Kitabı oku: «¡No te enamores del jefe!», sayfa 2

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CAPÍTULO 2

“Si te dan una mala noticia, pon buena cara

aunque por dentro sientas que se rompió tu corazón.

No dejes que la desesperanza gane la batalla.

Aunque haya oscuridad en el mundo,

es bien sabido que el bien siempre triunfa”.

Salgo del edificio como flotando en una nube y no quito de mi rostro la expresión de felicidad ni aún entrando dentro de mi coche. Me pongo el cinturón de seguridad y observo el reloj digital que marcan las diez de la mañana. ¡El tiempo se me ha pasado volando!

Miro por el espejo retrovisor la entrada de la Editorial y me emociona saber que al día siguiente yo voy a ser una trabajadora más que cruce esas puertas sabiendo que tengo todo el derecho a estar allí. Es una sensación asombrosa.

Recuerdo la expresión sorprendida de la recepcionista cuando le di un beso enorme de agradecimiento al pasar por la planta baja y comienzo a reír como una tonta. ¡Seguro que ha pensado que soy una loca bipolar!

No le doy importancia. Arranco el coche, y poniendo el manos libres para poder llamar por teléfono, marco el número de Pamela Sídney mi mejor amiga. Mientras escucho sonar los tonos, pongo el intermitente a la izquierda y salgo del aparcamiento feliz.

—Mi dulce Roselyn —susurra ella contenta—. ¿Qué tal la entrevista, querida?

—Genial. Tienes ante ti a una mujer que ya tiene trabajo.

—¿En serio?

—Empiezo mañana.

Pam sonríe y celebra en voz alta la buena noticia, mientras yo le resumo lo sucedido. Ella se queda patidifusa al escuchar la versión resumida. Me avergüenza oír de sus labios que no parecía yo la persona que se enfrentó al Director de Recursos Humanos.

—Quería el trabajo —me defiendo encogiéndome de hombros—. Y lo intenté.

—Enhorabuena, nena. Por fin podrá ver el mercado editorial lo que gana contigo en sus filas.

Un coche me da un bocinazo al incorporarme yo mal en una intersección y le pido perdón al hombre con un gesto de inocencia.

—No hables y conduzcas a la vez —me regaña ella con un chasquido. Pongo los ojos en blanco. Sé que lo dice por su trabajo—. Eres una poli muy pesada.

—Detective privado —me corrige Pam entre risas—. Y ahora mismo tengo que ir a hacer fotografías a un cabrón que le está poniendo los cuernos a su mujer. ¡Nos vemos en un par de semanas, cuando regrese a San Francisco! Mientras tanto, ¡procura que no te hagan muchas novatadas las primeras semanas!.

Cuelgo la llamada feliz y cuando voy a desconectar el manos libres, recibo otra llamada. Número oculto. Contesto por monotonía más que por otra cosa.

—¿Sí?

—Hola, Rosy.

Gimo frustrada al oír la voz de Blake al otro lado del teléfono. El estrés que me causa el sólo hecho de escucharle es alucinante.

—Estoy conduciendo —le digo impaciente—. No puedo hablar ahora.

—Sólo quiero saber qué tal te ha ido en la entrevista —me dice dejándome paralizada de la impresión.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo leí en tu Facebook —murmura como si nada—, y cómo no has puesto nada nuevo en las últimas horas estaba preocupado. Por eso te llamo, cariño, quiero saber qué tal todo.

—Blake, hemos roto —le recuerdo con voz cansada—. Ya no estamos juntos.

Oigo perfectamente cómo le da calada a un cigarrillo y yo elevo la vista al cielo con mucho cansancio. Parece que desde rompimos ha vuelto a fumar. Mal asunto.

—Se va a cortar —murmuro cuando intuyo que comenzará con su retahíla de “vuelve conmigo”.

Le doy a finalizar llamada y desconecto el manos libres. Me hago la firme promesa de no dejar que me amargue el momento. Ya lo hizo bastante bien durante los siete años pasados. Y ya no más.

Aparco en el garaje de casa y subo corriendo de dos en dos las escaleras. Sé que mi madre está ahora trabajando, así que no me molesto en no hacer ruido. Voy directa hacia el cuarto de baño y me quito enseguida el maquillaje y el recogido. Dejo el pelo caer suelto sobre mis hombros.

Me observo en el espejo fijamente y sé que empezar a trabajar en la Editorial va a ser un sueño hecho realidad. Estoy contando las horas para que pase el tiempo rápidamente y ya sea de día de nuevo. Esta vez pienso poner más de diez alarmas distintas para prevenir que vuelva a llegar tarde.

Una vez es mala suerte, dos ya sería desastroso.

Camino hacia mi habitación tras hacer mis necesidades en el baño y enciendo el ordenador. Voy con el portátil hasta mi cama y sentándome cómodamente allí me dedico a ojear mi Twitter y mi Facebook. Me pongo de mal humor al encontrarme con varios mensajes y dedicatorias de Blake dirigidas a por mí.

—Estoy empezando a pensar que está tratando de acosarme —murmuro bloqueando y borrando todo lo que encuentro de su parte.

Resoplo repetidamente al verme obligada a cambiar la privacidad de mis redes sociales para que nadie pueda comentarme nada, ni pueda ver nada mío sin que yo lo apruebe primero.

—¿Qué voy a hacer contigo?

Me recuesto en la cama y continúo mirando cosas más interesantes en el ordenador ahora. Me dedico las horas siguientes a revisar cualquier información que haya en la red con respecto a la Editorial para la cual voy a trabajar a partir del día siguiente. Me sorprende no encontrar ninguna fotografía del director de la entidad.

Sólo sale su nombre. Logan Ross. Empresario de edad desconocida. No acude a las fiestas de empresas, ni de negocios. Ni acude a eventos sociales o de promoción. Al parecer se dedica a firmar cheques y a permanecer alejado de los medios de comunicación. Imagino que se trata de un hombre mayor, casado, con hijos ya mayores, que sólo busca tranquilidad y vivir bien.

No le doy mucha importancia.

Sí me fijo más detalladamente en la imagen representativa de Alan Payne, el “amable” jefe de personal que me atendió en la mañana. ¡Él sí que sale fotografiado en todos lados! Y no estando solo precisamente.

Mujeres bellas, y hombres bien trajeados y vestidos aparecen junto a él, sonriendo ante las cámaras. Parece estar muy a gusto posando ante la lente de los reporteros. Observo fijamente su forma de moverse y de dirigirse en el mundillo del espectáculo y ahora comienzo a dudar de su sexualidad. ¿Ese es el mismo hombre amanerado que evitaba mi mirada todo el rato?

Parpadeo intrigada, navegando por diferentes páginas de Internet en busca de su imagen. Me frustra no encontrar nada de relevancia. Al parecer en ningún lugar se hace mención de sus gustos personales. Todo lo que sale es con respecto a la Editorial, a libros y al negocio familiar.

Sale incluso posando con sus padres, el señor y señora Jeff y Beth Payne. Pioneros de la industria y de los negocios en el estado de New York.

—Vaya, el Director de Recursos Humanos es rico —susurro sorprendida.

Me encojo de hombros, sin darle verdadera importancia. ¡Qué me podrá importar a mí el estado financiero de mi futuro jefe! Cierro a continuación todas las páginas que tratan de Alan Payne y me dedico a centrar toda mi atención en el negocio de la publicidad y del Marketing editorial.

A las tres en punto se oye el ruido de las llaves tintineando contra la puerta y sé sin lugar a dudas que mi madre ya ha llegado a casa del trabajo. Dejo a un lado el ordenador, donde he pasado inmersa las últimas horas, y voy a anunciarle la buena noticia veloz.

La alegría se escapa de todo mi ser al llegar al salón y ver a mi madre pálida como cadáver, con una expresión de disgusto en el rostro. Está leyendo unos papeles que no puedo ver bien. No es hasta que me acerco casi a respirar tras su nuca cuando identifico que está mirando informes médicos.

—¿Mamá?

Anne Harper da un brinco en el sofá, elevando rápidamente su vista hacia mí. Parece sorprendida de encontrarme allí. Trata de esconder el papel en su regazo al ver que no dejo de mirarla fijamente y yo me adelanto a sus intenciones.

—¿Qué es esto, mamá? —pregunto arrebatándole el informe. No me dedico a mirarlo, quiero que ella me cuente lo que pasa.

—Hija.

—¿Mamá?

Me dedico a retarla unos minutos con la mirada que ella siempre ha catalogado como “dura” y sé que gano la contienda sin dificultad. Suspira dándose por rendida.

—Es el informe de una analítica de revisión —contesta en voz baja—. Me aconsejan que repose durante un tiempo.

—¿Reposar?

Bajo la vista ahora yo al informe y mi corazón se paraliza un momento al leer la parte que dice “diagnóstico del paciente” y ver por ahí palabras aterradoras como “cáncer de mamario”, “reposo absoluto” y “Quimioterapia intensiva”.

—¿Qué es esto?

—Lo siento, cariño.

Vuelvo a mirar el informe, esta vez enfocándome en la parte de historial médico y de visitas anteriores y me quedo helada al ver que mi madre lleva acudiendo al oncólogo desde el pasado mes de Marzo. ¡Seis meses atrás!

—¿Por qué no me has dicho nada?

—Pensé que tras tu ruptura con Blake ya tenías bastante —me dice con voz queda—. Y parece peor de lo que es. El doctor me ha recomendado operarme y hacer radioterapia. Dice que si sigo el tratamiento y la medicación correspondiente podré salir adelante.

Voy a su lado y le doy un abrazo de vértigo. Mi corazón late a demasiada velocidad y eso es porque estoy preocupada. Y angustiada a partes iguales. Mi ruptura amorosa me parece ahora tan lejana, y sin importancia que me da vergüenza no haber estado más atenta a mi madre hasta ahora.

—Lo siento, mamá.

Acaricio su espalda y le prometo que voy a darlo todo por ayudarla a pagar el tratamiento que necesite. Ella sonríe con ternura, devolviéndome el abrazo con fuerza. Yo aprovecho que hablamos de eso para darle la buena noticia del empleo. Sé que aún no sé cuánto dinero ganaré, ni qué horario tendré, pero ya mañana podré averiguarlo.

—Gracias al cielo —sonríe ella—. Me alegro que te hayan cogido. Mereces ese puesto y más, cariño.

Me dejo arropar un poco más entre sus brazos y lanzo una plegaria al cielo para que todo salga bien con su salud. No estoy preparada para perderla a ella también, como pasó con mi padre.

Me convierto en el resto del día en una hija dedicada y mimosa con su progenitora, haciendo todo lo que está en mi mano para hacerla sentir bien. No dejo que limpie ningún cacharro, ni que se mueva la casa a no ser que sea para ir al baño o para dormir algo de siesta.

Puede parecer que estoy siendo un poco exagerada, pero ahora que sé la verdad quiere cuidarla como no he sabido hacer en los últimos años.

—Voy a salir a comprar la cena —le digo casi a media tarde.

Mi madre está cómodamente sentada en el sofá, leyendo un libro de misterio que le regalé la Navidad pasada. Por suerte ambas compartimos el mismo gusto por la lectura.

—¿Necesitas algo?

—No. Sólo que no llegues tarde —me dice sin separar sus ojos de su lectura—. Quiero que puedas descansar bien esta noche.

Me sonrojo ante el regaño implícito que está en esa frase por haber llegado tarde a la entrevista esta mañana y le aseguro que no tardaré nada. Sólo tengo que comprar la cena y un par de cosas para estar preparada para mi primer día mañana.

—¡No te muevas a no ser que sea necesario! —Exclamo antes de salir, por tener yo la última palabra más que nada.

Me siento con ganas en mi Mustang y abriendo la ventanilla entera, dejo que el aire me golpee en el rostro directamente. Me viene bien refrescar las ideas y pensar en cómo hacer para tratar de ayudar financieramente a mi madre con el tratamiento.

La compra de la casa que hice junto a Blake me arruinó y mucho.

Todo lo que he ganado en la librería en Illinois, e incluso lo que el Estado me está pagando ahora mientras estoy desempleada se va a la Hipoteca y a los gastos conjuntos de esa vivienda. Eso sin contar con la tarjeta de crédito que está a mi nombre con la cual he ayudado con los gastos diarios con mi madre ahora que vivo con ella. Ya que yo le consumo la mitad de agua, de gas y de luz, lo mínimo es que le ayudé a costearlo mientras vivo con ella.

—Espero que paguen bien en la editorial —rezo recorriendo el mismo camino por carretera que hice en la mañana.

En esta ocasión no me encuentro con ningún conductor irritantemente lento y consigo llegar al centro del pueblo en menos tiempo del previsto. Maldigo nuevamente la parsimonia de la que hizo gala el señoritingo del Ferrari rojo al no acelerar lo debido. Tal vez si él hubiese apretado algo más el pedal del acelerador, mi entrevista no hubiese sido tan accidentada como fue. Pero bueno, hacer leña sobre al árbol caído ahora no sirve de nada.

Aparco el coche en un parking privado y tras pagar la tasa correspondiente por estacionar, camino hacia la primera tienda ropa que encuentro de segunda mano. Sé que ahora no debería gastarme el poco dinero que tengo en cosas tan insustanciales como ésa, pero dado que a día siguiente voy a empezar a trabajar en una empresa dónde todos van vestidos de forma clásica y elegante, yo tengo que adaptarme a ello.

Por eso hago de pies corazón y sin fijarme en el precio comienzo a comprar una serie de pantalones, camisetas, chaquetas, faldas y calzado adecuado para poder tener para una semana entera y poderlos intercambiar sin que nadie me acuse de repetir vestuario.

La dependienta me da el ticket final con una expresión de satisfacción en el rostro y yo sin mirarlo le doy mi tarjeta de crédito. Cruzo dedos al pagar y ver que el bendito plástico acepta el pago. Bien.

—Gracias.

—Esperamos que regrese pronto —me dice ella sonriente.

Cojo todas las bolsas como bien puedo y regresando al coche, lleno el maletero de la ropa nueva. Miro el reloj de mi muñequera y lanzo un suspiro al ver que ya son casi las ocho de la noche. Enciendo el motor y hago el camino de vuelta a casa.

Aunque eso sí, me paso antes por una pastelería para coger algo dulce para cenar con mi madre. A fin de cuentas hoy ha sido un día de celebración, ¿qué puede pasar de mal por gastar algo más de dinero?

Entro con los paquetes en casa con una sonrisa plantada en el rostro y saludo a mi madre. Sigue leyendo en el salón enfrascada en su texto. Me agrada ver que me ha hecho caso y no se ha movido del sitio como yo le pedí.

—Enseguida preparo la cena, mami.

Ella me sonríe sin apartar su concentración del libro. Echo una rápida ojeadita al libro y veo que le queda poco. Entiendo que estará justo por descubrir el final y por eso no quiero parar de leer. Escondo la satisfacción que eso me crea.

—Te aviso cuando todo esté listo.

Dejo en la cocina los pasteles y los dulces y voy directa a mi habitación para dejar dentro del armario la ropa que he comprado. No pierdo un minuto en revisar mi fondo de armario actual, y dedicando mi esfuerzo a realizar cosas en la cocina, preparo un par de ensaladas y una sopa, y cuando lo tengo todo listo, pongo la mesa.

No puedo evitar recordar el maldito Ferrari rojo y a su conductor de gafas de sol. Me muerdo el labio inferior tratando de realizar un retrato robot de él en sí mismo, y la verdad que no logro saber cómo eran sus rasgos. Lo único que viene a mi memoria es su parsimonia al conducir y lo tranquilo que estaba cuando yo le saqué el dedo corazón para decirle que se jodiera.

Me avergüenzo ahora al recordar ese feo gesto. Yo no suelo ser así.

—Por suerte nunca voy a conocerle para tener que disculparme —murmuro desenvolviendo ahora los pasteles y los bombones de la pastelería. En cuanto está todo listo, llamo a mi madre para cenar.

Ella viene enseguida, con la expresión risueña. Parece feliz con su libro. La expresión de desdicha que tenía antes en el rostro ya se ha ido. Menos mal.

—¿Has comprado pasteles?

—Claro, mamá, hoy es un día de celebración —murmuro dándole un beso en la mejilla—. A partir de mañana trabajaré en la gran editorial de este condado y seré una mujer provechosa para el mundo.

—Hija qué cosas tienes, tú ya eres una gran mujer.

Niego mientras sirvo agua en nuestros respectivos vasos y me siento con ella en la mesa.

—Hoy hablé con Pam —le digo empezando a comer la sopa—. Está entretenida haciendo fotografías a maridos infieles.

—¿De verdad?

—Sí, parecía contenta. Estoy deseando que regrese para quedar con ella y que hablemos tranquilamente —le confieso, haciendo ver lo mucho que extraño a mi amiga—. La verdad es que no he vuelto a verla desde el mes de Junio, creo.

Concretamente desde dos semanas antes de que rompiese con Blake.

Recordar a mi ex pareja me pone mal y bajo la mirada. No quiero pensar en él, más de lo debido. Con mi acción de poner en privado todas mis redes sociales y bloquear cada intento de contacto que yo no permita, creo haberme librado de ese problema.

—¿Estás bien, cariño?

—Sí, mamá, simplemente estoy nerviosa por que mañana es mi primer día —le digo y no es mentira del todo.

Tan ilusionada estoy con empezar en la editorial, que olvido a veces que soy una persona introvertida cuanto me tengo que rodear de mucha gente. Espero que mi jefe no lo tenga mucho en cuenta cuando vea lo capacitada que estoy para el trabajo.

—Come a discreción los dulces, mami.

—Un poco tesoro, el doctor no me permite tomar demasiada azúcar.

Se me hace un nudo en el estómago al ser consciente de sus palabras y mi vista va sin yo quererlo hacia su pecho. Cáncer de mamá. Tengo que investigar todo lo que pueda acerca de eso. Y ya no sólo para saber qué cosas puedo hacer para poder ayudarla, sino para prepararme con el tema financiero.

Quiero saber cuánto sería el coste de las intervenciones que tienen que hacerle. Por desgracia, las facturas médicas en este país no están cubiertas por la Seguridad Social, como en otros países de Europa. Aquí todo se paga. Te guste o no.

—Pues yo como ya no tengo que hacer dietas absurdas, ni tengo que complacer a nadie con mi físico, por hoy me voy a poner buena de dulce —susurro empezando a coger bombones con las dos manos—. ¡Un día es un día, mamá!

Una vez estoy segura de que mi madre va a estar bien en la noche, me dirijo a mi dormitorio y lanzo un suspiro de pesar al ver que ya son casi las diez y media de la noche. Hacer tareas de ama de casa ocupa mucho tiempo. No sé cómo mi madre ha podido hacerlo durante veinticinco años. Imagino que al ser yo hija única ha sido algo más fácil para ella.

Saco la ropa del ropero y ordenándolo todo en su lugar correspondiente – me propongo ponerme a planchar al día siguiente para que ninguna prenda tenga demasiadas arrugas—, me dejo caer de golpe en la cama. A continuación cojo el despertador y lo pongo a las siete de la mañana en punto. Sé que Alan Payne me pidió que estuviera a las nueve allí, pero mañana no quiero que suceda ningún imprevisto.

Quiero aparentar ser una mujer eficiente, puntual y profesional en cuanto entre por la puerta de Ross Reserve Edition S.L.

Tomo ahora entre mis manos mi móvil, y hago lo mismo con la alarma del mismo. Voy poniendo hasta diez avisos, con diez minutos de diferencia, para asegurarme de estar despierta a primera ahora. Ja. ¡Ahora quién va a decir que soy dormilona!

Reviso rápidamente las notificaciones que pueda tener en mi correo electrónico y en las redes sociales y se me crea un fuerte nudo en el estómago, al ver la fotografía y el nombre de Blake Cox en todas y cada una de ellas. Parece que se ha enfadado al ver que he privatizado todas mis cuentas.

Leo uno de los últimos correos que tengo firmados por él en mi bandeja de entrada y me quedo sin habla al ver lo cabreado que en realidad está.

De: Blake Cox.

Para: Roselyn Harper.

Asunto: ¡Contéstame de una puta vez!

Rosy, estoy empezando a pensar que no quieres saber nada más de mí. ¡Estoy tratando de localizarte para felicitarte por tu nuevo trabajo y no hay manera! Eres una zorra desaparecida. Te he mantenido durante años, soportando tus caprichos y ahora por un simple error mío, del cual estoy profundamente arrepentido, te marchas y organizas todo esto. Ponte en contacto conmigo. Ha surgido algo con la casa. Espero tu puta llamada.

Te quiere, Blake.

Me estremezco en la propia cama al leer ese último “te quiere, Blake”, porque yo sé que no dice la verdad. Si me quisiera no me insultaría así. Envío rápidamente el correo al buzón de archivado, al igual que el resto que me ha enviado, y cogiendo unos auriculares, pongo la primera lista de reproducción de música que encuentro.

La música me relaja para dormir y ahora mismo es lo que necesito. Sé que si hubiera pasado algo realmente grave con la casa, la empresa de alarma que tengo contratada me hubiese avisado, o bien la aseguradora.

Las malas noticias a fin de cuentas son las primeras que terminan difundiéndose, pienso abrazando con fuerza la almohada a mi pecho. Comienzo a escuchar el primer estribillo de la canción que se ha conectado de forma aleatorio y cierro los ojos pensando en Alan Payne y en el tipo de trabajo para el que me habrá contratado en su trabajo.

Estoy deseando que pasen las horas para demostrar todo lo que valgo. Al menos profesionalmente en la vida me va bien. Es mi último pensamiento antes de caer rendida en el mundo de Morfeo.

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ISBN:
9788417474706
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