Kitabı oku: «La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Colombia», sayfa 2

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Contenido del libro

El libro se inicia con un capítulo referente al contexto nacional urbano en el que exponemos de forma sintética elementos centrales de las situaciones demográficas, sociales y económicas donde se desenvuelve el cuidado. Finaliza con las referencias a algunas políticas que desde el Estado están apoyando el cuidado de NNA, haciendo un corte en el tiempo entre 2015-2017.

El primer capítulo, “Narraciones sobre el cuidado de NNA en Bogotá: reflexiones sobre género y posición social”, desarrolla significativos contrastes sobre el tema. Una ciudad como Bogotá, que en 2016 alcanzaba los ocho millones de habitantes, y cuyo bagaje cultural es bien heterogéneo, tiene problemas de movilidad y seguridad alarmantes, además de contrastes sociales agudos que van a incidir en el déficit del cuidado, al tiempo que ofrece políticas locales sobre la infancia que son bien innovadoras. El texto contiene una fortaleza: la construcción y fundamentación de la categoría de posición social, en la que se incluye la capacidad de autonomía de las cuidadoras, con una propuesta metodológica que trasciende los tradicionales estudios basados en la categoría de estrato social.

En el capítulo ilustramos la persistencia de la naturalización de las relaciones de género y el no reconocimiento del cuidado como un trabajo, un fenómeno transversal a las distintas posiciones sociales de quienes cuidan, pero con matices diversos. Persiste, además, una tendencia común al familiarismo, que concentra el cuidado en los hogares y en las redes parentales. La mercantilización del cuidado se concentra en los sectores medios, a los más pobres llega una débil acción del Estado, con subsidios y programas focalizados, mientras los sectores medios carecen de apoyos al respecto. Además, mostramos la desprotección de las condiciones labores de quienes son madres. Por un lado, las licencias de maternidad y la Ley María, que se cumplen como derecho para quienes tenían contrato laboral vigente previo al embarazo, a lo que se suma la escasa conciliación entre los tiempos del ámbito laboral y el cuidado en el ámbito familiar.

El segundo capítulo, “El cuidado de niños y niñas en Cartagena de Indias: estrategias familiares e inequidades”, se inicia presentando un contexto sociodemográfico de una ciudad plena de contrastes dada la inequidad social, con altos niveles de pobreza padecidos por cuidadoras/es. En Cartagena, el cuidado en estos estratos tiende a ser bien familiarista, continuando con una forma de crianza tradicional en la cultura que prevalece en la medida en que las madres jóvenes se insertan en el mercado laboral. Se encuentra, además, colaboración de los padres en algunos casos, mientras que como tendencia general se observan padres cuya vinculación es “periférica, ausente e irresponsable, sin garantizar los derechos de su progenie”. De este modo, se sigue reproduciendo la tendencia general de la cultura familiar acerca de que son las mujeres, abuelas y madres quienes sustentan el cuidado, así tengan a su cargo la proveeduría.

Mientras los niños y niñas convocados/as en los grupos focales pertenecientes a los grupos de más ingresos reclamaron de sus padres y madres más tiempo para ellos/as, los de hogares más precarios solicitaron evitar el castigo físico, aún prevaleciente durante el cuidado. Sobresale en sus análisis el alto valor que se le otorga a la compra de los servicios domésticos, a través de la tradicional “nana”, como niñera de niños y niñas, y la precariedad contractual con que este grupo se vincula laboralmente. Por último, se demandan servicios de atención a la infancia a pesar de las condiciones adversas debido a la falta de institucionalidad del gobierno local y el manejo corrupto de recursos públicos. A pesar de las vigorosas redes vecinales persistentes en la ciudad, que por tradición han apoyado a la niñez, se anota alta vulnerabilidad de las mismas, debido a la violencia en los barrios populares.

Desde Medellín, la Universidad Bolivariana presenta el capítulo: “¿Cómo cuidamos a nuestros niños y niñas en Medellín? Narrativas de quienes ejercen el cuidado y quienes lo reciben”. Se inicia con un contexto sobre el área metropolitana de la ciudad. Después de destacar los indicadores sociodemográficos, se mencionan las políticas públicas para la infancia como el programa Buen comienzo y las alianzas de la sociedad civil para su atención. Las nociones del cuidado se abordaron desde las perspectivas de niños y niñas y adultos/as. Los primeros resaltaron su papel de garantizar la subsistencia y el afecto que ellos y ellas demandan, mientras quienes cuidan significan esta labor desde las dimensiones económicas, en tanto les representa un costo. Al tiempo resaltaron el papel del afecto, nombrando las ventajas del compartir y el disfrute de espacios con quienes les cuidan. En este sentido, es preocupante la presencia del castigo físico al interior de algunos grupos familiares, pues este es cuestionado por ellos y ellas. Con relación a las acciones del cuidar que se destaca en las narrativas dominantes, se visualiza la familia como principal responsable del cuidado de niños y niñas, ligada a la feminización de esta práctica, y se considera a las mujeres como principales responsables de las tareas domésticas. Esto se fundamenta en la creencia de que ellas poseen habilidades y recursos innatos para realizar un rol por tanto tiempo asignado en la sociedad.

Se resalta, además, la elevada sobrecarga física y emocional para cuidadoras/es principales de bajos recursos económicos, para quienes la subsistencia con empleos de baja calidad y la concentración de la responsabilidad en las labores de cuidado constituyen una carga desproporcionada, de manera que, en especial las madres y un grupo de padres cuidadores, anhelan que la pareja tenga mayor participación en el cuidado de los niños y niñas. A la vez, se muestra cómo se gestionan redes parentales para su cuidado, en especial, por delegación a las abuelas y tías, quienes efectúan esta labor de manera altruista. El capítulo finaliza referenciando la articulación de los grupos familiares con el Estado, el mercado y el temor a la ayuda de las redes vecinales.

En el caso de Bucaramanga, desde la UIS, se presenta el capítulo “Mujeres y hombres del cuidado: algo se aprende, algo se hace y algo prevalece en el cuidado de la niñez y la adolescencia en Bucaramanga”. El estudio, de tipo cualitativo, se realizó en el área metropolitana donde prevalecen los sectores medios y donde los niveles de pobreza son menores que en Cartagena y Bogotá. El capítulo aborda los significados del cuidar para las y los cuidadores y la forma en que se siguen reproduciendo en las nuevas generaciones la formación en las visiones tradicionales sobre el género. Además, a partir del análisis de los testimonios recogidos, se plantea que el cuidado sigue concentrado en las mujeres bajo la modalidad de madres de tiempo completo. Al tiempo, se habla de la inserción de las mismas en el trabajo productivo, sin cambiar la tradicional división sexual de las tareas e implicando una sobrecarga para ellas, que afecta su salud física y emocional. Similar a las otras ciudades, la situación es más difícil para quienes no alcanzan a comprar servicios del cuidado. Refieren, a la vez, otras modalidades de cuidado: los padres cuidadores principales o los hogares de las parejas separadas. Igual que las demás ciudades, resaltan la familiarización del cuidado y el destacado papel de las abuelas cuidadoras. Concluyen sobre cómo se complementa una predisposición negativa de la población hacia el Estado con la falta de una oferta de servicios del cuidado provista por los municipios y, en general, del Estado. Finalmente, se refieren al aumento de la desconfianza de las redes vecinales para el cuidado.

Por su parte, la Universidad del Valle presenta el capítulo “Organización social del cuidado para la primera infancia en Cali: nociones y estrategias”. En la introducción se muestra cómo se gesta un proceso de investigaciónacción que ofrece elementos para comprender la dinámica del cuidado en dicha ciudad. En el segundo apartado se contextualiza la situación social, económica, cultural y la calidad de vida del entorno social en el que habita la población estudiada y, en cierto sentido, la desesperanza y la pobreza que se reproduce allí. La tercera parte se ocupa del cuidado de los niños y niñas en las familias a partir de las voces de las mujeres madres entrevistadas usuarias del programa en la Modalidad Familiar. Un cuarto apartado introduce los hallazgos relativos al cuidado desde los equipos de trabajo de las modalidades familiares De Cero a Siempre, en una comuna popular, el cual forma parte de la organización social de niños y niñas. En los relatos sobre el cuidado y el deber ser del mismo, se introduce el tema sobre el papel que cumplen las personas como funcionarias de este programa del Estado, concebido y orientado desde la política pública de primera infancia de Colombia. Aquí sobresale la reproducción de una mirada familiarista y maternalista que, desde el Estado, despliega la división sexual del trabajo. A la vez se muestra cómo cuidadores/as gestionan redes parentales para el cuidado, en especial las organizaciones comunitarias y las instituciones públicas y privadas que participan del cuidado de niños y niñas en el contexto de la investigación.

El texto “Nociones y prácticas del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Bogotá, Bucaramanga, Cali, Cartagena y Medellín: lo común y lo diverso” compara los capítulos de las universidades citadas en torno a las nociones, prácticas y estrategias y articulación de los hogares con la organización social del cuidado: Estado, mercado (como compra de servicios y como conciliación entre el tiempo laboral y el familiar) y, finalmente, con las redes vecinales y ONG. Sobresale en todos los contextos el énfasis en la salud emocional de NNA, la necesidad de protección y satisfacción de sus necesidades básicas y la preocupación en relación con la inseguridad de las ciudades. Además, persiste una tendencia hacia la naturalización del cuidado en dos sentidos: como desconocimiento del trabajo implicado y como concentración del mismo en las mujeres. Todo esto sumado a que sigue siendo una actividad familiarizada, dada la debilidad del Estado. Finalmente, tenemos un corto capítulo llamado “Reflexiones sobre la organización social del cuidado y algunas recomendaciones de política pública”, acompañado de las conclusiones del libro.


FIGURA 1. Grupos familiares y su articulación con la organización social del cuidado por género y clase.

Fuente: elaboración propia.

Referencias

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Notas

1 En adelante niños, niñas y adolescentes se sintetiza con la sigla NNA.

2 Dependencia no significa sumisión en esta perspectiva. Si bien hay momentos del ciclo vital en que no podemos vivir sin el cuidado, la perspectiva es la búsqueda permanente de una interacción que tienda a la autonomía de quien es asistido.

3 Hochschild (2008) reivindica el estudio de las emociones a partir de la cultura y de las normas sociales condicionadas por el contexto.

4 Una carencia de estos capítulos es la de hacer explícito el carácter étnico, a pesar de ser conscientes de que es un factor de exclusión e inequidad social.

5 Desde 1999 hemos realizado trabajos colectivos bajo el convencimiento de la necesidad de integrar avances sobre investigaciones en familia realizadas de manera particular en las ciudades. Entre 1999 y 2001 un grupo de profesoras de las universidades Nacional, Valle, Antioquia, Cartagena y Autónoma de Bucaramanga, con el auspicio de Colciencias (Puyana, 2003), desarrollamos un proyecto mancomunado sobre los procesos de cambio y permanencias de la paternidad y la maternidad. Posteriormente, desde 2008 y con equipo similar, estudiamos las familias en situación de transnacionalidad. También fue auspiciado por Colciencias y las universidades Nacional, Antioquia, Valle, Cartagena y Caldas (Puyana, Micolta y Palacio, 2013).

6 Debido a que los términos de referencia de las convocatorias de Colciencias cambiaron, en cada universidad decidimos gestionar recursos a través de las convocatorias de investigación internas, lo que incidió en tiempos distintos para cada institución y en la modificación de la población a estudiar: Bogotá y Bucaramanga incluyeron adolescentes, Cali se limitó a menores de 5 años y Cartagena y Medellín a menores de 12.

El contexto urbano nacional

Yolanda Puyana Villamizar1

El cuidado hace referencia a la gestión y a la generación de recursos para el mantenimiento cotidiano de la vida y la salud; a la provisión diaria de bienestar físico y emocional, que satisfacen las necesidades de las personas a lo largo de todo el ciclo vital. El cuidado se refiere a los bienes, servicios y actividades que permiten a las personas alimentarse, educarse, estar sanas y vivir en un hábitat propicio.

(ARRIAGADA, 2011, P. 2)

El cuidado se articula inexorablemente con el contexto y, aunque buena parte del mismo ocurre en los hogares, un espacio microsocial, está atado a fenómenos macrosociales, al devenir histórico de la sociedad, a los cambios culturales y a la vinculación del país a fenómenos globales. Asimismo, se relaciona con la posibilidad de acceder a servicios sociales básicos, a las dinámicas demográficas, a la estructura del mercado ocupacional y las características del Estado. Compartimos con Arriagada (2011) su visión acerca de que el contexto incide en la calidad del cuidado y su enunciado sobre la importancia del hábitat o el espacio donde se desenvuelve la vida de quienes cuidan y son cuidados.

Si bien no es posible desarrollar a profundidad los aspectos señalados, partimos del supuesto acerca de la relación entre las nociones, estrategias y organización del cuidado con los contextos citadinos, cuyos avances y problemáticas comunes merecen ser referidas para iniciar este libro. Dados los complejos cambios políticos, económicos, culturales y sociales del país en el siglo XX, que continúan en el siglo XXI,2 para este aparte solo he seleccionado lo más relevante para entender el contexto del cuidado entre 2015 y 2018.

En Colombia, en 2016, el 77 % de la población habitaba el sector urbano y apenas el 23 % el sector rural. Esta concentración poblacional en las ciudades facilita el acceso a los servicios públicos del Estado, ya que en el sector urbano persiste un cubrimiento de acueducto, alcantarillado y energía eléctrica que supera el 90 %, con la excepción del 77.4 % del gas natural (DANE, 2017a).3

Adicionalmente se facilita un mercado de bienes y servicios, muchos de ellos para complementar las necesidades del cuidado. El acceso a la educación en las cabeceras municipales ha mejorado: en 2016 para la población entre 15 a 24 años ascendieron los años de escolaridad a 10.5 y la tasa de asistencia en las cabeceras municipales de la cohorte de 5 a 16 años4 llega a un 93.5 %. Sin embargo, en el caso de los jóvenes de secundaria, de 17 a 24 años, su cobertura bajó a 42.5 %. Se destaca la concentración de NNA en instituciones educativas oficiales en el nivel preescolar, ya que corresponden a un 79.9 % (DANE, 2017a).

Si bien se presenta una baja en la tasa de analfabetismo,5 la calidad de la educación en el país para NNA presenta múltiples problemas: las dificultades se observan solo evaluando la diferencia entre lo enunciado en el Plan Nacional de Educación (PAE) 2016-2026, que pretende un sistema: “articulado, participativo descentralizado y con mecanismos eficaces de participación”, respecto a las respuestas de FECODE —sindicato único de maestros— quienes, desde 2015, cada año se movilizan contra los incumplimientos del gobierno ante las dificultades que afectan la calidad del sistema, por ejemplo, la falta de recursos —que incluye la financiación de una jornada única que retenga a los escolares en horarios más compatibles con quienes les cuidan—, el estímulo al docente, vicios en los programas de alimentación, entre otros. Por ello, al comparar la calidad de las pruebas en educación secundaria con los estándares internacionales Colombia sale mal librada (Cajiao, 2013; Guarín, Medina y Poso, 2018).

De la misma forma han aumentado las coberturas de salud y seguridad social: el porcentaje de afiliación al Sistema General de Seguridad Social en Salud (SGSSS) para las cabeceras ocupó un 94.6 %, de las cuales el 59.2 % estaban en el régimen contributivo y el 40.5 % en subsidiado. Pero, igual que con el sector educativo, los problemas de calidad son bien álgidos, entre ellos, la sujeción a un sistema financiero especulativo, la corrupción y la politización de los servicios, la unificación del régimen contributivo y el subsidiado, la inequidad de la calidad de la atención, entre otros (Franco, 2013).

Con la urbanización las clases medias y las élites se insertaron a un mundo cultural moderno en el que predomina la mirada eurocéntrica, que copia el estilo de vida de Estados Unidos, mientras que persisten el racismo, la homofobia y las actitudes clasistas contra las mayorías pobres mestizas, afrodescendientes o indígenas. Otros, que constituimos las minorías, intentamos lograr el respeto por la diversidad mientras vivenciamos una mirada posmoderna ante ese mundo cultural desconocido abierto a partir de la Constitución de 1991, cuando fueron reconocidos en su ciudadanía.

Las ciudades mantienen una inequitativa distribución de los ingresos, la cual se mide a partir del coeficiente de Gini de 0.52,6 así como los niveles de pobreza de la población.7 A raíz de la concentración de la propiedad urbana y la falta del control del Estado, la consolidación de las ciudades ha sido caótica, sin una planificación que obedezca a las necesidades del cuidado, e insensible ante las necesidades de NNA y de quienes cuidan.8 Apenas si logran insertar a su población en medio de procesos migratorios abruptos,9 bien sea debido a las expectativas de mejorar la vida en la ciudad, al desplazamiento10 y como víctimas de los grupos ilegales provenientes del sector rural u otros municipios11 y, más recientemente, de extranjeros, por la crisis en Venezuela.

La dinámica de conformación de los barrios sigue obedeciendo al incremento de las tasas de ganancia que la actividad inmobiliaria genera. De manera que, ante la pobreza de la población nativa y de quienes migran, muchos hogares se insertan en barrios con conformación irregular, cuyas tierras han sido producto de urbanizadores piratas, invasiones o casas de interés social en los que la renta de la tierra facilita el acceso de la población a menores costos (Dalmazo, 2017). Todo esto ha estado acompañado de un déficit de vivienda,12 que constituye uno de los problemas centrales de la vida urbana.

Una de las características de este proceso urbano en Colombia ha sido la constante violencia,13 que combina los efectos del “conflicto armado”, los grupos organizados por el mercadeo de la droga y la delincuencia común. Si bien en 2017 la tasa de homicidios en el país se reportó como la más baja desde 1975, debido, entre otras, al pacto entre las FARC y el gobierno del expresidente Santos, las ciudades objeto de este estudio siguen estando afectadas por los homicidios, robos y extorciones con consecuencias para el cuidado, como se tratará en los capítulos posteriores.

Un fenómeno acrecentado en las dos últimas décadas del siglo XXI ha sido la globalización. Según Benería (2000 p. 74), “implica la expansión permanente de mercados, intensificadas por los cambios tecnológicos en el ámbito de las comunicaciones y el transporte, que trascienden las fronteras nacionales y reducen las dimensiones espaciales”. Para Guarnizo (2006a; 2006b) el proceso incide en las relaciones de poder de la organización de la sociedad colombiana y su historia se explica al comprender la configuración y reconfiguración transnacional en un mundo globalizado. Pero no solo las estructuras del Estado y la economía se organizan en esta dinámica trasnacional, el proceso va a incidir en las migraciones internacionales y, en consecuencia, en la conformación de familias transnacionales (Puyana et al., 2013), en el uso de las TIC,14 en las ofertas laborales, la recreación, los movimientos sociales, el narcotráfico, los procesos de socialización de la niñez y, en general, en una revolución de la vida cotidiana de dimensiones aún inexplicables.

La siguiente pirámide, de población urbana en Colombia de 2015, nos facilita ver las tendencias de las dinámicas demográficas del país:


FIGURA 1. Pirámide de población urbana en Colombia, 2015.

Fuente: elaborado con base en Profamilia y Ministerio de Salud y Protección Social (2017).

La gráfica muestra una progresiva reducción relativa de la población menor de edad, 0 a 15 años, lo que trae como consecuencia el aumento de quienes están en capacidad de trabajar, 19-55 años, y un crecimiento de la población mayor de 65 años. Para las zonas urbanas las y los menores de 5 años representaron el 8.4 %, entre 5 y 9 años, el 8.4 % y entre 15 y 19 años, el 8.8 % (Profamilia, 2015). En ese sentido, los datos reportan que la relación de dependencia demográfica nacional está descendiendo: en 2015 alcanzó un 52 % frente al 56 % del 2010.15

Como observamos en la pirámide, la tasa de fecundidad urbana16 sigue descendiendo entre 1964-1970, de 7.0 hijos por mujer a 1.8 (Profamilia, 2015). Debemos anotar que en las áreas urbanas la fecundidad aumenta en los sectores de menor quintil de ingreso y cuando el nivel educativo de las mujeres es más bajo (Profamilia, 2015). No obstante, la única tasa de fecundidad que apenas decrece un mínimo es la de adolescentes: en las zonas urbanas este porcentaje llegó al 15.1 % para las mujeres entre 15 y 19 años. Como consecuencia de este comportamiento de la población, el promedio de personas por hogar ha disminuido: para el 2015 fue de 3.5 respecto al 4.1 del 2005 (Profamilia 2015). Además, reconocemos un aumento de la esperanza de vida al nacer, que, según el Banco Mundial, en 2016, llegó al total nacional de 71 años para los hombres y 78 años para las mujeres.

Una constante histórica de los grupos familiares ha sido su diversidad (Pachón 2007), mostrada por la antropología desde Virginia Gutiérrez de Pineda (1990), quien a mitad del siglo XX fue describiendo la enorme variedad de organización de las familias en las regiones colombianas. Esta tendencia sigue presentándose en los sectores urbanos, como lo indican las últimas encuestas de Profamilia. Como tendencia general, entre 1993 y 2015 se mantienen los hogares nucleares con diferentes características: más uniones monoparentales y más parejas sin hijos o hijas. Ocurre a la vez una continuidad del hogar extenso y el incremento de hogares compuestos, sin núcleo parental y unipersonales.

TABLA 1. Conformación de los hogares entre 1993 y 201517


TIPOS DE HOGARES1993200520102015
Nuclear54.953.355.455.5
Nuclear y pareja con hijos38.435.535.533.2
Nuclear pareja sin hijos5.96.67.89.8
Monoparental10.611.212.312.6
Extensa30.433.630.930.0
Monoparental, hijos y parientes14.010.211.29.8
Parejas, hijos y parientes15.316.216.312.8
Compuesta10.25.44.23.2
Unipersonal6.97.79.511.2

Fuente: Puyana y Lamus (2003, p. 36); Profamilia (2005; 2010); Profamilia y Ministerio de Salud y Protección Social (2017).

Aunque en 2018 la población en edad de trabajar (PET) llegó aproximadamente al 80 % de la población colombiana —en el segundo trimestre del año—, la distribución del trabajo por sexos constituye una situación desfavorable para las mujeres: “Los hombres representaron 58.2 % de los ocupados y las mujeres 41.8 % y la población desocupada estuvo compuesta por un 44.1 % de hombres y un 55.9 % de mujeres.” (DANE, 2018, p. 3). Las tasas de participación inclinaron su balanza hacia los hombres: “En el trimestre móvil marzo-mayo 2018, de 74.2 % para los hombres y 54.0 % para las mujeres” (DANE, 2018, p. 4).

Esta perspectiva de desequilibro en las oportunidades laborales de hombres o mujeres contiene múltiples facetas: por un lado, la proporción de hombres empleados es de 72.6 % en las zonas urbanas, mientras que la de las mujeres es de 56.6 % (Profamilia, 2015). Son ellas quienes se concentran en el sector informal, suelen contar con ingresos más bajos que los hombres y trabajar en ocupaciones de baja productividad asociadas a menores remuneraciones. A la vez, están sobrerrepresentadas en los hogares en situación de pobreza, así como en los hogares monoparentales.18

En ese sentido, los datos de la ENUT (2016) nos indican las dificultades de las mujeres colombianas trabajadoras y las amas de casa para cumplir con el cuidado directo e indirecto de las nuevas generaciones. Los datos nos muestran que mientras ellas desarrollan en promedio siete horas y catorce minutos19 para estas labores, siguen representado el doble del tiempo del estimado para los hombres, que es de tres horas y veinticinco minutos (ONU Mujeres, 2018). Los estudios de la misma encuesta señalan que las actividades del hogar enfocadas al suministro de alimentos, cuidado físico de personas, cuidado pasivo —estar pendiente— y de limpieza y mantenimiento se concentran en las mujeres respecto a los hombres y que las brechas más amplias por sexo son: el suministro de alimentos 74.4 %, y la limpieza del hogar el 69.9 % (DANE, 2016).