Kitabı oku: «Il palio di siena», sayfa 2

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Cuando la mujer salió de la habitación, David nervioso procedió a asearse con toda parsimonia y pulcritud, consciente que era una ceremonia previa al shabat, en la que debía purificarse. Una vez aseado se vistió cuidadosamente con una hermosa y fina camisa blanca, encima de la cual puso un chaleco de cuero color bermellón y sobre él su chaqueta negra. Limpió sus botas y terminado de hacer su maleta se dispuso a esperar.

No había pasado una hora cuando golpearon fuertemente su puerta, era el posadero con cara de disgusto para avisar que abajo lo esperan unos hombres que lo venían a buscar, David tomó su maleta y bajó siguiendo al posadero, al llegar al mesón de la posada vio a su primo acompañado de cuatro hombres muy robustos y mal agestados, que tomaron su maleta. David pidió la cuenta y pagó al posadero lo que se adeudaba por las comidas y el alojamiento, acompañado de su pariente y sus escoltas se subieron a un carro que los esperaba.

En cuanto estuvo a salvo en el coche preguntó a su primo por la muchacha, éste le indicó que estaba haciendo unas compras y llegaría más tarde a la posada para que no la asociaran con el rescate. Cuando llegaron a la casa del gran portón, el primo se bajó del coche evidenciando dolor, a David le pareció extraño, se fijó en su primo y lo notó débil, parecía que el esfuerzo de ir a la posada con esos empleados suyos, lo había agotado. Los hombres entraron el coche y lo condujeron al fondo de la propiedad, David se fijó entonces que tenía bastante fondo, al final había una cochera, una construcción adosada a ésta, con varias habitaciones donde, al parecer, vivían esos hombres, sin duda empleados del negocio de su familia. Marietta ya estaba arreglada para ir a la sinagoga, al igual que Jacobo y la pequeña Fiorella. Se le notaba nerviosa y abrazó a su primo inquiriendo qué sucedía, la muchacha algo le había contado, estaba muy asustada y Marietta le había dado dinero para que comprase alguna prenda o cualquier cosa que justificase su ausencia de la posada.

Luego que Angelo se cambió de ropa, vistiendo al igual que su primo, sobrio pero elegante, se dirigieron caminando hasta la sinagoga.

La sinagoga era muy hermosa, la fachada, como casi todas las sinagogas, no representaba la belleza del interior, que era suntuoso. David estaba sorprendido, no se había podido imaginar que en el resto de la península itálica hubiese tantos judíos con una sinagoga tan importante, siempre había pensado que la más importante era la de Roma, ahí se congregaban la comunidad judía más numerosa del mundo romano, una congregación con estilo propio, con sus propios rasgos identitarios pues eran los judíos más antiguos de Europa. Se sentaron adelante rodeando el arón haKódesh, Marietta y los niños subieron al segundo piso. El servicio fue muy solemne y conoció al rabino, hombre ya mayor, de aspecto venerable, era alto y de figura imponente, vestía de negro y llevaba un gran talit blanco con franjas celestes, tenía el pelo cano, lo llevaba largo, confundiéndose con los pelles, tenía una hermosa sonrisa y su mirada era muy intensa, sus ojos muy azules, su cara algo alargada y su nariz grande y aguileña le daba ese aspecto magnífico que tienen algunos rabinos, llevaba una kipá negra tejida de hilo, ofició junto a un jazán bastante joven y macizo, algo gordo, que tenía el pelo largo hasta los hombros, de bella y potente voz aunque algo engolada. David estaba impresionado por la belleza de la sinagoga y la importancia del momento que estaba viviendo junto a sus primos en esa ciudad en la que pronto se instalaría junto a su familia, estaba conmocionado y nervioso, tampoco podía quitarse de la cabeza lo que había vivido recientemente en la posada junto a Silvana, la muchacha le infundió mucha pena y se encontraba preocupado por ella.

Al término de la ceremonia, regresaron a la casa y celebraron una exquisita cena sabática. Finalizada ésta, le mostró a David la habitación donde lo habían instalado, era un dormitorio muy amplio que tenía una gran cama con dosel, la habitación tenía una ventana de medianas dimensiones que miraba hacia el interior de la propiedad.

David se tendió sobre la cama y dejó fluir sus pensamientos, tenía tanto en que pensar, habían sucedido tantas cosas estos días desde que había dejado su casa en Roma. La recepción de sus primos había sido excelente, la situación de éstos era mucho mejor de lo que se imaginaba, tenían un negocio floreciente y varias propiedades valiosas, la casa en que se albergaban era una gran posesión, tenía el negocio en la planta baja, un hermoso local comercial y en los altos donde se encontraba en ese momento era una casa magnífica, sin contar que la propiedad tenía un gran patio, una cochera, dependencias para los empleados y algunas bodegas, todo esto en el corazón mismo de la ciudad. También tenían la propiedad que le alquilarían, que contaba con casa y un local en la planta baja, donde podría instalar su negocio, la casa, según le contaron era espaciosa y estaba en buenas condiciones. Pensaba en su esposa, en sus hijos y en las dificultades que todavía le restaba por solucionar, pero imaginaba la instalación del negocio, el transporte de las telas que tenía en Roma, los viajes para comprar nuevas telas. Su corazón se aceleraba y sentía una sensación que le oprimía el corazón y le dificultaba sacar la respiración, desde niño la había sentido, esa sensación de ahogo, de que la realidad no le dejaba ser feliz y le oprimía, ahora sentía que se abría ante él un mundo de posibilidades que lo llamaban, pero a la vez, lo preocupaban. Trató de pensar en otra cosa.

De pronto visualizó al esposo de su prima y lo veía enfermo, pálido, desencajado. Sin duda era un hombre de acción, eso lo constató en la manera como lo salvó del asalto en la posada, pero también recordaba que cuando llegaron se veía exhausto, tuvo un mal presentimiento que quiso desechar, pero le quedó un mal presagio en el alma. Recordó a la muchacha que le advirtió, sin duda que estaba en deuda con ella, pero por el momento no era bueno acercarse a la posada, ya vería la forma de saber de ella para agradecerle. Recordó su pelo rojo, su llanto, su vulnerabilidad. Se desvistió y se acostó pensando en dormir, aunque el sueño no le llegó hasta la madrugada, estaba muy nervioso, eran tantos los acontecimientos vividos y muchos más que tendrían que ocurrir para instalarse e intentar vivir una vida tranquila para ver a sus hijos crecer. La extrema delgadez le seguía dando vueltas en su mente y ese rictus de dolor que había visto en su primo varias veces, se notaba que algo le dolía, era un hombre animoso, pero se veía doloroso y triste. Él sabía que su primo era extraño, toda la familia lo comentaba y había escuchado algunas opiniones sobre sus artes adivinatorias, pero era algo más, algo diferente que percibía tenebroso. Lo presentía, él no adivinaba, pero sí observaba la realidad muy profundamente y siempre había podido adelantarse a los acontecimientos, por eso buscaba cambiar de ciudad y moverse, presentía que algo no andaba bien, que los tiempos que vendrían serían muy duros.

También recordó sus viajes, en todas partes había agitación y se hablaba de la unificación, había una gran inquietud por el Tratado de Viena que se había firmado en mil ochocientos quince. Italia había quedado dividida en siete estados independientes y algunos hombres importantes estaban manejando la idea de constituir un gran reino, uno de los más importantes era el rey de Cerdeña, Víctor Manuel II de Saboya, su padre Carlos Alberto de Cerdeña, don Camilo Cavour, y don Giuseppe Garibaldi, patriota liberal. Sin duda eran tiempos difíciles, como judío sabía que en tiempos difíciles la vida de los judíos se ponía más difícil.

En todas partes se hablaba de la irrupción del pensamiento romántico como libertario del hombre ante la opresión de las formas y conductas señaladas por la tradición, se exaltaban los sentimientos y la libertad, todo esto se había convertido de una concepción artística, en una filosofía de vida y política, pues la libertad, obviamente es absolutamente contraria a la opresión de los imperios, por ello los austríacos en Italia tenían muy mal auspicio si el romanticismo seguía propagándose. La corriente romántica venía a poner en jaque la tradición imperialista y los pueblos oprimidos empezaban a rebelarse, sin duda el mundo estaba cambiando y ello traería consigo muchas agitaciones.

La intelectualidad judía se dividía entre los admiradores y seguidores de la Ilustración y la emancipación intelectual judía llevada a cabo por el sabio Moisés Mendelsohn, quien, aunque judío proscrito, figuraba entre los grandes de la intelectualidad alemana, había sido condecorado por la Academia de Berlín por un tratado filosófico original en un concurso en el que Emmanuel Kant ganó el segundo premio. La nueva intelectualidad judía se sentía inclinada hacia el Romanticismo.

Al otro día, David se levantó temprano, Pierina, la doncella que colaboraba en las tareas de la casa le ofreció desayuno, le dijo que había estado conversando con los mozos de la cuadra que ayer habían ido a buscarle, recomendaban que no saliese o, por lo menos que no saliese solo. También le agregó que el patrón, il signore Angelo, jamás salía solo desde lo que le había pasado la última vez.

David se asombró, empezó a entender el dolor de su primo, seguramente había sido golpeado, pero ¿por qué no se lo había contado?, ¿qué estaba sucediendo? En todo caso saldría a conocer la cuadra y el resto de la propiedad para estirar las piernas, en ningún caso pensaba desobedecer y salir a la calle.

Al recorrer la propiedad se dio cuenta que era más importante de lo que imaginaba, al fondo en la cochera había un coche de caballista muy hermoso, con cuatro asientos muy cómodos, y un coche de galera de considerables dimensiones que seguramente era tirada por, a lo menos cuatro caballos percherones. La galera estaba preparada para traer pieles y también llevar empleados.

Al lado de la cochera había un establo con seis caballos, también un corral con algunas gallinas y patos. Luego seguían unas habitaciones donde vivían unos hombres, sin duda empleados de la curtiembre, reconoció al cochero, y a dos de los hombres que lo habían ido a buscar a la posada, eran difícil de olvidar pues se destacaban por ser extremadamente fornidos, en ese momento uno de ellos se estaba aseando en un pilón de agua y tenía su torso desnudo. David no pudo dejar de observar la musculatura, algunos tatuajes y cicatrices que le cruzaban la espalda. Esto le llamó poderosamente la atención, estos empleados tenían más aspecto de delincuentes o ex presidiarios que, empleados de una curtiembre o cocheros, pensó que más adelante indagaría, por el momento su cabeza estaba ocupada con sus proyectos. Ansiaba traer a su familia lo antes posible y sabía que ello no era una tarea fácil, sobre todo en estos tiempos, en este viaje había podido observar la efervescencia política que se vivía en toda la península itálica. Tampoco las noticias que llegaban de Rusia eran muy buenas, en general la situación se tornaba compleja, en su análisis sentía que estaban recrudeciendo las actitudes antisemitas.

Como todos los hombres de su época y más aún, siendo judío, se había casado muy joven, su esposa era una jovencita bella e inteligente, cuando el matrimonio fue concertado lo vio como algo natural y agradeció que fuese tan hermosa e inteligente, aunque a veces sentía que a su vida le faltaba pasión. De lo que sí estaba plenamente seguro era que jamás se habría atrevido a desafiar la autoridad de sus padres, eso era inobjetable y se habría casado sin replicar con la persona que ellos eligiesen. Siempre había sido un joven religioso y por ende respetuoso de sus padres. Cuando se casó, entró prontamente en el aura protectora de la rutina matrimonial, un mundo cerrado que lo protegía de ese mundo que intuía existía más allá de las fronteras de su casa y su familia. Siempre se había sentido muy protegido con sus padres y su comunidad. Pero de pronto sentía que su mundo tambaleaba, no sabía cómo habían pasado tantos años sin preocuparse por la realidad, esa verdadera realidad que se extendía más allá de las fronteras de su pequeño y estructurado mundo familiar y religioso, nunca se había dado cuenta a cabalidad que vivía los ritos en la sinagoga, sin mayores interrogaciones, se había acostumbrado a aceptar la vida que le había tocado vivir sin mayor cuestionamiento y ahora, a partir de ese viaje hacia Siena, pensaba muchas cosas y al ver a sus primos había sentido que algo no andaba bien, y no sabría explicar qué era.

Cerca de las diez de la mañana empezó a sentir movimientos en la casa y la familia se reunió en el comedor para tomar desayuno, David se integró y la conversación giró en torno a los preparativos para el bar mitzvá de Jacobo. Sería una oportunidad maravillosa para que se reuniese la familia, vendrían parientes de Rusia, Polonia, Roma, Turquía y Florencia. Ya se habían cursado las invitaciones y se estaban preparando las habitaciones tanto en esa casa como en la antigua propiedad. Angelo dijo que el domingo podrían ir a visitar la casa para que David la conociera y estudiara los arreglos que debería hacer para la instalación de la familia y de su comercio de telas.

David pensó que aprovecharía la venida de sus parientes de Roma para traer a su familia y sus pertenencias, viajar en grupo minimizaría en parte los riesgos de ser asaltados. Su mujer y el resto de la familia habían quedado en Roma, vivían en el ghetto y eso en parte le daba tranquilidad, aunque los rumores de cambios corrían cada vez con mayor fuerza. Al igual que Angelo y Marietta también había judíos en Roma que no vivían en el guetto, esto era importante pues así lograban información respecto a lo que ocurría en otras partes de la gran urbe romana. Aunque David vivía en el ghetto más importante de Roma y llevaba una buena vida, sentía que vivir todos los judíos juntos podría ser un elemento que les jugase en contra si había una rebelión gubernamental en contra de los judíos, desde pequeño había sido muy temeroso, a veces no sabía por qué ni de qué tenía miedo, vivió siempre, mientras pudo, bajo el alero de sus padres.

El ghetto estaba situado en el rione Sant’Angelo de Roma, unido con la isla del Tíber a través del ponte Fabricio, existía desde mil quinientos cincuenta y cinco cuando la bula papal Cum nimis absurdum, promulgada por el papa Pablo IV segregó a los judíos en un barrio amurallado con tres puertas que se cerraban por la noche, los sometió a varias restricciones en sus libertades personales como límites en las profesiones que se les permitía desempeñar y sermones católicos obligatorios durante el shabat judío, aunque de una manera el hostigamiento era más suave que en otros países europeos. En mil setecientos noventa y ocho, durante la República Romana, el ghetto quedó legalmente abolido, y el árbol de la libertad se plantó en la plaza delle Scole, pero fue reinstaurado tan pronto como el papado recuperó el control. Se hablaba que el ghetto sería nuevamente instaurado con más fuerza. Todas estas situaciones tenían a los judíos consternados, intrigados, divididos, las sensaciones y sentimientos eran tan diversos como personas en sus diferentes etapas de la vida y en sus distintas historias personales, la gran historia colectiva no era compartida por igual.

David había escuchado desde niño las desventuras de su pueblo, siempre sometido a los cambios de los gobiernos papales y presentía un ambiente cada vez más hostil contra los judíos, eso en parte lo había llevado a tomar la decisión de emigrar a Siena. Aunque sentía en el fondo de su corazón que el cambio era una huida mucho más profunda, algo que no sabía explicar, una fuerza que lo motivaba al cambio, anhelando que la construcción de una nueva realidad lejos de Roma le servirían para aquietar los impulsos de su corazón.

Sentía que estaban viviendo en una calma que presagiaba una tormenta, siempre había escuchado a su abuela decir que tras la tormenta llegaba la calma, lo que sin duda era verdad, pero sentía que estaban en una calma tensa, en un presagio de tormenta, en todas partes se podía sentir un aire de preocupación. En Italia se hablaba de unificación de la república, de grandes cambios, como judío sabía que éstos por lo general eran malos para ellos. Tanto más que les estaba prohibido participar en política, los artículos de la Confederación Germánica promulgada en mil ochocientos quince, privaron a los judíos de muchos de los derechos que habían conquistado en los tiempos de Napoleón, sobre todo en Bremen y Lübeck, donde se los excluyó por completo durante cierto tiempo, lo mismo en Hamburgo, Frankfort y Mecklenburgo. En Prusia los judíos continuaron sometidos a la capitación, el impuesto anual judío, una ley y un “incremento residencial”, no podían poseer tierras ni ejercer un oficio o profesión, estaban confinados a “los negocios de emergencia autorizados” aquellos en los que no se implicaban los gremios, o al préstamo de dinero. Estas reglas eran conocidas por muchos gobiernos y aplicadas de facto.

Ahora le preocupaba el viaje de su familia, la instalación en la ciudad, su negocio, la llegada de las telas, traer su dinero con el temor a los asaltos en los caminos, en fin, tantas y tantas cosas que no lo dejaban conciliar el sueño en las noches a pesar de acostarse muy cansado por las emociones y caminatas. A ratos caía en una ensoñación, imaginando como quedaría su negocio, tendría que buscar buenos carpinteros para hacer las estanterías, las vitrinas, la mampara. Su tienda la quería lujosa pues, además de telas pensaba más adelante agregar vestidos y joyas. También presentía que algo malo le pasaba a su primo o le había pasado, le extrañaba que no le hubiese conversado de ello, en parte para estar prevenido, también le sorprendía que al final de la casa vivieran esos hombres que más parecían malhechores que trabajadores de la curtiembre. De pronto le vino a la cabeza la figura de la muchacha que le había salvado la vida en la taberna, ¿cómo haría para volver a verla y agradecerle su favor?

Como era sábado no se trabajaba y todos los deberes en la casa lo hacían unas empleadas, aunque solo se hacía lo esencial por el shabat, se cocinaba los viernes temprano y se preparaban viandas que podían ser comidas frías o solo calentadas en el fuego que no se apagaba jamás, menos los viernes, pues se mantenía encendido para no tener que encender fuego en shabat, Su primo le invitó a ir caminando hasta la sinagoga para el servicio de la lectura de la toráh, y David vio con asombro que tras ellos los acompañaban los dos robustos hombres que parecían soldados de un capo de familia y no trabajadores de judío. Vista de día la sinagoga le pareció más espléndida y se sintió feliz cuando llamaron primero a su primo y después a él para leer la torah, leía un rabino bastante mayor de larga barba y aspecto de sabio. Al término de la ceremonia se efectuó un kidush comunitario y departió con muchas personas, lo más granado de la judería de Siena, comprobó que su primo era admirado y respetado, aunque un halo de misterio lo rodeaba. Se sentía feliz de haber participado en el Shabat, dio gracias a Dios por ello y deseó desde lo más ferviente de su corazón que la paz embargara los corazones de todos los presentes, a todo su pueblo y a todos los hombres de buena voluntad para que la vida fluyera en paz y armonía para bien de todos. Tenía miedo de tantas cosas y a veces sentía tan oprimido su corazón.

Regresaron a casa por un camino diferente al que habían tomado para ir a la sinagoga horas antes, siempre con los guardaespaldas siguiéndolos. David no encontró la razón de venirse por otro camino que resultó más largo, pero no dijo nada pues había decidido hacer como que no sabía nada, esperando que su primo o su prima le dijesen lo que había pasado, presentía que nada bueno y ahora que se había fijado más en su primo, lo notaba enfermo y su cara evidenciaba preocupación.

Se sentaron a la gran mesa, Angelo bendijo a los hijos e hizo las bendiciones del pan y del vino, comieron los ricos manjares que estaban dispuestos, la comida se hizo en silencio, lo que contribuyó a aumentar las sospechas de David, que algo grave pasaba.

Después de almuerzo todos se retiraron a sus habitaciones y David salió para dirigirse al fondo de la casa para hacerse el encontradizo con los soldados de su primo, los vio recostados sobre el tronco de una frondosa higuera fumando unos cigarros que olían muy fuerte, ambos hombres tenían los ojos rojos. David se acercó y los saludó amigablemente, los hombres lo miraron desconfiados. Les preguntó —¿cómo podría saber de la muchacha de la posada?—. De pronto se le había ocurrido eso para entablar conversación. Los hombres le contestaron muy parcamente que tratarían de tener noticias, pero que no podían dejar la casa sin que el señor lo ordenase. David asintió y se alejó, sin duda que eran soldados y la situación era seria, jamás había conocido judíos que tuviesen soldados en la casa y menos soldados no judíos, además ¿para qué?, se suponía que su primo era un esforzado y rico comerciante en pieles, que poseía una curtiembre, pero ¿para qué necesitaba de ese tipo de hombres en la casa? Le habían sorprendido algunos indicios de gran riqueza de sus primos, siempre había pensado que eran adinerados, pero no que poseyesen una gran fortuna, la propiedad en la que habitaban estaba situada en el lugar comercial más caro de la ciudad e iba descubriendo que poseían más propiedades, en la casa a la hora de las comidas, se había servido en grandes bandejas de plata.

David se sentía contento en esa ciudad sobre la que tanto se hablaba, principalmente por su famosa corrida denominada “Il palio de Siena”, cuyo origen se proyectaba antes del medioevo, aunque algunos aseveraban que el Palio se había afirmado en la tradición de la ciudad después de la batalla de Montaperti cunado Siena se salvó del asedio florentino, cierto era que carreras de caballos había en muchas ciudades, pero la de Siena era la más famosa, cuando había pasado por la Piazza del Campo había sentido una profunda emoción. Sin duda que correr debía ser muy emocionante, pero él no era de Siena y era judío por lo que Il Palio le estaba vedado, además debía recordar que las dos fechas en que en Siena se corría, eran en honor a vírgenes de la Iglesia Católica, el dos de julio con el nombre del Palio di Provenzano en honor de la virgen de Provenzano, y el dieciséis de agosto conocido como el Palio di Assunta que conmemoraba la asunción de María. Il Palio constituía otra de las muchas actividades que a él le estaban vedadas por ser judío, aunque ya lo tenía asumido, lo que no significaba que en su interior, como una pequeña llamita vivía su desconcierto, pena y rebeldía.

Si bien la burguesía judía en Siena y en otros estados italianos no tenía mayores problemas, para algunos judíos que recibían noticias de toda Europa era evidente que el mundo estaba cambiando radicalmente, el incendio popular había comenzado en París y había desembocado en la llamada Revolución Francesa, cuando en mil setecientos ochenta y nueve se declaró la primera República de Francia y los nobles fueron enviados a la guillotina para pagar sus culpas, principalmente la de haber mantenido al pueblo en la pobreza más absoluta cuando ellos vivían en medio del lujo.

Las ideas de libertad, igualdad y fraternidad recorrían Europa y llegaban a Rusia donde se esperaba en algún momento que los levantamientos sociales provocasen la hecatombe de esa sociedad. Rousseau y su “Contrato Social”, publicado en mil setecientos sesenta y dos, estaba cambiando al mundo. Rousseau le otorgaba una importancia fundamental a la razón para establecer las leyes por las que se regiría la nueva sociedad, en las que el pueblo sería el soberano. Sin duda alguna era un loco. En las reuniones de estudio los judíos discutían sobre las nuevas ideas que estaban llevando al pueblo a un levantamiento general y a la lucha por sus derechos, para otros, estas ideas nacían de los levantamientos y de las reacciones del populacho. La discusión era eterna, ¿Qué era primero?, ¿el huevo o la gallina? Para otros, ambas situaciones se imbricaban y potenciaban mutuamente para producir el gran cambio social que estaba transformando al mundo. Otros visionarios vaticinaban un cambio radical, quizás una posible guerra, lo que era desechado por la mayoría de los concurrentes a las sesiones de estudios, otros se refugiaban en la Torah o en la Cábalah, para no pensar en la situación que día a día amenazaba sus vidas. Por otra parte, los más adelantados eran más optimistas pues creían que la Revolución Francesa traería la ansiada libertad religiosa que ahora Francia reconocía como un derecho fundamental. Los ancianos judíos no creían que esto era posible y más bien todo esto ocasionaría mayor incertidumbre y peligros para el pueblo judío.

Otros, los más, se refugiaban en las preocupaciones de la vida diaria, en trabajar y ganar dinero, en generar bienestar para ellos y para su familia, y para consolidar su posición social en la comunidad, establecer su orgullo, aunque revestido de humildad.

En esos días la mente de David estaba muy ocupada, principalmente en su futuro negocio y en la venida de su familia, también Jacobo le ocupaba parte del día, el muchacho se acercó a él, carente de un padre que sentía más preocupado de sus negocios que de conversar con sus hijos, había comenzado a fijarse en David como un hombre a imitar, entre ellos se había formado una relación afectiva muy potente. El muchacho durante años había entronizado a su padre como un ser superior y ahora que iniciaba el tránsito a la adultez veía la vida desde una ventana más amplia y su mundo infantil rápidamente iniciaba el derrumbe que le hacía doler el alma.

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