Kitabı oku: «La neoinquisición», sayfa 20

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La población musulmana en todo el mundo se estima en mil seiscientas millones de personas. De estos, un billón es mayor de edad. La mitad de ella adhiere al Islam ultraconservador, que otorga poco valor a los derechos de las mujeres, los homosexuales y a personas de diferentes religiones. De estos quinientos millones, al menos cincuenta millones de musulmanes están dispuestos a aceptar la violencia para defender el Islam. Está claro que no todos los que están dispuestos a cometer violencia la viven directamente. Pero la amenaza también proviene de aquellos que apoyan, alientan, albergan o simplemente callan a los radicales cuando observan la radicalización y sospechan ataques664.

Koopmans señala que, según diversos estudios, alrededor del 14 por ciento de la población musulmana adulta se encuentra dispuesta a la violencia contra civiles inocentes, lo que la lleva a una cifra de ciento cuarenta millones en el mundo. Ahora bien, para un país como Alemania esto significa que alrededor de doscientos mil musulmanes se inclinarían por actos terroristas o violentos en contra de la población civil si se creen las discutidas cifras del gobierno sobre la cantidad de población musulmana en el país —cuatro millones—; de lo contrario, sería casi el doble. Esta realidad, como las calamitosas cifras de integración, se extiende, como es lógico, por toda Europa. Según The Times, informes de inteligencia muestran que solo en el Reino Unido viven veintitrés mil jihadistas, es decir, terroristas islámicos identificados665. Otras tantas decenas de miles habitan en diversos países de Europa. Pero esto no es más que un síntoma del problema que denunciara Merkel: el colosal fracaso de la sociedad multicultural que, al menos en el caso de amplios sectores de migrantes, no ha mostrado ser más que un dogma ideológico sin resultados reales. Y es que, como dijo el politólogo italiano Giovanni Sartori, el Islam, en su forma actual, es incompatible con la cultura occidental. Según Sartori, «estamos en manos de políticos ignorantes, que no conocen la historia ni tienen cultura […] No hay líderes ni hombres de Estado y así nos va: la Unión Europea es un edificio mal construido y se está derrumbando. La situación se hace más desastrosa porque algunos han creído que se podían integrar los inmigrantes musulmanes, y eso es imposible»666. Sartori agrega que «el Islam es incompatible con nuestra cultura. Sus regímenes son teocracias que se fundan en la voluntad de Alá, mientras que en occidente se fundan en la democracia, en la soberanía popular». Otras personas, como el científico ateo Sam Harris y la intelectual de origen somalí Ayaan Hirsi Ali, han argumentado que existen elementos en la misma religión musulmana que permiten justificar la violencia y que dan fundamento a los ataques terroristas y a su rechazo a occidente. En su libro Heretic, dedicado a la necesidad de reformar el Islam para hacerlo compatible con los valores democráticos y del estado de derecho occidentales, Hirsi Ali, ella misma una musulmana que en su juventud escapó de un matrimonio forzado y que fue además sometida a la ablación del clítoris, describe la forma en que los batallones de la neoinquisición la han tratado por hacer ver los problemas en el Islam: «Por expresar la idea de que la violencia islámica se encuentra enraizada no en condiciones económicas, sociales o políticas, sino más bien en los textos fundantes del Islam mismo, me han denunciado de ‘islamófoba’ e ‘intolerante’. He sido silenciada, evitada y humillada. He sido considerada una hereje no solo por musulmanes, sino por occidentales de izquierda cuyas sensibilidades multiculturales se ven ofendidas por dichos pronunciamientos»667, escribe Hirsi Ali.

Hirsi Ali ha sido acusada de difundir «el discurso del odio» solo por manifestar verdades que por lo demás son compartidas por diversos expertos en religión islámica y reflejadas en las crecientes tensiones sociales y culturales que, particularmente en Europa, se producen con el mundo islámico. Incluso una organización prestigiosa de izquierda como la Institución Brookings reconoce que Europa ha fracasado en integrar al mundo musulmán. Según Brookings, existe «el creciente peligro de que los modestos logros de la integración religiosa se deshagan antes de que se haya producido la incorporación de los musulmanes» a las sociedades europeas. Estos, a su vez, «perciben cada vez más la suma total del debate público sobre ellos como una simple persecución religiosa»668.

Es difícil imaginar un cuadro más demoledor con la narrativa de que toda inmigración es buena para la sociedad que la recibe que aquel que muestran amplios sectores de la población musulmana en Europa. De hecho, libros serios hablan de una crisis civilizatoria e incluso de la «muerte de Europa». Así se titula, por ejemplo, el bestseller de Douglas Murray en el que analiza cómo la civilización europea ha sido desplazada por la cultura islámica, la que, con sus tasas de natalidad y la protección de élites políticamente correctas, avanza de manera incontrarrestable. Los números que muestra Murray dan cuenta de un continente que, en un par de generaciones, dejará de ser predominantemente occidental y cristiano. «Europa está cometiendo suicidio, o al menos sus líderes han decidido cometer suicido», dice Murray, y continúa: «La civilización que conocemos como Europa se encuentra en el proceso de cometer suicidio y ni Inglaterra ni ningún otro país europeo occidental pueden evitar su destino porque todos parecemos sufrir de los mismos síntomas y el mismo mal. Como resultado, para el fin de las vidas de la mayoría de las personas vivas Europa no será Europa y los pueblos de Europa habrán perdido el único lugar en el mundo que tenemos para llamar ‘nuestro hogar»669. Dos razones explican este trágico escenario según Murray. El primero es el reemplazo poblacional debido a la migración masiva de pueblos, que, al llegar a Europa, no se integran replicando casi exactamente sus condiciones de origen, pero ahora en otro territorio. La segunda —y más importante— dice Murray, es que Europa «ha perdido la fe en sus creencias, tradiciones y legitimidad». Esto se explica, sin duda, por el rol que han cumplido intelectuales de izquierda, quienes han contaminado el espíritu europeo de lo que Murray califica como «culpa por su pasado»670. De este modo, la ideología de la corrección política, con su dogmatismo religioso de la diversidad y el multiculturalismo, sumada a su visión victimista y culposa, están conduciendo a lo que Murray llama «suicido civilizatorio».

Nada de todo lo anterior significa, desde luego, que no haya fuerzas migratorias positivas que enriquezcan cultural y económicamente una sociedad. El punto es que debe distinguirse entre los distintos grupos de inmigrantes, pues ellos tienen desempeños muy diferentes como bien reflejan los datos europeos cuando se compara, por ejemplo, los índices de éxito e integración de los vietnamitas con los turcos. En Alemania, los primeros llegan en un 64 por ciento al Gymnasium, la educación escolar que prepara para la universidad, mientras entre los turcos —mayormente musulmanes— la cifra apenas supera el 12 por ciento671. Como hemos sugerido, las malas cifras de integración de los musulmanes se verifican en toda Europa. Un estudio que compara el desempeño de estos con otros grupos en el Reino Unido concluyó:

Los musulmanes en nuestros datos se integran menos y más lentamente que los no musulmanes, incluso después de condicionarse a un rico conjunto de características demográficas y socioeconómicas individuales y contextuales […] Dentro de cada grupo, los inmigrantes de segunda generación tienen una menor probabilidad de mostrar un alto apego a su cultura de origen con el tiempo, pero esta reducción es más marcada para los no musulmanes que para los musulmanes. Más interesante aún, los años pasados en el Reino Unido prácticamente no tienen ningún efecto sobre el nivel de identidad religiosa de los musulmanes, mientras que disminuyen el de los no musulmanes […] Los musulmanes de segunda generación nunca alcanzan el nivel (más bajo) de probabilidad de tener una fuerte identidad religiosa de los no musulmanes de segunda generación672.

Según los autores del estudio, sus hallazgos contradicen la teoría de que no existe un «choque cultural» con los musulmanes, y añaden que los «disturbios étnicos y raciales» producidos en 2007, antes de la publicación del trabajo, «son ciertamente una indicación de que las diferentes políticas europeas de integración no han tenido mucho éxito»673.

No es, desde luego, solo con el mundo islámico donde se pueden encontrar argumentos en contra de la narrativa políticamente correcta, según la cual una mayor diversidad e inmigración siempre es positiva. En términos generales, los estudios de economistas, sociólogos y gobiernos caen, de nuevo por razones ideológicas, en lo que Thomas Sowell denomina «falacia del inmigrante abstracto». Esta consiste en tomar solo promedios estadísticos de los inmigrantes, sin diferenciar los grupos a los que pertenecen. De esta forma, resulta imposible saber a cuáles les va mejor, cuáles contribuyen a la sociedad a la que llegan y quiénes constituyen una carga para ella. El problema, dice Sowell, es «discutir a los inmigrantes en abstracto más que en términos de las realidades concretas específicas de inmigrantes particulares, en circunstancias particulares, en un momento y lugar particular»674. Lo último no se hace hoy en día porque, según Sowell, «no es políticamente correcto hacer tales preguntas sobre los inmigrantes, especialmente si los inmigrantes se desglosan por país de origen» como se hacía antes. Sin embargo, agrega, existen grupos de inmigrantes que casi no dependen de transferencias del Estado, mientras otros dependen fuertemente de ellas; otros que son educados y con habilidades y otros sin ningún tipo de destrezas. Hoy, explica el académico de Stanford, millones de inmigrantes llegan sin un estudio previo sobre sus tasas de criminalidad, enfermedades o el riesgo de terrorismo. Según Sowell, la prepotencia de las élites es «parte de un patrón mucho más amplio, que se extiende más allá de la inmigración y se extiende más allá de los Estados Unidos a muchos países europeos, donde élites estrechas se imaginan a sí mismas tan superiores al resto de nosotros que es su derecho y su deber imponernos sus nociones». Estas élites, dice el economista, «parecen verse como ciudadanos del mundo y consideran las fronteras nacionales como reliquias desafortunadas del pasado ignorante». Pero las élites, dice, no son afectadas cuando niños de padres mucho más pobres ponen a sus hijos en colegios públicos. Europa, agrega Sowell, ha ido mucho más lejos en este camino con «autoridades que han ignorado o minimizado las violaciones de mujeres en las calles de Alemania por parte de refugiados masculinos del Medio Oriente». Ni siquiera los ataques terroristas recurrentes, agrega, han provocado alguna reconsideración de las leyes de «discurso de odio que pueden invocarse contra cualquiera que advierta sobre los peligros».

El punto de Sowell es fundamental porque las estadísticas abstractas sirven para engañar a la población sobre la realidad de los inmigrantes. Así, por ejemplo, si del total de inmigrantes que llega a un país, el 70 por ciento contribuye con impuestos y el 30 por ciento cuesta a los contribuyentes menos de lo que los anteriores aportan, la estadística, en promedio, será que los inmigrantes contribuyen al erario fiscal y este argumento se utilizará cada vez que alguien se queje de que determinados inmigrantes reciben demasiados subsidios del gobierno o que llegan al país por sus transferencias sociales. Pero la verdad es que si los datos se desagregan quedaría claro que hay grupos de inmigrantes que, en virtud de su origen serían los que tienden en mayor medida a ser un costo y otros un aporte. No es igual para un país recibir ingenieros indios calificados o vietnamitas no calificados que en poco tiempo se integran y obtienen incluso mejores resultados que los locales que inmigrantes de Medio Oriente pobres cuya cultura y religión les dificulta la integración y que no poseen ni la ética del trabajo ni el estudio o la aceptación de los valores del país que los recibe. Lo mismo ocurre con la criminalidad, tema en el que jamás se muestran las estadísticas desagregadas que permiten determinar qué grupos contribuyen a disminuirla y cuáles a aumentarla. Desafortunadamente, la cultura de la cual provienen los inmigrantes es el mejor predictor de éxito o fracaso posterior en la sociedad a la que llegan. En su monumental trabajo sobre migraciones y culturas en el mundo, el mismo Sowell documentó con exhaustivo detalle cómo los diversos grupos migrantes obtienen resultados similares independientemente de la cultura o región a la que lleguen. Japoneses, italianos, alemanes y judíos alrededor del mundo consiguieron altos niveles de éxito e incluso se especializaron en cuestiones similares en continentes distintos. La conclusión de Sowell es que aunque muchos factores, tales como la geografía, son cruciales a la hora de explicar el devenir de los pueblos, «las habilidades, hábitos, valores que constituyen el patrimonio cultural de los pueblos usualmente juegan un rol poderoso en delinear el tipo de resultados experimentados por esos pueblos»675. Y este bagaje cultural se desarrolla a través de un largo tiempo, generando un impacto que trasciende generaciones y que se mantiene en el caso de los inmigrantes. En este contexto, señala Sowell, las culturas compiten y hay unas mejores que otras en lidiar con las realidades de la vida, lo que implica que el relativismo cultural —del estilo que promovió Lévi-Strauss— «no tiene poder explicativo ni relevancia histórica» a la hora de dar cuenta de las diferencias entre grupos. Sowell explica:

Las culturas son formas particulares de lograr las cosas que hacen la vida posible, la perpetuación de la especie, la transmisión del conocimiento, la absorción de los shocks de cambio y muerte, entre otras cosas. Ellas difieren en la importancia relativa que les asignan al tiempo, ruido, seguridad, limpieza, violencia, esfuerzo, excelencia, intelecto, sexo y arte. Estas diferencias implican a la vez diferencias en elecciones sociales, eficiencia económica y estabilidad política676.

Las culturas son, entonces, fuentes de capital social, económico y político, y difieren entre sí, pues algunas son, en esas materias, claramente más aventajadas que otras. De ahí que Sowell rechace el argumento multicultural como uno que suena bien, pero que se contradice a sí mismo, ya que suponer que todas las culturas valen lo mismo implica suponer que esa visión culturalmente especifica vale lo mismo que otra que diga que unas valen más que otras.

Ahora bien, si Sowell tiene razón, entonces es absurdo suponer no solo que las culturas son iguales, sino que es irrelevante el origen de la migración que llegue a un determinado país. Y si eso es absurdo —como ilustra el caso europeo con claridad— entonces el debate migratorio debe dejar de centrarse en inmigrantes abstractos, como demanda la corrección política, para preguntarse por qué tipo de inmigración es la que una determinada sociedad desea, pues no es verdad que estas sean idénticas entre sí.

Tampoco es verdad lo que muchos economistas, incluidos libertarios, suelen argumentar sobre la inmigración. Es cierto que esta suele ser causa de prosperidad de los países que la reciben, especialmente cuando es calificada, razón por la cual países como Canadá y Australia tienen sistemas de puntos que les permiten seleccionar a quienes ellos quieren. Sin embargo, esta puede tener también efectos económicos negativos sobre segmentos de la población que los economistas tienden a ignorar, muchas veces por razones de corrección política. No deja de ser curioso que cuando se trata del tema migratorio las leyes de oferta y demanda dejen de existir y todos quienes llegan al país, independientemente de sus calificaciones, se convierten en una contribución para su economía. Sin embargo, basta una reflexión básica para entender lo incoherente de este pensamiento. Si asumimos, como hacen todos los economistas, que la pobreza es un problema que debe ser resuelto con crecimiento económico, y que mientras menos pobreza haya en una sociedad más desarrollada, es decir, mejor se encuentra social y económicamente, entonces claramente aceptar nuevos pobres por la vía migratoria, lejos de ser una avance, constituye un retroceso social y económico, aun cuando en el producto agregado este tipo de migración pueda tener un impacto positivo. Un ejemplo simple sirve para entender mejor este punto. Imaginemos una sociedad avanzada integrada por mil personas que producen 100 dólares anuales en promedio cada una. Esto dará un PIB per cápita de 100 dólares y un producto anual total de 100 mil dólares. Ahora supongamos que un grupo de cien nuevos integrantes se suma a esa sociedad, pero, debido a sus bajas calificaciones, estos solo producen 10 dólares anuales cada uno. En términos totales, si sumamos a los 100 mil dólares que ya existían, estos nuevos 1.000 dólares que traen los inmigrantes (10 x 100), el PIB anual habrá subido a 101 mil dólares para toda la sociedad. En ese sentido puede decirse que los inmigrantes han contribuido al crecimiento del PIB. Pero si vemos la cifra de ingreso per cápita para la sociedad entera el cuadro es distinto. Mientras antes de la inmigración el PIB per cápita era de 100 dólares anuales, ahora es de 91,81 dólares (101 mil/1.100), es decir, la inmigración llevó a un empobrecimiento promedio de 10 por ciento de la sociedad. Además, la desigualdad de ingresos podría haber aumentado fuertemente si es el caso que el país receptor presente un capital humano relativamente homogéneo, como claramente ha ocurrido en los países nórdicos. Ahora bien, se podrá decir que en la medida en que cada uno siga ganando lo mismo no hay nada que objetar, pues los inmigrantes ganarán sus 10 dólares promedio por año y los locales sus 100 dólares. Pero la realidad es mucho más compleja que eso, pues la pobreza lleva consigo una serie de problemas como un aumento de la criminalidad, alcoholismo, drogadicción, baja educación, problemas de salud y otros que en todo occidente son atendidos por servicios públicos financiados con dinero de los contribuyentes. Y entonces se produce la migración a sistemas sociales desde países pobres a países más avanzados, lo cual puede llegar a amenazar la subsistencia misma de su sistema social. Hans-Werner Sinn, uno de los economistas más renombrados de Alemania y por muchos años profesor y director del Ifo Institut de la Universidad de Múnich, afirma que la migración hacia el estado social alemán es causa de «gran preocupación»677. En Alemania, como en otros países avanzados de Europa, cualquier inmigrante de la Unión Europea, en cuya órbita se encuentran países pobres como Bulgaria y Rumania, tiene derecho, después de cinco años, a recibir todos los beneficios sociales además de un monto inmediato por hijo. De este modo, un rumano de sesenta años, puede emigrar a Alemania y exigir, a sus sesenta y cinco años que se le dé una vivienda, un seguro de salud y una pensión de por vida llevando a un costo total promedio de más de 1.000 euros mensuales, lo que representa el doble del salario promedio en Rumania y el triple de Bulgaria. Sinn se queja de que por mucho tiempo ha sido «políticamente incorrecto hablar de estos problemas» y recuerda cómo él fue atacado e insultado incluso por parlamentarios europeos cuando comenzó a advertirlos. De no abordarse, concluye Sinn, la paz social y el principio benefactor mismo podrían verse arruinados.

La situación es aún más dramática y la expuso en detalle el mismo Sinn en la prensa alemana678. Mientras Alemania recibe hasta medio millón de inmigrantes al año, de los cuales un 80 por ciento son poco calificados, el capital humano se va, entre otras razones, por los altos impuestos que debe pagar para sostener el Estado benefactor. La cifra neta es de una pérdida de veinte mil alemanes calificados al año, que emigran a Suiza y otros países en busca de mejores oportunidades. Ante esta realidad se afirma que dado que la población alemana —y europea— envejece, requiere inmigrantes jóvenes para financiar sus jubilaciones. Pero según Sinn se necesitarían treinta y dos millones de inmigrantes jóvenes en las próximas décadas para estabilizar el sistema de pensiones, lo cual dinamitaría por completo la sociedad alemana. Ahora bien, todavía podría decirse, recurriendo a la falacia del inmigrante abstracto, que, en la suma, los inmigrantes aportan al Estado benefactor en impuestos más de lo que reciben. La verdad, sin embargo, es que cuando se resta a lo que estos pagan en impuestos lo que estos reciben del Estado no solo vía transferencias y servicios sociales, sino también en términos de infraestructura, seguridad pública, sistema de justicia y otros, el resultado, según estudios de la Bertelsmann Stiftung y del Ifo Insititut, es que el inmigrante promedio cuesta 1.800 euros por año al contribuyente alemán durante toda su vida. Si se descuenta la defensa, la cifra es de 1.450 euros anuales. El economista Holger Bonin, de la Bertelsmann Stiftung, calculó que, finalmente, el inmigrante promedio cuesta casi 80 mil euros en su vida al Estado alemán considerando todo lo que contribuyen y lo que recibe. Es simplemente una falacia entonces sostener, como postula el dogmatismo migratorio actual, que la inmigración necesariamente es un aporte al bienestar fiscal, pues claramente no es el caso ni en Alemania ni en buena parte de Europa. Sinn concluye:

Debería comenzar un debate libre de ideologías sobre la política de migración, no impulsado por la búsqueda de la corrección política. Así como la migración se desarrolla, está yendo mal porque la estructura de los migrantes está distorsionada por los incentivos artificiales del Estado de Bienestar. Básicamente, solo hay tres formas de corregir estos errores: en primer lugar, se puede restringir la libertad de movimiento; en segundo lugar, se puede restringir el principio de inclusión, el acceso de los inmigrantes a los beneficios del Estado de Bienestar y, en tercer lugar, se puede reducir el Estado de Bienestar679.

Pero también cuando se trata del aporte económico de los inmigrantes, la población local tiene razones para la cautela, especialmente aquella menos calificada que entra a competir directamente con la mano de obra que ingresa al país. El cubano-americano profesor de Harvard George Borjas, calificado por The Wall Street Journal como el principal experto migratorio de Estados Unidos, ha demostrado que, contrario a la narrativa predominante en círculos económicos, la inmigración suele tener efectos negativos en los ingresos de ciertos grupos locales, creando ganadores y perdedores. En su libro We wanted workers, Borjas afirmó que es un error pensar en la inmigración como se piensa sobre el libre comercio, pues mientras el segundo conlleva el flujo de bienes y servicios a través de las fronteras, la primera implica que personas con sus valores, tradiciones, problemas y habilidades ingresan al país. No es cosa de importar simplemente el trabajo que ya se hace afuera para tener una equivalencia con el libre comercio, dice Borjas. Los inmigrantes que ingresan a trabajar no son meros robots productivos, no son trabajadores, sino seres humanos cuyo impacto va mucho más allá de su rol productivo, planteando desafíos en términos de integración, Estado benefactor, políticas públicas, impacto de su descendencia, etc. Como Sowell, Borjas afirma que distintos grupos tienen patrones de integración y asimilación diferentes y que según ello dependerán más o menos del Estado. Borjas aclara que las conclusiones de su estudio no pretenden incorporar elementos morales, sino solo constatar el impacto de la inmigración en Estados Unidos. Y este indica que cuando hay un shock de oferta laboral producido por una alta migración «algunos ganan y otros pierden», lo que convierte a la migración en otra «política social redistributiva»680. Borjas concluye que, bajo ciertas condiciones, el total de lo ganado por los locales beneficiados por la inmigración puede exceder el total de lo perdido por los locales que pierden con ella, aunque esto puede ser revertido si es el caso que, por ejemplo, los inmigrantes terminan irrogando un costo alto en asistencia social a los contribuyentes o un costo social elevado derivado de la falta de asimilación. En otras palabras, la inmigración puede terminar empobreciendo a toda la sociedad. Borjas reconoció que sus conclusiones no son políticamente correctas: «Por largo tiempo he sospechado que mucha de la investigación ha estado ideológicamente motivada y que ha sido censurada o filtrada para alterar la evidencia de un modo que exagere los beneficios y minimice los costos de la inmigración»681. En su libro, Borjas, él mismo un inmigrante, ofrece varios ejemplos de manipulación de datos y conceptos por razones ideológicas. También muestra que, desde la década de 1950, el nivel de calificaciones de los inmigrantes a Estados Unidos ha colapsado. Así, si en 1960 los nativos y los inmigrantes tenían el mismo nivel educativo, ya en 1990 tenían en promedio dos años menos de educación. Del mismo modo, los salarios de inmigrantes recién llegados han caído sustancialmente. Si en 1960 los recién llegados ganaban en promedio 11 por ciento menos que los nativos, en 1990 la diferencia había crecido a 28 por ciento682. Esto significa que, en promedio, los inmigrantes a Estados Unidos han sido cada vez menos calificados y menos productivos. Ello no es verdad para todos los grupos, dice Borjas, pues los inmigrantes de Canadá y Alemania a Estados Unidos, por ejemplo, ganan en promedio un 70 por ciento más que los nativos, mientras aquellos prevenientes de México o República Dominicana ganan un 50 por ciento menos que los locales. Esto se explica en parte porque muchas personas altamente calificadas se van de países europeos o avanzados debido a las cargas de impuestos que les imponen, mientras en países en vías de desarrollo ser altamente calificado reporta un beneficio que no es usualmente igualado hacia abajo por el Estado mediante impuestos. Los inmigrantes poco calificados, en tanto, sí prefieren dejar países en vías de desarrollo donde no tienen buenos ingresos. En consecuencia, insiste Borjas, el origen de los inmigrantes es fundamental para entender su desempeño posterior. Así, por ejemplo, la asimilación de inmigrantes de China e India es muy superior a la de mexicanos y cubanos, lo que se ve reflejado en el hecho de que sus ingresos crecen 30 por ciento y 17 por ciento, respectivamente, en los primeros diez años de arribar, mientras los de los mexicanos caen un 10 por ciento y los de los cubanos un 6 por ciento683. Parte importante de esto se debe a que los latinos llegan a comunidades étnicas extensas que los reciben quitándoles el incentivo para asimilarse rápidamente, lo cual contradice la narrativa de que los inmigrantes en general se asimilan rápidamente. Lo cierto es que hay determinados grupos que se asimilan mejor que otros, y eso es válido también para sus hijos y nietos. Según Borjas, la cultura que rodea a los inmigrantes de diversas etnias conforma un «capital étnico» o social que influencia el progreso de las futuras generaciones. Verse expuesto a un entorno de gente poco educada, como suele ocurrir con inmigrantes mexicanos, explica Borjas, desfavorece las posibilidades de asimilación684.

Otra de las falacias en torno al debate migratorio es la idea de que los inmigrantes hacen trabajos poco calificados que los nativos —o nacionales— no quieren hacer. La verdad, dice Borjas, es que los empresarios prefieren inmigrantes porque pueden pagarles salarios más bajos que a los locales, pero que estos harían esos trabajos bajo mejores condiciones. He aquí la forma en cómo la inmigración afecta a los trabajadores nativos. El ofrecer servicios similares —sustitutos— a menores precios hace que bajen los salarios de sus competidores beneficiando sobre todo al inmigrante mismo —que escapa de una situación aun peor— y al empresario. Ahora bien, la única forma en que un shock migratorio puede llevar a un aumento general de salarios es que las habilidades de los inmigrantes sean complementarias a las de los trabajadores nativos, lo cual jamás se da en el 100 por ciento de los casos, por lo que una parte importante al menos siempre será sustitutiva del trabajo que ofrecen los locales y, por tanto, los hará perdedores en el proceso migratorio. Incluso asumiendo los modelos matemáticos hipotéticos y estándares sobre el excedente migratorio —que se define como el aumento neto de riqueza de la población nativa—, Borjas afirma que la inmigración en Estados Unidos realiza un aporte positivo de 50 mil millones de dólares, lo cual es una cifra muy baja —menos de 0,5% del PIB— cuando se considera que esta tiene un tamaño de 18 millones de millones de dólares. Según estos mismos cálculos, sin embargo, ese excedente se derivaría de una ganancia para empresarios americanos de 565,9 mil millones de dólares y una pérdida para los trabajadores nativos de 515,7 mil millones de dólares. El resto del incremento total del PIB derivado de la inmigración sería para los inmigrantes: 2,0538 millones de dólares. En otras palabras, la inmigración haría un aporte marginal total a la economía, pero redistribuiría masivamente recursos de los trabajadores nativos a los dueños de empresas mientras los trabajadores inmigrantes se llevarían el 98 por ciento de la torta creada adicionalmente685. En una columna en Politico publicada en 2016 Borjas concluía:

Cuando la oferta de trabajadores aumenta, el precio que las empresas deben pagar para contratar trabajadores disminuye. Las tendencias salariales durante el último medio siglo sugieren que un aumento del 10 por ciento en el número de trabajadores con un conjunto particular de habilidades probablemente reduzca el salario de ese grupo en al menos un 3 por ciento. Incluso después de que la economía se haya ajustado por completo, los grupos de habilidades que recibieron la mayor cantidad de inmigrantes seguirán ofreciendo salarios más bajos en comparación con aquellos que recibieron menos inmigrantes686.

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