Kitabı oku: «Invenciones de la sexuación», sayfa 8

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Sobre hombres y mujeres

Respecto de la cuestión de hombres y mujeres, y de las mujeres histéricas ‒que evocaba Mónica hace un rato‒ recuerdo lo que afirmaba Serge Cottet de una manera sintética y muy divertida, cuando decía que ambos, hombres y mujeres, entran al análisis como hombres y salen como mujeres. Es decir, uno entra como hombre y sale del lado del no-todo y de una solución particular a ese goce no-todo. Eso da la razón a la afirmación de Cottet: se entra como hombre al análisis y se sale como mujer, más allá de la diferencia sexual anatómica.

Quizás esto me permita avanzar también una tentativa de respuesta al hecho de que “hombres y mujeres, eso es real”, (4) como dice Lacan. Es decir, lo que evoca, ciertamente, con ese real presente en hombres y mujeres es efectivamente cómo esos valores sexuales de los que habla en el Seminario 19 en realidad no son valores sexuales a nivel de la significación sino valores sexuales a nivel del goce. (5) Entonces, tanto hombre como mujer lo que hacen es nombrar un real presente en el goce, en el sentido de lo que evocaba Mónica hace un rato con la nominación más allá de la identidad y de la identificación.

Que los autores queer sitúen el goce como sexual es una imaginarización del goce, es contra lo que Lacan nos previene diciendo que el goce sexual permite imaginarizarlo, pero que el goce no se puede simbolizar, escapa a lo simbólico. Entonces, los autores queer y de los estudios de género imaginarizan el goce bajo la forma del goce sexual y permiten fundar, a partir de él, comunidades de goce, tal como lo evocaba Pablo respecto de lo que decía Rita Segato. Me parecía muy interesante lo que señalaba también sobre la violencia presente en estas comunidades que Segato remarca, violencia que tiene que ver con el racismo del goce, como un retorno fascista del binarismo a nivel de estas comunidades de goce. Creo que el binarismo tiene que ver con el racismo frente al goce del otro, pues lo que no se soporta en el otro es su goce. Esto es lo que provoca esa violencia presente en muchas comunidades queer respecto del goce heterosexual, del goce heteronormativo, porque implica un modo de goce articulado al falo que se quiere abolir o que se supone ya abolido.

Estamos en un mundo en el que pareciera no saberse ya lo que son los hombres y las mujeres. Lo que Lacan afirmaba en 1969 diciendo que no sabemos lo que son los hombres y las mujeres, ya que son valores sexuales, (6) parece confirmarse esta vez en lo social como resultado de la caída del orden fálico y del registro simbólico al que asistimos en este comienzo del siglo XXI. Si hasta ahora en el siglo XX ‒para retomar el título del trabajo de Mónica‒ podíamos decir que había un sexo ‒Lacan lo señala así, hay sólo un sexo, el sexo fálico, y luego agregando el Otro sexo ‒, (7) el falo parece ya no ser más la norma. Lo normal, que Lacan equivoca con norma macho ‒la norme mâle‒, no funciona y lo que hoy aparece siendo la normalidad es el goce Otro, es decir, este goce liberado del límite que el falo le planteaba. No queda bonito en francés decir norme female, norma hembra, pero habría que decir que este goce Otro parece haber devenido la norma. Y el falo no cobra ya consistencia más que de una manera sintética, artificial, cómica, muchas veces irrisoria, respecto de este goce Otro, en aquellos hombres que parecerían creer aún poder hacerlo sobrevivir y en aquellas mujeres que intentan darle una consistencia que no puede ser más que de semblante. Pero se trata de un semblante sintético, artificial de la misma manera que existen sustitutos del chocolate, por ejemplo, la esencia de frutas o productos industriales que imitan los sabores y los colores de los productos naturales. Esta dimensión sintética o artificial se encuentra determinada por el empuje al goce en lo social sin que ningún semblante fálico ni universal le permita templarla.

Me parece que hay que considerar a los hombres y a las mujeres hoy a partir de este cambio de régimen en la civilización, lo que acerca y da razón al psicoanálisis, al reconocer el carácter de semblante de todo universal y privilegiar más bien las soluciones singulares no todas, que cada uno consigue articular a partir de su análisis, no en el punto de derribar semblante fálico, lo que es una diferencia fundamental con los movimientos feministas y con los movimientos o las agrupaciones queer, las culturas queer.

Paradojas de los feminismos y los masculinismos

Sobre los movimientos feministas hay que distinguir aquí cuatro generaciones de feminismos ‒es lo que hacen en general los sociólogos‒ a los que les han acompañado también movimientos masculinistas, que reivindican una masculinidad que el triunfo del feminismo habría aplastado. Por ejemplo, los llamados Hombres Blancos en Ira, Angry White Men, movimiento del que se dijo hace unos años que conformó una parte del electorado que hizo ganar a Donald Trump en los Estados Unidos, y que constituyó una reacción ‒en un movimiento de derecha‒ al enternecimiento de la imagen ‒o del semblante, habría que decir‒ del hombre blanco. Man make men great again, podríamos decir, parafraseando al Make América great again de Donald Trump, engrandecer otra vez al hombre blanco. El término se usa de manera peyorativa para designar a un hombre blanco de opiniones conservadoras y posiciones reaccionarias en política, opuestos generalmente a las políticas antidiscriminatorias como la discriminación positiva, el feminismo y la cultura de lo políticamente correcto. El término ha sido usado de manera retroactiva –esto lo dice Wikipedia‒ para designar el estereotipo del hombre opuesto a los movimientos de derechos cívicos en los Estados Unidos que, como saben, tuvieron lugar a lo largo de los años 60. Se trata de un momento en el que pasaban muchas cosas en los Estados Unidos, y entre ellas, empieza a desarrollarse la segunda ola del feminismo. Algunas películas ponen en escena este tipo de hombre: Joe (2013) de David Gordon Finn, Un justiciero en la ciudad o El vengador anónimo (1974) ‒según las traducciones‒ de Michael Winne, Un día de furia (Falling down) (1993) de Joel Schumacher, con Michael Douglas haciendo el papel un hombre desempleado que intenta llegar a su casa, se traba en una autopista, empieza a agredir gente, muy nervioso. La serie de films Dirty Harry, sobre todo Gran Torino, la película de Clint Eastwood. Clint Eastwood es el personaje más emblemático de este hombre blanco en cólera, uno de los defensores más acérrimos de la National Rifle Association, la asociación por la defensa de las armas personales. Estos hombres se reúnen en foros de discusión en internet, blogs como Reddit, por ejemplo; antes los hombres se reunían en el café y ahora se reúnen en la blogosfera para lamentar cuánto ya los hombres no son, cuánto ya no somos ‒dirían los hombres que se reúnen‒ lo que éramos.

Hay un personaje muy interesante ‒ya que Pablo evocaba estos años 70‒ que es un escritor, autor del libro El mito del poder masculino, (8) antiguo profesor, ya jubilado, de la universidad Rutgers en Nueva Jersey que se llama Warren Farrell. Este autor era un antiguo militante feminista y pasó del feminismo al masculinismo más acérrimo. Fue elegido tres veces como director de la Organización Nacional de Defensa de las Mujeres al final de los años 70, una de las organizaciones feministas más aguerridas, fue defensor de los derechos del niño a ser cuidado por sus padres frente a los conflictos ligados a divorcios, así como también de la presencia incondicional de los dos padres. Atrajo luego la furia de las feministas más radicales antes de transformarse en un enemigo de hecho en el momento de la publicación de un libro sobre las desigualdades sociales, en el que sostenía que si los hombres tienen mejores salarios que las mujeres, por el contrario, ellas gozan en cambio de una vida más equilibrada, forzando de este modo la idea de que ganar más no da necesariamente lugar a un mayor poder. Según Farrell, los hombres blancos –esto es lo que cuenta en El mito de la dominación masculina‒ se han sentido incomprendidos cada vez más por Hillary Clinton. En la campaña de Hillary contra Trump, cada vez que ella hablaba de la igualdad de salarios, reivindicaba una igualdad de salarios entre hombres y mujeres, lo que condujo a los hombres a volcarse masivamente a votar por Trump, quien supo captar a esta franja importante del electorado blanco con un discurso neo machista y completamente discriminatorio.

Cada uno de los candidatos a presidente siempre tuvo una mujer que denunciaba su goce, digamos, ya tenemos con Joe Biden una mujer que lo está denunciando; Obama, en ese sentido, fue el más políticamente correcto. ¿Es que la cuestión tiene que ver con demócratas y republicanos? No es seguro, porque conocemos las aventuras de Clinton, antes y después de haber ganado la presidencia.

En fin, estos hombres blancos en cólera, entonces, vienen a sustituir a los WASP, es decir, a los White Anglo-Saxon Person, porque el tradicional WASP está en decadencia ya que se sabe que los latinos, sobre todo, y los afroamericanos están ganando mucha mayoría en la población. Es una reacción bien de derecha, contestataria a la hegemonía de los inmigrantes, de la gente que salía de las poblaciones y migraban.

Entonces, para volver a estos movimientos masculinistas, podemos destacar la paradoja que Lacan señalaba de la virilidad, este efecto curioso de feminización que presenta el hombre cuando se reivindica hombre, esa virilidad que ‒podríamos decir‒ es un fantasma femenino aun en los hombres. Y en efecto, no se puede ver algo más paradojal que un movimiento de protesta para reivindicar que los hombres vuelvan a ser hombres y ganen nuevamente el espacio que les corresponde en lo social. Uno de los testimonios que escribí en la época que ejercía el título de AE ‒para el número sobre virilidades de la revista de La Cause du désir‒ fue un artículo sobre las virilidades paradojales donde daba testimonio acerca de cómo, en mi análisis, la virilidad aparecía como un fantasma dando cuenta de una cierta posición femenina, pero creo que es un observable de manera general que se verifica en estos movimientos.

Estos hombres no se limitan a quejarse, se organizan en asociaciones, por ejemplo, el INCEL, como este personaje del atentado en Toronto, Alek Minassian, que mató a catorce personas en el 2018. Esta agrupación abrevia Involuntary Celibates, es decir, a los solteros involuntarios que se expresan en comunidades virtuales, quejándose de ser personas incapaces de tener relaciones sexuales como lo quisieran. La mayoría son hombres heterosexuales blancos y se caracterizan por el resentimiento, la misoginia, la misantropía y la apología de la violencia contra las mujeres y los hombres que suponen sexualmente activos, es decir, los que ellos suponen verdaderos hombres.

Del lado de los feminismos hay que señalar la paradojal desaparición de lo femenino en sus discursos, es decir, lo femenino como el goce ilimitado que evocaba Lacan, incluso en los movimientos llamados de la cuarta generación. Esta desaparición de lo femenino ya estaba presente desde

Judith Butler, por ejemplo. En el primero de sus trabajos más importantes, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad (9) ‒uno de los pilares de los estudios de género‒ situaba el feminismo como un semblante que era, podríamos decir, equivalente a la posición del hombre; es decir, le negaba a lo femenino‒como muchos otros autores de los estudios de género‒ la dimensión de ilimitado que tiene, no solamente para el psicoanálisis con el Otro goce en el Seminario 20, sino en la tradición clásica, incluso antigua, de lo femenino como expresión de la locura. Entonces, hay algo de paradojal en el feminismo ‒incluso en el último, la cuarta generación‒ de reivindicar lo femenino pero negando la especificidad y la singularidad propia de lo femenino tal como Lacan permite entenderla, algo que ya existía en la civilización.

Uno de los últimos desarrollos del feminismo es lo que se llama el xenofeminismo, un movimiento muy presente en Inglaterra. Helen Hester es una de las autoras principales y es docente de la Universidad de West London. Lo interesante en este movimiento es que, por primera vez, se propone no ya atacar o abolir el género o el falo, sino que se sitúa claramente del lado del Otro goce en lo social, donde lo que se denuncia es todo tipo de semblante, ya sea el capitalismo, la dominación patriarcal, la dominación post colonial, el supuesto racionalismo y las tecnociencias, el tecnocientificismo, es decir, todos los semblantes que quedan de la civilización. Entonces, de alguna manera, este movimiento se sitúa como una expresión del Otro goce, no tanto como una protesta contra lo viril, como una protesta histérica, sino claramente como una expresión del Otro goce en lo social al que habría que darle su lugar proponiendo abolir toda identidad.

Este punto es fundamental porque toca la cuestión de la agrupación y la paradoja que Pablo señalaba respecto de las agrupaciones feministas, ya que el problema de este tipo de movimiento es que no se presenta, en primer lugar, como una identidad y luego como una agrupación que podría hacerse reconocer por lo político. Otros grupos que han hecho lobby, por ejemplo en Inglaterra o en los Estados Unidos, han podido imponer algún tipo de derecho porque se organizaban como agrupaciones. Este movimiento tiene un sitio que se llama Laboria Cuboniks, que es un anagrama de Nicolás Bourbaki ‒al que se refiere Lacan‒, un célebre matemático conocido por los grupos de trabajo que había formado, que eran anónimos. La idea es reivindicar cierto anonimato y una contraidentidad, es decir, ningún tipo de identidad a nivel de agrupación que venga a responder a lo universal y al orden patriarcal que denuncia. Lo que es cierto es que, efectivamente, ya no existe en el paisaje académico. Le he preguntado a un colega inglés que enseña en un Departamento de Estudios Culturales en Inglaterra, y me comentó que no existe ya la noción de feminismo, no se habla, aunque el seno del feminismo incluya el feminismo en su término; los que han ganado el paisaje del feminismo ‒según me explicaba este colega‒ son los discursos queer, aquellos que más bien buscan atacar y poner en cuestión todo tipo de identificación a un género.

Como lo decía Pablo de una manera muy bonita, lo femenino no reconoce ningún tipo de genérico ni de género, no se les atrapa en ninguno de ellos, y atacan todo tipo de genérico. Y esto es cierta paradoja presente en este movimiento, que se reivindica como un antimovimiento.

Considero que lo que buscan estos movimientos es, del lado del masculinismo, por ejemplo, revalidar el lugar del hombre como una reacción al triunfo de la lógica del no todo en lo social, los derechos cívicos, la discriminación positiva. También frente a los que dan lugar a esas minorías, lo políticamente correcto como consecuencia de la acción del feminismo en la civilización, que ha agujereado, históricamente, el todo universalizante y la primacía del orden fálico y del orden patriarcal. El patriarcado y el orden fálico son aún los grandes blancos de ciertos movimientos feministas. Antes de empezar la cuarentena hubo manifestaciones feministas muy violentas en París como reacción a la entrega del César ‒el equivalente francés del Oscar‒ a Roman Polanski por su obra, no solamente por el film, por el affaire Dreyfus. Roman Polanski quizás tiene su valor a nivel cinematográfico, pero este premio fue rechazado por estos movimientos feministas por valorar a alguien que, como se sabe, ha sido acusado de tener relaciones con jóvenes púberes. Esto ocurre en el mismo momento que en Francia una actriz bastante conocida que se llama Adèle Haenel y una escritora, Sabine Sprigora, revelaban a la prensa haber sido víctimas de acoso sexual; la primera, por un conocido director de cine francés, y la segunda por un escritor bastante conocido también, Gabriel Matzneff, escritor que reivindicó públicamente durante mucho tiempo haber tenido relaciones con jóvenes adolescentes y que gozó, durante un tiempo, de una beca del gobierno. Entonces, se reclamaba que este escritor hiciera ostentación de estas relaciones con púberes, mientras que era sostenido económicamente por el Estado francés.

Cuestionamientos al psicoanálisis

Paul Preciado vino a las jornadas de l’École de la Cause freudienne para decirnos cuánto los analistas lacanianos defendemos aún el orden patriarcal y el binarismo sexual. Paul Preciado saca ahora un libro con su intervención en las últimas Jornadas de la Escuela donde cita el informe de una academia científica de Kafka, en la que un chimpancé cuenta cuánto le dolía ser observado por los científicos. Preciado ‒que decía sentirse como ese chimpancé encerrado en una jaula, observado como un objeto extraño en tanto que sujeto transexual, por nosotros psicoanalistas que le pondríamos etiquetas como psicótico o disfórico del género‒ se las arregló muy bien, por una maniobra de inversión de las cosas, para encerrarnos a nosotros, analistas de l’Ecole de la Cause freudienne, en una jaula y denunciarnos como los guardianes del orden patriarcal post colonialista y binario.

Hay que decir que es un verdadero y serio problema que los sujetos transexuales plantean al psicoanálisis, ya que cuestionan el binarismo presente aún, podríamos decir también, en el título de esta noche, “Hombres y mujeres”. Cuestionan tanto la evidencia anatómica ‒que no defendemos, por supuesto‒ como la teoría de los goces, del Seminario Aun. Es un problema que muestra las respuestas que Lacan pudo dar en los años 70 a lo que llamó el error del transexual de tomar al significante fálico como significado del goce ‒referencia del Seminario …o peor‒ (10) y las presentaciones de enfermos de sujetos transexuales que quedaron de esa época. Catherine Millot cuenta en su último libro ‒muy hermoso‒ que se llama La vida con Lacan, (11) una de esas presentaciones de enfermos y la respuesta de Lacan al sujeto transexual que quería hacer el protocolo de transición.

Salir del atolladero

Esta definición del sujeto trans de manera general, trans-género, transexual, estaba aún anclada en la lógica fálica del significante, en el Seminario 19. Las cosas cambian ‒y creo que hay que acentuarlo‒ cuando Lacan las aborda del lado de la clínica borronea. Sólo el Lacan de la teoría de los anudamientos singulares y de las soluciones con el goce que cada hablante encuentra nos permite salir de este atolladero, y creo que hay que hacerlo escuchar fuerte y claro para responder a estas acusaciones, que en parte son fundadas cuando se lee la experiencia transexual del lado solamente fálico. Para resumirlo en una fórmula, diría que el primer autor queer, a su manera, fue Lacan mismo, ya que permitió cuestionar al orden patriarcal con su constatación, desde “Los complejos familiares en la formación del individuo”, de la caída de la imago paterna y del hecho, como decía, que “no somos de aquellos que se afligen ante un supuesto relajamiento del vínculo familiar”. (12) Digo esto por la acusación que también se nos hace a los psicoanalistas de defender el orden normativo hetero respecto de la posibilidad de parejas homosexuales, o incluso transexuales, de adoptar niños.

Luego, en 1969, la puesta en cuestión del complejo de Edipo y del Nombre del Padre ‒como los semblantes principales de la organización libidinal del sujeto‒ le hizo decir a Jacques-Alain Miller hace algunos años de manera divertida, que el primero en escribir el anti Edipo fue Lacan mismo en El reverso del psicoanálisis, antes de Deleuze y Guattari. Lacan también fue el primero en cuestionar al falo como el que da un límite al goce en su Seminario Aún, e incluso antes, por ejemplo, cuando se preguntaba, en “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”. “si la mediación fálica drena todo lo que puede manifestarse de pulsional en la mujer, y principalmente toda la corriente del instinto materno”, (13) es decir, doce años antes del Seminario 20. Como siempre Lacan es enigmático pues me parece formidable que se planteara que lo fálico no drena todo lo materno presente en lo femenino en 1960, sin dar respuesta hasta Aún, donde busca otras formas de describir la no relación sexual como lo hace el significante fálico.

Incluso en el seminario “Los no incautos yerran” Lacan dice algo fundamental respecto de hombres y mujeres, y es que el ser sexuado se autoriza de sí mismo, de sí mismo y de algunos otros. (14) Como lo saben, la fórmula evoca al analista, aquel que se autoriza de sí mismo, y de quien tampoco se sabe lo que es y, en tanto elemento real, le queda la vía abierta para inventar lo que significa ser analista. Es decir que del ser sexuado, como del analista, no sabemos lo que es y se trata de encontrar, podríamos decir, su valor sexual. Se autoriza de sí mismo, y agrega, de algunos otros; entre los otros que Lacan introduce aquí evoca al Registro Civil, aunque esto ya no es tan válido con la posibilidad de cambio de género.

La ley de identidad de género, en la que Argentina fue una de las pioneras, deja a los niños la posibilidad de autorizarse de sí mismos, y cuando los padres no están de acuerdo, pueden dirigirse a un juez para pedir el cambio de género, esquivando así al Otro parental e introduciendo en su movimiento, en su transición, al Otro de la ley. Movimiento potente cuyos efectos el libro TRANSformaciones (15) ya exploraba. Esta proposición de la ley de identidad de género de la Argentina es ciertamente una innovación muy fuerte en las leyes de identidad y de género en el mundo, aunque al mismo tiempo que el aborto seguía estando prohibido.

Decir que el ser sexuado se autoriza de sí mismo implica poner en suspenso toda determinación, sea anatómica o fálica, y todo el esencialismo que se quiere imputar al psicoanálisis. El psicoanálisis sería el guardián de lo que Derrida llamaba con ironía la désse, es decir, diosa, y DS, la Diferencia Sexual, la diosa de la diferencia sexual, la divinidad de la diferencia sexual.

Si prestamos atención ‒y este punto me parece fundamental‒ incluso la diferencia sexual queda, en el nudo borromeo, anudada entre lo simbólico y lo real como goce fálico. Es decir que para Lacan tampoco guarda ninguna prevalencia en particular la diferencia sexual misma, ya que bajo la forma del goce fálico ‒que es una forma de nombrar la diferencia sexual‒ sólo la inscribe en el nudo borromeo entre simbólico y real. Entonces pierde la prevalencia que tenía para Freud como roca de la castración hacia la que había que orientar los análisis, como lo escribe en Análisis terminable e interminable, (16) ya que para Lacan lo real es el sinthome mismo, o el nudo mismo. Aquí queda bien marcada la diferencia entre Lacan y Freud respecto de esta cuestión de la diferencia sexual; es decir que Derrida, de alguna manera, le hablaba a la diferencia sexual de Freud, pero desconocía lo que Lacan introducía respecto de esta cuestión.

Este “se autoriza de sí mismo” deja abierta la posibilidad de que cada ser sexuado encuentre su color en toda una paleta de posibilidades en lo que Lacan mismo llamó la noción de pareja coloreada en el Seminario sobre Joyce, que indica que “en el sexo no hay nada más que el color, lo que sugiere que puede haber color mujer, color de hombre o hombre color de mujer”. (17) Lo que nos parecía evidente con la elección de objeto en la homosexualidad, quizás no sea tan simple cuando el sujeto no siente que su cuerpo corresponde con su anatomía, con la cuestión que introducen los sujetos trans. Pero Lacan señala que el autorizarse de sí mismo permite la puesta en forma de la pareja coloreada.

La sexualidad no puede significar otra cosa que la sexualidad queer, dice una autora, Eve Kossofsky Sedgwick, en Epistemología del armario, (18) una autora queer, ya que ‒para darle razón‒ no hay nada más queer que el goce mismo, no hay nada más extraño que el goce mismo, ya que queer quiere decir raro, extraño. El perverso polimorfo de Freud no dice otra cosa, sólo que hoy, en la vieja sexualidad –digo vieja con ironía, por supuesto‒ parece haberse vuelto un caso particular en el vasto espectro de prácticas sexuales posibles, en el que muy pronto ser hombre o ser mujer no será más que una elección particular también en una vasta paleta de géneros posibles.

Lo prueba la inversión que las comunidades trans han logrado llamando cis al género, cisgénero, es decir, aquellos que se sienten de acuerdo con su cuerpo anatómico. Hay que precisar si un sujeto es cis o transgénero, mientras que antes era el transgénero el que aparecía de alguna manera nombrado. Creo que el sujeto trans tiene algo de emblemático hoy, y esto muy a pesar suyo. No existía la noción de género fluido en la época, pero creo que Lacan con el color, la pareja coloreada, intentaba nombrar algo de la fluidez del género, del cual el heterosexual es un caso particular de la fluidez.

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