Kitabı oku: «La caja de los hilos », sayfa 4

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La boca y las orejas son muy pequeñas, porque en la vida de la Gloria no son necesarias las palabras, basta la visión.

Por eso, calla esa voz interior que trata de buscar respuestas, las palabras no sirven, no hay frases consoladoras… La muerte es incomprensible.

Pero mira este Crucificado radiante de vida y de luz, contempla con él la Gloria a través de esos ojos que te aman. Déjate limpiar por esa sangre que te purifica y que te regala Vida para siempre.

Siéntete parte de ese pueblo santo que, a lo largo de los siglos, junto a María y a los testigos de la resurrección, ha conservado la experiencia de que la muerte ¡injusta muerte! no es el final.

Escucha, igual que san Francisco, cómo te habla y te dice: ¡Fíate de mí! ¡Yo he dado mi vida por ti! ¡No desesperes!

Y en medio de tu dolor, quizá entre lágrimas como yo ahora, abandónate como Cristo en los brazos amorosos del Padre y grita, con el autor del icono: ¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!

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Una imagen que no deja
a nadie indiferente
#HilodelaMisericordia

En este Domingo de la Divina Misericordia, te voy a hablar de esta famosa imagen que habrás visto en numerosas ocasiones. A la gente le gusta y le disgusta a partes iguales. ¿Por qué no deja a nadie indiferente? Hay un secreto. Te lo cuento.


“Cristo de la misericordia divina”, iglesia de San Juan Bautista, Berlín (Alemania).

Lo primero que hay que saber de ella es que no es una obra libre de un pintor, sino que corresponde a la descripción que dio santa Faustina Kowalska, una mística polaca que vivió a comienzos del siglo xx y que tuvo unas visiones de Cristo resucitado.

La aparición tuvo lugar cuando ella se encontraba en su celda, en el convento de la Congregación de Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, en Plock, el 22 de febrero de 1931. “Al anochecer, estando en mi celda –narraba en su diario santa Faustina– vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido (…). Después de un momento, Jesús me dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en ti confío”. Y le compartió un deseo: “que esta imagen sea venerada primero en su capilla y luego en el mundo entero”.

Como ves, la descripción dada según las visiones por el propio Jesús corresponde a la popular imagen que se ha extendido, efectivamente, según su deseo por el mundo entero. Miles de iglesias de todo el mundo cuentan con una imagen como esta que ilustra, asimismo, estampas, pósteres, calendarios y todo tipo de objetos a lo largo y ancho del planeta.

Millones de personas son devotos de esta imagen que guardan, veneran y promueven. A muchos, no obstante, les produce cierta incomodidad. Unos se quejan de que los rasgos del rostro de Cristo están demasiado estilizados, a otros les chocan los rayos que recuerdan a las luces psicodélicas de las discotecas… Piensan que promueve una visión de Jesús demasiado pietista.

Te voy a contar otro secreto. Bueno, secreto no es, pero la mayoría de la gente no lo sabe. Esta imagen no la conoció santa Faustina Kowalska, pues fue pintada en 1954 por Adolfo Hyla y la santa polaca murió en 1938. La imagen que encargó ella hacer, y cuyo proceso de creación supervisó personalmente durante varios meses, la realizó el artista Eugenio Kazimierowski (que aparece en la página siguiente).

Sin embargo, ¡ay, misterio!, a la santa no le gustó el resultado después de tantos meses de trabajo. Llorando se lamentaba ante Jesús: “¿Quién te pintará tan bello como tú eres?”. Como respuesta “oyó” estas palabras: “No en la belleza del color, ni en la del pincel, está la grandeza de esta imagen, sino en mi gracia”.


“Jesús de la Divina Misericordia”,

de Eugeniusz Kazimirowski.

Después de este cuadro vinieron varias versiones y fue, finalmente, la del pintor Adolfo Hyla para el santuario en Cracovia-Lagiewniki, con la que abrimos el hilo, la que alcanzó más popularidad. Concretamente la tercera versión que el propio Hyla hizo de su primer cuadro bendecido en 1943.

El primer cuadro tuvo que ser repetido porque no encajaba en el lugar destinado para él; y luego repintado, eliminando el paisaje original y añadiendo un pavimento bajo los pies de Cristo.

La imagen ha pasado después por numerosas vicisitudes. Primero vino el comunismo que cerró el convento, luego se dice que fue negativamente evaluado por la Comisión Artística de la Curia de Cracovia… Luego la Conferencia Episcopal Polaca planteó ciertas reservas de la imagen porque procedía de revelaciones privadas no examinadas aún por la Iglesia… (sor Faustina no fue beatificada hasta 1993).

El caso es que, contra viento y marea, la devoción a esta imagen –y, lo más importante, a la Divina Misericordia que representa–, fue creciendo y superando dificultades hasta ser hoy una de las más extendidas en el mundo.

¿Qué tiene esta imagen que a nadie deja indiferente? ¿Qué tiene que provoca filias y fobias a partes iguales? ¿No será que Jesús mismo nos está lanzando a través de ella un mensaje?

Vamos a ver qué puede estar pasando…

En la propia visión, el Señor dijo a sor Faustina que quería que la imagen fuera venerada públicamente el primer domingo después de Pascua, también llamado “Domingo in albis”. Y en este día, se lee el fragmento del Evangelio de san Juan que habla de la aparición de Jesús a los apóstoles en el cenáculo y de la institución del sacramento de la penitencia.

El confesor de sor Faustina, el beato padre Sopocko explica que “la imagen muestra a Cristo resucitado, que nos ofrece la paz, el perdón de los pecados y todas las gracias que nos ha conseguido por su Pasión y muerte en la cruz. Muestra a los discípulos también sus llagas como huellas de la Pasión y como signo de identidad. Ríos de sangre y agua que brotan de su corazón traspasado y las llagas en las manos y los pies que nos hacen recordar los acontecimientos del Viernes Santo”.

Algo característico de esta imagen son los dos rayos: uno rojo y otro pálido. Cuando sor Faustina le preguntó a Jesús acerca de su significado, respondió: “Los dos rayos significan la sangre y el agua. El rayo pálido simboliza el agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la sangre que es la vida de las almas”.

Estos dos rayos simbolizan pues los sacramentos (la sangre de la Eucaristía, el agua del Bautismo…), la Iglesia que nace del costado de Cristo y los dones del Espíritu Santo, cuyo símbolo bíblico es el agua.

La imagen nos está hablando de la infinita misericordia que Dios ha tenido con nosotros regalándonos a su Hijo y dejándonoslo en la Iglesia y en los sacramentos para que siga irradiándonos su amor.

Pero la misericordia, como este cuadro, es conflictiva. Nos enfrenta. En la parábola del hijo pródigo, el hijo mayor se enfrenta al Padre porque no entiende por qué es tan misericordioso con el hermano…

El fariseo se enfrenta al publicano y le da gracias a Dios por no ser como aquel que ni se atrevía a alzar los ojos al cielo, ¡pero Dios justificó al publicano, no al fariseo!

El Buen Pastor se fue a buscar la oveja perdida ¡y dejó descuidadas a las 99! Una contra 99, otro conflicto.

¿Qué escándalo dejar a las 99 verdad? Si no te produce división interna es porque estás más cerca del cielo que de la tierra. Pero a mí, que me falta todavía mucho para llegar al cielo, me rompen por dentro estas parábolas de misericordia, porque soy un justiciero.

De modo que yo me esfuerzo por ser bueno, ¿y ahora resulta que Dios reparte su misericordia a espuertas? Es un misterio, pero es así. A Dios no lo podemos hacer a nuestra medida humana. Dios es siempre más.

A Cristo crucificado y resucitado no lo podemos “pintar” a nuestro gusto, no lo podemos sujetar, agarrar, fijar. ¡Esto es lo que le decía a María Magdalena cuando se le apareció!: “No me toques, que no he subido al Padre” 36. (No me “retengas”, dice la nueva traducción de la Conferencia Episcopal).

No me rebajes a ser como tú quieres que yo sea. Déjame ser Dios misericordioso como yo quiera y con quien yo quiera. Por eso la propia Faustina no estaba contenta con el cuadro que ayudó a pintar, por eso, a muchos nos cuesta trabajo entender esta imagen, porque a Cristo Resucitado solo se le reconoce con los ojos de la fe.

Así, si miras este cuadro desde la perspectiva artística, desde la idea preconcebida que tú tienes de Jesús, desde tu ideal estético… a lo mejor no lo encuentras, pero ¿y si lo miras con los ojos de la fe?

Es lo que le propone el propio Jesús en la visión a sor Faustina pidiéndole que ponga bajo la imagen un rótulo que diga: “¡Jesús, confío en ti!”. ¿Confías en él o lo quieres hacer todo con tus puños? ¿Confías en que él tiene poder para perdonar tus pecados o eres tan justiciero que no te perdonas ni tú?

¿Confías en que Dios puede valerse de imágenes alejadas de tu forma de ver el mundo para llevar su misericordia a quien él quiere o quieres imponer tu visión del Evangelio o de la Iglesia como la única válida?

Y un último mensaje: En su visión, Jesús dijo también a sor Faustina que esta imagen debe llevarnos a convertirnos nosotros también en “imagen de Dios”. Le dijo: “Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia mí. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes”.

–¿Qué le falta entonces a este cuadro? ¿Por qué quizá no termina de gustarte?

–¡Porque le faltas tú!

Estás llamado a ser rostro de la Misericordia del Padre, a encarnar con tus obras de misericordia con el prójimo a este Señor que tiene misericordia contigo y ha perdonado tus pecados.

Obras de misericordia que son muy concretas. Nada de pietismo descarnado

Obras de misericordia que te harán ser, como Faustina Kowalska, como tantos millones de devotos en todo el mundo, imagen del amor de Dios, apóstol de la Divina Misericordia.

CAPÍTULO III

#HILOSDENAVIDAD

Con el #HilodeNavidad comenzó mi pasión por los hilos. Realidad y ficción, actualidad e historia se mezclaban para crear un relato periodístico actual del acontecimiento que cambió la historia del mundo: El nacimiento de Jesús. Poco después, la noche del 28 de diciembre, Belén vivió uno de los sucesos más escalofriantes que se recuerdan en la historia: la matanza de cientos de niños inocentes. Lo conté en el #HilodelosInocentes.

Ambos hilos pertenecen a ese grupo de “no exportables” de los que te hablaba en la introducción. Nacieron en twitter y aquel es su sitio. Trasladarlos a papel sería un abuso. Te invito a abrirte una cuenta y a leerlos allí donde fueron creados.

Pero la Navidad es un tiempo de gracia en el que hay muchas más cosas que contar, un tiempo entrañable de encuentro familiar que suscita la narración, el relato en torno al fuego… Con las siguientes historias disfrutamos arrullando a un Dios que se hace niño. Te invito a tomarlo en tus brazos, despacio, con cariño…

#HilodeNochebuena

Un cuento sobre el admirable intercambio que se produce en la Navidad, Dios se hace pequeñito para que nosotros nos hagamos grandes. Basado en hechos reales y muy personales.


#HilodeNochevieja

En España es costumbre comer 12 uvas durante la última noche del año. Después de leer este hilo, nunca más volverás a comerte las uvas de la misma manera. Una historia familiar para contar a toda la familia.


#HilodelBautismo

Aquí vemos que, cuando Dios habla al hombre, cuida hasta los detalles más increíbles como la geografía. Es un hilo muy profundo, pero profundo a más no poder.


#HilodelBelén

Para muchos, la Navidad no concluye hasta el día de la Presentación del Señor, cuando se desmonta el Belén. Ese día ocurrió un acontecimiento inexplicable en casa. Las figuras del Nacimiento habían cambiado de posición misteriosamente. ¿Me acompañas a este viaje a otra dimensión?

8

La Navidad, desde los ojos de un niño
#HilodeNochebuena

¡Qué manos más suaves tienes, mamá!, ¡cómo me mimas!, ¡cómo me acaricias!, ¡cómo me besas!… ¡Y qué bien hueles! Me parece que es la primera vez que te veo, aunque te oigo y es como si te oyera desde siempre. Y el señor de las barbas… ¡también me suena su voz!

Dicen que hoy es un día especial, y yo no sé muy bien por qué, pero este sitio se ha llenado de gente. La puerta no para de sonar y cada uno que entra forma una fiesta. ¡Qué ruido, qué jaleo, qué alegría tienen!

Ahora acaban de entrar tres. Traen algo en las manos, y se lo van dejando a mamá, luego vienen a verme y empiezan a decirme unas cosas… ¡Unas cosas!

Yo no sé muy bien qué dicen porque creo que su idioma es distinto al mío. Yo les contesto con una sonrisa, abriendo mucho los ojos, y creo que me entienden.

Y todos, venga a hablar conmigo, que si patatín, que si patatán… Y a mí, que me da alegría escucharlos, pues me río y les hago gracia.

Me gusta escuchar a esta gente. Yo no sé qué tienen, pero es como si los quisiera de toda la vida. ¡Les tengo un cariño que me derrito!

Yo ahora no puedo hacer mucho, porque llevo pañales, pero en cuanto pueda ya verás. Lo que ellos me pidan, allí estaré yo.

¿Y dónde se ha metido mamá? Toda atareada para arriba y para abajo atendiendo a los invitados… ¡No me gusta que se vaya de mi lado! No sé, pero me pongo nervioso.

Aquí estoy bien, la verdad, en esta especie de trono en el que me han sentado, muy mullidito, para que esté cómodo, en el centro de la casa.

Aunque a mí, lo que me gustaría, es poder levantarme e ir yo también saludando a unos y a otros. No creas que no lo he intentado, pero el cuerpo se me va un poco. Menos mal que siempre viene alguien y me endereza.

Aquí están todos comiendo ¡y hay un jolgorio! Mamá me da a mí de comer mientras disfruto escuchando a toda esta gente hablar de sus cosas.

No los escucho con claridad, es como si tuviera un tapón en el oído. Uno tiene una voz muy grave; le oigo decir como “muuuu”; otra hace un ruido fuerte como “jajaja”; otros algo así como “beeee”… Todos dicen cosas que a mí me suenan pero que no sabría repetir.

¿Y sabes qué? Que después de comer me entran ganas de bostezar.

Y a mí cuando bostezo, me entra sueño; y cuando me entra sueño, caigo redon…

(…)

¡Dime niñoooo de quién ereeees todo vestidiiito de blancooo! ¡Soy de la Virgen María y del Espíritu Santo!

¡Corcho, qué susto me han dado! Esta gente se pone a cantar y retumba toda la estancia.

La verdad es que ya se me había pasado el sueño, pero estaba tan a gustito ahí, en mi mundo.

Y venga a arroparme ¡otra mantita! Aquí todo el mundo pendiente de que yo no pase frío. Los niños no paran de besarme. Todos alrededor de mí.

¡Qué caritas más dulces! Yo a los niños estos es que los quiero mucho. No sé qué tienen…

Sobre todo, este, el de las pestañas largas, que, jolín, ¡cómo me mira! Clava sus ojos en los míos y me habla. Yo, que no le entiendo nada, le hago una pedorreta y se monda.

De repente, el ruido de un tambor: “ropo pom pom, ropo pom pom”. Oye, que me entra como un gusanillo por las tripas…

Me viene a la cabeza una fantasía. Me veo a mí mismo, que ya puedo andar, tocando el tambor de noche, por un pueblo nevado y lleno de luces. Pero es como si ya hubiera estado allí... ¿Es una ilusión, un recuerdo o un déjà vu?

Mientras lo pienso, se produce el milagro. Empiezo a entender perfectamente lo que dice la gente que hay en casa, como si se hubiera destrabado el tapón de mi oído.

El de las pestañas largas nota mi gesto de extrañeza, se me acerca, me mira y me dice: “¡Feliz Navidad, abuelo!”.

Una tormenta de imágenes se desencadena entonces dentro de mi cabeza. Yo con el tambor por las calles nevadas de mi pueblo, acompañado de otros niños con panderetas y zambombas, el olor a borrachuelos y aguardiente saliendo de las casas, un calendario de 1941…

De pronto, un flashback: mis hermanos y mis hermanas, todos alrededor de la radio, comiendo turrón y oyendo el sorteo de la Navidad:

–Treinta y cuatro mil quinieeentoooos diecisieeeteeee.

–Miiiiil peseeeetaaaas.

Otro flash: Yo con uno de mis hijos sobre mis hombros y el otro de la mano viendo la cabalgata de Reyes.

Otro flash: Mi mujer (¡ay, qué belleza!) sonriéndome y brindando conmigo tras las campanadas de Nochevieja mientras sostiene a uno de mis nietos en su regazo.

¿Cómo que mi mujer? ¿Cómo que mis hijos y nietos? Miro al pequeño y le contesto:

–¡Feliz Navidad!

–¡El abuelo ha hablado, el abuelo ha hablado! –grita llamando la atención.

Se agolpan todos a mi alrededor:

–¡Feliz Navidad, abuelito!

–Felicidades, abuelillo, ¡qué guapo estás!

–¡Hola, abuelo! ¿Quieres un mantecado?

¡Pero bueno! ¡Si son todos mis nietos, y mis hijos, y estamos en torno al fuego y al Belén cantando villancicos después de la cena de Nochebuena!

Y mira mi ángel, mi esposa querida, ¡qué manos más suaves tienes, mamá!, ¡cómo me mimas!, ¡cómo me acaricias!, ¡cómo me besas!…

¡Y qué bien hueles!

Ella se acerca, me abraza y me dice:

–Hola amor mío, ¿has visto qué familia más bonita tenemos? Hoy estamos celebrando la Navidad, por eso han venido tus hijos y nietos ¿Es o no un regalo de Dios?

¡Claro! El de las barbas es uno de mis hijos, ya lo reconozco ¡Por eso me sonaba su voz! Y los que entraron luego, mis otros tres que traían sus bandejas de comida para dejarlas en la cocina antes de la cena.

Yo no sé dónde tengo la cabeza o si es que estoy soñando, pero más feliz no puedo estar ahora.

–¡Venga, abuelo! –me gritan todos–, ¡canta con nosotros!

En la tele, Raphael canta el tamborilero y todos cantamos:

Yo quisiera poner a tus pies,

algún presente que te agrade, Señor.

Más, tú ya sabes que soy pobre también,

y no poseo más que un viejo tambor,

viejo tambor, viejo tambor…

Poco a poco, las palabras van perdiendo nitidez hasta que, de nuevo, se vuelven confusas. Todos han comenzado otra vez a usar ese idioma raro.

Yo ya no me acuerdo de si soy un viejito o un niñito, solo sé que me veo el más pequeño de todos y que siento mucho amor.

Me siento en la gloria. ¿No es acaso el cielo hacerse pequeño y vivir junto al Amor?

Pues entonces, una cosa está clara. Esta noche hemos estado un ratito en el cielo.


Esta noche hemos visto a Dios hacerse hombre. Esta noche, hemos visto a un hombre hacerse Dios. Esta noche, en mi casa, es Navidad.

Dedicado a mi padre, a mi madre, a mis hermanos

y a todos los que, en Nochebuena,

ven a Jesús chiquito nacer, en medio de sus hogares,

en sus abuelos enfermos de alzheimer

y otras demencias. Jesús está ahí, en la debilidad.

Sonriendo ante un viejo tambor. Eso es Navidad.

9

El origen de las 12 uvas
#HilodeNochevieja

–¡Carmen, reparte las uvas, que voy a por el cava!

–Voy, pero a mí me pones sidra sin alcohol, que ya sabes que no puedo probar ni gota.

–¡Niños, al salón, que van a dar las 12!

–Tita, Lola no quiere venir. Dice que no le gustan las uvas.

–Que no le… ¡Lolaaaa, ven al salón inmediatamente!

Lola está en una edad… Tiene 15 años, y es terca como una mula. Cuando dice que no es que no.

–¡He dicho que no voy! –trona desde su cuarto.

–Abuelo, échame una mano, anda, que a ti te suele hacer más caso y yo le tengo que pelar todavía las uvas a Pedrito.

–Voy, hija, estoy acostumbrado a lidiar con adolescentes gritonas. ¿A quién habrá salido esta?

–Venga ya, papá, yo no era igual.

–¿Que no? –Sonríe travieso mientras la toma del hombro y le da un beso en la frente–. ¡Igualita!

Lola estaba en su cuarto, como de costumbre tumbada en la cama, con la cabeza en los pies de la misma, bocabajo y chateando con el móvil.

–¡Caramba, qué guapa te has puesto hoy, Lola! Te pareces a la Dulcinea esa del Instagram.

–Dulceida, abuelo, te lo he repetido mil veces.

–Perdona, es que a veces me sale el Don Quijote que llevo dentro. Espero que no le moleste a vuestra merced.

–¿Qué quieres? Te ha mandado mamá a que me convenzas, ¿no?

–¿Convencer? Ay, hija, sé bien que a ti no hay quien te convenza de nada. Cuando tu madre…

–No me rayes, abuelo. ¿Otra vez me vas a contar que mi madre también fue una adolescente rebelde y cabezona?

–¿Te lo he contado ya?

–¿Lo de que una vez tuvisteis que llamar a un cerrajero para que abriera la puerta de su cuarto? Sí. ¿Cuando falsificó las notas para que la dejarais salir? Sí ¿Lo del día que saliste a consolar a un novio que había dejado llorando en la puerta? También.

–Vaya, pues sí que me repito. Bueno y a todo esto, ¿tú por qué no te quieres comer las uvas con tu familia?

–Pues porque no, abuelo, porque me parece una cerdada atiborrarse ahí en plan crónicas carnívoras mirando todos a ver cuánta teta enseña la presentadora.

–Te entiendo hija. La verdad es que no es la mejor forma…

–Y además, ¿las uvas de la suerte? Estáis 24/7 dándome la vara para que os acompañe a misa, para que vaya a los grupos de la parroquia, y ahora ¿invocáis a la suerte? Dais pena.

–Ahí te equivocas, Lola. Nosotros no tomamos las uvas de la suerte.

–¿Que no? ¿Entonces cuáles tomáis? ¿Las de la ira?

–No, cariño. ¡Nosotros tomamos –declama mientras se levanta para cerrar la puerta del dormitorio y regresar con semblante serio– “las 12 uvas de la salvación”!

–¿Las 12 uvas de la “qué”?

–Es una tradición muy antigua –continúa, bajando la voz y frunciendo el ceño como tratando de sacar del fondo de su mente recuerdos muy profundos– que no revelamos a nuestros hijos hasta que no llegan a la mayoría de edad y demuestran capacidad para entenderlo.

Al ver su rictus, a Lola se le cae el móvil de las manos y se incorpora esperando con ansia una explicación a tan solemne anuncio. Se sienta en la cama, se estira el vestido de fiesta y se recoge el pelo tras ambas orejas como queriendo quitar cualquier obstáculo a las ondas sonoras.

–Pero, yo…

–Ya, ya sé que no eres mayor de edad, Lola, pero eres muy madura. Este año lo has demostrado en casa, en el instituto, ayudando a esa amiga tuya que está pasando un bache, te has confirmado… Creo que ha llegado el momento de transmitirte esta venerable tradición. Verás, son muchas las historias que se cuentan sobre el ritual de las 12 uvas. Unos dicen que es una costumbre importada de la burguesía francesa y alemana y posteriormente adoptada por el pueblo.

Otros cuentan que el ritual de comer las “uvas de la suerte” fue una fórmula de marketing para aliviar un excedente tras una grandísima cosecha de los agricultores de Alicante… En realidad, eso fueron inventos de algunos periódicos que no fueron capaces de tirar del hilo hasta el verdadero origen de la tradición.

La idea surgió en la nochevieja de 1854, que aquel año coincidía con la fiesta de la Sagrada Familia. Los franciscanos estaban celebrando su capítulo general en España.

Tras las segundas vísperas, los frailes se reunieron a cenar e invitaron a varias familias cercanas con sus hijos. Dicen que, tras la cena, uno de los niños preguntó que porqué estaban todos esperando a que dieran las 12 en el reloj de la plaza y que por qué era tan importante ese número.

–¡Yo te lo voy a explicar! –gritó uno de los frailes, gran maestro y catequista, mientras se dirigía con emocionada prisa hacia el precioso Belén que presidía el refectorio–. Este que ves aquí –le explicó señalando al niño Jesús en el pesebre– es el Emmanuel y cuando den las 12, ya será mañana, que es el día de su santo. Por eso nos reunimos y estamos tan contentos.

El número 12 era muy importante para Jesús, ¿sabes? ¿Te acuerdas de que esta mañana, en Misa, fray Juan nos ha explicado el Evangelio de Jesús perdido y hallado en el templo? –El niño asintió con la cabeza.

–¿Y cuántos años tenía cuando le pasó eso? ¿Te acuerdas?

–¡12!

–¡Respuesta correcta! ¡Te has ganado… –miró a su alrededor para buscar algún dulce con el que premiar al niño y tomó una de las uvas más gordas de un hermoso racimo que había sobre la mesa– esta uva tan rica! –Se la dio a comer y el niño masticó satisfecho–.

Por eso esta noche, a las 12 –continuó– hacemos memoria, como hizo el evangelista para recordar la niñez de Jesús. Recordamos todas las cosas que hemos hecho en nuestra vida, sobre todo en este último año. Pedimos perdón por las malas y por las buenas, decimos ¡todo es gracia!

–¿Y quiénes son estos dos personajes que hay en el Belén a un lado y a otro del “Manuelillo”?

–¡María y José! –Contestó rápidamente el niño todavía sin terminar de tragar la primera uva.

–¡Eso es! –celebró el monje dejándole caer otra uva en la boca–. Jesús pertenecía a una familia, a un pueblo, al pueblo de Israel. Era descendiente de David, de la tribu de Judá, que era una de las, ¡atención!, 12 tribus de Israel. Por eso esta noche nos hemos reunido en familia, nuestra “tribu”, damos gracias a Dios por ella y nos acordamos con esperanza de los familiares que ya no pueden estar aquí con nosotros. El 12 aparece también en uno de los relatos de la multiplicación de los panes y los peces. Con cinco panes y dos peces, Jesús alimentó a 5.000 hombres y sobraron… ¿alguien sabe decirme cuántas canastas?

–¿Doce? –Aventuró el pequeño con la boca todavía ocupada, pero abriéndola a la vez para recibir el siguiente premio.

–¡Fantástico! –contestó el fraile mientras le daba otra uva–. Por eso, cerca de las 12, cuando miramos el año que acaba, vemos la generosidad de Dios con nosotros y miramos al año próximo pensando en cómo ayudar a nuestros hermanos, cómo amar más al prójimo, sobre todo a los más necesitados, a los que sufren.

Esta, seguro que te la sabes también –prosiguió mientras arrancaba la siguiente uva–: ¿Cuántos fueron los apóstoles, los amigos más íntimos de Jesús?

–¡Wofe! –Balbuceó el niño espurreando zumo de uva.

–¡Cuánto sabe este niño! –soltó el franciscano protegiéndose la cara con una mano mientras con la otra le daba el consabido premio–. Los 12 son figura de la Iglesia, son las columnas sobre las que esta se asienta. Por eso, en este día, nos sentimos orgullosos de pertenecer a ella, pedimos perdón porque con nuestros pecados afeamos su rostro, y nos comprometemos a seguir llevando el mensaje que nos transmitieron ellos, los 12. Pero hay un 12 muy especial para nosotros, los franciscanos, que desde este año se recordará para siempre y por el que estamos especialmente contentos…

En ese momento, en el reloj de la torre empezaron a sonar las 12 campanadas, por lo que la reunión se disolvió, quedando inconclusa la explicación. Todos salieron al balcón a escuchar a los músicos, a ver a la gente que se había congregado en la plaza y a felicitarse.

Después, cada familia volvió a su casa y la explicación quedó inacabada. El capítulo terminó a los pocos días y los frailes volvieron también a sus países de origen. Aquella preciosa predicación fue muy aplaudida y acordaron que la transmitirían a sus comunidades. Y así fue cómo la tradición se fue extendiendo, no solo por España, sino por numerosos países latinoamericanos donde todavía hoy comen las uvas.

La prédica la solía dar el superior de la comunidad mientras se iba comiendo las preceptivas uvas para regocijo de los hermanos que disfrutaban viéndolo atragantarse. Era una noche festiva en la que se transmitía la historia de la salvación.

Lo de que fueran 12 uvas lo encajaron también dentro de la tradición bíblica, recordando al gran racimo de uvas que los 12 exploradores enviados por Moisés recolectaron en la tierra prometida. Era tan grande que tenían que llevarlo entre dos, colgado de una vara. Las uvas son, por tanto, signo de la providencia y fidelidad de Dios, que cumple sus promesas.

Aquellas “12 uvas de la salvación”, que así se llamaba la costumbre del último día del año, se fueron extendiendo entre las familias cristianas hasta finales del XIX.

Pero poco a poco, la desidia, la falta de preparación de muchos, el apuro por no molestar a otros miembros no creyentes de la familia, y, sobre todo, la persecución religiosa de comienzos de siglo, hizo que la enseñanza se fuera perdiendo quedando solo el signo de las uvas. A todo el mundo le resultaba simpático lo de comer las doce uvas y pronto lo relacionaron con los 12 meses del año, con las 12 de la noche, con la suerte… Pero en el principio, ahora ya lo sabes, Lola, no fue así.

–¡Vaya!, pues sí que es chula la historia. Y ahora, que podemos volver a recuperar esa costumbre, ¿por qué no lo hacemos? ¿Por qué no se la contamos a los niños también?

–Hija, porque nos hemos dado cuenta de que es una forma de protegerla. Como sabes, ahora se pervierten todas las costumbres cristianas. La gente no felicita la Navidad, se desea “felices fiestas”; a la Semana Santa la llaman “fiesta de la primavera”; al día de todos los santos le anteponen las brujas de Halloween… Contar esta historia solo a quienes han demostrado madurez y respeto por nuestra fe nos permite poder seguir celebrándola sin distorsiones. Si no, ya verías cómo el 12 lo sustituirían por el 10 y las uvas por aceitunas, qué sé yo. A partir de ahora, cuando veas que todo el mundo, creyentes o no, comen sus uvas, piensa que Dios quiere que todos se salven. Jesús dice de sí mismo que Él es la vid 37. ¡Así que a todos les viene bien comer de su fruto! Y mientras tú las comas, recuerda, como hacemos todos los mayores, esta enseñanza de las doce uvas tal y como yo te la he contado.

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9788428837835
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