Kitabı oku: «Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros», sayfa 3

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El domingo descendimos la ría hasta el puerto de Getxo (43º 20,2’ N; 3º 0,9’ W). Salimos al comienzo de la marea vaciante para que la corriente nos ayudara a llegar a Getxo, que está en la desembocadura. Como casi no hacía viento pensábamos hacerlo a motor. Nada más salir del pantalán, en plena maniobra y en mitad de la ría, el motor que estaba frío se paró. Menos mal que la marea estaba bajando, porque si llega a estar subiendo nos hubiera empujado contra el puente de Euskalduna, por debajo del cual el barco no cabe, y nos habríamos quedado atravesados y frenados por el mástil. La navegación fue muy tranquila, y en uno de los primeros recodos del río vimos la fachada de una casa pintada con la palabra “soñar” en letras gigantescas, un buen presagio para los objetivos de este viaje y la incertidumbre de lo que nos esperaba. Más de 1.200 millas náuticas por la proa son mucho para un velerito de seis metros. Volvimos a pasar por debajo del puente colgante y todo el trayecto fuimos rodeados de piragüistas a los que había que ir esquivando para no molestarles con nuestras olas. Como era domingo se aprovechaba para las aficiones náuticas, ya que en la navegación de ida no nos cruzamos con ninguna.

Llegamos al Club Náutico de Getxo poco antes de comer. Las oficinas estaban cerradas (era domingo y solo se quedaba un vigilante de guardia, que tenía que hacer su ronda) o sea que fuimos directos a la ducha. Más tarde nos situaron en el pantalán J, con la sorpresa de que el barco que teníamos delante era nada menos que el “Pakea Bizkaia”, el velero oceánico de 60 pies con el que el navegante vasco Unai Basurko dio la vuelta al mundo y llegó a la Antártida. En las etapas españolas de nuestra navegación estábamos coincidiendo con las grandes glorias de la vela de España, y más adelante en Francia se repetiría. Como muchos navegantes que han participado en regatas oceánicas, a Unai se le quedó pequeño el mundo de la regata en que solo ves mar picada alrededor, pasando por los puertos sin detenerte. Bernard Moitessier, del que hablaré más adelante, lo expresó claramente en su libro “Cabo de Hornos a la vela” cuando pasaron frente las Islas Malvinas sin hacer escala, aunque les apetecía: “Supimos hasta qué punto resulta estúpido pasar casi tocando el paraíso, que tenemos ante nosotros, sin hacer el menor gesto hacia el ancla y su cadena... Solo por unos días...”. Por eso Unai se decidió a utilizar el barco para otro cometido. Tras más de 80.000 millas navegadas en diversas competiciones se embarcó en un proyecto relacionado con la educación y la navegación: dar a conocer el nexo existente entre la navegación y el respeto al medio ambiente a través de diferentes expediciones fomentando la educación para el desarrollo sostenible, el respeto entre los seres vivos, hacia la biodiversidad, el medio ambiente y los recursos naturales. Las expediciones se realizarían de la manera más sostenible posible, utilizando energías renovables (eólica y solar) y gestionando los residuos reduciéndolos, reutilizándolos y reciclándolos. Además, pensaba recoger por el mundo diferentes experiencias relacionadas con la sostenibilidad. Otros navegantes ex-regatistas con una ilusión parecida y que dedicaron su barco a proyectos similares fueron Peter Blake con el “Seamaster”, Thierry Dubois con “La Lousie”, Philippe Poupon con “Fleur Australe”, etc. Y en nuestro país Cocúa Ripoll con el “Archibald”, con el que tras un pasado de regatista profesional dio una vuelta al mundo tranquila, en cuatro años, y luego llegó a las puertas de la Antártida (la vuelta al mundo narrada en el libro Un paseo por el mundo, un título como para quitarse importancia). Desconozco lo que fue de aquel proyecto de Unai, pero lo que es una pena es que el barco estuviera abandonado, y ser una vieja gloria no le evitaba criar algas y mejillones bajo la línea de flotación como cualquier barco que no se usa. Más que una pasada con la karcher ese casco necesitaba una operación de vegetaciones. Una pena.

En el pantalán también conocimos a la tripulación de otro Tonic 23, el “Ukelele”, que había amarrado para recoger a parte de sus marinos. Entre los navegantes es habitual establecer conversación con los propietarios de barcos como el tuyo, para conocer los problemas que le ha dado ese modelo concreto, las soluciones que ha encontrado, las chapuzas o mejoras que le ha hecho, etc. Siempre se aprende algo. En este caso era la versión de orza fija y con motor central. En realidad salió del astillero con fueraborda, pero su dueño anterior lo sustituyó por el motor central. Para mí es algo inaudito, se trata de una modificación mayor en la estructura del barco: hay que conseguir meter el motor por el tambucho, redistribuir los tabiques interiores para que entre, hacerle unos soportes pegados al casco para que aguante el empuje, hacerle un agujero y reforzarlo para el paso del eje de la hélice, prever una bomba automática para achicar el agua que entre por la bocina, etc. Y después de reformar todo eso, volver a pasar una inspección técnica que dé el visto bueno. Algo dudoso de que merezca la pena y también dudoso que quede bien. Yo desde luego preferiría vender el barco y comprar uno, aunque fuera el mismo modelo, con el motor central puesto en fábrica por el astillero. Además el barco había sufrido un naufragio y había estado algunos días en el fondo del mar, lo que le había dejado para el arrastre. Al parecer un día de mucho viento se soltó de la boya y se fue contra la escollera de Getxo, hundiéndose a continuación. Los dueños, con un espíritu y fuerza de voluntad dignos de admiración, consiguieron reflotarlo, pero el interior ha quedado con el revestimiento desprendido, las maderas hinchadas, etc., y tienen trabajo para rato. Aun así su afición a navegar les hacía salir con el barco en precario, al que se habían acostumbrado, porque cuando luego les invitamos a ver el Corto Maltés se quedaron alucinados y no paraban de hacerle fotos. Enhorabuena chicos.

Al anochecer se reincorporó Luis a la tripulación para seguir hacia el Este. Fue una noche incómoda por los mosquitos, que al parecer eran resistentes a nuestro insecticida y a nuestro repelente (por cierto, dos equipamientos indispensables en los viajes en velero). No es habitual encontrar mosquitos en nuestra costa cantábrica y nos sorprendió, pero se ve que el calor atípico de los días anteriores los había revivido a todos. Por la mañana salimos hacia Bermeo, pero eso ya lo contaré en el siguiente capítulo.

[2]. “Carpe Diem. Vela solidaria en Santander”, de la editorial ExLibric, y en el blog: http://cortomaltes2012.blogspot.com


Capítulo 3
El resto de la costa vasca
hasta Hondarribia

El día siguiente era lunes y nos regaló una meteorología espléndida, de auténtico verano, cumpliendo con el pronóstico que teníamos. Salimos tempranito, a eso de las ocho y media, después de una ducha reparadora. En el Abra de Bilbao vimos a un remolcador y el barco de los prácticos echando un buzo a la boya Peña Piloto Dos, que es una de las rojas que marca La Restinga de Algorta. Supusimos que la estaban cambiando de sitio, porque estaba desplazada unos 200 metros al Oeste con relación a su posición en la cartografía. Después supimos por la radio que efectivamente estaba fuera de uso y que la habían retirado. Estos cambios de posición de las boyas son habituales en los temporales del invierno y suponen un peligro para la navegación. Hasta el Islote Villano (43º 26,4’ N; 2º 56,1’ W) fuimos ayudados con el motor. Este islote tiene una silueta característica, lleno de agujas, y unos bajos que desbordan de la costa como grandes dientes. Pero a partir de este islote el rumbo cambiaba al Este y la brisita que venía del Noroeste llena de promesas nos permitió quitar el motor y llegar, primero con la mayor y el espí, y más tarde con el génova y el espí en orejas de burro, de un tirón hasta el Cabo Machichaco (43º 27,5’ N; 2º 45,0’ W). Este cabo marca una inflexión de la costa hacia el Sureste para entrar en la reserva natural de la Ría de Mundaka, y a estribor en el puerto pesquero de Bermeo. En este tramo de costa hay algunos detalles característicos que ya comenté en la Vuelta a España, como la central nuclear abandonada de Lemóniz, la plataforma petrolera Gaviota, la península de San Juan de Gaztelugatxe con una ermita en su cima, o el islote de Ízaro famoso por la entradilla de las películas de la productora Ízaro Films. También en este tramo estuvimos pendientes de una consulta radiomédica (será deformación profesional, pero me gusta escucharlas y siempre se aprende algo) de un tripulante de un pesquero a 40 millas de Gijón que había sufrido un traumatismo craneal con hemorragia. En estos incidentes se consulta por radio al Servicio Radiomédico, donde un médico te va preguntando y aconsejando lo que debes hacer hasta que se decide el traslado o no, y en caso positivo hasta que llega el rescate. En este caso enviaron al pesquero una lancha de Salvamento Marítimo para recoger al accidentado.

Bajo un sol como el as de oros llegamos a primera hora de la tarde al puerto de Bermeo (43º 25,3’ N; 2º 42,5’ W). Teníamos curiosidad por conocer los pantalanes de cortesía (cuatro fingers con espacio para siete barcos) que acababan de instalar y de los que nos habían informado en Bilbao. Hasta ahora siempre que recalábamos en este puerto nos quedábamos en el primer muro, entrando a estribor, reservado a los barcos en tránsito. Los nuevos pantalanes (43º 25,1’ N; 2º 43,1’ W) estaban sin terminar porque no tenían agua ni luz, pero ni tan siquiera cornamusas o noráis para amarrarse, y tuvimos que hacer firme el barco abrazando con las amarras el suelo del finger. Estaban vacíos. Nos dijeron que los estaba instalando la misma sociedad que gestiona los amarres del puerto deportivo, y que aunque se habían inaugurado oficialmente, estaban sin entregar y por lo tanto sin usar. Fuimos al pueblo a hacer la compra y pedir que nos congelasen los frigolines en un bar del puerto, y hacía tanto calor que aunque el pantalán no tenía electricidad pudimos dejar funcionando la neverita conectada a la batería, porque el panel solar estaba a tope. El atraque resultó muy incómodo porque toda la noche sopló una brisita de Oeste que entraba directo a los pantalanes y generaba una olita desagradable, por el meneo que daba al barco y el ruido que hacía en la popa.

Salimos de Bermeo a primera hora con rumbo a Ondarroa, pasando entre el Islote de Ízaro y la costa. La meteorología siguió favorable con viento del Noroeste que nos permitió navegar con el spinnaker y la vela mayor casi todo el trayecto. Solamente a la altura del Cabo Ogoño (43º 25,0’ N; 2º 38,2’ W) compuesto por unos acantilados altísimos que modifican enormemente el viento dominante, hubo unos cambios de viento racheado que nos tuvieron tres cuartos de hora probando distintas combinaciones de velas sin éxito. Nos preocupaba que nuestras familias pensasen que nos pasaba algo, porque estaban siguiendo nuestro trak por la baliza y en esos momentos hacíamos un zigzag absurdo e incontrolado. A sotavento de este cabo está el puerto y el pueblecito de Elantxove, uno de nuestros preferidos, asentado en la falda de un acantilado increíble y tan empinado que se sube a la parte alta del pueblo por una escalera. Las vistas desde arriba son espectaculares, y nos encanta ir a ver el sistema de dar la vuelta los autobuses de línea. Las calles son tan estrechas que al entrar en el pueblo no pueden girar, y han construido una plataforma circular y rulante encima de la cual se sitúa el autobús. Con un mando a distancia se gira 180 grados y sale en dirección contraria sin maniobrar. Además a mitad de la travesía tuvimos un incidente con un tronco. Sentimos un fuerte golpe en la quilla y después un frenazo brusco cuando el tronco quedó trabado en el timón. Por suerte pudimos liberarlo levantando el timón y destrabándolo con el bichero, porque era como dos o tres esloras del barco. No hubo vía de agua y finalmente no pasó nada salvo un rayón en la pintura. A primera hora de la tarde entramos en el puerto de Ondarroa (43º 19,4’ N; 2º 24,9’ W).

Hacía tiempo que teníamos ganas de conocerlo, porque en todas nuestras travesías por la costa de Euskadi solemos pasar de largo intentando llegar a Getaria. Tiene una entrada muy fácil, con los espigones que la protegen muy bien. Es un puerto fundamentalmente pesquero en la desembocadura del río Artibai. La guía Imray advierte:

“Advertencia: no aconsejable con vientos del Este –(esto en letras rojas). Y más adelante:– es un importante puerto pesquero que no otorga ninguna facilidad para los yates. Pueden admitirlos dentro del puerto en casos de mal tiempo cuando la flota pesquera no está amarrada”.

En este caso la guía no estaba acertada porque para nosotros todo fueron facilidades. Inicialmente nos dirigimos al muelle de los pescadores, en el muro entrando a babor (lado Este del espigón Este, el más adecuado según la citada guía). Cuando estábamos amarrando al muelle nos dijo el guardia de seguridad que allí no se podía quedar un velero, aunque el puerto estaba completamente vacío. Al parecer no esperaban a los pesqueros hasta el fin de semana y era martes. De todos modos nos dirigió a la zona de la ría donde había un pantalán de cortesía en el que pudimos abarloarnos a una motora, inmediatamente aguas abajo del famoso puente Itxas Aurre, construido sobre la ría por el arquitecto e ingeniero Santiago Calatrava en 1994. Es de acero, de 70 metros de longitud, y solo permite el paso por debajo a embarcaciones menores (para acceder a un segundo puerto deportivo, cuatrocientos metros aguas arriba) en ningún caso a los veleros. Para nosotros fue mejor este pantalán de cortesía que el puerto, porque la escalera del muelle pesquero estaba llena de chapapote. Además el pantalán era más cómodo que esa escalera grasienta para bajar las bicicletas a tierra y hacer la excursión de por la tarde.

El propietario de la motora a la que nos habíamos abarloado estaba trabajando en ella cambiando los metacrilatos de las ventanas y pintando la cubierta, pero en ningún caso puso pegas a amarrarnos a su barco y por el contrario nos dio todas las facilidades y nos explicó algunas peculiaridades de su puerto y los alrededores. Nos contó los problemas que genera en Ondarroa la entrada de la ola por la ría cuando hay temporal. En efecto en algunos temporales, y sobre todo cuando se rompió el espigón de protección en el 2014, las olas se encajonan hacia arriba por la ría y llegan hasta la pequeña marina que hay aguas arriba destrozando algunos de los barcos que amarran en ese lugar aparentemente tan bien resguardado. Las olas más grandes en 2014 llegaron a sacar las ruedas del carril del pantalán de su eje, y por eso le han soldado una prolongación de unos 30 centímetros hacia arriba que actualmente llega más alta que el suelo del muelle. Hemos visto barcos con las cornamusas de amarre rotas por los esfuerzos, y el dueño del barco al que no habíamos abarloado nos dijo que cuando se anuncia temporal todos intentan llevar los barcos lo más arriba posible dentro de la ría apretujándose como pueden y cuanto más arriba mejor. Un puerto complicado en invierno.

Cuando estuvimos instalados nos acercamos a la caseta del vigilante con intención de gestionar nuestra estancia. Solo nos pidió un número de móvil por si necesitaba localizarnos para alguna maniobra, pero nada de los papeles del barco ni nuestros, y nos dijo que la estancia era gratuita. El pantalán en el que estábamos tenía una torre de toma de agua, no de electricidad, pero por alguna razón que se nos escapa todos los grifos estaban cerrados con candado. Nunca habíamos visto esto en otros puertos pues es difícil que en el peor de los casos (llenar un depósito entero de un barco deportivo) se genere un gasto significativo. En los demás pantalanes que vimos en Ondarroa ocurría lo mismo. Tuvimos que rellenar nuestros depósitos con el bidón portátil en un grifo que había en un parque infantil enfrente del muelle. Otras veces no está tan fácil y una cosa sencilla como aprovisionarse de agua es una tarea bastante incómoda. De hecho, no tener grandes reservas de agua es uno de los inconvenientes de los veleros pequeños. El propio pantalán no tenía aseos, si bien se encontraban en la Cofradía de Pescadores, en el propio recinto del muelle, su acceso era gratuito y lo único malo era que los cerraban por la noche.

Después de comer hicimos un recorrido en bici por una senda que recorre toda la margen derecha de la ría. En una orilla había una cucaña de las que se utilizan en las fiestas populares para ver quién consigue llegar a coger una ikurriña en la punta. La cucaña está untada de grasa para que sea más difícil. En su entorno estaban rodando un programa concurso para la televisión vasca, con muchos curiosos. Después la senda abandonaba el pueblo y seguía transformada en una senda verde por los pueblos de los alrededores. Y al terminar la tarde continuamos por otra senda costera que recorría las dos playas de Ondarroa, esta vez en dirección al Este. La noche fue desapacible pues volvió la lluvia, hizo un frío helador, y además nos despertó la sirena de la lonja, como en Santoña.

Por la mañana salimos a primera hora con dirección a Pasajes. La previsión era de día nublado y posiblemente lluvioso, con viento suave del Nordeste, o sea, de morro. Por desgracia el pronóstico no se equivocó y fue una navegación nefasta. El viento venía en efecto justo de morros, y casi todo el camino estuvo lloviendo. O sea que hicimos toda la travesía a motor. Cuando intentábamos ir a vela el rumbo se abría demasiado y no hacíamos más de 1,8 nudos. Además el timón automático hacía dar muchas guiñadas al barco, lo que nos dificultaba refugiarnos en la camareta durante los chubascos, y tuve que volver a ajustarle la “ganancia”, que es el margen de tolerancia a las desviaciones del rumbo. En resumen, uno de esos días en que como dice el refrán “a veces la vela es solo un poco más divertida que el trabajo”. Por si fuera poco, al sacar un bidón de gasolina para rellenar el depósito principal se trabó con alguna pieza puntiaguda de la bici y se pinchó, empezando a salir un chorrito de gasolina al pañol y amenazando con una faena de las gordas (achicar 10 litros de gasolina de un sitio cerrado, sin tener dónde escurrirlo porque no se puede tirar al mar). Por suerte el otro depósito estaba lleno solo hasta la mitad y pudimos trasvasarlo, si no nos habríamos enfrentado a un problema bastante correoso. La verdad es que los dos depósitos suplementarios para este viaje (20 litros) los compré pensando principalmente en que tuvieran un tamaño adecuado para el transportín de la bici, y menos en la calidad de los materiales. Desde el principio me pareció un plástico muy fino y pagué las consecuencias de ese criterio equivocado. Esta reserva suplementaria era imprescindible para afrontar la larguísima travesía de Las Landas, como comentaré más adelante, por si nos quedábamos sin viento. Más adelante en el viaje sustituí los dos bidones por otros de mejor calidad.

Al mediodía pasamos por enfrente de San Sebastián, viendo su famosa Isla de Santa Clara en mitad de la bahía, flanqueada por los montes Igueldo al Oeste y Urgull al Este. Se debe entrar entre el Urgull y la isla, aunque nosotros no íbamos a hacerlo pues no tienen plazas de visitantes en el puerto y se debe fondear o tomar boya en la bahía, bastante incómodo para bajar a tierra con nuestros medios. Con niebla es fácil confundir el monte Urgull (más alto) con la Isla de Santa Clara e intentar dejarle por estribor para entrar a San Sebastián, error garrafal pues te hace entrar en el río Urumea, que no es navegable, y te lleva a varar en la misma ciudad. Nosotros íbamos a seguir hasta Pasajes o Pasaia (43º 20,2’ N; 1º 55,7’ W) solo tres millas náuticas más hacia el Este. Están tan cerca que en los barrios periféricos de Pasajes hay algunas calles en las que una acera pertenece a San Sebastián y la otra a Pasajes. En ese pequeño recorrido por mar hay un bajo muy peligroso, el de Pekachilla (43º 20,9’ N; 1º 58,3’ W) que aunque está bien cartografiado sigue produciendo accidentes pues son unas rocas que velan a solo 20 cm por debajo del agua. Pasajes es un puerto comercial con una entrada preciosa e impresionante, una falla entre dos acantilados como los fiordos de los países nórdicos, una estrecha franja de mar entre montañas altísimas. En realidad es la desembocadura del río Oyarzun invadida por el mar y constituyendo una angosta bahía en forma de “T”. La entrada es tan estrecha que para que entren y salgan los mercantes han tenido que poner un semáforo náutico, que es como los de la circulación pero situado en lo alto de una montaña con indicaciones para los barcos, especialmente los mercantes, diciéndoles si pueden entrar o salir, porque no pueden cruzarse dos en el paso. A los veleritos no nos afecta, porque circulamos por fuera de su canal, pero impresiona cruzarse con uno de ellos. Luego viene un estrecho corredor de casi dos kilómetros, rodeado de casitas típicas de Euskadi que hunden sus cimientos en el mar, como las de Venecia. La guía Imray advierte (en rojo):

“Mar desordenado con vientos del Norte en la entrada estrecha; entrar en el último cuarto de la marea creciente”.

Además, precisamente por la estrechez del paso, la corriente de marea puede ser de hasta dos nudos en la vaciante. La aproximación desde el Oeste, como veníamos nosotros, es sorprendente porque ves las boyas roja y verde de babor y estribor muy desplazadas hacia la izquierda del paso, y lo que te pide el cuerpo es seguir recto hacia la entrada. Pero si lo haces así te vas directo a las rocas. Hay que respetar esa “puerta” aunque te parezca absurda. Ambas orillas del canal de entrada tienen caseríos preciosos, casitas de uno o dos pisos con la fachada blanca y el tejado de tejas, algunas de las cuales con el balcón cerca del mar al que han puesto una escalera para poderse bañar desde él. Una vez dentro la bahía se divide en dos ramales, el derecho o del Oeste es Pasajes de San Pedro y el izquierdo o del Este Pasajes de San Juan. Allí dentro el paisaje es más industrial, con mercantes amarrados, grúas y todos los tinglados portuarios. Unos pequeños transbordadores preciosos unen ambas orillas de la ría para pasar de San Pedro a San Juan y viceversa sin tener que rodear toda la bahía.

Hasta hace pocos años dentro de la bahía se fondeaba o se tomaba una boya, pero recientemente se han construido pantalanes con algunas plazas para transeúntes. Por desgracia para los navegantes de paso, el paisaje idílico no está acompañado por los servicios que prestan en la marina ni por su precio. En 2014 recalamos en Pasajes de San Juan de forma gratuita, como en otros puertos pesqueros que hemos comentado. Pero en 2015 nos cobraron en el Club Náutico Izkiro, en Pasajes de San Juan, 15 euros por una noche para un barco de 6 metros, cuando no tienen ningún tipo de servicio, ni siquiera aseos, y no digamos wifi, tiendas, los servicios de un club náutico, etcétera. En pocas palabras, solo por amarrar y darte la llave del pantalán para ir a tierra. Teniendo en cuenta que en Getxo pagamos 17 euros en una marina con todo lo que he comentado, además de centros comerciales, multicines, restaurantes y cafeterías, etc., y en Hondarribia 10 euros con todo lo anterior más lavadora y secadora de ropa gratuitas, parece claro que en Pasajes quieren explotar a la gallina de los huevos de oro hasta que se les muera, o bien que quien dispuso la tarifa se había golpeado en la cabeza. En conclusión, recomendamos a los navegantes que pasen por esta zona que si quieren ver la entrada de la ría lo hagan en un tránsito de ida y vuelta, y vayan a dormir a otra de las marinas cercanas.

Por la tarde dejó de llover y en algunos momentos incluso salió el sol. Lo aprovechamos para recorrer con las bicicletas las calles del pueblo y una senda que circula paralela a la ría con vistas al mar y a la orilla de enfrente. El final de la senda del lado Este se bloqueó por un argayo hace años y no se ha rehabilitado, estando obstruida por el derrumbe. No obstante los escaladores siguen pasando pues en la punta del acantilado hay una zona de escalada en roca que cuando hace buen tiempo está muy concurrida. Todas las calles del pueblo tienen vistas a la ría y es un paisaje sorprendente, pues cuando entra un gran barco parece que va a chocarse con las casas o a meterse por las calles.

Para esa madrugada se habían anunciado vientos del Sur de fuerza 5 con rachas de 6 y nosotros estábamos al lado Sur del pantalán. Nos acostamos pronto preparados para lo peor: unas olas cortas y picudas como las que se forman en la bahía de Santander cuando sopla el Sur, empujándonos y chocándonos contra el pantalán. Habíamos reforzado las amarras y colocado todas las defensas disponibles en el lado del pantalán, y nos habíamos mentalizado para una noche de las de no pegar ojo. Pero al final solo hubo una ola cortita pero mansa que retumbaba en el espejo de popa, y un poco de movimiento a eso de las cinco de la madrugada, que lo único que hizo fue hacernos abrir un ojo ante el meneito, para salir a revisarlo todo y seguir durmiendo. No fue para tanto.

El día siguiente nos esperaba una etapa cortita hasta Hondarribia. Teníamos que recalar allí para un cambio de tripulación y para presentar de nuevo el libro “Carpe Diem. Vela solidaria en Santander” invitados por el Club Náutico. El pronóstico era de vientos del Sur, quizás un poco más fuertes de lo que nos gustaría (hasta fuerza 6) pero que nos permitirían una navegación rápida y a rumbo directo hasta el cabo Higuer, a la vuelta del cual se encuentra Hondarribia y detrás el río Bidasoa, frontera con Francia. Salimos de Pasajes a las nueve y empezamos la ruta con llovizna y viento fuerte del Sur que nos vino fenomenal. Como las montañas desventan la superficie del mar no había olas, y con la mayor y el génova desplegados enteros hacíamos 5-6 nudos con facilidad, levantando perlas por la proa y con el barco muy bien templado. A mitad de la travesía ese viento orgulloso primero convaleció y luego desapareció del todo, debiendo hacer unas millas a motor. Y finalmente reapareció de la dirección diametralmente opuesta, del Norte, lo que nos permitió llegar al Cabo Higuer, el anterior a Hondarribia y a la frontera francesa, ciñendo a toda vela. La etapa era cortita y entramos en el puerto de Hondarribia (43º 22,5’ N; 1º 47,5’ W) antes de comer.

Este puerto, el último de España, se encuentra en la desembocadura del río Bidasoa, cuya barra tiene solo un metro de calado en las bajamares escoradas, tras pasar la playa del lado español (estribor). Es un puerto que se excavó para dar entrada al agua del mar, en lugar de un golfo o bahía que se cierra con espigones para protegerlo, como es lo habitual. En su momento la obra fue muy contestada. Al Este de la gran bahía que separa España de Francia se encuentra un bajo peligroso, Les Briquets (43º 23,6’ N; 1º 45,0’ W) bien cartografiado, y que curiosamente es más peligroso con mar en calma (que pasa desapercibido) que con grandes olas (pues las olas rompen espumeantes y se ven desde lejos). Pero viniendo del Oeste, como veníamos nosotros, quedaba muy lejos y no nos preocupaba. Sería peor a la vuelta, volviendo de Francia, que llegaríamos del Norte y además de noche. La entrada del Bidasoa tiene una curiosa peculiaridad. Antes de hacerse los espigones de encauzamiento el río tenía una salida a la bahía que la dividía en dos mitades, la del Este francesa y la del Oeste española. Al hacerse los espigones de común acuerdo entre los dos países, se les dio un recorrido que corrigiera un poco la salida de las aguas a la bahía y el espigón del Oeste, que sale de tierras españolas, se construyó recurvado hacia el Este, invadiendo el mar territorial francés. Luego en la base del espigón se formó una playa cuya base es española y cuya punta es francesa, pese a estar aparentemente en el lado español, el de estribor al embocar el río. Para que quede claro, la marina francesa suele fondear una de sus patrulleras frente a su trozo de playa, que aparentemente está en la costa española, y hace muy raro verla allí. Además los navegantes de Hondarribia suelen llevar el pabellón de cortesía francés porque, aunque no entren en Hendaya, simplemente por utilizar la boca del Bidasoa para entrar y salir del puerto navegan por aguas francesas. El pabellón de cortesía es la bandera del país por el que se navega cuando no es el tuyo, y se sitúa en el obenque de estribor cerca de la cruceta.

El puerto deportivo de Hondarribia es magnífico, tiene agua y luz en los pantalanes, un edificio de aseos específico y otro en la misma capitanía, justo en la salida a tierra de los pantalanes, lavadora y secadora gratuitas para la ropa, wifi gratuito que llega a los atraques, tiendas y talleres de náutica, etc., y está a dos pasos de la ciudad y con línea de autobuses por si llueve. Todo eso por solo 10 euros al día nuestro barquito de 6 metros, una comparación escandalosa con el sitio de donde veníamos cuya tarifa, en relación a sus servicios, parecía dispuesta por alguien cerrado de mollera. Pero es que además aquí, por venir a presentar el libro, nos consideraron sus invitados y todo fueron atenciones: nos situaron en el atraque B2, justo bajo la capitanía, para tener más cerca los servicios y mejor señal de wifi, no nos cobraron la estancia del barco y nos dieron libre acceso a las instalaciones del Club Náutico, donde hay cocina, frigorífico (donde tuvimos congelando todos nuestros frigolines) mesas, salón de TV, aseos y duchas, wifi, etc. Además habían publicitado la presentación del libro en sus instalaciones y hecho un mailing a todos sus contactos. Más de lo que creíamos merecer y un trato al que no estamos acostumbrados en nuestro deambular por la costa española. Se nos quedaron los ojos como el dos de oros.

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516 s. 28 illüstrasyon
ISBN:
9788416848133
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