Kitabı oku: «El desarrollo y la integración de América Latina», sayfa 5
La visión neoliberal ignora el tema de la pobreza, porque no parte de las necesidades humanas para fijar un salario mínimo, sino que toma como punto de partida la productividad laboral marginal del trabajo. Obsérvese además que, si los empresarios deciden no crear trabajo, el Estado, probablemente, tampoco podrá hacerlo porque las condiciones recesivas reducirán sus recaudaciones tributarias y su posibilidad de gasto social. Los argumentos neoliberales principales son: que la pobreza solo puede superarse a través del crecimiento económico que asegure el pleno empleo de los trabajadores con salarios crecientes; que los subsidios del Estado son ineficientes e insuficientes; que el pleno empleo depende de la inversión privada, pero; que los empresarios no invertirán cuando el salario mínimo legal excede aquel compatible con el salario máximo que se está dispuesto a pagar.
En las formulaciones libertarias más recalcitrantes, ni siquiera se intenta determinar cuál debería ser ese salario mínimo atendiendo a su productividad efectiva, sino que el argumento se apoya en la discrecionalidad del empresario respecto del salario que está dispuesto a pagar, según sus posiciones de poder en la pugna distributiva. De esta manera se cae en una profecía autocumplida: el indicador objetivo de que los salarios mínimos son altos y que las relaciones son rígidas es la existencia de desempleo. Cuando los empresarios consideran que el salario mínimo o medio es demasiado elevado, simplemente reducen sus niveles de actividad en el país de que se trate, creando, de manera automática mayores niveles de desempleo. En el mundo global, esta opción es cada vez más viable, sin detrimento de los intereses empresariales, en vista de la creciente globalización de las oportunidades de inversión, tanto en el campo productivo como en el financiero.
Por oposición a esta visión, aquí se sugerirá que, el correcto planteamiento del desarrollo, como mecanismo necesario para paliar o solucionar el problema de la pobreza exige partir de las personas realmente existentes interactuando en medios sociales concretos, y tomar en consideración sus capacidades o potencialidades, por un lado, y sus necesidades por el otro. Esto es lo que hacen, por ejemplo, la Enseñanza Social de la Iglesia Católica, o las visiones aristotélicas originales en que aquella se basa. Pero jamás podremos llegar al concepto de pobreza partiendo de las condiciones de eficiencia del mercado de trabajo, o de las preferencias individuales de consumidores “solventes”.
Los economistas neoclásicos, incluyendo su expresión neoliberal contemporánea, aceptan que la pobreza existe como problema social. Obviamente no podrían negarla, pero derivan al Estado la obligación de subsidiar a los más pobres (los más ricos tienen una seguridad social crecientemente privatizada). Es claro, sin embargo, que la capacidad del Estado para subsidiar vía gasto social queda dentro de límites muy rigurosos dados por el equilibrio presupuestario y por una contención tributaria defendida a toda costa por las cámaras empresariales.
Durante los últimos treinta años, las reglas de juego del Consenso de Washington han ayudado a consolidar estas restricciones a la capacidad operativa del Estado. Por lo tanto, tampoco el Estado cuenta necesariamente con los recursos suficientes para asegurar un mínimo nivel de vida a toda la población. En resumidas cuentas, la lógica del mercado en el capitalismo global, si opera sin contrapesos políticos, conspira contra la lógica de la justicia distributiva y de la democracia. De lo que se trata es de subordinar por la vía política la lógica del capitalismo a la lógica de la democracia.
La autorregulación del mercado, coloca a la empresa privada como el principal actor del orden capitalista. La visión liberal del mundo según la cual en la búsqueda del interés privado las empresas, a través del mecanismo de mercado logran acrecentar el bienestar general, entendido como un mayor crecimiento del ingreso y de la riqueza por habitante, ha sobrevivido como fundamento del capitalismo, desde el inicio de la era contemporánea.
Como ese mecanismo es presuntamente “automático”, ya hemos visto que las responsabilidades individuales se diluyen, y en particular, las responsabilidades de los poderosos. Sin embargo, el crecimiento de las grandes corporaciones globales desde fines de los años ochenta del siglo XX, hace evidente su inmenso poder y pone en relieve su creciente responsabilidad social (véase el capítulo XVII en la cuarta parte de este libro).
1 Trabajo inédito, primera publicación.
2 En particular cabe consultar: (1997) Sobre ética y economía. Madrid: Alianza Universidad; (2000). Desarrollo y libertad. Buenos Aires: Planeta; (2010). La idea de la justicia. Madrid: Taurus.
SEGUNDA PARTE
La escuela latinoamericana del desarrollo1-2
1 Trabajo publicado en la Revista Electrónica Cinta de Moebio año 2007 número 29: 124-154 www.moebio.uchile.cl/29/difilippo.html.
2 Me permito dedicar esta sección a José Besa, exdirector de la Biblioteca de Cepal, quien, de manera paciente y rigurosa ha creado la Sala Cepal en donde los investigadores del presente y del futuro podrán de manera directa conocer las fuentes del pensamiento latinoamericano sobre el desarrollo originadas en dicha institución.
CAPÍTULO II
Marco de referencia
El objetivo central de este ensayo, es crear un marco de referencia que permita un análisis conjunto de los aportes al tema del desarrollo latinoamericano efectuados por los científicos sociales vinculados al pensamiento de la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (en adelante la denominaremos Cepal). Este objetivo adquiere significado especial en ciencias sociales porque los diagnósticos y recomendaciones de la Cepal en el campo del desarrollo dieron lugar a una visión unitaria e internamente coherente que constituyó una importante contribución al pensamiento latinoamericano sobre la materia. A esa visión la denominamos, en este ensayo, Escuela Latinoamericana del Desarrollo (ELD).
La decisión de situar el pensamiento de Cepal como punto de partida de la ELD, puede ser criticada por el hecho de que algunos autores latinoamericanos, no vinculados institucionalmente a este organismo internacional, contribuyeron con antelación aportando perspectivas comparables a varios de los temas que luego fueron profundizados por la ELD, y porque otro tanto sucedió durante la evolución de dicha Escuela, en el período de aproximadamente cincuenta años que se examina en esta reseña.
Sin embargo, la Cepal, como organismo de la ONU cumplió ciertas funciones sin las cuales probablemente las ideas centrales de la ELD nunca se habrían articulado y consolidado con sus rasgos específicos. El alcance latinoamericano de los estudios e informes de Cepal, permitió considerar, implícita o explícitamente, a América Latina como una unidad susceptible de ser analizada de manera conjunta.
Además, durante la segunda parte del siglo XX la Cepal fue una fuente insustituible y periódica de información económica y social actualizada, referida al conjunto de la región (más tarde se agregó el caribe angloparlante). Esto posibilitó y estimuló la elaboración de estudios comparativos entre países, y la formulación de síntesis interpretativas del desarrollo regional, no solo en el interior de la institución sino también en la esfera universitaria y académica en general.
En tercer lugar, los principales científicos sociales que contribuyeron a ese pensamiento, encontraron en la Cepal una interpretación histórica de largo plazo respecto del orden internacional, elaborada en 1949, a partir de la cual formularon sus propias interpretaciones. Ese encuadramiento o visión, que dio en denominarse centro-periferia, otorgó una fortísima identidad a la región latinoamericana como objeto conjunto de estudio y reflexión.
Téngase en cuenta que paralelamente a la Cepal fueron entrando en funcionamiento otras Comisiones Económicas Regionales de Naciones Unidas en Europa, Asia y África, pero ninguna de ellas produjo una visión unificada, académicamente reconocida, de las regiones cubiertas por estas agencias, que fuera cercanamente comparable a la originada en Cepal.
La razón del fuerte impacto de estas ideas, no deja de tener interés epistemológico. La “epistemología” de la ELD logró una visión sorprendentemente unificada porque la “ontología” (la realidad exterior) de los procesos sociales latinoamericanos contenía objetivamente esas pautas y regularidades comunes en las esferas económica, política y cultural. Solo hacían falta observadores agudos y sensibles que capturaran y expresaran esas regularidades básicas. América Latina supo encontrar en su seno a eximios intérpretes de su realidad histórica.
La visión unificada de una sociedad latinoamericana con rasgos históricos e institucionales análogos y, por lo tanto, comparables que, especialmente en el plano económico, la Cepal pudo formular tempranamente, confirió unidad e identidad a América Latina como objeto de estudio. Su dinámica de cambio histórico pudo periodizarse recurriendo a ciertos “parte-aguas” extraídos del orden internacional global, que eran factores fundamentales del cambio regional. Aunque los períodos de cambio histórico en el interior de las sociedades nacionales no eran iguales, dicha asincronía en el cambio interno, no negaba el origen principal, externo, de los impulsos transformadores principales y la permanencia en el largo plazo de ciertos rasgos estructurales comunes.
Recurriendo a estas pautas de comportamiento, inherentes a la historia y a las estructuras sociales de América Latina, la Cepal acuñó nociones o categorías amplias que ayudaron a interpretar la historia regional de una manera comparable. La Cepal pudo hablar de una herencia histórica común, y utilizar un lenguaje propio, rápidamente adoptado y popularizado en estudios académicos diversos, respecto de las fases o escenarios de “crecimiento hacia fuera”, “de economías primario-exportadoras”, de “industrialización sustitutiva de importaciones”, de “desarrollo desde dentro” o “hacia dentro”, etc. También pudo elaborar hipótesis que englobaban a la mayoría de las naciones latinoamericanas en materia de comercio exterior, diversificación productiva, tipología de productos exportables, o, en un plano con mayores implicaciones socioculturales, de haciendas señoriales, plantaciones tropicales, complejos latifundio-minifundio, etc.
Lo específicamente nuevo de este enfoque, fue su capacidad para articular muchas de esas categorías, algunas preexistentes a la ELD, en un marco histórico y estructural que les otorgaba inteligibilidad y articulación recíproca, ese marco fue precisamente la visión centro-periferia, dentro de la cual pudieron analizarse sucesivas versiones históricas de los sistemas centro-periferia.
El presente trabajo aborda los contrapuntos entre las visiones económica y sociopolítica de la ELD. Finalmente plantea un marco integrador en la esfera epistemológica, en el que, tanto la economía política como la sociología política del desarrollo latinoamericanas podrían ser analizadas de manera conjunta.
La visión centro-periferia como punto de partida
El Estudio Económico de América Latina del año 1949, (denominado en lo que sigue “el Estudio”) fue elaborado bajo la orientación del economista argentino Raúl Prebisch.
El Estudio expresó “fundacionalmente” la visión centro-periferia. Destacan en ella: a) su punto de partida global (en el sentido de planetario o universal) para situar históricamente la América Latina en el proceso de desarrollo económico; b) la posición estratégica que se concede a la propagación de la técnica derivada de las sucesivas revoluciones industriales asociadas a la expansión planetaria del capitalismo; c) la importancia central conferida al estudio de los temas distributivos tanto a escala internacional (entre centros y periferias) como nacional (en el interior de las sociedades nacionales periféricas); d) la caracterización estructural de la condición periférica y de su especificidad histórica a partir de los rasgos señalados; e) la necesidad de contar con nuevas tipologías económicas y sociales específicamente latinoamericanas para captar formas organizativas e institucionales que son propias de América Latina; f) la formulación de una estrategia económica industrialista, aplicada al período de posguerra, como forma decisiva de aumentar los niveles de vida y combatir las asimetrías sociales.
En unos pocos párrafos iniciales de su introducción3, el Estudio anticipa o insinúa la mayoría de los temas y problemas que darían vida a los estudios y debates de la ELD.
Las realidades a ser estudiadas fueron concebidas como sistemas sociales compuestos por agentes dinámicos que interactúan en el seno de estructuras tecnológicas e institucionales que condicionan su comportamiento. La realidad que se examinó fue la historia, concebida como intrínsecamente cambiante de manera abierta e impredecible. La visión fue sistémica pero no se confundió con una visión holista en el sentido de que el todo determina el comportamiento de las partes, ni tampoco determinista en el sentido de que el proceso histórico sigue un rumbo inexorable o predeterminado por su “lógica estructural”, sino que el estudio de la dinámica histórica se concibió como yendo desde el todo (estructuras) a las partes (agentes) y de las partes al todo.
Es importante esta distinción porque las visiones holistas-deterministas suelen implicar filosofías de la historia que no dejan espacio para la acción humana individual o grupal. Tampoco se confundió con una visión atomista o individualista, en la que el comportamiento micro social, considerado agregadamente determina por sí mismo el funcionamiento del todo (todo concebido como la suma de sus partes). El contrapunto individuo-sociedad (o más precisamente atomismo-holismo) estuvo muy presente en los razonamientos de los padres fundadores de la escuela, en especial Prebisch4 y Medina Echavarría.
Esta consideración explica por qué la ELD fue una corriente heterodoxa que no puede ser encuadrada en las visiones predominantemente holistas del marxismo ni predominantemente atomistas del individualismo metodológico. La filiación más clara de los economistas del así denominado, estructuralismo latinoamericano los vincula, más bien, con la economía así denominada institucional o institucionalista.
El enfoque económico de la Escuela, a diferencia de la tradición neoclásica en economía que predominaba académicamente, no presenta un modelo formal cuyos criterios científicos reposen exclusivamente en su coherencia interna o en su capacidad para pronosticar, como es el caso con la propuesta epistemológica de la escuela económica neoclásica.
El punto de partida de la visión centro-periferia para estudiar el proceso de desarrollo fue la Revolución Industrial Británica, motor y meollo de los cambios que, en el largo plazo, dieron inicio al capitalismo como sistema económico contemporáneo. A partir de ese punto los criterios de periodización histórica se han apoyado en las sucesivas revoluciones tecnológicas (revolución americana de fines del siglo XIX, y actual revolución de las tecnologías de la información).
El hecho de que la visión tome como punto de partida realidades históricas y no asuma “en bloque” esquemas teóricos prediseñados en el mundo académico de los centros, ya posee un profundo significado epistemológico porque desde el inicio busca definir sus propias categorías de análisis para procesos históricos que son específicos. La denominación misma de “centro-periferia” es una muestra decisiva de este replanteamiento. Aunque la expresión había sido utilizada por Werner Sombart en el prólogo a uno de sus estudios sobre el capitalismo, el contenido que los estructuralistas confirieron a la misma fue totalmente original.
Sin embargo, la visión no parte de “cero” porque utiliza tanto abordajes epistemológicos como categorías totalizadoras originarias de las ciencias sociales europeas, como son precisamente los conceptos, claramente sistémicos, de capitalismo y democracia, pero los reformula sustancialmente en función de las realidades históricas que estudia.
En las versiones iniciales específicamente económicas de la visión centro-periferia, el concepto de capitalismo se aceptó como tipo ideal de sistemas económicos imperantes tanto en las sociedades desarrolladas como en el orden internacional de posguerra. A pesar de partir de este conocimiento acumulado sobre el capitalismo, su impacto en las sociedades periféricas se examinó de manera autónoma arriesgando nociones “abiertas” como “semicapitalismo”, además de “precapitalismo” para provocar discusiones conceptuales, que animarían el debate sociológico de los años sesenta y setenta, y que, más tarde se traducirían, por el propio Prebisch, en sus versiones sobre lo que denominó el “capitalismo periférico”.
Lo mismo aconteció, en el ámbito de la sociología política latinoamericana, con la otra gran categoría englobadora, característica de las sociedades contemporáneas de occidente: el concepto de democracia. También aquí a pesar del conocimiento acumulado sobre la categoría “democracia”, tanto el proveniente de la antigüedad clásica como de la modernidad, el impacto de las instituciones democráticas en las sociedades periféricas, debió ser reexaminado por la ELD de manera autónoma, dando lugar a modalidades específicas y a desviaciones respecto de sus tipos ideales clásicos y modernos, que son características de América Latina: (populismo, burocratismo, autoritarismo, clientelismo, personalismo, caudillismo, etc.) enérgicamente rescatadas en los trabajos fundacionales de José Medina Echavarría quien, junto con Prebisch, fue el gran artífice en la formulación de los temas y problemas tratados por la ELD.
El enfoque de la ELD es sistémico, además, en una expresión epistemológica más o menos estricta del contenido de este concepto. La visión centro-periferia estudia sistemas: totalidades dinámicas cuyos agentes son los Estados nacionales, sus estructuras son las relaciones tecnológicas e institucionales que ligan esos agentes en el orden internacional, y sus procesos son los mecanismos que se establecen entre los agentes del sistema y explican sus relaciones asimétricas de poder. El énfasis en las instituciones y las tecnologías es la lectura estructural del enfoque. Esa lectura descubre estructuras diferentes y asimétricas en las sociedades latinoamericanas comparadas con las sociedades de los centros.
El enfoque es sistémico, finalmente, en un sentido más general y “profundo”, porque los agentes (sociedades nacionales o supranacionales) de ese sistema global también pueden ser tratados, a su vez, como sistemas, descomponiéndolos en sus propios agentes dinámicos, su propia estructura (tecnológica e institucional), y sus propios procesos y mecanismos. En consecuencia, el enfoque centro-periferia desde el inicio operó a dos niveles: el global o internacional y el nacional o regional.
La visión centro-periferia, también es multidimensional o multidisciplinaria (económica, social y política). Esta multidimensionalidad emerge en cuestiones tan específicas como, por ejemplo, la famosa y polémica tesis del deterioro de los términos de intercambio, donde los factores causales que explican los precios internacionales de los productos primarios (tema claramente económico) incluyen las débiles o inexistentes posiciones de poder negociador de los trabajadores latinoamericanos en las actividades de exportación fuertemente influenciadas por las estructuras no solo económicas sino también políticas y culturales en que trabajaban.
Por último, desde una perspectiva ética, implícita primero y cada vez más explícita después, la visión plantea de inmediato los problemas de la justicia y de la equidad derivados de la desigual distribución internacional y social del progreso técnico y de sus frutos. Este énfasis en las asimetrías de poder, fundadas en un posicionamiento diferente en materia de acceso a la tecnología y a las instituciones dominantes, y de control de los mecanismos concretos a través de los cuales ese poder es ejercido, está en el meollo de la visión centro periferia con implicaciones distributivas obvias e inmediatas
El primer capítulo del Estudio, aquí aludido, constituyó el punto de partida de las contribuciones, debates, y corrientes interpretativas sobre el desarrollo económico que se fueron entretejiendo en torno a la actividad de la Cepal, durante la segunda mitad del siglo XX. Además, el desarrollo de las implicaciones sociales, culturales y políticas del planteamiento impulsó las contribuciones de otros científicos sociales para generar un corpus de pensamiento aquí denominado ELD.
En lo que sigue recapitularemos algunos de los diagnósticos y propuestas fundamentales de los economistas de Cepal, y su impacto sobre las reflexiones en el campo social correspondientes a la segunda mitad del siglo XX. La selección es obviamente arbitraria, pero pretende ilustrar algunas contribuciones especialmente relevantes, aunque descartando, inevitablemente, muchas otras que hubieran merecido la mención de esta reseña5.
3 El Estudio desarrolla esta visión en ocho párrafos constitutivos de la primera sección del capítulo primero. En él se formulan las siguientes proposiciones básicas. Plantea la sesgada propagación universal del progreso técnico derivado de la Revolución Industrial Inglesa. Se introduce la terminología de “centro y periferia” respecto de la desigual distribución mundial del progreso técnico y de sus frutos. Define la posición “primario-exportadora” y tecnológicamente subordinada de las periferias en la especialización productiva mundial. Destaca la insuficiente asimilación del progreso técnico y de sus frutos por parte de la mayoría de la población mundial. Resalta los beneficios económicos y sociales derivados del proceso no deliberado de industrialización por sustitución de importaciones, y la posterior estrategia productiva industrializadora deliberada. Desecha la idea de que las etapas del desarrollo de América Latina se cumplan “a imagen y semejanza” del desarrollo de los centros, y esboza una distinción tipológica básica entre la herencia colonial y la expansión capitalista inducida desde los centros. Alude al enorme impacto que la reducción del empleo en la agricultura tendrá sobre la economía latinoamericana a medida que esta asimile el progreso técnico originado en los centros. Y, por último, promueve la superación “de ciertos modos precapitalistas o semicapitalistas de producción conforme a los cuales trabaja aún buena parte de la población”.
4 “La estructura social prevaleciente en América Latina opone un serio obstáculo al progreso técnico y, por consiguiente, al desarrollo económico y social. Tres son las principales manifestaciones de este hecho: (a) esa estructura entorpece considerablemente la movilidad social, esto es, el surgimiento y ascenso de los elementos dinámicos de la sociedad, de los hombres con iniciativa y empuje, capaces de asumir riesgos y responsabilidades, tanto en la técnica y en la economía como en los otros aspectos de la vida colectiva; (b) La estructura social se caracteriza en gran medida por el privilegio en la distribución de la riqueza y, por consiguiente, del ingreso; el privilegio debilita o elimina el incentivo a la actividad económica, en desmedro del empleo eficaz de los hombres, las tierras y las máquinas; c) ese privilegio distributivo no se traduce en fuerte ritmo de acumulación de capital, sino en módulos exagerados del consumo en los estratos superiores de la sociedad en contraste con la precaria existencia de las masas populares” (Prebisch 1963: 4).
5 Entre los nombres que, por razones de espacio, han sido omitidos, o no lo suficientemente destacados en la reseña, podríamos incluir: de Chile a Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel, Pedro Sainz y Ricardo Ffrench Davis; de Argentina a Aldo Ferrer, Benjamín Hopenhayn, Alfredo Eric Calcagno, Adolfo Gurrieri y Pedro Paz; de Brasil al propio Celso Furtado (“padre fundador” junto con Prebisch de la ELD), Helio Jaguaribe, Carlos Lessa, María Concepción Tavares y Antonio Barros de Castro; de México a Juan Noyola; de Uruguay a Octavio Rodríguez; de Perú a Aníbal Quijano. Esta lista podría extenderse mucho más y seguiría siendo irremediablemente sesgada e injusta. De allí nuestra exhortación a visitar la Sala de Cepal preparada por don José Besa exdirector de la Biblioteca de Cepal.