Kitabı oku: «La retórica discursiva de 1917: Acercamientos desde la historia, la cultura y el arte», sayfa 5
Fuentes
Prensa
Diario de los debates del Congreso Constituyente
El Nacional
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El Cincuentenario de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917
Virginia Guedea
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM
Los gobiernos posrevolucionarios consideraron a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada el 5 de febrero de 1917, como la expresión más acabada de la Revolución Mexicana y a su promulgación como el hito culminante de la historia nacional. El camino trazado por el movimiento de 1910 –el único a seguir– estaba definido de manera por demás precisa en la Constitución de 1917, que institucionalizaba a la Revolución al tiempo que recibía de ella su fuerza vital. Como bien señaló el 21 de noviembre de 1960 el entonces presidente de la República, licenciado Adolfo López Mateos, al inaugurar la exposición La Lucha del Pueblo Mexicano por su Libertad, “La Revolución es la Constitución y nuestra garantía está contenida en el verdadero cumplimiento de cada una de sus normas”.42
Así las cosas, para celebrar el aniversario número 50 de haber sido promulgada la Constitución, a iniciativa del Congreso de la Unión y por decreto presidencial del 3 de noviembre de 1965, se creó la Comisión Nacional para las Conmemoraciones Cívicas de 1966 y 1967, la cual debía ocuparse también de conmemorar los 100 años del triunfo de la República, así como los acontecimientos que precedieron a ambas efemérides. La Comisión estuvo integrada por representantes de los tres poderes federales: el licenciado Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación, quien la presidió; el licenciado Agapito Pozo Balbás, ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; el licenciado Florencio Barrera Fuentes, senador por el Estado de Coahuila y el licenciado Vicente Fuentes Díaz, diputado por el Estado de Guerrero, siendo su secretario el vocal ejecutivo del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, el licenciado Salvador Azuela.43
El Cincuentenario del Congreso Constituyente de 1916-1917
Desde fines de octubre de 1966, en la Cámara de Diputados se propuso y se acordó conmemorar el Cincuentenario de los inicios del Congreso Constituyente de 1916-1917,44 y el 1º de diciembre de ese año se celebró una sesión extraordinaria para rendir homenaje a los constituyentes y a la Constitución, en la que cuatro oradores, representantes de cada uno de los cuatro partidos políticos con presencia en la Cámara, hicieron uso de la palabra. Ellos fueron el general Juan Barragán, presidente del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), del que había sido uno de sus fundadores; el licenciado Vicente Lombardo Toledano, presidente del Partido Popular Socialista (PPS), del que era fundador; el licenciado Adolfo Christlieb Ibarrola, diputado por el Distrito Federal y presidente del Partido Acción Nacional (PAN) y Alfonso Martínez Domínguez, diputado por el Estado de Nuevo León y jefe del grupo mayoritario en la Cámara, compuesto por diputados pertenecientes al Partido Revolucionario Institucional (PRI).45 Cabe señalar aquí que fue durante la LXVI Legislatura que por vez primera se contó con diputados de partido –32 de un total de 210 diputados–, cinco de los cuales correspondieron al PARM, nueve al PPS y 18 al PAN, partido que también contó con dos diputados por mayoría relativa, mientras que 176 de esta última clase pertenecían al PRI, esto es casi el 84 por ciento.
Barragán, quien había sido Jefe del Estado Mayor de Venustiano Carranza, además de felicitar al licenciado Gustavo Díaz Ordaz por su labor como presidente de la República, hizo un relato de la apertura de los trabajos del Congreso Constituyente en 1916, cuyo origen remontó a la sesión que celebrara el Ayuntamiento de Hermosillo, Sonora, el 24 de septiembre de 1913 para recibir a Carranza, en la cual el Primer Jefe no sólo había anunciado que al terminar la lucha armada comenzaría la lucha social sino que había presentado sus propuestas al respecto, las cuales debían quedar plasmadas en una nueva Constitución.46 Lombardo Toledano, por su parte, señaló que los revolucionarios se habían propuesto establecer un nuevo orden jurídico y político entre cuyos principios fundamentales se encontraban tanto un nuevo concepto de la propiedad como el fortalecimiento del Estado frente a las corporaciones privadas. Nuevo orden que asimismo lo era en el campo económico y en el social. De hecho, “Era una nueva revolución” a la que definió como “un movimiento popular democrático nacional, antifeudal y antimperialista”. Para el orador, la Revolución de 1910 había sido más avanzada que la de la Reforma, la que a su vez lo había sido respecto de la de Independencia, puesto que se habían llevado a cabo en tres épocas diferentes, si bien constituían un mismo proceso todavía inconcluso.
Al engendrar cada una un nuevo orden, habían dado a México una Constitución distinta, “pero basada en el mismo objetivo inmediato y en objetivos futuros que desde entonces ya se columbraban.” Según Lombardo, para quien “la historia no es reversible y menos la Revolución Mexicana”, la Constitución de 1917 había facilitado el desarrollo del país en todos los órdenes y las reformas que había experimentado a lo largo de medio siglo habían ido perfilando y precisando aún más sus propuestas. Finalmente, Lombardo aclaró que el programa de trabajo de Díaz Ordaz –a quien calificó de patriota, de “hombre inteligente, con carácter y decidido”– estaba en consonancia con la Constitución y con sus reformas, pero sólo podría llevarse a cabo mediante la asociación de “todas las fuerzas democráticas y patrióticas de México”.47
A su vez, Christlieb Ibarrola, además de destacar la importancia de examinar en la Cámara de Diputados el significado de la Constitución desde las diversas corrientes de opinión en ella presentes, recordó que hacía 50 años que los constituyentes habían no solo comenzado la tarea de redactar la ley suprema de la nación sino la “de concretar propósitos fundamentales manifestados por nuestro pueblo a través de su historia para normar su vida como nación soberana” y, a continuación, se refirió a las distintas constituciones que había tenido el país desde la de 1824, que habían siempre recogido el derecho inalienable de cambiar o modificar su forma de gobierno, principio que había permitido realizar el proceso, continuo y perfectible, de la edificación social.
Así, la Constitución de 1917 era “expresión de propósitos fundamentales, largamente perseguidos, para una vida organizada y justa del pueblo de México”, de los cuales hizo un recuento que incluyó la elección popular y directa del presidente de la República, el municipio independiente, la democracia como forma de vida y de gobierno, la promoción de los derechos humanos o la reforma de la administración de justicia. Por ello, su obra debía mantenerse de manera dinámica, procurando “que el ritmo acelerado de la revolución pacífica que México sigue necesitando se mantenga a través de reformas constitucionales oportunas y básicas”. Revolución que, aclaró, no era ni podía ser “patrimonio de un grupo, sino propósito de superación de todos los mexicanos de buena voluntad”.48
En su extenso discurso, Martínez Domínguez se sumó al saludo de la Cámara de Diputados al Congreso Constituyente de 1916 y 1917, mismo que hizo extensivo a quienes desde la Independencia habían contribuido al desarrollo del derecho constitucional mexicano, y como dirigente de la fracción mayoritaria, expuso algunos puntos de vista sobre el papel desempeñado por la Constitución en la evolución nacional mediante principios que guiaban “la acción de las fuerzas populares determinantes en la vida pública mexicana”. Si bien las constituciones que había tenido el país, a partir de los Sentimientos de la Nación de José María Morelos, reflejaban tanto las condiciones de su tiempo como experiencias de otros países y rasgos del pensamiento jurídico universal, habían recibido su inspiración fundamental de las lecciones de la historia mexicana y de las aspiraciones y las exigencias de su pueblo. Ejemplo de ello había sido el Constituyente de 1916 y 1917, integrado por conocedores del derecho y por representantes de muy distintos sectores de la sociedad, todos ellos identificados por un rasgo común: el de dar voz y voto para crear un nuevo orden a un pueblo que luchaba “por la democracia, la justicia social y la independencia de la nación”. Para Martínez Domínguez, tanto el pueblo como los políticos y los legisladores debían cuidar que no se violara ni anquilosara el derecho, lo que generaba crisis sociales que daban origen a las grandes convulsiones como la Revolución Mexicana.
Revolución, precisó, que con la Constitución de 1917 había iniciado la etapa de las constituciones modernas que buscaron el equilibrio entre los intereses y las aspiraciones del individuo y los de la colectividad, como atinadamente había señalado Díaz Ordaz. Constitución y Revolución que eran inseparables, pues las revoluciones no eran solo destrucción sino también reconstrucción y México vivía ya ese segundo periodo revolucionario en el que la Revolución debía hacer realidad sus promesas, sus propósitos y sus objetivos mediante el instrumento fundamental que era la Constitución. Ser revolucionario en 1967 era luchar por el progreso y la justicia para el pueblo mexicano dentro de la Constitución, que si bien no era perfecta y había que seguir perfeccionando, era la razón de ser y el armazón de las instituciones mexicanas y la garantía de que México permanecería de pie y seguiría adelante en el camino hacia el progreso: “el proceso revolucionario está amparado por la Constitución y por las leyes. Lo legítimo, en México, es la Revolución.” Y el orador terminó su intervención saludando al presidente de la República, abanderado de una revolución pacífica, y a los constituyentes de 1916 y 1917, quienes habían dado a México un camino muy ancho para satisfacer las grandes reivindicaciones populares y a quienes se debían “la paz, la realidad y la esperanza que hoy nos permiten vivir, a los mexicanos, de cara al porvenir y a la dignidad”.49
Ese mismo día, el Senado de la República celebró una sesión solemne a la que asistieron algunos diputados constituyentes y en la que el senador por el Estado de Campeche, Carlos Sansores Pérez, dio lectura al extenso documento que Venustiano Carranza presentó, 50 años atrás al Congreso Constituyente, con su propuesta de reformas a la Constitución de 1857. Los oradores fueron la médica Alicia Arellano Tapia, senadora por el Estado de Sonora y una de las dos primeras mujeres en ocupar una senaduría –la otra fue la licenciada María Lavalle Urbina–, y el licenciado Alfredo Ruiseco Avellaneda, senador del estado de Colima, mientras que el licenciado Ignacio Ramos Praslow, en nombre de la Asociación de Diputados Constituyentes de 1917, hizo entrega de un cuadro con las fotografías de todos ellos, el cual fue descubierto por el licenciado Raúl Bolaños Cacho, senador por el Estado de Oaxaca y presidente del Senado.50
Arellano inició su discurso destacando la importancia del Congreso Constituyente, que diera a la Revolución el fundamento legal de su etapa gloriosa: la de convertir en ley suprema sus objetivos y propósitos. Numerosas y destacadas voces, como las de Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Francisco Villa, Pascual Orozco y Emiliano Zapata, se habían alzado contra la usurpación de Victoriano Huerta. Había sido Carranza quien iniciara el camino constitucional al proclamar el Plan de Guadalupe y durante la lucha se fue perfilando el pensamiento que encauzaría a la Revolución. Al triunfar el movimiento, “el ansia de transformaciones radicales, el ferviente deseo de renovación de las instituciones públicas”, no podían ya conformarse con la Constitución de 1857, que no resultaba congruente con las inquietudes sociales despertadas por la Revolución, por lo que Carranza convocó un Congreso Constituyente. Arellano recordó, en su intervención, las difíciles circunstancias por las que atravesaba por ese entonces el país y destacó la labor de los constituyentes para sacarlo del caos, consagrar las ideas sociales de la Revolución y alcanzar la seguridad que dan las instituciones: “de esta manera la Revolución se hacía Gobierno y Programa” tanto para los campesinos como para los obreros al elevar sus niveles de vida y al nacionalizar los recursos naturales.
La Constitución de 1917, precisó, había sido extraordinaria para México y servido de ejemplo para muchas naciones; después de medio siglo, “la Revolución se ha vuelto constructora y llenado con sus obras el ámbito de la República”, pero el fervor que había animado a los constituyentes seguía iluminando el panorama político del país, por lo había que rendirles homenaje. La oradora terminó su discurso señalando que en la obra de Díaz Ordaz tenían un claro ejemplo del apego a la Constitución y del cumplimiento de sus principios sociales, Constitución que era “programa y guía de los gobiernos revolucionarios para alcanzar, siguiendo sus cauces, democracia plena, prosperidad y justicia social”.51
Al hacer entrega del cuadro con las fotografías de los 218 diputados constituyentes, Ramos Praslow, amén de calificar sus trabajos como el nacimiento de México a la vida institucional, precisó que habían sido electos por el pueblo para traducir en normas constitucionales la justicia social conquistada heroicamente por obreros y campesinos en una Revolución que había sido tan libertaria como redentora52 En su respuesta, Bolaños Cacho agradeció la donación al tiempo que precisó que la cátedra de derecho constitucional y de justicia social dada por los constituyentes había servido a la superación del género humano, ya que los principios de la Constitución de 1917 habían sido adoptados por muchas otras y recordó que la generación de los constituyentes había seguido cronológicamente a la conformada por el “grupo impar de la Reforma”.53
En su emotiva intervención, Ruiseco se refirió a la trascendencia del acto que celebraban, cuyo propósito final, que había que recalcar cuando estaba “vivo todavía el teatro de esa Revolución que fue ejemplo de revoluciones,” era llamar a la juventud a proseguir su tarea. Se refirió también al recién leído discurso de Carranza, “donde latía un alma profunda, esencial y noblemente mexicana” pero “que no pudo abarcar todo lo que la patria demandaba en aquel momento”, falla de visión que generó el gran prestigio del Congreso Constituyente porque fue este quien reformó en lo medular el proyecto del Primer Jefe. Por ello, no obstante la grandeza de Carranza, debía reconocerse que el Constituyente había sido “el legítimo representante del pueblo de México”, como acababa de señalar Ramos Praslow.
Ruiseco elogió también los discursos de los senadores sobre las reformas constitucionales, muestra de que la Cámara cumplía con su legítima meta y cuidaba la obra de los constituyentes, y se refirió a la necesidad de recalcar, en presencia de estos, que México debía dejar de pensar que vivía dentro de sus fronteras y abrir ya las puertas de su nacionalismo, que constituía “una vuelta solemne, callada y emocionada a su propia historia porque parte de ella para entregarle al mundo el más alto mensaje de convivencia, de justicia social y de libertad.” Ante un mundo desarticulado y que había destruido los grandes conceptos, “México enarbola la bandera de su estabilidad, de su serenidad, de su mensaje de paz” aprendido en la dolorosa experiencia de su propia historia. Era ya hora de que los legisladores devolvieran a las palabras revolucionarias su contenido. Si bien el tipo de lo que denominó colectivismo humanístico plasmado en la Constitución era propio de México, asimismo respondía plenamente “a los requerimientos de la historia universal contemporánea”, pues la Constitución era “uno de los mensajes más altos, más avanzados y más llenos de intuiciones en el futuro.” No obstante, faltaba mucho por hacer, pues eran conocidos los espacios de la República que carecían de lo fundamental y había sido precisamente para los mexicanos de esos espacios para quienes se había redactado la Constitución. Para ellos había empezado la Revolución, para ellos debía estar cumplir sus metas y para ellos había que devolverle a la Constitución su sentido revolucionario. Si era necesario hacer “como quiso algún ilustre estadista, una revolución dentro de la Constitución”, había que llevarla a cabo cuando todavía vivían algunos de los constituyentes que iluminarían el camino; había que seguir construyendo la patria siguiendo su ejemplo.54
La ceremonia principal para conmemorar los inicios de los trabajos del Congreso Constituyente tuvo lugar ese 1º de diciembre en el Teatro de la República, en la ciudad de Querétaro, espacio que hacía 50 años había albergado sus labores. Presidida, en representación del ejecutivo federal, por el licenciado Luis Echeverría, secretario de Gobernación y presidente de la Comisión Nacional para las Conmemoraciones, contó con la presencia del gobernador del Estado, el ingeniero Manuel González Cosío y de funcionarios de los poderes legislativo y judicial estatales; de varios diputados constituyentes; de representantes de los otros dos poderes federales: el licenciado Felipe Tena Ramírez, de la Suprema Corte de Justicia y varios senadores y diputados; del presidente del Comité Central Ejecutivo del PRI, doctor Lauro Ortega; de Jesús y de Rafael Carranza, hijos de don Venustiano, y del teniente coronel Ignacio Suárez, quien lo acompañara hasta su muerte. Según señaló la nota de El Universal, “El acto constituyó una reiteración de fe revolucionaria y de unidad de todos los mexicanos en torno del Primer Magistrado de la Nación”.55
El primer orador fue el profesor Adolfo X. Blanco, quien precisó que al rendir homenaje a los constituyentes había que agradecer a quien había inspirado la Constitución: al pueblo. La Constitución era la voz del pueblo que se manifestaba ante la Patria y la voz de la Patria que se manifestaba ante sus hijos. Le siguió en la tribuna el profesor Jesús Romero Flores, quien había sido diputado constituyente y quien en 1967 era senador por el Estado de Michoacán, quien habló en nombre de la Asociación de Diputados Constituyentes y quien se refirió a los trabajos llevados a cabo por el Congreso, amén de recordar a sus 218 diputados, a quienes habían sido precursores de la Revolución de 1910 y a quienes bajo su bandera habían forjado el México de 50 años después. En su discurso, Romero Flores afirmó que “si el general Porfirio Díaz, don Justo Sierra y los hombres honrados que hubo en el porfirismo, que indudablemente los hubo, se levantan hoy de sus tumbas, se tornarían revolucionarios y aplaudirían la Constitución de 1917”, porque todo lo que se había hecho por el progreso y el bienestar de los mexicanos estuvo previsto y quedó estatuido en ella y el nuevo edificio nacional diseñado por los constituyentes había sido construido por las generaciones que les siguieron.
Además de elogiar a Carranza y a Madero, así como a Díaz Ordaz, recordó a Miguel Hidalgo, tanto por proclamar la libertad y enseñar el camino para ser independientes como por exhortar a la unión de los nacidos en México, para terminar afirmando que “La unión de los insurgentes nos dio la libertad política; la unión en derredor de Juárez nos dio la libertad de consciencia y la unión al lado de nuestro presidente Díaz Ordaz fortalecerá el ideal revolucionario, y así continuaremos formando una patria libre, respetada y progresista”. El último orador fue el diputado por el Estado de Guerrero, Vicente Fuentes Díaz, quien lo hizo en nombre de la Comisión Nacional para las Conmemoraciones. Fuentes Díaz, quien igualmente rindió homenaje a los diputados constituyentes, señaló que la Constitución de 1917, al tiempo que había establecido las garantías sociales y los derechos de la Nación, había mantenido el ideario liberal que, como hilo conductor, iba desde la Constitución de Apatzingán hasta la de Querétaro. Así, en el Congreso de 1916 y 1917 se había afinado, actualizado y enriquecido el liberalismo mexicano. El festejo terminó con un banquete servido en la Hostería “La Marquesa”, que contó con la presencia de Echeverría, de González Cosío y de muchos de los asistentes a la ceremonia.56
Ese mismo día, el presidente de la República rindió homenaje a Carranza en su natal Cuatro Ciénegas, donde recibió del gobernador de Coahuila, Braulio Fernández Aguirre, el manuscrito del discurso que don Venustiano dirigiera el 10 de diciembre de 1916 al Congreso Constituyente al iniciar sus trabajos y donde además hizo entrega de más de un millón de hectáreas a 4 351 ejidatarios provenientes de 84 pueblos de 14 municipios del Estado. En su intervención, Díaz Ordaz elogió la figura de Carranza, quien había convertido en ley fundamental los ideales de la Revolución. Después de asistir a la comida que ofreció el Club de Leones, el presidente de la República inauguró el hospital “Venustiano Carranza” y puso en servicio la red de distribución de energía eléctrica de la ciudad. Cabe señalar que al día siguiente se reunió en Ciudad Acuña con el presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson.57
Homenaje a los textos constitucionales
Los festejos de finales de 1966 fueron el digno preámbulo para la conmemoración principal, la de la promulgación de la Constitución, a celebrarse el 5 de febrero de 1967 en la capital queretana. Pero dicha conmemoración no solo debía llevarse a cabo en el espacio, por demás simbólico y consagrado, donde fuera elaborada la Constitución sino que su texto original debía estar físicamente presente, acompañado de otros textos constitucionales que la antecedieron y le dieron sustento. Porque la Constitución de 1917 era resultado inmediato, desde luego, del movimiento de 1910, pero también, y sobre todo, era la culminación de un largo proceso revolucionario que abarcaba la historia nacional entera.
Por considerar que México como nación independiente logró definir “nuestro actual ser nacional a través de tres etapas de la más grande trascendencia para su desarrollo que son la Independencia, la Reforma y la Revolución” y por comprender que dichas etapas “obtuvieron su más nítida cristalización en documentos constitucionales que han sido bases sólidas para la evolución política de México”, por acuerdo presidencial del 25 de enero de 1967, los originales –que resguarda el Archivo General de la Nación– del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana de 1814, del Acta Constitutiva y de la Constitución de 1824, de la Constitución de 1857 y de la de 1917 debían ser trasladados con toda solemnidad a la ciudad de Querétaro para recibir el homenaje de pueblo y gobierno en la ceremonia del 5 de febrero, tarea encomendada a la Secretaría de la Defensa Nacional a través del Heroico Colegio Militar.58
Asimismo, se decidió que cada estado de la República debía celebrar ese día su propia ceremonia presidida por el ejecutivo de la entidad acompañado de representantes de los otros dos poderes.59 Así, desde el 26 de enero se informó, de manera formal y detallada, sobre el programa a seguir durante las conmemoraciones federales,60 las cuales serían transmitidas por radio y televisión a todo el país y a Texas, en los Estados Unidos.61 Entre los locutores que se encargaron de esta tarea estuvieron algunos de los más destacados, como Gonzalo Castelot, Pedro Ferriz y Jacobo Zabludowsky.62
De esta manera, los festejos del Cincuentenario de la Constitución dieron comienzo el 4 de febrero. Colocados los textos constitucionales en cinco urnas diseñadas especialmente, las cuales llevaban en la parte superior el escudo nacional de la época correspondiente al texto que resguardaban,63 tuvo lugar la solemne ceremonia de su entrega en el Archivo General de la Nación, ubicado en Palacio Nacional, la cual fue presidida por el secretario de Gobernación, entidad de la que depende el Archivo y por el general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa.64
En su discurso, el profesor Jorge Ignacio Rubio Mañé, director del Archivo, destacó tanto la importancia de los textos constitucionales, patrimonio cultural del pueblo mexicano y testimonio de la organización política de la patria, como la del repositorio que los custodiaba, “el más extraordinario y antiguo de este continente americano”, encargado no solo de resguardar importantes documentos desde hacía cuatro siglos sino de prestar sus servicios a los trabajos históricos desde hacía 150 años. Rubio Mañé solicitó asimismo a los cadetes encargados de custodiar los textos, llevarlos con legítimo orgullo por ser testimonio de los esfuerzos, sacrificios y triunfos de los mexicanos, así como de sus ardientes anhelos de que sus páginas irradien “la luz que elimine las oscuras ambiciones de los que ansían el poder para satisfacer apetencias con funestos ejercicios dictatoriales”, finalmente los animó “a recoger por la ruta convenida el amor del pueblo mexicano a su historia, y retornad trayendo estos mismos tesoros documentales con el calor generoso que les brinde ese mismo pueblo, que evidenciará que en los corazones de los hijos de esta patria nuestra sigue vibrando el mismo fervor de los héroes que la crearon”.65
Como respuesta, el general Roberto Yáñez Vázquez, director del Heroico Colegio Militar, precisó que era un honor y un orgullo para el Colegio el recibir “los cinco documentos Constitucionales que sintetizan los anhelos y aspiraciones populares a través de las tres etapas de Independencia, Reforma y Revolución; y que tan gran trascendencia tienen para el desarrollo actual del país en los aspectos político, económico, social y cultural”. Asimismo declaró que la misión que les había encomendado el presidente sería fielmente cumplida y los documentos, “base de nuestro sistema político actual”, serían devueltos al lugar de honor que ocupaban en el Archivo después de haber recibido el fervoroso homenaje del pueblo y del gobierno de México.66
Las urnas fueron entonces llevadas en hombros por la escolta de cadetes al Patio de Honor de Palacio Nacional, donde fueron depositadas en los carros para ello dispuestos, los cuales iban adornados con la bandera nacional y llevando a un lado el nombre del documento que conducían. Después de escuchar el Himno Nacional y, precedidos por un vehículo con el cadete abanderado y otro más con el jefe de la escolta, la caravana salió de Palacio por la puerta principal. A la vanguardia iban motociclistas de la Dirección General de Tránsito del Distrito Federal, mientras que la retaguardia se compuso por una sección de caballería del Colegio Militar, la banda de guerra, una banda de música y una compañía de infantería de cadetes.
De la Plaza de la Constitución, la columna siguió por la Calle de 5 de Mayo y luego por el Paseo de la Reforma hasta llegar al Museo Nacional de Antropología, donde se separaron la sección de caballería y la de infantería del Colegio Militar. Una valla de honor, formada primero por cadetes del propio Colegio, alumnos de las escuelas Médico Militar y de Transmisiones y personal del Batallón de Paracaidistas, y más tarde, de manera espontánea, por el público en general, acompañó su lento paso hasta los límites con el Estado de México.67 Cabe señalar aquí que en los distintos actos conmemorativos participaron cerca de 12 000 miembros de las fuerzas armadas, procedentes de muy distintos cuerpos. Además de los cadetes del Heroico Colegio Militar, participaron un Batallón de Infantería, dos de guardias presidenciales, regimientos de caballería, caballería mecanizada, tanques ligeros de combate, policía militar y elementos del Servicio Militar Nacional y de la Fuerza Aérea Mexicana.68
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