Kitabı oku: «A merced de las mareas», sayfa 2
4. Granada
15 de septiembre de 2003 10 de la noche
Pinché el portátil a la conexión del teléfono del hotel y me conecté a Internet. ¿Cómo era aquello posible? Allí estaba; la bandeja de entrada del Outlook contenía, entre otros, un críptico mensaje que decía: « Si mi palabra no ve la luz mi alma no alcanzará el descanso. Ayúdame a descansar, busca mi palabra». En fin, podía tratarse de un mensaje más entre esa plétora diaria que te impulsaba a comprar Viagra, a agrandarte las tetas o a alargarte el pene; podía tratarse de una broma de cualquiera de los del grupo de Juan, esos hackers locos que se pasaban el día descerrajando sistemas de seguridad, asustando a inocentes compradores a través de Internet o abriendo agujeros en cualquier sistema gubernamental, fuese militar o civil. Sin embargo, había algo en aquel mensaje que me ponía los pelos de punta. Era como si al mirarlo, el mensaje destacara de todos los demás presentes en la bandeja, como si sacara una mano del ordenador y me agarrara del cuello para llamar la atención. Decía, ¡mírame!, estoy aquí, no vengo de Estados Unidos a través de un alocado salto de dirección IP en dirección IP, vengo de otro sitio, de un sitio que ni siquiera se te ha ocurrido pensar que existe.
Cómo concentrarse en la preparación de la clase de mañana, Web Forms con ASP .Net, mientras que un fantasma proveniente de la neblina del tiempo convertía impulsos espectrales en fluido digital. Qué había en ese mensaje que me impactaba de esa manera. Bueno, lo mejor era armarse de valor y borrarlo. Despacio, con precaución, acerqué el puntero del ratón a la línea del mensaje. No tenía asunto, no tenía emisor, no tenía fecha. El dedo parecía negarse a presionar sobre la tecla Suprimir. Al fin lo hizo. Nada. El mensaje seguía allí. Volví a intentarlo alocadamente. Nada. Lo intenté con el botón derecho del ratón. Nada.
Quizá es que yo sea muy impresionable. Al fin y al cabo no provengo de la cultura occidental, racional, instrumental, pragmática. Oriente circula por mis venas. En mi cerebro resonaron antes los ritmos de la poesía beduina y de las azoras del Corán, que las frías líneas del cartesiano Discours de la Méthod. Si a este curso hubieran venido Ricardo o Ana, ambos españoles modernos, ambos ingenieros informáticos antes que cualquier otra cosa, seguro que sabrían como resolver esta situación, seguro que no se dejarían impresionar por esta mezcla de sueño, niebla y bytes.
En fin, decidí ser práctico e intentar olvidarme del asunto. Broma, fallo informático o estupidez.
¡Qué más da! Recuerdo cuando recibí otro mensaje intentando venderme por cuatro perras la mitad de la provincia argentina de Mendoza. Me obsesionó un par de días, pensé en indagar más.
Me veía convertido en un hacendado latinoamericano rodeado de vacas y gauchos, pero al final primó la sensatez, el médico de la seguridad social, las buenas carreteras, los bares de tapas, la pensión de jubilación cuando dejara de trabajar, en fin todo aquello por lo que abandoné Marruecos, mi mundo, y lo cambié por este extraño que me repudia muchas veces, pero termina satisfaciendo mis necesidades. Intenté aplicar la misma técnica que entonces, practicar el olvido.
No era muy tarde y estaba dispuesto a disfrutar de mi suite, así que me preparé un baño caliente y llené el Media Player del portátil de una buena selección de MP3, Rolling, Beatles, el Boss, U2.
Nada que me recordara al pasado. ¡Cómo que no! Allí estaba la voz de McCarthney diciéndome que creía en el ayer, ¡horror!, esto era una conspiración.
«Yesterday, all my troubles seemed so far away
Now it looks as though they’re here to stay
Oh, I believe in yesterday.
Suddenly, I’m not half the man I used to be,
There’s a shadow hanging over me.
Oh, yesterday came suddenly.»
Lo que me faltaba. « There’s a shadow hanging over me». Paul hablándome de sombras que cuelgan sobre mí. En fin, menos mal que el ritmo trepidante del Boss vino a poner orden.
Funcionó; en una hora estaba tranquilo y listo para estudiar algo y preparar la clase de mañana.
Estos cursos intensivos de lunes a viernes siempre incitan a los alumnos a sacar de ti el máximo posible de información y cualquier fallo luego se paga caro, así que habría que aplicarse como buen profesional e intentar cumplir lo mejor posible. Tenía ya la cena en los pies así que pedí un par de sándwiches y una cerveza al servicio de habitaciones y me dispuse a darle duro al trabajo.
Antes de la una de la madrugada había terminado de preparar todo y el sueño comenzaba a adueñarse de la situación. Me quedé dormido casi sin pensarlo. Inshalla.
5. Granada
15 de septiembre de 2003 Siete y media de la mañana
Menos mal que al entrar en el hotel el día anterior me acordé de indicar en Recepción que me llamaran a las siete y media. El teléfono sonó puntual y, como siempre, me transportó muy lentamente la vaguedad del sueño a lo concreto de la realidad. Soy Khalil, estoy dando un curso en Granada, me acabo de despertar en un hotel, en fin, el chequeo de rigor. ¡Umnnn! Tengo hambre, una ducha rápida y a desayunar al buffet.
Y de repente, ahí estaba. El recuerdo me sorprendió como siempre lo hacían las perspectivas desagradables para el día cuando me despertaba por la mañana. El mensaje. Me acordé y no pude resistir la tentación de acercarme al portátil encendido para volver a comprobar qué era aquello, de dónde venía y si podía borrarlo. Quería un día tranquilo y sin sorpresas.
El ordenador estaba encendido, pero con el ahorro de energía activado así que la pantalla estaba apagada. Empujé levemente el ratón para que se encendiera y me dispuse de nuevo a acceder al Outlook. Pero, ¡horror!, el destino estaba decidido a complicarme mi estancia en Granada. ¿Qué era aquello? Nada más encenderse la pantalla apareció el Word cargado y una frase escrita en grandes letras: « Si mi palabra no ve la luz mi alma no alcanzará el descanso. Ayúdame a descansar, busca mi palabra». El mismo mensaje del Outlook, pero ahora escrito en Word. Estoy loco, no bebí tanto anoche como para escribir yo mismo esto y que no me acuerde. No, no puede ser, quién ha entrado en la habitación y ha estado usando el ordenador. Es una broma pesada.
Análisis, análisis. Racionalidad. Es igual que cuando ves una película de terror y vuelves solo a dormir a casa. Los sentidos se te agudizan, crees oír ruidos donde no los hay, ves sombras, la imaginación se lanza a debatir con la razón y, finalmente, el análisis termina imperando. No puede ser, nada de lo que me da miedo existe, son entes creados por mi imaginación. Eso tengo que hacer… ¿Pero cómo?, alguien o algo ha escrito en mi portátil esta noche esa críptica frase en un documento de Word y lo ha dejado abierto para llamar mi atención y que lo viera. Al fin y al cabo el mensaje de correo podría tratarse de una tontería similar a la de la finca de Mendoza, pero ¿y esto? Nadie puede mandar remotamente un documento de Word y dejarlo abierto en el escritorio del receptor; ¿nadie? ¡Bah!, seguro que esto es una broma pesada de Juan. Quizá un agujero de seguridad en el Outlook, han visto por Internet que estaba conectado, me han mandado el archivo de Word y aprovechando el agujero de seguridad han ejecutado alguna macro que lo abría sobre el escritorio. ¡Eso es!, racionalidad. Ya hablaría yo con Juan luego.
Ahora a la ducha y a desayunar.
6. Granada
30 de marzo de 1482 4 de la tarde
Desde la lejanía alguien contemplaba silencioso y circunspecto el revuelo que la entrada de las tropas estaba produciendo en la ciudad. Lo hacía desde la zona del Rabad al-Bayyazin, donde el paseante piensa que casi puede tocar el Darro con la mano y volar junto a las bandadas de torcaces hacia los altos muros de la Alhambra.
El bullicio exterior parecía no afectarle, sin embargo la lánguida mirada denotaba la tristeza que los hechos acaecidos parecían aportarle. Para él las imágenes vistas eran las del fin de una era.
Hombre de ciencia, apreciaba como pocos la paz y la tranquilidad política y social para desarrollar su trabajo y lo que veía no era presagio, desde luego, de una época de calma. En su interior sabía que la nueva y belicosa pareja de reyes cristianos no iban a cejar hasta poner su bota sobre el resto del al-Ándalus musulmán que quedaba, ¡su querida Granada! También sabía que el emir había optado por una política de confrontación abierta de la que no todo el reino era partidario. La disensión, el conflicto interno, la polémica solían resolverse en Granada con algunas cabezas rodando por el suelo, la algarada sangrienta de algunos alocados jinetes y el llanto y la venganza como consecuencia.
Acostumbrado como estaba, al-Qalasadi, que ese era el nombre de nuestro preocupado espectador, al tranquilizador aspecto de las fórmulas y los símbolos del álgebra, las pasiones humanas desbocadas no parecían agradarle demasiado. Por ello, esperó a que el bullicio se fuera calmando y cuando ya la mayoría de la gente se había marchado a sus casas, emprendió la ruta de bajada en dirección a la plaza de la Mezquita Mayor para llegar a la Yusufiyya Angiba, la casa de la ciencia, donde su pequeño grupo de alumnos lo esperarían impacientes.
Antes de llegar tuvo aún que oír la salmodia de algún alfaquí que abominaba de su rey y se lamentaba por la pérdida de Alhama.
—Hoy no hablaremos de símbolos ni de números —comenzó su discurso el maestro. Parece que Alá en su grandeza tiene planes diferentes para nosotros, los musulmanes de Granada, y hace que el esfuerzo de tantos años por organizar una sociedad culta y razonable, se vaya a perder a golpes de la espada de los reyes cristianos y de las disputas entre nuestros nobles.
—Maestro, ¿qué debemos hacer los que sentimos más apego a la ciencia que a las pasiones humanas? —preguntó Abd Allah—. ¿A quién debemos apoyar?, al viejo emir Muley Hacén que desea luchar contra los cristianos, aunque sin mucho éxito por ahora o a su hijo Boabdil que pacta con ellos para evitar la perdición del reino.
—Dicen que la muerte de Granada está escrita. Zogoybi es el apelativo con que llaman a Boabdil.
Los astros predijeron que sería un rey desventurado y que perdería el reino. Os he enseñado a no creer en esos fatuos presagios ya que no hay astro alguno que pueda interferir en la libertad del hombre. Yo apostaría por Boabdil. Odio la guerra y Abul Hassan la provoca con su actitud orgullosa. Pero ¿quién puede conocer los designios de Allah?
—Pero ¿no debemos defender nuestra tierra de los infieles? —increpó Yasmin. Nuestro sultán, su hermano al-Zagal y nuestro visir Abul Qasim Venegas están llamando a los musulmanes para que defiendan la sagrada tierra de al-Ándalus y ningún creyente puede dejar de oír sus voces.
—Sí, querido Yasmin, tendrías razón si todos los granadinos fuésemos a ir como una piña a su llamada, pero ya ves que no es así. Nuestro emir no goza de la simpatía de los alfaquíes y de muchos nobles. Muchas de las familias importantes están en su contra desde la matanza de los abencerrajes, además, desde que abandonó los brazos de la sultana para caer en los de su amante cristiana, muchos buenos creyentes le abominan y prefieren a Boabdil, casado con Morayma, la hija de Ali Attar, héroe del pueblo.
Así fueron poco a poco desgranando las argumentaciones y la tarde fue cayendo sin que la ciencia pudiera abrirse paso entre el flujo de pasiones que albergaban los corazones de los estudiantes.
—Amigos —concluyó, al-Qalasadi—, lo de hoy ha sido simplemente la gota que ha desbordado el vaso de agua. Hace tiempo que medito abandonar al-Ándalus y estos acontecimientos creo que me empujarán a llevar a cabo este proyecto cuanto antes.
Un silencio tenso se abrió paso entre los estudiantes. Un mundo se acababa. El maestro se iba, la patria se perdía, ¡qué hacer! La tranquilidad de las tardes de meditación, el placer del estudio y el descubrimiento científico se contraponían ahora al miedo a la guerra y a lo desconocido. Los puntos, las rectas, las figuras geométricas, los símbolos de la notación matemática eran arrastrados por el viento infernal de las pasiones humanas desatadas.
7. Granada
16 de septiembre de 2003 12 de la mañana
Bien, no va mal el asunto. La clase está saliendo magnífica. Hoy he quedado con un alumno a comer y otro se ha ofrecido ya a hacerme un recorrido turístico por la ciudad, una tarde de estas al salir de clase. Parece que voy a triunfar; Julián estará contento a mi vuelta y espero que lo tenga en cuenta para librarme de marrones el próximo abril, lo que me permitiría visitar Oujda, mi pueblo en Marruecos. ¡Qué ganas tengo de volver! Hace tres años que no veo a mis padres, que no percibo esos olores, que no oigo con insistencia el bendito árabe. Y los amigos, todos soñando con venir a Europa, todos envidiándome, ¿aciertan?, ¿se equivocan? Creo que yo no podría volver a vivir allí, pero cuánto lo echo de menos. ¡Qué ganas de perderme en el frescor de Sidi Yahya entre las viejas piedras y las palmeras! Es mi drama particular y quizá el de la mayoría de los inmigrantes africanos. Queremos y odiamos África. Queremos y odiamos Europa. ¿Soy tan español como marroquí? Así lo dice mi pasaporte. Qué curioso y qué suerte que mi madre fuera tetuaní con nacionalidad española a pesar de ser musulmana. Esta Granada me acerca a Oujda, hace que sienta cosas que creía olvidadas.
En fin, debo llamar a Juan antes de que termine este breve descanso para café. Basta de navegar por el pasado. Vayamos hacia el futuro, dónde he dejado mi teléfono móvil.
8. Granada
30 de marzo de 1482 10 de la noche
¡Pobre Idris Ibn Marwan al-Jayyani! Desde que nací más allá de las montañas que separan Granada de Jaén solo he tenido ojos para los números, los algoritmos, las fórmulas, los símbolos.
Mientras otros niños montaban a caballo, aprendían el uso de las armas, cuidaban su cuerpo, jugaban por las laderas de los montes; yo solo pensaba en números y figuras geométricas. Fue una obsesión. Solo encontraba la felicidad en la soledad del estudio. ¡Qué suerte aquel viaje con mi padre a Baza y el encuentro con el maestro! Al-Qalasadi entró en el bazar donde mi padre hacía acopio de cosas que, por encargo de mi madre, tenía que transportar hasta nuestro pueblo.
Baza era una gran población y mi padre la visitaba en noviembre de cada año para vender las tinajas de aceitunas curadas de la última cosecha a muchos clientes que allí tenía. Mi madre aprovechaba para encargarle aquellos productos a los que habitualmente no tenía acceso en el pueblo y eso le llevaba al bazar de Hassan. Al-Qalasadi nos miró atentos y esperó a que terminara nuestro turno. Cuando mi padre pidió a Hassan el importe de lo que debía pagar, el tendero se equivocó y yo me di cuenta en seguida. Solo tenía doce años, pero mi mente estaba acostumbrada a calcular de forma rápida, más rápida que la de cualquier otra persona. En seguida le dije a mi padre que había un error y le di la cifra real. Hassan maldijo la situación y se acordó de no sé cuántos Djins enemigos del profeta. Pero yo tenía razón y el matemático quedó impresionado. Le dijo a mi padre que si podía hablar con nosotros y hacerme unas pruebas.
Fuimos a su casa donde tenía la escuela en la que formaba en álgebra a sus alumnos y allí comenzó a preguntarme y hacerme numerosas pruebas. Yo fui feliz por primera vez en mi infancia viendo como las magnitudes, las formas, las figuras eran procesadas por mi mente. Al-Qalasadi le habló a mi padre del brillante futuro como geómetra, matemático o astrónomo que podía tener si estudiaba con él. Fue un duro golpe, no quería, pero quedó en pensarlo. Yo insistí tanto que en diez días estaba abandonando la casa paterna para volver a Baza y vincular mi vida desde ese momento a la del maestro.
Y ahora quieren romper el vínculo. Diez años siguiéndolo, primero en Baza y luego en Granada, y aprendiendo de él. No sólo álgebra o astronomía sino también normas de conducta, ética. No conozco a nadie tan virtuoso como al-Qalasadi. Para mí es padre, maestro y modelo a seguir. Si la guerra le lleva lejos de Granada, yo le seguiré. Nada tengo aquí. Lo que queda de mi familia está lejos y mis padres murieron en una incursión de los malditos cristianos, ¡Allah los confunda!
9. Granada
16 de septiembre de 2003 7 de la tarde
Estoy casi mareado. Todo ha sido un desastre. La llamada a Juan confirmó que ni él ni nadie más de su grupo sentían el menor placer en entrar en mi portátil. Realmente dijo que no me creyera tan importante, que si fuera con Hacienda o con Defensa a lo mejor perdían parte de su tiempo, pero con alguien tan insignificante como yo, para qué hacerlo.
Quedé tan nervioso que el resto de la clase me salió fatal. Apenas si comí y el alumno que me invitó habrá pensado que soy un desagradecido, aparte de un pésimo interlocutor. En la comida intentó charlar de temas técnicos conmigo, pero no podía concentrarme y, por supuesto, no tenía apetito, así que terminé rápido y le pedí que no se molestara si me marchaba a pasear un rato antes de entrar de nuevo en clase. La disculpa de que tenía que llamar a Amina al menos le frenó de proponerme ser mi acompañante en el paseo. Realmente la llamé, necesitaba oír una voz familiar para tranquilizarme, pero no me atreví a contarle nada. Amina, mi pobre y querida Amina. Cómo sufría cuando tenía que viajar y dejarla sola. Ella no estaba tan integrada como yo en la sociedad española y, por tanto, yo era su muro de protección ante los problemas. Hablamos un largo rato en árabe. Normalmente me tranquilizaba mucho usar y oír la lengua de mi infancia. Era como un bálsamo para una cabeza estresada y un alma dolorida.
Pero ahora tengo que enfrentarme de nuevo a la realidad. Bueno, también puedo tirar el portátil a una papelera y luego contarle a Julián que me lo han robado. El seguro cubriría los gastos y yo me libraría de esto y… y quedaría como un perfecto cobarde. No, no puedo, además del miedo noto una voz en mi interior que me dice que tengo que continuar.
Hay que seguir el ritual. Primero salir a cenar algo ligero. La cafetería del hotel bastará. Luego una ducha rápida y, por fin, arrancar el ordenador para preparar la clase de mañana. Si mañana fracaso Julián me matará, así que no me queda otra que encender el portátil, preparar labs y estudiar las presentaciones.
En media hora estaba cenado y duchado, con el dedo puesto en el botón de on/off. Bueno, no estaba mal, aquello arrancaba bien, no había documentos raros de Word ni otras cosas similares.
Me conecté a Internet para leer el correo, temblando como una hoja mientras cargaba el Outlook y los mensajes iban apareciendo en la bandeja de entrada. ¡Uff! Nada importante, casi me alegré con un mensaje de Julián indicándome el curso de la semana próxima, además era fácil y en Madrid. ¡Qué maravilla, en casa y relajado!
Bueno, quizá haya estado soñando o quizá esté volviéndome loco. Habría que olvidarse del asunto. En fin, me puse a trabajar y así estuve al menos un par de horas concentrado en el asunto. Estaba revisando un trozo de código en C# para tratar de entenderlo y entonces apareció la ventana del Messenger para indicarme que un usuario pedía permiso para contactar conmigo.
Su nombre era Idris y no lo conocía de nada, pero no vi nada anormal en el hecho, muchas veces conocidos de Marruecos o miembros de ATIME, la Asociación de Trabajadores Marroquíes en España, contactaban conmigo a través del Messenger o del correo. Acepté. En seguida en mi lista de contactos apareció un nuevo nombre, Idris Ibn Marwan. No pasaron más de diez minutos cuando Idris me pedía iniciar conversación.
IDRIS: Khalil, ¿estás ahí?
KHALIL: Sí, ¿quién eres, de qué te conozco?
IDRIS: Nos une un vínculo superior a lo terreno.
KHALIL: ¿Pero quién eres?
IDRIS: Soy Idris Ibn Marwan al-Jayyani, un antepasado tuyo que te convoca desde los arcanos del tiempo.
No, no podía ser. Horror, otra vez. La mano temblorosa se dirigió al interruptor del ordenador y lo apagó de inmediato. No puede ser, debo estar soñando. Ahora ya sé que no es Juan, pero quién es este Idris, de dónde sale, qué broma es esta. Haré averiguaciones. Claro, ya está. Voy a llamar a la empresa, le pediré a quien esté de guardia en el CPD que mire el Log de las conexiones de Messenger y me diga de donde procede la dirección IP de este tipo. La has cagado chaval, faltan minutos para que seas descubierto.
10. Almuñécar
10 de junio de 1482 8 de la mañana
El Mediterráneo se extendía ante mis ojos sereno y azul claro como reflejo de un sol brillante que permitía vaticinar una navegación tranquila hasta las costas de África. Allí estábamos el maestro y yo. En aquel lugar por donde llegó el primer Abd Al Rahman Omeya a la península ibérica para reclamar su derecho al califato. En aquel lugar donde los navegantes fenicios fundaron la misteriosa Sexi hace milenios.
En la nave, anclada aún en el puerto, muchos esclavos africanos se atareaban en transportar la carga desde el muelle al barco. Algunos pasajeros esperaban impacientes paseando por la zona.
La temperatura suave, fruto del verano que se avecinaba daba una agradable sensación de bienestar. Aquel sol, aquel olor, la bendita tierra de al-Ándalus. Aquella tierra que hoy dejaría para siempre.
Faltaban dos horas para que el barco partiera y decidimos dar un paseo por la playa. Nos descalzamos y dejamos que el agua en conjunción con la arena negra nos cosquilleará los pies.
Soplaba una ligera brisa de levante que refrescaba la piel y nos hacía más difícil pensar en el futuro, apenados por lo que dejábamos.
—Maestro, el dolor me supera. Los ojos sólo quieren llorar y la garganta es un nudo a punto de asfixiarme. ¡Cuándo volveremos a respirar el aire de Granada!, ¡Cuando veremos de nuevo las blancas cumbres de Sierra Nevada o el sol rojizo desplomándose sobre los muros de la Alhambra! Dentro de poco el sol africano nos abrasará y este fresco viento será solo un leve recuerdo que la piel tardará poco en olvidar.
—Idris, la vida es larga. Prefiero el fuego del sol africano que el calor de la espada de los cristianos. África es nuestra patria, de allí salimos un día y no veo por qué debe darnos miedo volver. Es la tierra de nuestros antepasados, allí podremos practicar libremente nuestra fe, las montañas del Atlas no tienen mucho que envidiar a Sierra Nevada y hay oasis cuyo frescor es aún más gratificante que el de los mejores vergeles de al-Ándalus. Ya comprobarás con tus ojos como el cielo del desierto, plagado de estrellas, en una noche clara no tiene parangón con nada en el mundo.
—Pero, maestro, ¿y la intransigencia de las tribus norteafricanas? Sabéis que muchas de ellas odian el estudio y la ciencia y defienden solo la entrega a Alá como único camino para el hombre. Nosotros somos hombres de ciencia y de paz. ¿Tendremos cabida en esta nueva tierra?
—Tengo tanto miedo como tú. Pero estoy seguro que Allah, en su sabiduría, sabrá allanarnos el camino. El Misericordioso no deja nada al azar; si ha permitido que nuestras mentes fragüen las fórmulas algebraicas en las que llevamos tantos años trabajando, si ha permitido que descubramos el camino que los astros siguen allá en la cúpula del universo no permitirá que ello quede en vano.
11. Granada
16 de septiembre de 2003 8 de la tarde
La voz de Pedro sonó categórica al otro lado del teléfono. «Qué pasa estás de broma, desde cuanto mantienes conversaciones de Messenger contigo mismo, la dirección IP que me pides es la de tu portátil». O sea que Idris Ibn Marwan estaba manteniendo una sesión de Chat conmigo desde mi propio portátil. Ahora sí que me iba a entrar la diarrea. Sea él o lo que fuere que intentaba ponerse en contacto conmigo, estaba en aquel mismo cuarto o, al menos, era capaz de interferir con mis sistemas digitales para manejarlos a la vez que yo mismo lo hacía.
«Tranquilízate Khalil», me dije a mí mismo. Los fantasmas no existen. ¡Cómo que no existen! Yo soy oriental, el viento del desierto ha dejado trastocadas mi sensibilidad racional, soy africano, casi animista y lo de mi racionalidad europea es una simple máscara. La verdad es que estoy cagado de miedo.
Mal síntoma, comienzo a hablar conmigo mismo. La soledad y el miedo hacen estragos.
Racionalicemos la situación nuevamente. ¿Quién es este Idris Ibn Marwan? Buscaré en Internet, quizá encuentre algún rastro suyo por la web. Supongo que es una estupidez más, pero me servirá para calmar los nervios. Cargué el Google y escribí el nombre entre comillas. Y allí estaba:
«Alumno del célebre matemático granadino, al-Qalasadi que acompaña a éste en su huída a África tras las conquistas que los cristianos llevan a cabo durante la Guerra de Granada. Se le supone autor de un tratado sobre las esferas celestes en el que se separa de la Mecánica Tolemaica con su Almagesto y, partiendo de las ideas de Aristarco, elabora una rudimentaria concepción de los epiciclos que influiría más tarde en el heliocentrismo de Copérnico»
¡Dios misericordioso! ¡Qué era esto! El fantasma de un astrónomo árabe granadino, anticipado a su época, y que vivió hace más de cinco siglos, se mete en mi portátil e intenta contactar conmigo por varios métodos. Bien, bien, bien… Intentemos superar el miedo. Yo no creo en estas cosas, puede ser una broma, puede ser realidad, pero habrá que seguir el juego.
Averigüemos más. Internet no aporta nada más de este hombre, pero veamos quién es su maestro. El Google volvió a recibir mis instrucciones: «al-Qalasadi».
Aquí llovieron ya las referencias, así que me armé de paciencia y comencé a leerlas detenidamente una por una. En un par de horas lo tenía claro. Al-Qalasadi fue un importante matemático granadino que nació en Baza e investigó y enseñó una buena parte de su vida en Granada. Cuando los Reyes Católicos deciden lanzarse a la conquista del último reino musulmán en España, al-Qalasadi pasa al norte de África y continúa allí sus estudios. Idris debió acompañarle en dicha peripecia. Y ahora qué pinto yo en todo esto.
Tengo que pensar y ordenar mis ideas. Lo primero vencer el miedo a la situación. Voy a cargar el Messenger y ver si puedo seguir hablando con el más allá.
KHALIL: ¿Idris, estás ahí?
Unos pocos segundos y el pitido del Messenger me indicó que allí estaba.
IDRIS: Sí, aquí estoy.
KHALIL: ¿Quién eres, qué buscas de mi?
IDRIS: Soy Idris Ibn Marwan al-Jayyani y necesito tu ayuda para descansar eternamente.
KHALIL: Espera, espera, no comencemos de nuevo con las frases grandilocuentes, que me cago de miedo. ¿Dónde estás? ¿Qué quieres de mí?
IDRIS: Estoy perdido, quiero tu ayuda.
KHALIL: Pero qué ayuda exactamente, dónde estás perdido.
IDRIS: Aún es pronto, tienes que creer en mí, si dudas no puedo contactar contigo.
Y adiós. Desapareció. ¿Cómo que si dudo no puede contactar conmigo? Qué es esto, una conexión inalámbrica defectuosa. Perdemos el contacto y para mantenerlo tengo que creer en él.
Esto es una broma.
Pero allí seguía Paul insistentemente, « Oh, I believe in yesterday».
12. Mar Mediterráneo, frente a la costa africana
11 de junio de 1482 6 de la mañana
Los primeros rayos de sol daban un tinte rojizo a las montañas del Rif que se adivinaban a lo lejos. La blanca ciudad de Al Hoceima resaltaba con su resplandor subrayado por el sol naciente.
Las corrientes provenientes del Estrecho nos habían retrasado algo, pero al fin estábamos allí.
Pronto pisaríamos África. El maestro dormía con un sueño agitado. La tripulación aún permanecía dormitando en sus lugares de descanso y el escaso ruido le había ayudado a seguir conciliando el sueño. Yo no había podido dormir en toda la noche.
¡Tantos años de estudio para nada! Tenía que comentárselo al maestro, pero tenía miedo de sus reproches. Él tenía una confianza absoluta en el futuro en África y yo solo le acompañaba porque mi fe se reducía a él. Tenía miedo de la intransigencia magrebí. Los imanes enfervorizados predicaban contra la ciencia y todo lo que alejara al hombre de Dios. Los fanáticos santones levantaban al vulgo todos los días contra los tibios en la fe. Los emires mariníes, con sus cabezas recalentadas por el sol del desierto y la prédica de los iracundos seguidores de un Alá vengativo, que no es el mío, arengaban a sus huestes a la Yihad.
¡Cómo encajarían mis estudios en ese mundo! Hice bien en dejar mis escritos en Granada. Sé que algún día volveré y, en un mundo más libre, podré darlos a conocer y seguir trabajando con ellos. Ahora están mejor escondidos en aquella hornacina. Nadie dará con ellos. Ni aunque los cristianos arrasen Granada podrán resistir la tentación de conservar la bella arquería del patio de la Yusufiyya. Las esferas celestes seguirán tranquilas mientras tanto, mis cálculos no las molestarán.
13. Granada
17 de septiembre de 2003 2 de la tarde
Algo me dice que siga adelante. Tengo que dar más pasos, saber más cosas. Anoche mientras me dormía se me ocurrió que debía llamar a mi familia a Oujda. Sea quien sea ese al-Jayyani insiste en que es un antepasado mío. Mi abuelo seguro que puede decirme algo de la gente con ese gentilicio. Marqué el teléfono con cierta prevención. Hacía varias semanas que no hablaba con mi familia y me esperaba la retahíla de reproches de mi madre y la voz severa de mi padre. Pero había que superarlo.
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