Kitabı oku: «¿Extraños amigos?», sayfa 2

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Ya hemos conseguido transformar una variación de presión puramente física en una sensación mediante un proceso en el que podemos distinguir una primera parte mecánica y una parte final de carácter nervioso. Un fallo en cualquiera de ellas podría provocar una pérdida de audición e incluso sordera. Las deficiencias mecánicas más frecuentes están relacionadas con una defectuosa vibración del tímpano o la imposibilidad de conducir el sonido hasta la cóclea por parte de los huesecillos del oído medio. En cuanto a los motivos nerviosos, que tienen peor solución, o ninguna, vienen dados por tumores, roturas del nervio auditivo o su imposibilidad de transmitir impulsos al cerebro[7].

¿Tú cómo crees que reaccionarías si te quedaras sordo? Yo creo que lo pasaría fatal. No sé si encontraría una manera «alternativa» de «oír».

«¡Ábrete!»

Claro que hay maneras y maneras de oír, aunque no lleguen los impulsos auditivos al cerebro. Por eso, volviendo a la curación del sordomudo, me llama la atención cómo Jesús se acerca al enfermo. Primero con gestos corporales: pone sus dedos en las orejas del sordo con delicadeza. Es el lugar de las heridas, de sus limitaciones. En esa relación intensa que crea Jesús surge la invitación a una nueva manera de escuchar y de estar con los otros, de no cerrarse a lo que acontece a su alrededor. A continuación, el propio Jesús toca la lengua del hombre con su saliva. Es símbolo de confianza, de que puede curarle. A la saliva le reconocían los antiguos propiedades terapéuticas. Se crea una relación no solo de confianza sino también de amor con aquel hombre tan herido por la vida.

Jesús levanta los ojos al cielo, para pedir la ayuda de Dios para que el enfermo sane. Suspira y pronuncia la palabra «Effata», esto es, «¡ábrete!» (Mc 7,34). Y esa orden tiene éxito. Ya puede relacionarse, comunicarse, oír y verbalizar todo lo que anida en su interior. Y esto es así porque la orden no va dirigida a los órganos enfermos, sino al hombre que hasta ahora es incapaz de oír[8].

Jesús no pretende publicidad, sino encontrarse con ese hombre en su situación concreta. Le lleva la curación y este, libremente, se abre a la fe. Es una relación de persona a persona, de corazón a corazón. Rehúye de los que buscan noticias novedosas y hechos que lleven más a la habladuría que realmente al camino nuevo que el Maestro viene a traer.

Me quedo con ese «¡Ábrete!», ante nuestras sorderas que amplifican nuestra indiferencia. ¡Eso sí que nos llevaría a armar lío!

¡Menudo chiringuito!

Benedicto XVI y Stephen Hawking

«No existe ninguna oposición entre la comprensión de la fe respecto a la creación y la evidencia de las ciencias empíricas»[9], subrayaba el papa Benedicto XVI hace unos años, durante la inauguración en el Vaticano de un congreso, organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias, al que asistieron reputados científicos, entre ellos, el físico Stephen Hawking. El cometido de este encuentro era analizar el nacimiento del Universo, la evolución de las especies y las teorías de Darwin.

El reconocido astrofísico, heredero de la cátedra de Newton en la Universidad de Cambridge, ya fue invitado a exponer en el Vaticano sus teorías sobre ciencia y religión hace más de tres décadas, siendo papa Juan Pablo II. Y dejó muy claro que, según sus investigaciones el Universo no tiene un inicio concreto, por lo que no se puede hablar de creación. Después, con cierto humor británico sentenciaba: «Menos mal que el Papa no se ha percatado de lo que he dicho, porque si no igual hubiera acabado como Galileo». Curiosidades de la vida, resulta que Hawking nació justo 300 años después de la muerte del famoso astrónomo que fue rehabilitado en tiempos del papa polaco.

Conflictos, ciertamente, a lo largo de la historia ha habido muchos entre ciencia y religión. Los conflictos, si se gestionan bien, pueden ayudar a crecer. Creo que eso ha ocurrido entre ambas realidades. Pero, antes de entrar en materia, me gustaría dar una pincelada sobre el Observatorio Astronómico o Telescopio Vaticano. Quizás muchas personas no sepan de su existencia y es muy interesante conocer el esfuerzo que la Iglesia ha hecho en este campo. Se trata de un instituto de investigación científica que depende directamente de la Santa Sede. Puede ser considerado como uno de los observatorios astronómicos más antiguos del mundo. Su director es un jesuita, José Gabriel Funes.

Precisamente el padre Funes convocó en Roma a un congreso a 216 astrónomos procedentes de 26 países. Fíjate, Ana, en las declaraciones que hizo[10]: «El Big Bang no está en contradicción con la existencia de un Dios creador a partir de la nada. Es cierto que el Big Bang no es la prueba de la existencia de Dios, pero tampoco la niega». Recientemente ha ratificado esta postura el papa Francisco, que ha declarado: «El Big Bang –la teoría científica que explica el origen del universo– no se contradice con la intervención creadora divina, al contrario, la exige»[11].

Como se cumple ahora el medio siglo del Big Bang, ¿por qué no nos das unas pinceladas sobre esta teoría?

Cerveza y pollos asados en la playa

Bueno, bueno, ya veo que te ha caído bien el padre Funes. Algún día me tienes que hablar más de él y de su labor en el observatorio. ¡Con lo que me gustan a mí estas cosas! Ya me ha picado la curiosidad y me gustaría conocerle. Y ahora que has mencionado también a Stephen Hawking, ¿sabes que yo le vi en persona cuando vino a Madrid? Fue en el año 1989. Hacía poco que había publicado su libro Historia del tiempo y vino a hablar de él a la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Yo acababa de terminar la carrera y fui con una amiga a verle. La facultad estaba hasta los topes de gente. Me pareció una persona extremadamente sencilla, a pesar de su fama y de su inteligencia. Aún hoy, si lo buscas en Internet, aparecen noticias de aquella conferencia. Sus investigaciones han puesto su granito de arena en esta teoría, aunque hay que analizarla a un nivel bastante más profundo de lo que nos proponemos aquí para comprender sus aportaciones.

De momento vamos a empezar con la versión más simple, que dice que hace muchísimo tiempo el Universo entero estaba concentrado en un punto. Por razones desconocidas ese punto se agrandó y la materia contenida en él empezó a expandirse. A esto es a lo que se le llama Big Bang, o gran explosión, aunque en realidad no explotó nada. Los astrofísicos han llegado a elaborar una teoría así observando que las estrellas se separan unas de otras constantemente. Si cada vez están más separadas, significa que según retrocedemos en el tiempo, cada vez estuvieron más juntas. ¿Hasta qué punto de juntas? Y si retrocedemos en el tiempo, ¿hasta cuándo se puede retroceder? Como es imposible comprobarlo, porque ninguno de nosotros estuvo allí, ni es una situación que pueda reproducirse en un laboratorio, solo queda la opción de calcularlo matemáticamente. El problema reside en que matemáticamente se puede calcular una situación parecida a la actual, con un tiempo de existencia y una distancia entre estrellas con algún valor. Los cálculos fallan en el momento en que la distancia y el tiempo son igual a cero.

En consecuencia, podemos deducir que la teoría se acerca muchísimo al principio del Universo, a las primeras fracciones de segundo, pero no es capaz de definir cómo era en el instante inicial, ni en tiempos anteriores.

Vamos a imaginarnos una playa. Una de esas playas del Mediterráneo de 4 o 5 km de largo, en el mes de agosto. Abarrotada de gente. Un señor, con mucha visión comercial, ha decidido abrir un chiringuito en el que solo va a servir cerveza y pollos asados. Para promocionarlo, ha anunciado que el día de la inauguración servirá cerveza y regalará un pollo a todo el que se acerque a partir de las dos de la tarde.

Ese mediodía, los alrededores del chiringuito son un hervidero de gente. Al calor propio del verano y de la hora hay que sumarle el que despide el horno de los pollos. La gente no para de gritar y de saltar. Ese movimiento hace que todavía suden más. El olor a pollo asado se mezcla entre la gente, pero hay tanta que da la sensación de que ni siquiera el olor puede moverse.

El dueño del chiringuito, observando la situación decide empezar a servir cervezas lo primero, a ver si la gente se calma un poco. A medida que van bebiendo cerveza el clamor va disminuyendo. Ya son las tres de la tarde y la cerveza ni siquiera ha llegado a la mitad de las personas. Los pollos van para largo. El señor sigue repartiendo cervezas. Por fin empiezan a salir los pollos. La espera ha merecido la pena. Los que ya tienen su pollo se alejan del chiringuito en todas las direcciones. El olor a pollo empieza a sentirse no ya solo en la playa, sino por todo el pueblo. El propietario del chiringuito sigue repartiendo pollos y cervezas. Ya no hay gritos. Paulatinamente la playa se va vaciando. Poco a poco se va haciendo de noche. Los pollos al final han sido para cenar y no para comer. En el pueblo va a oler a pollo asado durante mucho tiempo.

El instante casi inicial puede ser el momento en el que el señor abre el chiringuito. Eso ocurrió hace trece mil millones de años, más o menos. En ese momento el Universo era parecido a esa playa. En lugar de personas en bañador lo que había era muchísimas partículas elementales, más elementales aún que los protones y los electrones, y todas en movimiento. La temperatura superaba los cien mil millones de grados centígrados.

Una centésima de segundo después la temperatura había descendido unos cuantos millones de grados. Las partículas, ya con su cervecita, empezaron a transformarse dando lugar a los componentes de la materia ordinaria: protones, neutrones y electrones. El calor era todavía demasiado grande como para que pudieran permanecer unidas. Otro de los elementos abundantes eran los fotones, las partículas constituyentes de la luz, y de cualquier otra radiación. Teníamos un Universo extremadamente radiante. Como si el olor de los pollos lo impregnara todo.

A los catorce segundos la temperatura había descendido lo suficiente como para que pudieran formarse agrupaciones de partículas elementales. La gente de la playa ya había reconocido a sus vecinos y se habían sentado juntos a esperar el pollo y la cerveza.

Después de tres minutos ya estaban formados los componentes del Universo, de lo que están hechas todas las estrellas: hidrógeno. Cada partícula tenía su pollo y se alejaba del chiringuito. Con el tiempo, esas partículas se concentrarían en sitios muy alejados dando lugar a las estrellas y galaxias. El hecho de que la materia se agrupara dejó espacios libres para que pudieran salir la luz y el resto de la radiación. El olor a pollo llenó el Universo y se expandió con él.

En las estrellas el hidrógeno se fue transformando en helio y a partir de las estrellas comenzaron a formarse elementos más complejos, como el litio, el carbono o el oxígeno, y todos los demás elementos que componen la materia tal y como la conocemos. La gravedad los ha mantenido unidos desde entonces en grupos más o menos grandes, como los planetas y demás cuerpos celestes. La Tierra es uno de ellos.

La gran diferencia entre las predicciones del Big Bang y nuestra playa es el tamaño. Hemos hablado de una playa de kilómetros, y podemos imaginar la misma cantidad de gente en tan solo unos metros, o unos centímetros, pero el Universo en los primeros instantes era mucho más pequeño que la milésima parte de un grano de arena. Hay que hacer un esfuerzo y pensar también que ese era todo el espacio que existía. La playa la podemos encuadrar en un pueblo, en una ciudad o en un país, pero el Universo no está encuadrado en nada más grande. No es que detrás esté todo oscuro. No hay nada detrás. No hay ventana por la que mirar, ni nada que contemplar.

¿Sudan las estrellas?

Y, ahora, estoy segura de que te estás preguntando: ¿Y por qué esta teoría? ¿Cómo se ha llegado a la conclusión de que la historia del Universo ha sido así?

En primer lugar lo confirma la continua separación de las estrellas. Cuando la gente está muy lejos se la ve como un minúsculo puntito, pero si fuésemos capaces de saber que están sudando eso nos confirmaría que van corriendo. Pues los astrofísicos han descubierto que las estrellas sudan. Ellos lo llaman «corrimiento hacia el rojo», ya que la radiación que emiten es algo diferente a la que se esperaría si estuvieran quietas, o si se acercasen. Por otra parte está el fondo cósmico de microondas, que es un remanente de la radiación inicial que todavía viaja por el espacio interestelar. Es el olor a pollo que perdura hasta nuestros días, pero con una intensidad mucho menor debido al gran aumento de volumen del Universo. Para completar la teoría habría que detectar la materia oscura, de la que estoy segura que habrás oído hablar alguna vez. Y la energía oscura, que también es oscura, pero no es lo mismo.

Imagínate que el señor del chiringuito, además de hacer pollo, tuviera en mente hacer paellas. El hombre habría comprado sacos y sacos de arroz para tanta gente. Con el jaleo los sacos se rompieron y el arroz se esparció por la playa. Algunos granos se fueron con los pollos, otros se metieron en el pelo de la gente y a otros se los llevó el viento, pero nunca llegaron a ser cocinados ¿Cómo encontrar ahora ese arroz?

Ese arroz son las partículas que componen la materia oscura. Se cree que son unas partículas muy pequeñas que se crearon en los primeros instantes y nunca llegaron a mezclarse con las demás. Cuando los científicos se han puesto a calcular la masa del Universo se han dado cuenta de que falta una gran cantidad de materia, que atribuyen a estas partículas. Esta materia se expandió con el resto pero nunca ha podido ser detectada. Por eso se le llama materia oscura. Y por asociación, ya habrás deducido que la energía oscura es una cantidad de energía que se supone que existe, pero de la que tampoco se han tenido evidencias. Esta energía sería la responsable de que la expansión no tenga una velocidad fija, sino que aumente constantemente.

Una vez que se sepa exactamente la cantidad de materia que contiene el Universo también se podrá predecir su futuro. Si la cantidad total fuese inferior a un determinado valor, la expansión continuaría indefinidamente hasta que las distancias entre una y otra partícula se hicieran infinitas y la radiación perdiera toda su energía. El olor a pollo se disiparía por completo. Si fuese mayor, llegaría un momento en que la gravedad detendría la expansión y comenzaría un acercamiento que terminaría en un colapso. También puede ocurrir que llegue a un punto de equilibrio en el que se pare la expansión, pero no haya materia suficiente para comenzar con una contracción.

Como ves, el Big Bang es una teoría muy completa que define la evolución del Universo. Hasta ahora explica y encaja con casi todos los fenómenos observados y con casi todas las leyes de la física, pero es incapaz de definir el momento justo del inicio. Hoy por hoy es la teoría más aceptada, pero su incapacidad para responder a ciertas preguntas la ha hecho muy polémica. ¿De dónde salieron las primeras partículas elementales? ¿Por qué había tanta energía? Si el tiempo y el espacio comienzan en el Big Bang, ¿qué había antes? ¿Tiene sentido hacerse esa pregunta? Habrá que esperar a nuevos avances en la ciencia para arrojar algo de luz sobre estas cuestiones[12].

Cuando se desborda el amor

Con la explicación del chiringuito, he podido entender bastante bien la teoría del Big Bang. Claro que yo, en lugar de pollo, hubiera ofrecido un «pescaíto frito» bueno, de Cádiz. Con todas las distancias y los respetos, creo que ciencia y religión nos hablan de manera distinta del «Dueño del Chiringuito». Sin embargo, más que visión comercial, subrayaría su amor y gratuidad por toda esa gente que se acerca a mediodía, con tanto calor, a saciar su hambre y su sed con su enorme corazón generoso. Los relatos bíblicos explican por qué existe la tierra. Por su parte, las investigaciones científicas tratan de aproximarnos al origen de nuestro planeta y del Universo. La Biblia nos enseña algunas cosas sobre Dios y sobre su relación con sus criaturas. Y la ciencia nos ofrece información sobre el mundo y las personas en el mundo.

Los relatos de la creación en el libro del Génesis, escritos en dos épocas diferentes –en los siglos X y VI a. C. –, cuentan que fue Dios a través de su palabra quien creó todo lo que existe, la luz, las tinieblas, el cielo, la tierra, las estrellas, las aguas, los peces, los pájaros y todos los demás animales. Al final, culminó su obra con la creación del ser humano.

No pretende el Génesis detallar un estudio científico sobre la formación del Universo. Nos ofrece más bien un gran poema de alabanza a Dios, único y bueno, Creador del hombre y del mundo. Al profundizar en la teología de la creación, el Antiguo Testamento concede una gran importancia a la experiencia de la salvación que Dios ha llevado a cabo en favor de Israel. Es decir, la experiencia que han tenido de la liberación de Dios les lleva a confiar en que es causa y origen de todas las cosas. Para manifestar esta verdad, el libro del Génesis recurre a dos narraciones: la conocida creación en siete días[13] (Gén 1-2,4a) y el conocidísimo relato de Adán y Eva (Gén 2,4b-25). Nos centraremos ahora en la primera narración.

Se trata de un relato de creación por la acción, pero por la acción de la Palabra que Dios pronuncia. Del caos inicial van surgiendo los tres grandes espacios que luego serán rellenados por astros, vegetales-animales y peces-pájaros. La creación se entiende como simple ordenación del caos, sobre el que Dios «trabaja» siguiendo el esquema cosmológico de la época. Este esquema concebía el universo como la superposición de tres estratos: tinieblas, aguas y tierra. La acción de Dios se realiza de arriba abajo. Llega a su clímax con la creación del hombre, «imagen de Dios».

El encargo que Dios encomienda al hombre, como «imagen» suya es sumamente revolucionario. La creación se corona con la figura de un «concreador». El mundo creado por Dios no es una realidad ultimada. Ahora el Creador la pone en manos del hombre, para que este la lleve a su plenitud.

Es muy interesante contemplar cómo Dios crea con la Palabra: «Dijo Dios». Es expresión de su trascendencia y de su intimidad. Entre Dios y el mundo está la palabra, separando a ambos y, al mismo tiempo, relacionándolos. El mundo viene a ser «expresión» de Dios, lo que resulta de su «decir».

En el Génesis encontramos el origen de la semana. El esquema de la semana creadora le sirve al autor para poner de manifiesto la valoración positiva que le merece el tiempo. La fe bíblica en la creación se opone al mito del eterno retorno. Solo así tiene sentido hablar de historia, esto es, de un proceso con comienzo, crecimiento y fin.

Y lo que considero fundamental es que el amor bondadoso de Dios es el origen, sentido y fin de la creación. Todo tiene su origen y depende absolutamente de Dios: «Todo era bueno».

El teólogo y actual obispo de Ciudad Rodrigo, Raúl Berzosa[14], ha estudiado ampliamente este asunto. Son muchos los científicos que investigan cómo funciona el Universo. Los hay que creen que la tierra no se ha hecho por sí sola y que la vida no está aquí por azar. Creen en un Dios creador del Universo que probablemente empezó con un Big Bang.

Si te parece, Ana, podríamos ahora centrarnos en la creación del ser humano. Esto nos dará pie para aproximarnos a la teoría de la evolución.

Renovarse o morir, esa es la cuestión

Vaya, Fernando, te veo rebosante de energía. Si la teoría del Big Bang ha hecho correr ríos de tinta entre sus adeptos y detractores, el tema de la evolución no se queda atrás. Pocas ideas han generado tanta polémica y controversia, no solo a nivel teológico, sino también en el seno de la propia comunidad científica. ¡Dos de las ideas más revolucionarias de la ciencia y tú quieres abordarlas una detrás de otra! Vale, recojo el guante. Vamos a hablar de evolución y, en última instancia, de la aparición del hombre.

Mencionar la palabra «evolución» y acordarnos de Darwin es todo uno. En 1859 Charles Darwin publicó su obra El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Hasta ese momento se había considerado que cada especie era fija e inmutable. Los perros habían sido perros desde siempre, los caballos habían sido caballos, al igual que las arañas, los manzanos, las amapolas o el mismísimo hombre. En este libro Darwin se opone a esta concepción estática y expone que todas las especies son lo que son por evolución a partir de otras ya extinguidas. Al mecanismo que regula qué especies continúan existiendo y cuáles desaparecen lo llamó selección natural.

La selección natural promulga que las diferencias que existen entre unos individuos y otros provocarán que unos tengan ventajas sobre otros a la hora de alimentarse, defenderse o adaptarse al medio. Los desfavorecidos tendrán una vida más corta y, por tanto, menos posibilidades de reproducción. Con el tiempo pueden llegar a extinguirse. Los caracteres de los más fuertes se transmitirán de padres a hijos.

Vamos a volver otra vez a la playa, pero esta vez a una de esas inmensas y preciosas playas de Cádiz, de tu querido Cádiz. Vamos a imaginar a unos animalillos que se dedican a pasear constantemente por la orilla del mar. A priori no importará la forma ni el tamaño que tengan esos bichitos, las playas gaditanas son lo suficientemente grandes como para que haya sitio y comida para todos. No tendrán que competir ni por la alimentación ni por el camino a seguir en sus paseos. Durante la mayor parte del tiempo sus diferencias no los harán mejores ni peores con respecto al resto.

El proceso de selección natural se activará en los días de viento de levante, ese viento típico de Cádiz, procedente del interior, que levanta la arena de la playa hasta el punto de hacer daño y volver loco a cualquiera. En esos días los animales con caparazón sufrirán menos que aquellos que tengan una piel lisa y fina. A estos últimos la arena puede provocarles heridas que se infecten y resten sus capacidades. También sufrirán más los animales más pequeños. La fuerza del viento los arrastrará pudiendo ser arrojados al mar, donde morirán. Lógicamente los muertos no podrán reproducirse y los heridos lo harán de una manera más lenta que los que no hayan sufrido daño alguno. Si el tamaño y el tipo de piel se heredan, con el tiempo cada vez habrá menos bichillos pequeños y de piel delicada, que pueden llegar a desaparecer. La selección natural habrá hecho prevalecer a los animales grandes y con caparazón.

Los cambios por este método son graduales y muy lentos. Si este fuera el único procedimiento evolutivo la vida tendría que haber surgido mucho antes de lo que se calcula. Darwin no conocía entonces las leyes de Mendel, por las que hoy sabemos que se rige la herencia genética. Según estas leyes, cada característica del organismo (como la altura, el color de los ojos, el tipo de piel o la longitud de las alas) está definida en un par de genes homólogos. Cuando el individuo se reproduce, este par de genes se separa y solo uno de ellos se transmite al hijo. Cada hijo se encuentra así, con un gen paterno y otro materno para cada característica. De los dos siempre hay uno dominante que definirá las propiedades del retoño, las cuales son independientes una de otra. Un color de ojos claros no necesariamente tiene que darse en un individuo alto, ni unas uñas fuertes tienen que ir aparejadas con unas extremidades más peludas. De esta forma cada generación puede producir muchísimas variaciones con respecto a la anterior. Al contrario que en la selección natural, en estas variaciones no tienen preferencia las características que hacen más fuerte al individuo. Las variaciones pueden producirse en cualquier sentido. La evolución ahora no necesita tanto tiempo.

Los legados de Darwin y Mendel constituyen los pilares del concepto actual de evolución. La vida surge en la Tierra hace alrededor de tres mil ochocientos millones de años, en forma de una sola célula. A partir de ella, y por combinación de los dos mecanismos mencionados, van surgiendo las diferentes especies. La historia de la vida es un constante proceso de modificación y extinción escrito a partir de los restos fósiles.

Un fósil es un resto de un organismo vivo, ya sea animal o vegetal, que en su día quedó enterrado entre las rocas y se ha conservado petrificado hasta ahora. Además de los cuerpos, también se consideran fósiles las huellas, los excrementos y cualquier otro tipo de restos, como huevos, caparazones o semillas. Los fósiles constituyen la evidencia de que las especies extinguidas de las que estamos hablando han existido alguna vez.

De las teorías de la evolución se deduce que las especies que han sobrevivido, y que ahora comparten la Tierra, proceden todas de un mismo origen. Así el hombre y el chimpancé descienden de una especie que vivió hace cinco millones de años, pero también el hombre y las bacterias tuvieron un antecedente común, solo que algo anterior, hace tres mil millones de años. Los parientes más próximos del hombre son el chimpancé, el gorila y el orangután.

Así que ya ves que, según la ciencia, estamos aquí gracias a una serie de transformaciones casuales. Y con el adjetivo casual quiero destacar que la selección natural depende en gran manera del hábitat de cada especie. Si los bichitos de la playa de Cádiz hubieran vivido en una playa del Mediterráneo, donde no hay viento de levante, probablemente hubieran sobrevivido, aunque hubieran tenido la piel fina. La evolución no sigue un camino determinado. Más bien está marcada tanto por grandes acontecimientos, como glaciaciones o choques con meteoritos, que provocan grandes extinciones, como por motivos más nimios, como elegir desplazarse hacia el norte o hacia el sur, donde las condiciones de vida son diferentes. Si la vida volviera a empezar es posible que el panorama fuera hoy muy distinto[15].

Un soplo en la nariz

No era yo consciente de mis peticiones. Sí es verdad que la creación, ya sea del Universo, de la vida o del hombre, es un tema muy intenso, que da para mucho. Pero no sabía yo que me estaba metiendo en teorías tan…, ¿cómo las has llamado…? Controvertidas, creo. Te agradezco el esfuerzo y ¿qué te parece, Ana, si para continuar, cambiamos de escenario? ¿Nos vamos de la playa al jardín? Allí continuaremos descubriendo nuevos datos sobre el inicio del ser humano. Precisamente, en el libro del Génesis nos encontramos, además del relato de la creación del mundo, con una narración de la creación del ser humano en un jardín-paraíso[16] que es una maravilla (cfr. Gén 2,4b-25). Si observamos en las culturas más antiguas, este tipo de relatos de creación de la humanidad son anteriores a los de la creación del mundo. Es normal que antes de investigar sobre los enigmas del Universo, los hombres se pregunten por las preguntas fundamentales en torno a su existencia.

Es una narración que trata de responder a un interrogante que, con facilidad, nos podemos hacer: ¿Cómo explicar la existencia del mal en una realidad procedente y dependiente de un Dios bueno? Para responder a esta pregunta, el autor nos presenta a los protagonistas de un drama. Sitúa a esos protagonistas, Adán y Eva, en un mundo idealizado, en el que todo está en orden y las relaciones recíprocas de sus habitantes discurren en un clima de pacífica familiaridad. Además, nos muestra cómo las personas están relacionadas con Dios.

En hebreo, Adán significa «Hombre». El hombre es hombre cabal, dotado de vida propia, enraizado en la tierra que ha de cuidar y que le servirá de sustento. Está abierto obedientemente a Dios. Está situado ante el resto de los seres vivos como superior y, por último, completado por la relación de igualdad y amor con «su media naranja» que es la mujer. En este horizonte, el paraíso juega un papel esencial: va a ser la pieza sobre la que giren las diferentes relaciones interpersonales Dios-hombre, hombre-mujer.

Así que más que origen del hombre, esta narración del Génesis se interesa por el origen del mal. Un asunto que tiene que ver con la responsabilidad personal del ser humano creado por Dios. La narración presenta la experiencia humana de Israel: la del hombre perecedero, pecador, de barro, que abusa de su propia preeminencia en la creación y se acarrea así el castigo. A esa experiencia humana se contrapone la experiencia creyente: la dignidad del hombre, derivada de esa vocación que se ha manifestado en la alianza.

La narración nos muestra la cercanía de Dios, en el jardín junto a Eva y Adán. Me gusta mucho este versículo: «El Señor tomó polvo del suelo... Sopló en sus narices...» (Gén 2,7). El polvo[17] es sinónimo de dispersión, de impotencia o de frialdad. Pero al tomarlo Dios en sus manos va a cambiar el sentido. Es en ese ser humano, modelado a partir del barro, donde Dios «sopla» aliento de vida en Adán, precisamente en el orificio de sus «narices». ¿Qué simbolizan las narices? Lo que es carencia, hueco y vacío. Al «soplar», Dios comunica algo de su interioridad a la interioridad de Adán, en aquello que está hueco, vacío, que es su nariz. En los relatos bíblicos aprendemos cómo es la actuación de Dios: actúa en nuestra pobreza y en nuestra limitación. Donde parece que ya todo está perdido o acabado, empiezan las posibilidades de Dios.

Conviene de cuando en cuando que recordemos lo que somos según el Génesis: polvo disperso necesitado de ser tomado en las manos del Alfarero para que nos modele a su gusto. Eso evitaría mucho creernos el ombligo del mundo o del Universo. No somos seres acabados, plenos… Estamos «en proceso de construcción», como tantas obras que contemplamos en manos de artistas. Dios modela y al mismo tiempo nos da libertad, porque hay que ver qué pintas tienen algunas de sus creaciones.

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