Kitabı oku: «Depresión, Ansiedad y la Vida Cristiana», sayfa 3

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Capítulo 2
RICHARD BAXTER: PERSPECTIVA Y RETROSPECTIVA

Dr. Michael S. Lundy

Las obras reproducidas en este libro reflejan varias décadas del cuidado intenso, continuo y práctico que Richard Baxter tenía por la gente hace más de 350 años. Baxter se esforzó en poner por escrito las lecciones aprendidas. Él fue un hombre extraordinariamente bueno.1

Una cantidad de biografías del reverendo Richard Baxter están disponibles,2 así como sus propios escritos autobiográficos,3 con mi colega y hermano mayor en este trabajo presente siendo la autoridad contemporánea verdadera sobre Baxter. Los escritos originales del Dr. Packer dan un contexto muy adecuado sobre el cual podemos colocar y apreciar a Baxter y a sus muchos compañeros ilustres4 del siglo XVII.

Pastor de alma y cuerpo

Baxter llevaba una doble vida, no en términos de duplicidad, sino en funcionamiento, y nuestros dos capítulos introductorios reflejan esa dualidad. Como era perfectamente permitido y evidentemente regular en sus días, Baxter era un pastor ordenado quien, además, por necesidad, servía como médico laico. Por consiguiente, el Dr. Packer y yo escribimos desde nuestra propias áreas de calificación y experiencia profesional respectivas, pero también desde nuestras perspectivas como consejero laico (J.I.P) y teólogo laico (M.S.L.). El que tales distinciones y advertencias tengan que ser presentadas indica una especialización, tanto en medicina como en teología, que quizá nos ha dejado cortos en ciertos aspectos. Nuestros intereses independientes, aunque similares, a lo largo de los años están representados en nuestro esfuerzo colaborativo para reducir (decimos) la inútil y muchas veces injustificada segregación del cuerpo y del alma tanto médica y pastoral, como teológica y psicológicamente.5 El aislamiento de lo clínico y lo pastoral ha sido difícilmente un bien incondicional y, aunque los avances en medicina han sido tremendos desde la época de Baxter, muchos aspectos fundamentales de la práctica médica continúan, y deberían continuar, sin cambios.

Las conceptualizaciones reduccionistas del cuerpo y del alma no son nuevas, y aunque no siempre son inapropiadas, no siempre resultan en claridad práctica, a pesar de los intentos bien intencionados. Los esfuerzos para simplificar las nociones del cuerpo y el alma datan de la antigüedad, resultando en confusión acerca de la naturaleza y el cuidado de cada una. Los esfuerzos para reparar tal confusión conceptual han producido términos como una medicina integral, cuidado holístico, etcétera. Estos esfuerzos no son completamente recientes. Mi propia introducción abrupta a estos vino de un ejemplo duro de lo que sucede cuando los médicos, los buenos, intentan tratar el cuerpo sin abordar el alma.

Yo era un estudiante de medicina en la universidad Tulane. Un paciente había sido admitido en el servicio de urgencias del hospital la noche anterior. En el cuidado de la persona relativamente joven estaban involucrados un médico internista y un médico residente. Debido a que esta paciente vino a la sala de urgencias con un dolor de pecho subesternal, severo y aplastante, la movieron rápidamente al frente de la fila para practicarle un angiograma (cateterización del corazón). El diagnóstico supuesto era “angina inestable”, causada por vasos sanguíneos cardíacos restringidos, y esta paciente (no sin razón) parecía estar al borde de un infarto al miocardio (ataque cardíaco) si no se le daba de inmediato el único tratamiento que se consideraba efectivo en ese momento: cirugía de emergencia de baipás cardíaco. Se necesitaba el angiograma para proveer el “mapa” anatómico requerido para informarle al cirujano qué vasos estaban bloqueados y cuánto. Se dio por sentado que uno o más estaban bloqueados, y la necesidad por la urgencia debió parecer igualmente evidente.

Para disgusto del médico residente y su interno, el angiograma cardíaco mostró una ausencia total de vasos estrechos. No había evidencia radiográfica del tipo de padecimiento cardíaco esperado, sin duda era el único tipo considerado. La angustia de la paciente fue juzgada como una presentación directa de enfermedad cardíaca a través de la mala aplicación del principio conocido como navaja de Occam. Fue mal aplicada en que el listado de las causas probables fue truncado prematuramente, de manera que las otras causas subyacentes no fueron consideradas apropiadamente, mucho menos identificadas.6

Se presenta el doctor George E. Burch.7 El exdecano de medicina en Tulane y editor previo de la American Heart Journal, el Dr. Burch era, en ese entonces, profesor emérito de medicina y pasaba su tiempo en el laboratorio de investigación, así como supervisando residentes, internos y estudiantes de medicina. En general, el Dr. Burch asumía la competencia en sus médicos residentes y usaba una “mano ligera” en los asuntos de supervisión. Sin embargo, él esperaba que esa confianza fuera retribuida con diligencia clínica y rigor intelectual. Aunque el interno y el residente habían sido rápidos y diligentes, como convenía en esta emergencia, por una razón u otra, ellos no obtuvieron una descripción clínica completa.

La paciente (quien acababa de pasar por una cateterización cardiaca, un procedimiento que, tanto entonces como ahora, conlleva riesgos significativos) estaba libre de síntomas, sentada en su cama, esperando las “rondas matutinas”, una formalidad por medio de la cual se presenta a los pacientes nuevos con el médico tratante. Al Dr. Bruch le informaron apropiadamente sobre los síntomas que la paciente presentaba y su historial médico ordinario previo, sin embargo, no le informaron sobre la cateterización. Él jaló una silla y la puso a lado de la cama y entrevistó a la paciente durante unos minutos en presencia del residente, el interno y dos estudiantes de medicina, quienes eran parte de su servicio, y yo tuve el privilegio de ser uno de ellos. Él tomó un historial enfocado, lo cual fue revelador, e hizo las preguntas que debieron haberse hecho al momento en que la paciente llegó a la sala de urgencias.8

La paciente era una mujer que estaba a finales de sus treintas, sin evidencia de factores de riesgo para una enfermedad coronaria. Ninguno. Sin embargo, los síntomas que presentaba eran inconfundibles de una angina clásica (un dolor de corazón como resultado de una isquemia cardíaca: una falta de oxígeno debido al flujo de sangre reducido a través de las arterias coronarias). Sin embargo, la historia obtenida por el Dr. Burch proveía una explicación por el dolor de pecho de la paciente que la cateterización del corazón falló en esclarecer. Una historia casi de drama bíblico que se descubrió ante nuestros oídos.

Esta joven mujer era madre de tres hijos adultos. Un hijo había asesinado recientemente a su hermano y probablemente enfrentaría una sentencia de por vida, si no la ejecución. El tercer hijo, airado por lo que el primero había hecho, ciertamente estaba planeando asesinarlo, lo que habría llevado al encarcelamiento del tercer hijo y probablemente a la ejecución. Así que esta madre, que había sufrido la muerte de un hijo en manos de otro, se enfrentaba al prospecto muy real de perder a los dos hijos que le quedaban y se sentía impotente para evitar la extensión de la catástrofe. Esto era ciertamente una manifestación de una enfermedad del corazón: un corazón quebrantado.9 Esta historia, obtenida por un médico experimentado y hábil, en cuestión de tres o cuatro minutos, proveyó tanto el diagnóstico correcto como señaló el tratamiento adecuado, un tratamiento mucho más complejo, pero mucho menos peligroso que una cirugía de baipás cardiaco.

¿Cómo pudo esta paciente haber sido tan mal diagnosticada y maltratada? A través de un intento completamente sincero, pero desacertado, de tratar su cuerpo separadamente de su alma, un acercamiento que puso ambas cosas en riesgo. Esa decisión pudo haber matado a la paciente como resultado del angiograma y culminado en las muertes de los hijos que le quedaban, a través del asesinato y la ejecución. Un médico experimentado, al que algunos de los médicos residentes rechazaban ampliamente considerándolo como pasado de moda y atrasado en el tiempo, pudo haber salvado las vidas de tres personas al invertir menos de cinco minutos de tiempo bien empleado.

El drama intenso revelado a través del historial sencillo que tomó el Dr. Burch quedó impreso indeleblemente en mi mente. Desearía poder decir que desde entonces he evitado la trampa del dualismo y el reduccionismo. No es así. Tampoco lo han hecho la mayoría de mis colegas médicos. Si acaso, la seducción por un dualismo reduccionista ha aumentado, dirigido inadvertidamente por los avances en tecnología y la disminución en tiempo invertido en hablar con los pacientes. Irónicamente, esto ha ocurrido a pesar de la atención que se le da a la medicina holística bajo sus diferentes etiquetas. De hecho, un esfuerzo por practicar holísticamente puede convertirse, para muchos médicos generales ocupados, en otro requerimiento de documentación que toma mucho tiempo, otra casilla que chequear. La consecuencia involuntaria de los esfuerzos bien intencionados para resolver problemas agudos mientras se hace muy pocas preguntas demuestra el aforismo que dice “la causa principal de los problemas son las soluciones”.10

La tutela del Dr. Burch me ha impedido perder de vista el bien inherente del cuidado integral, y me ha vuelto receloso de las estrategias de mercadeo que han surgido, desde su época, promocionando muchos enfoques dudosos, incluyendo una serie de remedios de autoayuda. Está disponible una biografía competente, privada y notablemente detallada de la influencia de amplio espectro y, a veces, controversial del Dr. George Burch en el campo de la medicina clínica.11 Restringiré mis ya generosos comentarios a esta lección inolvidable: Cada uno de nosotros es mucho más complicado de lo que puede explicarse por medio de la formulación fisiológica, neuroquímica y psicológica. Nuestras muy complicadas fisiología, neuroquímica y psicología están profundamente afectadas por nuestra alma, incluso tal como nuestras almas están afectadas por ellas.

Baxter escribió sobre el cuidado del alma y el cuidado del cuerpo somo si fueran componentes indivisibles, si no indistinguibles, de una misma persona. Aunque este es un objetivo de la medicina moderna frecuentemente citado y se ha hablado y escrito mucho al respecto, tanto como para hacer tediosa su referencia extensiva, Baxter tenía una ventaja. Él no estaba realmente tratando de unir dos partes divididas de una persona, sino que veía al alma y al cuerpo juntos, claramente, como la persona. Sus escritos y consejos lo reflejan.

Como un metafísico post-medieval, pero todavía premorderno, Baxter “entendió”, en términos operativos, lo que el hombre postmoderno aún está tratando de comprender. Para Baxter, no había conflicto entre el cuerpo y el alma, aunque él no discutiría que, muchas veces, había una tensión muy real y práctica, o desequilibrio, entre ellas. Sin embargo, uno deduce que los encuentros con almas incorpóreas o cuerpos sin alma, pero que todavía viven, eran desconocidos para el pensamiento y la práctica de Baxter como metafísico, ya sea expresa o implícitamente. Al mismo tiempo, él tenía una apreciación de la tendencia en su propia época de que los pacientes enfatizaban el alma sobre el cuerpo o, con menos frecuencia, el cuerpo sobre el alma. Su consejo es una corrección directa y eficaz a esas tendencias, las cuales, aunque antiguas, continúan hasta esta preciso día y aún necesitan ser replicadas.

El puritano del siglo XVII

Presentar a Baxter es, al mismo tiempo, placentero y raro. Es raro en un par de frentes. Primero, él era un puritano, y sigue siendo difícil presentarle el puritanismo a alguien que aún no está identificado con ese movimiento. Mis propias referencias hacia Baxter, como pastor puritano, muchas veces suscitaron la respuesta “¿Qué?”: una perplejidad que supera cualquier conciencia de que haya vivido y escrito en Inglaterra en el siglo XVII, un momento y lugar de agitación increíble. La caricatura desafortunada de los puritanos aceptada por los cristianos y no cristianos ha sido cuidadosamente desacreditada,12 pero su desprestigio ha sido asiduamente ignorado por quienes no simpatizan con la visión puritana de la vida cristiana. Así que no siempre me tomo la molestia de mencionar que Baxter era un puritano. Es sencillamente que no siempre es útil o relevante.

Sin embargo, es impropio no definir a Baxter como un puritano en el contexto de la reimpresión editada de sus propios escritos, especialmente cuando sus oportunidades para escribir estaban directamente relacionadas a sus años de persecución debido a sus posturas teológica y política como puritano. Habiendo sido privado de la libertad para predicar, él acudió a la escritura; y continuó diciendo, por escrito, lo que ya no podía expresar abiertamente, después de haber sido depuesto de su cargo. Sin embargo, la postura del puritano inglés ha sido detallada en la obra extremadamente amena del Dr. Packer.13 Aquellos que llevan un sesgo no analizado contra los puritanos podrían, al menos, desear comprobar ese sesgo a la luz de los comentarios de Packer. Quienes ya están familiarizados con sus escritos probablemente conocen las otras varias obras que exploran y explotan las falsedades que persisten acerca de estos hombres y mujeres.

Además, para entender que Baxter era un puritano, uno también necesita apreciar que él era un inglés del siglo XVII. Eso fue, para nuestras susceptibilidades modernas, hace mucho tiempo. ¿Quién podría ser menos moderno o más fácilmente ignorado que un hombre inglés, blanco, que tiene tanto tiempo de estar muerto? El “Dr.” Baxter está en peligro de ser relegado a la misma categoría que mi otro mentor, el Dr. Burch: fuera de moda y desfasado. Esta valoración comprueba ser incluso menos aplicable para Baxter que para el Dr. Burch (quien inició enfoques innovadores y poco convencionales, algunos de los cuales siguen siendo aceptados como normas de cuidado). Ahora bien, uno podría hacer precisamente pequeñas objeciones de que los medicamentos “psique” elogiados por Baxter no encontrarían aceptación hoy día. Y a veces la sospecha idiosincrática de la droga más reciente también era legítimamente criticada por sus subordinados y compañeros. Sin embargo, esas son críticas anacrónicas y superfluas de ambos hombres. Lo que sí es relevante para cada uno es el entendimiento de la naturaleza humana personificada en sus enfoques clínicos para cada paciente.

Una cantidad de cosas han cambiado desde el siglo XVII. La manera en que se les llama a las condiciones psiquiátricas específicas (nomenclatura) y cómo tales condiciones están clasificadas (nosología) sigue cambiando. Los tratamientos para las condiciones psiquiátricas han sido, quizás, tan variadas como los nombres que se les ha dado a través de los siglos. Lo que parece haber quedado sin cambiar, sin embargo, es la naturaleza de los desórdenes psiquiátricos.

Si es cierto que las condiciones psiquiátricas subyacentes en sí han permanecido constantes, ¿cuáles principios universales de diagnóstico general y tratamiento podríamos hallar aplicables a lo largo de las eras? ¿Existen enfoques duraderos y eficientes para aliviar el sufrimiento y la tristeza? ¿O es la regla general que lo último sea también lo más grande?

Si la historia, o nuestro entendimiento de esta, fuera lineal y progresiva, entonces podríamos asumir que los tratamientos médicos de la actualidad son necesariamente mejores que los del pasado. ¿Cuánto más aún que aquellos de hace más de trescientos años? Hasta cierto punto, eso es cierto. Ya no defendemos lo que considerábamos tratamientos bárbaros e ineficaces. El sangrado es lo que viene a la mente cuando se mencionan las prácticas médicas anticuadas. Irónicamente, la práctica del sangrado, la cual alguna vez fue ampliamente aplicada a todo tipo de enfermedad, ha hallado una aplicación moderna para un rango muy estrecho de condiciones hematológicas.14 ¿Podríamos encontrar en los escritos de Baxter consejo general que ha soportado la prueba del tiempo? Ya que las recomendaciones que él fomenta son tanto generales como particulares, parece razonable esperar que el consejo general sólido de una era podría demostrar ser válido para otra, aunque las aplicaciones específicas de tal consejo siempre requerirán de un acercamiento individualizado.

Los términos de Baxter y nuestros tiempos

También es necesario filtrar parte de la terminología que Baxter utiliza, parte de la cual solo tiene una analogía inexacta en nuestra medicina y psicología modernas. Por ejemplo, la teoría de medicina humoral, una construcción griega antigua derivada de la ciencia no experimental, continuaba dominando en el tiempo de Baxter. Aunque es tentador considerarlo pintoresco como máximo e ignorante como peor, las categorías utilizadas como explicaciones de la personalidad y el temperamento humano de hecho tienen analogías agrestes hoy día. El interés laico en la personalidad basada en perfiles computarizados, tal como la Myers-Briggs (con sus cuatro cuadrantes) es un ejemplo. Estos modelos son herramientas muy útiles si se entienden y utilizan apropiadamente dentro de las restricciones inherentes. La teoría humoral, con sus cuatro “humores” (bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre) que al dominar dan lugar respectivamente a los temperamentos: melancólico, colérico, flemático y sanguíneo, podrían haber sido adecuada para la ciencia como para la farmacología existente. Aunque esto podría no parecer un endoso rotundo, la teoría obsoleta continúa proveyendo una descripción útil aunque burda de la estructura de la personalidad.

Aunque puede haber muchas razones buenas para apoyar la noción de que la incidencia y la prevalencia de los desórdenes mentales ha cambiado a lo largo de los siglos, tal fluctuación parecería más probablemente representado por incrementos y decrementos en condiciones específicas, y no se esperaría que influenciara la naturaleza subyacente de tales padecimientos. De nuevo, la epidemia comprobable de enfermedades cardiovasculares en los siglos XX y XXI es representativa de esto. De manera similar, la depresión ha aumentado dramáticamente, y continúa así. Sin embargo, sigue siendo depresión, y no alguna nueva condición nunca vista. La introducción de condiciones no previamente escuchadas (y altamente creativas) dentro de la “guía de campo” psiquiátrica15 no ha quedado sin responder, como lo reflejan las advertencias de investigadores serios y muy calificados.16

Los escépticos, no solo los cínicos, se refirieron al reciente aumento en los casos de depresión en Estados Unidos como la “así llamada” epidemia de la depresión. ¿Cómo, razonan, puede haber un incremento tan dramático en condiciones que por mucho tiempo se ha sabido que existen, pero nunca se habían visto esos números abrumadores y cubriendo un rango muy amplio? La suposición de algunos es que las compañías farmacéuticas y la psiquiatría han conspirado implícita o incluso explícitamente para debilitar el criterio de diagnóstico y, así, inflar el número de casos (y la gente bajo medicamento). La verdadera respuesta a esas preguntas de la incidencia y prevalencia puede hacerse de manera retórica: “¿Cómo es posible que estemos viendo más diabetes mundialmente de lo que había en los siglos anteriores? Durante muchos años, la diabetes ha sido diagnosticada y monitoreada por instrumentos de medición directos e indirectos de la glucosa en la sangre. El periodo durante el cual mejores procesos de examen provocaron un incremento en la tasa de detección y diagnóstico ha pasado sustancialmente, y ahora los epidemiólogos están justificadamente seguros de que estamos viendo un incremento absoluto en la diabetes en los países occidentales. Es decir, algunas cosas han cambiado, y hay varios grados de evidencia para sugerir que estos cambios han contribuido, o incluso provocado, los incrementos en la incidencia y prevalencia de enfermedades de la vejez. También es cierto que algunas cosas no han cambiado, y la excusa del álbum de Flip Wilson “The Devil Made me do It” (el diablo me obligó a hacerlo) para lo que nunca se le había llamado enfermedad no parece más convincente que antes cuando la Asociación Americana de Psiquiatría lo disfraza como el DSM-5.17

Lo que ha cambiado fundamentalmente es cómo llevamos nuestra vida, o lo que muchas veces se denomina estilo de vida. Lo que hacemos, lo que comemos, cómo nos ganamos la vida, lo que pensamos, cuánto bebemos, cuántas horas dormimos, cuánto y en qué gastamos el tiempo y el dinero y cómo tratamos a los demás, todo eso afecta nuestra salud (y la de otros) en maneras que aún no se entienden completamente, pero a grados que durante mucho tiempo se han considerado importantes. Los puritanos, entre otros, estaban conscientes de esto y —siendo lógicos cautelosos y escritores prolíficos— resumieron estos asuntos para hacerlos generalmente más conocidos y disponibles. Baxter fue uno, entre muchos, pero uno cuyos pensamientos —“indicaciones”, como él lo puso— han permanecido accesibles. Aunque no fue famoso, su obra teológica pastoral más importante, El pastor reformado, continúa siendo un clásico reverenciado y leído en seminarios en todo el mundo. Baxter sigue siendo venerado entre aquellos que conocen sus escritos por sus indicaciones eminentemente prácticas sobre cómo ajustar lo que pensamos, decimos y hacemos para cumplir con los estándares bíblicos.

No obstante, cuando Baxter hace referencia a un desequilibrio o composición humoral en particular, hacemos bien en evitar el anacronismo de sobreponer esas nociones antiguas como las derivadas de la medicina moderna y la neuroquímica. Así, un “desequilibrio” del sistema humoral no es realmente equivalente a la noción popular de un “desequilibrio químico” siendo responsable de la depresión, esquizofrenia o desorden bipolar, por ejemplo. Por otro lado, la noción excesivamente simplista (¿podemos decir reduccionista?) de un desequilibrio químico está demostrando ser igual de inadecuada en nuestros días para explicar enfermedades y dirigir tratamientos como lo fue la teoría humoral en su apogeo extenso. Se ha descubierto que la depresión es mucho más compleja que una “deficiencia de serotonina”, como alguna vez se propuso y como aún se le describe frecuentemente. El uso continuo del “desequilibrio químico”, como una explicación para una amplia variedad de padecimientos que van desde la diabetes, a la enfermedad de la tiroides hasta las condiciones psiquiátricas específicas comunica una ilusión de entendimiento y de causalidad definitiva en términos tanto de cuidado como de curación. Tal simplicidad, sin embargo, no se halla en ninguna de estas condiciones, aunque un tratamiento definitivo podría ser el procedimiento estándar para estas mismas condiciones. Por ejemplo, si la diabetes es conceptualizada como una deficiencia de insulina, lo que podría ser o no el caso, entonces la falsa expectativa se anticipa a que la condición y sus secuelas numerosas (enfermedad cardiovascular, neuropatía periférica, enfermedades renales, enfermedades oculares, etc.) pueden ser controladas o evitadas sencillamente “ajustando la dosis correcta” de insulina. La misma noción de poner al paciente en el “medicamento adecuado” ha comprobado ser similarmente inadecuado como constructo clínico en lo que se refiere a las condiciones psiquiátricas.

Insistir sobre elegir lo antiguo o lo nuevo constituye un dilema falso. Es la mezcla apropiada de lo antiguo y lo nuevo lo que constituye la sabiduría, como Cristo mismo enseñó (Mateo 13:52).18 Y así es en el diagnóstico y el tratamiento de la depresión y la ansiedad. Por lo tanto, no debería sorprendernos que algunos de los tratamientos más nuevos y efectivos para estas condiciones hacen eco —muchas veces sin darse cuenta— de los enfoques que Richard Baxter describió hace tanto tiempo. No es que no haya dilemas o que todas las dicotomías aparentes sean falsas, sino más bien que muchas situación son complicadas y requieren prudencia.

En los dominios tanto del cuerpo como del alma, “los medicamentos correctos” muchas veces son absolutamente esenciales, pero con igual frecuencia son parcialmente eficaces.19 Ciertamente, también puede haber varias modificaciones válidas y eficaces del “medicamento correcto”. Por lo tanto, los medicamentos son regularmente necesarios, pero no con tanta frecuencia suficientes para restaurar o mantener el bienestar, y, pareciera, incluso contraproducente si no se combinan con otros “ingredientes” necesarios.20

Esto nos lleva de regreso a Baxter y a Burch. ¿Qué ofrece cada uno en términos de diagnóstico e “ingredientes” de prescripción que pueda hacerles falta a los enfoques actuales de la medicina moderna en general, pero también a la consejería psicológica y pastoral? Quiero mencionar que Baxter y Burch, desde eras, trasfondos y orientaciones filosóficas muy diferentes, cada uno tenía un entendimiento unificado y complejo del individuo en términos tanto de naturaleza humana general como de atributos familiares, culturales y espirituales específicos. Hoy día, podríamos usar términos como fortaleza y debilidad, vulnerabilidad y resiliencia, diátesis y factores protectores, influencias positivas y negativas, etcétera. Y cada hombre sabía cuando un poco de información era suficiente para permitir la desestimación cauta de la vasta información oculta tras las preguntas no formuladas. Una herida de bala requiere acción inmediata y exige un juego de preguntas relativamente restringido, las respuestas a dichas preguntas podrían estar solamente disponibles desde un acercamiento técnico (ejemplo: quirúrgico) al cuidado de una víctima de trauma inconsciente y sola. ¡Sería absurdo posponer la cirugía de trauma de emergencia para obtener una historia social detallada! Sin embargo, prevenir un próximo incidente podría muy bien implicar obtener dicha historia de un paciente estable y eventualmente atento.

Baxter, en este sentido, entiende las prioridades críticas en el cuidado del alma. Él capta, por ejemplo, que la amenaza de suicidio es un tema de tal urgencia que tiene que ser interrumpido, si fuera posible, y que el individuo sea protegido de la autodestrucción. La lógica es el fuerte del pensamiento y vivencia de los puritanos, y Baxter hace buen uso de ella. Él entiende y explica la causa y efecto, distingue las condiciones primarias de las complicaciones secundarias, y se halla aparentemente cómodo con un grado de complejidad que podría abrumar a muchos de nosotros en el siglo XXI.

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