter, dibujantes, choferes y vendedores. También había médicos, ingenieros y arquitectos. Una gran variedad de perfiles, pero todos, parte de una clase media con valores y sueños comunes. Villa Portales fue diseñada de una manera única, con calles elevadas, circulaciones verticales, recorridos en altura conectados por medio de rampas, grandes espacios verdes y plazas. Sus departamentos y casas son de gran amplitud, por lo que posee grandes comodidades para la vida diaria.

Villa Portales aún conserva un entorno privilegiado en la ciudad. Inserta en el área continua del triángulo central de Santiago, cuenta con la mayor concentración de servicios y equipamientos, con acceso a redes de infraestructura vial importantes –transporte urbano y metro. Asi mismo, está rodeada por grandes construcciones que le dan un carácter de aislamiento: la Universidad de Santiago de Chile, la Quinta Normal y la Autopista Alberto Hurtado (ex avenida General Velásquez), que de alguna manera contienen al conjunto de la Villa.

Este conjunto habitacional se construyó en un territorio muy extenso de 31 hectáreas, de las cuales el uso del suelo para edificación corresponde solo a 20% del total. Existen en la actualidad 1.860 viviendas, de las cuales 1.500 son departamentos (block como unidades habitacionales) y 360 son casas (plazuelas como unidades habitacionales), que en un comienzo albergaron a 11.000 habitantes. En la actualidad vive casi la mitad, lo que da cuenta de un éxodo importante de población.

Los edificios de la Villa tienen una altura entre cinco y siete pisos. Los blocks 1 y 2 se construyeron con una altura que superó la permitida de ese tiempo, situación que obligó a que se implemente una vía de circulación elevada sobre dos pisos inferiores, es decir, sobre el tercer piso, lo que permitió cumplir con la normativa de acceso a los departamentos de pisos superiores sin tener ascensor. Estos cuentan con una disposición hacia el extremo poniente del conjunto, con una vista hacia la cordillera de Los Andes por el oriente y de la cordillera de La Costa por el poniente. Los edificios más pequeños, de cinco pisos, están en directa relación con la vegetación y los árboles que rodean a todo el conjunto. Las viviendas se encuentran rodeadas de vegetación y árboles frutales que les dan nombre a las quince plazoletas.

Si bien algunos aspectos aparecen como muy favorables, la Villa presenta en la actualidad un importante deterioro. La inadaptación social del proyecto a las condiciones actuales de sus habitantes, el empobrecimiento y el envejecimiento de su población, la influencia de la dictadura militar son algunos de los elementos que han contribuido a mermar la vida de este conjunto habitacional. Su gran dimensión y los problemas con la administración que se producen a partir de los años setenta provocaron un difícil control de la Villa por parte de sus habitantes (Forray et al., 2011). A ello, se le suman en la actualidad problemas como el del uso del suelo, la problemática de la basura, el desgaste de los espacios públicos y la llegada de nuevos residentes.

El Castillo: la vivienda social en dictadura

El barrio El Castillo ésta ubicado en la comuna de La Pintana. Se trata de un territorio emblemático que refleja un momento en que el papel del Estado chileno disminuye en pos de un mercado que controla los precios del suelo. Todo ello tuvo sin duda repercusiones en la vivienda, su localización y las formas de habitar. Es en 1979 cuando se decreta que el suelo urbano en Chile no es un bien escaso. Su precio sería fijado por el mercado. Esta política afecta el valor del suelo y fragmenta el espacio social de la ciudad. El valor aumenta en los lugares más centrales y los valores más bajos se desplazan hacia la periferia. Se comienzan así a construir conjuntos de viviendas sociales en las comunas con un menor valor de suelo, lo que provoca una homogeneización de la pobreza en ciertas áreas de la ciudad, sobre todo en la periferia (Hidalgo, 2007).

Lo que ocurrió en la época de la dictadura militar con la comuna de La Pintana es un buen ejemplo de lo anterior. En este período se produce un importante déficit de vivienda, hecho que es subsanado por medio de las llamadas “políticas de erradicación de campamentos”. En el período entre 1979 a 1984 se trasladaron grandes contingentes de población de escasos recursos, ubicadas en áreas de alta plusvalía, hacia barrios periféricos de la ciudad donde se les entregaron viviendas.

La historia de la comuna de La Pintana, contexto territorial de El Castillo, se entiende en el marco de los procesos de reformas estructurales que afectaron la liberalización del uso del suelo en la década del setenta en Chile; periodo en el que también el país vivió reformas políticas administrativas orientadas hacia la descentralización y desconcentración del Estado4. En este contexto, El Castillo fue un proyecto de vivienda social destinado a habitantes de campamentos pobres, con una arquitectura muy precaria y con un mínimo de equipamiento. Fue en la Pintada donde se llevó a cabo una de las acciones más emblemáticas en la historia de la vivienda social del país, implicando el traslado de cerca de 30.225 familias habitantes de campamentos hacia nuevas localizaciones periféricas, cambio que provocó una suerte de polarización de secciones homogéneas, cuyos resultados se aproximan a las definiciones conceptuales de segregación y expoliación urbana (Gurovich, 1989). Del total de campamentos erradicados, el 72% fueron ubicados en las comunas de La Granja (parte de la actual comuna de La Pintana), Pudahuel, Puente Alto y San Bernardo.

La historia de La Pintana se remonta al año 1942, cuando la entonces Caja de la Habitación Popular adquiere los títulos de dominio del fundo La Pintana, que había pertenecido al expresidente Aníbal Pinto. En ese lugar se instalaron los primeros Huertos Obreros y Familiares del país. Ahí, la Caja edificó en un principio una población modelo destinada a la Sociedad Cooperativa José Maza, con viviendas de tres dormitorios sobre 500 lotes de media hectárea, además de algunos servicios de equipamiento comunitario y reservas de espacio, cuya primera etapa se inauguró en 1946, y las siguientes en 1950 y 1957. Este proyecto ha permaneciendo hasta hoy con pocas variaciones y se mantiene como un símbolo del cooperativismo progresista. Entre 1960 y comienzos de la década siguiente, se produjo un poblamiento importante en las cercanías, como consecuencia de programas de Operación Sitio y tomas de territorios que conformaron el sector urbano delimitado por Lo Martínez, Santa Rosa, Lo Blanco y San Francisco5. Bajo esta conformación, la población de La Pintana comenzó a crecer rápidamente, y en tan solo diez años se sextuplica el número de habitantes, pasando de 5.718 habitantes en 1960 a 36.502 en 1970.

En mayo de 1981 se divide La Granja (comuna de nivel socioeconómico relativamente pobre), creándose la nueva comuna de La Pintana, con 3.324,34 hectáreas de superficie, en el borde de contacto de la ciudad y su entorno rural inmediato. Desde 1979, e independiente de las cuestiones de administración local, La Pintana se transforma en sujeto controlado de laboratorio para la tesis de homogenización social de las comunas. Esta había comenzado a recibir conjuntos de familias y poblaciones completas erradicadas, incrementando a un ritmo increíble su contenido demográfico. Entre 1979 y 1989 se construyeron cinco soluciones habitacionales por día (específicamente casetas sanitarias), con urbanización mínima. Como resultado, en diez años se instalaron 80 mil nuevos habitantes en cerca de 30 conjuntos habitacionales. Si bien este proceso de traslado y de radicación de pobladores logra superar en parte las penurias habitacionales y sanitarias de cientos de miles de personas, los niveles de integración espacial con la ciudad disminuyen dramáticamente junto a la cada vez más lejana inclusión. (Gurovich, 1989). Los nuevos pobladores llegaron a lugares que muchas veces no tenian los servicios básicos (agua, transporte, etc.), además de experimentar el quiebre de lazos sociales y familiares producto del traslado. Lo anterior, concentra aún más la pobreza, con su consiguiente homogenización espacial, produciendo una segregación a gran escala.

La gran mayoría de los habitantes de El Castillo son pobladores muy pobres, erradicados de diferentes áreas de la ciudad de Santiago. Nunca tuvieron la posibilidad de elegir dónde trasladarse, más bien fueron expulsados de las áreas que eran valiosas para el mercado, ofreciéndoles la posibilidad de ser propietarios de una vivienda de carácter social. Los asentamientos que ocupaban estos grupos antes de ser trasladados, eran territorios ubicados en municipios con un alto valor de la tierra urbana y, por lo tanto, estas poblaciones ponían en peligro el precio del suelo de estas áreas (Hidalgo, 2005; Banderas, 2008; Gurovich, 1989).

La Comunidad Ecológica: la construcción de un imaginario

Frente a los grandes territorios de vivienda social ubicados en la periferia de la urbe, desprovistos de servicios e infraestructura, aparecieron en Santiago estilos de vida asociados a un imaginario suburbano que privilegiaban el espacio, la libertad, el contacto con la naturaleza y el aislamiento. Situada un poco más adelante en el tiempo que Villa Portales y El Castillo, la Comunidad Ecológica de Peñalolén se enmarca en este contexto de transformación, fragmentación y privatización de los espacios residenciales que habia venido ocurriendo en varias de las ciudades latinoamericanas.

El imaginario de la periferia o suburbio para las clases medias y altas como lugar deseado se sitúa en el contexto americano de mediados del siglo XX, cuando las ciudades comienzan a expandirse hacia nuevas áreas periféricas. Los grupos más acomodados vieron en esa expansión la posibilidad de construir un lugar diferente, donde la idea de progreso y movilidad social se hace patente. Se trata de una busqueda por diferenciarse a partir de un estilo de vida particular con un marcado repliegue sobre el espacio privado (Márquez, 2006).

De esta manera, la periferia será el espacio donde los habitantes pueden completar su deseo de diferenciación y desarrollar su estilo de vida. El deseo de ir a habitar los bordes de la ciudad se asocia también con los cambios que vienen sufriendo los centros históricos de muchas ciudades. Lo anterior, conformó a la periferia como un lugar con mejor calidad de vida. Esta nueva ciudad, ahora alejada de los males urbanos, se constituye en un lugar donde los habitantes pueden desarrollar un proyecto de vida diferente, más cercano a los ideales de la vida de campo, la tranquilidad y el contacto con la naturaleza.

La conquista de nuevos territorios, baldíos y extensos, que se encuentran en los bordes de la ciudad, despierta una atracción por lo desconocido y se convierten en una aventura. Aparece en el imaginario de los habitantes la idea del Wilderness (Tuan, 1990), de la periferia como un espacio yermo que no ha sido tocado por el ser humano. Se valora el acercamiento a la naturaleza y a los elementos que reflejan lo natural. Los habitantes que llegan a estos espacios lo hacen buscando una mayor calidad de vida: más sana, menos contaminada, con más verde, donde se pueden ver las montañas y los hijos pueden jugar tranquilos en espacios extensos. Este imaginario no sólo se asocia a un territorio natural, también significa un territorio por construir.

Lo anterior, penetró fuertemente en el contexto socio-urbano de la ciudad de Santiago y también latinoamericano, caracterizado por viviendas unifamiliares en copropiedad, urbanizaciones cerradas, edificios departamentos, loteos de parcelas de agrado, etc. Este fenómeno es uno de los elementos del nuevo modelo de la estructura y del desarrollo urbano de la ciudad latinoamericana (Janoschka, 2002). Es el paso desde un modelo de ciudad abierta hacia un régimen de ciudad cada vez más cerrada, marcado por la afirmación de una ciudad de tipo privada (Svampa, 2001).

La Comunidad Ecológica está emplazada en la periferia oriente de la ciudad de Santiago, en la comuna de Peñalolén, donde habita una diversidad de perfiles socioeconómicos: estratos medios y altos, comunidades ecológicas y sectores marginales (Ulloa y Zunino, 2008), aspecto que no es muy común en la ciudad de Santiago considerando la importante segregación existente entre comunas. Las familias que habitan la Comunidad forman parte del 3% de la población de estratos medios-altos que vive en Peñalolén. Ubicada en la zona precordillerana, en el pie de monte y enmarcada por la presencia de la Quebrada de Macul, posee gran diversidad de flora y fauna, lo que la hace un espacio medioambiental importante y único en la ciudad (Ulloa y Zunino, 2008). Se sitúa en parte del antiguo fundo Lo Hermida perteneciente a la familia Cousiño, tierras agrícolas que eran destinadas para el cultivo del trigo y pasto para el ganado. En la década de 1980 llegaron los colonos que le dieron el nombre a esta comunidad. Era un grupo de clase media alta, desencantado de la vida en la ciudad, que decide buscar un lugar donde vivir. En un comienzo se trató de dos o tres familias, hoy son casi 340, entre colonos, arrendatarios y antiguos campesinos.

La Comunidad, al momento de la investigación, tampoco disponia de una red pública de agua y alcantarillado, sus habitantes se aprovisionaban del agua que baja de la quebrada de Macul de la cual poseen derechos de acuerdo con la superficie de territorio de cada propietario. La captación, canalización y distribución está a cargo de la Asociación de Canalistas de Lo Hermida, agrupación a la que los vecinos se asocian mediante el pago de una cuota anual. Cada casa cuenta con un estanque de almacenamiento y bombas que llevan el agua al interior de los hogares y las aguas servidas van a fosas sépticas individuales en cada propiedad.

El funcionamiento del suministro de electricidad es similar, ya que la mayoría de las parcelas todavía está adherida a un sistema de medidor común que distribuye la energía de forma colectiva. Las calles no cuentan con alumbrado público. Se puede observar, entonces, que los servicios de agua y electricidad deben ser pagados en conjunto por cada una de las parcelas y resultan habituales los conflictos entre vecinos de una misma parcela por quienes no pagan a tiempo y surgen las amenazas de corte del suministro sobre todos; o también por vecinos que recargan la electricidad y se cae la luz en toda la parcela. Lo mismo sucede con el agua: vecinos que sacan mangueras hechizas para regar sus predios sin autorización, gasto innecesario de aguas, etc.

La organización de este territorio es muy diferente al de una población, villa o condominio cerrado, ya que en la Comunidad los habitantes son los propios gestores de su entorno. Una de las características de este lugar es su estilo arquitectónico que privilegia la tierra y los materiales nobles, pero la llegada de nuevos residentes ha aumentado la densidad del barrio y ha traído nuevos estilos de construcción como el hormigón o el ladrillo. Desde 1999 la Comunidad Ecológica es parte del plan seccional municipal, condición otorgada por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, que tiene el objetivo de preservar barrios con características particulares.

En definitiva, estas tres formas de habitar representan tres territorios muy diversos entre sí, pero que tienen en común ser emblemáticos de la construcción de la ciudad y de las formas de habitar en ella. Si bien se podría plantear que cada territorio representa diferentes habitares –los centrales, los marginales y los periurbanos– se requiere sortear esta distinción y releer su cotidianidad a partir de experiencias que tienen más en común que de diferencias. Enfatizar en las formas de construir los territorios de proximidad (la casa y el barrio) y su relación con la movilidad cotidiana, permite otra mirada de los modos de vida que tienen lugar en la ciudad de Santiago; la diferenciación, la segregación, la fragmentación y, sobre todo, de la relación con el territorio.

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