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Susana Baca: en un lugar del corazón

Eloy Jáuregui


© Susana Baca.

Susana Baca es inagotable. En octubre de 2021 y, para celebrar sus cincuenta años de vida artística, lanzó al mercado su última producción, Palabras urgentes, con el sello Real World Records. Palabras urgentes es el nombre del primer manifiesto del movimiento poético peruano Hora Zero y que la artista ha tomado prestado para componer esta grabación a manera de protesta, y con la intención de generar debate y enfrentarse a todo lo que sucede actualmente. “Entre una musicalidad bella y compleja, junto a la necesidad de manifestarse a través de sus letras, nace Palabras urgentes como un producto honesto y convincente”, dice Susana Baca.

El 30 de julio del mismo año, en conmemoración de los doscientos años de independencia del Perú, Susana lanzó “La herida oscura”, primer sencillo del álbum y justo homenaje a Micaela Bastidas, mujer indígena y líder guerrillera, protagonista de la independencia del Perú. Casi como si fuera un secreto, el tema es interpretado con esa intensidad y amor hacia nuestra historia, donde confluye cada pedazo de un ritmo al que no le falta ninguna palabra.

El álbum fue grabado en su flamante casa de Santa Bárbara, en Cañete, al sur de Lima, y recopila diez canciones. Cada una de ellas ofrece al oyente un viaje musical a las tradiciones del Perú. Susana aborda temas como el feminismo, la libertad y la educación; reflexiona sobre su vida y embarca al oyente en un recorrido por el romance, el dolor, la fuerza y la esperanza.

Y ahora Susana Baca está recordando aquel 1971 cuando, ya graduada como profesora, viajó a las alturas de Acolla, un pueblito de Tarma, donde enseñaba a los niños de la zona. Una noche, en unos quinuales, se maravilló contemplando una de las cientos de orquestas de la región del Mantaro y descubrió el efecto de la luz azulada contra el brillo dorado de los saxos. Pero se sentía llamada por una vocación mayor: el canto, y entabló amistad con escritores como Manuel Scorza, Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reynoso, y el poeta y compositor Juan Gonzalo Rose, quien la convocó al Festival Internacional de Agua Dulce de 1972.

El atiborrado auditorio reunió junto al mar a los nuevos compositores e intérpretes de la llamada “nueva canción peruana”. Ahí estaban Diego Mariscal, “Caitro” Soto, Perú Negro y El Polen de Raúl Pereyra junto a los invitados internacionales: Alfredo Zitarrosa, Soledad Bravo, Víctor Heredia y Los Compadres. En la gran final, una cantante menudita hizo brillar el sol de la medianoche cuando lanzó su embrujo sobre el público extasiado. Se llevó el primer premio a la mejor intérprete. Cierto, ese fue el final del comienzo. Baca había culminado una primera etapa de aprendizaje. Después, todo sería distinto.

Susana Baca nació en el barrio limeño de Lince, en lo que fue la hacienda Lobatón, donde los negros habían preservado su historia remota con el lenguaje mágico de sus ritmos, landós, pregones y panalivios. Ella cantaba lo que otros cantaban. Tarareaba las aguas encrespadas, los batientes sonidos de los pájaros, el rumor del viento cuando roza la piel de los árboles al amanecer. Alameda y bajada a Agua Dulce; y Susana, chiquitita y de la mano de su madre, con su canasta que traía los pescados frescos, torcidos, aún briosos del sabor del esplendor. El muelle de los pescadores y la gente de mar, quienes le contaban historias de naufragios y de tempestades. Sus festivas tías que bailaban y cantaban a coro con las garúas y los relatos de aparecidos que ella oía entre asombros. Y las noches, cuando sus manitas se engarzaban a los cabellos de la abuela y soñaba con melodías y poemas.

Conversar con ella es regresar a la tradición negra peruana, abrillantada por un estilo sensual en extremo y generoso en matices. Ese es su mérito: serio, profuso y admirable. Dicen que, desde el principio de los tiempos, todo aquel que oye su voz y su ritmo en realidad está escuchando la pasión que habita en el imaginario de nuestros pueblos, aquel simbolismo de sus poetas y el sentimiento encendido de las fiestas populares y de todo aquello que encierra el gran capítulo de nuestra cultura y alma popular. Entonces, ahora que Susana Baca suma décadas de vida artística difundiendo la música de raíces afroperuanas y está ubicada como una estrella de la world music y la música étnica, es pertinente preguntarse cuándo se gestó este prodigio que se volvió manantial inagotable, susurro atemporal y haz de luz inmarcesible.

Y de pronto aquella dulzura en la que levita Susana Baca de la Colina se convierte en mueca de malestar. Está recordando el mes de julio de 2011, cuando fue nombrada ministra de Cultura por el gobierno de Ollanta Humala, y siente que fue un trance que no quisiera repetir. Que existió una presión política inexplicable por parte de un ministerio nuevo (fue su segunda cabeza, después de Juan Ossio) aún sin personalidad, ni visión, ni normas, ni presupuesto. Otra vez volvió a sentir el racismo y la segregación de cuando era niña. La noticia de su nombramiento la trajo la señora que trabajaba en la casa. “Señora —le dijo—, he visto en la televisión que usted es la nueva ministra de Cultura”. Susana Baca se quedó helada, pero la sorpresa fue mayor cuando la asistenta remató: “¿Y para qué sirve eso?”. La segregaron por negra y por artista, le digo. “Es que la cultura en el Perú es la quinta rueda del coche, y no debe ser así”, me confiesa ella.

“¿Y quién es usted, Susana?”, le pregunto. Y ella responde: “Cantante, artista, soñadora”. ¿Negra presuntuosa? También, e investigadora de los ritmos y costumbres afroperuanos. Además, exministra de Cultura, tres veces ganadora de los premios Grammy y maestra formada en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta. Al principio cantaba temas del repertorio poético:

Iba tocando puertas y me respondían que la poesía no vendía. Y mire lo que sucedió, que aquello que escuchó David Byrne fue “María Landó”, el poema de César Calvo y Chabuca Granda que yo cantaba en las universidades y sindicatos, que para el mercado no era un tema vendible, y resulta que esa canción fue, a fin de cuentas, la que abrió las puertas de mi cielo.

Y luego llega Ricardo Pereira, su compañero, esposo y manager. Y trae en sus manos un pisco que hacen en Santa Bárbara, Cañete, donde hoy funciona un sueño de Susana Baca: el Centro Cultural y Artístico de la Memoria. Son las once de la mañana y nos servimos unas copitas de aquel néctar de los dioses. Y nos ponemos a recordar que de niña se escapaba para observar la bahía de Lima desde el malecón cercano. Cierta vez oyó con el corazón el rumor del mar trenzado a las sordas cantigas del cielo generoso, y le proclamó y prometió a grito pelado que, desde ese día, sus himnos se harían canto para entibiar las iras del alma y darles resuello a los espíritus tristes.

Hacia 1998, y mientras el Perú ingresaba a una vorágine de corrupción y populismo que intentó destruir las formas más genuinas de nuestra identidad cultural, Susana Baca declaró en una revista local que la música afroperuana había ganado un sonido contemporáneo. Pero advertía que era penoso que los músicos no conocieran la célula rítmica del landó o del festejo. Añadía luego que las raíces de nuestro país, uno que tiene diversidades encontradas, nos obligaba a querernos y reconocernos, a escucharnos y recordarnos.

En 1999, la edición de julio de la revista Rolling Stone explicó este crecimiento espectacular de Susana Baca y su relación con David Byrne. Para perfeccionar su español, Byrne estudiaba los temas de Susana. De pronto, el idioma pasó a segundo plano. “Me sentí intrigado. Además de descubrir el sonido afroperuano, me encontré con una artista increíblemente conmovedora y orgullosa de su cultura”, dijo Byrne. Así que localizó a Susana y comenzaron a perfeccionar el disco que luego se llamaría Eco de sombras. Era el encuentro entre Estados Unidos, África y Perú.

Vida simple, existencia intensa. Sólo la guitarra de su padre la amotinaba de encantos. Y él tocaba como quien bordaba el trenzado del ancestro y el ojo del visionario. Pero hay que decir de una vez que era descendiente de africanos, y papá sabía que, desde la cuenca del río Níger, aquellos traficantes de extramares habían traído a sus abuelos encadenados y desnudos tras arrebatarles todo menos su música y su religión. Y Susana asumió el encargo porque después, cuando estudió el origen de su genoma, entendió que en ella se hacía canción ese sincretismo de fe y de esperanzas.

La herencia negra en el Perú mestizo es fascinante y compleja. Desde la colonia, los negros vivieron en situación de opresión, segregación y/o exclusión oficial. No obstante, aquella involuntaria llegada a nuestras playas, y su relación con los indios y criollos de la costa, enriqueció la tradición mestiza de estas tierras. ¡Vaya uno a confrontar esa sabiduría medicinal, el genio culinario, aquel espíritu celebrante y la imaginación religiosa, todos armonizados por los cantos! Porque no fue un solo tipo de negro el que llegó en calidad de esclavo; existió una población heterogénea de casi cien mil africanos que forjaron la tradición criolla peruana, la simiente de artistas negros que fundaron dinastías y estilos, adobados en un crisol gozoso y al mismo tiempo cruel e injusto. Esa fue una parte de la diáspora que regó su sangre en las haciendas costeñas; ese, su orgullo y su cadencia. Familias como los Santa Cruz, los Ascuez, los Vásquez, los Ballumbrosio, los Campos, cada uno en su tiempo y a su manera, aportaron al saber que conjugaba la tradición oral —cantada en forma de cumananas o panalivios— y la expresión corporal.


© Diario de Madrid.

Entonces, me habla de su centro cultural en Cañete, donde vive los pocos meses que pasa en el Perú. Antes, emprendió con Ricardo Pereira una cruzada inédita: buscar con rigor las raíces más entrañables de esa cultura relegada. Sus trabajos al lado de la musicóloga Chalena Vásquez la llevaron a la indagación descomunal de una verdadera científica social en un país de entusiastas. Así, hurgó en el acervo de las familias que protegían la tradición como coraza para defender su autenticidad, desde Aucallama hasta El Carmen, de Malambo a San Luis de Cañete, de Santoyo a la mítica Zaña. ¿Y a cuántos músicos, cantantes y decimistas no encontró en su exploración? Ella y su esposo recorrieron la costa peruana recopilando testimonios y documentos de aquellos pueblos descendientes del negro. El resultado fue el libro Del fuego y del agua luego de once años de labor.

Las investigaciones sobre la trayectoria de Susana están impresas en trabajos como: El aporte del negro en la música popular peruana, de la Universidad de São Paulo, Brasil; La música y la herencia negra, Casa de las Américas, La Habana, 1986; La diáspora africana y el mundo moderno, Universidad de Austín/Unesco, Texas, 1996; La música de raíces africanas en Brasil y América Latina, São Paulo, 1997; y Arts Alive, Johannesburgo, 2000. Al mismo tiempo, posee innumerables premios y distinciones. En 1987 fue nombrada Embajadora de Buena Voluntad por la Unicef; y posee el premio Sor Juana Inés de la Cruz, otorgado por el Museo Mexicano de Arte Contemporáneo con sede en Chicago, el mismo que se les ha conferido a las escritoras chilenas Isabel Allende y Marcela Serrano.

El notable jazzista Michael League y su grupo Snarky Puppy estuvieron alojados en el centro cultural de Cañete, donde grabaron un disco. La noticia quizá interese a pocos, pero no al equipo que trabaja con Susana Baca y que mantiene el interés de lo afroperuano y su articulación con los indios y criollos de la costa. Ese cruce enriqueció la tradición mestiza de estas tierras.

Y ahora nos acordamos del poeta Arturo Corcuera y su poema “Los amantes”, que ya está tarareando. Y la película Sigo siendo de Javier, hijo de Arturo, donde ella canta un par de temas. Y recordamos a Gregorio Martínez y a Andrés Soto, muertos en la víspera. Baca es heredera de las dinastías más ilustres de los negros del Perú. Y cada dinastía aportó esa parte que su memoria atesoraba en sus corazones. ¿Cuánta belleza halló entre cajones y chacombos, al compás de las cadenas, al son de un socavón? Susana Baca recuerda y no cesa de recordar precisamente esa maravilla del negro peruano, el disco que grabara Nicomedes Santa Cruz, Cumanana, con Porfirio, con los De la Colina, con aquellos que llevan una sangre encendida de reclamos y aromada en sus bondades de glóbulos festivos.

El conflicto entre lo nuevo y lo viejo afectó con delicadeza sus opciones. Un poema de Enrique Verástegui, del movimiento Hora Zero, le parecía más valioso que un vals del bardo Felipe Pinglo Alva. A Susana Baca le interesaba aquello que llegaba de Cuba con el nombre de nueva trova y lo que traía la magia de Brasil con los gestores del llamado tropicalismo. Y Susana, entre las vanguardias y la tradición, inició un camino inédito hacia lo que dictara su corazón. Y fue un duro trajinar, un camino tan empedrado de incomprensiones que si César Vallejo la hubiera visto, habría exclamado entre incendios: “Que de mi país, a mis enemigos, los quiero…”.

Y en el más intenso silencio, Susana y sus compañeros de utopías fueron consolidando sus espacios y reafirmado sus ecos; primero grabando cintas, luego editando discos con ayuda de sus amigos en Editora Pregón y junto a Ricardo Pereira. En 1986 viaja a Cuba y, en los Estudios de Egrem en La Habana, graba Poesía y cantos negros [Lamento negro], cuya reedición le permitió ganar el Grammy Latino tres años después. Era un disco distinto, con poemas del chileno Pablo Neruda, del uruguayo Mario Benedetti, de los peruanos Alejandro Romualdo, César Vallejo, César Calvo, Gálvez Ronceros y Victoria Santa Cruz, y un tema que Chabuca Granda había dejado inconcluso: “María Landó”, que Susana perfeccionó de manera magistral.

Fue un álbum sui géneris, hecho con paciencia, sacrificio e incomprensión de algunos. No así nada más se musicalizaba poemas tan intensos como “El hermano Miguel” de Vallejo o “Matilde” de Neruda. Además, aunado a los poemas y sentires negros Los Gallinazos de Victoria Santa Cruz, formaban un entramado brillante, azuzados por las brasas de una emoción única y de una pasión sin par. En el disco participaron algunos integrantes de la banda cubana de jazz latino Irakere, además del grupo de cuerda Brindis de Salas y otros músicos peruanos, entre ellos el guitarrista Lucho Gonzales. Es un disco extraño —ya lo dije— al que el tiempo supo darle, con justicia, la importancia y grandeza que sólo las obras inmortales tienen. Cuando se confirmó en la tercera edición de los Grammy Latino en Los Ángeles que el disco había conquistado el premio, Susana Baca, que se hallaba preparando un concierto en Boston, apenas tuvo las fuerzas para decir: “Qué alegría que un trabajo tan antiguo fuera reconocido. Eso quiere decir que no estaba equivocada”.

Cambio de escena. Aquel invierno de 1986, el Barrio Latino de Nueva York tenía desde hace unas semanas un vecino extraño aunque, algunos sospechaban, ilustre. Era David Byrne, guitarrista veterano del grupo Talking Heads, rockero genético, melómano enloquecido por el pop, de safari por el bossa anglófilo, viajante del tropicalismo del futuro y obsesionado por la africanía en el Perú. Era un ser sin fijación colonial; al contrario, se sentía apasionado por mostrar al mundo lo maravilloso y real de una música que, sospechaba, era mágica y digna del ensueño.


© Susana Baca.

Algunos afirman que su búsqueda se parecía a la que, a su “adicto” estilo, llevaba a cabo Peter Gabriel en África. Lo cierto es que Byrne asistía en esas tardes neoyorquinas a la casa del profesor Bernardo Palombo, un políglota y periodista argentino obsesionado con las plantas amazónicas que le enseñaba el español reforzando los adverbios del espíritu, aquello que llaman poesía y que, en su lengua, sonaba a himnos con los retruécanos del corazón. Cierta vez, para ampliar el espectro de su clase, el maestro recurrió a un video que había grabado en Lima: una cinta con música del Perú donde aparecía una diosa morena que pronunciaba las vocales en un susurro aterciopelado, erigida sobre una nube. El alumno Byrne no lo pensó dos veces. Tenía que conocer a esa divina criatura de tan exótico país. Más tarde averiguaría que se llamaba Susana Baca, después viajaría al Perú, luego escribiría esta parte de la historia.

Ese vestido blanco al viento y esos pies, levitando en danza ancestral amén de aquel verbo de canciones engalanado de misterios que venían del fondo de las épocas, dieron una dimensión universal a esa dama que rescataba amorosamente la memoria. Gracias al feliz encuentro con Byrne, Susana Baca inscribía en agosto de 1995 su “María Landó” en el Afro Peruvian Classics: The Black Soul of Peru, el mítico disco compacto, hoy desaparecido del mercado, que contenía una selección realizada por David Byrne y producido por su sello Luaka Bop, editado por Warner Bros Records en Nueva York. No había duda, habían iniciado otros tiempos.

Susana Baca, mientras tanto, había ampliado su espectro artístico junto a su grupo, compuesto por David Pinto, director musical y bajo; Sergio Valdeos en guitarra; Juan Medrano Cotito en el cajón y Hugo Bravo en las congas y bongó. Una noche ella nos contó que le fastidiaba que le colocaran letreros a su música, que estaba de acuerdo con aquello de la world music porque se sentía compañera del trabajo de Manu Chao y del canario Pedro Guerra, el de “Contamíname”, pero igual de Casandra Wilson, y lo suyo tenía una huella propia, como en su tiempo lo tuvo el vals criollo que, cuando llegó y pasó por el oído del negro, perdió ese barniz europeo y se hizo zambo.

En 1997, en pleno invierno francés, se edita en París Susana Baca. Vestida de vida, un disco compacto con el sello Iris Musique que recibió la distinción FIP y Le Choc de la crítica francesa. Desde esa fecha, el mercado europeo se rindió a la maestría y duende de Susana, y esa apertura no significaba más que la confirmación: su estilo había adquirido el brillo de una estrella consagrada y su horizonte se expandía de manera insospechada. Ese mismo año, David Byrne le produce el disco Susana Baca, editado por Luaka Bop / Warner Bros (Nueva York, 1997), que al mismo tiempo recibe el Choc de Le Monde de la Musique. En su año de lanzamiento, esta grabación fue considerada entre los doce discos más importantes en Francia, los tres principales en Inglaterra, y la revista Jazzis de Los Ángeles lo ubicó entre los ocho mejores.

Ningún artista popular peruano había logrado tal éxito hasta ese momento. Los críticos de música contemporánea y los especialistas del planeta musical no tardaron en saludar el trabajo de Susana que, desde entonces, fue acumulando el reconocimiento unánime de publicaciones como The New York Times, Le Monde, Rolling Stone, Billboard, El País, The Sunday Times, Les Inrockuptibles, Jazz Times y The New Yorker, sólo por nombrar a las más conocidas, mismas que bautizaron su fertilidad musical excepcional como si su legado estuviese anegado por el agua bendita prestada de la cocina de sus ancestros y alimentada por su innegable talento y sus pasiones propias.

Pero el dueto Byrne-Baca seguiría procreando éxito tras éxito. En el 2000 aparece Eco de sombras, editado por Luaka Bop y Virgin Records en Nueva York. La producción es de Craig Strett y la grabación recibe una distinción rotunda: es considerado el mejor disco del año por publicaciones como Les Inrockuctibles de Francia, GQ y el Boston Globe de Estados Unidos y Le Espresso de Italia. En 2001 se produce Espíritu vivo, también editado por Luaka Bop. En este disco participan el legendario percusionista Mongo Santamaría, el brasileño Caetano Veloso y la islandesa Bjork. Susana Baca me confesaría luego que ahí está la mejor muestra de su música: el eje vanguardista combinado con las raíces afroperuanas, la poesía y la contemporaneidad.

Durante la década de los años noventa, la producción discográfica de Susana Baca forma parte también de varias compilaciones de sellos discográficos como Putumayo Records (EE.UU.), World Net (Alemania), Tonga Records (EE.UU.), Iris Musique (Francia), Yeiyeba, (España), La Fábrica de Ideas (España), Real World (Inglaterra), Manteca World Music y Sony Music (EE.UU.). No obstante, debo señalar dos discos históricos: Gifted: Woman of the World (Londres, 1999), producido por Real World y Virgin Records, y Make Me a Channel of Your Peace. The Nobel Peace Prize 100 Years (Oslo, 2001), producido por la Academia Sueca del Premio Nobel de la Paz en conmemoración de los cien años de este premio, y donde Susana se luce junto a una constelación de estrellas.


© Diario de Madrid.

Esta es Susana Baca, su pasión y su estilo o, como diría nuestro poeta Alejandro Romualdo, “La poesía tiene en la voz de Susana dulces modulaciones inconfundibles, acentos propios de una naturaleza cordial y solidaria. Quizá recogió todo esto de las orillas del mar, del vaivén de las barcas, de las mareas nocturnas…”. Yo sólo repetiré lo que Máximo Bravo compuso en el tema que abre el primer volumen de la colección Aparición:

Yo quisiera escuchar hasta mi ancianidad la misma melodía.

No debes olvidar esta ofrenda que viene dedicada a ti,

melodía sublime que alimentas el alma;

cuando voy a entonar me parece escuchar tu voz.

Y la dejo entre sus amores y sus pasiones. Y gracias por tanta belleza, maestra.

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412 s. 105 illüstrasyon
ISBN:
9786075712987
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