Kitabı oku: «La caja de los hilos », sayfa 3
CAPÍTULO II
IMÁGENES PARA LA FE
No hay nada más aburrido que ver tú solo un álbum de fotos antiguas de tus padres. Sí, a veces reconoces a tu madre entre una multitud de desconocidos; otras, te suena la cara de un tío del pueblo; pero poco más. Sin embargo, aquellos trozos de papel, muchos en blanco y negro, muchos arrugados y mal conservados, se convierten en un tesoro cuando alguno de tus padres se sienta al lado explicándote quién es quién y en qué circunstancias se hizo cada foto. Aquello se transforma, de repente, en la historia de tu vida. Explica por qué naciste en aquella ciudad, por qué te dan miedo los perros, por qué tu abuela a veces estaba triste, por qué ahora te estás quedando calvo…
El arte cristiano es el álbum de fotos de la familia católica. Cada imagen responde a unas circunstancias históricas, a un planteamiento de fe, quiere expresar un sentimiento, quiere ayudarte a entender algo… Pero sin nadie que te lo explique, te podrás quedar en la contemplación estética y poco más.
En este capítulo hemos reunido algunos de los hilos en los que las imágenes se convierten en catequesis para ser leídas y hechas carne en la propia vida. Al fin y al cabo, ¿no somos nosotros también imágenes de Dios? Te invito a pasar a esta galería:
#HilodeJudas
Uno de los personajes más odiados de la historia es Judas, el traidor por excelencia. En este Jueves Santo nos acercamos a su figura a través de un capitel de una iglesia y, lo que es más importante, a cómo Dios en su infinita misericordia, actúa con los pecadores. Si te avergüenzan tus pecados, este es tu hilo.
#HilodesanMateo
El cuadro de “La vocación de Mateo” de Caravaggio es una maravillosa predicación plástica que nos habla sobre Dios y el dinero, la luz y la oscuridad; y sobre la llamada universal a la santidad. ¿Quieres algunas pistas para desvelar su misterio? Aquí las tienes.
#HilodelaCruz
El mundo entero aguardaba la noticia del rescate con vida de Julen, un niño de 2 años que cayó en un pozo y cuyas labores de rescate mantuvieron en vilo a todo el planeta. Tras 13 días para conseguir llegar hasta él, finalmente, los rescatadores pudieron sacar solo su cadáver. De aquella angustia surgió este hilo: ¿Por qué? ¿Por qué la muerte de un inocente? ¿Qué sentido tiene el dolor? El mensaje de la Cruz de San Damiano nos ayuda, no a entender, pero sí a recuperar la paz.
#HilodelaMisericordia
La famosa imagen de Jesús de la Divina Misericordia no deja a nadie indiferente. ¿Por qué a algunos les despierta una gran devoción y a otros les produce rechazo? Hay que conocer bien la historia y el significado de esta imagen para entender algunas de sus claves. En este hilo las encontrarás.
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Un traidor en la mesa del Papa
#HilodeJudas
“Judas”, capitel de la Basílica de Santa María Magdalena en Vézelay, en Borgoña
El Jueves Santo es el día en el que se consumó la traición más famosa de la historia. Judas es odiado desde entonces, pero quizá no sabes que el mismísimo papa Francisco tiene esta imagen suya en su escritorio. ¿Sabes por qué?
La imagen pertenece a un capitel que adorna una de las múltiples columnas de la Basílica de Santa María Magdalena en Vézelay, en Borgoña. Una obra maestra del románico desde la que miles de peregrinos de la Edad Media iniciaban el camino a Santiago de Compostela.
Reflexionando sobre la Pasión de Cristo que rememoramos estos días, el Papa nos invita a ver las diferentes formas de afrontar el sentimiento de vergüenza cuando pecamos. Dice el Papa que la vergüenza es una gracia, algo muy bueno, por eso a los desalmados, a las personas malvadas, se les dice que son unos “sin vergüenzas”. La vergüenza cuando se ha cometido un mal es el resultado de una conciencia recta. Pero hay distintas formas de afrontarla y Francisco nos señala a tres personajes de la Pasión: Pedro, Dimas (el nombre del “buen ladrón” según la tradición) y Judas 18.
Pedro niega al Señor, pero se avergüenza y llora amargamente. En respuesta, Cristo resucitado, lo confirma como pastor de su Iglesia. Dimas es un ladrón, pero se avergüenza de estar crucificado junto a un inocente y lo defiende de los insultos del otro crucificado. En respuesta, Jesús le dice: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Judas traiciona al Señor, se avergüenza y trata de deshacer el trato, pero su desesperación le lleva al suicidio.
Esta última forma de vergüenza “es la que me conmueve más”, dice el Papa. Y dice dos cosas muy profundas sobre esta vergüenza de Judas que acabó tan mal. En primer lugar, que cuando se arrepintió se dirigió a los “justos”, a los sacerdotes, a decirles: “He pecado, he entregado a la muerte a un inocente”.
Pero la respuesta de ellos, ¿cuál fue?: “¿Qué nos importa eso a nosotros? Es asunto tuyo”. Eso fue lo que le contestaron. Actualizando, ¿qué acogida encuentran los pecadores en nosotros, los miembros de la Iglesia? ¿Somos una Iglesia de puros o de pecadores? ¿Necesitamos o no la salvación?
Porque a lo mejor pensamos que el sacrificio de Jesús en la cruz fue inútil pues nos bastamos nosotros solos. ¿Es nuestra actitud la del publicano de la parábola, que reconoce su debilidad y necesidad de la gracia, o vamos de “sobraos”, con autosuficiencia, como el fariseo, mirando a los demás por encima del hombro 19? ¿Encuentran los pecadores en la Iglesia un lugar donde refugiarse de la vergüenza y la desesperación o solo tenemos como respuesta la de “es asunto tuyo”?
La segunda reflexión es un poco echar a volar la imaginación, pero está muy bien planteada para ayudarnos hoy. Dice el Papa, que “quizá si Judas se hubiera encontrado a la Virgen, las cosas hubieran sido otras, pero el pobre se va, no encuentra manera de salir y fue a ahorcarse”. Esto es muy bonito porque María es, como cantamos en la salve, Mater Misericordiae. La Madre de Misericordia acoge a todos bajo su manto y nos invita a volver los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios.
¿Estás desesperado por el mal cometido?
Mira a María.
¿Crees que eres incorregible?
Mira a María.
¿Te avergüenza tu pecado?
Mira a María.
¿No tienes fuerzas ni para ir a confesar?
Mira a María.
¿Crees que no tienes perdón de Dios?
No te dejes engañar como Judas y mira a María.
“Debemos tratar de ayudar a las personas desesperadas a encontrar el verdadero camino de la vergüenza, y que no recorran la vía que acabó con Judas”, señala Francisco. Y aquí, María es fundamental. Es “refugio de los pecadores”.
Pero ¿y lo de la imagen del capitel con Judas ahorcado en el escritorio del Papa? ¿Qué sentido tiene? Perdona, que me lío con otras explicaciones y pierdo el hilo original.
Pues para explicar ese hecho que nos cuenta Francisco, él se remite a una homilía que pronunció un Jueves Santo de 1958, el sacerdote don Primo Mazzolari, párroco de Bozzolo y precursor del Concilio Vaticano II. Un hombre admirado por el Papa (en 2017 fue en peregrinación a visitar su tumba), definido como “el párroco de Italia” y a quien san Juan XXIII saludaba como “la tromba del Espíritu Santo en la Baja Padania”. Esa homilía, el padre Mazzolari no la dedicó a la Eucaristía (en el Jueves Santo se conmemora su institución), ni a la fraternidad (el Jueves Santo es el Día del amor fraterno), ni a la actitud de servicio (el Jueves Santo se realiza el lavatorio de pies), ¡sino a Judas!
“Pobre Judas –dijo don Primo–. Yo no sé qué le habrá pasado en el alma. Es uno de los personajes más misteriosos que encontramos en la Pasión del Señor. Tampoco trataré de explicarlo, me conformo con pedirles un poco de piedad por nuestro pobre hermano Judas” 20.
¿Hermano Judas?, dirás tú como dije yo la primera vez que lo leí… ¿Yo hermano de ese traidor?
Pero lee como continúa el “párroco de Italia”: “No se avergüencen de asumir esta fraternidad. Yo no me avergüenzo, porque sé cuántas veces he traicionado al Señor; y creo que ninguno de ustedes debería avergonzarse de él. Y al llamarlo hermano, nosotros usamos el lenguaje del Señor. Cuando recibió el beso de la traición, en el Getsemaní, el Señor le respondió con esas palabras que no debemos olvidar: ¡Amigo, con un beso traicionas al Hijo del hombre!”
Nosotros podemos traicionar la amistad de Cristo, pero Cristo nunca nos traiciona. Dice don Primo: “Incluso cuando no lo merecemos, incluso cuando nos rebelamos contra Él, incluso cuando lo negamos, ante sus ojos y su corazón, nosotros seremos siempre amigos del Señor”.
Hay muchas tradiciones en nuestros pueblos en las que se representa con un muñeco la figura de Judas y se le apedrea, lincha o quema. Quizá en este muñeco de trapo deberíamos vernos cada uno de nosotros. Don Primo lo explica así: “dejen que yo piense un momento en el Judas que llevo dentro de mí, en el Judas que tal vez ustedes también llevan”.
Y afirma este santo sacerdote: “yo quiero también a Judas, es mi hermano Judas. También rezaré por él esta tarde, porque yo no juzgo, yo no condeno; debería juzgarme a mí, debería condenarme a mí”. Y otra cosa en su favor, añado yo: el mal cometido por el “hermano Judas”, ¿no nos trajo consigo la salvación a todos? Si él no hubiera pecado gravemente, ¿habría podido Jesús salvarnos? ¿No hizo Judas en cierta medida un “servicio” a la humanidad?
Si piensas que rozo la herejía, te recuerdo que cada noche de Pascua cantamos en el pregón pascual: “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”. ¿Podemos alegrarnos del mal? Esto es un misterio enorme que Benedicto XVI explica muy bien desde su mente privilegiada.
Dice que “cuando pensamos en el papel negativo que desempeñó Judas, debemos enmarcarlo en el designio superior de Dios que guía los acontecimientos. Su traición llevó a la muerte de Jesús, quien transformó este tremendo suplicio en un espacio de amor salvífico y en entrega de sí” 21. Y explica que “el verbo «traicionar» es la versión de una palabra griega que significa «entregar». A veces su sujeto es incluso Dios en persona: Él mismo, por amor, «entregó» a Jesús por todos nosotros (cf. Rom 8,32)». Es decir que “en su misterioso plan de salvación, Dios asume el gesto injustificable de Judas como ocasión de la entrega total del Hijo por la redención del mundo”.
¿A que te va cayendo un poco mejor el pobre Judas? No es que Dios lo “utilizara” como un robot para su plan, pues Judas mantuvo intacta su libertad; pero sí que aprovechó su debilidad humana para sacar bien del mal.
–Vale, pero ¿y lo del capitel?
–Perdón otra vez ¡es que hay tanto que decir!
Pues verás, como te contaba al principio, el Papa tiene esta imagen de Judas ahorcado detrás de su escritorio porque dice que le ayuda a meditar. Pero lo que no te he contado es que la imagen que abre el hilo está recortada. No es la imagen completa que tiene el Papa porque, en el mismo capitel, en el otro lado, está la figura de un hombre que lleva en sus hombros a otro.
El hombre tiene una mueca rara. La mitad de la cara ríe y la otra mitad está seria.
Si te acercas, te das cuenta de que representa al buen pastor que dejó las 99 ovejas en el redil para ir a buscar a la que se había perdido. ¡Es Jesucristo llevando a Judas a hombros!
En ese gesto extraño en el rostro del Buen Pastor, el Papa afirma ver “un atisbo de sonrisa, no digo irónico, pero sí un poco cómplice”. Si eres padre o madre y alguna vez se te ha perdido un hijo en la calle o en un centro comercial sabrás de qué te sonrisa te habla el Papa. Por un lado, estás terriblemente enfadado porque ese hijo ha sido un desobediente, porque no te ha hecho caso, porque se ha puesto en peligro; pero por otro lado, estás infinitamente feliz porque ha aparecido, porque lo has “salvado”.
Meditando con esta imagen como hace el Papa: ¿Está Judas en el cielo? No lo podemos decir. ¿Está en el infierno? Tampoco lo podemos asegurar. “A nosotros no nos corresponde juzgar su gesto –dice Benedicto XVI– poniéndonos en el lugar de Dios, infinitamente misericordioso y justo”.
Pero sí podemos decir, con el catequista que mandó esculpir ese capitel en el siglo XII, y cuya imagen ha llegado hoy hasta ti, que Jesús es el Buen Pastor que te busca y te encuentra si estás perdida o perdido.
Con san Benito, padre de la vida monástica, que “no hay que desesperar nunca de la misericordia de Dios” 22.
Con san Juan que, “en caso de que nos condene nuestra conciencia (…), Dios es mayor que nuestra conciencia” 23.
Y con Jesús, decir por el “hermano Judas” y por nosotros mismos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” 24.
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¿Te fijas en mí?
#HilodesanMateo
El Señor llamó al apóstol san Mateo cuando estaba sentado en el mostrador de los impuestos. Seguro que conoces el cuadro que recoge ese momento. Es de Caravaggio y supone una catequesis plástica increíble. Si quieres, te doy algunas claves.
Vocación de San Mateo”, de Caravaggio
Para empezar, debes mirar el cuadro, no en el sentido materialista, como una representación de una escena ajena a tu vida; sino como si fuera una ventana viva a otra realidad en la que tú te sitúas. La vocación de Mateo es la tuya. Es trascendente.
La escena juega con los contrastes de luz. Cristo es la luz que ha venido al mundo a sacarlo de su oscuridad. Esa luz ilumina al mundo entero, nos llama a todos, pero no todos la reconocen 25, no todos nos sentimos llamados.
La luz corta en dos el ambiente. Recordándonos que “ninguno puede servir a dos señores (…) no podéis servir a Dios y al dinero” 26. Por un lado, el lúgubre y oscuro mundo del dinero. Tú y yo estamos sentados a esa mesa.
Vivimos preocupados por el dinero, haciendo cálculos, proyectando negocios, pensando en los riesgos de tal o cual compra u operación, ahorrando para el futuro, no gastando más de la cuenta… La mesa es como un altar, el libro sobre él, el sacerdote en el centro, los acólitos…
¡Es una liturgia al dios dinero! El templo de este mundo está consagrado a ese dios falso y oscuro que nos priva de la libertad, que nos somete y guía nuestra vida. A él rendimos culto y a él le pedimos favores.
Jesús y Pedro irrumpen en esta falsa “misa” para rescatar a quien quiera salir de ese culto macabro. No obstante, entre los fieles hay distintas respuestas. Los dos de la izquierda ni se dan cuenta. Uno sigue contando monedas y el otro aprovecha la luz para ponerse las lentes y verlas mejor. ¿Cuál de ellos eres tú? Dices que no ves a Dios, ¿no será que tienes tu atención en otro sitio?
O lo que es peor, te llega la luz (eres practicante, celebras los sacramentos, incluso tienes una responsabilidad eclesial) pero la utilizas porque te conviene para seguir en tu “negocio”.
Entre los otros dos personajes, uno, con una espada en el cinto, adopta una actitud defensiva. Quizá te escudas continuamente, pones defensas, murallas para impedir que esta palabra te cale. Eres cristiano, ayudas a los demás, pero ojo, mi cartilla de ahorro, ¡que no me la toquen!
El otro ni siquiera se defiende, sino que mira con desprecio a la luz. Acomodado en su riqueza como demuestra su brazo apoyado cómodamente sobre el hombro de Mateo. ¿Es el joven rico? No hace falta ser millonario para acomodarse en la seguridad del dinero.
Quizá solo tienes una pensión, una casita… Mucha gente está peor. Así estoy a gusto, no me puedo quejar. Seguir a Jesús significaría salir de mi seguridad, de mi comodidad… “¿Sabes qué te digo? Paso”, parece decir.
La mano de Jesús merece detalle. ¿A qué otra mano famosa de la historia del arte te recuerda?
La mano del Cristo de Caravaggio es una mezcla de las dos manos de la creación del fresco de Miguel Ángel. Su postura es la de Adán, pero es una mano derecha en la posición de la del Padre. Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios, y puede hacer de ti una criatura nueva, ¡hoy!
La llamada de Dios la confirma, tímidamente la actitud de Pedro que representa a la Iglesia. Por eso, su rostro no está muy definido, porque hoy es Francisco, ayer fue Benedicto… La llamada de Cristo es a la Iglesia. No se puede seguir a Cristo por libre.
¿Eres cristiano, pero no vas mucho por la Iglesia? Mal vas. Cristo ha querido confiar a Pedro a los que él llama. Es verdad que la Iglesia tiene muchos fallos, Pedro aparece como un hombre simple, quizá el más bruto de todos los personajes, pero está del lado de Jesús.
El rayo de luz divide en dos el cuadro. La parte de arriba es un lienzo en blanco. Ahí está todo por pintar. Tras la llamada, una vida nueva se abre. Si te dejas llamar por Jesucristo, todo empieza de nuevo, se abre una ventana al exterior. Solo un detalle hay que tener presente.
Esta vida nueva pasa por… la cruz.
“El que quiera venir detrás de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” 27. Quizá rechazas esa cruz que tienes encima (la enfermedad, el marido, tu jefa…) cuando es ese el camino que Dios te está marcando para seguirle. Acéptala y pasa al otro lado.
Ojalá este cuadro cobre hoy vida y nos convirtamos en Mateo. ¿En qué circunstancias has leído este hilo? ¿Qué cosa te aferra a la oscuridad y te impide ir hacia la luz? Pon tu dedo sobre tu pecho, como Mateo, y di: “¿A mí, Señor? En medio de mi miseria, ¿te fijas en mí?”.
6
¿Por qué el sufrimiento?
#HilodelaCruz
El sufrimiento de los niños nos hace a todos plantearnos la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué Dios lo permite? ¿Por qué la muerte? ¿Por qué la esperanza frustrada? Respuestas no tengo, pero palabras de consuelo puede. Si las necesitas, te invito a pasar.
Dice el papa Francisco que, cuando le preguntan por qué sufren los niños, él tampoco sabe qué responder: “Solamente digo: «mira el Crucifijo: Dios nos ha dado a su Hijo, él ha sufrido, y quizás ahí encontrarás una respuesta. Porque respuestas de aquí (señala a la cabeza) no hay»”.
“Cristo”, de San Damián.
Cuando en mi vida ocurren acontecimientos tristes e inexplicables. Esos que te llenan de rabia, impotencia y dolor. Yo sigo su consejo y miro una imagen de un Crucificado muy especial que tengo en mi dormitorio, el Cristo de San Damián 28:
Es una imagen muy especial que data del siglo XII. Un icono románico-bizantino anónimo pintado sobre tela y pegado sobre madera que, según la tradición, habló a san Francisco de Asís mientras rezaba ante él.
“Francisco, ve y repara mi casa que, como ves, está toda en ruinas”, le dijo. Desde entonces, Francisco inició la reforma material de la iglesia en la que estaba (la de San Damián, de ahí el nombre del icono), y la reforma eclesial universal que suscitó la orden franciscana.
Espero que hoy también te “hable” a ti que no encuentras consuelo. Contemplar cada detalle del icono, cada detalle del misterio de Cristo en la cruz, puede ayudarte a entender mejor el misterio del dolor que todos compartimos.
El artista que lo pintó quiere hacer visible lo invisible, quiere llevarnos a través de ella a contemplar el más allá, el misterio insondable de Dios. Mostrando al Crucificado nos hace ver al Resucitado. Y es que el mensaje de la Cruz es el de la resurrección. En el viacrucis con los jóvenes en la JMJ 2019, el Papa se dirigía al Señor y le decía: “en la cruz te unes al viacrucis de cada joven, de cada situación, para transformarla en camino de resurrección”.
En el icono, en primer lugar, vemos a Cristo lleno de luz. Su figura irradia claridad y viene a iluminarnos. Es un Cristo luz, un Cristo glorioso. Tras sus brazos y sus pies, el fondo de la cruz es negro, simbolizando la oscuridad del sepulcro, la oscuridad de la muerte que Cristo ha vencido. Yo lo veo como encajonado en este icono, como dentro de un féretro.
Pero su cuerpo no está en tensión, agarrotado, dolorido… No cuelga de la cruz, sino que está de pie, relajado, con sus miembros colocados de forma armoniosa. ¿No te parece casi que baila? Primer mensaje: tras la muerte, tu dolor, se transformará en alegría; tu llanto, en risa; tu lamento, en danza.
Tiene los brazos extendidos, dispuestos a abrazarte. Sus manos están abiertas y hacia arriba, como levantándote hacia el cielo, como mostrándote el camino, como presentándote al Padre.
Vámonos con este movimiento hacia arriba a la parte alta del icono. Vemos una escena de la Ascensión del Señor.
Y abajo el letrero con la frase: Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, “Jesús, Nazareno, el Rey de los judíos”, que nos remite directamente al Evangelio según san Juan.
Los otros evangelistas dicen: “Jesús, el Rey de los Judíos”. Al añadirle “Nazareno”, Juan nos está hablando de la humanidad de Cristo. Y el autor del icono está haciéndonos ver que este que ha subido al cielo es un hombre de la calle como tú. Que pasó por la vida ordinaria de un pueblo, de un barrio como el tuyo, que tuvo que trabajar para sobrevivir como tú, que sufrió las penurias de cualquiera de nosotros. Cristo ha divinizado toda humanidad.
Vemos a Cristo pintado en un círculo con movimiento ascendente, como subiendo una escalera. ¿Será aquella por la que Jacob veía subir y bajar a los ángeles del cielo y en la que la tradición ha visto una imagen de la cruz? El círculo representa el mundo, el universo. En la iconografía representa la plenitud, la perfección. Pero Jesucristo se sale del círculo, rebasa toda plenitud humana, está por encima de todo.
En su mano lleva una cruz, símbolo de la victoria sobre la muerte, sobre el pecado –que se representa con el fondo oscuro del círculo– y alarga la mano hacia arriba, hacia el Padre. Cristo aparece como sumo y eterno sacerdote vestido de blanco y con estola dorada. Un coro de ángeles lo recibe en la Gloria. Le da la bienvenida con rostros llenos de alegría. Es el misterio que celebramos en los sacramentos, en la Eucaristía… Cristo se presenta ante el Padre como víctima y con su muerte nos salva y nos lleva con él al cielo.
En la cúspide, un semicírculo. No podemos ver el círculo entero porque representa a Dios, y a Dios no lo podemos conocer del todo, es incognoscible, es el “todo otro”.
¿Por qué ocurren desgracias? ¿Por qué el mal en el mundo? ¿No podría Dios, en su poder infinito, haberlo creado perfecto? No lo sabemos, aunque confiamos en que Él saca, del mal, el bien.
La mano sobre el semicírculo representa al Padre. Es la mano que envía a su Hijo al mundo para salvar al mundo y que lo recibe ahora triunfal en su Gloria. Los dos dedos se interpretan de dos maneras. Unos dicen que representa la doble naturaleza de Cristo: verdadero Dios y verdadero hombre. Otros, que simboliza al Espíritu Santo, a quien la liturgia se refiere como “dedo de la derecha del Padre”.
Bajamos hasta los brazos de la cruz donde vemos escenas muy similares. (He puesto los dos recortes juntos para que se vea mejor el paralelismo.)
De las llagas de las manos brotan chorros de sangre que resbalan por el brazo hasta regar a los personajes de abajo que veremos luego.
Junto a cada mano, vemos representadas a las mujeres que llegaron al sepulcro (señalan con la mano el color negro que lo recuerda) y encontraron movida la piedra. Entraron y no hallaron el cuerpo del Señor.
Los dos ángeles de abajo les explican, como en el Evangelio: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado” 29 y le señalan a ese Cristo que ha vuelto a la Vida. Junto a la Cruz, cinco personajes principales que reciben el baño de la sangre de Cristo que los limpia, los purifica, los justifica… ¡los salva!
Son seres salvados, por eso todos tienen la misma estatura. “Son hombres perfectos que han alcanzado la talla de Cristo” 30. Por eso todos están iluminados por la luz que brota de Cristo y tienen una cara muy similar a la suya, pues han recuperado plenamente la “imagen y semejanza” perdida en parte por el pecado.
Los personajes son fácilmente identificables, no porque yo sepa mucho de iconografía, sino porque tienen el nombre escrito debajo. En el puesto más importante, a la derecha de Cristo, están María, su madre, y el discípulo amado, Juan. La mano de María sobre el mentón, en la tradición de los iconos, significa dolor, asombro y reflexión. Es un dolor sereno, un dolor que no llega a reflejarse en su rostro. Es la serenidad de la que no pierde la esperanza. Su actitud reflexiva ante lo incomprensible de la Cruz nos hace recordar que “María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón” 31.
Juan, situado junto al Señor, al igual que en la última cena, es testigo privilegiado de cómo, de su costado, brota sangre y agua. Así lo narra en su Evangelio: “El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis” 32.
Con la mano parece preguntar a María por ese misterio. María responde señalando hacia su hijo. Así veneramos los católicos a María: ella siempre nos remite a Jesús: “Haced todo lo que Él os diga” 33.
En el otro lado, tres personajes. Por orden, de izquierda a derecha: María Magdalena, María la de Cleofás y el centurión romano. La Magdalena también se toca el mentón en señal de dolor, mientras la de Cleofás parece consolarla mostrándole al Resucitado.
Al lado de ambas, el centurión lleva en la mano el rollo con la sentencia a muerte de Jesús. Fue él quien, según el Evangelio de Marcos, al morir Jesús pronunció otra sentencia para la eternidad: “Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios” 34. Por eso aparece contemplando al Crucificado y levantando tres dedos de su mano derecha como haciendo una confesión de fe en la Trinidad.
El centurión es modelo de toda la humanidad. Es quizá como tú, incrédulo, que necesitas ver para creer; o como tú, que dices amar a Cristo, pero con “la otra mano” lo niegas…
Por eso tú estás también representado en este increíble misterio de la Cruz en la figura de esas cabecitas detrás del centurión (¿te has fijado?). Son imagen del pueblo de Dios, de la multitud de los creyentes.
A los pies de las cinco grandes figuras, hay otros personajes pequeñitos. Junto a María y Juan, está Longinos, nombre con el que tradicionalmente se conoce al soldado que traspasó con su lanza el costado de Cristo.
Cuentan los apócrifos que este soldado tenía problemas de visión y que, al contacto con la sangre de Jesús, se convirtió, recuperó la vista e incluso ayudó luego a la sepultura. Tú, que has llegado aquí por casualidad y no crees (no ves), ojo que puedes salir viendo…
Por eso, porque ya “ve”, el rostro de Longinos se parece también al de los salvados, al de Cristo.
No es el caso del otro personaje, el que aparece bajo el centurión, que identificamos como un jefe de la sinagoga burlándose de este misterio de la Cruz con los brazos en jarras:
Tiene un pie en la tumba (el negro del fondo) y, si te fijas, de este rostro vemos solo la mitad, no como el resto de los personajes que está de frente. Este hombre no ha sido aún iluminado por la fe. Será necesario que esa luz ilumine sus oscuridades para poder resucitar con Cristo. Son los que no entienden nada de la cruz y reniegan de ella. Quizá hoy te pase a ti, quizá hoy me pase a mí.
Puedes aceptar el dolor y la muerte del inocente, entender que es consecuencia lógica de una creación “en estado de vía” que aún no ha llegado a su plenitud y contemplar su poder salvífico; o ser refractario y rechazar este mensaje. Es otro misterio, el de la libertad. A los pies de la cruz, siendo limpiados por la sangre derramada de Cristo, aparecen otros personajes: Reconocemos a Pedro (con una llave) y a Pablo. Habría otros, pero el tiempo y la devoción popular (siglos de manos queriendo tocar esta reliquia) los han borrado.
A mí me gusta imaginar ahí a mis “santos de la puerta de al lado” como los llama el papa Francisco. Esas personas que he tenido la suerte de conocer y que han pasado por el mundo haciendo el bien. Por ejemplo, el cardenal Fernando Sebastián, que enterraremos en Málaga mientras escribo estas líneas.
La vida de este querido profesor y la de tantos otros amigos y familiares, ha sido un testimonio para la mía y estoy seguro de que están ya contemplando a Dios mismo. Por eso hablo con ellos, y les pido su intercesión. Te invito a poner ahí a los tuyos…
A mitad de la pantorrilla de Jesús, un gallo desafiante nos habla de las negaciones de Pedro y de la nuestras. Pero el gallo es también símbolo del alba, del amanecer.
Ya es hora de despertarnos del sueño, “la noche está avanzada, el día se nos echa encima, abandonemos las obras de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz”, nos está diciendo con san Pablo 35. Canta el gallo ¿Y dónde está la luz? ¿Adónde acudir en estos momentos de oscuridad? Pues volvemos a la recomendación del papa, ¡Mira el rostro de Cristo!
De ahí brota toda la luz del icono. Su corona no es de espinas, es de gloria. Cada espina de Cristo, cada llaga, cada uno de tus momentos de soledad y miedo, cada llanto de cada niño que sufre… Todo será convertido en alegría y paz. Es lo que reflejan los enormes ojos del Señor en este icono. Son ojos serenos que miran a Dios con deleite. ¡Nada es más hermoso, nada produce más descanso! Los ojos son desproporcionados porque tenemos que caber todos, para que todos podamos contemplar esa gloria de Dios. También tú estás ahí.