Kitabı oku: «La puerta secreta»
GINKGO BILOBA
© del texto: Belén A.L. Yoldi
© diseño de cubierta: Equipo BABIDI–BÚ
© de esta edición:
Editorial BABIDI–BÚ, 2022
Avda. San Francisco Javier, 9, 6ª, 23
Edificio Sevilla 2
41018 - SEVILLA
Tlfns: 912.665.684
Primera edición: enero, 2022
ISBN: 978-84-19106-96-4
Producción del ePub: booqlab
transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra».
Lo dedico a mis hijos, Pablo y Daniel. Por ellos, escribí este libro. Y para Ángel, que me acompañó en todo el camino.
«Fantasía es una tierra peligrosa, con trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios. (…)
(…) Hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas.
Tal vez un ser humano pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino, pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras está en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves».
J.R.R. TOLKIEN Sobre los cuentos de hadas.
«Universo, un gran casino donde los dados son tirados y la ruleta gira alguna vez»,
Stephen HAWKING
ÍNDICE
Prólogo: La guardiana de la llave de la puerta secreta
PARTE 1. VIAJE AL REINO PROHIBIDO
Javier
Nika
Finisterre
Ochate
Bajo la bóveda estrellada
Los jardines de Sammuramat
PARTE 2. EN EL CORAZÓN DEL BOSQUE UMBRÍO
Encuentro en el bosque
Un guía inesperado
Los bandidos
En el corazón del Middle Umbra
Por el barranco de las almas perdidas
PARTE 3. MÁS ALLÁ DEL ARCO CICLÓPEO
Gravelón
La garganta del buitre
La pesadilla
Un refugio bajo la tormenta
El despertar
EL MENTAGIÓN
AGRADECIMIENTOS
PRóLOGOLA GUARDIANA DE LALLAVE DE LA PUERTA SECRETA |
Anoche volví a asomarme al abismo insondable. La negrura más profunda se extendía ante mí, su energía primigenia me succionaba, me atraía hacia el vacío infinito mientras una bóveda de estrellas silentes brillaban misteriosas sobre mi cabeza. Y sentí un estremecimiento helado en los huesos.
Yo creí que tendría más tiempo…
En mi visión, unas largas cortinas de pintura plástica caían en oleadas desde el cielo y empezaban a tapar el mundo, mi mundo. Me encerraban y me empujaban hacia la negrura mientras a mi alrededor iban desapareciendo lugares familiares, las personas que amaba. Hasta el sol se borraba devorado por el agujero negro.
Cuando se apagaron todas las luces me vi de nuevo ante al abismo, con el mentagión brillando en mi pecho, en ese inmenso lugar vacío y carente de vida. Sola.
Me he despertado de golpe. Y me he encontrado en mi cama en plena noche, bañada en un sudor frío. Mi Ángel, mi amor, dormía plácidamente a mi lado. He alargado la mano hasta su brazo para cerciorarme y me he acurrucado en el calor de su cuerpo fuerte, tan familiar. Ha sido su respiración acompasada y el latido firme de su corazón en mi oído los que me han calmado.
«Estoy en casa», he pensado con alivio, pero ya no he vuelto a dormirme.
Sé lo que significan estos sueños.
Es un aviso, la señal de que está cerca la hora de partir.
Porque este año, tal y como reza una antigua leyenda que solo algunos elegidos en la Tierra conocen:
«Cuando la ardiente estrella Sirio cabalgue en el cielo nocturno junto al cazador Orión, llegará la canícula y, si un cometa naranja cruza entonces el firmamento, sabrás que la esfera del Nunrat ha comenzado a girar en el vértice del universo y que se ha abierto la Puerta a las Estrellas». Otra vez.
El portal estelar vuelve a abrirse, sí. Y para una «Nunrat Gitzé» como yo, Guardiana de la Llave que sella la Puerta Secreta entre los mundos, llega la hora del gran viaje… Un viaje en el que todo es posible, también morir.
Es la hora de partir a las estrellas y ahora debo darme prisa en prepararme.
He vivido dos veces una vida. Me siento cansada y estoy enferma… No sé si podré reunir las fuerzas suficientes para volver a cerrar esa puerta, antes de que se desate el caos. Pero el mentagión aún responde ante mí, yo soy su guardiana y debo intentarlo. Sea como sea, no puedo fallar.
Ruego también para que pueda encontrar a alguien digno y valiente al que confiar el mentagión y transmitir este legado. Gamal me ha enviado a su hijo menor desde Egipto, dice que está preparado para asumir la carga; procede de una larga estirpe de Guardianes que se remonta ininterrumpidamente hasta la época de los faraones y desea con vehemencia emular a sus antepasados y convertirse en un centinela del Nunrat, siguiendo el ejemplo de su padre y su hermano mayor. A priori parece un buen candidato. Pero hay algo en él, en su mirada huidiza, que me hace dudar de que sea un Elegido.
Por si acaso, dejo escrito un diario para mi sucesor o sucesora con la esperanza de que sabrá qué hacer cuando lo lea, si yo falto…
A ti te hablo. Cuando la esfera comience a girar y las puertas del universo se abran de nuevo, todos y todas las Guardianas de la Puerta estelar deberán entrar en el orbe del Nunrat con el mentagión, y allí sobre los puentes, al borde mismo del abismo, deberán repetir el conjuro que sirve para cerrar esas puertas. Generaciones y generaciones de guardianes que nos preceden lo han logrado; sus nombres están escritos con luz. Si ahora eres tú la persona elegida, has de saber que el futuro de nuestro mundo estará en tus manos.
JAVIER |
En la inmensa vastedad del universo, alguien lanzó los dados del destino y uno vino a caer precisamente en un pequeño punto del norte de España, un día tórrido del mes de julio. Y esa voluntad quiso que la suerte se fijara en ellos cuando caminaban por los campos yermos de un pueblo abandonado llamado Ochate, que algunos consideran maldito.
Lo único que compartían eran unos días de vacaciones en un campamento juvenil de verano.
¿Por qué nosotros?, se preguntarían después a menudo. ¿Por qué no?, respondería la suerte sin dar explicaciones.
Si les hubiesen dejado elegir, Javier y Mónica jamás habrían emprendido un viaje juntos. Mucho menos para compartir una aventura.
Lo cierto es que su primer encuentro no había sido nada afortunado. Más que encuentro podría calificarse de encontronazo y solo sirvió para que los dos adolescentes se odiaran a muerte, al menos durante un tiempo.
Pero la vida casi nunca te pregunta tu opinión. Y proporciona extraños compañeros de viaje cuando uno menos se lo espera.
Cuando se conocieron, dos meses atrás, Javier acababa de mudarse a la casa de Mutilva con sus padres y la nueva vecina le pareció una chavala muy desagradable, de lo más impertinente y fastidiosa, con una boca demasiado grande, unos ojos castaños demasiado vivos y con demasiada mala leche para su gusto. Insufrible.
—¡Pedazo de bestia! ¿Por qué no miras por dónde vas? —Fue el saludo abrupto que Nika le soltó entonces, enfadada, sacudiendo la coleta.
Claro que, literalmente, él acababa de atropellarlas con su bicicleta en plena calle, a ella y a una niña gafosa más pequeña que la acompañaba. Esto también hay que decirlo.
Javier bajaba pedaleando a toda velocidad desde Pamplona por la avenida, con la mochila en la espalda. Llegaba tarde a comer y su madre era una maniática de la puntualidad.
Había tomado demasiado deprisa el cruce y, tras girar a la izquierda por la rotonda del Club de Marketing, había enfilado hacia Mutilva Alta sin apretar el freno, mirando hacia los lados para vigilar el tráfico de otros vehículos que se acercaban. No se había fijado en las dos niñas que empezaban a cruzar la calle por el paso de cebra hasta que fue demasiado tarde para esquivarlas.
El sol brillante de finales de mayo había contribuido también, un poco, a deslumbrarle.
Había intentado frenar en el último segundo, al verlas, y había girado el manillar para esquivarlas, pero no con la rapidez suficiente. Él tampoco era un acróbata con la bici. Así que, tras un violento derrape, los tres habían terminado rodando por el suelo en un revoltijo, con los brazos y piernas enredados entre los pedales y las ruedas.
Las gafas habían aterrizado sobre el asfalto caliente, unos metros más allá.
La chica mayor se zafó enseguida de la bicicleta y se levantó de un salto en actitud peleona, con la huella de una rueda marcada en su pantorrilla. La niña más pequeña, en cambio, se agarraba la rodilla contusionada con lágrimas en los ojos.
Javier se habría disculpado con ellas, pues solía ser un chico educado, si Mónica le hubiese dado tiempo. Pero su lengua rápida y el comentario agrio cortaron de raíz las buenas intenciones.
—No lo he hecho a propósito, ¿te enteras? Ha sido un accidente —farfulló, apartando nervioso la bici de la carretera para dejar pasar a los nuevos coches que llegaban. Todos los conductores se paraban, indagaban a través de la ventanilla y luego pasaban de largo al comprobar que no había ocurrido nada grave—. Bueno, qué, ¿os habéis hecho daño?
—¡Claro que nos hemos hecho daño, idiota! ¿A ti qué te parece? Como que venías lanzado...
En realidad, Mónica había parado con su cuerpo el mayor golpe y le dolía terriblemente, pero estaba demasiado indignada con aquel estúpido y demasiado preocupada por su hermana menor como para quejarse.
—¿Te encuentras bien, Leyre? —preguntó a la pequeña, solícita, mientras la ayudaba a levantarse. La menor asintió entre pucheros frotándose la rodilla.
Su hermana recogió las gafas del suelo y se las devolvió. Acto seguido, se encaró con el atolondrado ciclista con expresión beligerante. Era casi tan alta como él, pero parecía mayor. Con catorce años recién cumplidos, estaba bastante desarrollada y se la veía muy resuelta y adulta.
—¡Al menos podías pedir perdón! —espetó al muchacho.
—¡Ya te he dicho que no lo he hecho a propósito! —respondió acalorado en lugar de disculparse.
—¡Solo faltaba eso!
Retraído por naturaleza, Javier se puso decididamente a la defensiva. No estaba acostumbrado a recibir tantos reproches juntos. Además, aunque no quisiera reconocerlo, se sentía un poco intimidado por la actitud combativa de la niña, en inferioridad de condiciones. Él no entendía mucho de chicas —no tenía hermanas, era hijo único, y con sus compañeras de clase se trataba lo justo—, pero esta chillaba demasiado en su opinión. Le parecía que estaba montando un espectáculo por una tontería y Javi odiaba montar espectáculos en público.
—Pero estáis bien, ¿no? ¿Podéis andar?
—Claro que podemos andar… ¿Es que no lo ves o qué?
Pensó que lo mejor sería largarse de allí cuanto antes.
Se agachó a recoger su bicicleta del suelo y al hacerlo comprobó que se le había torcido el manillar y el faro colgaba roto de un cable. «Mierda». Enderezó la bici y puso el pie en el pedal. Al menos la cadena seguía en su sitio y las ruedas giraban sin problemas.
—Pues si estáis bien, yo me marcho. Lo siento, tengo prisa —dijo.
—¡Hala, así de fácil! Nos atropellas y tan fresco…
—Bueno, ¿y qué quieres que haga?
—Sí, sí. ¡Mejor lárgate!
Montado en la bici maltrecha, Javier se escabulló a toda prisa. Por suerte su casa no estaba lejos, en la calle Ezkibel, a solo unos metros de distancia. Pedaleó deseando no volver a ver nunca más a esa niña impertinente. Aún sentía en la nuca los ojos indignados de la chica.
Cuando llegó frente a su casa, uno de los primeros chalés adosados en la línea de números pares de la calle, Javier se apeó de la bicicleta y echó un mal disimulado vistazo hacia atrás antes de entrar en el garaje, más que nada por saber qué hacían ellas. Observó que las dos niñas venían caminando desde la rotonda y que entraban en una casa de la acera de enfrente. Precisamente en la casa tradicional de piedra restaurada que tanto le había llamado la atención, por sus recios muros, el balcón con barandilla de hierro forjado y el jardín que hacía de esquina entre dos calles.
«¡Mierda!». Solo faltaba que esa niña tan bocazas fuera vecina suya.
Hacía poco que se había trasladado con sus padres a Mutilva. Así que el chico apenas había tenido tiempo todavía para explorar el entorno, mucho menos para hacer amistades. Pero si todos los vecinos de su edad eran como aquella niña, prefería quedarse en casa con su ordenador y sus pantallas digitales.
Por desgracia, basta que no quisiera volver a ver a la «Bocazas», como Javi la llamaba, para que se la encontrara en todas partes tras el día del accidente. En la calle, en el autobús urbano, en la plaza Eguzki de Mutilva…
Cuando eso ocurría, Javier se ponía colorado, desviaba rápidamente la vista y fingía no conocerla. Menos mal que la chica hacía lo mismo y le ignoraba olímpicamente con una tranquilidad pasmosa.
Entretanto transcurría el mes de junio con los últimos exámenes, las despedidas de clase, los primeros baños en la piscina, las notas finales… Todo ello salpicado de calor y tormentas, en los preludios de un verano que prometía.
Poco a poco, a lo largo del último trimestre de curso, sus padres habían ido desvelando el programa de vacaciones con las actividades que habían planeado para mantener ocupado a su hijo único y que aprovechara el tiempo libre al máximo, mientras ellos hacían sus propios planes y viajes de adultos.
Ese año habían decidido mandarle la última semana de julio a un campamento de golf. Su padre era un adicto al golf; había empezado a practicarlo más por marketing laboral que por verdadera afición, pero con los años se había enganchado a la práctica de caminar por la hierba con un palo golpeando una bolita. Y quería inculcar ese deporte de élites en su hijo, convencido de que le serviría en el futuro para crearse relaciones sociales muy fructíferas.
Javier no entendía por qué se empeñaban sus padres en apuntarlo a tantos campamentos de idiomas y deportivos, con actividades y horarios estrictos, cuando el sol del verano invitaba a tumbarse a la bartola y disfrutar sin hacer nada. Odiaba además estar rodeado las 24 horas de desconocidos a los que forzosamente tenía que gustar y de los que debía hacerse amigo, según sus padres, le gustaran o no.
La verdad es que nunca le había resultado fácil hacer amigos. No tenía don de gentes. Demasiado introvertido, eso decían las pruebas psicotécnicas de él. Muy inteligente y con una habilidad extraordinaria para las matemáticas, pero con pocas habilidades sociales. Javier sabía que era un friki y no el chico más famoso de su colegio, como hubieran deseado sus padres, no hacía falta que se lo restregasen en la cara. No quería serlo, pero estaba aprendiendo a resignarse ya que no podía hacer otra cosa.
Por fin terminó el curso y llegaron las ansiadas vacaciones.
Pensaba que disfrutaría de un periodo de gracia y felicidad. Pero sus esperanzas se torcieron en la última semana de junio, cuando acudió a la reunión preparatoria del campamento de golf.
Los organizadores habían convocado por correo electrónico a las familias a las siete de la tarde de un miércoles en la Casa de Cultura de Mutilva. Y la familia García en pleno había acudido al llamamiento. Solo habían tenido que doblar la esquina y caminar desde su casa hasta la cercana plaza Eguzki donde se encontraba el edificio público. En la puerta, al entrar, les habían entregado una hoja impresa a color que daba información sobre el campamento, las condiciones del viaje y los patrocinadores.
El «Campamento de Iniciación al Golf» era una idea novedosa. Estaba organizado por la Federación Navarra para promocionar ese deporte entre las nuevas generaciones y contaba para ello con la colaboración de los ayuntamientos de Egüés y Aranguren, que buscaban dar a los jóvenes de sus valles otras alternativas de ocio diferentes, con el patrocinio de una conocida entidad bancaria.
El cursillo se iba a celebrar en el Izki Golf de Urturi, un pequeño pueblo situado en la Cuadrilla de Campezo-Montaña Alavesa, a unos 100 kilómetros de distancia de Pamplona. Era el primer campo de golf de iniciativa pública construido en España, creado por la Diputación Foral de Álava y diseñado por el famoso campeón español Severiano Ballesteros. El centro contaba con un buen programa de actividades para jóvenes y, al estar en parte subvencionado con fondos públicos, resultaba bastante asequible. Además, estaba situado junto al Parque Natural de Izki, uno de los parajes naturales más hermosos y bien conservados de Euskadi, con rutas para realizar senderismo y actividades de media montaña.
Después de saludar a algunos conocidos, la familia García se había acomodado al fondo de la sala a esperar el comienzo de la reunión. Y justo acababa de ocupar su asiento, cuando Javi vio entrar a la Bocazas con una mujer que, por el parecido y la familiaridad de trato, tenía pinta de ser su madre. El chico se hundió inmediatamente en la silla y se escondió tras el folleto. A continuación, comprobó aterrado que sus ojos no le engañaban. Era la misma chavala del accidente y llevaba en la mano el mismo folleto que daban en la entrada, lo que significaba que también asistiría al campamento. ¿Para qué si no iba a sentarse en la segunda fila? Ahora la Bocazas se había vuelto y recorría con mirada curiosa la sala y, por mucho que intentó evitarlo, acabó descubriendo dónde estaba él. Reaccionó frunciendo el ceño. Javi no logró ver más porque otras personas se pusieron delante y se sentaron en medio.
Sin embargo, ya no pudo parar en la silla, se removía inquieto como un pez fuera de su ambiente. Y aunque estaba deseando marcharse, no podía porque sus padres le cerraban el paso y querían enterarse de las normas que regirían el campamento.
Los organizadores, sin embargo, apenas dieron normas. Hablaron más bien de las excelencias del lugar elegido, empezando por las instalaciones del Izki Golf con sus campos de césped ondulantes. También mostraron un vídeo fantástico de la zona y de la localidad de Bernedo, donde iban a alojarse esos días en un albergue juvenil. Se trataba de una cuenca agrícola franqueada al norte y al sur por unas sierras accidentadas y fragosas. Estaba jalonada de pueblos con casas de arquitectura tradicional, con ríos rápidos que atravesaban gargantas verdes, montes de relieve agreste y boscoso en un entorno natural donde el grupo de jóvenes podría probar el sabor de la aventura sin correr peligro, eso dijeron.
La organización quería causar una buena impresión y en general lo logró de sobra.
Aunque Javier estaba tan disgustado que apenas se fijó en el vídeo. Solo prestó atención cuando subieron al estrado los que serían sus monitores en el campamento, dos hombres y dos mujeres jóvenes. El primero de todos en presentarse fue Mikel. A los padres de Javi no les causó buena impresión ver que llevaba el pelo muy rapado y un pendiente en cada oreja, pero como maestro de profesión, debía saber su oficio. El otro monitor, Koldo, parecía un joven agradable y con buen carácter cuando se presentó.
En cuanto a las monitoras… Javier se enamoró de la sonrisa de Violeta nada más verla. Era una sonrisa encantadora y positiva que abrazaba a quien la miraba. Que hacía brillar sus ojos verde miel como si fuesen de agua e iluminaba por completo su rostro fino, bello y juvenil. Tenía una media melena rizada de cabellos llameantes, teñidos de un vibrante color rojo cobrizo, que le daban un aire moderno y distinto. Pequeña y delgada, se desenvolvía en el estrado con la fluidez y ligereza de una mariposa volando en la brisa y, mientras se presentaba, sus brazos gesticulaban como alas. A Javi le recordaba vagamente a una actriz famosa del cine americano, delicada y elegante como ella.
Su compañera, Amaia, era todo lo contrario, más terráquea. Grande y alta, su melena rubia enmarcaba un rostro saludable de corte celta. Parecía simpática también, extrovertida y un tanto malhablada, eso dijo la madre de Javi al oírla soltar varios tacos.
A la salida, los monitores se habían repartido por la sala para ser más accesibles. Y Violeta había saludado a Javier al pasar deduciendo que sería uno de los participantes.
—¡Hola! Tú vienes al campamento, ¿verdad? ¿Cómo te llamas?
—Javier García —respondió tímidamente.
—Estupendo, Javier. ¡Nos vemos dentro de un mes, entonces! —dijo sonriendo con optimismo la joven del pelo rojo—. ¡Nos lo pasaremos muy bien, ya lo verás!
El muchacho habría salido contento de la reunión, pensando que en efecto aquel campamento podría resultar divertido, de no ser por un desagradable detalle. Nada más atravesar la puerta, en el hall de la Casa de Cultura, a punto estuvo de tropezarse con la Bocazas. Los dos se cruzaron al pasar una mirada de desaprobación mutua, más enfadada la de ella, más desesperada la del muchacho.
—¡Cuántos chicos de Mutilva van al campamento! Así podrás hacer amigos nuevos… —comentó la madre satisfecha, mientras volvían a casa.
No reparó en que su hijo bajaba la cabeza y miraba el suelo con pesimismo.