Kitabı oku: «La neoinquisición», sayfa 17
Un profesor de psicología de la Universidad de Hawaii afirmó que el manifiesto de la APA era «una vergüenza para la disciplina de la psicología» y que se trataba más bien de «una abdicación de la responsabilidad científica, que niega las realidades biológicas y evolutivas en favor de una fantasía progresiva impulsada por la ‘justicia social’ y las ideologías feministas». La psiquiatra Sally Satel, que imparte clases en Yale, agregó que «las pautas de APA corren el riesgo de subvertir la empresa terapéutica en conjunto porque enfatizan la identidad de grupo sobre la individualidad del paciente».
La filósofa Christina Hoff Sommers afirmó que el texto de APA estaba «saturado de retórica de estudios de género», aunque rescató algunas ideas positivas que planteaba el mismo, como, por ejemplo, que tal vez la terapia verbal no era tan efectiva para hombres como para mujeres. La misma Hoff Sommers dedicó todo un libro a analizar lo que llamó «la guerra contra los hombres», que a su juicio estaba haciendo un enorme daño a los niños y jóvenes en Estados Unidos. En el trabajo, repleto de estadísticas, Hoff Sommers muestra que en realidad los hombres son los que sufren el verdadero problema social y no las mujeres. Los datos señalan que las niñas obtienen mucho mejores notas en el colegio, que siempre están mejor preparadas que los niños cuando se trata de llegar con tareas hechas y libros a la clase, que toman en mayor proporción las pruebas de selección universitaria que los hombres, que obtienen casi el 60 por ciento de los títulos de bachiller, 60 por ciento de los de máster y 52 por ciento de los de doctorado579. Nada de esto, dice Hoff Sommers, parece importar, lo que quedó perfectamente reflejado cuando en 2011 se demostró que los niños de octavo grado superaban a las niñas en matemáticas y ciencias por 1 y 5 puntos, respectivamente, dando pie a un escándalo nacional y, sin embargo, cuando en 2007 las mismas pruebas mostraron una diferencia de 9 y 20 puntos en favor de las mujeres en lectura y escritura no hubo una sola reacción. Tampoco es relevante el hecho de que entre veinticinco y treinta y cuatro años el 35,7 por ciento con estudios de college sea mujer contra un 27,1 por ciento de hombres, ni que el porcentaje de personas que se retiró de la fuerza de trabajo por ser incapaces de encontrar algo se encuentra conformado en un 60 por ciento de hombres o que haya 1,5 millones de hombres en las cárceles contra 113.462 mujeres. También el porcentaje de personas que viven con sus padres entre treinta y cinco y treinta y cuatro años es el doble entre hombres que mujeres —18,6 por ciento versus 9,7 por ciento—, mientras el salario medio anual de hombres solo egresados de educación secundaria ha caído 47 por ciento desde 1969. La retórica y el activismo de las asociaciones feministas, combinados con una prensa y clase política sumergida en ella, explica Hoff Sommers, han hecho que la catástrofe social que afecta a los hombres desde que son niños en Estados Unidos sea completamente ignorada.
Según Hoff Sommers, desde prescolar las instituciones educacionales tienen distintas expectativas de comportamiento según su género, como por ejemplo que las niñas tienden a ser más ordenadas y a hacer más caso al profesor que los niños, lo cual se ve reflejado en peores evaluaciones de estos últimos y no solo porque sus notas sean objetivamente más bajas, sino porque existe existe un favoritismo de los profesores transversalmente por las niñas, puntualiza Hoff Sommers. Peor aún han sido todos los esfuerzos a nivel de escuela y universidad por eliminar juegos y deportes típicamente masculinos, incluyendo el lanzamiento de pelota, bajo el argumento de que cuando se tira un objeto a alguien se crea un ambiente de resentimiento. Según Camille Paglia, «una versión desviada de feminismo está destruyendo los deportes masculinos en las universidades americanas» al punto de que el gobierno amenazó con quitar financiamiento a las instituciones que no muestren paridad de género aun cuando haya muchos más hombres interesados en ciertos deportes que mujeres. Como resultado, señala Paglia, más de cien programas históricos de lucha libre, incluyendo el legendario programa de Princeton, han sido terminados junto a otros de gimnasia masculina580.
A través de Estados Unidos y también en otros países esta ola ideológica en contra de los deportes competitivos ha crecido afectando cada vez más negativamente a los niños. En muchas partes ya no se cuentan los puntos o goles de los equipos para no herir sensibilidades de los menores, contribuyendo a crear adultos más frágiles e incapaces de lidiar con el fracaso. Pero lo cierto es que, contrario a lo que creen las feministas con su teoría del género, especialmente en el caso de los hombres los deportes competitivos están en su biología. Como explicó un artículo en Time resumiendo el estado de la ciencia sobre la materia, estudios sobre treinta y cuatro países investigados muestran que los hombres tienen una mayor disposición, participación e interés en los deportes competitivos y también son los que más consumen deportes competitivos en cuanto espectadores581. Esto es así porque, como explica la psicología evolutiva, la competencia permite a los hombres —al igual que con machos en otras especies— desplegar su idoneidad física frente a las mujeres y, no menos relevante, frente a otros hombres con los que consigue medirse y a la vez crear lazos comunitarios que definen estatus. En palabras de Time, «la naturaleza precisa de las actividades deportivas también es importante, ya que muchas de ellas (correr, atacar, lanzar proyectiles, avanzar por el terreno o incluso alrededor de un diamante) son útiles para la guerra. Todo esto sirve para refinar habilidades, reforzar alianzas e intimidar a rivales potenciales».
Competir y canalizar la energía y el potencial de agresión por la vía de la competencia deportiva responde a impulsos fundamentales de la vitalidad masculina, los que de ser reprimidos derivan en patologías de distinto tipo. Lo mismo ocurre con los juegos con armas, espadas y otros juguetes típicamente masculinos cuya elección por niños no es producto de una construcción social, sino de una realidad bilógica subyacente que los hace distintos a las mujeres. De acuerdo a Michael Thompson, experto en psicología infantil y coautor del bestseller Raising Cain, históricamente los niños se han visto atraídos a juegos de combate para verse ellos como los héroes que enfrentan el mal. En ese sentido, por lo tanto, la violencia que simulan en sus juegos no es mala porque se concibe como una herramienta para resolver problemas limitada al mundo de la fantasía. De hecho, dice Thompson, el juego agresivo conduce a una conducta menos agresiva en la vida real porque da a los niños la posibilidad de actuar de acuerdo a sus impulsos en un ambiente seguro582. En ese contexto, las reacciones virales en contra de Kate Middleton y el príncipe William de Inglaterra luego de que fotografiaran a sus hijos jugando con pistolas de juguete en 2018 dan cuenta de la histeria que se ha tomado la discusión basada en premisas ideológicas directamente derivadas de que el género y, por tanto, la masculinidad son una construcción social tóxica. A tal punto ha llegado este dogmatismo que en Inglaterra diversos colegios están realizando talleres con niños hombres que consiguen hacerlos sentir culpables por su género. Según The Daily Telegraph, «los talleres son los últimos de una serie de iniciativas en las que se invita a activistas motivados ideológicamente a las escuelas, impulsados por la creencia de que los niños deben ser reeducados para evitar que se conviertan en una amenaza para las mujeres»583.
Los activistas han definido su función como una que busca «reprogramar los modales sexuales de los adolescentes hombres para que sean aptos para un mundo feminista». Los informes sobre los cursos realizados muestran que luego de los crudos relatos de estos activistas los niños quedan «aterrorizados de por vida». El artículo de The Daily Telegraph cita varias organizaciones inspiradas en el feminismo que buscan «imponer una cosmovisión ideológica que, ante todo, ve a los hombres jóvenes como potenciales abusadores y perpetradores, mientras ignora y minimiza rutinariamente la amenaza muy real de violencia tanto física como sexual a que los niños y los hombres jóvenes se enfrentan». Entre los datos que desbancan la narrativa feminista, The Daily Telegraph señala que los niños son dos veces más expuestos a violencia física que las niñas en general y que en las relaciones de pareja adolescente los niveles de violencia sufridos por hombres y mujeres son idénticos. En los casos de abuso sexual —agrega el medio— las víctimas eran un 64 por ciento mujeres y un 36 por ciento hombres, y estos últimos son más abusados por mujeres que por otros hombres. A pesar de todo lo anterior, la ideología feminista se ha convertido en política oficial del gobierno inglés, que ahora exige cursos de consentimiento a niños de once años bajo el argumento empíricamente falso de que son especialmente las mujeres las que sufren abusos sexuales y violencia. Las universidades del Reino Unido, por su parte, han impuesto sus propios cursos de adoctrinamiento feminista. Estudios hechos con participantes de esos cursos han revelado el clima totalitario que viven en ellos. Según The Daily Telegraph, cuando participantes trataban de «expresar cualquier punto de vista que contradijera el pensamiento feminista, eran gritados y humillados públicamente» y sus motivos eran siempre objeto de «sospecha inmediata simplemente por su género». Los mismos muchachos pidieron ser protegidos «contra el fundamentalismo de figuras prominentes y destacadas en la campaña por la igualdad de género». El artículo concluía que en estos tiempos parece haber «un impulso para hacer de la vergüenza y la culpa una parte formal de la educación de los niños»584.
Ahora bien, no hay duda de que muchas mujeres efectivamente han sido abusadas o acosadas sexualmente durante su vida, pero de ahí a suponer que todos los hombres son potenciales acosadores o violadores y que todas las mujeres son inocentes y que jamás han hecho uso de sus poderes seductivos para conseguir objetivos hay una gran distancia.
Sin embargo, esta perniciosa lógica es la que ha difundido el movimiento #MeToo, que partió con quejas sensatas y terminó en una verdadera cacería de brujas destruyendo incluso la reputación de hombres inocentes. Como están las cosas hoy, a cualquier hombre en cualquier momento de su vida se le puede arruinar su reputación si tan solo una mujer reclama haberse sentido víctima en algún momento del pasado. Cabe destacar que lo relevante no es si el hombre acusado es o no culpable, como entiende toda persona que crea en un sistema de justicia liberal y no totalitario. Lo único que importa es si se puede probar su culpabilidad; de lo contrario, como en las persecuciones de brujas de Salem, cualquiera puede acusar a cualquiera de cualquier crimen, destruir su reputación —o enviarlo a la cárcel— y no pagar costo alguno por ello. De ahí que el principio de presunción de inocencia no sea tan solo un estándar procesal o judicial, sino uno de decencia básica entre ciudadanos, especialmente cuando es sabido que en el mundo sensacionalista y victimista de hoy es imposible recuperarse de cierto tipo de acusaciones, como aquellas referidas a abuso sexual. Por eso es preocupante que la lógica feminista totalitaria del #BelieveHer —de creerles a las mujeres solo por el hecho de serlo— haya avanzado desde Estados Unidos, particularmente sus campus universitarios, influenciando todo el ambiente de occidente. Como cualquier persona sabe, las mujeres, al igual que los hombres, son perfectamente capaces de mentir, de ser vengativas o de simplemente distorsionar la realidad, y no son pocos los casos de acusaciones de abuso sexual que han resultado ser falsas. Solo en España, por ejemplo, entre 2004 y 2015 el 88 por ciento de denuncias por violencia de género en contra de hombres no terminaron en condena por la imposibilidad de probarlas, lo que indicaría que un número considerable de ellas serían falsas585. Así y todo, estos deben asumir un elevado costo, pues luego de la denuncia la ley establece que deben ser expulsados inmediatamente del hogar. Además se les prohíbe ver a sus hijos e incluso son llevados presos por varios días hasta que se inicia el proceso. La mujer que interpone la denuncia, por el contrario, tiene inmediata asistencia social y jurídica, se le exime de pagar seguridad social por seis meses y obtiene privilegios laborales586. Con esos incentivos no es raro que las autoridades españolas hayan desarticulado redes dedicadas a promover denuncias falsas para obtener beneficios.
Pero el daño mayor hacia los hombres, como hemos dicho, es a su reputación y suele presentarse en los procesos de divorcio. Según la abogada Yobana Carril, que se dedica al tema hace veinte años, muchas mujeres hacen una «instrumentalización de la ley de violencia de género para obtener beneficios económicos o bien la custodia total del hijo»587. Numerosos hombres, relata, son completamente arruinados en estos procesos debido a que la ley favorece de manera injusta a las mujeres y su prestigio queda destruido incluso cuando son totalmente inocentes. Según Carril, «los hombres tienen mucho miedo de casarse hoy en día, por lo que antes de hacerlo buscan asesorarse para saber cómo enfrentar una posible ruptura, pues algunos incuso han llegado al suicidio a pesar de ser inocentes»588.
Este abuso de legislaciones de género no solo se produce en España, sino en casi todos los países en que los incentivos y el clima de opinión han sido infectados por la ideología feminista de la lucha de géneros, la que además ha probado ser altamente lucrativa. Solo en España, el gobierno transfiere más de 150 millones de euros a estas organizaciones y comprometió más de 1.000 millones de euros en cinco años a partir de 2018589. Prácticamente todos los países avanzados tienes formas de apoyo gubernamental para organizaciones similares, muchas veces creando incentivos perversos para que sus receptores magnifiquen el problema y puedan exigir más financiamiento. El resultado de todo lo anterior en la era del #MeToo ha sido que la credibilidad de las denuncias de abusos sexuales se ha deteriorado a nivel público, lo que es grave para aquellas mujeres que realmente lo han sufrido. En 2018 The Economist dio cuenta de la creciente reacción, especialmente de mujeres estadounidenses, en contra del movimiento #MeToo, al que consideraban politizado y cada vez más contraproducente590. Otros estudios han mostrado que casi el 80 por ciento de las mujeres en Estados Unidos creen que hay acusaciones tanto reales como falsas y que muchas de ellas no califican de acoso o asalto sexual591. Los efectos de la cacería de brujas que feministas han llevado adelante, sin embargo, van más allá de la pérdida de credibilidad de las víctimas reales. Un 80 por ciento de hombres encuestados en otro estudio afirmó que el problema más grave de trabajar con mujeres era la posibilidad de acusaciones falsas de acoso sexual. Como observó una columnista de Forbes.com comentando dicho estudio, esto es negativo para las mujeres, pues si los hombres viven preocupados por acusaciones falsas de acoso o agresión dejarán de hacer el esfuerzo de ayudarlas: «Cuando se trata de interactuar con mujeres, los hombres que temen las acusaciones falsas son, naturalmente, más propensos a evitar reuniones personales, almuerzos, cenas y viajes de negocios con empleadas. En otras palabras, las mujeres podrían ser excluidas de los mismos eventos que podrían ayudar más a sus carreras»592. Ese alejamiento es ya una realidad extendida. Un artículo de Bloomberg sobre la reacción de Wall Street al #MeToo afirma que esta ha consistido en «evitar las mujeres a toda costa»593. «No más cenas con colegas femeninas. No te sientes a su lado en los vuelos. Reserva habitaciones de hotel en diferentes pisos. Evita las reuniones uno a uno […] solo contratar a una mujer en estos días es un riesgo desconocido», comienza el artículo. Luego afirma que este fenómeno no es exclusivo de Wall Street sino de hombres a través de todo el país, quienes están cambiando su conducta para «protegerse frente a lo que consideran una corrección política irrazonable, o simplemente para hacer lo correcto». La consecuencia, señala Bloomberg, es que se han dañado las carreras de las mujeres, pues los hombres no quieren estar en contacto con ellas y menos aún ser sus mentores. Según una publicación de The Washington Post, producto del #MeToo, el 60 por ciento de los gerentes hombres en Estados Unidos prefiere evitar el contacto con mujeres, especialmente jóvenes, cifra que aumentó explosivamente desde 2018 en que el mismo estudio arrojaba un 46 por ciento de hombres gerentes con idéntica preocupación. A nivel de gerentes senior, el rechazo a hacer viajes con mujeres se multiplicó por nueve. Como resultado, dice Sheryl Sandberg, directora de Operaciones de Facebook citada en el artículo, «las mujeres están sufriendo una gran crisis en sus posibilidades de ser ascendidas»594.
Los países nórdicos han experimentado una evolución similar. Según la académica danesa Marianne Stidsen, autora de un libro sobre los efectos del #MeToo en esa región, este movimiento ha tenido un impacto «excepcionalmente profundo en los países nórdicos». Se trata, agrega, de un «movimiento revolucionario que juzga a los hombres en los medios antes de que sus casos sean tratados en el sistema legal»595. Para Stidsen, «la carga de la prueba ha sido revertida», lo que implica «una violación de los derechos civiles, como la presunción de inocencia y el derecho a un juicio justo» y «un ataque a la democracia misma que socava el legado de la Ilustración. Estamos lanzando doscientos años de lucha por los derechos humanos por la borda», afirma. Como en Salem, muchos han usado la histeria persecutoria para ver arder a personas a las que no querían, como ocurrió con el director de la Escuela de Escritores de Copenhague, destituido por la publicación de un artículo que hablaba de rumores de supuestas conductas irregulares en esa escuela, ninguno de los cuales podía probarse. Stidsen, por lo mismo, concluye que «cuando se trata de la intensidad del debate #MeToo, Escandinavia no es diferente de América del Norte, que es el epicentro de toda la cultura de victimización de la que forma parte #MeToo». Y finalmente señala que «incluso como mujer puedo entender completamente si alguien prefiere no trabajar estrechamente con las mujeres mientras esta locura #MeToo continúe. Si me arriesgara a ser juzgada sobre la base de rumores sueltos, sería igualmente cautelosa. Es un retorno a las formas arcaicas de poder: moralista, opaco, impredecible. E increíblemente fácil de abusar».
Pocos lugares han contribuido más a este clima de paranoia e inquisición que las universidades estadounidenses. Heather Mac Donald ha repasado con gran detalle los datos y realidad de lo que llama «el mito de la violación sistemáticas en los campus», concluyendo que se trata de un invento completamente artificial de las burocracias universitarias dedicadas a asuntos de género, las que justifican su trabajo a partir de fabricar la sensación de que se vive una epidemia de violaciones, aun cuando las mismas supuestas víctimas no lo vean así. De acuerdo con la plataforma #BelieveSurvivors —escribe Mac Donald—, la razón por la que la mayoría de las víctimas de violaciones no denuncia es porque el «proceso de denuncia es demasiado antifemenino y retraumatizante», pero la verdad es que la mayoría de las víctimas de violaciones clasificadas por investigadores no lo informan porque «no creen que lo que les sucedió fue lo suficientemente grave como para informar»596. Las estadísticas publicadas por burocracias universitarias son derechamente falsas, agrega, explicando que si fuera cierto que una de cada cuatro o cinco mujeres en las universidades fuera violada, los campus universitarios de Estados Unidos tendrían niveles de criminalidad 10 o más veces superiores a Detroit, la ciudad con mayor tasa de violaciones, asesinatos y otros crímenes en Estados Unidos. En otras palabras, los padres de esas alumnas estarían enviando a sus hijas a los lugares más peligrosos del país y además pagando cientos de miles de dólares para que sean violadas. Lo cierto, como explica Mac Donald, es que la estadística del 25 por ciento de mujeres violadas proviene de una feminista, Mary Koss, quien al no obtener los números que quería preguntando directamente a las mujeres, asignó a las acciones que ellas describían la categoría de violación. Sin embargo, un estudio posterior confirmó que el 73 por ciento de las mujeres que Koss calificaba como violadas declaraban jamás haberlo sido y 42 por ciento de ellas volvía a tener sexo con el mismo hombre, algo difícil de concebir para una mujer que ha sido auténticamente violada597. Las mismas burocracias que crean el pánico de que los campus están plagados de hombres violadores, sin embargo, no reportan casi ninguno de esos casos a la policía. Organizaciones feministas como la American Association University Women incluso han manifestado quejas por la baja tasa de denuncias de violaciones en universidades, que según la teoría del 25 por ciento debería incluir entre unos trescientos o cuatrocientos mil mujeres por año. Mientras tanto, explica Mac Donald, el gobierno de Estados Unidos, específicamente el Departamento de Derechos Civiles, instruía a las universidades en 2011 a elevar sus estadísticas de violación por la vía de relajar los estándares probatorios de los tribunales de violación universitarios bajo penas de perder financiamiento público. Un efecto nocivo de esta aproximación es que se ha revertido la presunción de inocencia llevando a que muchos hombres sean expulsados de universidades sin evidencia de que la violación haya jamás ocurrido. Mac Donald repasa una serie de casos emblemáticos en que mujeres que alegaron ser violadas lo hicieron después de haber tenido relaciones sexuales consentidas con el mismo hombre acusado, que luego quiso seguir en contacto con ella. Uno de ellos fue el caso de una alumna de Washington and Lee University que tuvo relaciones sexuales con un compañero la misma noche que lo conoció. Durante un mes siguieron en contacto intercambiando mensajes por chat hasta que un día vio a su compañero besando a otra chica en una fiesta. Al cabo de un tiempo el muchacho establecería una relación con esa chica. Luego de enterarse y de constatar que el muchacho postulaba a un programa de estudios en el extranjero al que ella también iría, la joven en cuestión comenzó una terapia psicológica en la cual reconoció haber disfrutado el sexo con el compañero; sin embargo, en la terapia fue convencida de que el hecho de que haya disfrutado del sexo y que haya sido voluntario no significaba que no hubiera sido sexualmente agredida. Cuando finalmente ambos fueron aceptados al programa en el extranjero, la muchacha decidió lanzar toda la maquinaria universitaria sobre el joven, quien finalmente fue expulsado de la universidad. Casos como estos, dice Mac Donald, abundan en los campus universitarios y son instigados por la ideología feminista y lo que llama «campus rape industry» o «industria de violación en campus», que se sostiene gracias a que existe un clima de paranoia sexual en las universidades. Nada de esto significa que no se produzcan casos efectivos de abuso o violación, sino que la narrativa en torno a una epidemia de depredación sexual de parte de hombres es simplemente falsa. Según esta narrativa, incluso cuando ellas aceptan tener sexo si en realidad no lo querían, no es su responsabilidad, sino de las normas sociales patriarcales. Fue lo que concluyó la editora de género de The New York Times Jessica Bennet en una columna titulada «When Saying Yes Is Easier Than Saying No». Según Bennet, para las mujeres existe «el lugar sin retorno», que definió como «la situación que creías que querías o tal vez en realidad nunca quisiste, pero de alguna manera aquí estás y está sucediendo y deseas desesperadamente salir, pero sabes que en este punto salir de la situación sería más difícil que simplemente estar allí y esperar a que termine. En otras palabras: decir sí cuando realmente queremos decir no»598. ¿Qué opción le queda a un hombre si incluso cuando le dicen que sí, tal vez la mujer quería decir no y por tanto después del acto sexual es calificado de abusador? Bennet no responde directamente la pregunta, pero la implicancia es clara.
Parte importante de este problema que afecta la sexualidad de las mujeres, explica Paglia, es que el feminismo actual ha mentido a las mujeres jóvenes al decirles que esta es idéntica a la de los hombres, cuando la verdad es que hay diferencias biológicas relevantes entre ambos casos599. Paglia argumenta que toda la teoría de la construcción social aplicada a la sexualidad es un fraude que tiene su origen en ideas que pueden rastrearse hasta Rousseau y su visión del ser humano como una tabula rasa. Lo cierto, hay que reiterarlo, es que el ser humano tiene una naturaleza anclada en su cerebro que define que la biología sexual masculina y femenina sea diferente. Como ha observado el profesor de neurobiología de la Universidad de California, Irvine, Larry Cahill refutando un conocido libro que niega las diferencias biológicas entre ambos sexos, «es bastante claro para cualquiera que busque honestamente que la variable del sexo biológico influye en todos los niveles de la función cerebral de los mamíferos hasta el sustrato celular/genético, que por supuesto incluye el cerebro humano de los mamíferos»600. Ya en 1979 el profesor de psicología evolutiva Richard Hagen explicaba que los hombres son por naturaleza más promiscuos que las mujeres porque durante milenios debieron tener sexo con más parejas para poder asegurar que sus genes sobrevivieran. Mientras más promiscuo, más posibilidades de que sus genes se traspasen. Además, a diferencia de las mujeres, para reproducirse los hombres deben necesariamente excitarse y conseguir una erección, razón por la cual son mucho más visuales que las mujeres. Estas en tanto, solo tienen un óvulo que puede ser fecundado, por lo que la promiscuidad no incrementa sus posibilidades reproductivas. En consecuencia, deben ser extremadamente selectivas con la pareja con la que han de reproducirse, especialmente debido a la exigencia física y de recursos que implica todo el proceso de embarazo y sobrevivencia de los hijos. Todo lo anterior, además del hecho de que, a diferencia del hombre, que invariablemente llega al orgasmo, ellas no tienen garantizado el placer sexual, hace que tengan una inclinación a vincular sexo con emociones y por tanto a ser selectivas:
Mientras que los hombres producen millones de espermatozoides diariamente, las mujeres generalmente producen solo un óvulo al mes. Eso lo hace económicamente raro y precioso, especialmente cuando se considera el tiempo y la energía involucrados en la gestación y la lactancia. En una sociedad primitiva, es evidente que es una ventaja para la mujer excitarse sexualmente solo cuando la relación con su pareja es segura. Por lo tanto, la hembra protege su inversión y mejora su supervivencia genética cuando se asegura de que su descendencia sobreviva hasta la madurez. Una forma de hacerlo es conseguir que un hombre ayude a criar a los niños, proteja y cuide a la familia y se quede con él a través de buenos y malos tiempos601.
Más recientemente, Steven Pinker ha argumentado que los hombres por evolución tienen mayor inclinación por sexo sin compromiso, lo que explicaría su mayor consumo de pornografía y prostitución602. Un solo macho, escribe Pinker hablando de los mamíferos, «puede fertilizar a varias hembras, lo que obliga a otros machos a quedarse sin pareja reproductiva»603. Los machos deben además competir violentamente por el acceso a las hembras acumulando los recursos necesarios para aparearse o persuadiendo a una hembra para que lo elija. En consecuencia, «el éxito reproductivo de un macho depende de con cuántas hembras se aparea, pero no al revés; para una mujer, una pareja por embarazo es suficiente. Eso hace que las mujeres sean más discriminatorias en su elección de parejas sexuales»604. En el caso de los humanos, agrega, dado que los hombres también se preocupan por su descendencia, las mujeres compiten por ellos, pero por los que están más dispuestos a invertir en los hijos y no meramente a copular. Según Pinker, las mujeres también pueden verse tentadas por la infidelidad, aunque su motivo genético es «la calidad y no la cantidad». De este modo, una adúltera discreta puede hacerse de los genes del hombre más apto y, al mismo tiempo, de la inversión del hombre más generoso. Así, dice Pinker, un hombre cornudo dedicaría sus esfuerzos a los genes de un competidor, lo que es «un suicidio darwiniano» que explica por qué los celos sexuales de los hombres son tan intensos605.
Estas diferencias biológicas son fundamentales para entender por qué la liberación sexual femenina fundada en la retórica de que las mujeres pueden comportarse sexualmente como hombres ha generado tanta frustración entre ellas. Por razones evolutivas, el instinto de los hombres se encuentra más satisfecho mientras más fácil les resulta copular con diversas mujeres. Estas, en cambio, rápidamente tienden a desarrollar emociones que vinculan su sexualidad con la pareja que eligen, lo que les hace doloroso ser simplemente ignoradas luego de un encuentro sexual. Como explica la terapeuta sexual y catedrática de Duke University, Laurie Watson, si bien para la mujer «la mente, la memoria o los sentimientos emocionales de conexión pueden incitar el deseo sexual, el deseo de los hombres es físico» y responde a enormes cantidades de testosterona que en sus cuerpos los empujan «hacia la expresión sexual»606. En el hombre, agrega, «la energía hormonal le da el impulso y la agresión para perseguir el propósito y el trabajo de su vida y para perseguir a su pareja. Lo empuja a través de la monotonía diaria, tentada por la fantasía de una recompensa sexual al final de un día difícil»607. El personaje Pózdnyshev de la novela de Lev Tolstoi Sonata a Kreutzer expresaría esta misma idea de manera un tanto dramática planteando el encuentro entre un hombre y una mujer hermosa casi como una fatalidad: «Las mujeres han hecho de sí mismas un instrumento que ejerce tal poder sobre la sensualidad de los hombres que estos no las pueden tratar con normalidad. En cuanto un hombre se acerca a una mujer, cae de inmediato bajo su hechizo y pierde la cabeza. También antes me resultaba incómodo, hasta violento, encontrarme ante una dama con un traje de fiesta, pero es que ahora me da auténtico pavor y veo en ello algo peligroso para los hombres, e ilegal, hasta me vienen ganas de llamar a un policía, pedir ayuda contra la amenaza, exigir que se retiren, que se lleven ese objeto peligroso»608.