Kitabı oku: «Ideología y maldad», sayfa 13

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4) Proporcionalidad. En las relaciones sociales todos empleamos una dinámica parecida a la que marca los precios de los productos en los mercados. Es decir, usamos un principio de proporcionalidad entre costes y beneficios de nuestras acciones. El criterio moral aquí es la proporcionalidad, aunque bien podría llamarse de utilidad. Esperamos ser recompensados en función de nuestros esfuerzos y si hemos de ser castigados se supone que el castigo ha de estar acorde con la falta cometida. En este marco moral se considera moralmente correcto emplear la violencia si los beneficios que se obtienen superan a los costes. Suele ser una violencia no usada de modo directo por los perpetradores sino a través de agentes delegados. Es una violencia estudiada y planificada por expertos, que calculan el precio a pagar, los daños colaterales y los ratios de coste /beneficio. Los autores proponen los bombardeos atómicos sobre Japón como ejemplo de este último tipo de modelo justificativo de violencia.

A lo largo de los siguientes capítulos el lector podrá asistir al despliegue de múltiples formas de violencia relacionadas con la ideología y consideradas, por sus agentes, como plenamente justificadas en diferentes sentidos. Si la violencia es sentida como algo virtuoso por quien la practica ello explicaría, en gran medida, su presencia (interminable en la historia); su persistencia (se repite una y otra vez); su intensidad (con crueldad fuera de todo límite) y su alcance (millones de personas en extensas zonas del planeta). Si la violencia de Mr. Hyde es sentida como una acción cargada de un noble sentido superior por el Dr. Jekyll entonces la posibilidad de contenerla, o apaciguarla un tanto, se desvanece, y ya solo queda un grupo de desventurados: las víctimas.

Al modelo propuesto por Fiske y Rai (2015), centrado en las relaciones o esquemas sociales, cabe añadirle su contrapunto psicológico. Para ejercer el mal en nombre de una ideología es necesario que los perpetradores del mismo, puesto que en su inmensa mayoría no son psicópatas, empleen una serie de mecanismos de defensa que les permitan obviar sus propias barreras morales o incluso sus sentimientos de asco o repugnancia ante la visión del cuerpo herido, sangrante o mutilado de un ser vivo.

En cada uno de los capítulos siguientes veremos con más detalle estos mecanismos, pero a efectos introductorios los podemos resumir en lo que Joy (2010) denomina «tríada cognitiva»4. Para esta autora la cosificación —percibir a un ser vivo como un objeto inanimado, como a una cosa—; la desindividualización —ver a un sujeto exclusivamente en función de su identidad grupal, como miembro de un todo, sin más matices—; y la dicotomización —separar a los demás en función de categorías distintas y opuestas a las propias (en definitiva, establecer una clasificación ellos versus nosotros)—, son los tres mecanismos fundamentales para que un sujeto pueda tratar a otro, u otros, con una maldad inusitada. Como decíamos, insistiremos sobre cada uno de estos puntos, mencionados a veces de diferente modo, en todos y cada uno de los siguientes capítulos de esta sección.

Otro de los factores a tener en cuenta a la hora de analizar cómo reaccionamos ante la maldad, seamos testigos o agentes, tiene que ver con la cifra de víctimas. Slovic (2007) señala que la mayoría de las personas se preocuparían y harían un gran esfuerzo para rescatar a las víctimas individuales de una situación comprometida o peligrosa, pero que esas mismas buenas personas, se suelen mostrar insensibles si son muchos los implicados en tal situación. El llamado «efecto de víctima identificable» implica que estamos mucho más dispuestos a ayudar a las víctimas identificadas que a las no identificadas, aunque figuren en estadísticas que nos señalan que un gran número de personas ha sufrido, o está sufriendo, un tremendo daño. Slovic concluye que las estadísticas de los sufrientes, sin importar cuán grandes sean las cifras, no logran transmitir el verdadero significado de las atrocidades. Los dígitos estadísticos no logran despertar nuestras emociones y, por lo tanto, no activan las respuestas morales, ni nos motivan a la acción. En algunos de los temas que tocaremos a continuación, especialmente los abordados en los capítulos dedicados a los totalitarismos, los genocidios y las masacres, el número de víctimas es enorme, y el factor numérico, que, como hemos visto, no permite la identificación personal de las víctimas, puede jugar un papel muy relevante en el consentimiento colectivo de tales tropelías.

En el capítulo 5, el primero de esta parte, revisaremos los conceptos de totalitarismo y dictadura y estudiaremos dos de sus apéndices letales: la policía secreta y los campos de concentración. Intentaremos comprender qué pasa por la mente de los sátrapas y de los súbditos a ellos sometidos.

En los cinco siguientes capítulos de nuestro periplo, describiremos y trataremos de ver con más claridad entre las brumas del horror derivado de: la tortura [6]; los genocidios [7]; las masacres [8]; la «fabricación» de niños soldado [9]; y la violencia sexual como arma de guerra [10]. Es decir, de los llamados «traumas intencionales» (Sironi, 2007).

Cuesta creerlo, pero como se verá en nuestro estudio, los autores de tales riadas de dolor también justifican sus acciones.

Antes de entrar en materia, sin embargo, aclararemos el interesante concepto de trauma intencional, puesto que el mismo preside esta segunda parte de nuestro texto.

Definir en qué consiste un trauma no es tan fácil como parece a simple vista. Echeburúa (2004) distingue entre suceso traumático —desde la perspectiva del estímulo propiamente dicho— y trauma —desde la respuesta del sujeto—. Por suceso traumático entiende un acontecimiento negativo e intenso que surge de forma brusca, que resulta inesperado e incontrolable y que, al poner en peligro la integridad física o psicológica de una persona que se muestra incapaz de afrontarlo, tiene consecuencias dramáticas para la víctima, especialmente de terror e indefensión. El mismo autor considera trauma la reacción psicológica derivada de un suceso traumático.

Es una definición interaccional que implica tanto la valoración del estímulo como la de la respuesta del sujeto. En este sentido, se considera que un trauma se da cuando un individuo se ve envuelto en hechos que representan un peligro real para su vida o cualquier otra amenaza para su integridad física; o bien cuando se es testimonio de un acontecimiento donde se producen muertes, heridos, o existe una amenaza para la vida de otras personas. A ello se añade la idea de que la respuesta del sujeto a este acontecimiento es de temor, desesperanza y horror intensos, ya que el evento o eventos en cuestión superan la capacidad de respuesta de la persona y sus mecanismos habituales de afrontamiento y defensa.

Los sucesos traumáticos y los traumas, claro está, pueden ser accidentales o provocados; algunos, incluso, provocados de forma intencional. Aquí entra en juego la definición de trauma intencional de Sironi (2007). Esta autora, con un interesante enfoque que denomina «psicología geopolítica», describe las emociones políticas. Son aquellas inducidas por sucesos de naturaleza política, —terrorismo, ideologías, guerras, torturas—; social —conflictos, fractura social—; cultural —antagonismos— o religiosa —hegemonías, fanatismos—. Estas emociones se pueden desencadenar por medios pacíficos o no, pero siempre tienen que ver con la polis, y estructuran los modos de pensamiento de las personas. El trauma intencional es una forma violenta de implementar en la población y los individuos este tipo de emociones.

En resumen, se trata de un trauma deliberadamente ocasionado a una persona, o a un colectivo, cuyos artífices operan amparados bajo una ideología o un sistema, dotado de intencionalidad. Entre las diversas intenciones se cuentan las de afiliar, someter, controlar, deshumanizar o destruir a un determinado sector de la población; en definitiva obtener una transformación del ser. La maldad actúa, en este tipo de propósitos, con el fin de dispersar el terror entre los colectivos a los que se dirigen estos traumas. Así el concepto de trauma intencional señala al mismo tiempo el proceso y lo que este produce.

El trauma se ejecuta mediante diversas tácticas, como la violación sistemática de mujeres y niños, la fabricación y empleo de menores soldados, las masacres, los ataques a símbolos culturales y religiosos, los genocidios y la tortura. Todas estas formas de trauma intencional serán revisadas en esta segunda parte de nuestro texto.

Si tan solo la mera lectura de estas escenas ya estremece, se alcanza la quintaesencia de la vergüenza ajena —y propia— cuando se contempla cómo una gran parte del mundo y sus dirigentes más poderosos asiste impertérrito a la obra completa, sin apenas mediar para poner fin a estos pináculos de la crueldad. Parece evidente que los grandes líderes mundiales y los organismos internacionales están más ocupados en velar por sus posiciones de poder y echar cuentas sobre los beneficios económicos de la acción del hipercapitalismo, que justifican en base a la idea de comunalidad, que en asegurarse de que la humanidad sea digna de tal nombre. Entraremos a fondo en esta última cuestión en la tercera parte de nuestro texto. Allí estudiaremos las consecuencias y síntomas de lo que hemos denominado como «crisis contemporáneas».

Nuestro trayecto en esta segunda parte del texto será profundo, pero no exhaustivo. Podríamos entretenernos, y no poco, en los males derivados del colonialismo; un estilo de expansionismo que fue, y sigue siendo en sus formas más modernas, presidido por la brutalidad, la humillación y la deshumanización del indígena. Pero no lo haremos, por cuestiones de espacio y por considerar que muchas de las cuestiones revisadas en los capítulos señalados pueden ser aplicables al mismo. En este sentido, el capítulo 11, que queda fuera de esta segunda parte, puesto que versa sobre el neoliberalismo actual, viene a ser un relativo compendio del colonialismo vigente en la actualidad.

Completo o no, el recorrido que se nos plantea es, qué duda cabe, un itinerario tan siniestro como imprescindible para encarar el rostro desatado de Mr. Hyde. Cuestiones arduas pero ineludibles a la hora de evaluar la conducta individual y colectiva de eso que hemos convenido en llamar humanidad: nuestra especie, de la que tanto esperamos, pero a la que tanto tememos, y con razón.

Referencias bibliográficas

 Armengol, R. (2018). La moral, el mal y la conciencia. El poder de las ideologías en la formación de la conciencia moral.Barcelona: Carena.

 Arteta, A. (2010). El mal consentido. Madrid: Alianza.

 Beck, A. T. (1976). Cognitive therapy and the emotional disorders. New York: International University Press.

 Burgaya, J. (2014). Economia de l’absurd. Quan comprar més barat contribueix a quedar-se sense feina. Valencia: Tres i Quatre.

 Echeburúa, E. (2004). Superar un trauma. El tratamiento de las víctimas de sucesos violentos. Madrid: Pirámide.

 Fiske, A. P. y Rai, T. (2015). Virtuous violence: Hurting and killing to create, sustain, end, and honor social relationships. New York: Cambridge University Press.

 Joy, M. (2010). Why we love dogs, eat pigs and wear cows. Newburyport: Conari Press. Traducción castellana: Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas. Pozuelo de Alarcón: Plaza y Valdés, 2013.

 Maalouf, A. (1998). Les identités meurtrières. París: Grasset & Fasquelle. Traducción castellana: Identidades asesinas. Madrid: Alianza, 1999.

 Sironi, F. (2007). Psychopathologie des violences collectives. París: Odile Jacob. Traducción castellana: Psicopatología de la violencia colectiva. Madrid: 451 Editores, 2008.

 Slovic, P. (2007). “If I look at the mass I will never act: Psychic numbing and genocide.” Judgment and Decision Making, 2, 79-95.

 Torres, B. (2007). Making a killing. The political economy of animal rights. Oakland: AK Press. Traducción castellana: Por encima de su cadáver. La economía política de los derechos animales. Madrid: Ochodoscuatro, 2014.

5. Los regímenes del terror


Mao …… 60 000 000
Stalin …… 12 000 000
Hitler …… 12 000 000
Lenin …… 5 000 000
Pol Pot …… 1 700 000
Hoxha …… 1 500 000
Kim Il-sung …… 1 300 000
…… 93 500 000

A lo largo de la historia ha habido diferentes y variadas formas de gobierno, pero no siempre los gobernantes han velado por el bienestar de sus pueblos. Desde las ciudades estado de los sumerios, hasta las modernas democracias actuales, la humanidad ha experimentado, y sufrido, formas de gobierno de lo más diversas: monarquías, tiranías, teocracias, oligarquías, timocracias, democracias antiguas, repúblicas, feudalismos. En ninguna de estas variedades de gobierno ha faltado, en una u otra medida, la violencia como factor de control, cambio u ordenamiento político. Pero, si nuestro propósito es hablar del mal derivado de las ideologías no cabe duda que, para empezar, debemos centrar nuestro estudio en el totalitarismo, primordialmente, y en las dictaduras de modo secundario.

Ambos encarnan, sin lugar a duda, diversas manifestaciones de la denominada «violencia organizada de tipo político», ya mencionada en el capítulo 1. En este contexto, violencia y maldad se acompañan, invariablemente, de su intento de justificación. No hay déspota que no razone sus acciones.

Grundy y Weisntein (1974) presentan un abanico de los diferentes tipos de justificaciones de la violencia política empleadas a lo largo de la historia. Unas son de tipo legitimista y justifican la violencia porque desean proteger o quebrar un determinado orden normativo. En este tipo de justificación caen todos los terrorismos. Otras son de tipo expansionistas: la violencia se considera justificada como un medio para imponer un orden normativo considerado superior. La cristiandad embarcada en la misión civilizadora de las cruzadas, el nazismo, la guerra del Vietnam, el apartheid sudafricano o la política de EE. UU. desplegada en Sudamérica en los años setenta, podrían ser ejemplos en los que se han usado este tipo de justificaciones. El tercer tipo de justificaciones son las pluralistas. En estas, la violencia política se explica como un medio de conseguir el derecho de un grupo a tener su propio orden normativo. El terrorismo de ETA, el separatismo kurdo frente a la dictadura turca o las guerras de liberación coloniales serían ejemplos palmarios de este tipo de razonamientos. Dentro de este tipo de justificación también encontramos la de destacados intelectuales, como por ejemplo, Arendt, que propuso crear un ejército judío contra Hitler (Bernstein, 2013), o Fanon, que justificó el uso de la violencia contra la dominación colonial (Fanon, 1961).

La cuestión que queremos destacar aquí, independientemente de las justificaciones que se aleguen, es que dictaduras y totalitarismos han empleado la violencia y el terror como medio de alcanzar, mantener y extender su poder sobre las sociedades que han dominado. Unos y otros han sido grandes gestores de la maldad. En el caso de los totalitarismos, de una maldad sin parangón en la historia de la humanidad.

No obstante, cabe reconocer que totalitarismo y dictadura no son idénticas formas de gobierno. Ambas son maneras autoritarias de regir la sociedad, pero difieren en algunos puntos que merecen ser señalados, en la medida en que sus diferencias acabarán por delimitar sus acciones violentas y malvadas sobre la población dominada y/o sobre otras naciones y territorios. A esta diferenciación dedicaremos el apartado siguiente.

1. Totalitarismos versus dictaduras

Para que un régimen sea considerado como totalitario se han de cumplir las condiciones del llamado «síndrome totalitario» (Forti, 2001)2:

1. Una ideología oficial, que han de asumir todos los miembros de la sociedad. Esta ideología se caracteriza por:

A. Es milenarista. Hitler (Alemania, 1933-1945)3 creía que el Tercer Reich duraría mil años. En Corea del Norte no rige el calendario gregoriano sino el juche, que se inicia con el nacimiento de Kim Il-sung (Corea del Norte, 1948-1994). Además, pretende explicarlo todo, el pasado y el presente, así como profetizar un futuro. Para Hitler su ideología era una «infalible teoría del mundo».

B. Se presenta como salvadora y es paternalista. Promete la realización plena de la sociedad. Educación, salud, seguridad, vivienda, alimentación, prosperidad económica, todo quedará resuelto por el régimen. La filosofía juche afirma textualmente: «Los integrantes de la joven generación viven sin tener nada que desear en el mundo, sin conocer las penas»4. Este país se autoproclama: «paraíso socialista» (Mateos, 2006).

C. Se dota de pretensiones científicas. La teoría de la selección natural y la genética justificaban, para el nazismo, su racismo, su antisemitismo, su persecución de los gitanos y la eugenesia de enfermos, deficientes y homosexuales. El materialismo dialectico era para Stalin (URSS, 1922-1953) la base de su «jefatura correcta», en sus propias palabras. Como la ideología está basada en las leyes (naturales para los nazis; históricas para los comunistas) nada podrá detenerla y siempre será más poderosa que las fuerzas meramente humanas.

D. Pretende implantarse en toda la sociedad. Su objetivo es generar una ciudadanía sin clases, absolutamente homogénea, sin pluralismo alguno. La diferencia y toda variación de la norma es objeto de persecución. Hitler buscaba una comunidad de criaturas física y moralmente homogéneas. Mao (China, 1949-1976), implantó, por la fuerza, las comunas y eliminó la propiedad privada. Pol Pot (Camboya, 1975-1979), abolió, entre otras cosas, el dinero, el matrimonio, las ceremonias religiosas y las viviendas tradicionales familiares. También separó a los hijos de sus padres para darles una educación colectivizada.

E. Impone una imagen de organización social. Crear una imagen de la sociedad que supuestamente coincide con las exigencias de la población, con el argumento de que el partido está legitimado «desde abajo». Todos los norcoreanos deben llevar un broche con el rostro de su líder (Mateos, 2006).

F. Define lo legal y lo moral. Siempre en base a sus directrices, sin ninguna otra consideración. Para Himmler: […] el antisimetismo es exactamente lo mismo que el despiojamiento. Desembarazarse de un piojo no es una cuestión de ideología. Es una cuestión de limpieza… Pero, para nosotros, la cuestión de la sangre es un recordatorio de nuestro propio valor, de lo que es realmente la base que mantiene unido al pueblo alemán5.

G. Exige lealtad total. Lealtad que debe ser incondicional e inalterable, que deje fuera de la experiencia toda forma de pensamiento, reflexión o intento de comprensión de lo que uno hace. «Mi honor se llama lealtad», era el lema de las SS de Himmler.

H. Domina y planifica. Somete a la población en todos los aspectos: natalidad, crianza, educación, matrimonio, relaciones sexuales, relaciones interpersonales, trabajo, economía, lugar de residencia, acción colectiva y política, gustos y hobbies, etc. Se trata de una ingeniería social destinada a transformar completamente la sociedad (Makino, 2001).

I. Se considera un movimiento. Piensa que siempre está en marcha y, además, con afanes expansionistas. El poder es un medio para alcanzar los fines del movimiento. El Estado era, para Hitler, solo un medio para la conservación de la raza, y para Stalin un instrumento de la lucha de clases (Arendt, 1951). El movimiento no puede detenerse nunca; tanto interna como externamente, ha de expandirse sin fin.

J. Se proclama revolucionaria. Se considera portadora de una nueva ideología que busca un innovador estilo de ser humano, de relaciones sociales, de economía y de modo de vida. Por ejemplo, Göbbels hablaba del nazismo como de una «revolución total» que transformaría todas las esferas de la vida desde la base. Hitler concebía el nacionalsocialismo como una voluntad de recrear la humanidad. Para los Jemeres Rojos de Pol Pot el objetivo era una «revolución social de carácter total», en la cual todo lo del pasado se consideraría anatema y tendría que ser destruido (Brum, 2011), incluyendo libros, piezas artísticas, ropas de colores, instrumentos musicales, costumbres culinarias, para partir del Año Cero en la creación de una nueva sociedad (Glover, 1999).

2. Un régimen totalitario se caracteriza también por un partido único, de masas, con una ideología que no se discute, sino que, por el contrario, se debe propagar y promover por doquier. Este partido lo dirige un jefe absoluto y está por encima del Estado. El partido y el jefe no rinden cuentas a nadie.

3. El Estado parece fuerte, pero en realidad no lo es. Queda desdibujado al superponerse y duplicarse (Arendt, 1951) los distintos centros de poder —partido, burocracia, policía secreta, militares, jueces que, en ocasiones, se contradicen— y acaban sumidos en la ineficiencia y el caos. Todo recae, entonces, en el líder, que gobierna de modo absolutamente arbitrario y discrecional. La voluntad del líder es la voluntad del partido y es la ley. «No es el Estado el que nos manda, sino que nosotros mandamos al Estado», dijo Hitler6. El ciudadano queda desprotegido y, a diferencia de la dictadura, no dispone de órganos a los que poder peticionar o protestar.

4. También implica la presencia de un líder absoluto respecto al cual:

A. Indispensable. Se tiene la sensación de que sin él nada sería posible y el Estado se iría al garete. Por ejemplo, para la filosofía juche el líder es: «el centro del sujeto de la revolución, el cuerpo socio-político y ocupa una posición destacada insustituible por nadie»7. Stalin y Hitler lograron instaurar la convicción de que sin ellos todo quedaría perdido de inmediato (Arendt, 1951) y, consiguieron, mediante la selección de personal, por así decirlo, que se los considerase imprescindibles.

B. Culto a la personalidad. Se le rinde un culto extremo a su personalidad. Stalin, que presumía de modesto, fue llamado, o se hizo llamar: Genio universal; Padre de los pueblos; Sabio e inteligente jefe del pueblo soviético; Mejor líder militar de todos los tiempos». Hitler era el Führer —jefe, conductor, líder— y Mussolini (Italia, 1922-1943) el Duce —guía—. Kim Il-sung es considerado como Presidente eterno de la república, Sol del siglo XX, Abuelo de todos los coreanos. «Enaltecerle para siempre es el sublime deber», reza uno de los documentos del partido (Mateos, 2006). Ceaucescu (Rumania, 1967-1989) se autodenominó Conducator —conductor—. Sol rojo y Gran timonel fueron los epítetos dedicados a Mao.

C. Infalibilidad. Se lo considera infalible. No solo por su inteligencia sino por la interpretación correcta de las fuerzas de la naturaleza (Hitler), de la historia (Stalin, Mao) o de la voluntad divina (teocracias). El sentimiento colectivo es que solo el líder sabe lo que está haciendo.

5. Empleo del adoctrinamiento en diversas acciones:

A. Omnipresencia. Se dirige a toda la población, empezando por los escolares, los universitarios, y acabando en las masas. El ejemplo más palmario radica en los manuales educativos para niños de primaria, diseñados por las autoridades nazis. En los mismos, con bellas viñetas coloreadas, se fomentaba de forma descarada el odio hacia los judíos8. En la España franquista, una dictadura más que un totalitarismo, se enseñaba en las escuelas la asignatura «Formación del Espíritu Nacional».

B. Notable uso de la propaganda. Esta suele dirigirse tanto al exterior como al interior del sistema totalitario. Göebbels colocó altavoces en espacios públicos para difundir proclamas y noticias del partido. En la actualidad destaca la actividad incesante de Cao de Benós, a favor del régimen de Corea del Norte. Los desfiles y los actos masivos son elementos muy apreciados por los líderes.

C. Monopolio de la información. Control monopolístico de los medios de comunicación e información de masas. En la Alemania nazi se prohibió sintonizar emisiones extranjeras y Göebbels empleó a fondo sus 19 principios propagandísticos, cargados de intencionalidad (Doob, 1950). Se trataba de mantener la ficción creada, libre de cualquier influencia, mediante el disimulo, la negación, la exaltación y el falseamiento, como magistralmente describió Roth (1938). La propaganda maoísta afirmaba que China producía más grano que EE. UU., cuando, en realidad, la gente moría de hambre. En la actualidad, por ejemplo, todos los aparatos de radio y televisión de Corea del Norte están configurados y sellados para recibir únicamente las señales del propio país. La radio de onda corta está prohibida y el acceso a Internet seriamente restringido. Kim Jong-il (Corea del Norte, 1994-2011) corrige a los periodistas y elige temas y titulares (Mateos, 2006). Un vistazo a los informativos de la televisión norcoreana actual, rayanos en la parodia histérica, deja una impresión imborrable y convierte en pluralista al NODO de Franco (España 1939 a 1975).

6. Empleo de un neolenguaje, de la mentira institucionalizada y de ficciones que manipulan la realidad. Lenin propuso cambiar la bandera y el nombre del país, así como modificar el nombre de ciertas ciudades y crear «ciudades de exhibición». Stalin, en el más puro estilo del «ministerio de la verdad» orwelliano, reescribió la historia oficial del Partido Comunista, destruyendo los libros y documentos anteriores. Según Brum (2011), se insertó en las enciclopedias que el automóvil fue inventado en el siglo XVIII por campesinos rusos. Los judíos deportados por los nazis eran oficialmente «evacuados» o «reinstalados». Ciertos campos de concentración norcoreanos son denominados «centros de corrección moral e ideológica» y se afirma la existencia de tres partidos políticos que concursan cada cinco años en unas elecciones.

7. Control monopolístico de los instrumentos de coerción y la violencia armada. Jueces y militares, por ejemplo, son depurados y puestos al servicio de la ideología dominante.

8. El empleo oficial del terror. Ejercido por la policía secreta y el campo de concentración, son dos de los pilares del sistema totalitario. Todo al servicio de la transformación social, la causa y la ideología, en una lucha sin fin entre el bien —el partido y su doctrina— y el mal —todo lo demás—. Para el partido, el terror es un medio para acelerar las leyes —de la naturaleza o históricas—, al eliminar enemigos que acabarían desapareciendo de todos modos, porque así lo designan estas mismas leyes —las razas inferiores para los nazis o las clases moribundas burguesas para los comunistas—. El terror no solo por el terror, sino al servicio de una verdadera «ingeniería social» (Makino, 2001), al igual que sucede en los genocidios y limpiezas étnicas, como después veremos.

9. Dirección centralizada de una economía puesta al servicio de los intereses del movimiento y no de la población. Hitler empleó la industria y las infraestructuras solo para la guerra. Stalin consideraba más importante la policía secreta que los recursos naturales del país, y arrasó el granero de Ucrania y provocó una hambruna atroz, con unos 10 millones de muertos aproximadamente. Mao arruinó a su país con el «Gran salto adelante» (1958-1961). Pol Pot aisló a Camboya del resto del mundo y rechazó la ayuda internacional, con lo que provocó una ruina y una hambruna sin precedentes. Ceaucescu destruyó la economía rumana, con sus planes de industrialización. En Corea del Norte, un país relativamente pobre en la actualidad, el ejército consume gran parte del PIB.

10. Estado de guerra constante. Mantiene vivo el espíritu del movimiento y procura un enemigo exterior unificador de las masas. Se exalta la violencia mediante la propaganda y el adoctrinamiento, en base a la idea de nación, de superioridad racial o moral. La acción es el principio que rige la conducta y se rechazan la razón, la emoción y la reflexión. Nazis y bolcheviques aspiraban a conquistar el mundo.

Al comparar un sistema totalitario con una dictadura observaremos cómo las dictaduras de diverso pelaje —militares, monárquicas, teocráticas, de partido—, que existen o han existido, comparten muchos puntos de los mencionados. De hecho, Aron (1965) no establece un corte claro entre totalitarismo y dictadura, sino que considera que hay grados de totalitarismo a lo largo de la historia e incluso dentro de un mismo régimen.

En este sentido, en el extremo superior de este continuum podríamos colocar a la Rusia de Stalin, la Alemania de Hitler, la China de Mao, la Rumania de Ceaucescu y la Camboya de Pol Pot. La Corea del Norte actual y el régimen del más que excéntrico Niyázov en Turkmenistán estarían próximas a las anteriores. Algunas dictaduras, como las de Mussolini, Trujillo (República Dominicana, 1930 a 1961), Franco, Hoxha (Albania, 1944 a 1985), Phomvihane (Laos, 1975 a 1992), Videla y sus sucesores (Argentina ,1976 a 1983), por citar solo algunas, son una clara expresión de totalitarismo por parte de sus funestos regímenes.

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