Kitabı oku: «La botánica del alma», sayfa 2
Raíces
No olvides quién eres.
Aunque las circunstancias te indiquen que todo ha acabado, no olvides que cuando estés listo tú eres el comienzo. Cuando las fuerzas flaqueen y no encuentres sustento, no olvides tu fuerza interior blanca como un lienzo. No olvides tu nombre. No olvides la raíz de vida que te ancla a esta tierra. Cuando recuerdes a o te cruces con, no olvides la belleza de tus sentimientos; ellos te dirán por dónde ir.
Aunque el mundo te decepcione, no olvides que tu amor es el único que jamás te decepcionará, ya que es perfecto para ti. Lo demás igual que viene se va.
Sujétate a tu fe si quieres, agárrate a tu orgullo y a tu forma, a tu sonrisa y a tus sueños, aunque vengan situaciones que se estrellen como meteoritos en tu corazón. No olvides que jamás estarás solo si te sientas a charlar contigo mismo en un sillón.
Y si crees que tú eres el problema, no olvides que también eres la solución.
No olvides que tú eres.
Barro en mis venas
Nunca suelo entenderme, ni en decisiones o elecciones ni en pensamientos o sentimientos. Si busco una explicación solo digo: «Me salió del alma», porque solo de ahí sale la verdad.
No me verás justificarme ante nada o nadie ni dar detalles de lo que siente mi interior, ya que saldrá la rebeldía por cada poro de mi piel al exterior.
Porque si te contara te verías enfangado entre el barro de mis venas; si te explicara caerías en el mismo pozo profundo en el que caigo yo, pero no sabrías salir. Y yo vi el sol.
Si perdiera el tiempo en explicarte el porqué de mis acontecimientos o la razón de mi certera forma de ser, entrarías en un huracán de fuego que, por miedo, no serías capaz de apagar. Sin embargo, yo tengo agua para inundar a todo aquel que quiera preguntar.
No dejes que te etiqueten, no permitas que te juzguen, no des explicaciones, ya que jamás existirá un ser, divino o terrenal, que pueda condenarte por tener un alma tan especial.
Pensamientos
Sentada en un banco una mañana de domingo, no me hace falta el libro que llevo en la mano. Empiezo a ver cómo la vida se sienta conmigo.
¿Dónde irá toda esa gente? ¿Serán como yo? Van y vienen, sonríen, despiertan de su letargo y empieza su vagar por esas calles donde las hojas van con prisa, se arremolinan y el otoño se acerca, no avisa.
La melancolía saluda, llegan historias jamás vividas y las vividas no aparecen como son; recuerdos que, más que gratos, son un cúmulo de sentimientos extraños. Pero son míos. Si algo tengo más que mi nostalgia y mi alma, que me lo quiten. Solo necesito donde el sentimiento habite.
Ya huele a viento, a anocheceres tempranos, a rayos de sol tardíos. Si al fin llueve, me sentaré a mirar por la ventana cómo crecen los pensamientos plantados en mi jardín, preguntándome si esta nostalgia mía me llevará a algún lugar en el que tanto tú como yo ya hemos estado: un futuro esperanzador que ya no carga con el pasado, un bosque repleto, más de que flores, de ilusiones. Ilusiones tan grandes como nuestras ganas de serlo; porque si algo tengo claro es que somos la generación de los sueños, esa que vive constantemente en pie de guerra por conseguir lo que nos dijeron que no podíamos o debíamos.
Nos podrán quitar los medios, pero jamás el sentimiento de que, al fin, lo lograremos.
La belleza de las peonías
Dicen que la belleza depende de los ojos del que mira. Yo más bien creo que es de la energía que transpiras. Tan subjetiva, tan diáfana y poco duradera que darle más importancia de la que tiene puede llevar a marchitar el jardín de peonías más bonito de la Tierra.
Hubo una vez que lo busqué todo fuera de mí; en mis pétalos, nunca en mis raíces; en mi exterior, jamás dentro. Dentro, solo belleza muerta.
Hubo una vez, y miles de ellas, que fui débil sintiéndome extraordinariamente fuerte, que encontré la belleza en mis huesos. Cada mañana más bella, cada mañana más muerta. Y morí.
Pero hubo una vez que, tras tantos años de naturaleza muerta, resucitaron las flores.
Así que riégalas. Riégalas con llanto, con emociones, con vivencias y experiencias, limpiando todo aquello que crees que te hace menos perfecto. Y no olvides que la belleza está en el alma, no en el cuerpo que habitas.
¿Quién no ha soplado un diente de león?
Miramos el cielo y nos conmovemos. ¿Cómo podría alcanzar tanta libertad?
Estoy cansada de estar anclada entre las mismas piedras, de sentirme atrapada en una vida y unos sueños que, más que míos, intuyo que son de algún creador que solo tenía ganas de reírse a mi costa.
Miro a mi alrededor y solo veo gente pidiendo a algo superior, rezando por encontrar respuestas, calmando frustraciones con vaivenes poco duraderos. Qué tristeza ser yo una más como todos ellos.
Acaba el día y estoy tan cansada de mí misma, de estos huesos, de este huracán de sentimientos contradictorios. Llega la noche y no sé si enterrarme bajo las sábanas o salir desnuda al balcón y flagelarme mirando la noche estrellada. Acabo tan cansada que lo último que deseo es que alguien me diga: «Descansa».
Que me soplen cual diente de león de flores secas. Que alguien me pida, como pedí alguna vez mi mayor deseo. Solo eso.
Cerezos en flor
Si miramos atrás, ¿qué vemos? Unos dirán que risas de infancia, romances apasionados; otros, penurias y hasta hambrunas, calidez de hogar y otoños pisando charcos de felicidad o soledad nocturna hablando con la luna desde la habitación. Nostalgia. Ojos de nostalgia. Unos desean volver; otros deseamos no regresar.
Quizá llegue el día en que nos replanteemos lo pasajeros que son los años y minutos; sentimientos que duran una eternidad o sensaciones que duran dos meses vivas, cual cerezos en flor. Pero igual que las hojas caen y marchitan, renacen cada vez más bellas, cada vez más conscientes de lo irrisorio de este paseo.
Opciones. Se nos dan múltiples opciones posibles. Cuál coger depende de los susurros del alma, leves, inaudibles, no sonoros pero fuertes. Tanto que si prestas atención te resquebrajan toda razón. Escucha.
Y te pregunto yo: si algo tan efímero como un cerezo en flor puede renacer, ¿por qué tú no?
Olor a tierra mojada
Se escucha tormenta, vienen truenos. ¿Qué nos querrá decir? El cielo no guarda secretos.
Siento que puedo mimetizarme con cada gota que cae con delicadeza, con las flores que bailan al son de la lluvia, con los pájaros que aguardan en el alféizar de mi ventana, contándoles que hubo una vez que soñé con ser agua.
Qué extrañas pasiones, como el olor a libro viejo que me transporta a mil vidas pasadas, como el café que bebo esperando a quien amo en mi cama. El sonido de los truenos colándose por la ventana, la luz reflejada en los pinceles esperando a que haga magia.
Peculiaridades. Calcetines dispares, tazas de té a medias, cigarrillos consumidos por su propio peso, tardes de no hacer nada, noches de pensar en todo. Acuarela en mi ropa, tinta en mis nudillos. Sombreros colgados en la pared, fotos guardadas en el cajón. Pasiones que bloquean mis sentidos. Como andar descalza. Como soñar con hadas. Como el olor a tierra mojada que se cuela en mis pulmones y encandila mi alma.
Hay cosas tan pequeñas y grandiosas que nos hacen vibrar; cosas tan nuestras que hacen sentir que nos hicieron de forma única, entre unos y otros, nada similar.
Y comienza a llover.
«¿Seré raro?», nos preguntamos mientras aspiramos…
Rosas en febrero
Como un pájaro que vuela sobre grandes ciudades hechas de bosque y verdes nogales me sentí cuando me miró. Como una amapola entre un campo de girasoles me sentí cuando lo descubrí.
Qué belleza de sentimiento, qué terror mirar sus ojos y verme mirando al cielo, rezando por que su alma fuera como la esperaba. El cielo de París hecho huesos, sinfonías escritas sobre su piel, cuadros recreados con sus ideas, flores en sus manos, arte en su sonrisa, dolor en sus pupilas.
¿Qué era ese vibrar que recorría cada uno de mis siete chacras? ¿Qué eran esas ganas de comerme el mundo y luego sus ojos mermelada? ¿Cómo podía ver en sus palabras tanto amor atrapado en un sinfín de vidas no vividas? ¿Cómo podía amar en cuatro segundos su mirada infinita?
No me preguntes qué es el amor, ya que solo sé de su negro pelo enredado, de sus lágrimas sobre mis mejillas, de sus clavículas perfectas para apoyar mis ideas, de su rebeldía innata. De su vibración exacta. De su energía fluyendo con la mía en la misma habitación.
No lo sé con exactitud. Quizá fue su olor a rosas pintadas de azul.
No me preguntes, porque no sé nada.
Solo sé que febrero ya no es un mes. Febrero y el amor eres tú.
Como abejas a la miel
Soy consciente de que cuando queremos algo con muchas ansias la expectativa es tan grande que al rozarlo con los dedos ni se acerca a lo que pensábamos.
Y así vivimos, en un ir y venir de querer, no poder, desearlo, tener y dejar ir. Quizá por miedo a dejar de soñar, quizá por exceso de fe.
Lo que todo el mundo cree correcto para mí es una incomprensión. ¿Cómo puede ser que nos fascine tanto lo que la sociedad cree perfecto? Tanto que vayamos a ello como abejas a la miel. Frustración. Degenerando el alma en compasión.
Abre la puerta y vuela donde encuentres tu tribu y tu hogar, donde veas campos llenos de panales y en ninguno quieras aterrizar. Sal de la colmena y si alguien juzga, que sea tu interior mostrándote que has estado demasiado tiempo ahogándote en la miel de tu propia pena.
Flores de azahar
Cuando llega la noche marchito y renazco al mismo tiempo. Música, velas y luna, mi santa trinidad. Se mezclan los sentimientos como el humo que desprende mi boca en la oscuridad. Sombras en la pared, cada una de ellas con nombre propio. Todas ellas son yo.
Caballo que galopa entre flores nocturnas, enredándome en ellas sin saber cómo salir. Envuelta en sus pétalos y olores me llevan hasta nostalgias y futuros, presente y fin.
Las estrellas me cuentan que cada vez que cerramos los ojos y creemos dormir nos visitan todas nuestras posibles vidas; se quedan en forma de sueños, pero al despertar las dejamos ir. Recordarlas sería una buena forma de morir.
Desde pequeña recuerdo cada uno de mis sueños con pasmosa exactitud. Volar entre nubes, amores que marchaban, muertos con mensajes que descifrar, olas gigantes que producía el mar, paseos por inmensos jardines de flores sin pintar.
Y dirás que los sueños sueños son, simples jugadas del subconsciente que revelan pasiones y frustraciones ocultas, pero la próxima vez que despiertes háblame de la sensación de haber tocado la realidad envuelta en flores de azahar.
Los geranios de mi balcón
Creo que el olor de una madre es como una sombra que acompaña el resto de nuestra vida. Su voz, el despertar que confundirás con pájaros al amanecer. Sus manos, las que querrás que te sostengan cada día que tu alma respire.
Mezcla de sentimientos, nostalgia y gratitud uniéndose a infancia y preguntas sin responder.
Quizá por lealtad jamás hacemos lo contrario de lo que suelen decir, la tuya o la mía. Quizá por ser siempre suyos no nos dejamos crecer.
Vidas que no son dos, sino una; miedos y decisiones que, más que tuyas, son suyas; amor tan eterno que no es amor, es infinitud; espejo en el que te miras y, por parecido, no sabes si eres ella o tú.
Y llegará el momento en el que ya no haya más que preguntar, no necesitaré saber más. Meteré mis recuerdos y hasta reproches en un jarrón y solo recordaré, con impoluto amor, lo bonita que estaba cuando se sentaba al lado de los geranios de mi balcón.
Granos de cacao
Las personas tenemos dos caras, quizá no opuestas; pero sí una propia, que otorga el alma, y otra que creamos para que duela algo menos.
Aparentamos.
«De tanto creerte una mentira se convierte en realidad». Y así pasamos por la vida, sin saber quiénes somos y sin intención de averiguar. Cuántas almas escondidas desde que no salíamos a jugar, cuántos sueños enterrados por miedo a que alguien nos pudiera juzgar.
Y nos convertimos en un espejo roto de nosotros mismos, un espejo en el que a veces ni nos podemos mirar por engaño, porque los gritos del alma son más fuertes que cualquier trozo de cristal.
Párate a mirar.
Recuerdo que un día me senté, miré y pregunté. Lloré. Esos ojos llenos de vaho no eran míos. Solo dulzura embadurnada en chocolate blanco y mi alma amarga como granos de cacao.
Lluvia en el alma
Son épocas difíciles para los que preferimos guiarnos por el corazón a vivir en un mundo que no siente más allá de lo que ve o que ni quiere ver.
Son momentos complicados para los que abogamos por los sueños que cumplir y las ganas de vivir, para los que anteponemos las pasiones a los medios, para los que queremos el todo sin opción a conformarnos con menos, para los que preferimos mirar a los ojos que a unas pupilas virtuales.
Y es que vamos siempre tan deprisa, mirando al suelo, sin observar, viendo a la gente pasar sin pararnos a saludar, escondiéndonos de quienes realmente somos, publicando verdades que no son verdad. Preferimos no sentir; simplemente, seguir. Llenos de responsabilidades y sin horas suficientes en ese reloj que no dejamos de mirar, porque perderse en los segundos y minutos divagando sobre nuestra verdadera necesidad no es real.
Dejemos de capturar momentos «para siempre» y vivámoslos solo un instante. Fotografiemos con el alma, escuchemos cara a cara, sintamos esa tormenta que nos moja el cuerpo y el aura, porque solo si te permites mojarte brotarán pequeños tallos de grandeza incalculable.
No llenemos la vida de cosas superfluas, dejemos que sea la vida quien nos llene. Convirtamos estos momentos imposibles en posibles, seamos la humanidad de las ganas y los puedo, de los sueños y los retos, de la lluvia en el alma y los pies un poquito más lejos del suelo.
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