Kitabı oku: «Homo Falsus»

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Pablo Mira y Gerardo Rovner

Homo Falsus : El discreto engaño de la Economía

1ª ed. - Barcelona / Buenos Aires: Miño y Dávila editores - Marzo 2022.

Archivo digital (Descarga y Online)

ISBN: 978-84-18095-26-7

Depósito legal: M-5407-2022

Edición: Primera. Marzo 2022

Lugar de edición: Barcelona, España / Buenos Aires, Argentina

ISBN: 978-84-18095-26-7

Depósito legal: M-5407-2022

THEMA: KCA [Economic theory & philosophy]; KCK [Behavioural economics]

BISAC: BUS007000 [Business Communication / General]; BUS069030 [Economics / Theory]

WGS: 782 [Social sciences, law, economy / Economics]; 736 [Social sciences, law, economy / Politics and economy]

© 2022, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores sl

Prohibida su reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de los editores.

Armado y composición: Laura Bono

Diseño: Gerardo Miño

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(C1071AAL), Buenos Aires.


Índice

PRÓLOGO

PREFACIO

I — INTRODUCCIÓN

1. Una vida dedicada al escepticismo

2. ¿Por qué el homo es falsus?

3. Hoja de ruta

II — PESCANDO TRUCHOS

1. Los pescadores Akerlof y Shiller

2. Teoría de la manipulación

3. Definiendo lo trucho

III — A MI NO ME AGARRAN

1. Información asimétrica

2. Fallas cognitivas

IV — ¿QUIÉN ENGAÑA A QUIÉN?

1. Publicidad: la máquina de truchar

2. Empresarios: a engañar

3. Mentiras burbujeantes

4. Profesionales de la mentira

5. Mentiras institucionales

V — SESGAR ES HUMANO, MENTIR ES DIVINO

1. Mentime y te descubro

2. El engaño de Darwin

3. No mentirás

VI — TEORÍA ECONÓMICA DE LA MENTIRA ECONÓMICA

1. El Modelo Neoclásico de la mentira

2. Marx y la plusmentira

3. La Teoría del Engaño Diferencial

4. Mentiras keynesianas

5. La distribución del fraude

6. El futuro de la mentira

VII — EL MODELO DE LA MENTIRA

1. Dígalo con fórmulas

2. La oferta de mentira

3. La demanda de mentira

4. Las mentiras sean unidas: el equilibrio trucho

VIII — EPÍLOGO

PRÓLOGO

¡Hola! Bienvenidos a Homo falsus. El libro que tienen frente -a sus ojos es la opera prima del dúo Mira-Rovner, los “Dos Tipos de Cambio”. En las siguientes páginas, estos dos economistas proponen un recorrido por distintas situaciones de la vida cotidiana, por papers académicos, películas, experimentos de economía del comportamiento, y algunas cositas más. Todo para derribar la teoría de que los humanos son homo œconomicus y proponer la tesis superadora que nos reconoce como homo falsus. Y quién mejor que los Dos Tipos de Cambio para enfrentarse a esas hordas de académicos furiosos –que suponen racionalidad y egoísmo–, y defender con biromes (y micrófonos) sus argumentos sobre la relación directa de mentir y el comienzo del círculo virtuoso de la economía.

En nombre de la búsqueda de la verdad, Pablo y Gerardo ahondan en la mentira. Esa mentira que generalmente es entendida como algo negativo puede ser el motor que sostiene las relaciones económicas de la sociedad. Tan atrevida es esta teoría que desestigmatiza al mentir y a aquellos que lo practican (con regularidad). Tiene, además, el potencial de sacarnos culpas y perdonar a quienes nos engañan.

Homo falsus es apto para todo público. Rompiendo con nuestro sesgo de endogrupalidad econo-mística (en castellano, que los economistas solo escribimos para economistas), este libro lo dice todo con un tono dinámico, divertido y simple. Quienes tienen la suerte de conocer a los autores, van a poder recorrer estas líneas como si hablaran con ellos.

Como productora del programa radial “Dos Tipos de Cambio”, que conducen Pablo y Gerardo hace más de ocho años, y como testigo forzoso del lugar de gestación de sus ideas, me atrevo a afirmar que Homo falsus profundiza sobre un tema que los identifica. Ellos son tan buenos para el engaño que nos hacen creer cada jueves que son locutores, académicos, standuperos, cantantes y, alguna que otra vez, actores de radioteatro. Ellos han mentido tan-bien con los Grupos Económicos ya que son los autores de las letras de todos los temas musicales que se escuchan en el programa y de éstos Grupos que ellos mismos crearon: los “Céteris Paribus”, “Los Insesgados”, “Agrupación Deficitaria”, “Matriz Traspuesta”, “Milton y sus monetarios”, “Solución de esquina”, “Los rendimientos decadentes”, entre otras. Y ni hablar del nivel de periodismo de investigación de las entrevistas que realizan a economistas que semana tras semana visitan el programa: su preparación es rústica, pero pasarían por verdaderos discípulos de la mismísima Mirtha Legrand.

Aunque mi opinión sea sesgada (como la de todo el mundo), creo que Homo falsus refleja de forma transparente lo que Pablo y Gerardo tratan de hacer en sus clases (son docentes de la UBA), en su programa de radio y quizás en sus vidas privadas: reírse de su propia profesión. Homo falsus quizás no convierta a sus lectores en mejores personas, en docentes consumados o en profesionales exitosos, pero seguro disfrutarán de un recorrido por las anécdotas y teorías más ridículas como divertidas de la economía. Y fomentará las ganas del público de mentir en pos de promover el crecimiento y el desarrollo de la economía… ¡con lo que cuesta!

Barbi Williams

PREFACIO

No es raro escuchar economistas en la radio. Al fin y al cabo, todo programa radial que se jacte de abordar temas de actualidad debe necesariamente presentar (y presenta) al menos a un economista. Una vez instalado el tipo allí, todo tema que roce siquiera alguna cuestión económica, no le resulta ajeno. No importa si su especialidad es la economía de los tomates: si hay un problema en el sector de la pesca o la silvicultura, la persona siente que es llamado a emitir su opinión docta, que derrama en una verborrágica sucesión de causas y efectos elegidos de manera relativamente azarosa. Lo que es peor es que a veces sus dichos son tomados en serio por los eventuales oyentes, quienes luego los repiten como una verdad revelada sólo para ellos.

Quizás haya sido esa cuestionable seriedad de estos arrojados la que terminó por producir “Dos Tipos de Cambio”, un programa de radio que, hecho por economistas, se ríe de nuestra profesión y de las siempre cuestionables teorías que la rodean. Aunque en el programa solemos abordar de manera extravagante muchas curiosidades relacionadas con la economía, uno de nuestros blancos preferidos es el supuesto de racionalidad de la teoría tradicional, porque es el que mejor justifica nuestras propias limitaciones para hacer un buen programa.

En “Dos Tipos de Cambio” no hablamos de actualidad, no aventuramos qué sucederá con el dólar, no recomendamos políticas contra la inflación ni tampoco planteamos las soluciones al déficit energético, temas de los que, digámoslo de una buena vez, no tenemos ni la más remota idea. Nuestro trabajo radiofónico consiste, en parte, en preguntarnos si esa masa gigantesca de economistas que habla sin parar, realmente tiene esas ideas efectivamente claras. Además de la desmitificación, el resto del programa se dedica a mostrar cómo la economía se inmiscuye en todo, mezclándose con todas las otras ciencias, a tal extremo que uno ya no sabe dónde termina la teoría económica y dónde empiezan otras formas disciplinarias.

Y hablando de interdisciplinariedad, este es un libro que explora un aspecto social y emocional que decididamente afecta a la economía, pero que definitivamente no ha sido institucionalizado en la teoría, ni suficientemente evaluado en lo empírico. Esta no es sino una forma elegante de decir que lo que se leerá aquí es altamente especulativo, casi un juego mental con pocas probabilidades de transformarse en una tesis con sustento real. Al igual que en el primer libro de uno de nosotros (Pablo), llamado Economía al diván, primó el interés por la curiosidad y la recreación mental.

Para nuestra entera satisfacción, el estilo que creemos caracteriza a este libro se ha vuelto moneda corriente en la profesión. Y no se trata de una alternativa que elegimos forzadamente por ser dos amateurs. Dos Premios Nobel de Economía, George Akerlof y Robert Shiller, se han animado a escribir, en un tono atractivo y relajado, el libro La economía de la manipulación, una obra fantástica sobre los engaños de las empresas a los consumidores. Ellos lograron un producto divulgativo, deleitable e intelectualmente competente a la vez. Ese libro constituyó nuestra inspiración inicial, y nos convenció de que la escritura amena no es necesariamente enemiga de algunas ideas potencialmente influyentes. Por nuestra parte, nos divertimos enormemente edificando estas ideas, sumando ejemplos de la vida real, y citando artículos técnicos que podrían sustentarla. Están a punto de leer un trabajo que nos resultó agradable escribir de principio a fin, así que esperamos encenderles las neuronas-espejo.

Es posible que, al leer el título de este libro, el lector pensara que se cruzaría con una nueva y aburrida crítica a una teoría económica particular, o a algún sistema económico (el capitalismo siempre es un buen blanco). Pero en lugar de culpar a un sistema o a un conjunto de ideas abstractas, nuestro objetivo es culpar a quien está leyendo, para empezar. Homo falsus comienza por reconocer (reconocernos) que, en lo que hace a nuestras relaciones económicas, todos somos al menos un poco mentirosos. Creemos que dicho estado de cosas realmente existe y que es muy importante para la vida económica. Pero lejos de ponernos en moralistas y criticarlo, lo reconocemos como una situación más o menos inevitable, fruto de la propia naturaleza humana, antes que asignarlo a una degradada malformación cultural. Propondremos en este libro que el engaño no solo es una característica intrínseca al sistema económico, sino que además, dentro de límites apropiados, puede resultar ventajoso y hasta necesario para su funcionamiento.

Ciertamente, todo lo que leerá tendrá el estilo de los Dos Tipos de Cambio. Prometemos un tono nada solemne, por momentos animado, y ojalá en algunos pasajes hilarante. Reconocemos, por otro lado, que esto otorga a los autores la posibilidad de refugiarse de las críticas. Reconocemos este privilegio, pero también queremos dejar en claro que muchas de las percepciones que vertimos aquí son argumentos de los que tenemos cierto convencimiento. Siempre hay y habrá importantes cuestiones de grado para determinar la verosimilitud de nuestras apreciaciones, pero en el fondo creemos que, mirando con cuidado a nuestro alrededor, el mundo tiende a darnos un poco la razón (modestia aparte).

¿Por qué estamos tan seguros? Básicamente por la completa ausencia de críticas a esta obra por parte de un gran conjunto de personas, incluyendo a Richard Dawkins, Stephen Hawking, Paul Krugman, Niel de Grasse Tyson, Nassim Taleb, Steven Pinker, Jared Diamond, Joseph Stiglitz, Sam Harris, Douglas Hofstadter, Bill Nye, Mishio Kaku y Adam Smith (un pariente lejano del famoso). Como se suele aclarar en el descargo acostumbrado, consideramos que el silencio que guardan respecto de esta obra resulta aprobatorio de todo lo que se diga a continuación (especialmente porque nunca leyeron ni leerán este libro).

— I —
INTRODUCCIÓN
1. Una vida dedicada al escepticismo

Resulta que uno de nosotros (Pablo) es un escéptico incorregible, pero no siempre lo fue. Como casi todo niño, en su infancia adoraba las ideas fantasiosas y sobre todo las teorías conspirativas. Lo que más lo entusiasmaba era la posibilidad de que hubiera vida extraterrestre. Leía todo sobre los OVNIs y le encantaba escuchar las explicaciones de Fabio Zerpa, el principal favorecedor local. Su mente y su inconsciente pedían a gritos más casos de avistamientos, más testimonios de abducciones, más interrogantes sin respuesta de un gobierno encubridor. A los 12 años Pablo fue a ver la película “Encuentros cercanos del tercer tipo”, y concluyó que allí descansaba la confirmación irrefutable de que el fenómeno era real. Él era una enorme disonancia cognitiva caminante, y daba por buena solo la evidencia que se correspondía con sus prejuicios. Poco tiempo después, el ingreso al secundario (en un colegio público de cierto prestigio) lo cruzó con compañeros inteligentes que no tardaron en remarcarle los huecos en sus razonamientos y lo poco confiable de sus sueños alienígenas. Era pues una cuestión de tiempo hasta que Pablo abandonara éstas y otras teorías e ideologías absurdas que hoy le daría vergüenza revelar.

Lo que Pablo no imaginó es que esta bocanada de aire escéptico lo acompañaría en los cuarenta años siguientes, y que le serviría para desenmascarar muchos fenómenos que damos por descontados. Cumpliendo la mayoría de edad comenzó su educación como economista (sí, junto a Gerardo Rovner), y paralelamente explotaron sus intereses por la literatura que dudaba de todo. Primero cayeron en desgracia los visitantes extraterrestres (los de ahora y los que hicieron las pirámides), y pronto se derrumbaron también los fenómenos psíquicos y telepáticos (cuyos intérpretes principales eran el israelí Uri Geller y, en Argentina, el inefable Tusam), el monstruo del Lago Ness (en Argentina, el barilochense Nahuelito), la alquimia, la astrología, y varias otras truchadas. También aprendió que las fantasías podían tener consecuencias negativas sobre la salud: curas energéticas, medicinas alternativas y cirugías psíquicas (esas que te sacaban el cáncer con la mano y sin incisión alguna). Pablo se suscribió a la revista Skeptical Inquirer (hoy Skeptic, dirigida por el talentoso Michael Shermer), y participó brevemente de una institución local escéptica escribiendo un par de notas en su revista Pensar. En nuestro país, el movimiento escéptico tuvo su minuto de gloria gracias a Raúl Portal, que allá por 1994 empezó a desenmascarar a gente que decía contar con poderes mentales, que practicaba la astrología, o que incluso vendía curas mediante técnicas no probadas. Los llamaba “los manochantas”.

Gerardo, mientras tanto, no era un fan del escepticismo, pero des­puntaba el vicio de cazar fraudes escuchando los audios del Dr. Tangalanga (Julio Victorio de Rissio), que denunciaba a través de sus desopilantes llamadas telefónicas a estafadores de servicios espurios, simpáticos cazafantasmas, y a profetas de barrio que por unos pesos adivinaban el premio mayor del gordo de navidad. Si bien hoy varias de estas prácticas son consideradas una curiosidad, hace tan solo veinte años proliferaban, en especial en el universo del espectáculo.

Con el tiempo, las lecturas escépticas de Pablo continuaron (complementadas con ciencia divulgativa), pero su interés se concentró en la economía (de algo había que vivir). Los puntos de cruce entre ambas pasiones parecían lejanos, pero profundizando se dio cuenta de que la economía también tenía sus aristas científicamente dudosas. Por ejemplo, varios economistas consideraban que el llamado “análisis técnico” de los mercados de valores era una pseudociencia. Esta técnica se basa en predecir el comportamiento de la Bolsa de Valores a partir de formas imaginarias que aparecen al dibujar las series, como cuando aparece la representación hombro-cabeza-hombro. Las finanzas también han abusado de otros signos supuestamente informativos, como la sofisticada espiral dorada que se menciona en la película “π” . Pero sacando estos casos claramente pseudocientíficos, en general a la economía le cuesta distinguir entre lo que es cierto y lo que no, pues no tiene mecanismos simples de falsación, ni tampoco las herramientas de testeo de disciplinas más duras, por su propia naturaleza de ciencia social.

Por su parte, el escepticismo de Gerardo fue creciendo junto a su fervor por las estadísticas y, especialmente, su interés por el rol del azar en el devenir económico. Mientras desataba su pasión docente de Estadística, fue cayendo en la cuenta del carácter esencialmente complejo de la economía y cómo lo aleatorio jugaba un rol mucho más importante de lo que había aprendido en el transcurso de su carrera, tan influida por el fisicalismo típico de su alter ego ingenieril. Pronto notó que nuestro pensamiento occidental tiene un carácter netamente determinista, asignando a cada efecto una causa, pero que muchas de estas explicaciones eran posteriores a los hechos observados. Y si hay algo relativamente fácil de predecir, es lo que ya sucedió. Las teorías conspirativas son ejemplos bien ilustrativos del sesgo “yo lo sabía”. En cierta ocasión, Gerardo estaba conversando con un economista acerca de algo que no tenía nada que ver con la economía: el clásico River-Boca que se disputaría dos días después. Aparentemente informado de una conspiración oculta, el colega afirmaba que el resultado ya estaba “arreglado”, dados los intereses en juego. Ante la pregunta de Gerardo acerca de quién ganaría, su interlocutor comenzó su respuesta con la típica expresión “Bueno, depende…”.

En el fondo, ambos llegamos a dilemas similares. El azar y lo social constituían un mismo vínculo con la economía cotidiana e imponían el desafío de discernirlo. Pese a no encontrar el vínculo deseado, no perdimos jamás las esperanzas, pensando en que algún día llegaría la revancha. Este libro es nuestra (pequeña) revancha.

2. ¿Por qué el homo es falsus?

La vida de economista no resultó como esperábamos. Si bien sospechamos que había algo más detrás de las teorías que habíamos leído, las claves que completasen las piezas de aquel rompecabezas no aparecían. Al fin y al cabo, si la economía era tan “científica” como se decía, ¿cómo era posible que tantas políticas económicas, diseñadas por gente tan estudiosa e inteligente fracasaran una tras otra, sin solución de continuidad? Por otra parte, las diversas crisis económicas, tanto nacionales como globales, tampoco encajaban con la idea de una ciencia infalible. ¿Y qué prestigio podía tener una ciencia cuyo galardón principal es un Premio Nobel trucho1 (porque no lo instituyó originalmente Alfred Nobel), y que se otorga con criterios muchas veces incomprensibles?

Por eso, la aparición de la psicología en la disciplina fue un soplo de aire fresco. Después de tanta ecuación atormentadora, de tanta discusión de puro corte ideológico, de tanta jerga que ocultaba lo importante, la Economía de la Conducta venía a desenmascarar sin piedad al homo œconomicus, el arquetipo racional que los economistas usamos como punta de lanza de casi todas nuestras ideas. Miles de experimentos de todo tipo descubrieron, y siguen descubriendo, límites claros en nuestras capacidades cognitivas, lo que incluye nuestras habilidades analíticas, esas que los economistas suponemos colosales en los individuos. Como Pablo ya escribió un libro donde habla in extensum de estas cuestiones, evitaremos repetirnos, pero sí explicaremos por qué la economía de la conducta es un buen punto de partida para entender de qué va este libro.

Supongamos una de esas vendedoras de ilusiones que viven de leerle el futuro a la gente. ¿Qué le espera en un mundo de agentes racionales como los que suponemos los economistas? Seguramente un ingreso magro, o quizás nulo. Un agente racional jamás pagaría por algo que, en esencia, no tiene valor. Se podría pensar, en acuerdo con la famosa Apuesta de Pascal (ver Box 1) que arriesgarse a pagar para que le adivinen el futuro puede ser una jugada sensata, pero repensemos el asunto. Un individuo racional debería preguntarse por qué una persona está dispuesta a brindar una información valiosísima por tan poco dinero. Conocer el futuro equivale a llevarse al pasado una libreta con los resultados deportivos, como sucede en “Volver al Futuro II”. Como conocer el futuro vale casi infinito, la señal de que alguien está dispuesto a malvender esta capacidad debe ser interpretada entonces como lo que es: un vulgar engaño.

BOX 1: EL ¿FALSO? DILEMA DE PASCAL


El argumento de Pascal es así: supongamos que no sabemos si existe Dios o no, y por lo tanto asignamos una probabilidad del 50% a cada proposición. ¿Cómo sopesarías estas probabilidades cuando decides si llevar o no una vida religiosa? Si actúas acorde a estos preceptos y Dios existe, decía Pascal, tu ganancia es infinita (la felicidad eterna). Pero si Dios no existe, tu pérdida es mínima (los sacrificios hechos para respetar la religión). Pascal propuso calcular la expectativa matemática del beneficio de vivir religiosamente, que es la mitad del infinito (la ganancia si Dios existe) menos la mitad de un número pequeño (la pérdida si no existe). Como la respuesta a este cálculo es infinito, el beneficio esperado de seguir los preceptos religiosos es infinitamente positivo.La esencia del argumento es que hay mucho para ganar creyendo, y mucho para perder si no creemos. Conclusión obvia: es más racional creer. Pero si lo miramos de cerca, del argumento surgen algunas dudas. Como crítica general, se trata de un argumento basado en el miedo, lo que no parece muy cristiano, y su solución se parece demasiado a pagarle un seguro (quizás hasta un soborno) a Dios.Además, podríamos preguntarnos si uno puede creer voluntariamente. Se supone que creer es un asunto profundo y sincero, que viene del corazón. En otro caso, Dios debería darse cuenta de que se trata de un esfuerzo por conveniencia, y si yo fuera Dios… no te dejo entrar a casa.Por otra parte, el argumento de Pascal omite aclararnos cuál de todas las religiones que existen en el mundo es la correcta. Si para invertir en el paraíso nos la pasamos rezando a Jesús, yendo a misa, y no comiendo carne en viernes santo, nos aseguraríamos de entrar al cielo… del cristianismo. Pero si la verdadera religión es la umbanda, entonces seremos condenados de todos modos. En un episodio de Los Simpsons, Homero encuentra exactamente este argumento y lo usa como excusa un domingo para no ir a la iglesia. Un colorario de esta crítica es que el tipo de ceremonias que hacemos no pesen lo mismo en la consideración de Dios, quizás comimos demasiada carne y rezamos demasiado y en el promedio… no alcanza los resultados esperados, alumno. La apuesta asume un Dios que usa la regla simple de castigar al que no cree en él. ¿Pero no sería más razonable recompensar la bondad, la generosidad o la sinceridad? A Bertrand Russell le preguntaron qué le diría a Dios si al morir se confrontara con él y él le reprochara no haber creído. Contestó: “Dios, mil disculpas, pero no había suficiente evidencia”.

Desde luego, es posible que la información provista sólo sea valiosa para nosotros y no tenga valor alguno para la “vidente”, como cuando deseamos conocer quién es nuestra alma gemela, si nos van a ascender en el trabajo, o si el problema de salud de algún ser querido se resolverá favorablemente. Todas esas cuestiones son extremadamente personales y de nada serviría al bolsillo de nuestro servicial oráculo tener acceso a dicha información, por lo que es razonable pensar que, siendo nosotros los únicos interesados en acceder a ella, aportemos a su bolsillo. Allí, la habilidad del futurólogo consiste en no decir nada muy concreto, mezclando entre las ambigüedades ciertos condicionamientos para el que se cumplan sus profecías. Pero claro, estas cuestiones personales poco le interesan a un homo œconomicus, que lo único que desea es que la astróloga le anticipe el número que saldrá sorteado en la quiniela del domingo. Irónicamente, los análisis macroeconómicos modernos asumen expectativas racionales, es decir, la capacidad de cualquier agente de prever de la mejor manera posible el futuro (de la economía). Por lo tanto, no se le ocurra comprar un informe de coyuntura, pues estaría pagando por una habilidad que esos mismos informes suponen que usted ya tiene.

Si bien hoy son menos comunes que en el pasado, es curioso que estos adivinos sigan existiendo. En parte la razón es que estos futurólogos se han camuflado y ahora ofrecen servicios de una manera mucho más sutil que antes. Lo que entró en desuso no es tanto la creencia en la posibilidad de conocer el futuro (aunque sin duda se redujo), como el envoltorio en el que estas promesas se venden. Consideremos la astrología, cuyo objetivo es predecir el futuro en base a los signos zodiacales. Según un libro reciente del astrólogo inglés Nicholas Campion, Astrology and Popular Religion in the Modern West Prophecy, Cosmology and the New Age Movement (Astrología y Religión Popular en el Oeste Moderno: Profecía, Cosmología y el Movimiento New Age), esta práctica todavía está, por así decir, vivita y coleando. Si bien nosotros ya no somos habitués, estamos seguros de que en los locales nocturnos los jóvenes aún se preguntan sus signos para ver si puede haber “onda” entre ellos. Se estima que el 90% de los adultos conoce su signo zodiacal y el 50% acepta como ciertas las personalidades que establecen. Como decía el humorista catalán El Perich: “La astrología es la ciencia por la que un imbécil llega a creer que es imbécil por culpa de las estrellas”. En Estados Unidos no sabemos cuántos imbéciles habrá, pero alrededor del 25% de la gente dice creer en los horóscopos, lo que no parece especialmente raro teniendo en cuenta que el 37% de ellos creen en las casas embrujadas y el 21% en la mismísima existencia de brujas.

En los últimos años, y dado que el poder predictivo de la astrología resultó ser incluso peor que el de la economía, este arte comenzó a remitirse a la caracterización de la personalidad de los distintos signos del zodíaco. El último libro de Gael Policano Rossi, que se autodefine como astrólogo, poeta y performer (?), se llama AstroMostra y es una guía para entender estas clasificaciones. A decir verdad, el libro no empieza del todo bien porque en su introducción asegura literalmente que la astrología no sirve para nada y que gracias a eso es… poesía. AstroMostra se dedica a explicar las personalidades a partir de la carta natal de cada individuo, su signo, su ascendente, su casa astrológica y otros conceptos de solidez algo insuficiente. Los estudios empíricos para demostrar que estas técnicas son puro humo son variados, pero no hacen mella en estos vendedores de ilusiones de personalidad. En uno de los más divertidos, unos científicos publicitaron en un diario un servicio de astrología: ofrecía elaborar a pedido y en forma totalmente gratuita de quienes lo quisieran su carta astral. Alrededor de ciento cincuenta personas respondieron la propuesta enviando sus datos de natalicio. Luego de unos días, los científicos enviaron a cada persona su análisis describiendo la personalidad de cada uno de ellos, junto con un breve cuestionario para consultar cuán acertada era la descripción. El 94% de los clientes contestaron que se reconocían en ella. Lo cual es curioso, porque a todos se les mandó exactamente el mismo texto. Pero esto no es todo, la caracterización que los lectores aprobaron como propia correspondía al horóscopo escrito para un asesino serial francés. El periodista científico español Salvador Hernáez resume muy bien el “poder energético” de los astros sobre nuestro carácter: “ejerce 400 mil veces más influencia gravitatoria la lámpara de la sala de partos que todos los planetas juntos en el momento del nacimiento”.

¿Qué es lo que hace que la gente consuma estos servicios de adivinación? Nos anticiparemos un poco al corazón del libro y citaremos las dos condiciones ineludibles que todo economista (e incluso un loro) debe repetir sin cesar: que haya oferta y que haya demanda. Comencemos por la demanda, y digamos que toda demanda implica una necesidad. Desde luego, conocer el futuro es una necesidad imperiosa, porque todos queremos reducir la angustia de la incertidumbre a la que nos enfrentamos, y porque pronosticar lo que pasará podría resultar muy rentable también. Pero este afán por conocer el futuro es una condición necesaria, aunque no suficiente para que se demande astrología. La condición suficiente es la credulidad, o a veces esas ganas irresistibles que tenemos los humanos por creer. En un trabajo reciente (Visión crítica de la Astrología), Rafael Barzallana menciona varios factores psicológicos que nos llevan a creer en la astrología, empezando por el convencimiento de que sus conclusiones y proyecciones son para uno mismo. Otros factores atrayentes son el “sesgo de confirmación” (o validación ilusoria), por el cual tendemos a darle mayor importancia a lo que queremos creer, subestimando aquellos hechos contradictorios; el “Efecto Barnum” (que explicaremos más adelante); y muy especialmente el “efecto de proyección”, donde se busca un significado a aquello que no lo tiene.

Pero eso no es todo. Nuestra sociedad occidental proviene de una cultura con una visión marcadamente determinista (cuando no fatalista) del mundo en que vivimos, subestimando entre otras cosas los efectos del azar en su funcionamiento. El determinismo no es otra cosa que creer que todo tiene una causalidad, que todo hecho está predeterminado por los acontecimientos que lo antecedieron, incluyendo el propio pensamiento humano. Bajo esta doctrina, siempre estamos buscando patrones que nos lleven a entender cuáles son los acontecimientos que determinarán nuestro futuro. ¿Por qué no pensar que esos patrones se encuentran en la ubicación de los astros al momento de nuestro nacimiento? Es decir, cuando estamos convencidos que todo está determinado por causas precedentes y, por lo tanto, el azar no tiene lugar, la astrología parecería ser una causa extraordinaria.

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