Kitabı oku: «Tormento», sayfa 19

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XL

A las cinco menos cuarto D. Francisco buscaba en el andén del Norte a su primo para darle un cariñoso adiós y media docena de abrazos muy apretados.

«Allí están, en aquel coche reservado—le dijo Felipe, a quien encontró con una cesta, una sombrerera y varias otras cosillas propias de viaje».

El están sorprendió un poco al insigne Thiers; pero Agustín no le dio tiempo a discurrir mucho sobre aquel extraño plural.

«Mira a quién me llevo conmigo»—le dijo, señalando al fondo del coche.

Desconcertado, Thiers masculló algunas palabras; pero luego se repuso, y como no acostumbraba hallar censurable nada de lo que su poderoso primo hacía, concluyó por sonreírse y mirar el asunto por el cristal de la indulgencia.

«¿Qué tal, hija, estás mejor? ¿Vas bien?… Cuida de abrigarte, porque aún no estás fuerte del todo. En el puerto hay mucha nieve. Por Dios, Agustín, que se abrigue bien. Y tú, ten cuidado, que tampoco estás bien de salud. Creo que os pondrán caloríferos… Amparito, que te tapes bien, hija».

–No hay cuidado. Hará el viaje con toda felicidad—dijo Caballero—, y el cambio de aires le sentará maravillosamente.

–También yo lo creo así. ¿Lleváis merienda? Si lo hubieras dicho se te podría haber preparado en casa una botella de buen caldo.

Después los dos primos hablaron un poco, sin que nadie se enterase de lo que dijeron. Amparito, en el opuesto ángulo del coche, atendía a las maniobras de la estación, y observaba sin chistar los viajeros que afanados corrían a buscar puesto, los vendedores de refrescos, de libros y periódicos, las carretillas que trasportaban equipajes, y el ir y venir presuroso del jefe y los empleados. Deseaba que el tren echara a correr pronto. La inmensa dicha que sentía parecíale una felicidad provisional, mientras la máquina estuviera parada.

«Adiós… adiós… que os divirtáis mucho… que escribas, Agustín… Cierra, cierra la puertezuela… Y no os estéis mucho por allá… Adiós… buen viaje. Cuidado cómo dejas de escribir. Estaremos con muchísima pena mientras no sepamos… Adiós, adiós».

Un tren que parte es la cosa del mundo que más semejanza tiene con un libro que se acaba. Cuando los trenes vuelvan, abríos y páginas nuevas.

XLI

Gabinete en la casa de Bringas. Anochece.

Rosalía.—(Consternada, dándose aire con un abanico, con un pañuelo, con un periódico y con todo lo que encuentra a mano.) A mí me va a dar algo. Parece que se me arrebata la sangre y que se me sube toda a la cabeza… No me cuentes más, hombre, por los clavos de Cristo, no me cuentes más. Tan atroz inmoralidad me aturde, me anonada, me enloquece… ¿Y la viste tú? ¿Sería ilusión tuya…?

Thiers.—Pues ¡no la había de ver! En el vagón reservado estaba, bien abrigadita, sin decir esta boca es mía, y tan contenta que echaba lumbre por los ojos…

Rosalía.—¿Y tuviste paciencia para presenciar tal escándalo?… ¡Con que no la puede hacer su mujer porque es una… y la hace su querida…! Estoy volada… Ignominia tan grande en nuestra familia, en esta familia honrada y ejemplar como pocas, me saca de quicio… (Mirándole con fuerza.) ¿Y tú no dijiste nada?, ¿aguantaste que en tus barbas…?

Thiers.—(Preparándose a decir una mentirilla.) Fue tanta mi indignación cuando Agustín me lo declaró… porque tuvo la poca vergüenza de confesarme su debilidad… pues me indigné tanto, que le dije cuatro cosas y le volví la espalda y me salí de la estación.

Rosalía.—(Satisfecha.) ¿Así lo hiciste? Es claro; no pudiste refrenar tu ira. Le volviste la espalda; le dejaste con la palabra en la boca…

Thiers.—(Pidiendo mentalmente a Dios perdón de su embuste.) Como te lo cuento. La verdad es que no podremos tratarnos más con mi primo. ¡Quién lo había de decir!, el hombre mesurado, que todo lo quería llevar a punta de lanza, ¡faltar así a los buenos principios, dando un puntapié a la Sociedad, a la Religión, a la Familia, a todo lo venerando, en una palabra!… Si es lo que te digo: el desquiciamiento se aproxima. Esto se lo lleva la trampa. La revolución no tarda; vendrá el despojo de los ricos, el ateísmo, el amor libre.

Rosalía.—Vendrá; ya lo creo que vendrá eso, y más… Cuando se ven horrores tan increíbles, todo se puede esperar. (Sofocadísima.) No habrá ya cataclismo que me coja de nuevo.

Thiers.—(Melancólico.) Basta tener ojos para ver que esta sociedad pierde rápidamente el respeto a todo. Se hace público escarnio del trono y el altar; la gangrena de la desmoralización cunde, y cuando veo que los míos están libres del contagio, me parece milagro.

Rosalía.—(Pensativa.) ¿Y no te dijo si volvería con la preciosa carga de su manceba?

Thiers.—Sí, volverán, volverán…

Rosalía.—(Con extraordinaria hinchazón de la nariz.) Porque no quiero que se queden en mi interior cuatro verdades que pienso decirles al uno y al otro. ¡Oh!, no, no se me quedarán. Seré capaz de ir a Francia, a Pekín por desahogar mi cólera…

Thiers.—El mejor día les tenemos aquí tan campantes… y vivirán como casados, insultando a la honradez, a la virtud… Hemos de ver cada barbaridad… Bien claro lo decían Joaquín y Paquito la otra tarde: la piqueta demoledora y la tea incendiaria están preparadas. ¡La demagogia…! ¡Ah!, me olvidaba de una cosa importante. Algo vamos ganando. Díjome ese tonto que podías disponer de todo lo que se compró para la boda.

Prudencia.—(Desde la puerta.) Señora, la sopa.

Rosalía.—(Aparte, perdiendo sus miradas en el retrato de D. Juan de Pipaón, está representado con un rollo de papeles en la mano.) Volverán. ¡Aquí os quiero tener, aquí!… Sanguijuela de aquel bendito, nos veremos las caras.

FIN DE TORMENTO

Madrid. Enero de 1884.

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21 mayıs 2019
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300 s. 1 illüstrasyon
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