Kitabı oku: «Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri», sayfa 9

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1 Eneas, que tuvo a Silvio de su segunda mujer, Livinia.

2 El fin supremo de lo que se concedió a Eneas era la preparación de la Sede Apostólica.

3 San Pablo.

4 Se entiende Beatriz.

5 Debe advertirse que, dentro del simbolismo del poema, Beatriz representa la teología.

6 Esta mujer excelsa es la Virgen. Hay más de un pasaje en el poema exaltando la continua intercesión de María.

7 Santa Lucía.

8 Raquel, esposa de Jacob, representa la vida contemplativa.

CANTO III

Caronte, demonio con ojos de brasa, los hace entrar a todos con señas imperiosas y golpea con el remo a los que se sientan. (III vv. 109-111)


Dante y Virgilio cruzan el umbral del infierno (vv. 1-2) y en el vestíbulo se encuentran con los ignavos, aquellos que en vida nunca se comprometieron (vv. 22-69); después, llegan a la orilla del río Aqueronte, donde aparece Caronte, personaje de la mitología griega cuya tarea es transportar las almas de los difuntos al otro lado del río (vv. 70-87). En el diálogo que sigue, Caronte trata de impedirle el paso a Dante, pero Virgilio le explica que Dios mismo quiere que haga ese viaje (vv. 88-95). A continuación, se describe a los condenados que esperan cruzar el río (vv. 96-129) y, al final, Dante se desmaya (vv. 130-136).

El canto comienza con la inscripción de la puerta del infierno (vv. 1-9), que termina con el célebre y terrible verso: «Vosotros, los que entráis, dejad aquí toda esperanza». El infierno es el lugar donde no hay esperanza, donde se acaba todo bien posible.

Mis alumnos se preguntan siempre: ¿cómo es posible que Dios, que es infinitamente misericordioso, haya creado el infierno? La respuesta solo puede ser una. Si no existiera el infierno, nosotros dejaríamos de ser humanos. No existiría lo que nos caracteriza como hombres y nos diferencia de un perro o un gato: la libertad. De hecho, si no existiese el infierno no existiría la posibilidad de negar a Dios y, por consiguiente, no existiría la libre elección de amarlo o rechazarlo. Seríamos como nuestro perro o nuestro gato, gobernados por el instinto, determinados por la biología, o el ambiente, o las fuerzas naturales que rigen el resto de la naturaleza. Por eso el infierno debe existir.

Como escribe Dante: «Justicia movió a mi supremo Autor» (v. 4). No es una cuestión de maldad sino de justicia. Dios nos ha creado libres de verdad, nos ha hecho tan libres que podemos incluso negarle, no reconocer que dependemos de él —que es el pecado de orgullo de Lucifer—. El infierno existe como consecuencia de nuestra libertad. Sin duda, estamos ante un punto vertiginoso, ante el aspecto más misterioso de toda la concepción cristiana de la realidad, como observa don Luigi Giussani entre otros: «¿Cómo puede el Misterio crear algo que no se identifique consigo mismo? ¡Este es el verdadero misterio! Todo resulta, pues, comprensible, salvo una cosa que queda todavía fuera, que para la razón está todavía fuera de Dios: la libertad. La libertad es lo único que le parece a la razón como fuera de Dios».1 En cierto sentido, la libertad le permite al hombre desligarse de Dios, de aquel del que, aun así, depende todo su ser. Además, no es posible imaginar un bien impuesto, un amor obligado, ya que el amor es libre por definición. Por eso, si existe el bien, el paraíso, tiene que existir también el infierno, es decir, su negación, la posibilidad de decir que no.

Por tanto, el infierno no es, como a menudo nos lo han pintado, la venganza de un Dios prepotente contra el que no se quiere arrodillar ante Él (y también Dante tiene su parte de responsabilidad en esto, porque a menudo se le ha leído parándose en la superficie, en la descripción de las penas y los tormentos, sin ir al fondo del sentido que nos quiere comunicar). El infierno es la condición que el hombre —usando la libertad que Dios le ha dado— elige misteriosamente dándole la espalda a Dios. El problema es que, cuando obra así, el hombre va contra su naturaleza, va contra sí mismo. El dolor del infierno no es un castigo que Dios nos impone; es la consecuencia inevitable de una elección errónea que, negando la naturaleza profunda del hombre, actúa fatalmente contra él. «Quien me pierde se arruina a sí mismo; los que me odian, aman la muerte», dice la Biblia (Prov 8,36). Hasta tal punto que, más adelante, tras la descripción de los condenados que parecen ansiosos por lanzarse a la barca de Caronte (v. 116), Virgilio observa (vv. 124-126):

dispuestos a pasar el río, pues la divina justicia los empuja y el temor se les vuelve deseo.

Paradójicamente «el temor se les vuelve deseo»; hasta el temor —por el castigo, por la pena que les espera— se pervierte en deseo, confirmando que su triste destino es el que ellos mismos han elegido. Por eso los condenados terminan lanzándose hacia él, queriendo subir a la barca que los lleva a cumplirlo. Es la libertad del condenado la que exige el infierno. Esta es la justicia de Dios: el destino eterno se corresponde con el uso de la libertad que los hombres han hecho en su vida terrena. De ahí que la puerta del infierno lleve escrita la palabra «justicia», que Dante pone también en boca de Virgilio.

Antes de proseguir, creo necesario responder a la clásica objeción que surge muchas veces: ¿cómo se atreve Dante a juzgar, a salvar o condenar a fulanito o menganito? En realidad, al decir quién se salva y quién no, la intención de Dante es bien distinta: no pretende sustituir a Dios, sino mostrar cómo fue en verdad la vida de los personajes que se va encontrando, y así alertarnos acerca de aquello en lo que puede convertirse también la nuestra.

De hecho, cada uno de nosotros elige entre el infierno y el paraíso; cada día podemos ser el uno para el otro condena o consuelo. Podemos ser el uno para el otro guía hacia la felicidad y el destino, como Virgilio para Dante, pero también podemos ser el uno para el otro tormento, dolor y sufrimiento; porque somos libres. Este es el infierno, lo que anuncia la puerta que Virgilio y Dante cruzan para ir a ver en qué se convierte la vida cuando los hombres rechazan a su Hacedor.

Dante no entiende el significado de esta inscripción y Virgilio le ayuda a entenderlo mediante dos tercetos que contienen dos versos memorables (vv. 13-18).

Él respondió como persona sabia: «Hay que dejar aquí todos los miedos, aquí debe morir la cobardía. Hemos llegado al sitio en que te he dicho que verás a las gentes condenadas, las que han perdido el bien de la razón».2

La frase «aquí debe morir la cobardía» es una continuación del canto anterior, en el que Virgilio había tildado a Dante de cobarde. Corrobora que para mirar a la cara al mal —tanto el propio como el del mundo— hace falta una gran valentía. Si de verdad quieres descubrir el abismo de maldad del que es capaz el corazón humano, tienes que ser fuerte y estar decidido.

Además, se trata de una exhortación que no deja al otro solo, porque enseguida Virgilio toma de la mano a Dante «con rostro alegre, que me confortó» (v. 20). La seguridad que refleja el rostro sereno del maestro permite al discípulo emprender el camino. Para afrontar el mal se necesita una guía sólida que nos acompañe, alguien que nos sostenga sin evitarnos la fatiga.

El otro verso, que es famosísimo, es el que define a los condenados como aquellos que «han perdido el bien del intelecto». ¿Qué quiere decir «bien del intelecto»? Esta expresión se puede entender de dos formas. Por un lado, «bien» es una cualidad del «intelecto». La razón del hombre es un bien. Los que han perdido ese bien, que es la razón, han perdido el intelecto, la capacidad de entender. Por otro lado, el «bien» es el objeto de la razón, la razón tiende hacia el bien y la verdad, hacia Dios.

Bien mirado, los dos significados no son para nada excluyentes; dicen lo mismo, aunque desde dos perspectivas distintas. Los condenados perdieron la razón, es decir, no supieron razonar bien, no llegaron a entender que solo algo eterno e infinito podía satisfacer su corazón; y así perdieron a Dios, el objeto al que su razón tendía. Pero vale también al contrario. Precisamente porque uno ha perdido a Dios —es decir, ha perdido el significado último de las cosas, el sentido que tiene la realidad—, va perdiendo también la razón, es decir, ya no es capaz de juzgar con acierto, de entender las cosas por lo que realmente son.

Cuando cruzan el umbral del infierno, Dante se encuentra con el primer grupo de condenados, una multitud inmensa de almas que gritan, blasfeman y se golpean con sus propias manos (vv. 22-33). Virgilio explica que son «aquellos que torpemente vivieron sin vituperio ni alabanza» (vv. 35-36), aquellos a los que una antigua tradición llama los ignavos.3 Y son aquellos a los que Dante trata con mayor desprecio: los cielos los rechazan, pero también el infierno los margina en un espacio anterior al río Aqueronte, que los comentaristas llaman «vestíbulo» del reino infernal.

Ni siquiera el infierno los quiere, «ya que alguna gloria recibirían de ellos los condenados» (v. 42), hasta los peores pecadores podrían jactarse de algo frente a la nada absoluta en la que han acabado los ignavos. Y a la pregunta que hace Dante sobre cuál es el tormento que los lleva a quejarse así, Virgilio responde escuetamente: su vida está tan privada de valor que envidian cualquier otra suerte. Por eso, no hay que perder el tiempo con gente así: «No hablemos más de ellos; míralos y pasa» (v. 51). No vale la pena ni siquiera hablar de «aquellos desventurados, que nunca vivieron de verdad» (v. 64).

¿Por qué tanta indignación y desdén? En el fondo, no hicieron nada bueno, pero tampoco fueron malvados, ¿por qué les trata así? Cuántas veces en la vida oímos: «¿Qué tiene de malo lo que hago?». Pues bien, esa es una pregunta equivocada. Deberíamos preguntarnos siempre: «¿Qué tiene de bueno lo que hago?». ¿Cuál es el bien que busco? Después también puedes equivocarte, puedes elegir un bien erróneo —o mejor dicho, puedes confundir un bien finito y limitado con el Bien absoluto—, puedes ser incoherente con el bien que afirmas, pero al menos has elegido. Creo que aquí Dante nos quiere decir que hay algo peor que meter la pata. ¿Qué es lo peor que puedes hacer en tu vida? Lo peor no es que te equivoques —también los santos se equivocan, el santo no es aquel que es irreprensible y, de hecho, los santos se confiesan a menudo— lo peor que puedes hacer es no decidir, quedarte al margen de la vida, no elegir nada.

Por otro lado, aquí Dante se hace eco de la terrible condena del libro del Apocalipsis: «Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca» (Ap 3, 15-16). Para el Apocalipsis, al igual que para Dante, es decir, para la concepción cristiana de la vida, lo peor no es la incoherencia que nos lleva a equivocamos. Jesús vino a buscar al pecador, al que se equivoca, al que no puede salvarse a sí mismo. Y murió por él. Lo peor es no querer tomar partido.

Los padres y profesores lo saben bien. No es que tú eduques mejor si eres presuntamente coherente desde el punto de vista ético. Un adulto que quiere presentarse ante sus hijos como perfecto o éticamente irreprochable es de risa. Porque mis hijos, con solo tres años, ya sabían perfectamente que su padre era un pobre hombre, alguien que podía equivocarse. La tarea que tenemos el uno para con el otro, a la que nos reclaman de forma imperativa estos cantos, no es la de alcanzar una perfecta e imposible coherencia moral, sino la de ser coherentes con el ideal. Lo que supone responder a esta pregunta: en el fondo, ¿en qué te apoyas? ¿De quién es tu corazón? ¿A quién perteneces? Lo consigas o no, serás perdonado, pero ¿has tomado partido? ¿Has elegido de qué parte estás? ¿Has decidido de quién eres? En palabras de Dante, ¿has elegido ir hasta el fondo de esa «lucha del cuerpo y del alma» (Inf. II 4-5) que es la vida? Cuando te levantas por la mañana, o te acuestas por la noche y haces un repaso de lo que ha pasado en el día, ¿qué buscas? El verdadero mal es ceder a la cobardía de no responder a estas preguntas. En otros términos, la culpa de los ignavos es no haber elegido con quién estar, a quién pertenecer. Han decidido quedarse solos y la soledad puede ser un modo de renunciar a la vida. No lo digo yo, lo dicen los sociólogos de hoy en día. En Inglaterra, se instituyó en 2017 un Ministerio de la Soledad, para combatir lo que se considera una «plaga social» que está empobreciendo la vida de millones de personas.4 También es cierto que las personas solas pueden ser víctimas de un sistema —por ejemplo, los ancianos, los marginados…—, pero su condición es el resultado inevitable de una civilización que tiene como centro al individuo aislado, desligado de toda relación. Estamos rodeados de una muchedumbre de «esos desventurados, que nunca vivieron de verdad».

En resumen, los ignavos han optado por no elegir, no decidir y no pertenecer. Pero optar por no elegir y no pertenecer es lo mismo que renunciar a ser humanos, a lo que nos hace humanos, el riesgo inevitable de la libertad.

Aprovecho ahora la ocasión para introducir el criterio con el que Dante establece las penas de los condenados, aunque él no usará esta palabra hasta más adelante (Inf. XXVIII v. 142): la ley del contrapaso,5 el principio que establece una correspondencia, por analogía o por antítesis, entre la pena y la culpa. Por analogía, cuando los condenados sufren eternamente una suerte similar a la que eligieron en su vida; por antítesis o por contraste, cuando los condenados están obligados a hacer de modo deforme y doloroso lo que no quisieron hacer en vida. En este caso la pena es por contraste: los ignavos corren afanosamente detrás de una insignia, parodia de ese ideal que no quisieron seguir en vida, atormentados por enjambres de avispas y moscones, que derraman la sangre que no quisieron verter y que cae a tierra alimentando a unos gusanos asquerosos. Por tanto, los ignavos están condenados a moverse sin descanso, pero su carrera no los lleva a ninguna parte, su acción no da ningún fruto, es un vano afanarse sin objeto.

Una vez deja atrás a los ignavos, Dante se encuentra entre la multitud de los condenados que esperan a ser transportados al interior del infierno. Y aquí recibe otra lección. Pregunta enseguida a su maestro por qué las almas están tan ansiosas por pasar a la otra orilla, y Virgilio le contesta (vv. 76-78).

Y él me contestó: «Te lo explicaré cuando detengamos nuestros pasos en la triste orilla del Aqueronte».

Es decir, no tengas prisa, ten paciencia, cada cosa a su tiempo. Hay que recorrer todo un camino, y la condición para hacerlo es tener paciencia. Dante entiende y baja «avergonzado los ojos» (v. 79), azorándose por su impaciencia, calla hasta que llegan al río.

Entonces Caronte, cuya tarea es transportar a los condenados hasta el otro lado del Aqueronte, le increpa duramente (vv. 89-93).

¡[…] Y tú, alma viviente que estás aquí, apártate de los que ya han muerto! Pero, al ver que yo no me movía, dijo: «Por otro camino, por otro puerto, llegarás a la playa. No has de pasar por aquí, pues conviene que te lleve otra barca más ligera.

Cabe destacar aquí la argucia de Dante, que pone en labios de Caronte —«Por otro camino […] otra barca más ligera»— la profecía de su salvación eterna: cuando Dante muera, no tendrá que pasar por ahí, sino que viajará en «otra barca más ligera», la que conduce al purgatorio.

Ante la insistencia de Caronte, Virgilio le rebate con una frase que volverá a aparecer más veces: «Lo mandan así donde se puede lo que se quiere» (vv. 95-96). El viaje de Dante se ha decidido en el cielo, en ese lugar donde querer y poder coinciden. Me parece significativo que Virgilio no diga simplemente que «lo manda Dios», sino que usa esta expresión más amplia, porque en ese lugar «donde querer y poder coinciden» está también María, como Dante dirá en el Paraíso: «reina, que puedes todo lo que quieres» (Par. XXXIII vv. 34-35). Es un consuelo para todos saber que Dios desea el viaje de cada uno de nosotros y que este viaje se realiza por intercesión de la Virgen María. Por ello todos podemos confiar en que llegará a buen término, con la condición de hacer todo el recorrido, con paciencia. Al igual que Dante.

1 Luigi Giussani, El hombre y su destino, Ediciones Encuentro, Madrid, 2003, p. 18.

2 Dante, op. cit., p. 61.

3 Según la RAE, «ignavia» significa pereza, desidia, flojedad de ánimo; de ahí el término que utiliza Dante en plural, ignavi.

4 Cfr. Paola Peduzzi, «Contro la solitudine», en Il Foglio, 3 de febrero de 2018.

5 El término contrapaso viene del latín contra y patior, sufrir lo contrario.


‘Per me si va ne la città dolente, per me si va ne l’etterno dolore, per me si va tra la perduta gente.Por mí se va a la ciudad doliente; por mí se va a las penas eternas; por mí se va entre la gente perdida.
Giustizia mosse il mio alto fattore; fecemi la divina podestate, la somma sapïenza e ’l primo amore.La Justicia movió a mi supremo Autor. Me hicieron la divina potestad,1 la suma sabiduría2 y el amor primero.3
Dinanzi a me non fuor cose create se non etterne, e io etterno duro. Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate’.Antes que yo no hubo cosa creada, sino lo eterno, y yo permaneceré eterna- mente. Vosotros, los que entráis, dejad aquí toda esperanza.
Queste parole di colore oscuro vid’ ïo scritte al sommo d’una porta; per ch’io: «Maestro, il senso lor m’è duro».Estas sombrías palabras vi escritas sobre el dintel de una puerta, y al verlas dije: «Maestro: su significación me espanta».
Ed elli a me, come persona accorta: «Qui si convien lasciare ogne sospetto; ogne viltà convien che qui sia morta.Y él, como persona clarividente, me contestó: «Conviene dejar aquí todo recelo y que muera toda bajeza.
Noi siam venuti al loco ov’ i’ t’ho detto che tu vedrai le genti dolorose c’hanno perduto il ben de l’intelletto».Hemos llegado al lugar donde te dije que verías a la gente condenada que perdió el supremo bien».
E poi che la sua mano a la mia puose con lieto volto, ond’ io mi confortai, mi mise dentro a le segrete cose.Y una vez que hubo puesto su mano en la mía, con rostro alegre, que me confortó, me introdujo en las cosas secretas.
Quivi sospiri, pianti e alti guai risonavan per l’aere sanza stelle, per ch’io al cominciar ne lagrimai.Suspiros, llantos y profundos ayes resonaban en aquel aire sin estrellas, lo que al principio me conmovió.
Diverse lingue, orribili favelle, parole di dolore, accenti d’ira, voci alte e fioche, e suon di man con ellefacevano un tumulto, il qual s’aggira sempre in quell’ aura sanza tempo tinta, come la rena quando turbo spira.Extraños lenguajes, horribles blasfemias, palabras de dolor, acentos iracundos, voces fuertes y roncas, batir de manos desesperadas, formaban un continuo tumulto en aquel aire eternamente denso y caliginoso como la arena arremolinada por el vendaval.
E io ch’avea d’error la testa cinta, dissi: «Maestro, che è quel ch’i’ odo? e che gent’ è che par nel duol sì vinta?».Y yo, que sentía la cabeza oprimida por el horror, dije: «Maestro: ¿qué es lo que oigo y qué gente es esta, vencida así por el dolor? ».
Ed elli a me: «Questo misero modo tegnon l’anime triste di coloro che visser sanza ’nfamia e sanza lodo.«Esta mísera suerte —me contestó— sufren las almas tristes de aquellos que torpemente vivieron sin vituperio ni alabanza.
Mischiate sono a quel cattivo coro de li angeli che non furon ribelli né fur fedeli a Dio, ma per sé fuoro.Están mezclados con aquel odioso coro de los ángeles que ni se rebelaron contra Dios ni le fueron leales, sino que permanecieron apartados.
Caccianli i ciel per non esser men belli, né lo profondo inferno li riceve, ch’alcuna gloria i rei avrebber d’elli».Los cielos los rechazan por no ser bastante buenos, y el profundo infierno no los admite, ya que alguna gloria recibirían de ellos los condenados».
E io: «Maestro, che è tanto greve a lor che lamentar li fa sì forte?». Rispuose: «Dicerolti molto breve.Yo: «Maestro, ¿qué dolor tan grave experimentan, que los obliga a lamentarse así?». Respondiome: «Te lo diré en dos palabras.
Questi non hanno speranza di morte, e la lor cieca vita è tanto bassa, che ’nvidïosi son d’ogne altra sorte.Estos no abrigan esperanza de morir, y su ciega vida es tan despreciable, que envidian cualquier otra suerte.
Fama di loro il mondo esser non lassa; misericordia e giustizia li sdegna: non ragioniam di lor, ma guarda e passa».El mundo no guarda recuerdo de ellos, olvidados por la misericordia y la justicia. No hablemos de ellos más; míralos y pasa».
E io, che riguardai, vidi una ’nsegna che girando correva tanto ratta, che d’ogne posa mi parea indegna;e dietro le venìa sì lunga tratta di gente, ch’i’ non averei creduto che morte tanta n’avesse disfatta.Y yo, al mirar, vi una bandera que ondeaba corriendo con tal rapidez que parecía desdeñar cualquier reposo. Detrás venía tan gran muchedumbre de personas, que nunca hubiera creído que a tantos hubiera destruido la muerte.
Poscia ch’io v’ebbi alcun riconosciuto, vidi e conobbi l’ombra di colui che fece per viltade il gran rifiuto.Puesto que había conocido a algunos, vi y reconocí la sombra de aquel que hizo, por cobardía, la gran renuncia.4
Incontanente intesi e certo fui che questa era la setta d’i cattivi, a Dio spiacenti e a’ nemici sui.Enseguida comprendí, y estuve seguro de que aquélla era la secta de los viles, ni agradables a Dios ni a sus enemigos.
Questi sciaurati, che mai non fur vivi, erano ignudi e stimolati molto da mosconi e da vespe ch’eran ivi.Aquellos desventurados, que nunca vivieron de verdad, estaban desnudos y los aguijaban muchos moscones y avispas que volaban por allí.
Elle rigavan lor di sangue il volto, che, mischiato di lagrime, a’ lor piedi da fastidiosi vermi era ricolto.Les surcaban el rostro de sangre que, mezclada con lágrimas, caía a sus pies y era recogida por repugnantes gusanos.
E poi ch’a riguardar oltre mi diedi, vidi genti a la riva d’un gran fiume; per ch’io dissi: «Maestro, or mi concedich’i’ sappia quali sono, e qual costume le fa di trapassar parer sì pronte, com’ i’ discerno per lo fioco lume».Después me puse a mirar más allá, y vi gente a la orilla de un río, por lo cual dije: «Maestro, dígnate decirme quiénes son y qué ley los obliga a parecer tan impacientes por pasar, como percibo a esta claridad tan débil».
Ed elli a me: «Le cose ti fier conte quando noi fermerem li nostri passi su la trista riviera d’Acheronte».Y él me contestó: «Te lo explicaré cuando detengamos nuestros pasos en la triste orilla del Aqueronte».5
Allor con li occhi vergognosi e bassi, temendo no ’l mio dir li fosse grave, infino al fiume del parlar mi trassi.Entonces bajé avergonzado los ojos, temiendo que mis palabras lo importunasen, y me privé de hablar hasta que llegamos al río.
Ed ecco verso noi venir per nave un vecchio, bianco per antico pelo, gridando: «Guai a voi, anime prave!Y he aquí que hacia nosotros venía en barca un viejo de barba y cabellos blancos6 gritando: «¡Ay de vosotras, almas perversas!
Non isperate mai veder lo cielo: i’ vegno per menarvi a l’altra riva ne le tenebre etterne, in caldo e ’n gelo.No esperéis ver el cielo jamás. Vengo para conduciros a la otra orilla, a las tinieblas eternas, al fuego y al hielo.
E tu che se’ costì, anima viva, pàrtiti da cotesti che son morti». Ma poi che vide ch’io non mi partiva,Y tú, alma viviente que estás aquí, apártate de los que ya han muerto!».
disse: «Per altra via, per altri porti verrai a piaggia, non qui, per passare: più lieve legno convien che ti porti».Pero, al ver que yo no me movía, dijo: «Por otro camino, por otro puerto llegarás a la playa. No has de pasar por aquí, pues conviene que te lleve otra barca más ligera».
E ’l duca lui: «Caron, non ti crucciare: vuolsi così colà dove si puote ciò che si vuole, e più non dimandare».Mi guía le replicó: «Caronte, no te irrites. Lo mandan así donde se puede lo que se quiere, y no preguntes más».
Quinci fuor quete le lanose gote al nocchier de la livida palude, che ’ntorno a li occhi avea di fiamme rote.Entonces se aplacó el barbudo rostro del barquero de la cenagosa laguna, que en torno a los ojos tenía un círculo de llamas.
Ma quell’ anime, ch’eran lasse e nude, cangiar colore e dibattero i denti, ratto che ’nteser le parole crude.Pero aquellas almas, abatidas y desnudas, mudaron el color y rechinaron los dientes apenas oyeron las sañudas palabras.
Bestemmiavano Dio e lor parenti, l’umana spezie e ’l loco e ’l tempo e ’l seme di lor semenza e di lor nascimenti.Blasfemaban de Dios y de sus padres, de la especie humana, de la hora en que nacieron, de la prole que habían engendrado.
Poi si ritrasser tutte quante insieme, forte piangendo, a la riva malvagia ch’attende ciascun uom che Dio non teme.Después se reunieron todos, deshechos en lágrimas, en la orilla maldita que espera a los que no temen a Dios.
Caron dimonio, con occhi di bragia loro accennando, tutte le raccoglie; batte col remo qualunque s’adagia.Caronte, demonio con ojos de brasa, los hace entrar a todos con señas imperiosas y golpea con el remo a los que se sientan.
Come d’autunno si levan le foglie l’una appresso de l’altra, fin che ’l ramo vede a la terra tutte le sue spoglie,similemente il mal seme d’Adamo gittansi di quel lito ad una ad una, per cenni come augel per suo richiamo.Como en otoño caen las hojas, una tras otra, hasta que la rama ve en el suelo todos sus despojos, así los condenados, hijos de Adán, uno a uno, obedecieron a la seña como a un reclamo.
Così sen vanno su per l’onda bruna, e avanti che sien di là discese, anche di qua nuova schiera s’auna.Se fueron por las ondas oscuras; y antes de que bajaran en la otra orilla, se reunieron de este lado nuevas multitudes.
«Figliuol mio», disse ’l maestro cortese, «quelli che muoion ne l’ira di Dio tutti convegnon qui d’ogne paese;e pronti sono a trapassar lo rio, ché la divina giustizia li sprona, sì che la tema si volve in disio.«Hijo mío —dijo amablemente el maestro—, los que murieron maldiciendo a Dios se juntan aquí desde todas partes, dispuestos a pasar el río, pues la divina justicia los empuja y el temor se les vuelve deseo.
Quinci non passa mai anima buona; e però, se Caron di te si lagna, ben puoi sapere omai che ’l suo dir suona».Por aquí no pasa jamás un alma buena, y por eso, si Caronte se quejó de ti, bien puedes comprender ahora el significado de sus palabras».
Finito questo, la buia campagna tremò sì forte, che de lo spavento la mente di sudore ancor mi bagna.En esto, aquella tierra sombría tembló con tal fuerza, que todavía el espanto me baña la frente en sudor.
La terra lagrimosa diede vento, che balenò una luce vermiglia la qual mi vinse ciascun sentimento;e caddi come l’uom cui sonno piglia.Del lugar de los afligidos brotó un viento que hizo relampaguear una luz roja que me privó de sentido, y caí como un hombre rendido por el sueño.

1 El Padre.

2 El Hijo.

3 El Espíritu Santo.

4 La interpretación más probable es que se alude al papa Celestino V, que abdicó después de cinco meses de pontificado.

5 Río del dolor. Según los paganos, había que pasarlo para entrar en el infierno. Dante mezcla de continuo nociones mitológicas y cristianas.

6 Caronte, barquero mitológico, que transportaba a los condenados.

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