Kitabı oku: «Excombatientes y fascismo en la Europa de entreguerras», sayfa 5
Aparte del descontento con su situación socioeconómica y su hostilidad por los políticos, en general los excombatientes franceses sentían que la guerra los había convertido en hombres nuevos imbuidos de un nuevo espíritu, encargados por tanto de ejercer de guías morales del país. Antoine Prost ha argumentado que el leitmotiv de la historia del movimiento de veteranos franceses fue crear una gran asociación unificada de carácter apolítico comprometida con el mantenimiento de la paz nacional e internacional.86 Un compromiso que no resulta sorprendente si tenemos en cuenta que el Tratado de Versalles favorecía considerablemente los intereses franceses. Pero en realidad, las dos principales asociaciones de veteranos galos mantenían marcadas diferencias políticas.87 La UNC, a diferencia de la UF, no creía en la Sociedad de Naciones y temía que Alemania todavía encarnase una amenaza. Para defender sus intereses internacionales, la UNC creó en noviembre de 1920 la Fédération Interaliée des Ancien Combattants (FIDAC), una organización interaliada de veteranos inicialmente presidida por Charles Bertrand. Por su parte, la UF crearía en 1925 su propia entidad internacional –la Conférence internationale des associations de mutilés et anciens combattans (CIAMAC)–, mientras la comunista ARAC mantuvo algunos contactos internacionales con otras asociaciones de veteranos de izquierdas. Estos ejemplos muestran la creencia, firmemente asentada en Francia, de que los veteranos constituían un grupo con una identidad y unos intereses compartidos, una convicción que rápidamente empujó a veteranos de guerra de diversa orientación a establecer contactos internacionales con excombatientes de su misma ideología.
Los otros aliados y España
Para completar este fresco de la temprana posguerra debemos mencionar otros países que, tras la Primera Guerra Mundial, tuvieron que lidiar con procesos de desmovilización o sufrieron la crisis socioeconómica de los años 1918-1921. Canadá, por ejemplo, hizo frente a la reintegración de 500.000 veteranos, que ya habían formado asociaciones a la altura de 1916. El Gobierno canadiense se apresuró a crear una agencia para facilitar la rehabilitación de los 70.000 mutilados, mientras que los excombatientes, que a través de su movilización asociativa materializaron algunas aspiraciones,88 consiguieron unificar su movimiento en 1925 con la Legión Canadiense, organización hecha a imagen y semejanza de la Legión Americana. Igualmente, los veteranos estadounidenses, descontentos con la situación encontrada tras su periplo europeo, se habían comenzado a organizar en 1919 para proteger sus intereses y reafirmar su identidad. En Estados Unidos los antiguos soldados siempre habían sido venerados tradicionalmente como figuras de prestigio, y tras la Gran Guerra sus nuevas asociaciones se convirtieron rápidamente en influyentes plataformas políticas que facilitaban la entrada de los excombatientes en la política americana. En ambos países, Canadá y Estados Unidos, los veteranos crearon organizaciones que actuaban de manera similar a las de Europa. Por ejemplo, la Legión Americana destacaría por su carácter antibolchevique.89 Sin embargo, a este lado del Atlántico no surgió todavía ningún movimiento fascista que sedujese a los veteranos: en consecuencia, estos consiguieron unificar sus asociaciones más fácilmente, integrándose sin demasiados problemas en el sistema político y la sociedad civil.
La situación en Gran Bretaña era en cierto modo similar. Durante la propia guerra se formaron hasta cuatro organizaciones diferentes para defender la causa de los mutilados, obteniendo algunos triunfos en sus reivindicaciones. En las elecciones de diciembre de 1918 –llamadas elecciones caqui por el color de los uniformes que simbolizaban la relevancia de las cuestiones posbélicas–, la lista electoral excombatiente obtuvo malos resultados: solo uno de ellos llegó al Parlamento. Probablemente, esto se debió a que muchos soldados todavía no habían sido licenciados, quedando imposibilitados para ejercer el voto. Cuando se llevó a cabo la desmovilización, los retornados no encontraron aquel «país preparado para acogerlos como héroes» que Lloyd George había prometido durante la campaña electoral, y la decepción generó disturbios y agrias protestas. En este turbulento contexto de 1919, los veteranos crearon nuevas asociaciones como la Unión Nacional de Antiguos Soldados y la Unión Internacional de Antiguos Soldados, que no obstante no consolidaron ninguna línea política clara. En el clímax del descontento social, los excombatientes llegaron a boicotear las celebraciones de la paz de julio de 1919, aunque a finales de ese mismo año los ánimos se apaciguaron gracias a la promulgación gubernamental de una serie de medidas en su favor. Al final, el tan extendido temor a la «brutalización» de los desmovilizados demostró no tener demasiado fundamento, y en 1921 la fusión de diversos grupos de excombatientes derivó en la formación de la Legión Británica bajo el liderazgo de Mariscal de Campo Earl Haig; esta sería una respetable, prestigiosa y conformista asociación para mediar entre los veteranos y el Estado.90
Por el contrario, en la península ibérica la cuestión de los veteranos solo tuvo un impacto muy indirecto en la política, lo que no quiere decir que Portugal y España eludieran la alta inestabilidad del periodo 1919-21. Portugal había luchado en la Primera Guerra Mundial del bando Aliado enviando un pequeño contingente de soldados al frente occidental. Estos no lograron formar una asociación, la Liga de los Veteranos de la Gran Guerra (Liga dos Combatentes da Grande Guerra), hasta una fecha tan tardía como 1921.91 Por su parte, España no había participado en el conflicto, pero su política interna se había visto profundamente influenciada por lo que pasaba en el resto del continente. Durante la contienda se produjo una importante división entre aquellos que apoyaban a los Aliados, los aliadófilos, y los que apoyaban a los Imperios Centrales, denominados germanófilos. En 1917, toda una serie de alteraciones de carácter militar, social y político empujaron al país a una crisis,92 lo que abrió hasta 1923 un periodo de descontento social, turbulencias parlamentarias, sindicalismo y violencia, particularmente destructiva en la ciudad de Barcelona.93 Además, en 1919 se desató un nuevo conflicto armado contra las tribus rifeñas en el Protectorado español en Marruecos que condujo a una derrota sin precedentes de las tropas españolas en Annual en julio de 1921, cuyo consiguiente escándalo acabó por minar los cimientos del frágil sistema político liberal, despreciado por los oficiales africanistas. Estos, un grupo militar corporativo forjado en las guerras de Marruecos, mantenían una enconada rivalidad con los oficiales destinados en la España peninsular, quienes habían organizado juntas militares y se oponían a la promoción por méritos de guerra.94 Como veremos, todos estos conflictos lastraron el devenir político del país en los años siguientes.
Pese a la naturaleza transnacional de los desafíos históricos del periodo de entreguerras, Italia fue el único país de Europa occidental en el que la crisis de posguerra terminó con la consolidación de un movimiento fascista. El Fascismo italiano fue el primer movimiento de esta índole capaz, en el periodo de entreguerras, de establecer una dictadura y acabar con la democracia liberal en un país europeo.95 El fascismo apareció como ideología en la Italia de 1919, y los Fasci di combattimento se convirtieron en movimiento de masas entre 1920 y 1921, y se transformaron en partido político –el Partito Nazionale Fascista (PNF)– en noviembre de 1921. Ya en octubre de 1922, tras la llamada Marcha sobre Roma, el orden liberal democrático había sido derribado. El Fascismo italiano fue el primer, original y más influyente movimiento fascista durante los años veinte, y sus orígenes entroncan directamente con la experiencia de la Primera Guerra Mundial.
LOS EXCOMBATIENTES Y EL NACIMIENTO DEL FASCISMO ITALIANO
Pese a la victoria, 1919 fue un año de profunda crisis en toda Italia.96 Tras cuarenta y un meses de guerra total, el país se enfrentó al traumático fin repentino de las hostilidades. Durante el primer año de paz, mientras Europa intentaba ubicarse en el nuevo escenario posbélico, Italia se embarcó en un amplio proceso de desmovilización,97 tarea llevada a cabo mientras el coste de la vida se incrementaba vertiginosamente. Mientras en París se desarrollaban complejas negociaciones de paz, los campesinos italianos se lanzaron a ocupar las tierras de labranza; huelgas de trabajadores, disturbios y protestas recorrieron la península. La sociedad italiana, lejos de estar unida moralmente bajo los laureles de noviembre de 1918, intensificó su agria confrontación entre intervencionistas y pacifistas, entremezclada ahora con la lucha de clases. Ese mismo año vio surgir tanto el movimiento excombatiente como el fascista. Para los protofascistas mussolinianos, había llegado la hora de comprobar si se cumplían sus predicciones sobre la orientación política de los veteranos en el contexto de desmovilización. En este apartado analizaré los orígenes de la relación de los fascistas con los excombatientes italianos.
Fue el Ministerio de Guerra el encargado de lidiar con la pesada tarea de desmovilizar a unos 3,7 millones de hombres en armas. Entre noviembre y diciembre de 1918, las quintas más mayores (los nacidos entre 1874 y 1884) fueron enviadas a casa, mientras que la desmovilización del resto de conscriptos (nacidos entre 1885 y 1900) experimentó una considerable ralentización entre enero y marzo de 1919. A la altura de la segunda fecha, casi dos millones de soldados habían regresado ya a la vida civil, pero el proceso sufrió un parón entre marzo y junio debido a las tortuosas negociaciones de paz que estaban teniendo lugar en París.98 Los antiguos combatientes fueron acumulando rencores por la desaceleración de la desmovilización y los problemas de reintegración en el mercado laboral.99
Bajo la atenta mirada de Mussolini y sus colaboradores, el movimiento excombatiente comenzó a definirse más claramente durante la primera mitad de 1919. Al firmarse el armisticio de noviembre de 1918, la ANMIG publicó un «Manifiesto al País» (Manifesto al Paese) que detallaba un programa político, socioeconómico y moral destinado a renovar la nación. Simultáneamente, anunció la fundación de una gran asociación de veteranos que se denominaría Associazione Nazionale Combattenti (ANC).100 Il Popolo d’Italia, insistiendo en que la nación debía dar la bienvenida a aquellos trabajadores que regresaban del frente, apoyó esta idea alegando que los excombatientes consideraban difuntos a todos los viejos partidos políticos,101 pero el periódico de Mussolini no se mostró explícitamente de acuerdo con el programa democrático y reformista de los veteranos,102 sino que pronto empezó a dar forma a su propia línea política en torno a los problemas de los retornados.
Así, Il Popolo d’Italia se centró en preparar el regreso a casa de los considerados como los «líderes de la nueva Italia» (I quadri della nuova Italia): una casta de oficiales a los que el periódico denominó «trincherarcas» (trincerarchi), un nuevo concepto basado en la previa idea de trincerocrazia y que parecía formulado para ensalzar a aquellos jóvenes que habían comandado tropas. Estos líderes, se decía, habían madurado lentamente durante la guerra, adquiriendo consciencia de nuevos derechos y abriendo sus mentes a nuevos horizontes. Mientras nadie en Italia parecía interesarse por defender los intereses de aquellos 200.000 oficiales, Il Popolo d’Italia se presentó como defensor de sus aspiraciones, y las equiparó al interés general de la nación. Por ello, quienes escribían en el diario mussoliniano exigieron a la sociedad que se «hiciese hueco a la trincerocrazia»; recopilaron sus numerosos agravios y quejas, con las que posteriormente elaboraron un programa que exigía una rápida y eficiente desmovilización; y conectaron las aspiraciones de estos veteranos con el proyecto político de una «Asamblea Constituyente» (la Costituente dei Combattenti). Ya que los trincerarchi habían conducido a las tropas a la victoria (indiquadratori della vittoria), estos debían por tanto liderar la nueva Italia, razón por la cual había que licenciarlos a la mayor brevedad. Ciertos oficiales y arditi que se veían a sí mismos como trincerarchi tendieron a abrazar esta retórica, entendiendo la trincerocrazia como un gobierno formado por veteranos. Por ejemplo, Italo Balbo, en aquella época un joven teniente de los alpini, escribió a Il Popolo d’Italia mostrando su apoyo explícito a la Constituente, como hiceron otros veteranos. Sin embargo, esta Constituente nunca llegó a materializarse y los planes de Mussolini, en línea con los de los grupos nacionalistas e intervencionistas, permanecieron irrealizados.103
En aquel momento, los elitistas arditi eran el único grupo de veteranos adheridos al movimiento de Mussolini. Este les había rendido un tributo entusiasta durante las celebraciones por la victoria del 10 de noviembre de 1918 en Milán, donde declaró que estos soldados representaban los «maravillosos guerreros jóvenes de Italia».104 En septiembre de ese mismo año, el ardito Mario Carli,105 junto con los escritores Marinetti y Emilio Settimelli, habían fundado la revista Roma futurista. Y por aquellos días, espoleados por el discurso futurista revolucionario que proclamaba la «supremacía del combatiente»,106 arditi desmovilizados deambulaban sin control por Milán y otras regiones del norte de Italia agrediendo a civiles, particularmente a socialistas.107 En enero de 1919, algunos de ellos crearon la Asociación de los Arditi de Italia (Associazione fra gli Arditi d’Italia) para expresar el espíritu de estas tropas de asalto. El día 11 de dicho mes los arditi provocaron disturbios particularmente graves en el teatro de La Scala en Milán, que marcaron la desintegración del bloque político intervencionista. En estos incidentes, los mussolinianos atacaron públicamente a aquellos intervencionistas como Bissolati que habían renunciado a algunas de las aspiraciones territoriales del nacionalismo italiano. Entre aquellos arditi inadaptados a vida civil estaba Ferruccio Vecchi, que no tardó en acuñar la noción de arditismo para definir la cosmovisión agresiva y temeraria y el comportamiento violento de su grupo.108 Como vemos, el símbolo de los arditi se convirtió pronto en una clave de la mitología intervencionista y antisocialista.
Siguiendo su propia y particular agenda, el movimiento excombatiente comenzó a expandirse en la primera mitad de 1919. Mientras soldados desmovilizados descontentos se hacían oír con sus protestas en las ciudades del centro y el norte de Italia, la ANC se extendió geográficamente, estableciendo una tupida red de periódicos, así como secciones provinciales y locales.109 Las páginas de Il Popolo d’Italia solían mencionar y comentar brevemente la fundación de células organizativas tanto de la ANC como de la ANMIG, sus asambleas y su incipiente actividad de asistencia social.110 Paralelamente, también fueron surgiendo otras asociaciones de veteranos con amplia variedad de orientaciones ideológicas y dispar implantación territorial.111 En Turín, un grupo de excombatientes formó la Asociación Nacional de Veteranos Zona Operante (Associazione Nazionale Reduci Zona Operante, ANRZO) con un vago programa mazziniano, empleando una retórica revolucionaria pero antibolchevique.112 Otros formaron la Unión Nacional de Veteranos de Guerra (Unione Nazionale Reduci di Guerra, UNRG), que representando las inclinaciones sociales y pacifistas de la Iglesia católica se mantuvo próxima al nuevo Partido Popular Italiano (Partito Popolare Italiano, PPI) y obtuvo mayor seguimiento en las áreas rurales y tradicionalmente católicas como el Véneto.113 Por su parte, veteranos de unidades de élite formaron la Asociación Nacional de Alpini (Associazione Nazionale Alpini) en las regiones montañosas septentrionales, manteniendo un discurso tendencialmente conservador. Todas estas entidades surgieron a partir de la extendida y optimista creencia en el potencial de los excombatientes para cambiar el país, pero también de las preocupaciones y conflictos provocados por el empeoramiento de la situación social y política.
Todavía más importante, el creciente miedo de las clases medias y altas italianas a la expansión del bolchevismo marcó el desarrollo de las asociaciones de veteranos. Al final de la guerra, la tendencia maximalista del PSI, inspirada por la Revolución rusa, devino hegemónica en el socialismo italiano. Por aquellos días, también se creó una asociación socialista para veteranos: la Liga Proletaria (Lega proletaria fra mutilati, invalidi, orfani e vedove di guerra), vinculada al propio PSI.114 Esta asociación se proponía defender los intereses de los excombatientes desde una perspectiva de clase, considerándolos más como víctimas de guerra, junto a inválidos, huérfanos y viudas, que como héroes o exsoldados. En consecuencia, la Liga Proletaria hizo gala de un discurso pacifista y antimilitarista que enfatizaba los horrores de la guerra, representada como una masacre inútil y una locura fratricida. El número de miembros de esta asociación comenzó a crecer progresivamente, fundamentalmente en los bastiones socialistas del norte, y a la altura de la primavera de 1919 superaba los 50.000 afiliados. Los ejemplos de Henri Barbusse y la francesa ARAC sirvieron como inspiración para sus actividades.
Dentro de este agitado contexto de proliferación de grupos de veteranos, el Fascismo emergió formalmente. Il Popolo d’Italia publicó la convocatoria para la fundación de los Fasci di combattimento a comienzos de marzo de 1919, especialmente dirigida a los veteranos –«combatientes y excombatientes» (combattenti, ex combattenti)– y haciendo hincapié en el potencial de estos individuos para expulsar del poder a las viejas clases dirigentes. Agostino Lanzillo urgió a los excombatientes a «intervenir y hacerse con el gobierno del Estado» y establecer inmediatamente un «régimen enérgico» que haría frente al crítico momento que se estaba viviendo.115 Sin embargo, los agitadores de Il Popolo d’Italia no fueron demasiado exitosos, ya que tan solo algunos grupos locales de veteranos mostraron su apoyo.116 Como es bien sabido, el «pintoresco» mitin fundacional del Fascismo, celebrado el 23 de marzo de 1919 en la Piazza San Sepolcro de Milán, pasó prácticamente inadvertido.117 Únicamente asistieron trescientas o cuatrocientas personas, incluyendo intervencionistas revolucionarios, estudiantes y periodistas. Puede que en torno a la mitad de los asistentes fuesen veteranos de guerra, en su mayoría arditi como Ferruccio Vecchi o futuristas como Marinetti. Aparte de radicales y contradictorias proclamas nacionalistas y diatribas antibolcheviques, los fascistas no presentaron ningún programa político coherente, aunque es importante resaltar que lo primero que Mussolini dejó claro fue el apoyo fascista a las demandas de las asociaciones de combattenti.
A lo largo de la primavera de 1919, varios acontecimientos demostraron que oficiales y exsoldados podían constituir una fuerza reactiva contra la izquierda, a pesar de que la abrumadora mayoría de los veteranos de guerra italianos no estaban interesados en unirse a las manifestaciones nacionalistas. Mientras las noticias de la creación de las Repúblicas Soviéticas de Hungría y Baviera, establecidas respectivamente el 21 de marzo y el 6 de abril, circulaban por toda Europa, en Italia proliferaban los periódicos y organizaciones independientes de veteranos de signo diverso. Por ejemplo, los miembros de la minúscula pero abiertamente antibolchevique Unión Nacional de Oficiales y Soldados (Unione Nazionale Ufficiali e Soldati (UNUS)), liderados por un oficial nacionalista llamado Giovanni Giuriati, lanzaron su propio manifiesto el 7 de abril.118 Mussolini era muy crítico con esta dispersión de fuerzas: solo unos días después del mitin en San Sepolcro, llamó a la unificación de todas las fuerzas «nacionales» de veteranos en un único y poderoso organismo que debía hacer frente al peligro interno que veían en el socialismo.119 En Roma, los socialistas convocaron una huelga general el día 10 de abril, pero el mismo día se celebró una contramanifestación de corte antisocialista en la que muchos oficiales del ejército participaron. El futurista y ex ardito Mario Carli se atrevió a afirmar que quienes habían tomado parte en esta marcha antibolchevique habían sido combatientes de toda condición, mostrando así su supuesto espíritu unificado.120 Por fin, el 15 de abril, tras una sucesión de huelgas y manifestaciones similares acaecidas en Milán, los arditi fascistas asaltaron y destruyeron la oficina del diario socialista Avanti!. El uso de armas de fuego y cuchillos en estos enfrentamientos dejó un saldo de cuatro muertos, unos hechos considerados por los historiadores como el primer caso de violencia squadrista.121 La destrucción de las oficinas de Avanti! tendría consecuencias todavía más funestas, ya que se vio sucedida por una serie de violentos ataques a manos de los arditi contra socialistas en diversos lugares.122
Sin embargo, es importante destacar que los perpetradores del asalto a los locales de Avanti! en Milán eran parte de una muy pequeña y radicalizada minoría –aunque excepcionalmente activa– de excombatientes italianos. En este contexto, es paradójico, aunque entendible, que la simple noción de «excombatientes» comenzase a asociarse exclusivamente a un grupo realmente marginal. Si bien es cierto que los veteranos eran un colectivo de individuos extremadamente diverso y heterogéneo, los contemporáneos tenían un limitado abanico de conceptos a su alcance para dotar de sentido a esta pluralidad. Los numerosos miembros del gigantesco ejército italiano albergaban opiniones políticas muy dispares, y las experiencias de desmovilización habían acentuado las contradicciones entre las expectativas de los soldados, por un lado, y las mentalidades de los mandos y oficiales, por otro.
Ciertamente, muchos militares profesionales y antiguos oficiales burgueses esperaban mantener los privilegios obtenidos durante la guerra y recibir el respeto y el honor del país. Igualmente, esperaban y deseaban que la conferencia de paz satisficiera los objetivos nacionales por los que el ejército había luchado. Pronto, no obstante, se sintieron decepcionados por la hostilidad y la frialdad que la nación mostraba hacia ellos.123 Desde el armisticio, los intervencionistas habían demandado que se cumpliesen las promesas hechas en el Pacto de Londres, y que la ciudad «italiana» de Fiume se incorporase territorialmente al país. Furibundos intervencionistas como Mussolini y el grupo de Il Popolo d’Italia, así como los antiguos arditi y los oficiales nacionalistas de la UNUS, despreciaban con violencia a los políticos que «renunciaban» a tales reclamaciones territoriales. Aunque los diplomáticos italianos defendieron las aspiraciones intervencionistas (las promesas del Pacto de Londres más la ciudad de Fiume), estas reclamaciones chocaban con el espíritu wilsoniano que presidía la conferencia de paz, por lo que el resultado de las negociaciones decepcionó a los italianos, que nunca recibirían ni Dalmacia ni Fiume. Este fracaso diplomático se produjo a finales de abril de 1919 y destruyó las esperanzas de fervientes nacionalistas e irredentistas como D’Annunzio, que sintieron que la victoria se había perdido. Aunque el creciente mito de la «victoria mutilada» era solo una media verdad,124 ciertos rumores comenzaron a circular sobre la inminencia de un golpe militar.
Estas elevadas preocupaciones patrióticas ocupaban únicamente las mentes de los veteranos educados de clase media, soldados u oficiales, que habían sido los principales promotores de la intervención en la guerra. Pero por su parte, los veteranos corrientes se mostraban más preocupados por hacer realidad las promesas materiales que habían recibido de parte del Estado italiano. Sin ir más lejos, en el medio rural, las masas de contadini ex combattenti manifestaron su impaciencia ante el incumplimiento de las promesas de reparto de tierras, lo que explica su protagonismo en los motines contra el elevado coste de la vida (carovita) estallados entre junio y julio de 1919 en todo el Mezzogiorno, especialmente en Cerdeña.125 Desde comienzos de dicho año en el Lazio, y durante el verano y el otoño en muchas provincias del Sur (Puglia, Calabria y Caltanissetta), también se produjeron ocupaciones de tierras por parte de veteranos de guerra que aspiraban a una distribución más justa de la tierra, e incluso a la revolución social.126 Aunque en esas manifestaciones no era difícil encontrar excombatientes proletarios ataviados todavía con ropas militares, los socialistas no movilizaron de forma sistemática la figura del veterano para legitimarlas. Fueron más bien los nacionalistas quienes afirmaron su voluntad de recompensar materialmente a cada soldado por su servicio, mientras denunciaban la idea, difundida por los socialistas, de que la guerra y el cumplimiento del deber militar habían sido sacrificios inútiles.127 ¿Cuáles eran las posiciones del movimiento fascista y de la ANC respecto a las masas de veteranos? El historiador Giovanni Sabbatucci señaló acertadamente que los Fasci di combattimento, pese a los esfuerzos de los colaboradores de Mussolini, no fueron capaces de atraer a demasiados excombatientes; la ANC absorbió a buena parte de ellos.128 Esta asociación alcanzó los 300.000 miembros en el otoño de 1919. Su base popular se encontraba en el Mezzogiorno y se componía, por ende, de campesinos, mientras que los veteranos de clase media de las ciudades del norte y el centro del país copaban los puestos dirigentes. Aunque su discurso político dominante adolecía de falta de claridad, definición y dirección, la ANC intentó articular una mayor concreción política. Todos sus veteranos parecían compartir una instintiva actitud antigubernamental y un sentido del patriotismo, fusionados en la idea de «renovación» (rinnovamento). Los líderes y representantes de secciones procedentes de toda Italia se reunieron en el primer Congreso nacional de la ANC, celebrado en Roma entre el 23 y el 28 de junio de 1919. A lo largo de seis días de acaloradas discusiones, los miembros de la organización debatieron un tema central: si la organización debía adoptar una postura política o apolítica. Aunque resultó tremendamente difícil consensuar una posición política compartida por todos, en última instancia el congreso aprobó un programa escrito por un tal Renato Zavataro, que no era sino una clara muestra de las preferencias democráticas y pacifistas de la mayoría de los miembros de la ANC. En definitiva, el congreso puso de relieve la falta de competencia de unos líderes inexpertos y la imposibilidad de definir una ideología política clara para los combattenti.129
Pero el aspecto más fascinante de aquel congreso de excombatientes en Roma fue el intento de los fascistas de imponer su orientación política a la ANC. En los días previos al encuentro, la prensa afirmó que Mussolini y D’Annunzio asistirían, aunque al final solo Mussolini estuvo en la capital. La atmósfera política romana estaba densamente cargada debido a la formación de un nuevo gobierno encabezado por Nitti tras el fracaso italiano en Versalles. Ya en la primera sesión del congreso, Francesco Giunta, un exoficial filofascista e intervencionista venido en representación de los excombatientes florentinos, abogó por la acción violenta contra el recién formado gobierno. Subido encima de una mesa, presentó una resolución (ordine del giorno) radical que llamaba a poner en marcha un gran movimiento insurreccional de inmediato.130 Frente a este intento de organizar en el acto una manifestación de veteranos con el objetivo derrocar a Nitti, la moderación se impuso, siendo la nota dominante del congreso. No en vano, justo tras el fracaso de la iniciativa de Giunta, los excombatientes expulsaron al ardito Ferrucio Vecchi de las sesiones debido a sus declaraciones incendiarias, y cuando Agostino Lanzillo, también presente en las sesiones, argumentó que los veteranos debían hacer uso de su fuerza para hacerse con el poder y establecer «en vez de la dictadura del proletariado, la dictadura de los combatientes» («in luogo della dittatura del proletariato, la dittatura dei combattenti»), la mayoría de los delegados acogió esta declaración con frialdad. En última instancia, vista la falta de simpatía de los líderes de la ANC hacia estos intentos fascistas de atracción, la postura de Mussolini se centraría en destacar los elementos comunes entre el programa fascista y el de los veteranos: «su armonía es absoluta», adujo.131 De igual modo, los arditi también señalaron las similitudes existentes entre su programa y los de la ANC y los Fasci, abogando en favor de una colaboración.132 Pero a pesar de estas evaluaciones exageradamente optimistas, la realidad era que la ANC había reafirmado en el congreso su autoridad y su independencia con respecto a otras organizaciones, particularmente los Fasci di combattimento: el símbolo del excombatiente estaba todavía lejos de ser patrimonio de los fascistas.
LOS EXCOMBATIENTES ANTIBOLCHEVIQUES: UNA APROPIACIÓN SIMBÓLICA
En la primera mitad de 1919, el concepto del veterano todavía no estaba políticamente definido. Pero en la segunda mitad del año, tras la firma del Tratado de Versalles, un proceso de apropiación simbólica consolidó una representación transnacional muy extendida del excombatiente como paradigmático antibolchevique. En Italia, este constructo cultural jugó un papel determinante en los orígenes del Fascismo, aunque esta consecuencia nunca fuese inevitable. En este apartado demostraré que la supuesta orientación antisocialista de los veteranos italianos fue un fenómeno contingente y construido, producto de una larga evolución de los discursos y representaciones promovidos sobre todo por el Fascismo. Al mismo tiempo, mostraré que la adhesión de los veteranos italianos al movimiento fascista fue tan solo un fenómeno relativo. Se trató sobre todo de una construcción discursiva, resultado de un proceso de apropiación simbólica en el que el verano de 1919 fue un momento clave.