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EL PURISMO O LA HIPERCORRECCIÓN

Para mí, el mejor idioma no es el más puro, sino el más vivo. Es decir, el más impuro”.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Qué tristeza, qué miseria, cuando la mayor virtud a que se aspira es la corrección gramatical”.

JORGE LUIS BORGES

Un idioma es tan hospitalario como la gente que lo habla. ¿Somos xenófobos los hispanoparlantes? Claro que no. ¿Entonces por qué la fobia a las palabras nuevas, importadas, robadas o traídas de contrabando? Tal vez sea la vieja actitud numantina de aquellos protoespañoles que prefirieron incendiar su ciudad antes que entregarla a los romanos. Pero venga de donde venga, la personalidad del español peninsular y su particular historia internacional han dado lugar a un subproducto ya esbozado atrás: el purismo o la hipercorrección. Puristas hay en todos los idiomas y están en su derecho de utilizar y defender un enfoque restrictivo, como también decíamos. Para nosotros, sin embargo, el idioma hipercorrecto no conduce a una escritura sápida y expresiva. Hay excepciones, quizá la más significativa de las cuales sea Fernando Vallejo, quien opina que la RAE es un organismo sin espina dorsal que ha dejado colar cualquier cantidad de expresiones espurias al idioma. En contraste con él, otros pensamos que la así llamada escritura correcta constituye un lastre. Por cuenta de lo que, según los académicos, está mal o bien dicho, gran cantidad de gente ha llegado a odiar el idioma. ¿Por qué? Porque los que se saben las reglas que modera, corrige y hasta olvida la RAE con frecuencia suelen ir por el mundo exhibiendo una superioridad moral, detrás de la cual hay un complejo de inferioridad que más o menos dice: pobres nosotros, pobre español, miren cómo nos asedian, miren cómo nos vapulean, cómo nos transforman, cómo nos enriquecen estos forasteros ignaros.

Igual no nos vamos a querellar contra quien adopta una normativa discreta. De ahí que a lo largo del libro señalemos algunas reglas que siguen los puristas, aclarando que no son las que seguimos nosotros. El lector hará bien en detectar el uso contemporáneo por la vía de la lectura. Cuando una palabra ingresa al idioma, lo normal es que halle su lugar en alguna vertiente. Podrá asentarse en el uso vulgar, en el uso culto o en el uso especializado. Muchas palabras llegan para quedarse; otras solo están de vacaciones.

La gramática y la sintaxis son convenciones recogidas con paciencia tras analizar el uso de los idiomas. Ambas tienen la aspiración plausible de establecer un acuerdo de comprensión entre hablantes, lectores y escritores. Estos acuerdos son cambiantes, flexibles, caprichosos y exigentes a la vez. Como usuario del idioma que los gramáticos sistematizan, el prosista básico sacará provecho si va adquiriendo nociones sólidas en ambas disciplinas, aunque conviene insistir en que es contraproducente obsesionarse con la corrección. No sabemos que hayan fusilado a nadie por el uso de un que galicado. El problema con el enfoque del gramático típico es que se parece al del forense, cuando no al del taxidermista. Examina el texto como un cadáver, en tanto a otros nos interesa saber por qué está vivo, no de qué murió.

Quizá sirva de consuelo que ha habido grandes escritores que incurren en el pecado de la impureza. Por ejemplo, la prosa del peruano Julio Ramón Ribeyro, quien vivió la mayor parte de su vida adulta en Francia, introduce frecuentes galicismos que tienen incluso un efecto vivificador. A ningún editor sensato se la ha ocurrido corregirlos. En síntesis, este manual es partidario de un enfoque liberal. Cuando sea necesario matizar, pondremos algún comentario sobre el uso purista versus el uso tolerante. Se utilizarán las palabras incorrecto o error solo cuando no exista mayor discusión sobre lo equivocado de un uso. De resto, acudiremos a deficiente o inconveniente versus mejor o preferible, o expresiones análogas, en aquellas materias que no dependen de la gramática sino de nuestro propósito expreso: el sabor, la diversión y la libertad de la escritura.

Más adelante discutimos algunos de estos temas de forma extensa.

LA CORRECCIÓN POLÍTICA

Este manual tampoco propicia la corrección política, un fenómeno que se encuentra en las antípodas de la hipercorrección, pues quiere acelerar el cambio lingüístico, en vez de frenarlo.

Un idioma es el precipitado de su larga historia y dista mucho de ser un producto inocente o neutro. Por el contrario, contiene tanto la sabiduría y la poesía, como los prejuicios y la estupidez que sus hablantes le han ido inyectando con el tiempo. La renovación de los idiomas es lenta, así a veces uno se sorprenda con giros que ayer nada más no oía. Un idioma, en síntesis, muestra en la epidermis una larga colección de heridas a medio cicatrizar.

Pues bien, 5.000 años de predominio masculino en el poder político y familiar de los pueblos que fueron forjando lo que después sería el español se reflejan en la forma de hablar contemporánea de una manera que para la corrección política es sexista y discriminatoria. Una frase muy popular quizá ilustre estos prejuicios. Cuando uno se ve enfrentado a una alternativa poco apetitosa, se dice que le tocó bailar con la más fea, obvia evocación de un escenario machista. El habla discrimina también a las minorías, porque al menos en los países latinos de Occidente no mandaron los hombres machistas per se, sino los hombres machistas, blancos, cristianos y a veces enemigos de la democracia y de los defectos físicos.

El Diccionario del uso del español de María Moliner define cafre y apache de la siguiente manera:

cafre

1. adj. y n. Se aplica a los habitantes de una región del sudeste de África, de color cobrizo.

2. Bárbaro y brutal en el más alto grado. 5. Salvaje.

apache

1. adj. y n. Se aplica a ciertos indios que habitaban en Nuevo México, Arizona y norte de México, y a sus cosas.

2. m. Nombre aplicado a los ladrones y gentes de mal vivir de los bajos fondos de París, que cometían particularmente agresiones nocturnas.

Poco le importaba al hablante de hace cuarenta años que al equiparar a un apache con un bandido estuviera agregando sal a las heridas del aguerrido pueblo aborigen comandado por el legendario Jerónimo hasta que la conquista del Oeste lo diezmó.

El sustantivo negro aplicado a una persona era descriptivo hasta hace poco en español y no tenía el sentido peyorativo que tiene, por ejemplo, en inglés. Designaba apenas al individuo con ese color de piel. En cambio, negro como adjetivo sí tiene los matices denigrantes derivados de la noción ancestral que asocia lo oscuro, lo turbio y lo tenebroso con lo malo, mientras que blanco, brillante, transparente y claro son matices de bondad. Al comercio ilegal se le dice mercado negro, una persona mala es la oveja negra de la familia, la magia maligna es la magia negra, una lista de proscritos es una lista negra, una merienda de negros era otra forma de decir caos, la raíz etimológica de denigrar significa “manchar de negro” y trabajar como un negro es trabajar muy duro.

Veamos la definición que da doña María Moliner de género gramatical:

Accidente gramatical por el que los nombres, adjetivos, artículos y pronombres pueden ser masculinos, femeninos o (solo los artículos y pronombres) neutros.

Ahí la palabra clave es accidente, es decir, algo que no representa la esencia o la naturaleza de las cosas.

Por eso, por accidente, no existe la correspondencia entre el género y el sexo en muchas palabras. Arriba mencionábamos el sustantivo familia, femenino, pese a que en Occidente ha predominado la familia patriarcal. Hermafrodita es un sustantivo masculino, que termina en a y se refiere a una criatura de doble sexo. En español se dice la leche (aunque su más famoso derivado se llama el queso), pero en francés, un idioma de morfología parecida al español, se dice le lait, sustantivo masculino, sin que el género de la palabra tenga relación alguna con el origen glandular del líquido. Y vaya que es divertido saber que la poesía romántica en español se montó sobre el hecho de que Luna es un sustantivo femenino, mientras que en alemán Mond es masculino. La de dolores de cabeza que deben haber padecido los traductores al alemán para lograr una versión de la frase “señora Luna”.

El sexo tampoco tiene nada que ver con el nombre que se les da a muchas especies de animales. Así, la culebra, la pantera, la lechuza, la abeja, la paloma, la golondrina, la jirafa, la ballena, la mosca, la rana, la araña, la rata, son sustantivos femeninos, pero hay también el pingüino, el buitre, el leopardo, el rinoceronte, el hipopótamo, el elefante, el murciélago, sustantivos masculinos. Si la idea es diferenciar al animal individual por el sexo, será necesario agregar macho o hembra, según sea el caso: “la pantera macho” o “el leopardo hembra”. Solo es común usar palabras distintas para los dos sexos en los animales domésticos, dada la familiaridad que tenemos con ellos: el perro/la perra, el caballo/la yegua, el toro/la vaca, el loro/la lora, el carnero/la oveja. En los animales salvajes la correspondencia entre el género y el sexo es más rara: el león/la leona, el tigre/la tigresa y quizás uno oirá decir por ahí la elefanta.

Para la corrección política los inconvenientes citados arriba se solucionan jubilando las palabras contenciosas. Según este ideario, no conviene usar el sustantivo ni el adjetivo negro para referirse a una persona. Proponen que digamos afroamericano o afro, sin importar que la persona en cuestión tenga, aparte de la piel negra o apenas morena, ancestros en los cinco continentes, no solo en África. La corrección política asimismo nos sugiere evitar palabras de sólida raigambre española, como enano, tullido, lisiado, ciego, sordo, tartamudo o gordo. Usted, de usarlas, lo hará por su cuenta y riesgo. La corrección política prefiere que se hable de corto de estatura, discapacitado, invidente, no oyente, disléxico o subido de peso, cuando no propone frases hilarantes como verticalmente retado para decir enano o disminuido en sus capacidades motrices para decir lisiado. Los eufemismos no se inventaron ayer –la frase corto de entendederas tiene más de un siglo–; lo que sí es reciente es la obligatoriedad de su uso.

En cuanto al sexismo del idioma, nuestras cruzadas de último hervor proponen tres soluciones. Una es la generalización de los sustantivos femeninos donde antes no se usaban. Ahora hay presidentas, juezas, fiscalas, concejalas, parientas y un larguísimo etcétera. Estos usos son razonables, aunque en algunos casos el hablante incurra en cacofonías, como miembra, pilota, cancillera, individua, lideresa o pacienta. Hay debate sobre la pertinencia de seguir usando algún viejo sustantivo de aire cursi que cambiaba según se tratara de un hombre o una mujer: ser poetisa sigue siendo menos atractivo que ser poeta, y ser sacerdotisa, menos serio que ser sacerdote. Sin embargo, nadie diría reya por decir reina, ni príncipa por decir princesa, ni abada por decir abadesa. La segunda idea para contrarrestar el sexismo es mencionar ambos sexos al referirse a cualquier genérico. Así, no se dirá “los estudiantes se sublevaron”, sino “las estudiantas y los estudiantes se sublevaron”. La tercera idea es recurrir a una forma de acción afirmativa o de discriminación positiva consistente en usar los pronombres femeninos a manera de genéricos, alternándolos con los masculinos que solían ocupar ese lugar.

Pongamos un ejemplo:

Versión corriente

No es este un libro de fácil comprensión. Se recomienda a los lectores prepararse a cabalidad para navegar por sus laberintos.

Versión políticamente correcta

No es este un libro de fácil comprensión. Se recomienda a las lectoras prepararse a cabalidad para navegar por sus laberintos.

Yo no veo qué se gana con hablar de las lectoras en vez de los lectores en el segundo ejemplo, pero si a usted estos usos le generan satisfacción o le dan una sensación de justicia histórica, no habrá problemas y será comprendida con facilidad.

En cualquier caso, mucha gente ya no acepta el uso del genérico hombre, de suerte que una frase tan venerable como los derechos del hombre hoy tiende a convertirse en los derechos humanos. Menos aún puede hablarse de trata de blancas; ahora se dice trata de personas, perdiéndose por el camino la noción de que las personas traficadas suelen ser mujeres pertenecientes, eso sí, a todas las razas.

Dado que los idiomas son reacios a estos tratamientos con purgantes, la cura a veces resulta peor que la enfermedad. Nadie que no tenga oído de cañonero (¿hubo muchas cañoneras?) dejará de entender que la proliferación de giros como las amigas y los amigos, las abogadas y los abogados, las jugadoras y los jugadores tiene un efecto disolvente sobre el ritmo de la escritura. Además, ¿qué impide que detrás de la corrección política venga el insulto? Uno podría escribir, por ejemplo:

Las abogadas y los abogados son todas y todos unas hamponas y unos hampones.

o

Todas las jugadoras y todos los jugadores son promiscuas y promiscuos.

La redacción será farragosa, pero el prejuicio no quedará menos en evidencia. Es todavía peor evitar la multiplicación de los géneros cambiando las vocales a y o por el signo arroba @, que en su origen nada tiene de epiceno. El resultado es espantoso. Cuando usted lea un mensaje como...

L@s polític@s están tan desprestigiad@s que solo l@s ilus@s o l@s loc@s votan por ell@s...

...salga corriendo.

No sugerimos un regreso pleno al lenguaje de antaño. La palabra señorita, pese a ser eufónica, ya no se debe usar para designar a las mujeres en general y, menos, a las que no están casadas, sobre todo ahora que las uniones conyugales se han vuelto tan variadas. Queda el doña, que suena feo pero que no parece tener sustituto, a menos que sea el muy serio señora, que en la actualidad designa a cualquier mujer mayor de edad sin distingo de estatus marital.

Aunque no recomendamos la corrección política, entendemos que hay gente que prefiere incurrir en ella. Si usted pertenece a este grupo, nadie le va a quitar la idea de la cabeza y pocos, quizá algún humorista del otro lado, se la van a sacar en cara. Sintetizando, para nosotros lo ideal es que cada persona calibre su tolerancia al fenómeno de la corrección política y proceda a hablar y escribir según le plazca, con la obvia advertencia de que si se arriesga más allá de ciertos límites, podrían lloverle rayos y centellas.

LA ÉTICA DE LA ESCRITURA

La tecnología ha vuelto cada vez más fácil copiar y pegar textos (copy & paste), ya sea de un material escrito por uno mismo y guardado en el pasado o escrito por otros. Es esencial recordar aquí que en esos casos existe la obligación de dar crédito a quien lo merece. No porque las cosas anden sueltas en internet o estén escritas en idiomas raros dejan de tener dueño. Son de rigor las comillas cuando se copia algo y es obligatorio reconocer explícitamente cuando se usa una idea o un desarrollo de otra persona. Suprimir las comillas de donde deben estar es, además de una grave indelicadeza, una tontería, pues vale tanto la persona que sabe investigar y rescatar ideas o formulaciones ajenas, como quien descubre el agua tibia sin a veces percatarse de que corre el riesgo de quemarse con ella.

Si uno está seguro de haber variado en forma sustancial la idea original, tiene derecho a reclamarse autor de esos cambios. Igual, y para no tomar riesgos, no sobra explicar el origen de lo que está modificando. Atrás hablábamos de buenos hábitos de escritura. Pues bien, el recurso a una ética estricta en materia de derechos de autor es uno de los principales.

I. REGLAS BÁSICAS

DEDICAMOS ESTE CAPÍTULO a las reglas básicas que, pese a lo elementales, son las que con mayor frecuencia violan las personas descuidadas o los aprendices. Póngase, pues, cómodo y vaya despacio, sin asustarse con la nomenclatura. Lo ideal, como decíamos atrás, es que llegue a usar de forma casi inconsciente las reglas que siguen, mediante una práctica continuada y cuidadosa. Las que faltan –y faltan muchas– conviene irlas desempacando una por una como paquetes que nos envía una tía que vive a medio mundo de distancia.

1. Las oraciones simples van así: sujeto, verbo,
predicado, punto, en ese orden

La estructura básica del idioma español es la oración. Una oración simple contiene una acción finita o una idea completa.

María estuvo de visita en casa de su hermana.

Las oraciones simples tienen un solo sujeto, una sola forma verbal y un solo predicado. En nuestro caso, María es el sujeto, estuvo es el verbo y de visita en casa de su hermana es el predicado.

Cuando estamos ante una oración sencilla sin frases subordinadas ni apéndices de otro tipo, el único signo de puntuación que se usa y que es obligatorio es el punto seguido final. Sería, pues, erróneo escribir:

María estuvo de visita, en casa de su hermana. [incorrecto]

o

María, estuvo de visita en casa de su hermana. [incorrecto]

o

María estuvo de visita en casa de su hermana, más tarde regresó a su propia casa. [incorrecto]

La forma correcta de escribir esto último es:

María estuvo de visita en casa de su hermana. Más tarde regresó a su propia casa.

o

María estuvo de visita en casa de su hermana; más tarde regresó a su propia casa.

Dos oraciones simples relacionadas se pueden unir con una conjunción sin que medie entre ellas un punto seguido, por ejemplo, cuando tienen el mismo sujeto.

María prefería no almorzar con su cuñado y por eso llamaba antes por teléfono para saber si él estaba en casa.

Si las dos oraciones tienen sujetos diferentes, es preferible separarlas con comas, aunque no es obligatorio.

María prefería no almorzar con su cuñado, y él igualmente la evitaba cuando ella iba de visita.

En este caso cada oración tiene su propio sujeto, María en la primera y él en la segunda. Cuando prima la cercanía o si se trata de oraciones compactas, se puede omitir la coma:

A María no le gustaba el pescado y a su cuñado le fastidiaba la mostaza.

Ausente la conjunción, no es correcto usar comas para separar dos oraciones.

María era alérgica al apio, su cuñado, por fastidiarla, siempre pedía que incluyeran este vegetal en las ensaladas. [incorrecto]

Es indispensable poner un punto seguido después de apio y empezar lo siguiente con una S mayúscula.

María era alérgica al apio. Su cuñado, por fastidiarla, siempre pedía que incluyeran este vegetal en las ensaladas.

Aunque esta primera regla parece obvia, es de muy lejos la más violada en el idioma.

2. El verbo es el eje de la oración

Los verbos, o sea aquellas palabras que expresan acciones, son el eje alrededor del cual gira cualquier oración. No se puede, por ejemplo, formar una idea completa enunciando apenas un sujeto, como Pedro o como gato; tampoco se transmite una idea completa con un adjetivo, como azul o pesado; mucho menos con un adverbio, como todavía.

Un único verbo, en cambio, puede indicar la acción verbal, los sujetos que la ejecutan, el tiempo en el que ocurre y si la acción recae sobre otros elementos, que serán los complementos. Si usted escribe...

Llueve.

...sus lectores podremos intuir quién es el agente activo (las nubes), cuándo sucede la acción (en el presente) y en qué recae el acto de llover (en la tierra).

El verbo, entonces, es la guía que le permitirá saber si expresa ideas completas y lógicas. En caso de duda, el verbo (presente, implícito o ausente) será el principal indicador para juzgar si los demás elementos de la oración están bien usados, si las comas separan correctamente el flujo de la información y si el sentido de las ideas está completo o necesita complementos. Tenga siempre presentes los verbos cuando revise sus textos y deténgase en ellos y en la relación que establecen con los demás elementos de la oración.

Los errores que se cometen en este terreno son abundantes y variadísimos. Más que enumerarlos, conviene entender su lógica para no cometerlos. Como con frecuencia el verbo expresa la acción de más de un sujeto y actúa sobre más de un predicado, cualquier oración de una cláusula (algo así como un sentido único) ha de ser coherente por separado. Muy común es pretender que un verbo active dos complementos incompatibles entre sí, como aquí:

María visitaba todas las semanas a su hermana y con la bicicleta iba de paseo. [incorrecto]

Buscábamos a un amigo que nos acompañara y la forma de interpretar el mapa. [incorrecto]

Al intentar leer en secuencia las expresiones resaltadas se nota la incongruencia. La redacción correcta sería:

María, cuando visitaba a su hermana todas las semanas, aprovechaba para pasear en bicicleta.

Buscábamos a un amigo que nos acompañara y que nos ayudara a interpretar el mapa.

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