Kitabı oku: «Excombatientes y fascismo en la Europa de entreguerras», sayfa 6
Pese a su fracaso en el Congreso de la ANC de junio de 1919, los fascistas no cejaron en sus intentos de atraer a los excombatientes hacia su organización, pues poderosas razones tanto ideológicas como políticas motivaban su interés por reclutarlos. Como sabemos, desde 1917, Mussolini había cimentado sus proyectos en la movilización de los excombatientes. Y, en efecto, como el historiador Emilio Gentile ha señalado, jóvenes italianos de clase media-baja influidos por el mito de la experiencia de guerra, sobre todo aquellos que habían combatido en cuerpos de élite como los arditi o habían llegado a convertirse en oficiales, habían interpretado la contienda como una iniciación a la política y habían regresado de las trincheras convencidos de tener «una misión que llevar a cabo en nombre de la nación».133 No extraña que hombres como Giuseppe Bottai (intervencionista, voluntario de guerra y ex ardito) se unieran a los Fasci. Estos individuos creían en el mito de las «dos Italias», en la existencia de una nación de intervencionistas revolucionarios y combatientes y otra de traidores neutralistas, desertores, profittatori, políticos liberales y bolcheviques, a quienes los intervencionistas odiaban como enemigos internos. Esta forma de pensar llevó a algunos a abrazar el movimiento fascista, considerado como un «antipartido» (antipartito). Los vanguardistas florentinos antes de la guerra habían desarrollado todas estas nociones ideológicas, luego recicladas por Mussolini. No extraña, por tanto, que Florencia fuese la ciudad en la que fascistas, futuristas y líderes excombatientes establecieran sus más estrechos vínculos.134 Sin embargo, el Congreso de la ANC en Roma había evidenciado que los excombatientes radicales eran una excéntrica minoría dentro del país.135 Los exsoldados italianos, en conjunto, no eran aquellos hombres de acción, fieros antibolcheviques y revolucionarios que los fascistas imaginaban.
No obstante, tras la firma del Tratado de Versalles, los burgueses nacionalistas intensificaron la lucha para hacerse con el control del símbolo del veterano de guerra. Su animadversión hacia el Gobierno de Nitti y su frustración con la «victoria mutilada» condujeron a momentos de una gran tensión, como el producido el 30 de junio de 1919 después de un mitin nacionalista de protesta en el teatro Augústeo de Roma, que desató violentos enfrentamientos entre la policía y los manifestantes. Entre los más agresivos en la concentración se encontraban muchos jóvenes oficiales ataviados con sus uniformes, algunos de los cuales fueron arrestados o heridos en los altercados. Al día siguiente, el órgano nacionalista L’Idea Nazionale salió afirmando en primera plana, de forma apasionada, que el vil Gobierno había atacado a los «veteranos» (combattenti).
Referirse a estos grupos de oficiales y estudiantes nacionalistas como «los veteranos» era altamente manipulativo. Más bien, estos eran individuos radicalizados, tales como Giovanni Giuriati y Nino Host-Venturi,136 quienes incluso, en contacto con D’Annunzio, habían comenzado a reunir apoyos para formar fuerza militar voluntaria que ocupase la ciudad de Fiume. Estos excombatientes diferían enormemente de los representantes que se habían dado cita en el congreso de la ANC los días previos. Aun así, ante la situación, miembros de la ANC y de la ANMIG expresaron su condena al gobierno y se sumaron a la indignación nacionalista por las agresiones cometidas contra «los veteranos». Incluso D’Annunzio, en un artículo acusatorio que llamaba a la desobediencia contra el Gobierno, se recreó en la indignante imagen del manifestante mutilado con una sola pierna vilmente golpeado por la policía.137 El recurso literario de D’Annunzio a esta provocadora representación del veterano de guerra sirvió como incentivo para fomentar la deslealtad del ejército. Como vemos, ya antes de que los socialistas fuesen capaces de desarrollar discursos y políticas para el regreso de los combatientes, los nacionalistas y fascistas se destacaban en una lucha virulenta por controlar su simbología. Pero la frustración de las aspiraciones nacionalistas fue solo uno de los factores que explican el intento de monopolización de dicho símbolo; la otra clave fue el antibolchevismo.
En estos primeros momentos, debemos entender la adhesión de antiguos oficiales y arditi al joven movimiento fascista en un confuso contexto de creciente reacción antisocialista y antigubernamental. Los fascistas, aprovechando que los excombatientes carecían de una orientación política clara, trataban de dar una dirección política a su fuerza aparentemente considerable.138 En Roma, por aquellos días, muchos oficiales del ejército asistían vestidos de uniforme a las asambleas de los Fasci, donde los arditi instaban a emprender acciones violentas contra el Gobierno y los bolcheviques.139 Este clima de agitación también vio aparecer grupos de excombatientes de ideología anarquista, «subversivos» (sovversivi) que conspiraban igualmente contra el Gobierno. Por ejemplo, en julio de 1919 el ardito anarquista Argo Secondari organizó un complot fallido contra Nitti desde el cuartel militar del fuerte de Pietralata en Roma.140 En Verona, algunos trabajadores anarquistas se unieron a un grupo de excombatientes y antiguos arditi para fundar el Fascio.141 Y en Florencia, las autoridades calificaron de «impresionante» la agitación combinada de veteranos, fascistas y arditi.142 En esta ciudad fueron veteranos de guerra quienes fundaron el Fascio en la propia sede local de la ANC,143 pero esta colusión era un caso excepcional.
Como vemos, no existía ningún patrón general que definiera la proximidad entre los veteranos y el movimiento fascista, relación que a lo sumo se daba en regiones del norte y el centro de Italia. Pero incluso en una ciudad septentrional como Ferrara los veteranos repartían su fidelidad entre la ANC y los socialistas, siendo favorables a Mussolini tan solo un pequeño grupo de arditi locales.144 En Bolonia, diferencias entre veteranos condujeron a una escisión entre los que ingresaron en la ANC y los que lo hicieron en la liga antibolchevique local, mientras que algunos oficiales se afiliaban al Fascio.145 A la luz de estos problemas para movilizar excombatientes, los líderes fascistas optaron por intentar reclutar no solo veteranos, sino también individuos sin experiencia directa de guerra. Como aclaró el organizador fascista Umberto Pasella, el Fascio era «una cosa muy distinta a una organización de veteranos»,146 aunque el hecho de que se tuviese que explicitar la diferencia es ya de por sí revelador.
Hacia mediados de 1919, el movimiento excombatiente había atraído el interés no solo de fascistas y nacionalistas, sino también de la izquierda. En este explosivo contexto en el que todos los bandos aludían a los combattenti en su retórica política, no resulta sorprendente que los representantes del intervencionismo democrático –como el intelectual Gaetano Salvemini– intentasen movilizar a los veteranos para fomentar un movimiento de renovación política y social, especialmente en el Mezzogiorno. Aunque muchos socialistas mostraron escepticismo ante este tipo de estrategias,147 la Liga Proletaria también celebró su propio congreso nacional en el que la desmovilización y la amnistía fueron los eslóganes principales. Para entonces, ya se había extendido en Alemania y en otras regiones europeas un temor a que los individuos licenciados del ejército cayesen bajo la influencia de agitadores bolcheviques.148 Las autoridades italianas eran también conscientes de este peligro, así como del papel de voluntarios y antiguos oficiales en las fuerzas reaccionarias alemanas.149 Por este motivo, la propaganda militar italiana dirigida a los soldados se dedicó a insistir en que los auténticos combatientes (combattenti) querían «paz, trabajo y orden». Se acusó a las «masas de obreros que no combatieron en la guerra» de generar inestabilidad y disturbios; una agitación que habría de ser aplacada por aquellos «combatientes, oficiales y soldados» en defensa del orden.150 Mientras tanto, los socialistas, que creían en la existencia de una profunda brecha entre soldados de origen proletario y oficiales burgueses, se esforzaban por poner de relieve el instinto revolucionario de los primeros frente al conservadurismo de los segundos. De hecho, las noticias de la reacción contrarrevolucionaria, dirigida por oficiales del ejército, contra la República Soviética de Hungría parecían confirmar esta interpretación.151
Es evidente que el antagonismo entre socialistas y militares se incrementó como consecuencia de la guerra. Ahora bien, cabría preguntarse si el conjunto de los veteranos de guerra italianos también se volvió hostil a los socialistas y, por ende, si se inclinó hacia el Fascismo. Las interpretaciones retrospectivas en ese sentido realizadas por socialistas como Giovanni Zibordi, Pierto Nenni y Angelo Tasca, asumidas como correctas por muchos historiadores,152 deberían ser tomadas con un cierto grado de escepticismo.153 Zibordi señaló que el elemento excombatiente, es decir, jóvenes exoficiales que se sintieron desplazados y amenazados en su estatus económico, fue proclive al Fascismo. Este autor llegó a culpar a los socialistas de esta deriva, dada la supuesta inacción de la izquierda a la hora de «desmovilizar» esas actitudes.154 Zibordi, no obstante, obviaba sus propias tempranas llamadas públicas a «desmovilizar los cerebros» tras la guerra, así como los discursos en los que él mismo había celebrado el retorno a casa de los veteranos mutilados.155 Como vemos, asumir que los socialistas estaban en contra de «los veteranos» implica ocultar y simplificar una parte crucial de la historia. En realidad, hacia el verano de 1919 incluso el prominente pensador socialista Antonio Gramsci defendía que la experiencia de las trincheras había convertido a las masas de campesinos-soldados italianos en potenciales agentes de una revolución similar a la que había tenido lugar en Rusia.156
El mito posbélico sobre las agresiones socialistas a los «veteranos» (reduci) es, aún hoy, asumido acríticamente por los historiadores.157 Angelo Tasca sostuvo que la Lega Proletaria había hecho gala de unas políticas maximalistas y sectarias que habían alienado a los combattenti: el eslogan de «¡abajo la guerra!» (abbasso la guerra!) habría sido interpretado como «¡abajo los veteranos!» (abbasso i combattenti!).158 Los combattenti habrían reaccionado –tal y como hizo el ejército– en defensa de su victoria, protegiendo una versión honorable de la experiencia bélica y, por consiguiente, contra el socialismo y a favor del Fascismo. Ciertamente esta explicación tiene una parte de verdad, pero sigue siendo una simplificación. Sin estar fundamentada en una perspectiva comparativa, critica el enfoque que los socialistas dieron a la política excombatiente como algo esencialmente inapropiado, y minusvalora el papel agresivo de veteranos antisocialistas y fascistas desde el armisticio. En realidad, los socialistas italianos reforzaron su campaña antimilitarista tras haber sufrido violentos ataques a manos de arditi fascistas y oficiales militares. Y más importante si cabe, la construcción simbólica del excombatiente antibolchevique había empezado ya con anterioridad, como consecuencia de la reacción contrarrevolucionaria en Alemania y Hungría. Y a pesar de todo, la campaña antimilitarista del socialismo italiano nunca estuvo dirigida contra los veteranos de guerra, por mucho que los grupos antisocialistas afirmaran lo contrario como estrategia para apropiarse en exclusiva del símbolo político del excombatiente.
Es cierto que el desdén de los socialistas hacia la guerra, conectado con sus quiméricas llamadas a la revolución social, generó una considerable indignación entre militares e intervencionistas, que veían en el socialismo al odiado enemigo interno. La publicación del notorio informe sobre las responsabilidades militares del desastre de Caporetto, coincidiendo con el fin de la censura de prensa, enardeció la campaña antimilitarista del verano de 1919. Desde las páginas de Avanti!, los socialistas defendieron sin ambages que la guerra había sido un horrible engaño que solo había beneficiado a unos pocos capitalistas burgueses para empobrecer, mutilar y destruir la vida de millones de personas.159 Denunciaron vigorosamente la actitud extremadamente represiva de los oficiales hacia sus propias tropas, los castigos y las ejecuciones. Con estas denuncias, los socialistas decían «desenmascarar» todos los horrores de la guerra.160
Es importante subrayar que mientras los socialistas insultaban y menospreciaban a los oficiales del ejército, su campaña –tal y como apuntaban sus promotores– no pretendía «denigrar ni a los soldados ni a aquellos que habían combatido convencidos de cumplir con un deber sagrado u honorable».161 Más bien se dirigía contra los que «habían deseado la guerra, contra los que la habían conducido mal y contra los que, incluso peor, la habían glorificado».162 En vez de atacar a los soldados, los socialistas condenaron la terrible experiencia de las trincheras, contrastándola con la imagen distorsionada construida por la propaganda nacionalista de guerra.163 Denunciaban a los belicistas por haberse desentendido rápidamente de los exsoldados, los mismos hombres a quienes habían adulado y obsequiado en 1915.164 Los socialistas condenaban que los oficiales, a pesar de no haber combatido en las trincheras, disfrutasen de unas elevadas pensiones, mientras que los reclutas que habían estado sufriendo en el frente eran ahora perseguidos y encarcelados por el Estado.
En líneas generales, la explicitación de estas realidades no resultaba particularmente ofensiva para la mayoría de los veteranos. Tampoco se diferenciaba demasiado de cómo, en la victoriosa Francia, algunos grupos de excombatientes habían representado su propia experiencia en su propaganda para obtener beneficios materiales.165 De hecho, aunque los nacionalistas italianos envidiaban la exitosa celebración de la victoria que tuvo lugar en Francia el 14 de julio de 1919, la propia izquierda gala se había mostrado muy crítica con esta conmemoración patriótica, empleando para ello una retórica antimilitarista muy próxima a la utilizada por los socialistas italianos.166
En todo caso, la campaña antimilitarista llevada a cabo en Italia generó indignación no solo entre oficiales del ejército, sino también entre algunos de los líderes del movimiento excombatiente. Arditi como Ferruccio Vecchi se sintieron ultrajados y se declararon defensores de la élite militar a través de varios artículos publicados en L’Ardito e Il Popolo d’Italia. Desde estos círculos radicales se tramaron nuevas agresiones contra los socialistas167 y se pusieron en circulación panfletos incitando a atacar a partidos y personas que con su propaganda pretendían desacreditar «a aquellos que habían deseado la guerra y a los que la habían hecho».168 Diferentes órganos de prensa de la ANC también publicaron duros ataques contra los socialistas,169 a quienes caracterizaron como «cuervos» que ensuciaban la memoria de los muertos con fines partidistas. Se representó a los socialistas como «derrotistas» que intentaban «devaluar la victoria»,170 una descripción empleada profusamente tanto por fascistas como por la ANC.171 Por aquellas fechas, los resultados de la investigación oficial sobre la derrota de Caporetto, aun saldada simplemente con algunos castigos administrativos a generales y con la amnistía a miles de individuos acusados de deserción, contribuyó a debilitar todavía más la lealtad del ejército italiano hacia el Gobierno.
El deterioro de la neutralidad y la disciplina de las fuerzas armadas facilitó la movilización de tropas y voluntarios impulsada el 12 de septiembre de 1919 por el poeta y héroe de guerra D’Annunzio con el objetivo de ocupar la ciudad de Fiume. Con esta acción, D’Annunzio se convirtió en un referente para los veteranos nacionalistas revolucionarios, arditi y futuristi que respondieron a su llamada.172 Entre los legionarios que participaron en la ocupación se encontraban algunos que luego tendrían un papel importante en el régimen fascista, como Giovanni Giuriati y futuros líderes fascistas de la ANC como Nino Host-Venturi. De hecho, algunos excombatientes fascistas llegaron incluso a abandonar sus hogares para unirse a la empresa de D’Annunzio, respaldada en líneas generales por la prensa de la ANC.173
Esta acción pretendía provocar la caída del Gobierno de Nitti, si bien no consiguió su objetivo.174 Aunque el primer ministro italiano cerró el debate sobre las responsabilidades de Caporetto salvando la honradez del ejército en una guerra que presentó como inevitable, también denunció la ocupación de Fiume como un caso de «sedición» (sedizione).175 Más tarde, Nitti moderó su actitud y mostró cierta empatía por los veteranos, aunque su política respecto al problema fiumano repugnaba a los ultranacionalistas, y no satisfacía a los líderes del movimiento excombatiente. Por su parte, Mussolini no perdió la oportunidad de alabar la predominante orientación de las organizaciones de veteranos en favor de D’Annunzio y en contra de Nitti.176 La ocupación del enclave adriático se extendió hasta finales de 1920, y durante ese tiempo los intervencionistas y una parte del movimiento excombatiente apoyaron las fuerzas d’annunzianas. Además, el episodio de Fiume ofrecería precedentes para el Fascismo en áreas como la estetización política y la ritualización.177 Con estos procesos, el símbolo del veterano de guerra siguió adquiriendo una serie de significados implícitos que serían posteriormente explotados por el movimiento fascista.
En buena medida, resulta entendible que, en el marco de una situación crítica como la provocada por la ocupación de Fiume, Nitti no impulsase ninguna conmemoración oficial de la victoria del 4 de noviembre, tal y como le pedían los nacionalistas y algunos sectores de la ANC.178 No es seguro que una celebración oficial hubiese ayudado a apaciguar a los grupos intervencionistas, pero no realizarla tampoco contribuyó a aliviar las frustraciones de nacionalistas y líderes militares. Lo que sí representaría una oportunidad para que los descontentos expresasen su malestar fueron las elecciones de noviembre de 1919, que se encontraban a la vuelta de la esquina. La ANC se preparó para participar en la lucha electoral e irrumpir con un grupo político específicamente excombatiente en el Parlamento italiano.179
Tanto la ocupación inconsecuente de Fiume como las tensiones políticas derivadas de la campaña electoral tuvieron consecuencias decisivas a nivel europeo, ya que amplificaron el proceso transnacional de apropiación simbólica del veterano de guerra. En este momento, los observadores extranjeros veían a los veteranos italianos como una parte homogénea de una reacción mayoritariamente militarista, antigubernamental y antisocialista. El 4 de octubre de 1919, un informe enviado desde Italia al Ministerio de Asuntos Exteriores francés dibujaba un panorama político bipolar en el que los veteranos (combattenti), los fascistas y casi todo el ejército estaban contra Nitti, mientras que los socialistas apoyaban al primer ministro: «los socialistas organizan manifestaciones contra los veteranos», se decía.180 De igual modo, otro informe de la embajada británica destinado al Foreign Office mencionaba que había una «importante confusión» respecto a la ANC, la ONC y «los Fascii di Combattenti [sic] o grupos locales de veteranos», pero como vemos el documento tampoco era capaz de presentar una distinción adecuada entre el movimiento excombatiente y el fascista.181 Semanas después, uno de los pocos diarios que se pudieron leer en París durante la huelga de prensa francesa de noviembre de 1919 publicaba un reportaje de la situación italiana mencionando los violentos choques entre socialistas y los «Fascio de los combattants», «arditi» y nacionalistas.182 Por su parte, el diario de izquierdas L’Humanité afirmaba que el programa de la ANC para los veteranos era apolítico, aunque también apuntaba que los comunicados de la asociación eran claramente hostiles a los socialistas.183 En este sentido, es interesante señalar que el mismo número de L’Humanité incluyó una llamada de Henri Barbusse y Anatole France al voto socialista en las próximas elecciones francesas, en la cual no se hacía referencia alguna a los veteranos. Evidentemente, la idea del excombatiente antibolchevique iba cobrando cada vez mayor relevancia.
A pesar de estas representaciones confusas, el modo en que fascistas y combattenti abordaron el proceso electoral italiano difirió profundamente en lo simbólico. En términos discursivos, la posición política de los veteranos de la ANC –tal y como defendía su líder Renato Zavaro– era oponerse tanto a aquellos que habían deseado la guerra pero que no había combatido en ella (un dardo contra los intervencionistas y las élites nacionalistas), como a aquellos que no habían buscado la guerra y la habían saboteado (es decir, la fuerzas «antinacionales» de izquierdas). En cambio, el movimiento excombatiente decía representar implícitamente a todos aquellos que no habían querido la guerra pero que habían combatido lealmente en ella –esto es, la mayoría de los soldados italianos–. Los socialistas obstaculizaron la participación de la ANC en la pugna electoral, pero los fascistas también la criticaron, y otros sectores políticos, incluidos los intervencionistas, la vieron con hostilidad.184 La actitud fascista era cuestión de simple rivalidad: en Milán, los fascistas se presentaron a las elecciones con una lista de diecinueve candidatos encabezada por Mussolini en la que casi todos sus integrantes eran presentados como veteranos. De este modo, los fascistas buscaban representar a aquellos que habían querido la guerra y además habían combatido en ella.
Más allá de un vago programa que perseguía una renovación de las élites políticas, la postura política real de los grupos de veteranos varió ostensiblemente en función de la región y de sus alianzas electorales. Los símbolos elegidos para representarse e identificar sus candidaturas electorales pusieron de manifiesto una cierta diversidad. Muchos adoptaron el casco como emblema electoral, siendo el icono que identificaría mayoritariamente a los veteranos también en las elecciones posteriores de 1921. En este sentido, el casco reflejaba una percepción esencialmente defensiva del papel político de los soldados.185 Por el contrario, otras candidaturas de excombatientes en las áreas del sur eligieron la imagen de una escalera de mano como representación simbólica de sus aspiraciones de ascenso social. Por su parte, los fascistas escogieron como símbolo identificativo el fascio romano, ampliamente enraizado en la tradición intervencionista, aunque también una candidatura excombatiente lo empleó: la de los miembros de la ANRZO en Turín. Sea como fuere, para cuando se celebraron las elecciones existía una clara oposición simbólica entre los veteranos y la izquierda. Las candidaturas de los socialistas estaban marcadas por el símbolo de la hoz y el martillo y, a diferencia de los excombatientes, su propaganda se esforzaba por dar voz a las víctimas de la guerra, a las viudas, los huérfanos y a todos aquellos que habían perdido a alguien en el conflicto.
Los resultados electorales decepcionaron grandemente a veteranos, fascistas e intervencionistas. Los combattenti habían albergado la esperanza de que su autoridad moral sobre la nación se viera recompensada con votos, pero sus candidaturas obtuvieron unos resultados muy pobres en casi toda Italia. Los dos claros ganadores de las elecciones fueron los socialistas –que obtuvieron 156 escaños– y los popolari católicos. El grupo parlamentario de veteranos promovido por la ANC, una plataforma heterogénea sin una dirección política definida, consiguió tan solo 232.923 votos (un 4,1 % del total), lo que se tradujo en veinte escaños en el parlamento.186 De hecho, los resultados cosechados por los fascistas fueron incluso peores. Este panorama contrastaba con la victoria electoral obtenida por el Bloque Nacional conservador en Francia, en cuyo parlamento, la presencia de un 44 % de veteranos de guerra entre sus miembros llevó a bautizar la cámara como Chambre bleu horizon, dado el color azulado de los uniformes militares franceses. En contraste, solo el 27,97 % de los integrantes de la italiana Camera dei Deputati eran antiguos combatientes, siendo irónicamente el PSI el grupo con un mayor porcentaje de veteranos entre sus diputados (un 47,4 %), aunque este no haciese hincapié alguno en esa condición de sus miembros.187 Para empeorar aún más las cosas, resultaba evidente que la mayoría de los veteranos italianos, incluso miembros de la ANC, habían votado por opciones antimilitaristas y revolucionarias. A pesar de estas realidades, mucha gente en Italia entendió el resultado electoral como una victoria del pacifismo socialista frente a los excombatientes, quienes ahora los medios representaron como individuos resentidos y derrotados (figura 1.1). De hecho, en algunos periódicos excombatientes los resultados fueron descritos como un nuevo «ensayo general para la revolución bolchevique».188
Tras las elecciones, los fascistas quedaron en una situación crítica, pero el símbolo del excombatiente había terminado por consolidar un significado antisocialista más amplio. El mismo día en que comenzaba su andadura un nuevo parlamento, una manifestación en Roma protagonizada por oficiales monárquicos degeneró en enfrentamientos directos con grupos de socialistas en los que los manifestantes «patrióticos» agredieron al menos a un parlamentario de izquierdas. Furiosos, los socialistas convocaron inmediatamente una huelga general, lo que provocó que en muchas ciudades como Roma, Milán, Turín, Florencia, Bolonia o Mantua los huelguistas atacasen violentamente a oficiales en uniforme.189 Esta virulenta reacción evidenció el amplio apoyo del que gozaban los socialistas, pero las noticias de agresiones contra oficiales espolearon las ansiedades de la burguesía y sus odios hacia la izquierda, contribuyendo a expandir el mito del «veterano ultrajado». Mientras, los líderes fascistas fueron arrestados bajo acusación de alterar el orden público. La confluencia de todos estos eventos nutrió la idea de que mientras que los auténticos «veteranos» –elocuentemente simbolizados como arditi– eran enviados a prisión, eran los desertores quienes entraban en el Parlamento (figura 1.2).190 Aunque los veteranos nacionalistas y los fascistas tuvieron que someterse a las inmediatas consecuencias de su debacle electoral, lo cierto es que habían obtenido una victoria crucial: el poderoso símbolo de los excombatientes había quedado vinculado a ellos en tanto que individuos y grupos esencialmente opuestos a la izquierda.
Fig. 1.1. «¡Así que soy yo el derrotado!». En los carteles que portan los socialistas se lee: «¡Viva Lenin!», «El que no trabaje que no coma», «¡Viva la huelga!», «¡Viva la derrota!», «¡Abajo la guerra!». I Combattenti, 6 de diciembre de 1919 (del diario ilustrado Pasquino). (Imagen cortesía del Ministero dei beni e delle attività culturali e del turismo, Biblioteca Nazionale Centrale di Firenze. Prohibida toda reproducción).
Fig. 1.2. «Contrastes» «Los desertores a Montecitorio… y los veteranos al furgón policial», I Combattenti, 21 de diciembre de 1919 (del diario ilustrado Pasquino). (Imagen cortesía del Ministero dei beni e delle attività culturali e del turismo, Biblioteca Nazionale Centrale di Firenze. Prohibida toda reproducción).
Por su parte, los socialistas, bien conscientes del apoyo que habían obtenido por parte de muchos excombatientes, se mostraban encantados y confiados en que tenían la revolución a su alcance. En octubre, el Partido Socialista había confirmado su orientación maximalista con el propósito de establecer una dictadura del proletariado. No en vano, incluso habían barajado la posibilidad de emplear la violencia contra la burguesía. Su objetivo ahora era hacerse con el control de los concejos locales (comuni) a través de las elecciones administrativas de 1920, un proceso en el que tanto los veteranos como las víctimas de guerra debían jugar un papel estratégico fundamental.191 En este sentido, y aunque los socialistas carecían de un programa coherente destinado a la creación de un «ejército rojo»,192 algunos de ellos atribuían a los veteranos una misión revolucionaria.193 La Liga Proletaria sería la encargada de organizarlos. Significativamente, la pretendida naturaleza revolucionaria de esta organización se hace evidente si se observa el título de su órgano periodístico, Spartacus, un nombre que no solo hacía referencia a la facción de los comunistas alemanes, sino que también aludía a aquel esclavo del siglo I d. C. que, tras ser forzado a luchar como gladiador, había roto sus cadenas para encabezar una rebelión contra sus amos. Este símbolo emancipatorio figuraba en la portada del periódico y reflejaba la interpretación socialista de la experiencia bélica de los soldados (figura 1.3).
Aun así, ese paralelismo con el proletario italiano nunca llegó a materializarse o a ponerse en práctica. De hecho, las actividades de la Liga Proletaria durante el año 1920 no tuvieron ningún carácter revolucionario, a lo que habría que sumar las divisiones internas surgidas entre comunistas y socialistas que debilitaron a la organización, sobre todo tras 1921. Y lo cierto es que la derecha política y los nacionalistas habían conseguido prácticamente monopolizar el símbolo del excombatiente. A comienzos de 1920, cuando los maximalistas italianos lanzaron su proyecto para la creación de soviets revolucionarios, su estrategia ya no se basó en la vieja idea de «soldados» y «trabajadores» que había caracterizado las revoluciones rusa y alemana en su origen. La época dorada del exsoldado socialista y revolucionario había terminado.