Kitabı oku: «La democracia de las emociones», sayfa 2
¿Es este libro una utopía?
Me habría gustado mostrar mi espíritu optimista con un titular atractivo como «Este mundo tiene arreglo». Pero la reflexión sobre ello me ha llevado a descartarlo pues solo se puede arreglar lo que se ha estropeado, lo que hace imposible arreglar aquello que a lo largo de los tiempos no ha hecho sino mejorar. Y aun sabiendo que esta es la primera afirmación que puede provocar el rechazo de muchos a la vista de lo que vemos y oímos todos los días en las noticias, la realidad es que el mundo en su conjunto no ha hecho sino tener una evolución muy positiva. Quien quiera basar su opinión en datos sobre cualquier variable (hambre, analfabetismo, derechos humanos, muertes violentas, longevidad, libertad…) se encontrará sin argumentos para decir que el mundo hoy está peor que en el pasado. Es cierto que en algunos aspectos la acción del hombre ha podido herir el planeta, y desde luego también es cierto que las crecientes dinámicas sociales de confrontación y polarización, junto con la práctica del vale todo, que con tanto arraigo se está instalando en nuestra sociedad, nos puede llevar a sentir que nuestro mundo es un desastre. Pero mírese de nuevo la cuestión desde Marte y podremos observar que el mundo como tal, para la población en general, parece estar mejor que en cualquier otra época previa por más que haya aspectos en fase de deterioro.
Por ello, y por no pretender arreglar el mundo, este libro no es una utopía. Más bien es un identificador o diagnóstico de fenómenos negativos que están emergiendo, o son consecuencia del llamado progreso, y de otros positivos que surgen de forma espontánea en la sociedad como mecanismos propios de su inteligencia de supervivencia. Y si algo pretende es evitar que el mundo se estropee o desarregle precisamente por cuestiones humano-emocionales en las que el grado de analfabetismo en Occidente es todavía muy elevado en comparación con el desarrollo del hombre y de la sociedad en otros ámbitos.
El ser humano, como consecuencia de las fuerzas de la naturaleza y la inevitable lucha por la supervivencia, tendrá siempre un lado bueno y uno malo. Desde que Adán se comió la manzana estamos destinados a vivir con dolor, sufrimiento, lucha y comportamientos que calificamos de malos y contrarios a la ética, a los principios o los códigos de convivencia que en cada momento se dan en la sociedad. Por ello sería utópico pensar que podemos ir a un mundo ideal en el que todos estemos felices y encajados de manera absoluta y permanente. Además, en general, lo que para unos sería arreglar el mundo para otros supondría un gran desarreglo y ello con multitud de versiones y matices. Por otra parte, es claro que cuando el ser humano arregla algo en sociedad, surge otro nuevo problema o conflicto fruto de un nuevo estadio evolutivo. Por ello este libro se mueve en la dimensión de la observación de lo que ocurre y en la de hacer cierta predicción intuitiva de lo que va a ocurrir.
Nos encontramos anclados en mentalidades que no conciben una sociedad con formas diferentes de rentabilidad o con sistemas de motivación de la actividad humana no basados en el dinero tal y como hoy funciona. Y ante ello me pregunto, y pregunto a los lectores, ¿nuestros hijos, preferimos que vivan en el mundo más productivo del universo o en el mundo más amable? Seguro que desde Marte esta pregunta la podremos contestar mejor.
Por ello la predicción de este libro no es la de que la productividad y la competitividad vayan a ser abandonadas en pro de aspectos emocionales y espirituales. Pero sí tengo la firme convicción (y confieso que me gustaría) de que tales aspectos cederán bastante espacio, por imposición del juego de fuerzas del sistema, en favor de la búsqueda de un verdadero bienestar emocional, humano y espiritual. Solo así tenderemos a un más sano (aunque siempre inestable) equilibro que corregirá el exceso de peso que hoy hay en el lado de la balanza de los aspectos económico-financieros tradicionales. Y esto no es algo que vaya a ocurrir, sino que, en mi opinión, ya está ocurriendo, como veremos a lo largo de este libro.
No niego sin embargo que el libro muestre un cierto sueño respecto a la evolución de la sociedad. Pero es un sueño basado en ciertas lógicas antropológicas que ojalá se impongan a otras. Y es por tanto un sueño de los que hay que tener para construir una sociedad, no solo que sea mejor, sino en la que todos nos sintamos mejor. ¿Cuántas cosas de hoy fueron antes soñadas por alguien en el pasado? ¿No se ha cumplido acaso, al menos parcialmente, el famoso sueño de Martin Luther King?
Y aunque el libro debiera también estar escrito desde Marte para describir fenómenos y diagnósticos sin mi implicación personal, juicio o preferencia de unas cosas sobre otras, confieso que ello me ha resultado imposible y no puedo por tanto negar que en ocasiones se me verá el plumero respecto a lo que es una evolución deseable, seguramente acopladas a mi propia conveniencia.
PRIMERA PARTE
Una sociedad cegada y secuestrada por sus caducos paradigmas
Permítame el lector que comience con una mini fábula que ilustra bien fenómenos de ceguera y secuestro similares a los que se dan en nuestra sociedad.
La fábula de los airis
Un mundo peleado por el oxígeno
Había una vez, hace muchos muchos años, una gran colonia humana que poblaba y dominaba el norte del planeta Tierra en la llamada Tierra del Aire. Ocupaba todo el espacio del hemisferio norte pues el sur estaba ocupado por una enorme laguna. Los miembros de esta colonia, llamados airis, vivían en la abundancia de una naturaleza que resultaba más que suficiente para satisfacer sus necesidades. Gozaban de una vida plena con un buen equilibrio entre el trabajo necesario para cubrir sus necesidades biológicas y el cuidado de su dimensión lúdica, social y espiritual.
La desgracia invadió la colonia con la llegada de un gran meteorito, que al caer sobre la Tierra desencadenó unos nefastos fenómenos ambientales que transformaron el aire de la atmósfera haciéndolo irrespirable. Solo algunas nubes y corrientes de aire respirable permanecieron en la Tierra, lo que permitió que una parte de los airis pudiera sobrevivir. Repentinamente la vida se había complicado y resultaba muy difícil vivir, lo que despertó agresivas conductas y peleas entre los pobladores para ocupar y aprovechar esas corrientes y nubes de aire respirable. Ante la escasez e importancia de ese aire empezaron a referirse a él como AR, convirtiéndose en el bien más preciado y en el centro y foco de atención e interés de todos los pobladores.
La carencia de AR despertó la inquietud e iniciativa ciudadanas y la creatividad para encontrar formas para sobrevivir y asegurarse el AR. Comenzó a desarrollarse el ingenio para encerrar las nubes de AR en redes y para captar y envasar las corrientes de AR, que con ahínco se buscaban por la atmósfera. Y, para vivir, los airis crearon trajes-escafandra con depósitos para llevar AR y poder salir con normalidad al aire libre. Con el paso del tiempo habían creado grandes depósitos y acumulaciones de AR, así como una red y mecanismos para transporte y uso del aire, lo que permitió comerciar con él. Algunos empresarios acumulaban grandes cantidades de AR mientras otros carecían de él y su carencia llegó a causarles enfermedad o incluso la muerte.
Ante la importancia del AR como bien vital, gradualmente se implantaron las «Unidades de Aire Respirable» o AER€OS como moneda de cambio para el tráfico de otros bienes y servicios que la comunidad producía. Con el tiempo, los precios de los intercambios en la sociedad se acabaron fijando en AER€OS. Y, tratándose de un bien vital para la supervivencia de los airis, la captación, gestión, el uso, almacenamiento y explotación de los negocios relativos al AR fueron objeto de regulación y quedaron sujetos a concesión. Había nacido la primera actividad económica regulada supervisada por el «Banco de AER€OS de la Tierra del Aire». Poco a poco, y sin nadie darse cuenta, el mundo se iba impregnando de concepciones y sistemas de funcionamiento basados en el uso de AER€OS. Los sueldos de los airis y los precios de las cosas se fijaban en AER€OS, que se convirtieron en las unidades de referencia y el lenguaje para la presupuestación y planificación de actividades.
Muchos siglos después de la catástrofe del meteorito, la sociedad había alcanzado gran desarrollo y prosperidad, a la vez que existían importantes excedentes de AR. Los laboratorios iban innovando con tratamientos que desarrollaban los pulmones de los airis para permitirles cierta tolerancia a respirar el aire que antes resultaba totalmente tóxico. Con ello y con el paso de los siglos el aire se fue haciendo gradualmente respirable para más y más airis hasta convertirse en un bien abundante y naturalmente accesible para todos.
El mundo ya tenía excedente de AR, que ya era accesible a cualquier ciudadano con normalidad. No obstante, para respirar al aire libre fuera de las viviendas y centros de trabajo era imprescindible contar con los «permisos de respiración» concedidos por las empresas concesionarias explotadoras de AR.
Con ello y con el paso del tiempo, en todas las instituciones de la sociedad, el intercambio mercantil, la fijación de precios y la concepción del funcionamiento del mundo se encontraban anclados en el sistema de AER€OS. Al igual que ocurre hoy con los recursos naturales como el agua, la pesca, las minas e incluso el viento y el sol, cuyo uso y explotación se encuentran sujetos a concesión, nadie podía explotar el AR ni respirarlo libremente de la atmósfera sin contar con la correspondiente concesión. Solo dentro de las viviendas de cada uno el uso o respiración del aire era libre.
Así, las concesiones y la gestión de los AER€OS se fueron concentrando en manos de poderosos y la acumulación de AER€OS se fue convirtiendo en el «leit motiv» para muchos airis. que veían en el incremento de sus cuentas corrientes de AER€OS una fuente de seguridad, reconocimiento, estatus y poder. Sin darse cuenta, la colonia de airis había creado todo un sistema socioeconómico basado en la ficción y la regulación, que, paradójicamente, se había convertido en la gasolina para su propio funcionamiento.
Las dinámicas de sostenimiento de la actividad social y de creación de riqueza basadas y medidas en el complejo sistema de AER€OS y su correspondiente contabilidad provocaron el nacimiento de una nueva clase social gestora de los AER€OS. En paralelo surgía también un descontento derivado de las diferencias y de la frustración de observar que, siendo un bien excedente, su uso se encontraba regulado y limitado. Muchos airis con pocos recursos no podían apenas salir de sus casas pues no tenían AER€OS para comprar su derecho a respirar el aire de la calle. Estas limitaciones, además de mucha insatisfacción social, generaban un freno al desarrollo de otras actividades creadoras de riqueza y de bienes y servicios verdaderamente disfrutables. Los AER€OS en su momento habían sido verdaderamente valiosos por permitir respirar, y propiciar el desarrollo de un sistema motivador para encontrar soluciones que permitieran a más y más personas sobrevivir tras la caída del gran meteorito. Pero recuperada la respirabilidad del aire, su permanencia como moneda de cambio con todo el sistema regulatorio financiero e intereses creados en torno a ellos se convirtió en una verdadera lacra. La regulación modulaba todo el sistema de las relaciones sociales y económicas dentro de la comunidad, pero se había convertido en un freno para la mejora del bienestar social, que ya no dependía del AR.
A pesar de que el AR era accesible a todos y excedentario, el mundo de los airis ya no era capaz de darse cuenta de ello y no podía concebir su funcionamiento sin AER€OS. Los ciudadanos no eran capaces de observar la estúpida espiral a la que la sociedad se encontraba sometida y tanto los más establecidos en el poder como los empresarios se resistían a verlo y al cambio por su natural lógica de protección de sus privilegiados intereses construidos sobre el sistema de AER€OS. No eran capaces de hacerse conscientes de ello al estar anclados en arraigadas visiones que preservaban sus privilegios.
Las diferencias, insatisfacciones y fricciones en la sociedad fueron agravándose, provocando más y más malestar, y frenando una feliz evolución y desarrollo de la sociedad para encajarse felizmente en el nivel de desarrollo alcanzado. La sociedad estaba distraída en luchas internas derivadas del reparto de AER€OS excedentarios, lo que provocaba grandes limitaciones para enfrentarse a los nuevos retos, dificultades y amenazas que la evolución y el desarrollo social alcanzado habían traído a la sociedad. Los AER€OS y su sistema de administración, que a lo largo de siglos había sido fundamental para desarrollar tecnología y mecanismos que permitieran respirar a más y más personas, comenzaron a ser el gran lastre para una satisfactoria evolución de la sociedad adaptada a los tiempos y al excedentario nivel de aire respirable alcanzado.
Tras mucho muchos años de dudas y fricciones internas se iba haciendo claro el cambio de era. Con el paso del tiempo esa falta de consciencia para abandonar una vida secuestrada por la búsqueda y acumulación de AER€OS provocó una progresiva degradación de la convivencia y la satisfacción social que afectó a su población, dividida y confrontada. A pesar de lo destructivo de la situación, el anclaje de unos y otros en marcos mentales ya obsoletos dificultaba una nueva mirada a la realidad. Además, aun cuando más y más airis iban observando lo absurdo del sistema, la falta de concepción de otras alternativas de ordenación de la convivencia hacía difícil vislumbrar el abandono de la predominancia de un sistema social guiado, movido y ordenado en clave de AER€OS. ¿Cómo poner valor y precio a las cosas si no era en AER€OS? ¿O cómo remunerar a los trabajadores?
No fue capaz la sociedad en su conjunto de cambiar sus paradigmas sin pasar por su casi total destrucción. Solo unos pocos airis que habían despertado y tomado conciencia de ello consiguieron sobrevivir iniciando con valentía su marcha de la comunidad para empezar una nueva era. Y solo estos, con mayor consciencia y coraje, caminaron y caminaron en la difícil búsqueda de la Tierra del Sentido, donde esperaban encontrar y crear el equilibrio entre el espíritu y la riqueza en un nuevo y pleno entorno de bienestar.
En unas páginas retomaremos la historia de los airis supervivientes tras conocer la fábula de «Los habitantes de la Gran Laguna».
Lo que escasea en nuestra sociedad hoy no es riqueza sino otras cosas, pero nos cuesta verlo
Cada época de la historia se encuentra anclada en determinadas visiones y paradigmas que de alguna forma condicionan o limitan la visión de la realidad y llevan a quienes en ella viven a tener miradas e interpretaciones muy restringidas del funcionamiento del mundo. La acumulación de años mirando y pensando de una determinada forma nos hace creer que las cosas no pueden funcionar de otra manera y las inercias, la excesiva implicación, el miedo al cambio y la falta de pausa y perspectiva para la reflexión nos impiden observar fenómenos que son claramente visibles desde perspectivas no implicadas y cegadas con el paradigma, tal y como les ocurría a los airis en la época de nuestra fábula.
Nuestra privilegiada sociedad occidental se encuentra actualmente sometida a la limitadísima visión que se deriva de su alto nivel de riqueza, de la gran financiarización de nuestra economía y de lo que me gusta llamar analfabetismo emocional de Occidente. El dinero, las finanzas y nuestros sistemas de medir la rentabilidad y el reconocimiento social comparten en gran medida las reflexiones y fenómenos que se dieron con los AER€OS en la tierra de los airis. Desde fuera hoy no nos cuesta observar el secuestro en el que se encontraba la sociedad de los airis sometida por un sistema que, si bien fue una gran fuente de valor y riqueza durante muchos siglos, llevó finalmente a su total degradación y desaparición.
Hoy Occidente no tiene problemas de riqueza, como tampoco tenían problema de aire respirable los airis en los últimos tiempos. Pero, sin embargo, las instituciones y fuerzas que mueven el mundo declaran casi por encima de cualquier otra prioridad la necesidad de promover el crecimiento del PIB y la rentabilidad y productividad de las empresas. Aunque sorprenda escucharlo, nuestra riqueza es excedentaria y nuestros problemas no provienen de la insuficiencia de la misma. Es difícil ya disfrutar de más riqueza, si bien confundimos el disfrute de riqueza con el disfrute de los privilegios, diferencias y estatus que nos procura la acumulación de dinero, como antaño se les procuraba a los airis la acumulación de AER€OS.
Como pensaban los airis en relación con el aire respirable, hoy en Occidente creemos que crear y acumular más riqueza nos procurará mayor bienestar. Asociamos bienestar a cantidad de riqueza material e incluso financiera. Pensamos que es la riqueza lo que es escaso, cuando lo que es escaso es la capacidad para administrarla disfrutando verdaderamente de ella. Y muy relacionado con ello resalta la escasez de trabajo digno y acoplado a las circunstancias y perfiles de cada uno y en la medida de lo posible con un acoplamiento amable a la trayectoria vital de las personas. Pero, por más claro que ello sea, el mundo no es capaz de verlo, como tampoco vieron los airis que el sostenimiento de su sociedad apoyado en su sistema de AER€OS era inviable.
También hoy los poderes establecidos y quienes disfrutan de los privilegios de su posición se resisten a tomar conciencia de ello ante el miedo al cambio, a lo nuevo y a perder posiciones. Es normal y comprensible, e incluso diría que no reprochable. Pero el tiempo, como ya ocurrió con la desaparición de los airis, castigará a los individuos o sociedades que no despierten para ver nuevas realidades y dar un salto evolutivo para asumir e integrar nuevos paradigmas acordes con nuestro nivel de desarrollo y evolución. Un salto que nos lleve a tomar consciencia de que vivimos en una sociedad de la abundancia y a adentrarnos en una nueva era de la amabilidad construida mucho más sobre la rentabilidad espiritual y la sostenibilidad emocional del mundo que sobre la rentabilidad financiera, como desarrollaré a lo largo de este libro.
Las personas, además de comida necesitan una causa, su sentido, sentirse útiles, pertenencia. Y en Occidente, con los estómagos bien llenos y sabiendo en el fondo de nuestro ser que comida no nos faltará, se hacen más y más presentes las inquietudes, sociales, existenciales y de sentido.
La ausencia de trabajo para todos es un fenómeno creciente. En un mundo guiado por la competencia y la productividad, pocas dudas hay de que, para la inmensa mayoría de los trabajos, las máquinas, los robots o los ordenadores son y serán cada vez más eficaces y rentables que las personas, además de ser mucho menos problemáticos. Y en este estado de cosas y mientras los valores supremos sean la productividad y la competitividad, las personas tienen que encontrar su hueco (incluyendo su salario) luchando por una causa que les haga sentirse con un propósito, luchar por algo, encontrar una dirección, y asociado a ello su sustento económico. Y es esto lo que en gran medida propicia el nacimiento de miles de luchas y movimientos en defensa de unas y otras causas que nos dan sentido. Pues unos buscan su hueco y su poder a través del juego del Monopoly de las finanzas y otros lo buscan con el arte de la comunicación, la reivindicación, las llamadas de atención, la creación de relatos etc.
Somos poco conscientes de que somos ya una sociedad rica y de que lo que nos falta no es más riqueza sino aprender a convivir con ella y administrarla y disfrutarla con armonía entre todos. Ello nos hace seguir empecinados en que todos los problemas se arreglarán con mayor productividad y mayor crecimiento. Algunos se dan cuenta de que eso es absurdo, pero caen simultáneamente a menudo en la creencia de que todo el mundo es bueno y que el arreglo es fácil repartiendo más (pagando más impuestos y restringiendo libertades para igualar por abajo) por imposición legal y pretendiendo que todos seamos iguales en riqueza. Pero se olvidan de que son las trayectorias, los apegos y la relevancia social, así como la verdadera naturaleza humana con sus mecanismos interesados de motivación los que inevitablemente determinan las conductas. En sus versiones extremas, parecen también ignorar que repartirlo todo por imposición nos llevaría a una espiral de degeneración y empobrecimiento, como ya se ha visto en las sociedades comunistas que lo han pretendido.
En el otro lado, , digamos que el de los conservadores, muchos tienen siempre muy presente en sus miradas la naturaleza del ser humano como alguien interesado, lo que les hace grandes defensores de la meritocracia, del premio a la competitividad y al esfuerzo con falta de sensibilidad para apreciar, sentir y compartir las dificultades de quienes más las padecen. Parecen olvidarse de dar gracias por haber nacido como han nacido y haberles caído la vida que les ha caído. Conciben el éxito de la sociedad en la riqueza absoluta sin ser conscientes de que, alcanzados los niveles necesarios para la supervivencia, la gestión de las diferencias y las desigualdades es más relevante que la consecución de mayores cifras absolutas para los menos favorecidos. Pues no es la cantidad de riqueza y de educación lo que protege de la exclusión, sino la existencia de brechas cada vez mayores, que constituyen el mejor caldo de cultivo para la exclusión y, desde ella, para el griterío y la reivindicación populista.
Con todo esto la sociedad y sus líderes políticos han hecho inmersión en una creciente superficialidad para mirar y abordar los distintos temas, pues el uso del relato publicitario, el eslogan y la conexión emocional es lo que funciona para ganar seguidores. Y para ello nada como crear enemigos o demonios para atraer seguidores, a quienes les unirá mucho más el temor o el resentimiento compartidos ante un enemigo, ya sea real o construido, que el hecho de compartir ideas comunes.
La perspectiva sistémica que siempre se ha requerido para comprender la sociedad se hace hoy mucho más necesaria. Y aun con ella, a priori y más allá de la observación de ciertas tendencias, resulta muy difícil pronosticar los efectos del juego cruzado de causas, reivindicaciones e intereses.
Nuestro sistema democrático continúa siendo muy democrático. Se puede pensar que la calidad democrática es muy deficiente, pero no se puede cuestionar que hoy se escuchan todas las voces existentes mucho más que antes. Aunque unos mucho más que otros, hoy todos gritamos de una u otra forma, todos nos quejamos de unas y otras cosas, y la sociedad avanza fijando su dirección con el resultado de todos los empujes que la mueven hacia un lugar u otro. Es una democracia en la que la dirección la marcan más el volumen y el ruido que crean los gritos que los argumentos razonados que hay en ellos. Y todo ello ocurre en una dinámica social en la que todos tenemos el altavoz de los nuevos medios de comunicación y las redes sociales, y en un terreno de juego en el que también juegan, de forma oculta, intereses distorsionadores o contaminantes que lo que buscan es la desestabilización y la siembra de agitación y caos.
¿Es peor esta democracia de las voces y los gritos o populista que otra basada en el voto supuestamente racional, cultivado e inteligente? ¿Es posible pronunciarse sobre cuál de las dos versiones es más democrática? ¿A quién conviene más una y otra forma de democracia? Seguro que el instinto de supervivencia social nos irá guiando y a lo largo del tiempo nos mostrará las respuestas y los sufrimientos adaptativos que habrá que padecer precisamente para sobrevivir.