Kitabı oku: «Ideología y maldad», sayfa 12
↘ Muchas gracias a usted. Creo que nos ha aclarado mucho sus ideas. Impresionantes estas declaraciones de Eichmann, ¿no les parece?
Freud: Impresionantes, sí. Pero, como psicoanalista, creo que la doctora Arendt no acabó de penetrar a fondo en el psiquismo de Eichmann.
↘ Bueno, ella no era psicoanalista.
Freud: Por supuesto, no lo decía como una crítica. Pretendía señalar, tan solo, que su estudio era meramente descriptivo, no explicativo y que el psicoanálisis tiene algo que decir aquí.
↘ Tiene usted la palabra, pues.
Freud: Gracias. Creo que la conducta cruel, no empática, exhibicionista y narcisista; —recordemos que Eichmann fue un gran fanfarrón que se atribuía ideas que no eran suyas—, esta conducta, decía, y la de muchos otros insertos en regímenes totalitarios, se debe a lo que en psicoanálisis se llama perversión.
↘ ¿Perversión? ¿Pero esto no se refiere a los temas de índole sexual?
Freud: Hoy día el término incluye otras facetas. No puedo entrar en detalles pero nosotros hablamos hoy día de una organización relacional perversa, un modo de funcionar mentalmente que conlleva un estilo particular de relación con uno mismo y con los demás.
↘ ¿Nos puede traducir todo esto, por favor?
Freud: Lo intentaré. Como decía Fromm hace un rato, tenemos necesidades de orientación, raigambre y unidad. Esto explica por qué todos influimos y somos influidos en nuestro pensar y sentir por los demás. Podemos llegar a compartir emociones, pasiones, valores y formas de ver el mundo. Si todo va bien, influimos y nos dejamos influir de un modo ecuánime, suave, por así decirlo. Pero, en según qué circunstancias, esta influencia opera de otro modo. Más rotunda, intrusiva. Nos metemos en la mente del otro o se apropian de la nuestra. La palabra perversión indica que manipulamos al otro, que hacemos que se sienta de un determinado modo. Manipulamos el lenguaje, las emociones, la autoestima.
↘ Le vamos siguiendo, pero pónganos ejemplos, por favor.
Freud: Mire lo que pasa en Corea del Norte, por ejemplo. Un pueblo que actúa como un robot, que no puede, porque no se le permite, pensar, informarse, decidir. Mire lo que pasa en la política actual, cómo se sigue votando a los corruptos una y otra vez. Observe cómo se tolera el capitalismo salvaje y cómo la gente cree que no hay más alternativa que trabajar para hipotecarse y consumir. Se ha impuesto un verdadero pensamiento único, atroz. Mire cómo actúa la publicidad, por ejemplo.
↘ Aquí hay mucha tela que cortar, pero todo esto ¿cómo lo relaciona con el mal y con Eichmann, que es de lo que estamos hablando?
Freud: Eichmann era un tipo con graves carencias afectivas y, por tanto, un gran narcisista. Se dejó dominar por una ideología que le daba sensación de poder, de sentirse, al fin, unido a alguien. Era una ideología sádica, racista y asesina. Y él, a su vez, la aplicó inoculando a los judíos el temor, la indefensión, la despersonalización y la deshumanización. Formó parte activa de un régimen perverso, se relacionó consigo mismo y con los demás como un perverso. El perverso es malvado con los otros. En lugar de emplear el amor, el pensamiento, la confianza, el valor de los otros, se usa el sadomasoquismo, la envidia, la ideología, la suspicacia y el fetichismo; es decir, el tratar a los otros como cosas. Eichmann, por ejemplo, hablaba de trenes cargados con niños, como si se tratase del transporte de una mercancía cualquiera. Jomeini, con total convencimiento, declaró que en la revolución iraní de 1979, nadie había sido asesinado por los revolucionarios, ya que los que fueron ejecutados no eran hombres, sino perros criminales.
↘ ¿Pero esto es una cosa del individuo o de los sistemas?
Freud: Unos y otros se combinan. Cuando hombres como Hitler, Franco, Pinochet o Stalin —en realidad todos ellos unos niños desgraciados y muy carenciados— llegan al poder, por el que sienten predilección dado su sentimiento de impotencia y poca autoestima, pasa lo que pasa.
↘ ¿Nos está diciendo que los grandes tiranos han sido niños carenciados, que su sentimiento íntimo es de impotencia y que por eso sienten ansia de poder?
Freud: Es una hipótesis. Quizás no aplicable a todos los casos, pero sí a los que acabo de citar y algunos más. Mao, Saddam Hussein, Mussolini y algunos otros tuvieron graves carencias emocionales. Aunque la psiquiatría, en algunos casos, diga que son normales, para el psicoanálisis no lo son. Eichmann no era normal, lo normal es usar el pensamiento. Pero esta sutileza mental la psiquiatría de entonces no la supo ver. Tampoco la actual, por supuesto. No hace falta que les recuerde que la psiquiatría contemporánea sufre una obturación intelectual catastrófica y que es una psiquiatría sin mente.
↘ Y decía usted que si llegan al poder pasa lo que pasa ¿o sea?
Freud: Pues que arrastran a un grupo de seguidores y, entre todos, ponen en marcha un sistema dictatorial o totalitario. Poco a poco, a través de proclamas, de un lenguaje manipulado y de apelar a las emociones más básicas, sobre todo en momentos delicados, se somete al pueblo. Este se atemoriza, se deja llevar, mira hacia otro lado y, resistencia aparte, actúa como colaborador. La gente obedece y deja de tener criterio. Ha pasado en todos los totalitarismos, y en menor medida, en todas las dictaduras.
Fromm: Todo esto que usted acaba de decir es muy interesante. Explica los mecanismos psicológicos subyacentes a lo que yo he llamado proceso de conformidad automática. Un mecanismo muy habitual en la mayoría de las personas normales de la sociedad moderna. Se deja de ser y sentir como uno mismo y se adopta el estilo de sentir y hacer que proporcionan las pautas culturales. Por lo tanto, ese sujeto se transforma en un ser exactamente igual a todo el mundo y hace lo que se espera que haga. Eichmann es un ejemplo palmario. No hay diferencias entre las personas y desaparece el miedo a la soledad y la impotencia. Esta persona se ha transformado en un autómata, idéntico a otros millones de autómatas, pagando un precio: la pérdida de su personalidad. Entonces, si actuamos así, podemos tener pensamientos, sentimientos, deseos y hasta sensaciones que, aunque nos parecen nuestros, en realidad, nos han sido impuestos desde fuera. Hoy día, por ejemplo, esto es una obviedad si pensamos en cómo consumimos.
↘ Eso tiene sentido, sin duda.
Zimbardo: Entonces Dr. Fromm, ¿me da usted la razón?
Fromm: De ningún modo.
Zimbardo: Ah, ya me extrañaba, después de las feroces críticas que recibí de su parte.
Fromm: Creo que se las merecía, con todo respeto. Me explico. En el estudio de Milgram se nos dijo que el 65 % de los participantes llegó al máximo de descargas. Me interesa saber qué hizo el 35 % restante.
↘ El Dr. Milgram ya no está al teléfono, pero sabemos que una tercera parte de los sujetos de su experimento se marchó y no quiso participar.
Fromm: Da igual, hablaré solo del trabajo de Zimbardo. En posteriores informes sobre dicho estudio se supo, según el relato de los prisioneros, que hubo diferencias entre los guardianes. Según estos, un tercio de los guardianes se comportó muy sádicamente, otro tercio eran rudos pero justos y el último tercio eran buenos, ya que hacían favores y eran amistosos. Por lo tanto, podemos decir que solo el 33 % de los guardianes se comportaron cruelmente. Creo que esto cuestiona radicalmente la idea de que todos podemos convertirnos en malvados. Hay diferencias personales que marcan eso, diferencias en nuestras reacciones a los sistemas y las situaciones. No todos usamos la conformidad automática, aunque cómo tal existe, sin duda.
Llamada entrante: Buenas, ¿Quién nos llama, por favor?
Bettelheim: Buenos días, soy Bruno Bettelheim.
Freud: Buenos días Bruno. Bruno Bettelheim es un filósofo y psicoanalista austríaco, con una extensa y sugerente obra. De hecho, ya has sido citado en un par de ocasiones en esta tertulia.
Bettelheim: Sí, pero por otros temas. Yo llamaba porque estoy con Fromm. No es cierto que las diferencias individuales no jueguen ningún papel frente al sistema y la situación. Les explicaré por qué estoy convencido de ello.
↘ Adelante, por favor.
Bettelheim: Para mi desgracia, pasé once meses en los campos de Dachau y Buchenwald. Allí, en parte como mecanismo de supervivencia, me dediqué a observar y anotar todo lo que podía sobre la conducta de las personas, guardias y prisioneros. Y no, no todos eran iguales. Los prisioneros no políticos de clase media, que no tenían una ideología o filosofía política o moral que los sustentase, se desmoronaban con frecuencia. Se volvían mezquinos, robaban a sus propios compañeros, pugnaban entre sí, algunos colaboraban con las SS, muchos se deprimieron gravemente. Pero los presos políticos y religiosos, como los Testigos de Jehová, no hacían estas cosas. Se comportaron con mayor resistencia y dignidad. Y le diré más, no todos los alemanes reaccionaron igual frente al nazismo. Todos sabemos que hubo diferentes tipos de resistencia en el interior de Alemania.
Zimbardo: Es innegable. Con vuestro permiso matizo mis afirmaciones anteriores. Digo que las diferencias individuales son muy loables, existen, pero que en determinadas situaciones se reducen y comprimen.
Bettelheim: Pero no desaparecen del todo. Y con esto me despido de los tertulianos.
↘ Gracias por su amable llamada, Dr. Bettelheim.
Zimbardo: No, no desaparecen en todo el mundo. De hecho, en uno de mis libros las menciono profusamente e incluso propongo un estudio del heroísmo muy detallado.
↘ Un tema apenas tocado en los estudios psicológicos, según tengo entendido.
Zimbardo: Ha entendido bien.
↘ Pues es una lástima porque es un tema fascinante que, sin duda, nos puede proporcionar pistas sobre la conducta humana y, conocer sus condiciones, nos permitiría fomentar su aparición. La verdad es que hay héroes, es decir, personas que resisten en las situaciones más adversas. Doctor Zimbardo, ¿qué puede decirnos sobre el tema?
Zimbardo: Pues creo que, de algún modo, el estudio de la maldad y el del heroísmo están interconectados. En primer lugar, si la mayoría de la gente tiene una visión mítica del mal, cómo antes apunté, también hay una visión mítica del héroe.
↘ ¿En qué sentido?
Zimbardo: Se considera al héroe como alguien especial, muy valiente, cómo un superhombre o supermujer.
↘ ¿Y no es así?
Zimbardo: No siempre. La mayoría de héroes de verdad son gente corriente, como usted y como yo, que en un momento dado deciden, de forma voluntaria, actuar de manera positiva y solidaria ante una situación crítica. Son personas ordinarias que han hecho algo extraordinario. Así lo dicen ellos mismos cuando se les recuerdan sus actos: «no he hecho nada más que lo que hubiese hecho cualquiera».
↘ Eso es cierto, porque una vez entrevisté a un joven mallorquín que intentó ayudar a una mujer que era agredida en plena calle. Era un muchacho delgado que se enfrentó a un hombre de 100 kilos de peso. Acabó en el hospital, claro. Decía que había hecho lo normal.
Zimbardo: Eso es. Creo que podríamos equiparar la banalidad del mal de Arendt a la banalidad del heroísmo. No son personas con una disposición interna especial, sino sujetos corrientes que se ven envueltos en unas circunstancias y situaciones, que les impulsan a pasar de la pasividad a la acción; y más que pensar, actúan.
↘ Pero otros sujetos, en las mismas circunstancias, se callan, huyen, no intervienen, se marchan, o como mucho llaman al 112. ¿Me dirá usted que no hay diferencias de personalidad entre unos y otros?
Zimbardo: Pues, lamento decepcionarle pero no, no las hay. O la investigación empírica no las ha encontrado. Los actos heroicos son efímeros e imprevisibles. Otra cosa es el heroísmo crónico, sostenido. Si antes sostuve que cualquiera de nosotros puede convertirse en un canalla, ahora, de modo complementario, sostengo que cualquiera de nosotros puede convertirse en un héroe.
↘ ¿Y no se sabe el cómo y el por qué?
Zimbardo: En general desconocemos la matriz de decisiones que se dan para pasar a la acción y asumir los riesgos que esta comporta, ya sean físicos o sociales. Tenemos algunos datos, pero sería muy complicado entrar ahora en esto.
↘ Ya entiendo, pero en todo caso esto refuerza un tanto la fe en el género humano.
Zimbardo: Es bueno saber que existen personas que se resisten, pero no sé si esto aumenta mi fe en la humanidad, la verdad.
↘ Bien, no tenemos más tiempo y estamos al final de esta interesante charla. Hemos tocado muchísimos temas y no es fácil hacer una síntesis, pero lo intentaré para nuestros oyentes. Les ruego que, si me equivoco en alguna cuestión, me rectifiquen. La agresión es un aspecto innato en las personas y en esto parece que hay coincidencia casi absoluta. Si bien la cultura y otros aspectos puramente humanos, como las necesidades emocionales, la modulan profundamente.
Bandura: No se olvide del aprendizaje.
↘ Y el aprendizaje, claro está. Hemos concluido que la maldad es una actividad humana, que se produce cuando la agresión descarrila y, al parecer, esta puede descarrilar por las emociones, las pasiones, los deseos egoístas y por las situaciones que se dan en un determinado sistema. A su manera, todos ustedes han insistido en que es necesaria una conciencia moral que ayude a encauzar la maldad, pero que las condiciones en las que vive y crece el ser humano son también muy importantes para reducir su acción. Así lo han descrito al hablar de la infancia de los dictadores. De un modo u otro, han insistido en el poder del sistema y las situaciones, tal como decían antes.
Freud: Y las emociones, no olvidemos las emociones.
↘ Cierto, cierto. Emociones, situaciones y sistema se articulan, inevitablemente, de un modo u otro. Sigo con mi resumen. No ha quedado claro que todos podamos convertirnos en seres malvados, pero sí se ha abierto una sombra de duda sobre lo que haría cada uno de nosotros en según qué situaciones. Diría, si me lo permiten, que es preferible no enfrentarse a experiencias que nos pongan a prueba en exceso, no sea que descubramos que algunos de nosotros sí podríamos ser malos. Aunque también podríamos actuar como héroes, sin acabar de entender muy bien el porqué de lo uno o lo otro. Yo creo que, después de oírles, sabemos más del tema, sin duda. Pero seguimos un tanto desconcertados ante lo que aún ignoramos, que no es poco. Desde luego, ha sido un debate tan interesante como extenso. Esperamos que nuestros oyentes lo hayan disfrutado. Así parece por el gran número de llamadas que hemos recibido, muchas de las cuales no han podido entrar en antena. Los oyentes quedan emplazados a nuestro próximo programa. Muchas gracias por su atención.
Suenan las señales horarias de las dos del mediodía.
Referencias bibliográficas
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Segunda parte Violencia virtuosa – traumas intencionales
Para Burgaya (2014), las ideologías son una combinación de teorías explicativas y valores normativos sobre la construcción de la sociedad, capaces de movilizar a la gente para defender una determinada concepción de la política, la sociedad y la economía, ya sea para transformarlas o para mantenerlas. Joy (2010) propone una definición más simple, pero muy efectiva: una ideología es un conjunto compartido de creencias, además de las prácticas que reflejan dichas creencias.
La ideología, nos dice Arteta (2010), es un intento de interpretar la condición humana o una situación particular. Gracias a la ideología los sujetos, sean pocos o muchos los que la compartan, se orientan en sociedad, se sienten unidos, se saben poseedores de una identidad y viven en la ilusión de una unión fraternal. La ideología, además, señala a quien la profesa, que su vida y su conducta buscan un fin determinado, siempre noble y elevado, y que están insertas en una empresa que posee una justificación aceptable o racional.
Para Torres (2007) la ideología, tal como la hemos definido con anterioridad, nos influye a diario y, al vivir según la misma, reproducimos las condiciones del mundo, sus instituciones y prácticas. Entonces, señala el autor, la ideología nunca es neutra, sino que toma parte en las relaciones de poder que gobiernan toda sociedad.
Si tenemos en cuenta todo lo dicho hasta aquí, no es de extrañar que a causa de la obediencia a ciertas ideologías, como ya hemos comentado, se hayan cometido innumerables crímenes contra la humanidad.
Como escribe Armengol:
Por mi parte, me atrevo a formular que los peores males, los grandes males que la humanidad ha debido de soportar no están generados por lo sentido, las pasiones y los apetitos sino por lo pensado, lo pensado por las diferentes ideologías y creencias, lo creído, lo expuesto por diferentes doctrinas que justifican y amparan los males. […] Serían grandes males, dolores y daños todos ellos justificados en nombre del bien para la comunidad, en realidad para la parte de la comunidad que se hacía con el poder: las guerras de conquista, la esclavitud, la mutilación genital femenina, el sometimiento de la mujer, la Inquisición, el terror durante la Revolución Francesa, la explotación hasta el siglo XXI de los niños que debían trabajar hasta doce horas al día, el sufrimiento causado por el colonialismo en África, el nazismo y el holocausto, las diferentes versiones del comunismo: estalinismo, maoísmo, el polpotismo en Camboya, etc.1
Sin duda, la mayoría de las maldades se han cometido en función del axioma que reza «el fin justifica los medios». Todos los dirigentes políticos, emperadores, reyes, conquistadores, líderes religiosos, especuladores, mafiosos, iluminados y personajes similares, responsables primeros y últimos de las atrocidades más salvajes, consideraron que hacían lo debido, bajo el amparo de unas ideas sentidas como superiores o sagradas, tal como señalamos, en el capítulo 3, como tercera estrategia de justificación. Imperialismo, colonialismo, cruzadas, totalitarismos, dictaduras, guerras y todo tipo de conflictos ,han segado la vida de millones de seres humanos a lo largo de su devenir y han sembrado de pánico, terror y crueldad los suelos del mundo entero sin excepción. El siglo XX nos ha enseñado, dice Maalouf (1998) que ninguna doctrina es por sí misma necesariamente liberadora y que todas pueden caer en desviaciones o pervertirse. Todas tienen las manos manchadas de sangre.
El vínculo entre ideología y violencia, sobre el que ya hemos insistido y lo seguiremos haciendo, ha sido analizado, desde una nueva perspectiva, en el trabajo de Fiske y Rai (2015), y ha germinado en el concepto de «violencia virtuosa», ya citado en el capítulo 3. La idea no es nueva, desde luego, pero la explicación a la misma y sus aplicaciones sí aportan matices novedosos. El punto de partida, tantas veces repetido y compartido por todos los autores, es el de que la inmensa mayoría de las personas que matan, hieren o perjudican a otros no lo hacen por placer o por puro egoísmo, sino motivados por una conciencia de superioridad moral. Se practica la violencia porque se siente que se tiene que hacer, que es lo obligado, lo justo, lo aplaudido o tolerado y lo necesario.
En sus propias palabras:
La mayoría de la violencia está moralmente motivada […]. La gente se ve impelida a usar la violencia cuando siente que para regular ciertas relaciones sociales es necesario, natural, legítimo, deseable, admirado, tolerado y éticamente gratificante, imponer un sufrimiento o la muerte a los otros… […] nuestra tesis es que la gente está moralmente motivada a usar la violencia para crear, conducir, proteger, rectificar, finalizar relaciones sociales con la víctima o con otros2.
Desde luego, esto no siempre es así y, por ello, denominan «violencia inmoral» a aquella que no tiene por objetivo los citados antes. Cuando la violencia se ejerce con fines puramente individuales, psicopáticos o egoístas, sin relación con la estructura de relaciones sociales de la cultura en la que se vive, no se puede aplicar el concepto de violencia virtuosa. Una violencia que, dicho sea de paso, los autores no justifican en absoluto, aunque la conceptualicen de este modo. Si así lo hacen, es porque se sitúan en la perspectiva de quien la ejerce, es decir de quien usa uno o más de uno de estos modelos de interacción social para justificar sus actos violentos y tenerlos por virtuosos.
La violencia virtuosa, como se ve con lo dicho hasta aquí, se vincula con los modelos de relación social que se desean mantener y, a su vez, lo que los autores rotulan como «moral» tiene que ver con estos modelos. ¿Cuáles son estos modelos? Aunque cada cultura puede mostrar sus particularidades, la tesis principal es que hay 4 modelos relacionales que son universales. Estos modelos son empleados por las personas para generar acciones, interpretarlas, coordinarlas, planificarlas, evaluarlas y, en definitiva, para pensar y actuar sobre la mayoría de sus interacciones sociales. Vendrían a ser como una especie de código de circulación relacional, necesario para deambular por la vida social. Si algo perturba este código puede aparecer la violencia. Al mismo tiempo, los modelos ofrecen un marco de referencia moral cuando se decide, para protegerlos o restaurarlos, ejercer la violencia. Los 4 modelos son:
1) Comunalidad. Cuando sentimos a determinadas personas como pertenecientes a nuestro grupo los vemos como iguales y equivalentes a nosotros mismos y, por tanto, nos sentimos obligados a mantener la cohesión grupal y a velar por el bienestar del grupo. La esencia moral derivada es la idea de unidad. Esto es obvio en familias, equipos, hermandades, empresas, universidades, gremios, nacionalidades, etnias y todo tipo de organizaciones humanas. Es la base de los procesos de diferenciación ellos versus nosotros, o nosotros versus los otros. Si, por los motivos que sea, se siente que los otros ponen en peligro la unidad, bienestar, continuidad, pureza, igualdad o derechos del endogrupo, puede aparecer la violencia para contrarrestar esta amenaza. Cualquier acción será bien vista para defender el valor moral superior de la unidad y todo estará moralmente justificado3. De algún modo el mandato «no matarás», se lee como: «no matarás a ninguno de los tuyos, pero sí puedes hacerlo con alguien que no lo es, y si ello nos protege o defiende, serás recompensado». Factor que podría ayudar a entender la aquiescencia que las comunidades muestran frente a las actitudes hostiles de algunos de sus líderes o miembros, como se comentará cuando hablemos del «mal consentido». Los genocidios, por ejemplo, se articulan, como veremos, en gran medida, en función de estos supuestos.
2) Autoridad y jerarquía. Toda sociedad se organiza, consciente e inconscientemente en un ordenamiento lineal de tipo jerárquico y todos sus miembros ocupan un lugar en dicho orden, lugar que puede variar según la edad y circunstancias. Pensemos en las categorías sociales de menor versus adulto, jefe versus empleado, estudiante versus profesor, policía versus ciudadano, paciente versus doctor y tantos otros, y nos percataremos de que la idea de jerarquía es más omnipresente de lo que parece, incluso en las sociedades más democráticas e igualitarias. Aquí el motivo moral que se activa es el de la jerarquía. Esta debe mantenerse y defenderse porque aporta beneficios a la sociedad. De abajo a arriba se obtiene respeto, obediencia y orden social; y de arriba a abajo implica responsabilidades de los superiores respecto a los subordinados tales como: protección, guía, cuidado, atención y medidas similares. Tal valor moral conlleva, por ejemplo, que se considere legítimo, moralmente aceptable y justificado que se emplee violencia contra los subordinados díscolos y que la violencia de los inferiores contra los superiores sea reprimida con severidad y castigada. Esta violencia, destinada a mantener, restaurar o preservar el orden jerárquico, no es, dicen los autores, una cuestión de puro poder o de coerción, como podría parecer. Se trata de mantener un factor de relación social implícito y aceptado por la cultura en la que se vive. La historia está plagada de violencia ejercida por soberanos contra súbditos, de adultos contra niños, de hombres contra mujeres, de policías contra manifestantes, de gobernantes contra ciudadanos y demás relaciones asimétricas, en las que el perpetrador se cree moralmente justificado a usarla para imponer su voluntad. En el caso de la tortura, por ejemplo, suele actuar este supuesto legitimador. La idea es que la víctima, con sus actitudes resistenciales pone en duda la autoridad auténtica, sea esta la que sea. Además, se considera al torturado culpable de violar también el primer modelo relacional, el de la unidad; ya que se es calificado como un elemento peligroso de cara a la cohesión del grupo, tal y cómo relataremos en el capítulo 6. Por último, para el torturador su trabajo es virtuoso, ya que aplica sobre su víctima una derivación, la del ojo por ojo, del tercer modelo relacional que veremos a continuación, es decir el modelo de la igualdad.
3) Igualdad. Aunque la sociedad este organizada jerárquicamente también conlleva de modo implícito el concepto de equidad, reciprocidad, solidaridad, justicia e igualdad. Todos los miembros de la sociedad lo usamos cuando nos ofrecemos y nos exigimos unos a otros un trato igualitario. El valor moral viene representado en este caso por la igualdad. En la cola del supermercado o la gasolinera aplicamos este modelo; cuando sentimos que hombres y mujeres deben tener igual salario por igual trabajo también lo hacemos; cuando pagamos impuestos que son usados para bienes comunitarios ocurre lo mismo. La igualdad nos mueve a devolver favores, pero también a aplicar venganzas tipo «ojo por ojo y diente por diente», en un intento de resituar el fiel de la balanza desequilibrada. El terrorismo actual, qué duda cabe, ha entrado en una espiral de ataques y acciones de represalia, que se encuadran a la perfección en este modelo de igualdad. En la mente de cortas luces de los yihadistas hay que destruir Occidente por el trato que este les ha infligido durante siglos. Y en el pensamiento de algunos líderes occidentales, también de escaso alcance, hay que acabar con la yihad por lo que esta nos hace sufrir, como si derrotarla militarmente fuese la solución del problema. Fiske y Rai (2015) citan una caso grotesco de aplicación de este valor de igualdad: un tribunal de Arabia Saudí pretendía condenar a un hombre, culpable confeso de causar una parálisis a otro, a que su médula espinal fuese seccionada quirúrgicamente en un hospital.