Kitabı oku: «La neoinquisición», sayfa 18
Ahora bien, lo anterior no significa que los hombres no puedan expresar amor en el sexo —con sus parejas suelen hacerlo—, explica Watson, así como las mujeres pueden perfectamente ser infieles. El punto es que, en términos generales, su cerebro funciona con motivaciones diferentes, lo que explica que el fulminante tormento que describe Pózdnyshev difícilmente podría plantearse a la inversa. Y es que, como dice Louann Brizendine, las mujeres requieren de mucha más inversión emocional para encontrarse sexualmente disponibles, y cualquier cambio en su estado de ánimo por un conflicto o alguna experiencia desagradable las puede sacar de ahí. Por eso, señala, la atención y las palabras lindas de la pareja tienen comprobados efectos positivos sobre el cerebro femenino, ayudándole a disponerla para el sexo609.
Tomando en cuenta estas diferencias biológicas hay pocas dudas de que la liberación sexual femenina, con los aspectos positivos que tuvo, finalmente implicó una liberación sexual masculina al facilitar enormemente a los hombres la posibilidad de tener sexo. En palabras del académico Nigel Barber, «desde una perspectiva evolutiva, la llamada liberación sexual de las mujeres se parece más a la liberación sexual para los hombres. Es decir, los hombres obtienen más sexo y más variedad sexual sin comprometerse emocionalmente»610. Dado que el poder de negociación de las mujeres se reduce, agrega Barber, estas se comportan sexualmente cada vez más como hombres, lo que es especialmente cierto en las universidades estadounidenses —y otros países— donde hay cien mujeres disponibles por cada setenta y cinco hombres. Todo ello, concluye, les hace pagar a ellas un alto costo emocional al sentirse muchas veces utilizadas.
Tal vez por eso la era del #MeToo ha producido reclamos que han llevado a exigir «consentimiento afirmativo» para tener sexo, es decir, convertir la complejidad, impulsividad, ambigüedad, espontaneidad e irracionalidad propia de la actividad sexual en un frío modelo contractual calculando todos sus detalles de antemano. La moral tradicional, que entendía las diferencias biológicas inherentes a hombres y mujeres, hacía esto innecesario porque se asumía que no existía sexo sin algún compromiso mayor e incluso hasta el matrimonio, lo que era en sí mismo un poderosos filtro y garantía para la mujer, al menos en el sentido de que tendría sexo con un hombre dispuesto a invertir seriamente en una relación. Con el cambio de la moral sexual la posición femenina a priori hacia el sexo, que históricamente era de decir «no», pasó a ser «sí», con lo cual ahora se ven obligadas a justificar cuando prefieren no hacerlo. En palabras de Mac Donald, las costumbres tradicionales reconocían «los diferentes impulsos sexuales de hombres y mujeres y las dificultades de negociar con la libido masculina». En ese contexto, «el ‘no’ predeterminado al sexo prematrimonial significaba que una mujer no tenía que negociar el rechazo con cada hombre», sino que simplemente se asumía como lo normal. La mujer podía acceder si quería, pero no debía justificarse si se negaba611. El problema de los tiempos actuales, fomentado por el #MeToo, es que, al negar aquellas diferencias biológicas entre la sexualidad masculina y la femenina, se ha politizado el deseo sexual. Mac Donald explica que «tratar la libido masculina indómita como un problema político» ha conducido a cada vez mayor control legal. La creciente «burocracia sexual» en los campus universitarios, donde los administradores están «escribiendo reglas altamente técnicas para el sexo que es el dominio de lo irracional», es un ejemplo de ello. Y el objetivo no declarado de esas reglas, agrega Mac Donald, es volver el valor predeterminado del sexo prematrimonial al «no» que solían dar las mujeres en sociedades conservadoras, lo que no podrá lograrse por esa vía, pues el problema es cultural612. La cultura tradicional trató de canalizar la libido masculina celebrando las virtudes de la gentileza y el respeto, haciendo inconcebibles casos como el del humorista Louis C.K que se masturbaba espontáneamente frente a mujeres que lo visitaban. Pero hoy, concluye Mac Donald, «con las ‘damas’ y los ‘caballeros’ desterrados de nuestro universo social, e incluso del lenguaje, tal comportamiento aparentemente ya no es impensable. La mayoría de los hombres no se sentirían acosados si una conocida se masturbara frente a ellos; incluso podrían considerarse afortunados. Que las mujeres retrocedan ante este mismo comportamiento revela una división fundamental entre las experiencias masculinas y femeninas del cuerpo y el sexo»613.
No es de extrañar en todo este caos que los comportamientos masculinos más tradicionale de aproximación a las mujeres también se hayan visto criminalizados por el movimiento feminista y las diversas legislaciones que han sido aprobadas alrededor de occidente. Como reacción a esta neoinquisición en contra de los hombres, en Francia más de cien artistas, académicas e intelectuales mujeres lideradas por las actrices Catherine Deneuve y Catherine Millet, publicaron un manifiesto antifeminista defendiendo la interacción entre ambos sexos. «La violación es un crimen. Pero tratar de seducir a alguien, aunque sea persistente o torpemente, no lo es, ni la galantería es un ataque de machismo», rezaba la primera frase de la carta614. Enseguida, refiriéndose al #MeToo agregaba que «al igual que en los viejos tiempos de la caza de brujas, lo que estamos presenciando una vez más aquí es el puritanismo en nombre de un bien mayor, que pretende promover la liberación y protección de las mujeres solo para esclavizarlas a un estado de eterna víctima y reducirlas a presas indefensas de demonios machistas». Muchos hombres, agregaban, han enfrentado una especie de justicia sumaria que les ha costado su prestigio y trabajo por tratar de «robar un beso o conversar sobre temas íntimos», lo que era tratado al mismo nivel de crímenes sexuales. Los hombres, señalaron alarmadas las firmantes, incluso deben disculparse y humillarse públicamente por conductas realizadas hace veinte o treinta años que hoy salen a la luz. «Estas confesiones públicas, y la incursión en la esfera privada de los autoproclamados perseguidores, han llevado a un clima de sociedad totalitaria», decía el manifiesto. En la línea de Mac Donald, explicaba también que hoy se puede «comprender que los impulsos sexuales son, por naturaleza, ofensivos y primitivos, pero también podemos distinguir la diferencia entre un intento incómodo de seducir a alguien y lo que constituye una agresión sexual». Y añadían que el ser humano no es un monolito y que una mujer puede, «en el mismo día, dirigir un equipo profesional y disfrutar de ser el objeto sexual de un hombre, sin ser una ‘puta’ o una vil cómplice del patriarcado». Finalmente, Denueve y las signatarias concluían atacando el espíritu totalitario del feminismo hegemónico:
Como mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que, más allá de la denuncia de abusos de poder, toma el rostro del odio a los hombres y a la sexualidad. Creemos que la libertad de decir ‘no’ a una propuesta sexual no puede existir sin la libertad de molestar. Y consideramos que uno debe saber cómo responder a esa libertad de molestarse de otras maneras que no sea encerrándose en el papel de la presa […] Los incidentes que pueden afectar el cuerpo de una mujer no necesariamente afectan su dignidad y no deben, por más difícil que sea, necesariamente convertirla en una víctima perpetua, porque no somos reductibles a nuestros cuerpos. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esta libertad que apreciamos no está exenta de riesgos y responsabilidades.
Hay todavía un punto que debe ser discutido antes de finalizar el análisis sobre el feminismo de género y su naturaleza anticientífica y totalitaria. Dado que la ideología subyacente a esta corriente combina elementos marxistas y posmodernos, su objetivo no puede ser otro que una desintegración de toda idea de normalidad que ha emergido en la sociedad burguesa. De ahí que sea extremadamente hostil a la maternidad y el matrimonio, ambos concebidos como una forma de opresión sobre la mujer. «El matrimonio moderno no puede comprenderse sino a la luz del pasado que perpetúa»615, escribió Simone de Beauvoir. Y ese pasado es uno de sometimiento, humillación y abuso. La mujer, al casarse, se convierte en «vasalla» del hombre, dice la madre de todas las feministas actuales, quien en todo el capítulo dedicado al matrimonio en El segundo sexo no tiene casi una sola expresión positiva sobre él616. Es más, el matrimonio, dice, solo hace feliz al hombre, pues le permite progresar en su trabajo y destacar en política. Cuando se cansa de «experimentar la dispersión a través del tiempo y del universo» el hombre «funda un hogar» para que la mujer ignorada y sometida lo atienda y cuide de sus hijos617. En esta visión del matrimonio no hay romance, ni sueños, ni amor, ni proyecto común, ni felicidad de las mujeres, sino un sombrío destino impuesto a ella por la sociedad debido a que es la única que asegura la subsistencia de la especie. Los matrimonios, dice, «no se deciden en general por amor», más bien las mujeres son normalmente obligadas a él por la sociedad. Lo mismo ocurre con la maternidad, de la cual la sociedad convence a la mujer y que poco tiene que ver con el amor o el deseo profundo de crear vida propia de la feminidad, pues esta, según de Beauvoir, quien no dudaba en hacer una apología del aborto, es una mera construcción social. Tal vez la reflexión que realizó sobre el feto resume de mejor forma la visión feminista sobre todo el tema de la familia: «El embarazo es, sobre todo, un drama que se representa en el interior de la mujer […] el feto es una parte de su cuerpo y es también un parásito que la explota y, al llevarlo en su seno, la mujer se siente vasta como el mundo; pero esa misma riqueza la aniquila; tiene la impresión de no ser ya nada»618. De más está decir que muchas madres, probablemente la gran mayoría, son felices con el embarazo y más aun con sus hijos, algo que de Beauvoir no experimentó porque no los tuvo. Pero investigaciones de larga data han mostrado también que las mujeres casadas y con hijos son, en general, más felices que las que no lo están. Este tema fue intensamente debatido a propósito del libro del profesor de la London School of Economics, Paul Dolan, en el que argumentaba que los hombres eran más felices casados, pero que las mujeres eran más infelices casadas y con hijos. Diversos académicos demostraron que el libro de Dolan se encontraba plagado de errores y que sus propios datos no permitían respaldar sus conclusiones. Una de ellas, Emiliana Simon-Thomas, del Greater Good Science Center en UC Berkeley, comentó que Dolan basó su opinión en encuestas telefónicas que supuestamente mostraban que las mujeres declaraban niveles más bajos de felicidad cuando su cónyuge estaba fuera de la habitación cuando contestaban, pues se asumía que así darían una respuesta más honesta. Sin embargo, las personas que respondieron sí a «cónyuge ausente» y que estaban casadas no se referían a que la persona no estaba en la habitación, sino a que ya no compartían un hogar con su cónyuge, por lo cual, explica Simon-Thomas, fue la separación de sus maridos lo que hizo que se declararan menos felices y no el estar casadas619. Que un error tan elemental pueda pasar los estándares académicos mínimos no deja de ser sospechoso.
Pero Simon-Thomas no elude la pregunta sobre si es malo que las mujeres se casen. Su respuesta es contundente:
Según la ciencia, no. Históricamente, grandes estudios muestran que, en promedio, las personas casadas reportan una mayor felicidad más adelante en la vida que las personas solteras. Las personas separadas y divorciadas tienden a caer en un cubo menos feliz, mientras que los que nunca se casaron y enviudaron se encuentran en algún punto intermedio […] Estos efectos positivos del matrimonio en la felicidad están presentes tanto para las mujeres como para los hombres. En conjunto, décadas de investigación del desarrollo humano, la psicología, la neurociencia y la medicina convergen irrefutablemente en esta conclusión: estar en una relación comprometida a largo plazo que ofrece apoyo confiable, oportunidades de apoyo y un contexto social para experiencias compartidas significativas a lo largo del tiempo definitivamente es bueno para tu bienestar620.
Ciertamente no se trata de que incluso un matrimonio devenido en relación tóxica haga a la gente más feliz; de hecho, lo que ocurre es lo contrario. El punto es que la visión dramática y sufriente sobre el matrimonio que ofrecieron de Beauvoir y muchas feministas que la siguieron es tan errada hoy como en la época en que ella escribía, y bien podría decirse que la máxima realización de la felicidad en la mayoría de las personas se da en compañía con otros y no en el trabajo o las posiciones de prestigio que obsesionan a las feministas. En ese contexto, la familia y el matrimonio deben ser reconocidos no como una forma de esclavitud para la mujer como la veía de Beauvoir, sino como una de las fuentes esenciales de su felicidad. De ahí que Camille Paglia afirme que «la ideología feminista jamás ha lidiado honestamente con el rol de la maternidad en la vida humana», describiéndola como un artefacto de la «opresión masculina»621. Esto, agrega Paglia, es una «grotesca distorsión de los hechos», pues históricamente los arreglos sociales eran tales que permitían a la mujer su protección y mejor desempeño reproductivo. Paglia sostiene que el feminismo ha sido muy injusto al no reconocer a los hombres «el enorme cuidado que han dado a sus mujeres e hijos» buscando culpar a todos los hombres de los abusos atroces de algunos, cuando la verdad es que los hombres han entregado «heroicamente su energía y trabajo y de hecho sus vidas para el beneficio y protección de sus hijos y mujeres». La retórica «venenosa» del feminismo, dice Paglia, ha hecho enorme daño psicológico a las mujeres jóvenes que son convencidas de ignorar sus instintos más profundos para perseguir una supuesta meta laboral en la que pueden no estar interesadas622.
No solo la idea de familia burguesa y matrimonio repelía a de Beauvoir y los partidarios de la teoría de género y de la deconstrucción, sino las normas de la sexualidad misma que esta conlleva. Y es que, si el género es una construcción social sin base en la realidad biológica, la sexualidad es lo mismo. La heterosexualidad se presenta, bajo esta lógica, como otra forma más de dominación aprendida y la homosexualidad como liberación. El hombre heterosexual sería el abusador de la mujer y el máximo beneficiado de la cultura burguesa, y la heteronormativa, un arma más de su arsenal que debe ser desmontada. En otras palabras, nada hay de necesariamente natural sano o positivo en la relación hombre-mujer, sino al revés. Como observa la intelectual francesa Bérénice Levet, en esta visión la orientación sexual puede y debe ser moldeada para romper el binomio hombre-mujer y lograr así la superación del patriarcado623.
Nada en esta crítica al feminismo de género implica la más mínima justificación de los ataques en contra de la homosexualidad, los que afortunadamente han sido superados casi por completo en occidente, ni menos de moralizar la sexualidad entre adultos. De lo que se trata es de exponer las falacias sobre las que se funda la teoría de género con su nociva negación de la realidad biológica que subyace en la diferenciación sexual entre hombres y mujeres, la que no solo diferencia en buena medida los géneros, sino que, sin duda alguna, también la sexualidad humana.
Pero volviendo al punto anterior, si las normas de sexualidad son también enteramente una construcción social, entonces ¿podría aceptarse también el tener sexo con niños legalizando la pedofilia? ¿Acaso no sería esta regla también una creada por el patriarcado burgués? Esto era lo que creían Simone de Beauvoir, Michel Foucault, Jean-Paul Sartre, Jacques Derrida y muchos otros intelectuales europeos. Según informó The Guardian en el 2001, documentos descubiertos mucho tiempo después de los 60 confirmaron que buena parte de la intelectualidad de izquierda francesa —y europea— en esos años abogó por legalizar la pedofilia624. Un caso emblemático se dio en 1977 en el marco de un juicio a tres hombres franceses que habían tenido contacto sexual con niñas de doce y trece años recibiendo un castigo por no respetar las edades de consentimiento reguladas en la ley. Ante ello, de Beauvoir, Foucault, Sartre, Derrida y decenas de otros intelectuales íconos de mayo del 68 firmaron una petición que rezaba lo siguiente: «La ley francesa reconoce en los niños de doce y trece años una capacidad de discernimiento que puede juzgar y castigar. Pero rechaza tal capacidad cuando se trata de la vida emocional y sexual del niño. Debe reconocer el derecho de los niños y adolescentes a tener relaciones con quien elijan»625.
Algunos han intentado limpiar la imagen de estos intelectuales con diversas explicaciones, pero lo cierto es que, como afirmó la socióloga de la universidad de Cambridge Veronique Mottier, de Beauvoir y los signatarios de la petición del año 1977 pertenecían a una constelación de «grupos que abogan por la pedofilia»626. El mismo Guy Hocquenghem, uno de los intelectuales que firmaron la petición junto a de Beauvoir, reconocería, en una entrevista junto a Foucault y el actor Jean Danet en abril de 1978, que su petición buscaba «abolir artículos de la ley sobre las relaciones y la despenalización de las relaciones entre adultos y menores de menos de quince años»627. Luego, Hocquenghem se quejaría de que la tendencia de la época era no solo la de «fabricar un tipo de delito que es simplemente la relación erótica o sensual entre un niño y un adulto, sino también la de crear una determinada categoría de la población definida por el hecho de que tiende a disfrutar de esos placeres». Los pedófilos, en otras palabras, serían víctimas del sistema y de la construcción que el patriarcado burgués ha hecho de la normalidad sexual como una exclusiva entre adultos. Castigando la pedofilia, dijo Hocquenghem, convertimos a estas personas «en pervertidos y monstruos intolerable,s ya que el crimen como tal es reconocido y constituido y fortalecido por todo el arsenal psicoanalítico y sociológico». Así, concluyó, lo que hacemos es «construir un tipo de criminal completamente nuevo, un criminal tan inconcebiblemente horrible que su crimen va más allá de cualquier explicación, cualquier víctima». Foucault daba la razón a Hocquenghem defendiendo el derecho de los niños a tener sexo con adultos:
Escuchar a un niño, oírlo hablar, oírle explicar cuáles eran realmente sus relaciones con alguien, adulto o no, siempre que se escuche con suficiente simpatía, debe permitir establecer más o menos qué grado de violencia se usó o qué grado de consentimiento se dio. Y asumir que un niño es incapaz de explicar lo que sucedió y que no puede dar su consentimiento son dos abusos que son intolerables, bastante inaceptables […] En cualquier caso, una barrera de edad establecida por la ley no tiene mucho sentido. Una vez más, se puede confiar en que el niño diga si fue o no sujeto a violencia.
Refiriéndose a la carta firmada también por de Beauvoir, Hocquenghem sostuvo que «no pusimos ningún límite de edad en nuestro texto», añadiendo que eran «simplemente un movimiento de opinión que exige la abolición de ciertas leyes y que, en lo respectivo al consentimiento, preferían los términos utilizados por Michel Foucault: escuche lo que dice el niño y dele cierta credibilidad». Para estos intelectuales, «la noción de consentimiento es una trampa», pues «la forma legal de un consentimiento intersexual no tiene sentido. Nadie firma un contrato antes de hacer el amor». Aunque esta última frase tenga sentido en el contexto de adultos y el debate actual en torno al absurdo del consentimiento afirmativo, incorporar a ella a niños sin límite de edad pervierte la totalidad del debate al presentar la pedofilia no como un desorden o enfermedad, sino como una variación más de la sexualidad que busca ser criminalizada por la normatividad burguesa. No tener sexo con niños se trataría, según Foucault, de otro discurso más de dominación del establishment médico y psiquiátrico: «Es dentro del nuevo marco legislativo, básicamente destinado a proteger a ciertos sectores vulnerables de la población con el establecimiento de un nuevo poder médico, donde se basará una —nueva— concepción de la sexualidad y, sobre todo, de las relaciones entre la sexualidad infantil y adulta», declaró. Para Foucault, esta concepción de la sexualidad era «extremadamente cuestionable», pues bien podría ser que «el niño, con su propia sexualidad, haya deseado a ese adulto, incluso haya dado su consentimiento, incluso haya dado los primeros pasos. Incluso podemos estar de acuerdo en que fue él quien sedujo al adulto».
No hay que ser conservador para entender el nivel de distorsión al que este tipo de filosofía puede llevar la realidad. Una donde la relación entre adultos heterosexuales es potencialmente concebida como manifestación de estructuras y discursos opresivos, pero donde el sexo con niños, sin límite de edad, es visto como perfectamente natural. Esto explica que así como algunos sacerdotes miembros de la Iglesia Católica tienen un pasado oscuro en materia de hipocresía sexual, la izquierda lo tiene tanto en sus ideas como en sus prácticas cuando se refiere a la pedofilia. La diferencia es que, en el caso de los sacerdotes, al menos a nivel teórico, siempre estuvo claro que el sexo con menores era inmoral y que la heterosexualidad era natural y deseable para la subsistencia de la especie humana. Lamentablemente, como las demás religiones monoteístas, también condenó como inmoral la homosexualidad, contribuyendo a un clima de castigo a un grupo que, al ejercer su sexualidad en libertad y como expresión de su dignidad, no dañaba a nadie ni implicó nunca una amenaza al orden social.
Lo anterior, sin embargo, no cambia el hecho de que la deconstrucción a la que la moral progresista pretende someter a la sociedad occidental solo puede derivar en múltiples daños. Un ejemplo emblemático ocurrió en Alemania en la década de 1970, donde, inspirados en las teorías de género y sexualidad de mayo del 68, numerosos niños fueron utilizados para experimentos sexuales aberrantes por grupos de izquierda. Así, en el centro Rote Freiheit —Libertad Roja— de Berlín, apoyado por el instituto de psicología de la Universidad Libre de Berlín, se buscó la reeducación de diversos niños entre ocho y catorce años con el fin de introducirles una personalidad socialista. Entre las tareas que debían cumplir para su reeducación se encontraban juegos sexuales. Según un reportaje de la revista alemana Der Spiegel basado en documentos de la época, «fue precisamente en los llamados círculos progresistas que comenzó una erotización de la infancia y una disminución gradual de los tabúes. Fue un cambio que incluso permitió la posibilidad de tener relaciones sexuales con niños». El reportaje agregó que «los miembros del movimiento de 1968 y sus sucesores quedaron atrapados en una extraña obsesión por la sexualidad infantil. Es un capítulo de la historia del movimiento que nunca se menciona en los relatos más brillantes de la época», pues sus estudiosos han «sucumbido a la amnesia» en esa materia628. Pero lo cierto, insistió la revista, es que «la izquierda tiene su propio historial de abuso, y es más complicado de lo que parece a primera vista. Cuando se les pregunta a los líderes del movimiento estudiantil de fines de la década de 1960, ofrecen respuestas vacilantes o evasivas».
La historia que rescató Der Spiegel, una revista liberal de izquierda, es estremecedora y no puede entenderse, según la publicación, sin tomar en cuenta la ideología de mayo del 68 promovida por feministas como de Beauvoir e intelectuales como Foucault, Derrida y otros. Spiegel recuerda que «el control del deseo sexual fue visto como un instrumento de dominación con el que la sociedad burguesa solía defender su poder» y su origen se encontraba en «la agresión del hombre, la codicia y el deseo de poseer cosas, así como su disposición a someterse a la autoridad». Como consecuencia, se debía producir una liberación sexual que mientras más temprano comenzara, mejor. Bajo esta ideología se desarrolló el experimento de la Commune 2 de Berlín en 1967, donde tres mujeres y cuatro hombres se mudaron juntos con dos niños, una niña de tres años y un niño de cuatro. Los relatos de los participantes muestran cómo estos hombres tenían contactos sexuales «consentidos» con los menores. Si bien los archivos dan a entender que no hubo penetración con la niña de tres años por razones fisiológicas, al parecer los adultos tuvieron todas las formas de sexo físicamente posibles con los niños. El caso de la Commune 2 no fue un experimento aislado, sino el inicio de una ola de sexualización de los niños que atravesó varias regiones de Alemania, donde se crearon jardines infantiles e instituciones para aplicar la ideología progresista. Hoy en día, añadió Der Spiegel, «la estimulación de los órganos sexuales de un niño por parte de un adulto se ve claramente como una agresión sexual criminal. Pero para los revolucionarios de 1968 fue una herramienta educativa que ayudó a «crear una nueva persona». La revista recuerda que el «Manual de adoctrinamiento infantil positivo», publicado en 1971 por seguidores de la moral progresista de la época, afirmaba lo siguiente: «Los niños pueden aprender a apreciar el erotismo y las relaciones sexuales mucho antes de que sean capaces de entender cómo se concibe un niño. Es valioso que los niños se acurruquen con adultos. No es menos valioso que las relaciones sexuales ocurran durante el abrazo». Como era de esperar, quienes sometieron a sus hijos a este tipo de educación en preescolar y otros lugares fueron especialmente intelectuales y gente educada de izquierda, intoxicada por la nueva ideología. Varios de estos padres, relata Der Spiegel, dando cuenta de la patología a la que conduce la destrucción de las ideas de normalidad, «pasaron mucho tiempo discutiendo si era una buena idea tener relaciones sexuales con sus propios hijos para demostrar la ‘naturalidad’ de las relaciones sexuales».
El movimiento por legalizar la pedofilia no solo existió en Francia y Alemania, sino en diversas partes de Europa, incluyendo Holanda e Inglaterra, y fue tomado como bandera por partidos políticos de izquierda. En Holanda, grupos feministas, la Dutch Sexual Reform Organization y algunas emblemáticas organizaciones por los derechos homosexuales, exigieron en 1979 la despenalización de la pedofilia, mientras otras distribuían decenas de miles de copias del manual Paedophilia destinado a escuelas de primaria holandesas con el fin de promover el sexo entre adultos y niños629. En el caso alemán, particularmente el Partido Verde —Die Grünen— se ha visto envuelto en escándalos por su historia en esta materia al punto de que en 2013 el presidente del partido, Jürgen Trittin, tuvo que disculparse públicamente por haber propuesto, en la década de 1980, un programa político que incluía la legalización del sexo entre adultos y niños. Finalmente, Trittin renunció a la presidencia del partido, aunque aduciendo otras razones.
Como se ha dicho, la ideología detrás de todo esto se encuentra lejos de haber desaparecido y algunos de sus tóxicos efectos han sido ya comentados. No se puede, sin embargo, dejar de mencionar que la mejor refutación de la teoría de género y de explotación femenina que postula Simone de Beauvoir fue su propia vida y su relación con Jean-Paul Sartre. La novelista y biógrafa de de Beauvoir, Lisa Appignanesi, escribió que ambos tenían un acuerdo de total libertad de explorar sexualmente con otros, y que Sartre resultó «ser mucho más igualitario que ella», pues fue él quien se lanzó a innumerables affaires, mientras ella respondió «solo en unas pocas ocasiones con pasiones más duraderas»630. También es evidente, dice Appignanesi, que de Beauvoir «sufrió profundamente los celos», pues no le eran indiferentes los amoríos de Sartre. Más aún, las cartas póstumas de Sartre muestran que de Beauvoir vivía en una dependencia casi completa, acomodándose incondicionalmente a los deseos de este y aceptando cosas que, según Appignanesi, otras mujeres habrían rechazado por «denigrantes»631. Entre esas cosas se encontraba el organizar las idas y venidas de las amantes de Sartre, atender y contener a su llamada «comunidad de amigos» y ex, hacer frente de él lo que este le pidiera y conseguirle dinero y aventuras eróticas. La verdad es que si existe un ideal de mujer «empoderada» de acuerdo a la visión feminista más vociferante, de Beauvoir claramente no lo representa. En cuanto a la sexualidad de los géneros, la misma de Beauvoir diría que «el hombre puede fácilmente conocer abrazos sin un mañana que son suficientes para calmar su carne y para destensarlo moralmente» porque puede «disociar el erotismo y el sentimiento, la carne y la conciencia». En cambio, la mujer, agregó, «es rara vez completamente sincera cuando pretende no considerar más que una aventura sin futuro en consideración al placer, ya que el placer, lejos de liberarla, la ata; una separación, incluso si supuestamente es amistosa, la lastima»632.
Con su propia vida y esas palabras, la madre de todas las feministas y defensora de la idea de género como construcción social reconocería que sí hay diferencias naturales entre la biología sexual del hombre y de la mujer y que esas diferencias tienen consecuencias concretas en la forma en que interactúan entre sí. De este modo, la misma de Beauvoir terminó revirtiendo su famosa y revolucionaria sentencia sobre la inesencialidad de lo femenino para concluir que la mujer nace mucho más de lo que se hace.