Kitabı oku: «¡No te enamores del jefe!», sayfa 5
CAPÍTULO 5
“Si te tiran al suelo y no te defiendes,
la primera vez puede no ser por tu causa.
Si la situación se repite y tú lo permites,
querida mía, la culpa es tuya.
¡Reacciona y defiéndete!”
Oleadas de ira y de rechazo siento por mi cuerpo al ver ante mí el rostro de mi ex pareja. Mi rostro recuerda el dolor que sentí en la mejilla la última vez que estuve con él frente a frente y doy un par de pasos hacia atrás para mantenerme lejos de su alcance.
Curioso. Conozco a Blake desde los diecisiete años y no hago más que desear tenerle lejos. Tomar distancia y terreno entre él y yo. Y en cambio a Logan Ross, un hombre que conozco de apenas unas horas, deseo tenerle cerca en todo momento. Raro, en verdad.
—Rosy —dice acercándose a mí—. Ya era hora de que vinieras. Estaba empezando a coger una hipotermia mientras te esperaba.
Me estremezco al oír ese diminutivo viniendo de él. No me gusta, y lo peor de todo es que Blake lo sabe perfectamente.
—¿Qué quieres, Blake?
—Quiero que regreses a casa conmigo —comenta sacándose las manos de los bolsillos—. Está muy vacía sin ti, mi amor.
—Hemos roto —le recuerdo—. No voy a regresar.
Mis palabras no le sientan muy bien porque abre y cierra los puños como con ira. Empiezo a sentir algo de miedo de que me haya venido a buscar. No puedo evitar recordar sus últimos mensajes de “acoso” a mi correo.
—¿Qué ha pasado con la casa? —pregunto tratando de llegar directa al grano—. Dijiste que había un problema.
—Se rompió una tubería e inundó varias salas. El seguro no se hace cargo de los daños porque dice que fue causado por falta de mantenimiento. Necesito que corras con la mitad de los gastos para arreglar todo.
—¿Qué?
Me quedo mirándole anonadada, sin saber qué decir, ni qué responder. Sólo sé que noto cómo sabor a bilis subir por mi garganta y eso que no he comido casi nada en todo el día. Un bocado de pasta y un poquito de huevo del desayuno no es alimento para un cuerpo como el mío.
—¿Podrías repetirme eso?
Blake ríe poniéndose ya delante de mí.
—Necesito tu ayuda para reparar los daños, Rosy. Hay que arreglar la tubería, nuestros daños y los del vecino. Necesito que me prestes mil dólares. La otra mitad corre por mi cuenta.
Mil. Dólares.
Noto que el suelo tiembla bajo mis pies y no me queda más remedio que apoyarme en él para evitar caerme al suelo. Ni corto ni perezoso él se aprovecha y me atrae a su pecho susurrándome al oído cosas dulces.
—Tranquila, mi amada Rosy, si estás conmigo todo va estar bien —murmura haciéndome caminar hacia mi coche—. Sabes que te quiero, nunca voy a dejar que te pase nada.
Y sigue diciendo cosas susurrando en mi oído, como si quisiera seducirme con el tono de su voz. y sí, hubo un tiempo en el que yo cedía ante su encanto con ese mismo truco. Pero ya no. Su timbre de voz no es nada comparado con el de Logan. Mi Titán.
Trato de encontrar estabilidad y agarrando con fuerza la bolsa con el maldito gasto que acabo de hacer, le aparto de mi lado.
—No me toques, por favor —le pido encontrando apoyo en mi coche.
Sus ojos se convierten en finas rendijas de odio puro al notar el desprecio que hay en mi voz.
—Si regresas conmigo a casa te prometo que correré yo con todos los gastos —dice apretando los dientes fuertemente—. No tendrás que preocuparte por nada.
—¿Hablas en serio?
—Claro, mi amor, quiero cuidarte. Déjame hacerlo.
Alza una mano para acariciar mi rostro con supuesta dulzura y yo evito su roce. No quiero que me toque y él se da cuenta que le tengo miedo. Comienza a reír de forma cruel.
—Sin duda eres una zorra desagradecida —murmura arrinconándome contra el coche, poniendo su cuerpo pegado al mío. Noto su aliento en mi cuello y trato de contener las nauseas que me crea ahora su contacto.
—Ya veré cómo hago para pagarte la mitad de los gastos —le digo tratando de alejarme de su contacto—. Ahora quiero irme. No tengo nada que hablar contigo.
—¿No?
—Hemos roto —repito apretando con fuerza el plástico de la bolsa que aún sostengo en mis manos—. Y aunque la casa esté a nombre de los dos, no voy a regresar allí si tú eres parte del trato. Me golpeaste, Blake, y eso acabó con lo nuestro.
Creo que esas palabras no son precisamente lo que he debido decir ahora, porque Blake se enfada y mucho al escucharme. Lleva sus manos a mi cuello y me obliga a mirarle a los ojos. Somos casi igual de altura, él un poco más alto, así que me hago un poco de daño al forzarme a hacer esa postura sin mi permiso.
—¡Eso fue porque tú te dedicaste los últimos meses de nuestra relación a coquetear con otros hombros como una zorra!
—Yo no hice eso —murmuro sintiendo necesidad inmediata de recibir aire a mis pulmones. Su agarre es demasiado fuerte.
—¡Yo te vi! ¡Con el dependiente de la librería en Illinois, para empezar! ¡Y con el repartidor de correos! Jugaste siempre conmigo.
Dejo caer la bolsa con los vestidos al suelo y trato de hacer que me suelte. Se lo pido por favor. La necesidad de poder respirar bien se está haciendo algo apremiante ahora.
—No puedo respirar.
Creo que el gemido que se escapa de mis labios y el dolor que siento en mi garganta surten efecto, y Blake se aleja de mí como si yo le hubiese quemado. Comienzo a toser en cuanto estoy libre de su agarre y llevo mis manos al cuello. Noto picazón en esa zona.
—Rosy. Lo siento —murmura cogiendo la bolsa del suelo para ponerla en mis manos—. Yo no…
—Hazme un favor y aléjate de mí —le pido entre lágrimas.
Me doy la vuelta y con dedos temblorosos abro mi coche y tras meterme en él cierro con toda la seguridad el vehículo. Ordeno a mi corazón que se calme un poco antes de poner en marcha el coche.
Por el espejo retrovisor puedo ver a Blake haciéndome señales con la mano. Tiene un papel blanco en alto, como una factura. No le doy importancia. Pongo primera y salgo de allí apretando con fuerza el pedal del acelerador.
No me he puesto el cinturón de seguridad pero me da igual, quiero alejarme todo lo posible de la presencia de Blake Cox.
A ser posible, para siempre.
No me calmo ni cuando aparco en la puerta de la casa de mi madre. He recuperado el aliento en cuanto me he convencido de estar bien lejos de Blake Cox, pero aún así no logro quitarme la sensación de estar siendo observada por él.
Muevo el espejo del retrovisor del interior de mi Mustang y enciendo la luz pulsando el botón que hay en el techo. Suelto un grito de horror al ver una marca roja en mi cuello. Sólo puedo pensar en cómo tratar de ocultarlo para que ni mi madre ni nadie del trabajo puedan ver esa marca.
Es la primera que me hace Blake.
Cojo el manuscrito del asiento trasero del coche, mi bolso y los dos vestidos y decido tratar de actuar con normalidad. Ya ha anochecido y estoy segura que mi madre estará preocupada por mí. No quiero causarle mucho disgusto contándole lo sucedido.
Pero eso sí, en cuanto tenga la menor oportunidad, pienso contarle todo con pelos y señales de esto que me está pasando con Blake a Pam. Ella trabaja como detective privado. Seguro que sabe cómo actuar para que las cosas no vayan a más. A fin de cuentas yo conozco a Blake Cox y él no es tan malo como quiere aparentar.
Hubo un tiempo en que era un hombre maravilloso y dulce.
—¿Roselyn? —oigo a mi madre decir en cuanto abro la casa.
—Soy yo, mamá.
Ella sale de la cocina con expresión preocupada y me abraza con fuerza. Yo me dejo consolar por sus brazos, inundándome por el perfume a rosas que su cuerpo siempre desprende. Eso me calma. A fin de cuentas a mí me puso el nombre de Roselyn por su amor a las rosas.
—¿Estás bien? Pensé que tuviste algún problema con el coche. Te esperaba hace mucho tiempo.
—Tuve que ir de compras —le digo explicándole el evento al que tengo que asistir mañana.
Ella me escucha con atención, alejándose de mí para mirarme a los ojos.
—¿Seguro? Tienes los ojos apagados y tristes, mi niña, ¿no te ha pasado nada más?
—Sólo estoy cansada, mami. El primer día ha sido demasiado atareado. Sólo quiero cenar algo e ir a descansar.
Mi madre me mira con amor y me señala hacia mi dormitorio. Le doy un beso en la mejilla y antes de meterme hacia el pasillo hacia mi santuario, me giro y le pregunto a mi madre:
—¿Tú estás bien, mami?
—Sí, querida. Hoy hablé con la señora a la que voy a cuidar y le dije que durante un tiempo no voy a poder acudir más. Sé que no recibiremos ese dinero extra, pero con mi pensión y la ayuda que tú me das, podremos salir adelante, mi amor.
Mi corazón se encoge de pesar al oír eso. Y no debido a que me fastidie tener que aportar dinero en casa, sino ¡por que no tengo más que deudas que saldar!. Noto que el aire de nuevo comienza a faltarme, y pongo pintada una sonrisa en mi rostro para hacerle ver a mi madre que todo está bien.
—Siempre podrás contar conmigo, mamá —le aseguro con voz firme.
—Gracias, cariño.
Sigo mi camino y en cuanto cierro la puerta, me dejo caer en mi cama, y rompo a llorar como una niña pequeña, abrazada al manuscrito y a la ropa de gala que he traído a la casa.
No sé cuanto tiempo paso dejando salir en forma de lágrimas el dolor que mi corazón siente en mi interior. Sólo soy consciente de moverme en la cama y oír unos golpes en la puerta por parte de mi madre.
Miro el despertador y parpadeo sorprendida al ver que son más de las doce de la noche. ¡Me he quedado dormida llorando!
—Cariño, cerraste con llave al entrar.
¿De verdad?
Seco mis lágrimas y abro la puerta enseguida. No quiero preocuparla más.
—Vine hace unas horas para avisarte de que la cena estaba lista y no pude despertarte —me dice con recelo. Nota mis ojos hinchados y restos de lágrimas en la mejilla y me acaricia el rostro con ternura de madre—. ¿Estás bien? ¿Se han portado al contigo en el trabajo?
—No, mami, muchas emociones.
Le cuento por encima lo sucedido en el trabajo. Hago mucho hincapié en la actitud de Alyssa y de Grace, y en mis nuevas funciones en la empresa.
—Están celosas, mi niña, nada más.
Voy con ella junto a la mesa en la cocina y me sirve un plato abundante de pastel de verduras con milanesas que ha preparado para mí. Mi estómago canta el Aleluya en forma de sonidos poco decorosos y ante la risa de mi madre, comienzo a comer con ansia.
—Está todo delicioso —digo con la boca llena.
Sigo comiendo mientras ella me consuela con respecto a la primas. Debo tener paciencia y demostrarles que no quiero arrebatarles nada con mi presencia en la editorial. Confirmo todo lo que me dice, porque sé que tiene razón.
—Te quiero, mamá —le digo desde el fondo de mi corazón—. Discúlpame por tenerte despierta tan tarde por mi culpa.
—Tampoco podía dormir, mi amor, mañana tengo que ir al médico.
—¿Mañana?
Dejo el tenedor en el aire a medio camino de llegar a mi boca y me quedo mirándola con asombro.
—¿Al oncólogo? —pregunto con un nuevo nudo en la garganta.
—Sí, me dará el presupuesto con todo el tratamiento que debo seguir —me contesta levantándose para servirme el postre—. Imagino que me dirá el porcentaje que debo pagarle ahora para que comencemos con el tratamiento. Creo que los medicamentos no son muy económicos que digamos.
Aparto el plato para disgusto de mi estómago y me quedo mirando fijamente a mi madre con la mente en blanco. Cuando supe la mala noticia de la salud de mi madre nunca imaginé que el asunto fuera tan urgente. Y menos tan inmediato.
—¿Cuánto crees que pueda ascender la cifra, mami?
—No lo sé mi amor, pero con tu nuevo trabajo vamos a ir bien —sonríe ella sin preocupación alguna—. No te preocupes mi sol, saldremos adelante como siempre.
Trato de contagiarme de su positividad, pero no logro nada. Me llevo las manos a la cabeza agobiada con asuntos financieros. Entre Blake, mi casa, las deudas que acabo de crear a la tarjeta de crédito de la comida, y los gastos médicos de mi madre, estoy arruinada.
Me concentro de nuevo en mi casa y muy a mi pesar no se me ocurre otra solución que tratar de vender la casa para poder asumir económicamente todos los gastos y poder vivir tranquilamente. La mala noticia de esa. Sencilla, que debo hablar con Blake una vez más. Por algo la vivienda está a nombre de los dos.
¡En qué hora accedí a eso!
—¿Estás bien, Roselyn?
—Sí, mamá. Sólo algo cansada.
Acerco de nuevo el plato para seguir cenando por orden de mi estómago, porque si por mí fuera no comería nada más. Le deseo a mi madre buenas noches y concentro toda mi atención en la casa que con tanta ilusión compré dos años atrás, y que ni siquiera puedo pisar ahora sin sentir miedo de encontrarme con mi antigua pareja.
Muy bonito todo.
A las cuatro de la madrugada me encuentro tumbada en la cama, con una taza de café humeante junto a mí. Tiene más leche y azúcar que cafeína, pero aún sirve para el propósito de permanecer despierta.
Después de la cena de madrugada quise tratar de descansar en la cama. Y me acosté. Pero entre sueños relacionados con el dinero y con las manos de Blake apretando mi cuello hasta tratar de asfixiarme, no logré conciliar nada descanso. Fui a la cocina en silencio, me preparé un café light y comencé a leer el manuscrito que traje de la editorial.
La verdad me sorprende ver que el autor aunque es desconocido para mí tiene una prosa casi perfecta. Con sus pequeños fallos de corrección, y todo lo propio que tiene un escritor nobel, pero aún la trama de la mujer de campo que finge ser una mujer de éxito en tierra de hombres llama la atención y mucho.
Una mujer valiente. Eso me gustaría ser a mí, pienso entristecida dejando a un lado el texto para beber otro sorbito de café. Si hubiese hecho caso a mi instinto y hubiese comprado la casa sólo a mi nombre, ahora no tendría ningún problema.
Dejo el café en la mesita y estirándome un poco hacia la mesita tomo en mis manos el ordenador portátil. En cuanto se abre el navegador, pongo en el criterio de búsqueda el nombre de Logan Ross y espero pacientemente los resultados.
La selección de reportajes que salen a continuación me dejan sorprendida, sobre todo por la escasez de noticias. Para ser el Director General de una gran Editorial del condado, casi no tiene vida social.
Recuerdo el evento al cual quiere que yo acuda en la noche y sigo sin comprender nada. Y con razón, porque si no aparece en casi ningún lado de la prensa sensacionalista ni en los actos públicos, ¿por qué querrá asistir justo a ese evento?
Alucinante.
Reviso lo poco que hay en búsqueda de algo que indique que tenga pareja – y me pongo roja cuando soy consciente de lo que estoy haciendo—, pero no logro encontrar ninguna referencia al respecto. Logan sólo sale en compañía de Alan, y como mucho con clientes con los cuales firma contratos millonarios. Parece ser que en Ross Reserve Edition SL no sólo se publican manuscritos y textos narrativos, sino que también tienen una tirada de periódico digital.
Me centro en cotillear el último número que salió publicado el mes anterior y me quedo aturdida al ver que hay varios artículos firmados por Alan, por Logan –Oh Dios mío, también escribe—, y por otras tres personas más que aún no conozco, llaman poderosamente mi atención.
Hay uno en concreto, que está firmado sólo por las iniciales G. L, que me pica la curiosidad. Me descargo la edición digital y leo en voz alta el primer artículo suyo que encuentro, dentro de la sección de opinión.
¿Sirve de algo expresarle lo que sientes?
Hola mujer que estás delante de mí leyendo estás palabras. Te agradezco infinitamente que hayas acudido a mí para descubrir algo que me muero por decir a gritos. Y sí, ese algo que quiero decir es ¡Te amo!, pero no puedo hacerlo. Te preguntarás, ¿por qué? Pues sencillo. La persona que tiene que escuchar estas palabras está enamorado de alguien más. Ja. Tal vez esto no te suene desconocido a ti. Seguramente en algún momento de tu vida te ha sucedido, y te pido perdón por si mis palabras te hacen sufrir. Chica, es lo que me está pasando a mí, por eso te lo digo.
Aún así, volvamos al tema en cuestión. ¿Le dirías al hombre o mujer – si tu género es masculino y me sigues leyendo, ¡te alabo!—, que le amas arriesgando a que tu corazoncito se rompa cuando él te mire con lástima? Yo personalmente he tenido esa elección en mi vida personal, y he fracasado estrepitosamente. Le dije al hombre en cuestión ¡te amo!, y ¿sabéis que hizo él? Me abrazo con amabilidad y en mi oído me dijo sólo cuatro palabras, que hicieron que mi pobre corazón dejase de latir durante un segundo. “Me gustan los hombres”.
Y yo me quedé cómo… ¿hola?
G.L.
Pestañeo repetidamente, leyendo el último párrafo con las mejillas sonrosadas. Noto una profunda pena hacia G.L. —evidentemente es mujer—, y deseo que haya superado ese percance en su vida. Tiene que ser horrible enamorase de alguien y descubrir que tiene otros gustos sexuales diferentes a los propios.
Viene a mi mente la imagen de Alan Payne, y trago fuertemente. De sus gustos sexuales no sé qué pensar, y tampoco me tiene que importar, supongo. A pesar de ser guapo, atractivo y divertido no causa en mí reacción alguna.
—En cambio tú si que mueves mi mundo —murmuro posando el ratón del ordenador sobre el nombre de Logan Ross—. Y mucho, señor Titán.
Demasiado para mi paz mental.
El despertador suena a las siete en punto y yo gimo, metiendo mi cabeza debajo de la almohada. Creo que tras mi incursión en el ordenador para cotillear la vida de Logan terminé cayendo dormida a las tantas de la madrugada.
Pienso que puedo dormir al menos unos minutos más, y retraso el despertador unos veinte minutos. Algo de descanso me vendrá bien.
Al cerrar los ojos viene a mí la imagen de Logan Ross, acercándose a mí en el evento de la noche. Lleva puesto un traje, con corbata y zapatos italianos que le sientan muy bien. Su sonrisa es hermosa. En cuanto se detiene a mi lado, se inclina como si fuese un caballero medieval y con un simple gesto me pide que baile con él.
Ni corta ni perezosa y acepto, y me dejo atraer a sus brazos para comenzar el baile. Es una canción lenta, creo que el cantante es francés. Su sonido crea un ambiente romántico en el gran salón del edificio. Parece que sólo estamos bailando Logan y yo.
—¿Sabes que estás muy guapa hoy?
Me encojo de hombros y me apoyo en su pecho con mi cabeza para oír su respiración cerca. Me gusta que me diga que estoy bella. Sé que el vestido rojo que tengo puesto y que me ha costado una pasta me sienta muy bien.
—Gracias.
—Estás tan bella que todos los hombres de la sala me miran con envidia —me dice dando vueltas conmigo una y otra vez—. Sobre todo uno en especial.
—¿Qué?
Me alejo un poco de él para seguir la dirección de su mirada y me detengo en la pista. Logan se refiere a Blake. Está allí mirándonos con expresión de enfado intenso. Sudores fríos comienzan a resbalar por mi espina dorsal.
Deseo tomarle la mano a Logan para que juntos salgamos de allí para alejarnos de la mirada inquisitiva de Blake y sin yo esperármelo, me encuentro apoyada contra una pared, con un cuerpo masculino sobre el mío, y con unas manos aferradas a mi cuello.
—¡No! —grito asustada, tratando de liberarme.
Pataleo, araño, sollozo intentando quitarme de encima las manos que están intentando ahogarme.
—¡Esto te pasa por coqueta!
¡Es la voz de Logan Ross!
Me quedo quieta y miro con angustia el rostro de Logan junto a mí. Sus ojos grises ya no me parecen tan atractivos. Están enrojecidos por el alcohol y por la ira. Siento mucho miedo de no poderle detener. Es muy fuerte. Más incluso que Blake.
—¡Suéltame!
Despierto sobresaltada cuando mi madre me zarandea en mitad del sueño. Pesadilla, diría mejor. Insuflo y suelto el aire repetidamente, tratando de normalizar mi respiración. Tengo las manos puestas en mi cuello. Aún puedo sentir el calor de Logan sobre mí.
—Cariño, ¿estás bien?
Me abrazo a ella como una chiquita pequeña y me sumerjo en el olor de su perfume. Inhalar aroma a rosas me va calmando poco a poco.
—Sólo ha sido una pesadilla, mi amor —murmura ella preocupada.
Dedico un par de minutos a sentirme bien en sus brazos, y cuando noto que la pesadilla ya es tan solo una imagen lejana en mi retina, me alejo de ella con vergüenza.
—Creo que cené demasiado pesado anoche, mamá.
—¿Estás segura?
—Sí. Siento haberte preocupado.
—No te preocupes amor. Quise venir a despertarte al ver que eran las ocho y cuarto y aún no te habías levantado.
¡Las ocho y cuarto!
Doy un brinco en la cama y pongo pies en polvorosa. Voy directa al baño y me doy una ducha rápida. Me paro frente al espejo para peinarme y se me escapa un grito de horror al ver el moratón tan enorme que tengo en el cuello.
Busco el maquillaje en el estante del armario y trato de ocultarlo como bien puedo, pero no hago nada provechoso. No sirve de nada y con el sudor se va a ir. Así que me pongo a maquillar mi rostro mejor, y hoy decido dejarme el pelo suelo sin secarlo. A continuación voy a mi habitación y me pongo una falda marrón y una blusa a juego. Busco un pañuelo en uno de los cajones de seda y me lo coloco a cuello.
Así se podrá ocultar durante un par de días el moratón.
Me perfumo con rapidez y voy al salón.
—¡Mamá, me voy!— grito mirando con horror que ya son las nueve menos veinte.
—¿No desayunar, querida?
—¡No tengo tiempo! Te quiero.
Tomo las llaves del coche, mi cartera y mi móvil y salgo de la casa con la sensación de que mi segundo día en la empresa iba a ser movidito.
De nuevo.