Kitabı oku: «Ser hoy persona humana y creyente», sayfa 2
2. Educar en valores y valores para vivir
Ciertamente el tema apremia, tiene carácter de urgencia y se ha convertido en auténtico clamor social. Urge promocionar los valores en las sociedades democráticas, que están sufriendo las consecuencias graves de ese vacío ético. La conciencia colectiva se está convenciendo cada vez más de que las cosas no pueden seguir así, deben ser de otra manera si se quiere salvar a la persona humana y conseguir un orden social más justo y más humano. Hay que reclamar una ética que nos permita ser libres y solidarios. Nos asusta el antagonismo brutal entre los valores heredados de la tradición y los que ofrece la sociedad actual.
La complejidad de la vida nos asusta. Hoy se cruzan caminos alternativos y contradictorios. Al grito de los pobres se añade ahora el grito de la tierra, explotada, malherida, mercantilizada, con todos los cambios climáticos y desastres ecológicos, que conocemos. Padecemos una crisis de valores personales, estructurales y sistémicos. Estamos inmersos en un sistema de valores, mejor de antivalores, que nos impone una ideología centrada en la ganancia a toda costa, donde manda el capital, el dinero, algo que trae como consecuencia el individualismo absoluto, el consumo sin medida, la mercantilización y el lucro por encima de todo.
Y esto se encubre bajo la bandera de la modernidad, el progreso, la ilustración, el bienestar, la tecnología y el futuro. Con la caída del socialismo, el capitalismo se hace más fuerte y es mayor el contraste entre los valores de la cultura tradicional y los del mundo en que vivimos. Pongamos algunos ejemplos:
Frente al sentido comunitario, solidario, del compartir y de la reciprocidad, el capitalismo ha introducido el individualismo feroz y el egoísmo a ultranza.
Frente a una vida sencilla, frugal, contenta con lo elemental, se ha puesto de moda el consumo en unas cotas inviables.
Frente al sentido de armonía cósmica con la naturaleza, la madre tierra, la Pachamama andina, el capitalismo ha introducido el valor mercantilista de la tierra, abusando de los recursos naturales, con un antropocentrismo egoísta y salvaje.
Frente a un sentido sencillo y pudoroso de la sexualidad y una visión humana del sexo, del matrimonio y de la familia, el capitalismo nos ha invadido con una ideología del sexo como juego, del placer por el placer, de la pornografía y del abuso de la mujer, con una concepción egoísta y muy poco seria de la familia y el matrimonio.
Frente a un sentido de la gratuidad y de la fiesta como celebración comunitaria y sueño utópico de la sociedad del futuro, el capitalismo ha pervertido la celebración, ha absolutizado lo útil, el ahorro y el trabajo como lo único valioso, dentro del cual la fiesta sería una interrupción desagradable pero necesaria para poder luego trabajar más y ganar más.
Frente a un sentido integral de la persona y de la vida, que valora lo afectivo, lo simbólico y lo gratuito, el capitalismo defiende un racionalismo frío y calculador, la razón instrumental frente a la razón simbólica.
Frente al valor de la honestidad, la autenticidad y la transparencia, el capitalismo defiende bajo la capa del progreso la doble moral, la hipocresía, el silencio bancario, los paraísos fiscales y el blanqueo de dinero.
Frente a un sentido pacifista de los pueblos, el capitalismo, tremendamente machista, defiende el armamentismo, vende armas a los países pobres y se aprovecha de sus luchas y rencillas tribales para ganar dinero a costa de vidas humanas, fabrica minas antipersona y luego ofrece la tecnología antiminas para eliminarlas, sin que le importen las víctimas inocentes, muchas veces niños y niñas, que se quedan sin piernas o sin brazos.
En una palabra, frente al «vivir bien» que las culturas tradicionales defienden, es decir, una vida humana, sencilla, igualitaria y compartida, el sistema capitalista defiende el que algunos vivan mejor a costa de que otros vivan inhumanamente[3].
No podemos sustraernos de la conmoción histórica, de los cambios profundos en el amanecer de una nueva época de la historia. En la nueva morada vital del hombre y de la mujer aparece una diversificada variedad de propuestas a la hora de educar en valores.
Resulta complicado llegar a consensos en este tema porque nos movemos en zonas ambiguas, dudosas, complejas, de crisis de valores. En el fondo una crisis del sistema educativo, familiar, escolar y social. Pero no queda otra que buscar salidas, humanamente satisfactorias, aplicar creatividad, inteligencia y compromiso de cara a nuevos emprendimientos educativos y humanos.
Desde estas premisas, distribuyo mi reflexión en tres bloques. El proceso empieza por una educación transformadora en la familia, escuela, parroquia y sociedad civil; el segundo paso del proceso se centra en los valores y, en tercer lugar, me ocuparé de los «valores para vivir».
Ante este cuadro de valores que nos presenta el capitalismo neoliberal, hondamente arraigado en nuestras sociedades, hemos de señalar nuestra responsabilidad de buscar un profundo cambio de valores, especialmente en las sociedades ricas. Lamentablemente esos valores están enriqueciendo el mismo sistema económico. Frente a este sólido y perjudicial marco de valores tenemos que resituarnos, plantear las tareas educativas, la labor catequética y pastoral en su conjunto, que desempeñan numerosas personas y organizaciones, tanto educativas, como eclesiales.
Constataré el profundo arraigo de los valores capitalistas en todos los niveles de nuestras sociedades, pues no es posible pensar en una transformación de este injusto sistema económico sin afrontar el necesario cambio de valores que lo pueda hacer posible. Los colegios e instituciones eclesiales que desarrollan proyectos educativos deben necesariamente afrontar este cambio.
No suele oírse la voz de los pastores para poner de manifiesto las profundas injusticias que promueve el capitalismo neoliberal[4].
Y antes de hablar de formación en valores tenemos que conocer bien la realidad psicológica y el momento evolutivo de la persona, así como el contexto psicosocial, que no es otro que el egocentrismo. Este hace que el ego, el yo haya quedado fijado en la adolescencia y no se inicie en el proceso gradual hacia la madurez humana. De ahí la necesidad de una educación en valores, que cuide la dimensión personal, comunitaria y social.
Educación transformadora
«La verdadera educación desarrolla lo mejor de cada uno que está, como en germen, en nosotros» (Gandhi).
Hoy fallamos en lo esencial, en educar, en ofrecer una educación transformadora. Y por ahí empiezo. La educación para ser transformadora tiene que responder a tres postulados: los humanos y psicológicos, el concepto dinámico de educación y la educación integral.
a) Postulados humanos y psicológicos
Una educación transformadora toma buena cuenta de la dimensión psicológica de la persona. El crecimiento de la persona, el «constructo personal» que llaman los psicólogos, es algo dinámico, una tarea de todos los días. Nacemos egocéntricos y estamos inmersos en lo profundo del la espiral del ego, replegados sobre nosotros mismos. Debemos luchar toda la vida, sin interrupción, para romper la línea egocéntrica, narcisista, saliendo de nuestro enclaustramiento, de nuestras actitudes egoístas, posesivas, descubriendo y abriéndonos a los otros para desarrollar la capacidad de amor y de amistad. Muchas personas se han quedado clavadas en la edad infantil. Los cambios en la persona generalmente vienen a través de los intercambios relacionales.
En el desarrollo integral de la persona es decisiva la imagen que se forme de sí misma. Si tiene un concepto elevado y realista, dará respuestas en consonancia con ella misma. Igual acontece con la idea que tengan los otros de uno. Si sabemos que el resto nos valora, en la vida ofreceremos respuestas positivas. Estos dos conceptos psicológicos se deben manejar adecuadamente en el itinerario hacia la madurez. Pero un pecado de nuestro tiempo es la trivialidad funcional, que concibe que todo es igual, nadie hace nada por nadie; nos movemos en un torbellino de relaciones y acontecimientos, pero casi todo es vulgar, trivial, no vale la pena. Nuestro mundo tiene mucho de neurótico. Y lo neurótico es la fijación en las cosas, es el suspiro y el ansia desmesurada por tener. Cuánta razón tenía el Principito de Antoine de Saint-Exupéry cuando decía que los hombres de hoy compran productos ya elaborados a los mercaderes, pero como no existen mercaderes amigos, con sentido de fiesta, los hombres ya no tienen amigos ni viven la fiesta, ni experimentan lo gratuito.
Los expertos alertan que la persona solo aprovecha el 30% de sus posibilidades y virtualidades. De modo que hay que aceptar las exigencias psicológicas del alumno, hay que aceptarle como es. Ciertamente no es una persona en miniatura, sino un adolescente, niño o joven en desarrollo, con un sentido alegre y despreocupado de la vida, con ganas de vivir y ser feliz, de ser útil, de servir para algo y, sobre todo, de divertirse y pasarlo bien.
En base, el educador debe tener una concepción dinámica de la persona. Hay que ver al alumno como un haz de fuerzas, de posibilidades, que tienen que desdoblarse, que necesita ayuda para realizarse, saberse en presencia de un proceso evolutivo, dinámico, vital, que hay que ayudar a desarrollar y evitar que el ambiente o una mala educación lo impida. Se impone conocer los periodos evolutivos, del mismo modo que se comienza a levantar pesas de 5 kg, si desde el principio se le exige levantar una de 50 kg, una de dos, se siente fracasado o se enfrenta al entrenador.
El quehacer educativo reclama un esfuerzo grande, comprensión y amistad, pues debemos ponderar las cualidades positivas y educables, respetar su persona, su libertad y, en todo momento, dejar abierta la posibilidad de diálogo, la comunicación y la adaptación.
b) Concepto dinámico de educación
La idea es aplicar un concepto dinámico de educación, de signo positivo, que tenga en cuenta la realidad psicológica del alumno. La función del educador preventivo tiende más a estimular, a motivar y a ayudar que a reprimir, a imponer o castigar.
No debemos sustituir al adolescente, sino orientarle, dialogar con él, escucharle, apoyarle y animarle; en resumen, ayudarle a desarrollar los dinamismos propios, demostrándole que tiene fuerza para realizarse. Hay que hacerle ver que estará educado cuando llegue a la posesión y recto uso de su libertad. No se trata tanto de aceptar las normas, sino de aceptarlas a través de un acto libre, consciente. Por eso, ayudado por el educador, las acepta no por imposición, sino como camino hacia una meta, apoyado siempre por la motivación.
El proceso educativo le llevará gradualmente a una adhesión a los valores presentados, que acepta libre y responsablemente, porque educar no es cumplir la disciplina o el horario, sino ayudar al alumno en su camino hacia una conducta consciente, responsable en el estudio, en las relaciones, en las diversiones, en el deporte, en los hobbies, en el tiempo libre, en la religiosidad...
Entonces la educación tiene que ser la fuerza y la guía del desarrollo dinámico del alumno.
c) No se puede haber una educación transformadora sin una educación integral
La educación integral transforma porque se empeña en promocionar a la persona, como unidad y totalidad físico-psíquica y social-espiritual. La persona es una, orgánica y unitaria, pero con multiplicidad de funciones, las cuales a través de la educación dan como resultado una personalidad humana compleja y múltiple y, al mismo tiempo, singular y original. Todos los aspectos tienen que ser promovidos, desarrollados y llevados hacia la madurez, pues el desarrollo de todas sus capacidades apunta hacia la madurez, que se expresa en hábitos operativos, intelectuales y morales, en la capacidad de obrar libremente con rectitud ética.
Dicho de otra forma, la educación ante todo debe buscar y conseguir hacer al hombre, es decir, dar al individuo los valores de la especie, antes que los valores de la cultura, de la técnica o de la sociedad, porque la persona antes de ser profesor, ingeniero, político, sacerdote, agricultor... es hombre. De ahí que la trasmisión educativa del formador al alumno consista ante todo y esencialmente en comunicarle una «forma» que le haga hombre, antes que nada, que le haga consciente de su significado humano. Y precisamente lo específicamente humano es la libertad, de ahí que digamos y definamos la educación del hombre como la capacidad de obrar rectamente con libertad.
En definitiva, el hombre educado es el que ha conseguido su status virtutis o sea el que ha conseguido la capacidad habitual de obrar libremente, es decir, con la más perfecta rectitud ética posible, objetiva y referida al fin último. Es aquel que ha sabido integrar todas sus energías vitales y adaptarse al propio ambiente, con un sentido crítico, constructivo y positivo.
Por eso el primer paso en el proceso educativo se tiene que centrar en llevar al alumno a la posesión de su libertad y, como paso lógico y consiguiente, a tomar una postura personal libre, responsabilizada ante sí mismo, ante los demás, ante el mundo y ante Dios y lo religioso.
Mientras no se hayan formado jóvenes capaces de elegir, de revisar, de criticar constructivamente, de aceptar o rechazar, éticamente libres y responsables, no hemos educado realmente.
La capacidad de hacer actos libres, esto es, la educación poseída, debe traducirse en la capacidad del sujeto de determinarse, de elegir, de autodecidirse. Una educación, entendida así, resulta transformadora y provoca un cambio de valores en las personas y en la sociedad.
Qué son los valores. Identidad y proyección
La educación transformadora lleva a la persona a descubrir, asimilar e identificarse con el cuadro de valores significativo de la persona humana y, sobre todo, a adquirir el valor esencial, la capacidad de sentir, pensar, actuar y decidir con libertad. El sujeto educado presta su adhesión libre, responsable y alegre al valor descubierto.
¿Pero qué es un valor? Más que definirlo es mejor describirlo.
Según por donde se mire, resaltamos diferentes aspectos del valor. Algunos lo ven, como una creencia básica, a través de la cual interpretamos el mundo, damos significado a los acontecimientos, a la propia vida, y sentido a la existencia. El valor puede ser el precio de un objeto, que no tiene nada que ver con los principios inspiradores de la conducta humana ética, sabia, libre y solidaria.
Damos un paso más. Los valores se encuentran como desdoblados en un valor positivo y en su correspondiente valor negativo, antivalor o desvalor. Así al valor de la justicia se opone el contravalor de la injusticia y al valor de la virtud se opone el antivalor del vicio... En el mundo de los valores la persona no se mide ni por lo que dice ni por lo que posee. Vale por lo que es y por lo que hace.
Los valores desarrollan una conciencia crítica y creativa, que permite tomar postura y crear una opción personal y coherente ante los desafíos del mundo[5]. Y no se queda en las meras actitudes, sino que actúa con comportamientos libres, serios, responsables y solidarios en el ámbito de una sociedad pluralista, donde las propias valoraciones, creencias, visiones y opciones han de saber convivir, en respeto y tolerancia, con los valores y visiones de los demás.
El valor es la convicción firme y razonable de lo que es bueno o malo y de lo que te conviene o no. Y eso produce en nosotros una escala de preferencias, la escala de valores.
Los valores éticos requieren para serlo ser fruto del ejercicio de la libertad, son cualidades de la persona humana y son universalizables, es decir, toda persona los pone en práctica para ser y por ser plenamente humanos.
Si miramos a la historia, nos damos cuenta que consideramos patrimonio común los valores de igualdad, libertad, solidaridad, respeto y promoción de la justicia y de la paz, debido a que son valores que asociamos a los derechos humanos y son el resultado de procesos históricos conseguidos[6].
En todos estos valores es decisiva la acción de la familia, de la escuela, de la parroquia, las instituciones... en definitiva, la sociedad en la que vivimos[7]. Hemos de reconocer que en medio de las estructuras de poder del sistema actual de valores y contravalores, viven personas muy honradas y de buena voluntad, pero que se sienten impotentes ante ellas.
En definitiva, alguien que encarna valores, sabe valorar a la persona, su dignidad, el sentido de la vida, lo afectivo, lo simbólico, lo gratuito, una vida sencilla, humana, compartida, mientras que la sociedad de hoy ofrece lucro, desigualdad, consumo en exceso, discriminación.
Adela Cortina nos ofrece otra dimensión. Los valores no son, ni cuentan, ni se verifican, solo se degustan. Quien tiene capacidad de estimar, los puede apreciar. Y esta capacidad la tenemos todos entreverada entre la razón y el sentimiento. Por eso somos capaces de valorar a las personas y las cosas. Las cosas tienen precio y las personas dignidad. La dignidad es el fundamento en que se basan los derechos humanos, los valores y las virtudes. Y los derechos humanos no se conceden, se reconocen.
El valor es la utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite. El valor se refiere a la cualidad de las cosas y para poseerlas se da dinero o algo equivalente. El precio se puede fijar pero el valor no. «Todo necio confunde valor y precio», decía Antonio Machado. Los valores son cualidades reales de las personas, las cosas, las instituciones o los sistemas. Y precisamente porque lo son las estimamos:
El valor no es un objeto, no es una cosa, no es una persona, sino que es una cualidad que descubrimos en la cosa (un hermoso paisaje), en la persona (una persona solidaria), en una sociedad (una sociedad respetuosa), en un sistema (un sistema económico justo), en las acciones (una acción buena)[8].
Tenemos la capacidad de estimar, de valorar, y es inconcebible un mundo sin valores, sin generosidad, armonía, lealtad... Aquí lo que cuenta no es tanto una jerarquización aceptable, como el desarrollo armónico de todos los valores, de una forma complementaria y armónica.
Creo que la mejor fórmula de educar en valores es aplicar la pedagogía del encuentro, con todos los que creemos que la vida tiene un sentido y un porqué, por extraño que nos parezca, y que reconocemos y respetamos la dignidad de todos.
Valores para vivir
El ser humano necesita una visión integral e integradora de toda la realidad personal, social, cósmica y trascendente. La palabra alemana Weltanschaung lo expresa de maravilla, pues esta «visión del mundo» se va forjando a través de ese proceso gradual de asimilación e interiorización de una escala y jerarquía de valores, que permiten una correcta interpretación de uno mismo, de los demás y de la sociedad en general. Dicha jerarquía de valores fluye entre las constituciones democráticas de cada país, desde la Declaración universal de los derechos humanos que recoge el sentir común de la humanidad y los valores que dignifican la existencia humana; y para los creyentes los valores del reino de Dios, que anunció Jesús:
Apertura al otro, sin discriminación o exclusión.
Preferencia por los empobrecidos y marginados.
La persona ante todo y sobre todo.
Condena del ídolo dinero.
Prioridad de las relaciones humanas, personales, interpersonales y personalizadas.
Conformarse con lo suficiente para conseguir una mejor distribución de los bienes, que son de todos y no de unos pocos.
Vivir la sexualidad como un espacio igualitario.
Hacerse el último a la hora de servir, compartir y en no tiranizar ni oprimir[9].
El mundo de los valores es muy variado, no se identifican, pero se relacionan entre sí. Así, por ejemplo, Max Scheler, el creador de la escuela de la ética de los valores, ordena los valores según una jerarquía en la que unos son superiores a otros y los superiores reclaman una mayor urgencia que los inferiores. Mientras que nuestro filósofo José Ortega y Gasset presenta otra clasificación, no jerárquica, si bien señala un lugar específico a los valores morales. La vida humana exige encarnar unos valores de forma equilibrada:
Sensibles: placer/dolor, alegría/pena.
Útiles: capacidad/incapacidad, eficacia/ineficacia.
Vitales: Salud/enfermedad, fortaleza/debilidad.
Estéticos: bello/feo, elegante/inelegante.
Intelectuales: verdad/falsedad, conocimiento/error.
Morales: justicia/injusticia, libertad/esclavitud, igualdad/desigualdad, honestidad/deshonestidad, solidaridad/insolidaridad.
Religiosos: sagrado/profano.
En la página siguiente se muestra otro modelo de escala de valores muy completo.
Ante este cuadro de valores, ¿cuál tiene que ser nuestra postura, actitud, compromiso serio? Tres cosas podemos hacer y debemos hacer:
Apoyar, respetar y dar continuidad a aquellos valores, que ya existen.
Defenderlos allí donde son precarios o muy vulnerables.
Tratar de encarnarlos, donde no existen o suprimir los valores negativos.
Por supuesto no vamos a describir cada valor.
Pero quiero llamar la atención y brevemente digo una palabra sobre algunos que tienen mucho que ver con la existencia del siglo XXI: la austeridad solidaria, la profundidad, la cultura de la no violencia, la justicia y la libertad.
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